Debido a la mala clasificación de la Real, han sido numerosos los rumores navideños sobre los fichajes que podían engrosar las filas blanquiazules. De todas formas, nadie había dicho nada del interés por un delantero argentino llamado Germán Herrera.
Dicen que tiene 23 años y que nació en una localidad llamada Granadero Baigorria. Ha pasado la última temporada jugando en el Gremio Portoalegre de Brasil. El vídeo que aparece ahí abajo es obra de un seguidor de este equipo brasileiro. En él, aparecen los nueve goles que Herrera ha marcado en el último campeonato.
Además, la Real ató ayer la cesión de Savio hasta final de temporada. Habrá que ver si conseguimos salvar los maltrechos muebles. Lo que está claro es que todo pasa por ganar hoy a Osasuna.
"La Fiscalía de la Audiencia Nacional ha presentado una querella
contra el autor de un artículo publicado los días 31 de octubre y 2 de
noviembre de 2006 en los diarios vascos Deia y Gara,
respectivamente, así como contra el autor o autores de la ilustración
publicada en el primero de dichos rotativos el 28 de octubre. Tanto el
texto del artículo como el montaje fotográfico son constitutivos de un
presunto delito de injurias graves al Rey. La querella se tramitará en
el Juzgado Central de Instrucción número 3, en este momento vacante y a
la que en las próximas semanas podría incorporarse el juez Fernando
Grande-Marlaska".
Volviendo a las cosas habituales de este blog,
quiero hablar hoy de "La Jungla Sonora".
Joseba Martin es el John Peel de la radio pública
vasca (en castellano). Tenemos una ventaja con los ingleses: que Joseba vive
todavía (espero que por muchos años). Y tenemos otra ventaja con respecto a los
veteranos que trabajan en las radios públicas españolas (dependientes del
Estado): que no lo han puesto camino de la jubilación (aunque me temo que
algunos de sus jefes lo pondrían a gustísimo de patitas en la calle).
La Jungla Sonora surgió
en 1989 como programa musical y, en este momento, es el más veterano de Radio
Euskadi. Continúa en pie a pesar de su desaparición del dial entre los años
1998 a 2000.
Estibaliz Sainz es la compañera
que hace codo con codo este programa: de lunes a viernes, de 15:00 a 16:00
horas; los sábados, monográficos a eso de la medianoche. Hay, además, dos
colaboradores fijos que son Eduardo Ranedo y Fernando
Gegúndez.
Joseba es conocido también por encargarse de las
críticas de conciertos en el diario Berria.
Quiero referirme a la reciente publicación del
disco "La Jungla Sonora Conciertos", una selección de 20
canciones de las más de 2000 grabadas en directo. Anualmente, el programa
graba una media de 50-60 conciertos y con ese ritmo han conseguido ya completar
un hermoso fondo.
Urtzi Urkizu le preguntó el otro
día a Joseba en Berria (enlace en euskara)
si tenía energía y ganas para continuar 17 años más:
"Sí. En casa tengo muchas recopilaciones y
hay un montón de discos interesantes por poner en la radio. Esto no
termina nunca. Intentamos cambiar y renovar algunas cosas todos los
años, con el fin de llevar al oyente la música más interesante".
Esperemos
que así sea. Y que nuestras orejas (somos hombres y mujeres oreja, que decían
en su época en el programa) lo escuchen con salud.
Post Scriptum: casi se me
olvida, pero tengo que escribir que es una pena que la gran Cristina
Ardanza, antigua colaboradora, se dedique ahora exclusivamente a
grabar los anuncios de esa emisora.
Publicado
originariamente en euskara el 3 de enero en la sección Loretopetik del diario Irutxuloko Hitza.
El domingo por la mañana me pasé cuatro horas en
el servicio de urgencias del Hospital Donostia. Mientras esperaba a que me
atendieran, tuve tiempo de leerme los dos periódicos que compré, así como el
dominical que acompañaba a uno de ellos.
