2011/09/23 08:48:23.662000 GMT+2
El veterano jefe de una de las más conocidas organizaciones mafiosas italianas dirigía a distancia, desde un remoto refugio campesino, las actividades de sus secuaces mediante notas escritas en pequeños fragmentos de papel que hacía llegar a los responsables que debían ejecutar sus órdenes. Sin firma ni identificación alguna que permitiera a la policía, si caían en sus manos, tirar del hilo para descubrir a los cabecillas mafiosos, la “familia” funcionaba con criminal eficacia sin apenas dejar rastro ni huellas; ni qué decir tiene que el uso del teléfono estaba del todo proscrito.
Las actividades delictivas, como a diario se observa sin más que seguir en los medios de comunicación españoles las investigaciones que van poniendo al descubierto las corruptas triquiñuelas que afectan a distintos niveles de la política nacional, van dejando rastros que, al cabo del tiempo, siempre acaban por facilitar el desenmascaramiento de los delincuentes. Pero no solo se trata de delincuentes privados, sino que también llegan a salir a la luz las actividades subterráneas de algunos organismos públicos que a menudo se mueven en las cloacas de los Estados.
Esto ha ocurrido ahora a raíz de un pleito planteado en un juzgado del Estado de Nueva York (EE.UU.) entre dos empresas privadas, relacionadas con la aviación comercial, que se reclamaban mutuamente ciertos impagos. Un intermediario aeronáutico y una compañía de alquiler de aviones privados, en su pugna porque la justicia les diera la razón, han hecho salir a la luz una extensa documentación relacionada directamente con los famosos “vuelos secretos” de la CIA, que tanto dieron que hablar en su momento y que llegaron a poner en apuros a los gobernantes de varios países implicados en ellos.
Esos vuelos trasladaron a numerosos supuestos terroristas entre las distintas cárceles ocultas que la CIA utilizó a partir de 2002, donde eran sometidos a tortura para obtener información que permitiera apresar y torturar a nuevos sospechosos, en una brutal cadena a la que solo puso fin el escándalo internacional que provocó. Los transportes ilegales de presuntos terroristas, muchos de los cuales acabaron en Guantánamo, se hicieron dentro de una cultura burocrática, de tipo oficial, que exigía facturas, recibos y justificantes de cualquier gasto. La CIA no despilfarraba. Si podía conseguir lo mismo pagando menos, no vacilaba en hacerlo; y el control de los gastos incurridos en esas operaciones clandestinas quedó bien registrado documentalmente.
Los trayectos efectuados por los reactores privados alquilados por la CIA para trasladar a los prisioneros, figuran detallados en numerosos documentos que el pleito antes citado ha sacado a la luz. Si hasta ahora se sospechaba la existencia de esos vuelos por deducciones de otro tipo, ahora se tiene la prueba documental de que, por ejemplo, el imán egipcio Abú Omar, que fue secuestrado en Milán a plena luz del día por agentes de la CIA en febrero de 2003, fue inmediatamente trasladado a El Cairo, donde él afirmó que había sido torturado.
La montaña de papeles, utilizados en el pleito como prueba, contiene detalles significativos de lo que cobraban las tripulaciones de los vuelos contratados, de los hoteles donde se alojaban y, claro está, de las ciudades donde se hallaban las cárceles secretas de la CIA, y de los países donde la policía nacional actuaba al servicio de la CIA para extraer información a los prisioneros. Las hojas de ruta citan a Guantánamo, naturalmente, pero también a Kabul, Rabat, Bucarest, Bangkok, etc. Si a esto se añaden las declaraciones verbales de los responsables de las compañías implicadas en el pleito, se deduce que para ellos se trataba de un negocio más, donde incluso se hacían rebajas para fomentar sucesivas operaciones. Que el “pasajero” trasladado fuera sedado mediante supositorios o atado al asiento del avión era un asunto que no preocupaba a los empresarios aeronáuticos.
Ha sido la organización no gubernamental Reprieve, defensora de los derechos humanos de los prisioneros en cualquier parte del mundo, la que ha descubierto esta documentación, libremente disponible para cualquiera que lo desease. Su director afirmó: “Esto explica por qué la CIA ha podido utilizar una red de centros de tortura durante varios años sin ningún problema. Muestra también la farsa con que la CIA rechazaba las alegaciones de tortura por los prisioneros, aduciendo que ponían en peligro la seguridad del Estado, mientras que los documentos que describían este siniestro negocio estaban al alcance de cualquiera”.
Se puede deducir, al fin de esta deleznable historia, que “no hay mal que por bien no venga” ya que, en este caso, gracias a la minuciosa burocracia y su obsesión por el papeleo, la Historia de la ignominia puede añadir un capítulo más.
Publicado en República de las ideas el 23 de septiembre de 2011
Escrito por: alberto_piris.2011/09/23 08:48:23.662000 GMT+2
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2011/09/19 10:33:36.933000 GMT+2
La obsesión por alcanzar la seguridad absoluta y universal es uno de los efectos perniciosos más habituales que llegan a aquejar a los gobernantes de un país cuando sobre éste se abate la plaga del terror. Es especialmente el terrorismo el causante de ese trastorno, que a menudo les impide actuar con la deseable serenidad y les induce a tomar decisiones irreflexivas que, en muchos casos, agravan el problema en vez de resolverlo. Esto se debe a que, a pesar de que una catástrofe natural puede llevar consigo mayor destrucción y pérdida de bienes y vidas humanas que un acto terrorista, las calamidades de la naturaleza no suelen reivindicar nada, mientras que tras todo acto terrorista existe siempre algún tipo de demanda -por absurda o irracional que parezca- que los gobernantes necesitan analizar a fin de aprestar los instrumentos adecuados que impidan su repetición. (Hago aquí un breve inciso: también, en ocasiones, una catástrofe natural reivindica las leyes de la naturaleza: construcciones en cauces fluviales, arrasamiento de zonas arboladas, deterioro del medio ambiente, etc. Pero no se trata ahora de este asunto).
