Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

1997/01/13 07:00:00 GMT+1

Del profesor Quintana como coartada

Con el advenimiento del nuevo año, España ha hecho un descubrimiento de importancia capital: existe un profesor universitario que es carca y ha escrito un libro carca.

Un suceso de tamaña envergadura no podía pasar desapercibido. Era urgente divulgarlo a los cuatro vientos. Se corría el riesgo de que la opinión publicada, entretenida en fruslerías tales como el destino de la comunicación audiovisual en nuestro país o la depuración de responsabilidades penales por la corrupción del Poder y el crimen de Estado, tratara con desdén el espantoso caso del profesor Quintana. Había que impedirlo. A tan salutífera como imperiosa emergencia se han dedicado durante una semana buena parte de nuestros más conspicuos comentaristas y editorialistas. Dios los bendiga.

Podría objetarse que catedráticos carcas los hay a mansalva y que, si bien la natural inclinación a la indolencia de los de su género explica que no todos hayan escrito un libro, tampoco esta circunstancia puede tomarse por rareza. Pero tal observación sólo tiene sentido dentro de las crueles normas del viejo periodismo, conforme a las cuales, según suele decirse, no es noticia que un perro muerda a una niña. De acuerdo con los criterios del nuevo periodismo, de corte mucho más humanista, cada mordisco de cada perro a cada niña -o niño-, lo mismo que cada libro u opúsculo carca de cada catedrático carca, merece ser reseñado. Aunque ello obligue a revisar algunos historiales académicos tenidos por ilustres, como el del primer catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Madrid, Juan Antonio Vallejo Nágera, quien describió al rojo español como «judío morisco, mezcla de sangre que le distingue del marxista extranjero, semita puro», sin que la hoy vigilante Prensa le condenara por ello al ostracismo, como ha hecho con el profesor Quintana.

Es cuestión de sensibilidades. Se ve que algunos no estamos a la altura de ésta, recién estrenada. A mí, sin ir más lejos, no me parece mal que los catedráticos carcas, y los carcas en general, escriban libros y los publiquen, si encuentran quien se los costee. Nuestra sociedad alberga un porcentaje nada desdeñable de reaccionarios, y mi concepto de la libertad no los deja fuera: defiendo su derecho a expresarse libremente. También defiendo mi derecho a ponerlos a caldo, sin duda. Pero no a silenciarlos.

«¡Es que el profesor Quintana da clases! ¡Envenena con sus ponzoñosas ideas a los alumnos!», se alega. ¿Y qué clase de alumnos tiene (o tenía) el tal Quintana? ¿Carecen de criterio propio? Mi memoria no es muy buena, pero me parece recordar que la gran mayoría de los profesores que sufrí no se caracterizaba por su progresismo vanguardista, precisamente. Muchos se esforzaron por inculcarme los llamados principios del Movimiento Nacional, con éxito más bien limitado. No creo que Quintana sea más reaccionario que ellos, ni que sus alumnos tengan mucha menos capacidad de discernimiento de la que teníamos nosotros. Pongan a partir de ahora a los aspirantes a catedráticos un examen de pensamiento políticamente correcto, si les parece imprescindible. Evitarán con ello que los universitarios sepan en qué consisten los idearios abiertamente reaccionarios, y qué argumentos esgrimen sus defensores. Con lo cual, lo único que conseguirán es que las convicciones democráticas de los estudiantes tengan bases más frágiles.

Por lo demás, de una cosa está claro que no es culpable el catedrático don Guillermo Quintana: de ser catedrático. Si ha llegado a ello, es que otros han considerado que reunía los méritos. Empréndanla contra ellos con igual saña, qué caramba.

Estamos asistiendo a un intento sistemático de oficializar en nuestro país el criterio -que tanto predicamento tuvo en la RFA hace unos años, con los resultados conocidos- según el cual no debe haber libertad para los enemigos de la libertad. Es Quintana, pero no es Quintana: es Quintana, y es Egin, y es la Mesa Nacional de HB, y son los descontrolados de Internet, y es todo aquel que se sitúa extramuros del sistema, o contra él. ¿Hay que dejarles hablar, o hay que forzarlos al silencio? ¿Cuántos profesores y catedráticos favorables a ETA dan clases en la Universidad del País Vasco? ¿Habrá que someterlos a un proceso de quintanización urgente?

Es -insisto- problema de sensibilidades. Algunos se asustan ante determinadas palabras, dichas o escritas. Y reclaman que no se digan, que nadie las defienda, que no se publiquen. Otros optamos por juzgar el grado de acierto de esas palabras. Pero no nos asustamos ante ellas. La razón se beneficia de la sinrazón: se forja y fortalece oponiéndose a ella. Nada hay más conveniente para el combate ideológico contra el racismo que permitir a los racistas que argumenten sus postulados. Es como mejor se aprecia su profunda inconsistencia. Porque las explicaciones del profesor Quintana, mucho más que por su racismo, o su sexismo, sorprenden por su bajura intelectual: que semejante mediocridad sea titular de una cátedra revela cómo está la Universidad española.

El mismo razonamiento cabe extenderse a todas las demás manifestaciones ideológicas que algunos tildan de intolerables. Por ejemplo: ¿qué clase de polémica sobre el terrorismo cabe tener si quienes lo defienden no pueden argumentarlo, porque se les prohíbe hablar? No seré yo quien polemice con un amordazado.

Los hay que se escandalizan y ponen el grito en el cielo porque un catedrático carca ha escrito un libro en el que defiende ideas carcas, y organizan un revuelo monumental con tal motivo... pero tratan con refinadísimo respeto a gentes que han hecho auténticas barbaridades. No toleran palabras infames, pero pasan en silencio sucesos abyectos, o incluso los justifican más o menos veladamente.

Y es que mostrarse estricto defensor de lo políticamente correcto en el terreno de las palabras confiere una pátina de progresismo muy conveniente para encubrir conductas escasamente edificantes. Hacer vudú con un pelanas, sacrificándolo en el ara de la aparente pulcritud del discurso, viene muy bien para disimular el silencio que se guarda ante los desafueros de mucho más peso y trascendencia.

Javier Ortiz. El Mundo (13 de enero de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de enero de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/01/13 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: libertad_de_expresión preantología ddhh el_mundo 1997 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)