Y se me pasó por la cabeza que debía repasar lo
escrito el viernes por la tarde para ser publicado en este periódico hoy. La
culpa la tenía el horror del sábado por la mañana en el aeropuerto de Barajas.
Me acordé que había mencionado el concierto que Ruper ofreció el 20 de diciembre en el
Centro Cultural Egia. Que, como siempre, el oñatiarra nos llevó elegantemente a
través del mapa de la memoria pergeñado por Joseba Sarrionandia.
Que el contrabajista Jon Piris, la escenografía y las luces de
Javi Ulla, así como el sonido de Angel Katarain
fueron los compañeros de viaje elegidos.
Que tenía escrito que este 2006 ha sido el año de
la memoria histórica y que el gobierno socialista ha hecho
esfuerzos por desinflarlo. Y reflejé lo tantas veces dicho por el médico
forense Francisco Etxeberria: que al abrir las tumbas, no se
abren también las heridas, sino que se cierran.
Tirando de este hilo, me referí a que el grupo
popero Bide Ertzean, de los hermanos
Ubeda, había puesto en candelero a sus familiares desaparecidos durante la
Guerra del 36 en el disco conceptual Non dira (¿Dónde
están?), desatando los nudos de algo que la familia callaba.
Que durante las vacaciones navideñas he leídoLos
girasoles ciegos del escritor Alberto Méndez, autor que murió
en el 2004 tras la publicación de su única obra. En la misma, hay varias
historias situadas en la Guerra Civil y los siguientes años, un homenaje a los
vencidos.
QueJosé Luis
Fernández, leonés de San Sebastián, me había regalado un ejemplar de Historias de un detective. Una obra
artesanal, escrita y encuadernada por él mismo. Ambos hemos conversado más de
una vez sobre el odio que la guerra
dejó en su tierra natal. Siempre terminamos igual: si aún están sin cerrar las
heridas de hace setenta años, cuántos sinsabores y años nos esperan todavía
para que se estreche la fosa que hoy nos separa en Euskal Herria.
Había escrito cosas de ese tipo para hoy. Pero el
sábado por la mañana la sangre se me heló y el domingo por la mañana decidí, en
el servicio de urgencias, que reescribiría este texto.
Por lo que decía Bernardo Atxaga:
"la vida es la vida, / y es lo más grande; / el que la quita / lo quita
todo".
"Porque desde este espacio de la palabra, quiero mostrar mi
frontal rechazo al atentado de ayer en Madrid. Mi rabia por la desaparición de
los dos trabajadores ecuatorianos. Los viajeros siempre encontramos cualquier
hueco para dormir un rato, por eso yo también estoy gritando desde los
escombros, de la misma manera que ayer grité con mi presencia silenciosa en la
rueda de prensa, mi apoyo a los jóvenes de Segi, legitimando su actividad
política como organización juvenil, denunciando la persecución a la que son
sometidos".
"Hoy más que nunca, y como siempre en nombre sólo de mí mismo, pido en voz alta
a ETA que restablezca la tregua permanente y a los gobiernos Español y Francés,
cesen en la represión, deroguen las leyes que ilegalizan las ideas y cambien la
política penitenciaria de exterminio, para encauzar de nuevo el proceso de paz
y la oportunidad brindada a la palabra, sobre los cimientos firmes del respeto,
comprometiéndome a trabajar en todas aquellas iniciativas ciudadanas dirigidas
a blindarlo, convirtiéndolo en irreversible, pues sólo la sociedad civil y el
movimiento popular hará posible que se respeten nuestras decisiones y nuestros
derechos".
Recuerdo muy bien cómo me enteré de
la ruptura de la anterior tregua, la de los años 1998-1999.
Guardo también en mi memoria cómo vi, en casa, a dos aviones estrellarse contra
las Torres Gemelas en Nueva York. O cómo supe del desastre del 11-M
en Madrid. La primera vez fue en el quiosco, mirando la portada de un
periódico, el último domingo de 1999. La segunda fue delante de la televisión,
mientras comía. La tercera noticia me la dio una compañera de trabajo.
