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1993/09/18 07:00:00 GMT+2

El perro en el agua

Hay un espléndido cuento de Lu Xun, el más célebre de los novelistas chinos de este siglo, que relata lo que ocurrió cuando un perro rabioso entró en un apacible pueblecito. Ya saben ustedes que los chinos no tienen mucha simpatía por los perros. Por los rabiosos -es comprensible- todavía menos. Así que, en cuanto el perro fue avistado y corrió la mala nueva por la aldea, enseguida se movilizó un grupo de hombres que, armados con estacas, salió a por él. Consiguieron acorralarlo y, a estacazo limpio, lo tiraron al agua. Algunos se aprestaron a bajar al río para rematarlo a golpes.

«No seáis crueles; dejad que muera en paz», arguyó un joven.

Diéronle razón, volvieron grupas y se fueron para casa. Pero he aquí que el perro, magullado y todo, consiguió nadar hasta la orilla y, rabioso por partida doble -a causa de la enfermedad y de los palos recibidos-, regresó al pueblo y se forró a dar dentelladas mortales a cuantos se le pusieron por delante.

Lu Xun concluía su relato, si la memoria no me falla -cosa harto probable-, con una contundente y lacónica moraleja: «Hay que matar al perro en el agua».

Como entre el odio y el amor, entre la crueldad y la imprudencia no hay a menudo sino una fina línea. Es bueno no ir por la vida declarándose en guerra contra todo el mundo. Me parece norma muy sensata la de no considerar enemigos más que a los inevitables: a quienes den prueba de una total e irresistible voluntad de guerrear contra nosotros.

Hay que odiar las guerras. Pero hay que odiarlas, entre otras muy sólidas razones, porque con las guerras no se juega.

Y es que, cuando se declara la guerra, ya no hay más remedio que atenerse a las crueles normas que marcó Clausewitz, la principal de las cuales no es la que más suele recordarse -ésa que habla de la continuación de la política por otros medios- sino aquélla que sostiene, con candor un tanto escalofriante, que «la finalidad de la guerra es el aniquilamiento de la fuerza viva del enemigo». Eso es lo peor de las guerras: que, una vez que se inician, ya no cabe quedarse a medias, y hay que poner todo el empeño en acabar con el enemigo, en destruirlo sin piedad alguna. No es suficiente con que a uno le parezca que está ya ahogándose y que se muere solo. Porque a veces consigue recuperar el aliento, y vuelve a la orilla, y muerde, y es él quien nos mata.

Me ha venido a la memoria el cuento de Lu Xun al oír la oferta que dicen que presentaron ayer a Guerra los del llamado «clan de Las Navas». En plan perdonavidas, se apiadan del perro en el agua.

Pero puede que en este caso no corran ningún riesgo. Porque Guerra ha demostrado no valer para chien enragé. Su boca está hecha para la pura palabrería. No sabe morder con verdadera rabia. Y es una pena. Porque estaría muy bien que alguien hincara el diente a esos fatuos renovadores.

Javier Ortiz. El Mundo (18 de septiembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de septiembre de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1993/09/18 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1993 lu_xun el_mundo felipismo literatura psoe china alfonso_guerra | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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