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1998/01/31 07:00:00 GMT+1

Brel

Año de conmemoraciones, me temo que una vaya a pasar por aquí en silencio: Jacques Brel murió hace 20 años.

Es difícil escribir en España sobre Brel. Buena parte de nuestra ciudadanía no sabe quién fue, y la mayoría de quienes creen conocerlo se equivoca. Dicen: «Ah, sí, el autor de Ne me quitte pas. ¡Qué gran canción de amor!». Ne me quitte pas es el retrato de una humillación. Sólo puede tomarse como una canción de amor en la medida en que amar sea humillarse.

Preguntaron en cierta ocasión a Brel si la canción es un arte menor. Respondió: «No es ni mayor ni menor. No es un arte». Sostenía que algo que está tan constreñido por el tiempo -la dictadura de los tres minutos-, no permite una verdadera creación, ni literaria ni musical. Es falso, por supuesto. El hizo verdaderas joyas de tres minutos. Obras de teatro de tres minutos, como Madeleine, o como Jef, o como Mathilde, o como Zangra, que retrata toda una vida en 197 segundos. Brillantes ejercicios de estilo, como los versos de 18 sílabas de Les Vieux, cuya lentitud le sirvió para marcar la morosa decadencia de la vejez. Lienzos de brumoso pintor impresionista, como Le plat pays. Guiones de cine melancólico, como el estremecedor Orly.

Pero Brel era la insatisfacción misma. Como tantos otros grandes artistas, su obra, que a muchos nos admira y nos conmueve, a él le sabía a muy poco: quería más, más, más, y vivía en perpetua desazón, en ansia constante, en vilo.

Movidos por la pauta de otros cantautores, muchos creen que Brel pensaba como los personajes de sus canciones. Es tan disparatado como suponer que Shakespeare se identificaba con Hamlet, o con Otelo. Brel no era, ni mucho menos, el embobado sumiso con acento de Bruselas de Les bombons, ni el generoso enamorado de Mathilde. Siempre rodeado de mujeres, era un gran misógino: «Es verdad que no conozco a las mujeres; ni sus juegos, ni sus desplantes», escribió a su primera esposa poco antes de morir. Sólo tuvo una amiga: Juliette Greco, y él lo explicaba así: «Es un tío». Creía en la amistad entre los hombres y creía en la ternura que él mismo fue incapaz de dar realmente, salvo en sus canciones, porque también a la hora de la ternura le dominaba la ansiedad. Tampoco fue nunca el rojo que se le supuso. Le repugnaban los burgueses, pero sólo por aburridos, por mojigatos, por prudentes: «El mundo dormita por falta de imprudencia», cantó sobre la tumba de su viejo amigo Jojo en su último disco. Ahí sí fue sincero.

Enamorado de la palabra, visceral, egoísta, desesperado, orgulloso, impúdico, contradictorio, insaciable, irascible, genial, Brel sufrió su feroz condición de hombre más aún que el cáncer que lo asesinó a los 49 años. Ya para entonces había convertido en surcos de lava buena parte de su propio volcán interior.

Ahora, como en España ya casi nadie aprende francés, y como sufrir la vida se nos ha vuelto penuria silente y solitaria, imagino que Brel no pinta gran cosa entre nosotros.

Sí para mí.

Javier Ortiz. El Mundo (31 de enero de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de febrero de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/01/31 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: jacques_brel 1998 música el_mundo preantología | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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