Ayer, por su parte, fue en la cama, tratando de
quitarme de encima la dulce galbana de un sábado de vacaciones navideñas. Tenía
sintonizada Radio Euskadi. Cuando escuché la noticia de la ejecución de
Sadam Hussein, di una vuelta, incómodo. Cuando Javier Vizcaíno dijo
que una bomba había explotado en el aeropuerto de Barajas, me levanté como si
un resorte me hubiera impulsado.
Puedo escribir muchas preguntas aquí, pero las
resumiré en una: ¿a quién beneficia esta catástrofe?
A las pocas ganas que tenía, se le han juntado estos días algunos problemas
técnicos (en esta página y en mi ordenador casero). Solucionadas las excusas, voy a ver si vuelven las ganas de escribir. Se está tan bien haciendo otras
cosas…
Santi Eraso
Santi Eraso ha hecho público, finalmente, el rumor que corría por en los ambientes culturetas de la ciudad: ha
dejado la dirección de Arteleku. Para dar
la noticia ha elegido al Diario
Vasco y a Alberto
Moyano.
La razón esgrimida es la misma que utilizó hace algunos meses para salirse
del proyecto de Tabacalera: "He tenido una niña y he decidido cambiar de
vida. Seguiré yendo y viniendo, pero voy a tener el centro en Sevilla. Estaré más
volcado en la vida afectiva y personal, y menos en el trabajo».
No conozco personalmente a este hombre, pero ha hecho una buena labor al frente
de ese espacio. Espero que le vaya bien en Sevilla o donde sea. Suerte.
Mikel Irizar
Quien ha decidido recorrer el camino contrario es Mikel Irizar: ha sido nombradoresponsable de un nuevo departamento
en la Kutxa: Planificación Lingüística
y Comunicación Interna.
Y digo que recorre el camino contrario porque dice que tendrá que dejar
de lado la reducción horaria de la que disfrutaba y volverá a trabajar los lunes.
Mikel, apenas nos conocemos, pero te deseo toda la suerte del mundo en ese
nuevo reto.
Cincuentones recién estrenados ambos, parece que han elegido caminos diversos.
Amets Arzallus (AA): Al menos sí que buscaste ir a
Nicaragua. ¿A la búsqueda de qué?
Juan Sastre (JS): Fui a ayudar. Los sandinistas llegaron
al poder tras hacer la revolución y, en esos casos, muchas veces falta gente.
En Nicaragua los médicos éramos necesarios y, sobre todo, los médicos como yo,
formados en Cuba. Me fui para allá, a ayudar en la guerra que el Ejército
Sandinista llevaba contra las fuerzas imperialistas. Estuve en el norte del
país, en la frontera con Honduras, en un pequeño hospital de montaña. Era un
lugar muy salvaje, con zonas que no aparecían en los mapas y que era donde se hacía
la guerra. Cerca de allí se sucedían los atentados, las explosiones… Los grandes combates, sin embargo, se daban
una vez internados en el monte.
AA: Repasemos un poco la Historia. Cuando
tú llegaste, los sandinistas ya estaban en el poder y, por lo tanto, no
conociste directamente la revolución sandinista. Pero oirías historias de tus
compañeros sobre la guerra contra Somoza…
JS: Fue una lucha dura, con miles de muertos. El Frente Sandinista se formó en 1961, pero pasó
los diez primeros años semi-escondido en el monte, trabajando las bases. Se
llamaba Guerra Popular Prolongada. Además, había otros dos frentes
contrarios a Somoza: el sector proletario y los llamados terceristas,
que tomaron el camino de la insurrección. Aquí estaban el ahora presidente
Daniel Ortega y su hermano Humberto. La revolución la ganaron los
insurreccionales, no los que pasaron veinte años en el monte, pero hay que
tener en cuenta que el año previo a la caída de Somoza, gracias sobre todo a
Cuba, se unieron los tres sectores. Por tanto, con la revolución los tres
frentes salieron ganando y cuando se hizo la elección nacional, se nombraron
tres comandantes, uno por cada sector del Frente Sandinista.