Muchos países han venido padeciendo sangrientas acciones terroristas sin que por ello se tambalearan los cimientos de la sociedad ni ésta entrara en una larga crisis. Los salvajes atentados causados por el independentismo norirlandés o por los terroristas etarras no fueron capaces de trastocar radicalmente la vida en el Reino Unido ni en España, ni mucho menos pudieron grabar a fuego en la opinión pública la idea de que, tras ellos, "todo ha cambiado y empieza una nueva era", como ocurrió después de los atentados de Al Qaeda contra EEUU, hace ahora diez años.
Todo cambió, evidentemente, tras el 11-S, no solo por la brutalidad instantánea del hecho y su carácter inusitado para la superpotencia imperial, sino por la reacción que los atentados produjeron en la política de EEUU (y, en consecuencia, en la mayor parte del mundo occidental), cuyos peores efectos todavía perduran: Guantánamo, por ejemplo, sigue mostrando al mundo su ignominia, y el rodillo de la guerra arrasó -y lo sigue haciendo- a muchos pueblos del Oriente Medio que poco o nada tuvieron que ver con aquellos atentados.
En EE.UU., el Gobierno se transformó: se crearon nuevos organismos sólo orientados a combatir el terrorismo, como el Departamento de Seguridad Interior o el Centro Nacional Contraterrorista; el FBI, de ser el tradicional guardián de la ley, pasó a convertirse en un centro de adquisición de información antiterrorista, utilizando dudosos métodos para revelar la existencia de posibles terroristas antes de que éstos actuaran; y, lo que es peor, el Congreso autorizó al Gobierno a indagar en la vida privada de los ciudadanos hasta extremos nunca alcanzados, limitando seriamente algunos derechos básicos.
Se creó la ilegal figura del "combatiente enemigo"; se ignoraron las convenciones internacionales de aplicación en casos de guerra; se "eliminaron" sospechosos y desaparecieron las garantías jurídicas para ciertos tipos de personas, según arbitrarias decisiones solo basadas en conjeturas no probadas. Se llegó a afirmar oficialmente que el Presidente, en su condición de Comandante en Jefe, podía tomar cualquier decisión para hacer frente al enemigo, incluso si era contraria a la legislación internacional o a las resoluciones del Congreso.
Pero lo más absurdo no está en los aspectos jurídicos o militares de la transformación que sufrió EEUU, sino en lo que afecta a los recursos económicos. Según informes de Tony Blair, actual representante del Cuarteto de paz para Oriente Próximo (formado por la ONU, la UE, EEUU y Rusia), el número total de terroristas pertenecientes a Al Qaeda y organizaciones afines está entre tres mil y cinco mil individuos en todo el mundo. Y según un almirante estadounidense retirado, que ejerció responsabilidades en los órganos la inteligencia nacional, EEUU invierte unos 80.000 millones de dólares al año en la lucha antiterrorista, sin incluir en esta cifra los enormes gastos de los despliegues militares en Afganistán e Iraq.
Se deduce fácilmente, con una simple operación aritmética, que EEUU está gastando entre 16 y 27 millones de dólares al año por cada posible individuo terrorista capaz de amenazar su seguridad. ¿Puede uno siquiera imaginar lo que podría hacerse con esa suma a fin de erradicar las semillas en las que hoy crece el terrorismo?
Durante los largos años de la Guerra Fría, el anticomunismo suscitó análogos despilfarros para proteger a los pueblos amenazados por lo que se tenía como el mal absoluto; disipado el nubarrón amenazante, un nuevo mal absoluto viene a reemplazarlo. Es fácil suponer que, tanto entonces como ahora, existen fuertes intereses que prosperan al abrigo de una situación de amenaza continua. El problema sigue estando, como siempre, en la dificultad de someterlos a la voluntad democrática de los ciudadanos, aun en los países donde esto es posible.
Publicado en CEIPAZ el 19 de septiembre de 2011
Escrito por: alberto_piris.2011/09/19 10:33:36.933000 GMT+2
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2011/09/16 09:49:13.183000 GMT+2
Durante los últimos cuarenta años, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha contemplado 41 vetos de EEUU, formulados al servicio de los intereses de Israel. De ese modo, Washington se ha opuesto a varios intentos de mejorar la suerte del pueblo palestino, cuyas tierras siguen ilegalmente ocupadas por Israel (Cisjordania y Jerusalén Oriental) o sufren un riguroso bloqueo (Gaza), y cuyos más elementales derechos se ven vulnerados a diario.
En los próximos días, es casi seguro que el número de estos vetos aumente en una unidad si, ante el Consejo de Seguridad, la Autoridad Palestina expone su voluntad de ser reconocida como Estado soberano. También se atraería la oposición de EEUU si ante la Asamblea General solicitase formalmente convertirse en un nuevo “Estado observador” (la misma situación que tiene el Estado Vaticano), en vez de continuar en su actual estatus de “entidad observadora”. Aunque en ninguno de ambos casos alcanzaría la plena estatalidad, tanto una como otra opción crearían un estado de opinión favorable en todo el mundo, donde aumentarían las voces que exigen una justicia equitativa aplicable al pueblo palestino; tanto más, cuanto que el Gobierno de Israel prosigue la ocupación de tierras palestinas construyendo nuevos asentamientos y, en su práctica política, hace lo posible por destruir las bases materiales sobre las que se asentaría una solución biestatal al problema palestino.
La cercanía de este debate coincide con un serio deterioro de las relaciones de EEUU con tres de los que han sido sus principales aliados en la zona: Turquía, Egipto e Israel. El primer ministro turco, Tayip Erdogan, ha declarado ante los representantes de la Liga Árabe que el reconocimiento del Estado palestino “no es una elección, sino una obligación”. De este modo sitúa a uno de los más decisivos socios de la OTAN en el campo opuesto a EEUU. El problema palestino no solo fue uno de los factores que desencadenaron los recientemente conmemorados ataques terroristas contra EEUU (por mucho que su Gobierno haya sido siempre reticente a reconocerlo oficialmente), sino que ahora está creando, además, una seria discrepancia en el mismo seno de la Alianza Atlántica.
En recientes declaraciones, Erdogan ha dicho: “Icemos la bandera palestina, y que ella sea el símbolo de la paz y la justicia en Oriente Medio”, donde Israel, también según palabras suyas, representa el papel del “niño consentido de Occidente”, y al que aconseja “respetar los derechos humanos y actuar como un país normal, con lo que saldrá de su aislamiento”.
