2015/07/03 07:15:53.743403 GMT+2
Ya a finales de los años 80 del pasado siglo tuve ocasión de trabajar -prologando o traduciendo- con algunas obras del profesor y escritor estadounidense Michael T. Klare, cuando ambos colaborábamos con el antiguo Centro de Investigación para la Paz (CIP), patrocinado por la fundación madrileña FUHEM.
Su dedicación a los problemas internacionales vinculados con la defensa y el tráfico de armas, entre otras cosas, le convirtieron en un referente indispensable para los analistas de política exterior. Profesor de estudios para la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College de Massachussets, sigue contribuyendo con sus artículos, publicados en muchos medios de comunicación, a desentrañar algunos de los conflictos que hoy aquejan a la humanidad.
Su última colaboración en el blog de política internacional TomDispatch (http://www.tomdispatch.com), bajo el sugestivo título de Russia vs. China, trata del "conflicto en Washington" sobre quién debería encabezar la lista de enemigos de EE.UU. Merece la pena poner al alcance del lector español algunos de sus pormenores.
Klare constata que la actual gran estrategia de EE.UU. se halla en un desconcierto total. Recordemos, brevemente, que si "táctica" es el arte de usar las tropas en la batalla, como ya apuntó Clausewitz, y "estrategia" es el arte de usar las batallas para ganar la guerra, la "gran estrategia" podría considerarse como el arte de emplear todos los recursos de un Estado para que la victoria en la guerra conduzca a una situación de paz que, para los intereses del vencedor, sea más ventajosa que la situación inicial.
Habría que empezar, por tanto, sabiendo cuál es el enemigo, cosa que durante la Guerra Fría estaba bien clara. Concluida ésta y desintegrada la Unión Soviética, todo lo que podía poner en peligro la hegemonía de la hiperpotencia americana eran unos pocos "estados bandoleros". Después, tras los atentados del 11-S, Bush declaró la "guerra global contra el terror", asumiendo largas campañas contra los extremistas islámicos en cualquier lugar del planeta. Con esa idea, cada país solo podía ser amigo o enemigo y se desencadenó el caos que hemos presenciado, con repetidas invasiones, guerras, incursiones, fuerzas especiales y drones. El rotundo fracaso de esa gran estrategia está a la vista: la situación actual es mucho peor que la inicial, incluso para EE.UU.
Mientras tanto, China utilizaba su creciente poderío económico y expandía su influencia sobre el mundo. Simultáneamente, Rusia reforzaba su presencia en Europa y se convertía en una amenaza real para algunos de sus vecinos.
En tal situación, la gran estrategia de EE.UU. solo tiene hoy unos pocos objetivos claros: destruir al Estado Islámico, impedir que Irán se haga con armas nucleares y seguir sosteniendo militar, económica y políticamente al Estado de Israel. Y aún dentro de ellos hay muchas dudas sobre cómo aplicar los recursos militares para alcanzar los dos primeros. Lo peor es que no hay acuerdo sobre cuál es el enemigo principal: una China cada vez más segura de sí misma o una Rusia que pretende recuperar su antiguo estatus. Decidirse por una u otra traerá consecuencias que afectarán a muchos aspectos de la política de Washington.
Klare opina que si en 2016 los demócratas entran en la Casa Blanca, el foco de la estrategia apuntará a China; si hay un triunfo republicano, Rusia será el enemigo. Cree que poco cambiará a corto plazo: el presupuesto de defensa seguirá creciendo y los medios militares serán enviados desesperadamente de uno a otro lugar del planeta, a medida que surjan nuevos conflictos.
A largo plazo, por el contrario, las perspectivas serán distintas entre ambas opciones. Si el enemigo es Rusia, se entrará en una era de enfrentamientos y crisis periódicas, con redoble de tambores al estilo de la guerra fría. Se enviarán refuerzos militares a Europa, incluyendo armas nucleares; la OTAN recobrará el protagonismo que perdió y siempre anhela. El panorama será sombrío.
