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1992/12/31 20:00:00 GMT+1

La desarticulación de los movimientos sociales

Escribí este texto para "El Mundo" en 1992. Han pasado ocho años y, prescindiendo de algunas referencias coyunturales, me sigue pareciendo plenamente válido. El único movimiento social que por entonces no tuve en consideración -porque apenas existía- es el de solidaridad con los inmigrantes clandestinos.

Cuando accedió al gobierno hace una década, el PSOE declaró que, en conformidad con las resoluciones de sus congresos y con las promesas de su programa electoral, tenía la firme intención de impulsar el desarrollo de los llamados «movimientos sociales».

Las iniciativas de tipo asociativo y reivindicativo a las que se aludía cuando se hablaba de «movimientos sociales» eran a la sazón, particularmente, el movimiento pacifista, el feminista, el ecologista, el vecinal y el juvenil, aunque también existieran otros de menor amplitud o de localización geográfica concreta (movimientos de solidaridad internacional, de apoyo a la normalización lingüística en las comunidades con lengua propia, etc.).

Diez años después, el panorama que ofrecen los movimientos sociales en España es, hechas las cuentas, francamente desolador. Siguen existiendo agrupaciones que persiguen esas finalidades y otras de más reciente aparición, pero sus núcleos organizados son extraordinariamente reducidos y su eco en la vida política y social, casi imperceptible.

¿En qué medida es responsable el «felipismo», el Poder socialista -partido y gobierno- del proceso de desarticulación que han sufrido esos movimientos?

Conviene no simplificar el problema.

La tradición asociativa en nuestra sociedad ha sido siempre escasa, con la parcial excepción del País Vasco. Hace diez años, e incluso en los momentos de intensa efervescencia política que se vivieron tras la muerte de Franco, la militancia real -tanto en partidos políticos y sindicatos como en movimientos sociales- era mínima. De hecho, si partidos, sindicatos y otras asociaciones lograron abultar sus listas de afiliados fue porque renunciaron a exigir de ellos una militancia efectiva (asistencia a reuniones asiduas, pago de cuotas elevadas, venta de las publicaciones, etc.) y se conformaron con formas de vinculación muy laxas. Los estudios sociológicos realizados a lo largo de los últimos quince años revelan que el interés asociativo en España, limitado como era, ha ido decayendo, paulatina pero firmemente, en un proceso que no es exclusivamente español, sino que abarca, bajo diferentes formas, al conjunto de los países de nuestro entorno. En España, el auge del apoliticismo entre los menores de treinta años, y muy en especial entre los estudiantes, ha sido singularmente intenso, y alcanza en la actualidad niveles arrolladores, según ha confirmado un reciente estudio del CIRES (La realidad social en España, 1990-1991, páginas 595 y ss).

Esto, que afecta al asociacionismo en general, resulta de particular aplicación a los movimientos sociales, por cuanto éstos han tenido siempre, por naturaleza, un carácter mucho más inestable que los partidos políticos o los sindicatos, y su desarrollo ha sido deudor, invariablemente, de hechos o sucesos de la actualidad inmediata. Así, el movimiento pacifista logró un poder de atracción y de movilización social muy considerable con motivo del ingreso en la OTAN y el posterior referéndum, pero se fue debilitando a marchas forzadas en los años siguientes. El desencadenamiento de la guerra del Golfo le permitió volver a levantar cabeza pero, acabada ésta, entró en un nuevo letargo. También el movimiento feminista consiguió un auge cierto, gracias sobre todo a las movilizaciones a favor del aborto libre y a raíz de los juicios por aborto, pero luego ha tendido a difuminarse. Otro tanto cabe decir de los movimientos de objetores e insumisos, o del movimiento ecologista. En todos los casos nos encontramos con núcleos organizados que han sido siempre -que ya eran en 1982- extremadamente reducidos, cuya ampliación y capacidad de atracción ha dependido del concurso de determinadas circunstancias (políticas, sucesos trascendentes) que han interesado a amplios sectores de la población.