AA: ¿Cómo estaba la guerra cuando tú
llegaste?
JS: Muy mal. Nuestro armamento era
soviético, pero éramos un ejército muy pobre. Los otros tenían mejores armas.
Tenían GPS y satélites, por lo que conocían al momento dónde estaban nuestras
tropas. Mientras tanto, nosotros casi descalzos. Además, fue entonces cuando
comenzaron a poner minas anti-persona contra el Ejército Sandinista y
eso, militarmente, nos supuso un golpe tremendo. Las minas son armas crueles,
puedes seguir recogiendo los frutos dos años después de su siembra.
Se probaron en la Guerra de Angola y son un arma muy efectiva. No hay tropa que
se atreva en una zona minada. Además, con las minas no matas personas, sino que
las hieres para siempre, te amputan una pierna y te condenan para siempre.
Tenía que amputar a chicos de diecisiete, dieciocho y diecinueve años. Y eso
era muy duro.
AA: ¿Venían muchos así?
JS: Había días en que los camiones
llegaban llenos de gente que había pisado alguna mina: niños, jóvenes, adultos.
Y es muy duro tener que amputar tantas piernas. De todas formas, menos mal que
pudimos utilizar helicópteros con este fin. Antes, hacían falta hasta diez días
para que los soldados heridos llegaran al hospital y, frecuentemente, llegaban
medio muertos, con gangrena. Finalmente, conseguimos convencer a los pilotos
para que evacuaran a los heridos en helicópteros y eso hizo que los pronósticos
mejoraran. Lo que antes eran días, se convirtieron en horas.
AA: ¿Los médicos tendríais días de poco
sueño?
JS: Sí, de poco dormir o, directamente, sin
dormir. Pero no vivíamos siempre con los ojos abiertos, a veces trabajábamos
algo de día o de noche, como se podía. Si los heridos llegaban de golpe, había
que trabajar hasta atender a todos, independientemente de las horas necesarias.
AA: Desde el punto de vista humano,
cuéntanos cómo vivía la guerra un joven
soldado sandinista, con toda su crudeza.
JS: Subían al monte con diecisiete años y
se veía el hambre en su cara. Tenían enfermedades, parásitos, andaban sin ropa,
medio descalzos, les salían hongos, estaban siempre mojados… También se veía
llorar a la gente.
AA: Y cuéntanos ahora la vida de un
soldado sandinista, pero con toda su belleza.
JS: En el frente se vivía un gran ambiente
de camaradería. Allí sale lo mejor y lo peor de cada persona. Sentimentalmente, se viven momentos muy cálidos, todos juntos y compartiendo
cada uno sus experiencias. Cuando el entorno es tan duro, se ve hasta lo más
profundo del ser humano.
La caída del sandinismo
AA: ¿Cómo se vino abajo la fuerza de los
sandinistas?
JS: No siempre podemos echar la culpa a
los demás, siempre son malos los demás, los imperialistas… Nosotros también
hemos cometido grandes errores, porque el vicio está en nuestro interior. Eso es
lo peor de todas las revoluciones, la corrupción interna, nuestra
mediocridad. Pero eso lo contará mejor Marilena.
Marilena Castillo (Marilena): Yo te
contaré lo que vivíamos en casa y en el barrio. La revolución me cogió muy
joven y nosotros, al principio, en el barrio, estábamos dispuestos a matar por
los sandinistas. Mis hermanos fueron voluntarios a los batallones. No pasaba
una semana sin enterrar algún chaval del barrio o sin que alguien regresara con
amputaciones de la guerra. Pero todo eso lo aceptábamos. Estábamos dispuestos incluso a aceptar la escasez que, debido al bloqueo, teníamos en el pueblo,
estábamos dispuestos a aguantar la pobreza. Pero no la corrupción. Y cuando
veíamos que nuestros dirigentes se estaban corrompiendo, la moral quedaba
gravemente dañada. Mucha gente que antes votaba al Frente Sandinista, votó al
UNO, pero no porque estuvieran a favor del UNO, sino porque querían castigar al
Frente. Quizás sean cosas simples, pero veíamos que los hijos de algunos
dirigentes se libraban de cumplir el servicio militar y que se quedaban en la
ciudad. Mientras, tu hermano, tu hijo, tu novio estaba en el frente y llegaban
las noticias: pasaban mucho frío, hambre, no tenían ropa, los pies llenos de
hongos… Mientras ellos, que las pasaban canutas en la montaña, veían también como su
comandante aparecía con un buen coche, con cervezas de importación en la mano, y
se quedaban de piedra: "Pero, ¿a favor de qué estoy luchando yo aquí? ¿Por
sus privilegios?".