A pesar de los reiterados fracasos de las negociaciones entre las dos partes implicadas, y del cansancio que esto produce en la opinión popular de los países árabes, EEUU insiste en proseguirlas para llegar a una biestatalidad cada vez más improbable, ya que la continuada fragmentación del territorio palestino apunta más hacia una solución de tipo bantustán que a dos Estados viables en pie de igualdad. La Secretaria de Estado Clinton, reflejando la política de EEUU, que desea evitar a toda costa que la Autoridad Palestina apele a Naciones Unidas y ponga de manifiesto el extendido apoyo que su petición suscita, ha declarado que “la única forma de alcanzar una solución duradera es mediante negociaciones directas entre las partes, y el camino que conduce a ello pasa por Jerusalén y Ramala, no por Nueva York”.
Como es habitual, a EEUU le cabe utilizar en último término la amenaza económica para doblegar las resistencias políticas. El Congreso de EEUU está decidido a cortar toda ayuda prestada a la Autoridad Palestina si ésta sigue empeñada en requerir el voto en Naciones Unidas. También, como ocurre a menudo, la argumentación utilizada es inexistente, salvo el empecinamiento en imponer su voluntad. La presidenta del subcomité económico del Congreso que controla las ayudas a los países extranjeros ha afirmado: “Si [los palestinos] dan ese paso, no aprobaremos más fondos. Suspendemos las ayudas porque nuestra opinión es que [la votación en la Asamblea General] frenará el proceso de paz…”. Calificó a la próxima reunión en Nueva York como “una inminente catástrofe ferroviaria”.
Para muchos observadores, la situación actual es producto casi exclusivo de la política ciega y testaruda de Netanyahu, que está poniendo las cosas difíciles incluso a los poderosos sectores proisraelíes de EEUU. Fue él quien rompió las últimas negociaciones bilaterales, al negarse a aceptar la petición de Obama para congelar la construcción de asentamientos; y no ha pedido disculpas a Turquía por la muerte de los ciudadanos turcos que navegaban en la flotilla “de la libertad”. Sin embargo, ni siquiera sus más poderosos aliados se atreven a pedirle que ponga fin a la ocupación de Palestina, origen de todos sus problemas.
Un analista estadounidense de la organización Media Matters Action Network ha escrito: “Israel es como un fumador aquejado de una violenta tos y en situación precancerosa, cuyos mejores amigos aconsejan a su médico que no se atreva a prohibirle fumar: no quieren presenciar ni compartir la irritación que eso le causaría al enfermo. Como es natural, el enfermo fallece y esos mismos ‘amigos’ le lloran y recuerdan lo estupendo que fue”. Este es el camino por el que Netanyahu está conduciendo a Israel.
Publicado en República de las ideas, el 16 de septiembre de 2011
Escrito por: alberto_piris.2011/09/16 09:49:13.183000 GMT+2
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2011/09/09 09:52:45.449000 GMT+2
Nuestro Diccionario de la lengua española define la palabra “vodevil” como una comedia cuyo argumento “está basado en la intriga y el equívoco”. Los recientes acontecimientos en Libia podrían considerarse como un final vodevilesco a la dictadura de Gadafi si no fuera porque ésta en sí misma ha tenido más trazas de tragedia que de vodevil para el pueblo libio, durante los cuatro decenios largos que le ha gobernado, gracias también a los ojos benevolentes con los que fue observada desde el exterior y a las pruebas de amistad que el hoy perseguido y denostado tirano recibió de muchos dirigentes europeos, de sobra conocidos.
Intriga y equívoco son los aspectos que rodean estos días a la figura del dictador en fuga, a quienes unos suponen recorriendo el desierto en una caravana de vehículos que transportan también las reservas del banco nacional, en busca de un país seguro que le acoja como refugiado, y de quien otros aseguran estar preparando nuevos recursos bélicos, capaces de derrotar nada menos que a todo el poder militar de la OTAN.
Si por un lado las recientes alocuciones de Gadafi a su pueblo pueden ser consideradas como los últimos disparos de una posición asediada justo antes de izar bandera blanca, por otra parte las responsabilidades del Consejo Nacional de Transición (CNT) parecen desbordadas por los múltiples problemas que ha de afrontar y que crecen al paso de las horas. Mientras tanto, la OTAN sigue atacando lo que define como “centros de mando”, aunque probablemente ya no tengan mucho que mandar.
En diversas instalaciones militares en torno a la recién ocupada Trípoli, se han descubierto ingentes cantidades de armamento y munición sin ningún tipo de custodia, que están a disposición del primero que llegue. Un miembro de Human Rights Watch asegura haber encontrado 100.000 minas contracarro y contrapersonal en un local abandonado; ocultos entre árboles frutales halló también numerosos zulos con armas listas para su utilización. Es evidente que en una situación de posguerra civil el descontrol del armamento puede complicar mucho el proceso de pacificación.
Por otro lado, al CNT le cuesta actuar como un Gobierno homogéneo y eficaz, dada su fragmentación, fruto de las circunstancias en que se creó y ha ido evolucionando. En su seno los especialistas identifican, al menos, tres tendencias dispares. La primera corresponde a los rebeldes de la primera época, los “orientales”, que se concentraron en torno a Bengasi, gentes de clase media y con cierto nivel cultural. Se incorporaron después al CNT los representantes de los territorios centrales del país, que son los que más sufrieron los rigores de la guerra y los daños “colaterales” de los bombardeos de la OTAN. Y el tercer grupo, en su mayoría enraizados en la zona occidental, son las tribus de la montaña, que se alzaron en armas con vistas a una rápida ocupación de la capital libia, cosa que al fin lograron y ahora les proporciona un prestigio añadido.
Sobre esto hay que superponer el carácter tribal de la sociedad libia, donde las numerosas tribus y clanes que pugnan por la hegemonía buscan una mayor participación en lo que surja en Libia tras la caída de Gadafi y la desaparición de las estructuras dictatoriales. Si es que pueden llamarse “estructuras”, claro está, porque eliminado el dictador en el que se sustentaba todo el poder político, apenas queda nada que pueda reconstruirse como órgano de un futuro Gobierno.
