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2002/06/15 06:00:00 GMT+2

Donde no hay encanto, no hay desencanto

Recuerdo como entre brumas el 15 de junio de 1977.

Supongo que, de haber estado censado, habría acudido a votar a la CUP (Candidatura de Unidad Popular: una agrupación de electores formada por varias organizaciones que todavía no habían sido legalizadas). La CUP hizo una campaña bastante digna. Algunos de sus mítines congregaron a decenas de miles de personas.

Me viene a la memoria un mitin de la CUP en el que cantaron Zeca Afonso y Luis Pastor. Fue emocionante.

De todos modos, yo no podía votar, porque vivía en una situación de semilegalidad. No pedía ningún papel oficial para que no acabara descubriéndose que me había escaqueado de la mili con todo el morro. Así que me abstuve, inaugurando con ello una costumbre que no rompería hasta el referéndum de la OTAN.

Javier Gómez Navarro, una de las personas que más me ayudó cuando me instalé en Madrid a mi regreso de Francia -él era por entonces gerente de Cuadernos para el Diálogo-, nos había invitado a Mertxe, mi segunda mujer, y a mí, a que fuéramos a su casa para seguir por televisión con un grupo de amigos los resultados del recuento de los votos.

Fuimos. No me acuerdo de todos los presentes. Sé que estaba la periodista Ana Puértolas, amiga mía desde 1965; el propio Gómez Navarro, que con el tiempo sería ministro de Felipe González -sigo guardándole aprecio, pese a todo-; Javier Solana, al que conocía de la Platajunta, donde no puede decirse que hiciéramos muy buenas migas; Pedro Altares, a la sazón director de Cuadernos para el Diálogo... Estaba también un joven diplomático cuyo nombre he olvidado, y bien que lo lamento, porque era encantador. Y más gente, pero no sabría decir ni cuánta ni quién.

TVE empezó a dar noticias del escrutinio. Con excepción de Ana Puértolas, Mertxe y yo, todos los presentes eran del PSOE. A medida que fue haciéndose patente que la UCD iba a vencer, el cabreo de nuestros contertulios fue en aumento. «¡Ha habido pucherazo!», decía el uno. «¡Tongo!», corroboraba el otro.

Mi pasión por el asunto era perfectamente descriptible, sobre todo teniendo en cuenta que el sistema de recuento era en 1977 muy rudimentario y apenas podía saberse nada sobre los resultados de las candidaturas de peso menor.

Fui abstrayéndome cada vez más.

Al cabo de un rato, opté por cotillear los discos de Gómez Navarro. Topé con dos LPs de una bella joven norteamericana de la que nunca había oído hablar. Me coloqué unos auriculares y me puse a escucharlos. Me parecieron fantásticos.

Recostado en un sofá, aislado de la escena, oyendo cantar a aquella moza, veía a los demás gesticular, poner caras de enfado, reír sin ganas... Veía también las imágenes de la tele. Iban saliendo periodistas, políticos, embajadores extranjeros... La escena me resultaba extraña. Extraña por ajena.

Pasado un rato, cerré los ojos y me hundí en la dulzura de aquella voz. Era Emmylou Harris.

No os lo toméis como frivolidad, pero la verdad es que el recuerdo más preciado que guardo de aquel 15-J, del que hoy se cumple un cuarto de siglo, es que fue el día en que supe de la existencia de Emmylou Harris.

Ahora cuento con su obra completa. Pasados los años, incluso tuve la oportunidad de conocerla y de hablar con ella durante un buen rato en Barcelona. Me pareció encantadora. Sencilla, reflexiva, inteligente. No me defraudó en absoluto.

Tampoco las elecciones me defraudaron. Ni lo que sucedió a continuación.

Cuando, años después, algunos empezaron a filosofar sobre «el desencanto», me hizo gracia. ¿Por qué echaban la culpa a otros?

Sólo puede desencantarse quien ha estado encantado. Nunca fue mi problema.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (15 de junio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de abril de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2002/06/15 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: jor 1977 diario emmylou_harris gómez_navarro 2002 psoe transición antología elecciones solana | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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