Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

1997/10/05 07:00:00 GMT+2

El escaparate

Detesto las bodas. Y si son masivas, doblemente. Prefiero los funerales. Por lo menos, cuando en un funeral te dicen que la cosa es para siempre, sabes que no te engañan.

Pero es evidente que a muchos las bodas les pirrian. Y si incluyen grandes dosis de boato, prosopia y campanillas, pues más todavía.

Dicen que ayer en Barcelona no se concentró tanto gentío como el que se aglomeró en Sevilla cuando se casó la Infanta Elena. Es posible. Pero había en todo caso decenas, cientos de miles de personas.

¿A qué van? ¿Qué sentido le encuentran a levantarse un sábado de buena mañana, meterse en el bus o en el metro, plantarse en la acera de una avenida a vista de geo, aguantar el decurso de las horas bajo un sol de fuego a la espera de que pase un gran Rolls-Royce, agitar una banderita azul cuando finalmente pasa, aplaudir, gritar «¡guapa!» a la señorita que va dentro con su padre, volver a aplaudir, recoger los bártulos... y otra vez al bus o al metro, y para casa?

La pregunta no es retórica: doy por supuesto que, si lo hacen, es porque para ellos tiene sentido. Tanta gente no actúa del mismo modo porque sí.

El corresponsal de una televisión extranjera creyó tener ayer la explicación. Dijo que el suceso poseía el atractivo de un cuento de hadas: la princesa y el plebeyo, etcétera. Ingenioso, pero falso. Si la Infanta Cristina hubiera desposado a un príncipe, la cantidad de público no habría sido menor, ni mucho menos.

Escucho interpretaciones más complejas, que apelan a las lacras propias de nuestro tiempo. Según tales decires, la gente acudiría en masa a los espectáculos de este género para romper con su soledad, para sentirse integrada en un afán colectivo.

Me vale, pero sólo en parte: hace un siglo, las bodas reales también congregaban ingentes masas. Y Antonioni ni siquiera había nacido.

Tiene que haber más.

Me imagino que también actúan movidas por el deseo de participar en un suceso histórico, así sea como figurantes. Para decir el día de mañana: «Yo estaba allí». Y, sobre todo, que se sienten arrastradas por el impulso irrefrenable que lleva al niño a aplastar la nariz contra el escaparate de la pastelería: para ver cómo es lo inalcanzable.

Javier Ortiz. El Mundo (5 de octubre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de octubre de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/10/05 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: el_mundo 1997 funeral elena_de_borbón cristina_de_borbón borbones boda monarquía | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)