¿Por qué hoy los movimientos sociales viven una lánguida y átona existencia? Por dos razones fundamentales, que en último término se funden en una: porque cada vez tienen menos integrantes, y porque la sociedad española es cada vez menos capaz de interesarse -y de movilizarse- por los grandes sucesos y problemas cruciales de la realidad política y social.

El PSOE ha fomentado decisivamente ambos factores.

El PSOE ha hecho lo posible por anular la capacidad política radical, «desestabilizadora», de los movimientos sociales. Lo ha hecho desde fuera, creando un vacío a su alrededor, dificultando sus posibilidades de conectar con el conjunto de la población y deformando su imagen a través de los medios de comunicación que le son fieles. Y lo ha hecho, en todo lo que ha podido, también desde dentro, interviniendo en los movimientos -incluso en los que le parecían hostiles por naturaleza: recuérdese que el Programa 2000 aún se planteaba cómo «recuperar» el pacifismo para su causa- con el objetivo de evitar que se enfrentaran al poder político establecido y para lograr que se limitaran a luchar por reivindicaciones o bien inofensivamente utópicas o bien inofensivamente posibilistas.

Con este fin, a lo largo de los últimos diez años, el PSOE se ha servido de la acción de sus militantes, de los cantos de sirena del Poder («Cuando quiero tapar la boca a un tipo realmente molesto -me dijo hace años un alto cargo socialista-, lo nombro para un cargo y le pongo un despacho») y, sobre todo, de la más eficaz de sus armas: el dinero.

Se ha hablado mucho de las subvenciones concedidas por los socialistas a las organizaciones juveniles que le son afines. Lo que mucha gente no sabe es que el PSOE no sólo financia asociaciones dóciles. También subvenciona algunas inicialmente críticas. Y no sólo juveniles: también feministas, ecologistas culturales... Consigue que la financiación oficial se convierta en esencial para la subsistencia de la organización y deja que el dinero haga sus efectos: pasado el tiempo, es poco probable que sus responsables tengan deseos de enfrentarse radicalmente con quienes aseguran el sostenimiento del tinglado.

Más importante, y también más sutil, es el trabajo de «desarme moral» que el PSOE ha realizado a escala de toda la sociedad. Porque bueno es tapar la boca del que quiere protestar, sin duda, pero más importante es conseguir que el conjunto de la sociedad sea insensible a las protestas.

Reconozcamos que el Poder socialista no ha tenido que inventarse nada para ello. La degeneración de la sociabilidad es uno de los males que caracterizan el momento por el que atraviesan las sociedades occidentales. «La modernización de Occidente», ha escrito muy acertadamente Eugenio del Río, «ha conllevado la destrucción de los vínculos asociativos tradicionales. A la vez, se ha mostrado incapaz de tejer nuevas redes asociativas duraderas y de enriquecer la vida social. La sociedad moderna es un universo atomizador, de seres relativamente aislados. Pero, a la vez, ha traído consigo un empobrecimiento de la individualidad: (...) acentúa la uniformización en el plano de los valores, del estilo de vida, del empleo del tiempo, de la información recibida." (¿Crisis de la izquierda?, en Éxodo, núm. 12, enero-febrero 1992.)

El PSOE se ha montado en la ola, ha contribuido a agrandarla y se ha beneficiado de ella. Hoy siguen produciéndose acontecimientos como los que en un pasado aún reciente provocaban reacciones colectivas de repulsa o solidaridad y favorecían la articulación de tal o cual movimiento social de apoyo o de repulsa. La violencia racista, el Tratado de Maastricht, el hambre en África o las guerras que desgarran el Este europeo son hechos de muy diferentes órdenes, pero equivalentes en esa dimensión. Hoy no consiguen la menor movilización ciudadana y deambulan entre nosotros como fantasmas.

El «felipismo» no tiene toda la culpa de que eso sea así, desde luego. Pero reconozcámosle que ha hecho lo posible por conseguirlo.

Javier Ortiz. El Mundo (1992). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de enero de 2018.

© Javier Ortiz. Está prohibida la reproducción de estos textos sin autorización expresa del autor.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1992/12/31 20:00:00 GMT+1
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