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1993/09/11 07:00:00 GMT+2

El regalo del preso

Conocí la cárcel de Girona en 1973, o sea, hace ahora veinte años. Vista desde el exterior, parecía un lindo chaletito, apañado y coqueto. Hasta tenía tiestos con flores en las ventanas. Por dentro su aspecto empeoraba notablemente. Situada muy cerca del río Ter, la humedad en los patios y las celdas era terrible. Esa humedad, pegajosa en verano, se combinaba en invierno con un frío espantoso. Como no había ninguna calefacción, los presos corrían el constante peligro de transformarse en carámbanos. Aunque eso era lo de menos. Lo más desagradable era el hacinamiento. Había muy pocas celdas individuales. Unas ocho, creo recordar, sin contar las de castigo. La gran mayoría de los reclusos dormía en un pabellón colectivo. Juntos en el patio, en el comedor y a la hora del sueño, carentes por entero de intimidad, día tras día, mes tras mes, año tras año, muchos en un recinto previsto para pocos. Añádase a ese retablo una comida funesta y un plantel de funcionarios zafios, comandados por un director cuya afición principal era censurar libros, diarios y revistas. En fin, que la cárcel de Girona no ofrecía en 1973 a sus inquilinos un género de vida que cupiera tomar en rigor por plenamente placentero.

Mis actividades antifranquistas y mi mala cabeza, a partes iguales, me llevaron por entonces hasta aquel tugurio, y les aseguro que, de no haber sido por la notable y muy coordinada insistencia que mostraron los miembros de la Brigada Político-Social y del Tribunal de Orden Público, no me habría quedado allí ni dos días. Pero se pusieron de lo más pesados, y tuve que pasar varios meses en aquel alojamiento.

Bueno, pues quién lo iba a decir: fue gracias a aquellas vacaciones pagadas como recibí uno de los regalos más preciosos que me hayan hecho en la vida. Quien tuvo el encargo de transmitírmelo fue el único preso político que había en la cárcel de Girona hasta que este servidor de ustedes se le unió. Con una paciencia casi infinita, aquel muchacho -un sindicalista de Salt, encarcelado por haber pretendido organizar una huelga en la fábrica en la que trabajaba- emprendió la tarea de enseñarme, gramática y Tirant lo Blanc en mano, la lengua de sus ancestros, que él adoraba. Hizo lo que pudo. Lo principal, enseñarme a amarla, a captar sus acentos, su música. Me abrió así de par en par las puertas a todo un mundo del que desde entonces no he dejado de gozar. Sin él, no habría compartido el alma de Martí i Poi, Salvat-Papasseit, Segarra, Espriú y tantos otros. Sin él, muchas de mis canciones favoritas se me habrían quedado sin letra. Sin él, todo un pueblo magnífico habría seguido siendo para mí un misterio total.

Hoy es Onze de Setembre. Un día perfecto para rendir tributo al regalo que hace veinte años me hizo Cataluña: su lengua. Moltes gràcies, companys, companyes.

Javier Ortiz. El Mundo (11 de septiembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de septiembre de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1993/09/11 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1993 el_mundo cataluña girona transición antología lengua cárcel | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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