A los tres grupos antes citados hay que sumar los numerosos exiliados que han ido retornando a Libia en las últimas semanas, con objetivos no siempre coincidentes con los del CNT y además dispares entre ellos mismos. Esto, sin olvidar la creciente actividad de grupos islamistas, principalmente en la zona oriental, a los que Gadafi había mantenido bajo un férreo control y que, aliados ahora con la OTAN, se encuentran paradójicamente luchando en el mismo bando que EEUU, país al que algunos de ellos habían combatido ya con dureza en Iraq.
Así que si los rebeldes de Bengasi se ven como los padres fundadores de la nueva Libia, los de occidente -árabes y bereberes en su mayoría- se consideran los héroes de la guerra, capaces de romper el cordón umbilical que unía a Gadafi con Túnez y Argelia. Llega el momento de saldar cuentas entre todos ellos y, aunque los días de Gadafi están contados, éste sabrá aprovechar las diversas líneas de fragmentación que dividen a sus enemigos y lograr así que la inevitable posguerra presente con toda seguridad mayores problemas que los que la guerra civil parece haber resuelto. Con la diferencia de que estos nuevos problemas no podrán solucionarse desde fuera y, menos aún, mediante los bombardeos de la OTAN. La ONU y Europa habrán de jugar un importante papel aunque, en estos momentos, no parezcan poseer ni la voluntad ni los recursos para estar a la altura de las circunstancias.
Publicado en República de las ideas, 9 de septiembre de 2011.
Escrito por: alberto_piris.2011/09/09 09:52:45.449000 GMT+2
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2011/09/07 09:52:24.966000 GMT+2
Diez años después de los atentados de Al Qaeda contra varios objetivos en territorio estadounidense, es conveniente repasar algunas conclusiones que hoy parecen indiscutibles. Los fanáticos terroristas que secuestraron los cuatro aviones que el 11 de septiembre de 2001 se transformaron en misiles de ataque desencadenaron una compleja cadena de acontecimientos cuyos efectos todavía se hacen sentir hoy.
Aunque los ojos del mundo se centren en el monumento que el próximo domingo será inaugurado en Nueva York, recordando los nombres de los muertos en las Torres Gemelas, las víctimas ocasionadas como consecuencia de estos atentados superan con mucho los tres millares de personas allí fallecidas. Varios centenares de miles de seres humanos han ido muriendo después en Afganistán, en Irak, en Pakistán; se entremezclaron paisanos inocentes, soldados y terroristas, niños y ancianos, insurgentes y policías, de diversas y muy numerosas procedencias: españoles, italianos, árabes, etc. Son mucho más numerosos los que resultaron heridos o traumatizados, los que perdieron familiares y amigos, los que se envenenaron con las más dañinas esencias del odio y la venganza. Se reprodujeron, posteriormente y a menor escala, a modo de réplicas sísmicas, otros atentados multitudinarios, como los de Madrid y Londres, que también han contribuido a un aumento de la tensión y han fomentado nuevas espirales de resentimiento y cólera.
En unas penosas declaraciones recientemente publicadas, el expresidente Bush resume sus reacciones en aquella fatídica mañana. Dice que pensó que el choque del primer avión contra una de las torres podía ser debido a un accidente. Pero al ser informado del segundo impacto, entendió ya que se trataba de un ataque contra EEUU. Cuando el tercer avión secuestrado se estrelló contra el Pentágono, lo asumió como una "declaración de guerra". Estas son las palabras clave.
Ni siquiera ahora Bush parece capaz de percibir que la conclusión a la que llegó le impulsó a su más nociva decisión. En la misma entrevista afirma que hizo lo que creyó mejor para proteger al país y destruir a los atacantes. Así que, en vista de eso, declaró la "guerra contra el terror" a la que, en un principio, incluso llegó a denominar "cruzada". Posiblemente se trata de uno de los errores históricos más graves observados en la política internacional durante los últimos tiempos. Es el germen de lo que vino después, porque se pretendió crear una nueva doctrina antiterrorista que, abandonando las vías hasta entonces usuales en todos los países que venían combatiendo el terrorismo, hizo sonar los tambores de guerra como si en vez de enfrentarse a una difusa y peligrosa organización terrorista tuviera ante sí las divisiones acorazadas de Stalin.
Son bastantes los analistas que apoyan la decisión de atacar a Afganistán y rechazan como irracional el trasladar la guerra a Irak. Aducen que la ONU aprobó la ofensiva contra los terroristas de Al Qaeda en sus bases afganas, pero solo tras un burdo engaño perpetrado por EEUU ante el Consejo de Seguridad se pudo organizar la invasión de Irak para descubrir y destruir sus inexistentes armas.
Creo, por el contrario, que no existe una diferencia fundamental entre ambas guerras. Un atentado terrorista no legitima a quien lo ha sufrido para agredir a un país que no le ha declarado la guerra, como era Afganistán. Salvando las distancias, es como si los cazabombarderos de la Aviación española hubieran atacado las bases de los terroristas de ETA en el sur de Francia, tras el brutal atentado que sufrió el Hipercor barcelonés en 1987. Ni Francia era responsable de la salvajada etarra, ni el pueblo afgano debía ser castigado por el atentado planeado en su país por unos saudíes que salieron desde Alemania hacia EEUU para llevar a cabo su fechoría.
Los Estados modernos tienen muchos modos de luchar contra el terrorismo sin necesidad de izar la bandera de combate y llamar a zafarrancho. Son los instrumentos propios de la seguridad interior del Estado los primeros que han de entrar en acción cuando el terrorismo actúa, no sus fuerzas armadas. Bush no lo creyó así ni los halcones que entonces gobernaban EEUU desde la Casa Blanca y el Pentágono. Siguiendo una vieja tradición estadounidense, la guerra fue el instrumento predilecto. Añade ignominia al error la circunstancia, ahora conocida, de que un mal entendimiento entre la CIA y el FBI permitió a los terroristas del 11-S pasar inadvertidos, con lo que la guerra vino torpemente a paliar la incompetencia previa de los órganos de seguridad.
