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2021/01/30 08:45:00 GMT+1

«La destrucción o el silencio», Javier Ortiz

El pasado domingo publicamos una reseña («Memoria de un poeta donostiarra») de Jaime Aizpitarte. Hoy le toca el turno al prólogo que Javier Ortiz escribió para el poemario póstumo de su hermano Carlos Ortiz Bobi (1940-1984) «La destrucción o el silencio». El libro fue publicado por la editorial Taifa en 1985.

De propina, un poema.

«La destrucción o el silencio», Carlos Ortiz (Bobi)

Perfil de Carlos Ortiz

El pasado 29 de mayo de 1984, recién entrado en su curso el día, en el kilómetro 327 de la carretera Madrid-Irun, cerca de Miranda de Ebro, un accidente de tráfico acabó con la vida de Carlos Ortiz Estévez. Dejaba tras de sí, además de muchas amistades y camaraderías, una importante obra poética jamás publicada. Tenía 43 años.

Carlos Ortiz (Bobi, como siempre le llamamos) no puso interés en la edición de sus trabajos poéticos. Quizá sí en su primera juventud, a la hora de los entusiasmos generales; no después. «Mis versos -escribió a los 22 años- ni se pagan ni se dicen. / Nadie los conoce. / Poco importa. / No me dejan un pan sobre la mesa. / ¿Y eso qué vale?» Los escribía para buscar su equilibrio emocional por desahogo: como quien llora, maldice, clama al cielo o se trinca una botella. En la lucha por hallar la palabra justa, el ritmo adecuado, la emoción, encontraba su respiro temporal. Hecho lo cual, cogía el folio correspondiente y lo añadía al montón, sin más historias. «Me gustaría muchísimo ser un buen escritor -leo en una carta que tal vez olvidó enviar-, pero soy demasiado abandonado.»

Lo suyo fue vivir. Y sembrar su vida de inquietud, ganas, desasosiego. Nacido el 27 de julio de 1940 en San Sebastián, tercer hijo de un gestor administrativo y una maestra, estudió con los jesuitas y terminó el Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media local. Su padre quería que fuera militar y («él mandaba entonces más sobre mí que yo») hubo de acudir por un tiempo a la Academia Militar de Zaragoza. Entretanto, pensaba en el periodismo. Como miembro de un grupo de teatro aficionado, representó lo que entonces se representaba, y hasta ganó un premio de interpretación. Luego marchó al servicio militar y se hizo radiotelegrafista. Y, a partir de ahí, la vorágine: vendedor de toalleros de bar, propagandista ambulante de una conocida marca de sopas, militante comunista por un tiempo, programador de ordenadores, jefe de ventas de una industria farmacéutica, gestor administrativo, crítico de teatro, agente de seguros, recogedor de papel viejo a domicilio, subdirector de un centro cultural municipal... Cito las ocupaciones en desorden y sin ánimo exhaustivo: es una muestra de su estilo. Se ocupaba de vivir, se ilusionaba, marchaba. Y siempre con la literatura -él la escribía con minúscula- como telón de fondo. A los 26 años se casó: su compañera Encarna, y su único hijo, Iván, estuvieron a su lado hasta el último día.

Lo apalabramos el mismo día en que, familiares y amigos de San Sebastián, lanzamos sus cenizas al Cantábrico, junto al Peine de los Vientos: publicar sus poemas, hacer una Fundación que lleve su nombre, instituir un premio de poesía -al menos de poesía- que sirva de mínima ayuda a aquellos a quienes nadie ayuda. La «Fundación Carlos Ortiz» está en gestación, el premio ya ha sido convocado (y fallado) y aquí damos cuenta de la tercera parte de la promesa.

Como él mismo relata en un poema, Carlos Ortiz era un corrector impenitente. Daba vueltas y más vueltas a cada escrito. Y guardaba las diversas versiones, a menudo simples borradores. Esto no ha hecho fácil la labor de selección. Tampoco tenía por costumbre fecharlos, y los hay de fecha imposible, puesto que fueron recibiendo diversos tratamientos a lo largo del tiempo. En este libro están incluidos aquellos poemas que él dio aparentemente por concluidos. No todos, ni mucho menos: sí aquellos que, a juicio de quien esto firma, pueden servir de símbolo del conjunto de la obra y proporcionar un retrato, literario y humano, de su autor. He dividido el libro en tres partes, con un criterio cronológico. En la primera se agrupan poemas de juventud, quedando la segunda y tercera para los de madurez.

«En suma, no tengo para expresar mi vida sino mi muerte», escribió César Vallejo, uno de los poetas a los que Carlos Ortiz guardó una devoción inalterable. Él también hubiera suscrito el verso de Vallejo. La muerte, el silencio, la opresión, aparecen como constantes de una obra que, en realidad, es simple queja de amor a la vida. No seré yo quien cante aquí las excelencias de la obra de mi hermano. La pasión -lo digo con orgullo- tal vez me ciega. Quisiera creer que él aprobaría esta selección de poemas. Pero me gustaría todavía más que tú, lector o lectora, encontraras en estos versos la razón de esa pasión.

Javier Ortiz, introducción al poemario «La destrucción o el silencio». Mayo de 1985 (fecha aproximada). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de enero de 2021.

«La destrucción o el silencio», Carlos Ortiz (Bobi)

Escribir. Escribir

Escribir. Escribir

para ver

si nos movemos.

Esto es difícil, pero posible;

es duro, aunque efectivo;

molesto, pero sí humano.

Poner las letras sin concierto.

Poner la «a» patas arriba,

hacer la «n» con la «u» puesta al revés

(horizontalmente es la «c»

a la hora de ver lo que se quiere).

 

Escribir. Escribir

para ciegos:

eso hacemos.

Escribir para cegar

de tanta confusión

puesta al derecho.

Porque hablar en castellano

seco y claro

es jugarse a cara o cruz

los días y los años

y el andar libremente de las manos.

 

Escribir. Escribir

de lo que vemos

sin decir lo que se dice.

Esto ocurre, hablando en lo que hablamos.

 

Solo queda escribir la «o» en todo lado,

que igual resulta cambiarla de postura

o darle la vuelta de costado.

Carlos Ortiz Estévez (Bobi), sin fecha. Está en la primera parte de las tres que cita Javier.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2021/01/30 08:45:00 GMT+1
Etiquetas: jor poesía literatura familia carlos_ortiz_bobi | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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