AA: ¿El propio Daniel Ortega
también se corrompió?
JS: No tengo datos concretos, pero se
movía en un entorno podrido.
Marilena: Se salvaban unos pocos, porque
bastaba con ver los coches y la vida que llevaban los demás… La corrupción era
tanta que les superaba y se hacía visible. Y era desesperante ver los privilegios
de los que disfrutaban en un país donde los niños morían por carecer de suero.
Y eso mermó mucho las fuerzas de la gente. Los jóvenes comenzaron a no prestar
el servicio militar, comenzaron las deserciones…
AA: ...y finalmente perdieron las elecciones.
¿Intuiste que venía la derrota?
JS: Yo sí. Me sentía muy solo en ese
pesimismo, pero sí. Y me acuerdo del mismo día de las elecciones; estaba en
el hospital y la gente se fue muy segura a la cama, a eso de las diez,
convencida: "Sí, ganaremos, tranquilo". Yo, por si acaso, me quedé
escuchando la radio, esperando los primeros porcentajes, a ver qué decían, y
cuando se contó el seis por ciento aproximadamente, lo vi claro. Me fui a
avisar a la gente: "¡levantaos, esto no va bien!". Veía que así no
había modo de ganar.
AA: ¿Y merecía la pena ganar así?
JS: No. Además, dicen que en la madrugada,
viendo los resultados, los sandinistas pensaron incluso hacer un pucherazo. El
Frente Sandinista controlaba el Ministerio del Interior y, por lo tanto, tenía
medios para hacerlo, pero no, decidieron que no merecía la pena. Y
entonces, tras la derrota electoral, comenzó lo peor. Todos los dirigentes
sandinistas empezaron a vender sus bienes, coches, pisos… En los tres meses
posteriores al cambio de poder, la desbandada fue tremenda. Le llamaron La
Piñata. Más tarde, supimos que algunos, en México, Panamá, no sé dónde más,
tenían empresas privadas. Nuestro jefe, por ejemplo, Humberto Ortega,
el hermano de Daniel, era el jefe del Ejército y tenía gasolineras, empresas de
transporte, camiones… ¿Cómo se enriqueció tanto? Si había nacido en un barrio
pobre. La corrupción era enorme.
El danielismo
AA: ¿Y cómo es que ahora la gente ha
votado nuevamente a Daniel Ortega? Ha cambiado mucho él o la gente tiene muy
mala memoria…
Marilena: No sé. Pero aquí tampoco
entiendo muchas veces, ¿por qué la gente vota al PSOE? ¿Por qué vota al PNV? Me pregunto esto mucho y no lo puedo entender. Pues allí es
igual.
AA: ¿En qué situación se encuentra ahora
mismo Nicaragua?
Marilena: De pena. Es el país más pobre de
América después de Haití (gracias por la corrección, LT00). Escasez no, pero la pobreza es tremenda y hay
mucho contraste. Managua está llena de tiendas, hay ropas, mucho lujo, de todo.
Pero la última vez que estuve allí, lo vi todo en un semáforo: había un 4X4
de lujo, algo que he comenzado a ver ahora por aquí, y justo al lado, esperando
que el semáforo se pusiera verde, había un carro tirado por un caballo
con dos niños desnudos, descalzos. Eso es Nicaragua. Y la prostitución
también es espeluznante, ves a niñas de diez o doce años a las dos de la
mañana, esperando al borde de la carretera. Eso no lo había visto nunca, ni
siquiera durante el Somozismo. Diría que Nicaragua está hoy peor que durante
el Somozismo.