EE.UU. no solo no ha ganado la guerra contra el terror, sino que se ha debilitado económicamente por los ingentes dispendios bélicos; políticamente, porque la solidaridad mundial que los atentados suscitaron al principio fue pronto ahogada por la arrogancia imperial, el menosprecio de los derechos humanos y la reiterada violación de la legislación internacional. La autoridad moral de EEUU fue una de las primeras víctimas de la guerra alegremente declarada por Bush ahora hace diez años.
Publicado en CEIPAZ el 7 de septiembre de 2011
Escrito por: alberto_piris.2011/09/07 09:52:24.966000 GMT+2
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2011/09/02 09:14:55.252000 GMT+2
Cuando se alude a los conflictos que han sacudido a los países balcánicos a lo largo de los tiempos, es frecuente recordar unas palabras atribuidas a Churchill, quien afirmaba que esa región “tiene tendencia a producir más historia de la que puede digerir”. Es cierto que la violencia ha sido siempre un importante factor activo en esos territorios, que durante siglos fueron marcas fronterizas entre el poderoso Imperio otomano oriental y los no menos ambiciosos y belicistas reinos europeos occidentales, haciendo de los Balcanes el espacio donde se enfrentaron y chocaron culturas, religiones, razas y codicias imperialistas sin límite.
Las guerras que a principios de los años noventa del pasado siglo surgieron como consecuencia de la desintegración de la República Socialista Federativa de Yugoslavia en varias repúblicas independientes y enfrentadas entre sí, fueron el más reciente brote de violencia que ha experimentado la península balcánica. Recordemos, no obstante, que esta secular cadena de guerras, violencia y destrucción tiene un último eslabón del que la OTAN fue principal y orgulloso protagonista: la campaña de bombardeos aéreos que en la primavera de 1999 arrasó Serbia y cuyas heridas, físicas y morales, apenas están cicatrizando entrado ya el siglo XXI. La Alianza, creada para hacer frente a la amenaza de la URSS, se ensañó con el país que históricamente había sido el más fiel apoyo de los designios rusos en los Balcanes.
Pero también los Balcanes ofrecen otro rostro no tan violento como su pasado: el de quienes desde diversas perspectivas se proponen que la paz restañe las viejas heridas que el paso del tiempo fue enconando. En la capital de Bosnia, la ya inolvidable Sarajevo, se proyectó el mes pasado un documental titulado The Village the War Forgot (El pueblo olvidado por la guerra). Ha sido producido por el IWPR (Institute for War & Peace Reporting) con la finalidad de mostrar la posibilidad de que pueblos étnicamente diferentes puedan convivir pacíficamente, a pesar de las divisiones, creadas a menudo artificialmente y por motivos electoralistas, producto de la ambición de ciertos políticos locales.
La historia narrada en este filme es la de los habitantes de un pueblo radicado en la República Srpska (RS, el componente de mayoría serbia en el Estado de Bosnia-Herzegovina), la única localidad bosnia donde serbios y bosnios no se enfrentaron a muerte. Tanto durante la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial, como durante la guerra por la independencia contra Belgrado, los serbios y bosnios del pueblo de Baljvine se protegieron mutuamente y se esforzaron por preservar su sentido de comunidad por encima de todo. Como muestra de esto se cita el hecho de que es el único pueblo de la RS cuya mezquita permaneció indemne durante los sangrientos enfrentamientos de los años noventa entre serbios y musulmanes.
Los paisanos que en ella participan insisten orgullosamente en afirmar que Bosnia sería un país más dichoso si todos siguieran su ejemplo y se empeñaran en entenderse bien con los vecinos, a pesar de las diferencias étnicas entre ellos. Entre los espectadores, procedentes de diversos lugares del país, se advirtió un positivo sentimiento común, expresado así por una estudiante bosnia: “Fue maravilloso ver que existe un lugar en Bosnia que supera todos los odios interétnicos que tanto han destrozado a este país. Los ciudadanos de Baljvine nos han demostrado que pueden vivir juntos a pesar de las cosas terribles por las que hemos pasado. Son el mejor ejemplo para los demás”. Conviene recordar que Bosnia-Herzegovina es todavía un Estado dividido étnicamente y donde los odios ancestrales siguen enfrentando entre sí a amplios sectores de la población.
Uno de los presentadores de la película cerró su intervención con estas palabras: “Escuchamos a menudo historias extraordinarias de terror o heroísmo. Pero este ordinario poblado bosnio es extraordinario porque no ha habido víctimas, ni criminales ni espectadores de los hechos. Las personas eran simplemente personas y siguieron viviendo como tales a pesar de que el mundo enloqueció a su alrededor”.
No solo coinciden serbios y bosnios en sus esfuerzos por vivir juntos en paz. Las secuencias finales del documental muestran a varios jóvenes que expresan un deseo común: aprender alemán para poder emigrar y ganarse la vida en el país considerado como la “locomotora” de la economía europea. En esto coinciden con los deseos expresados por sus coetáneos españoles que, aún en circunstancias distintas, aspiran a algo muy común: poder trabajar y vivir dignamente gracias a ello. A pesar de que los dichosos mercados sigan obstruyendo en todas partes el camino que permitiría satisfacer tan elemental aspiración.
El documental citado, en versión original subtitulada en inglés puede contemplarse en:
http://www.youtube.com/watch?v=SeAJEVW1MlU
Publicado en República de las ideas el 2 de septiembre de 2011
Escrito por: alberto_piris.2011/09/02 09:14:55.252000 GMT+2
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2011/08/26 08:54:1.156000 GMT+2
Es natural que las noticias que nos llegan de Libia sean confusas y, a veces, contradictorias, pues al fin y al cabo se trata de los estertores de una guerra civil más prolongada en el tiempo que lo que se supuso en un principio, y avivada además desde el exterior con consecuencias poco previstas por quienes tomaron la decisión de intervenir en ella: el Consejo de Seguridad de la ONU, que autorizó la intervención, y la OTAN, convertida en el brazo ejecutor.
Es fácil encontrar un cierto paralelismo con la guerra civil española, también un conflicto interno que se preveía de rápida resolución (tanto por el Gobierno, que creyó poder aplastar la rebelión en cuestión de horas, como por los sublevados, que aseguraban ocupar Madrid en unos pocos días), pero que se prolongó más de lo previsto y atrajo una intervención extranjera que acabó imponiendo sus propias exigencias.
