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2004/06/05 07:00:00 GMT+2

El maldito tabaco

Se supone que estoy en una posición privilegiada para entrar en la polémica sobre el consumo público del tabaco, porque he experimentado en mí mismo las razones de ambos bandos.

Empecé a fumar siendo adolescente y seguí haciéndolo con indiscutible contumacia hasta hace un par de años. Como saben quienes me conocen de antiguo, de mi afán fumador podía decirse lo mismo que del arrojo de Augusto César Sandino: cabía igualarlo, pero no superarlo.

En aquel tiempo, cada vez que alguien planteaba la posibilidad de prohibir que se fumara en algún sitio, yo anunciaba que allá él; que si no me dejaban fumar, no iba, y todos tan contentos.

Hace dos años decidí dejarlo. No por prescripción médica, sino porque me harté de echar el bofe en cuanto subía cuatro tramos de escalera.

Curiosamente, no me costó ningún esfuerzo. Sé que la nicotina es de las drogas más adictivas que hay, pero mi experiencia no lo corrobora. Al contrario. Me convertí en no fumador de un día para otro sin mayor problema y no he vuelto a tener ni la más mínima gana de fumar.

Ahora bien: si hiciera un balance de lo que he ganado y lo que he perdido con ello, lo mismo volvía al vicio.

En el haber de mi renuncia anoto lo de la prevención del cáncer y todo eso. Claro. Pero es un beneficio intangible. A cambio, los inconvenientes que me ha acarreado son palpables.

Para empezar, he engordado. O, para ser más preciso: no paro de engordar. Maldita la gracia. Ahora sigo echando el bofe cuando subo escaleras, pero por culpa de los kilos.

Y eso no es lo peor. Más fastidioso es que he recuperado un conjunto de sensibilidades cuya función principal es amargarme la vida. «¿No notas ahora mucho mejor los olores?», me preguntan algunos, como felicitándome. ¡Claro que los noto! Y el 90% son repugnantes.

Mis vías respiratorias han recuperado la frescura de la infancia. Lo cual quiere decir que los humos me hacen polvo. Los humos y el resto. Estoy muy mal protegido frente a las infinitas porquerías del aire.

Pero lo peor de todo es que me he convertido en un antipático total. Mi vida es una interminable sucesión de enfados. No soporto el humo del tabaco. Si paso un cierto tiempo en un lugar en el que se fuma, se me queda una carraspera insoportable, y al día siguiente me levanto con dolor de cabeza. Y, como sé que es eso lo que me va a ocurrir, estoy todo el rato poniendo una cara horrible a quienes fuman.

De la misma manera que antes amenazaba con irme de donde se prohibiera fumar, ahora amenazo con no ir a los sitios en donde se permite fumar. La diferencia es que lo de antes lo decía medio en broma y lo de ahora lo mascullo muy en serio.

No me incomoda cabrearme. Estoy muy acostumbrado: me dedico al análisis político. Lo que me pone peor cuerpo es pasar el día cabreándome con gente que es exactamente como yo hace un par de años.

Javier Ortiz. El Mundo (5 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de abril de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/05 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: jor preantología tabaco 2004 el_mundo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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