AA: ¿Qué parte positiva puede tener
la elección de Daniel Ortega?
JS: Le prefiero a él que al UNO o al PLC,
pero hay que tener claro que el de Daniel no es el verdadero Sandinismo. Esto
es el Danielismo, un proceso social más o menos democrático. Será una chorrada,
pero tiene su significado; la bandera de los sandinistas ha
perdido color. Antes era roja y negra, ahora se ha convertido en un rojo
rosáceo.
AA: Pero dentro del actual contexto político
de Latinoamérica, con la alianza entre Venezuela, Cuba y Bolivia, ¿no es una
nueva luz? Aunque quizás no tenga demasiado brillo…
JS: Tomando en cuenta Latinoamérica, o todo
el planeta, es bueno. Lo sostienen Chávez y Fidel, ¿no? Eso querrá decir algo.
Cuba mantiene su sistema, Venezuela está fuerte, Bolivia está ahí, y que ahora
aparezca Nicaragua es positivo desde ese punto de vista. Si se hace algo,
bienvenido sea, pero nosotros sufrimos en nuestra propia carne la mediocridad
de esta gente y, por lo tanto, es normal que veamos todo con un punto de escepticismo.
A finales del pasado mes de noviembre, la revista
Argia publicó esta larga entrevista con Juan Sastre. No lo
conocía, pero al ver que era hijo de Alfonso Sastre y de Eva Forest,
me entraron ganas de leer… pero la cosa se quedó ahí.
Algunos días más tarde, leí a Mendigreen alabando las
dotes entrevistadoras de Amets Arzallus y me acordé que tenía pendiente
la lectura.
A mediados de diciembre, Rafa Berrio me habló de Juan. Yo le
comenté que tenía pendiente esta entrevista y que, si era interesante, la
traduciría al castellano.
Y es esto lo que he hecho.
Juan Sastre: “La bandera de los sandinistas ha
perdido color”
"Mi esperanza está hoy en Irak. Allí
puede derrotarse al imperialismo, y esa guerra es muy importante para mí, puede
ser otro Vietnam. Se está convirtiendo en eso poco a poco. Han echado a
Rumsfed, han tenido que hacer un replanteamiento. Me parece muy interesante lo
que está pasando en esa guerra. No sé, pero me da que la gente no le presta
demasiada atención a Irak y esa zona, Líbano, Palestina... allí está la
resistencia, y aunque sea duro decirlo, están matando marines todos los días.
Y eso es la lucha".
Documento de identidad
Juan Sastre, el mayor de los tres hijos de
Alfonso Sastre y de Eva Forest, nació en París el 29 de octubre de 1956.
Pasó su infancia en Madrid y allí fue donde comenzó sus estudios, en el Colegio
Estilo que dirigía Josefina Rodríguez, la mujer del escritor Ignacio
Aldecoa. Cursó estudios de bachillerato en un instituto público y se fue
becado a Cuba a estudiar Medicina. Se especializó en
Traumatología. Regresó de Cuba y se vino para el País Vasco, donde conoció la
cara y la cruz del trabajo, primero en la mar y después enseñando Biología en
la Universidad. Pero como el nuevo Gobierno Sandinista de Managua necesitaba
ayuda, lo dejó todo y en 1985 se fue para Nicaragua. Fue médico de
guerra del Ejército Sandinista que luchó contra los imperialistas. Cuando aquellos
perdieron las elecciones, volvió de nuevo al País Vasco. Ahora
ejerce de médico en un hospital privado de Donostia.
Madrid-París
Amets Arzallus (AA): Quien dijo que los
niños venían de París, no mintió…
Juan Sastre (JS): En mi caso no. Mi padre,
tras una pequeña revuelta universitaria en Madrid, se exilió en París en 1956,
durante un año, y yo nací allí. Pero pasé toda mi infancia y parte de mi juventud en
Madrid.