Pero no se trata aquí de explicar lo que está ocurriendo en Libia, cosa que ni siquiera sobre el propio terreno parece posible hacer (como revelan las discrepantes crónicas de los corresponsales españoles y extranjeros que por allí se mueven), sino de enfocar nuestra atención sobre lo que hasta ahora ha ocurrido y reflexionar sobre lo que pueda suceder en adelante.
Como en estas mismas páginas he tenido ocasión de explicar, la OTAN acabó rebasando ampliamente los términos del mandato inicial de la ONU, cuyo objetivo era proteger a la población libia frente a la ofensiva gubernamental que la estaba masacrando. Se impuso una zona de exclusión aérea, para evitar que la aviación de Gadafi atacase a la población sublevada en el este del país. Pero cuando las columnas acorazadas de Gadafi avanzaron sobre Bengasi, la OTAN intervino ya abiertamente en el conflicto, atacando desde el aire y desde el mar a las tropas gubernamentales, para evitar la inminente derrota de los insurrectos.
Y así como la intervención directa e inmediata de Alemania e Italia en la guerra civil española, junto con las decisiones del Comité de No Intervención establecido en Londres, inclinaron la balanza en contra del legítimo Gobierno de la República Española y en favor de los sublevados, ha sido la OTAN la que, con bastante menos rapidez de lo que inicialmente se preveía, ha contribuido a la destrucción de régimen dictatorial gadafista y ha dado el triunfo al denominado Consejo Nacional de Transición (CNT) de los que se alzaron contra Gadafi.
Lo que ahora debe afrontar el CNT, y por extensión la ONU, la OTAN y todos los países que han reconocido a aquél como legítimo gobierno libio, es el complicado proceso transicional desde la guerra civil a la posguerra. Esto ya no se resuelve mediante la fuerza militar de la OTAN. El final de cualquier guerra civil deja una larga estela de complicados problemas y brotes de violencia, que se multiplican si, además, en ella se han intervenido países ajenos, que no dejarán de exigir las correspondientes contrapartidas.
El vacío de poder será el primer problema del posgadafismo, aunque sea temporal y aunque no abarque todo el territorio, y abrirá camino a toda suerte de venganzas, saqueos y asesinatos disfrazados a menudo de justicia “popular”. Así ocurrió cuando fue derribado Sadam Hussein en Iraq, y sobre esto deberán reflexionar los nuevos poderes emergentes y quienes desde fuera los apoyan, para evitar repetir los mismos o peores errores.
Mucha oscuridad existe todavía en torno al CNT, triunfador político de la contienda una vez concluida la guerra, para que pueda aventurarse nada sobre cuáles serán las primeras decisiones que adopte. El asesinato de quien fue su jefe militar supremo hace unas pocas semanas, en condiciones confusas y todavía no reveladas, descubre unas sombras que obligan a mostrar cierta desconfianza sobre los nuevos dueños del poder.
Se ignora qué capacidad tendrán éstos para imponerse a las diversas facciones que componen el bando triunfador, y si podrán gobernar eficazmente un país dividido en dos tras la guerra, ancestralmente fragmentado en tribus y que ha carecido de una auténtica estructura estatal durante los cuatro decenios de la paranoica dictadura gadafista.
La ONU habrá de jugar un papel decisivo en el posgadafismo, y con este fin está convocada para hoy mismo una reunión de su Secretario General con dirigentes de la Unión Africana, la Liga Árabe, la Unión Europea y la Organización para la Cooperación Islámica. Son muchas organizaciones y demasiado heterogéneas como para esperar decisiones eficaces y rápidas. Si, además, el olor del petróleo ya empieza a excitar a los sabuesos de la industria de los hidrocarburos, no pocos serán los libios que prefieran sumarse a la ya multitudinaria emigración, para encontrar fuera esa seguridad personal que en su tierra natal parece todavía muy lejana.
Publicado en República de las ideas el 26 de agosto de 2011
Escrito por: alberto_piris.2011/08/26 08:54:1.156000 GMT+2
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2011/08/19 08:59:21.417000 GMT+2
El verano va avanzando, implacable, y el calor hace estragos en las tierras ibéricas del interior y en muchas de las abarrotadas playas de su periferia. Mientras tanto, las economías europeas tiritan de frío, presas de incertidumbres varias y los especuladores habituales siguen activos y no pierden tiempo durmiendo la siesta. Solo los beatíficos y exultantes jóvenes que participan en el festival madrileño del orgullo católico viven sus euforizantes jornadas soñando con ese más allá que sus sacerdotes les garantizan si son buenos, y en el que ya no habrá problemas ni preocupaciones de ningún tipo.
Porque problemas y preocupaciones, haberlos haylos. Ahora mismo y bastante serios. La hambruna se ceba en el nordeste africano y las guerras se extienden desde Libia hasta Afganistán, mientras la muerte azota por doquier como consecuencia de ambas plagas. Hay otro tipo de violencia que se deja sentir en países desarrollados y ajenos a las guerras, como ocurrió hace poco en la idílica y ejemplar Noruega o como viene siendo noticia casi diaria al referirse a la brutalidad con que el narcotráfico actúa en el continente americano. Violencia, guerra, hambre y muerte: los cuatro jinetes del mítico Apocalipsis siguen, pues, haciendo de las suyas, aunque a esto ya nos ha ido acostumbrado la Historia y hemos desarrollado, poco a poco y con gran esfuerzo, los modos de hacerles frente y seguir avanzando por los caminos del progreso.
Tras el sopor veraniego que hoy nos adormece, se está desarrollando en EEUU una intensa polémica sobre la supuesta reducción de gastos militares en la megapotencia militar americana. No es necesario acentuar la importancia que esto puede tener para el resto del mundo. Casi la mitad del gasto mundial de defensa corresponde a EEUU, que mediante numerosas bases militares extiende los tentáculos de su política sobre todo el planeta y cuya industria del armamento domina el mercado mundial. Es un poder militar que parece incontestable. Veamos un ejemplo. Controlado a distancia desde una base situada en territorio estadounidense, un avión sin piloto puede destruir ahora mismo el domicilio de cualquier persona, como el suyo, amigo lector que está leyendo estas líneas, si eso fuera necesario para alcanzar los objetivos estratégicos de EEUU. De hecho, lo viene haciendo con frecuencia en las zonas fronterizas entre Pakistán y Afganistán, y menos frecuentemente en otros países en conflicto.
