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2001/06/09 07:00:00 GMT+2

El no culpable y las víctimas

La fórmula de absolución que utilizan los jurados de los tribunales norteamericanos es precisa: «No culpable», dicen.

No pretenden que el reo sea inocente. No entran en eso. Ni nadie les pide que lo hagan. Responden a la pregunta que les formula el juez: «¿Considera el jurado que el acusado es culpable o no culpable de los cargos que se le imputan?».

Las pruebas presentadas por el fiscal de Florida contra Joaquín José Martínez eran muy insuficientes. A partir de ellas, resultaba imposible deducir su culpabilidad más allá de toda duda razonable. O, dicho al revés: lo razonable era dudar. In dubio, pro reo.

El fiscal de Tampa ha sido víctima de sus propias malas artes. Creyó estar ante otro caso de hispano-que-qué-más-da, de los muchos que se juzgan diariamente en los Estados Unidos y a los que se condena en tres patadas porque son, como en la canción de Kris Kristofferson, «alguien que nadie conoce, / alguien al que nadie escucha, / alguien que grita en soledad / en una ciudad en la que a nadie le importa». Y eso es lo que fue inicialmente el caso contra J. J. Martínez, y por eso no costó nada fabricar unas cuantas pruebas contra él, y por eso fue posible obtener sin mayor problema un veredicto de culpabilidad y la sentencia de muerte correspondiente. ¿Para qué iba la Fiscalía a tejer una acusación bien trabajada, si podía arreglárselas con cualquier cosa?

Pero luego el caso cambió, y los padres de Martínez consiguieron dinero, y las autoridades españolas metieron baza, y el fiscal se encontró con un juicio en serio, un juicio para el que no estaba preparado, en el que sus remedos de prueba se fueron desmoronando uno tras otro.

«Ha sido declarado inocente», pretenden -muy lógicamente- sus padres. Pero no es eso. Lo que ha probado la causa del estado de Florida contra Joaquín José Martínez es que en los Estados Unidos hay dos clases de procedimientos penales: uno para parias; el otro, para la gente de posibles. En el primero rige la chapuza, los interrogatorios con malos tratos, las confesiones arrancadas a bofetones, los testigos aleccionados, sobornados o chantajeados, los jurados con prisa por acabar con ese engorro y volver a casa, los jueces bostezantes... Los segundos son otra cosa. La contraria, incluso.

Si un caso preparado para desenvolverse en la primera de esas categorías es trasladado a la segunda, se hunde. Lo impresentable no admite la presencia de luz y taquígrafos.

Eso es lo que ha salvado a Joaquín José Martínez. Y yo me alegro, por él. Pero lo siento por los familiares de quienes fueron asesinados. Porque, aunque esas víctimas a nadie importen en España, alguien las mató. Y está libre.

Javier Ortiz. El Mundo (9 de junio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de mayo de 2013.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/06/09 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: justicia el_mundo usa florida kristofferson 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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