AA: En Madrid, durante el
franquismo y en una casa de rojos. Confiesa: ¿dónde se escondían los libros en
vuestra casa?
JS: No, no… De verdad que no estaban
escondidos. Los libros estaban tal cual en las estanterías. Y también los
discos, de todo el mundo. Así, en casa escuchábamos el himno del FLN argelino o
música prohibida de Portugal. Pero cuando la policía hacía acto de presencia, todo
aquello desaparecía. Y desaparecía no porque lo escondiéramos nosotros, sino
porque se lo llevaban, lo robaban. Venían muchas veces a hacer registros. Yo
veía a la policía metida en casa desde muy pequeño, no me resultaban extraños.
AA: Dime la verdad. En tu casa, además de
la policía, también andaban rojos, intelectuales, contrarios al
Generalísimo.
JS: Claro que sí. Por nuestra casa pasó
mucha gente del mundo de la cultura; dramaturgos de entonces como José María
de Quinto, Caballero Bonald… Y también venía gente del Partido
Comunista, intelectuales, porque mi padre era del partido. Pero cuando
tenía seis años, lo encerraron en la cárcel de Carabanchel y entonces, en vez
de tener visitar en casa, éramos nosotros los que visitábamos a papá.
Todo ello, lo que vi en casa y en Carabanchel, me
ayudó mucho a entender el mundo. Me cultivó
cultural y políticamente y me dotó de una conciencia social y revolucionaria.
Piensa que cuando mataron al Che Guevara yo sólo tenía doce años, pero viví
aquel momento plenamente.
AA: El Che estudió Medicina, entre otras
cosas porque sufrió graves crisis asmáticas desde pequeño. ¿Tuviste asma?
JS: Yo tuve mucha suerte de pequeño,
porque con nueve años pasé cinco meses encamado por culpa de una hepatitis.
Entonces, la hepatitis se curaba con descanso, estando en la cama durante
tiempo, bebiendo agua y comiendo caramelos. Tengo muy buen recuerdo de aquellos
cinco meses, porque pasaba todo el tiempo leyendo. Me lo leí todo: Salgari, Julio Verne, Stevenson… Me
tragué todos los libros de aventuras. Pasaba todo el día leyendo y mis ojos no se
cansaban.
AA: Entonces, ¿eres médico debido a
esa hepatitis?
JS: No, no. Mi vocación médica se debe a
que quiero ayudar a la gente. Ser médico es una experiencia humana. Claro que
para ello se requiere una técnica, hay que aprender los métodos y para eso
están los seis o siete años de carrera. Pero para un médico lo más importante
no consiste en dominar la ciencia, sino en amar al ser humano. El médico debe
estar con la persona, animarla, tranquilizarla y ahí comienza mi vocación. No
me encaminé hacia la medicina porque me gustaran los microscopios, sino porque me
gustan los pacientes.
AA: ¿Hablar es lo más importante?
JS: Y escuchar. Y también tocar. Escuchar
y hablar son básicos, pero el tocamiento físico también es muy importante para
el enfermo. Hay que ayudar psicológicamente al enfermo y darle confianza.
AA: ¿Y cómo se aprende eso?
JS: Trabajando.
Cuba
AA: Estudiaste Medicina en Cuba. Seguramente
no aparecería Cuba en tus libros de aventuras de la infancia, aunque sí en
algunos otros libros. ¿Qué era Cuba antes de ir para allí?
JS: Cuba era la revolución, Cuba
era Fidel, el Che era Cuba. Yo los conocía muy bien a todos, los había oído mucho,
y también había aprendido por mi cuenta. Me sabía de memoria las canciones del
primer disco de Silvio Rodríguez antes de ir.
AA: ¿Cuál es el secreto que hace que los
estudios de Medicina de allí sean tan reconocidos?
JS: Para cuando yo llegué allí, estaban
muy avanzados en Medicina. En la Universidad aplicaban un proyecto canadiense,
se trabajaba a la vez teoría y práctica. Hicimos toda la carrera estudiando y
trabajando, teníamos cuatro horas diarias de clase teórica, en el aula o en el
laboratorio, y cuatro horas de trabajo, primero en una policlínica y luego en
un hospital.