Pero esa enorme superpotencia se enfangó irreflexivamente en dos prolongadas guerras en Oriente Medio, de las que progresivamente y con dificultad va desconectándose. Se diría que la señal simbólica que ha permitido suscitar el ambiente necesario para acelerar la retirada ha sido la muerte de Osama Ben Laden. Muerte que, conviene no olvidar, ni siquiera fue producto de una guerra sino un asesinato para el que se montó una compleja operación de terrorismo internacional que violó la soberanía de un país extranjero y entonces todavía supuestamente aliado.
No son los resultados de ambas guerras (iraquí y afgana) los que permiten hablar ahora en EEUU de apretarse el cinturón y pensar en reducciones presupuestarias, retiradas militares y análisis de coste-eficacia de la defensa nacional. De hecho, el paso del rodillo militar aliado sobre Iraq se ha revelado catastrófico, y Afganistán se debate ahora mismo en una peligrosa dinámica que solo permite augurar incertidumbres continuadas. En verdad, lo que empieza a hacer mella en la superpotencia americana y a preocupar a sus dirigentes políticos y militares no es la amenaza de un ejército enemigo, sino el abismal déficit soberano, que crece imparable y que está poniendo a EEUU a merced de las decisiones que pueda adoptar… ¡China!
Mientras el vasto país asiático tenga en sus manos la estabilidad financiera de EEUU, de nada sirve considerar que, frente a las once escuadras de portaaviones con las que EEUU hace sentir su omnipresente poder militar, China solo acaba de botar su primer portaaviones de segunda mano, una nave de los años noventa adquirida a Ucrania. Los problemas no van por ese camino. La futura superpotencia china está emergiendo, al menos por ahora, apoyada en su poderío comercial, económico y financiero, y será en este último terreno, y no en el militar, donde podrá hacer temblar las columnas sobre las que se asienta el poderío militar de EEUU. Algunas de sus decisiones podrían poner en entredicho el actual sistema financiero internacional y, con ello, la estabilidad de muchos países, como España.
Aunque a los españoles -aparte del todopoderoso fútbol- nos preocupe ahora sobre todo el llegar indemnes al final de las vacaciones, afrontar el inminente temporal electoral y sus consecuencias, y observar, perplejos y algo angustiados, si nuestro país llega a superar las penurias económicas que le acechan, también podemos, a modo de compensación por el poco atractivo panorama antes descrito, dar una cortés bienvenida al jefe de ese anómalo Estado teocrático del Vaticano, que visita Madrid estos días y que, como el dios Jano, posee un segundo rostro que le permite mostrarse también como el enviado de lo inefable en la Tierra y el poseedor de las llaves del supuesto más allá que él controla en régimen de monopolio.
Escrito por: alberto_piris.2011/08/19 08:59:21.417000 GMT+2
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2011/08/12 08:58:24.100000 GMT+2
Para rellenar esos habituales suplementos estivales que con tanta fuerza han arraigado en diarios y revistas, así como los abundantes espacios radiofónicos propios de las vacaciones, es común preguntar a diestro y siniestro sobre las lecturas veraniegas de los entrevistados. Por una parte, parece darse a entender que éstos solo leen libros durante las vacaciones, porque es entonces cuando se hace este tipo de encuestas; algo parecido a lo que les sucede a esas personas que, abandonadas a la vida sedentaria de lunes a viernes, esperan compensarlo dedicándose los fines de semana a agotadores esfuerzos físicos. Pocos son los que responden declarando que siguen leyendo más o menos lo mismo que leían en primavera y que probablemente leerán en otoño.
Por otro lado, parecería como si, justamente en verano, las lecturas debieran ser distintas a las del resto del año, por algún motivo estacional difícil de adivinar. Se entiende que pueda haber algunas diferencias, dado que a la playa, al avión o a la piscina no resulta cómodo llevar un grueso y pesado volumen impreso en papel biblia para leer reclinado en una tumbona. Pero esto nos llevaría más bien a variar el continente (los libros electrónicos pueden ser excelentes compañeros de viaje, así como las ediciones de bolsillo) y no el contenido.
Así pues, del mismo modo que una persona preocupada por su salud dedica al ejercicio físico poco o mucho tiempo, pero lo hace con la mayor regularidad posible, la cualidad de lector permanece también inamovible con el transcurso de las estaciones, y tanto placer se obtiene de la lectura bajo la sombra de ese símbolo veraniego que es la palmera que crece en la arena de la playa, como en un asiento del metro, yendo o viniendo del habitual trabajo invernal.
A un encuestador telefónico que me planteó la pregunta acostumbrada en un momento en que podía atenderle sin limitación de tiempo, le dije que, aparte de las obras de ficción que intercalo regularmente entre las lecturas habituales, éstas, tanto en verano como en invierno, suelen girar en torno a tres ejes: ciencia, historia y política.
La ciencia nunca me falla; es la lectura esencial que permite comprender todo lo que nos rodea. Desde el universo galáctico a las partículas elementales de la materia. Sus límites solo se encuentran en la inteligibilidad de cada obra, en el uso de un vocabulario no demasiado especializado que nos permita a los profanos asimilar sus explicaciones. Desde el bosón de Higgs hasta la materia oscura, pasando por la abstrusa teoría de cuerdas o los recónditos misterios del cerebro humano, el conocimiento de la realidad en la que estamos inmersos avanza día a día, exponiendo hipótesis, comprobándolas, modificándolas. Es la linterna que se encendió con la Ilustración y cuyo alcance carece de límites y solo depende de la curiosidad y la voluntad humana. Experimentarlo por uno mismo, aunque solo sea mediante la lectura, es una de las grandes emociones que puede sentir un lector.
La historia, por su parte, solo se mueve explicando el pasado de los seres humanos sobre la Tierra. Ayudando a comprenderlo en todas sus muy diversas dimensiones. Al no poder ser sometida a la experimentación científica, la subjetividad puede hacer mella en sus análisis, como esos presuntos historiadores que recientemente proliferan en España y que distorsionan los hechos históricos para apuntalar sus ideologías y fomentar la confusión de la que medran en su oficio. Pero, a pesar de esto, la historia pone en nuestras manos todo el pasado de la humanidad de la que somos ahora un simple eslabón y que en manos de los verdaderos profesionales de esta disciplina nos permite ahondar en las dimensiones más ocultas del pensamiento y el comportamiento humanos.
La política es otra cosa. Aunque su finalidad esencial es establecer las formas con las que las sociedades humanas pueden convivir y organizarse para su mejor desarrollo y beneficio general, encierra en su seno un peligroso elemento desestabilizador: la lucha por el poder. Por eso las lecturas políticas pueden conducir de Hitler a Montaigne, en un extenso recorrido desde la abnegación hasta la ignominia. Hacerse con el poder para ejercerlo y conducir a los ciudadanos por el camino que el político considera más adecuado para su bienestar, abre una vertiginosa escala de posibilidades donde cabe todo lo bueno y todo lo malo que puede imaginarse. El lector habrá de moverse con sumo cuidado en este terreno, sea en verano o en invierno.
En fin, entre ciencia, historia y política, siempre cabe distraer la imaginación adentrándose por los terrenos inagotables del humor, la novela negra o el disparate. Hay mucho donde elegir. Como hay muchos lugares donde pasar las vacaciones, con libros o sin libros. ¡Buen verano!
Publicado en República de las ideas el 12 de agosto de 2011
Escrito por: alberto_piris.2011/08/12 08:58:24.100000 GMT+2
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2011/08/05 09:15:34.099000 GMT+2
Por estas fechas es ya casi imposible que exista algún ciudadano español desconocedor de la tragedia que están sufriendo numerosos pueblos del nordeste africano, aquejados de una más de las terribles hambrunas que periódicamente azotan a esta región. El reciente éxodo de numerosos somalíes buscando en Kenia refugio a su penuria, viene formando parte habitual de los telediarios, hasta que nuevos acontecimientos (¿la visita papal, por ejemplo?) lo reemplacen en nuestras pantallas y, en consecuencia, le hagan descender varios puestos en la lista de preocupaciones “oficiales” que los medios de comunicación instilan en la opinión pública.
Proliferan los análisis que intentan explicar las causas de esta calamidad. Muchos de ellos se centran en las adversas condiciones climatológicas que han afectado a la zona y han acabado con la ganadería local, además de agostar las vitales cosechas. En España, en pasadas épocas de triste recuerdo, se recurría también a citar “la pertinaz sequía” que hacía escasear y encarecía los productos alimenticios para quienes no podían recurrir al mercado negro del “estraperlo” y que tanto contribuyó a la emigración española hacia Europa.
Muchos son también los comentaristas que a la desfavorable climatología unen otros factores propios de la zona: la violencia ejercida entre clanes y facciones que llevan años guerreando entre sí; la presencia de grupos terroristas que asaltan los convoyes de ayuda humanitaria o impiden su paso; las dificultades materiales que tienen que vencer las agencias y organizaciones internacionales para enviar recursos a la zona y, último pero no menos importante, la extendida corrupción que obstruye los canales por los que debería fluir la ayuda. En algunos campamentos de refugiados que en la zona fronteriza con Kenia acogen a los que huyen de Somalia, es preciso sobornar a los empleados locales de las organizaciones internacionales para poder obtener la anhelada tarjeta de inscripción que dará derecho a una escueta ración de alimentos con una periodicidad impredecible.
Climatología, violencia humana, corrupción, desorden y demás calamidades son los enemigos contra los que luchan abnegadamente cientos de personas que entregan sus esfuerzos y parte de su vida para aliviar a las sufrientes víctimas, y que merecen el reconocimiento y el aplauso de todos nosotros.
Sin embargo, en el análisis habitual que se hace de esta catástrofe y de otras similares, suele faltar un aspecto importante: el crecimiento desmesurado de la población. En los cuatro principales países afectados por la actual crisis, la población ha crecido en el último decenio desde 95 a 135 millones de habitantes.
Es inútil y ficticio atribuir la repetición crónica de las hambrunas a la sequía, al cambio climático, a la erosión de los suelos, a la pérdida de las cosechas o el ganado, o a otras razones culturales o políticas, como la injusta distribución de las tierras, el acceso al agua y a otros recursos naturales o artificiales, indispensables para alcanzar un mínimo desarrollo. La escueta realidad es que será imposible alimentar a una población que en algunas zonas del mundo crece un 40% en un solo decenio, como sucede en el nordeste africano. No se trata de revivir el viejo maltusianismo sino de aplicar la más simple lógica. Los recursos, en vastas regiones de la Tierra, serán cada vez más escasos en relación con las necesidades de unos pueblos demográficamente descontrolados.
Así pues, es obvio deducir que el control de la natalidad se ha convertido en el elemento esencial y básico para combatir la catástrofe que aquí se comenta y muchas otras similares que inevitablemente se irán sucediendo en otras zonas del planeta. Es necesario entender que el más serio obstáculo para avanzar en esta dirección lo presentan las principales religiones que tan irracionalmente cierran los ojos ante este grave problema y con su opresión psicológica y las amenazas de un castigo eterno fuerzan el nacimiento de millones de niños que apenas tendrán nada que llevarse a la boca.
Sin embargo, algunas jerarquías religiosas de diverso signo siguen ejerciendo presiones sobre las agencias de ayuda humanitaria, y vetando en ciertos casos su actividad si ésta no se conforma a lo que definen como sus principios morales. El Vaticano, a cuyo Jefe de Estado prepara Madrid una espectacular acogida, no está libre de culpa. Quizá fuera el momento de sugerir que alguna de las entusiásticas pancartas que se exhibirán en las plazas y calles madrileñas hiciera alusión a la responsabilidad que el homenajeado tiene sobre lo que hoy mismo está sucediendo en África.
Publicado en República de las ideas el 5 de agosto de 2011.
Escrito por: alberto_piris.2011/08/05 09:15:34.099000 GMT+2
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