AA: Te voy a hacer una pregunta malvada…
Ideológicamente, ¿hasta qué punto era abierta la educación allí?
JS: Era un poco ortodoxa. Debía serlo y lo
era. Además, los soviéticos estaban muy metidos y había algo de sovietismo.
Todo lo que venía de la Unión Soviética era bueno, no había ningún fallo, los
soviéticos era los mejores y punto. En aquella época, mucha gente vivía con esa
convicción y luego se dieron cuenta de cómo eran las cosas, al desaparecer los
soviéticos. Pero aunque fuera bastante ortodoxa, la educación era abierta desde
el punto de vista ideológico, se podía hacer de todo, leer, discutir.
Quizá las posturas oficiales eran algo cerradas.
AA: ¿Siempre te han atraído la revolución
y la lucha?
JS: Sí, sobre todo como experiencia
humana. Para mí no tiene sentido vivir apartado de la gente, aislado de los
fenómenos, me parece absurdo. Y el hecho de vivir con la gente te lleva a
comprometerte, a luchar por las causas sociales o, por lo menos, a intentarlo.
AA: Es fácil decirlo, pero el compromiso
requiere sacrificios…
JS: Exige mucho sacrificio, pero el
sacrificio tiene grados y cada cual ha de ver hasta dónde quiere implicarse.
Hay quien se mojará hasta los tobillos, otro hasta las rodillas, otro… El
compromiso tiene de por sí un límite y, si no puede, no puedes pedirle a un
amigo que se comprometa del todo.
AA: ¿Y hasta dónde llega tu compromiso?
JS: No sé… Es difícil decirlo.
AA: ¿Has estado dispuesto a darlo todo?
JS: Sí. He estado dispuesto… En momentos
concretos, sí. Pero a veces tú mismo no percibes cuándo llegan esos momentos,
no te das cuenta y estás allí, y para cuando te das cuenta, no puedes
retroceder. Por tanto, no todos los momentos son buscados.
Una
compañera, Maite, me ha comentado esta mañana que conoce a una persona que
utiliza todavía el procesador de textos Word Perfect. Es una persona
conocida en la ciudad, por lo menos en determinados ámbitos, pero Maite me ha
prohibido que publicara su nombre.
Hace unas cuantas semanas, leí una de las
columnas que Javier Marías publica en
la revista dominical del periódico El País.
En dicha columna, Marías, con el tono aristocrático que le caracteriza, se
mostraba contrario al correo electrónico. La escritora estadounidense Donna Leon tampoco
es partidaria del mismo y recuerdo que el profesor mexicano García
Cancini declaraba, hace unos años, sentirse superado por el e-mail
y confesaba haber vuelto a utilizar el fax.
Cambiemos de tema. Esta tarde, en las casas de
cultura de la ciudad, hemos repartido el
calendario municipal. Nos habían recomendado que el reparto se hiciera
uno a uno, pero, como decía Nando,
la de hijos e hijas trabajando o fuera de la ciudad, hermanas en el hospital,
primos en Bolivia, etcétera que hay. Total, hemos tardado, pero a las siete de
la tarde ya no quedaba ninguno de los cuatrocientos ejemplares encomendados.
Nada más terminar, ha venido una señora
enfadada diciendo que había visto como una persona salía del centro con dos
calendarios. Y que debido a esa circunstancia, ella, ciudadana que pagaba
religiosamente sus impuestos, se quedaba sin nada. Vamos, un dramón.
Le he dicho que no se tome las cosas así, pero
ella me ha respondido que le diga al alcalde que la próxima vez se lo envíen a
casa, tal y como hacen con las contribuciones y demás impuestos municipales.
Cuando se ha alejado, he pensado si defendería
con el mismo ímpetu las cosas importantes. Y me da en la nariz que no.
Y ahora viene el hilo conductor de las historias
arriba mencionadas: ¡somos más tercos que la leche, redios!