No menos sombrío será afrontar al enemigo chino: EE.UU. desplegará fuerzas navales y aéreas en el Pacífico y serán inevitables los encuentros críticos en los mares contiguos a China, donde este país refuerza su presencia militar. Peligrarán los acuerdos comerciales y sobre el cambio climático, y la economía global se resentirá. Las armas nucleares serán un riesgo en la sombra.
Klare opina que a partir de 2016 la gran estrategia de EE.UU. seguirá siendo caótica o estará orientada hacia uno de ambos enemigos. En cualquier caso, solo las corporaciones del armamento y lo que el presidente Eisenhower calificó de "complejo militar-industrial" podrán felicitarse. Las necesidades básicas de la población (salud, educación, infraestructuras y medio ambiente) se resentirán en ambos casos y se reducirán las esperanzas de paz y de frenar el cambio climático.
Klare concluye su comentario: "Un país sin un plan coherente para mejorar los intereses nacionales es triste cosa. Peor es, sin embargo, como podremos comprobar en unos años, un país siempre al borde de la crisis y en conflicto con un enemigo que se siente acosado y posee armas nucleares".
República de las ideas, 3 de julio de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/07/03 07:15:53.743403 GMT+2
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2015/06/26 07:29:53.778000 GMT+2
Un reciente comunicado de la asociación Jueces para la Democracia resaltaba el hecho de que España “es el segundo país del mundo, tras Camboya, con mayor número de personas víctimas de desapariciones forzadas, cuyos restos no han sido recuperados ni identificados”.
Estima en más de 114.000 los desaparecidos españoles como consecuencia de la Guerra Civil y la represión que la siguió. Parece evidente que este segundo puesto en una de las clasificaciones más condenables del ranking mundial de la infamia no beneficia mucho a la tan publicitada “marca España”.
Si el lector rastrea la historia del país asiático que encabeza la lista, comprobará que durante el tiránico régimen de Pol Pot y los jemeres rojos fueron exterminados casi dos millones de camboyanos, una cuarta parte de su población. Sus cadáveres quedaron esparcidos por todo el territorio nacional, pues al constituir el “enemigo oculto” que impedía a los iluminados dirigentes comunistas alcanzar el sueño de su “nueva Camboya” se convertían en simple carroña. Parecía inevitable que tan cruenta política condujera a esa terrible culminación.
Los militares sublevados contra la República española tampoco se anunciaron con templanza. El general Mola advirtió por radio que todos los desmanes atribuibles a la República se habrían de pagar “y muy caro. La vida de los reos será poco. Les aviso con tiempo y con nobleza (!); no quiero que se llamen a engaño”. Pocos días antes, en una proclama publicada en “El Norte de Castilla”, el general Franco había escrito que “ya no cabrán en nuestro solar los traidores”, puntualizando: “Al final exigiremos cuenta estrecha de las conductas dudosas o traidoras”. Con esos preliminares no es extraño que las desapariciones de personas consideradas hostiles al régimen se multiplicaran durante la guerra y tras su conclusión.
Bien, dirá el lector, se trata de dos países que han sufrido unas sangrientas guerras civiles y ya se sabe que la salida de tan cruentas situaciones no es fácil de abordar. Pero no hace falta haber padecido una guerra civil para que la ignominia de los muertos ignorados caiga sobre un Estado. El presidente de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, establecida en Canadá para examinar el sistema de escuelas estatales donde se internaba a la fuerza a los niños aborígenes entre 1876 y 1996, que es el primer juez canadiense de procedencia indígena, declaró hace poco tiempo en Ottawa: “Canadá ha participado, con toda claridad, en un periodo de genocidio cultural”.
Al menos 6.000 niños murieron en esas instituciones, aunque las estadísticas son imprecisas y las cifras solo aproximadas. Una mujer de 50 años que sufrió ese régimen de integración nacional forzada declaró a The Guardian Weekly que había restos humanos por todas partes en torno a su escuela y que muchos jóvenes se suicidaban al abandonar el internado, por lo que no eran contabilizados.
“No aprendí nada en esa escuela; solo el padrenuestro y el himno nacional” declaró. Fue arrancada de su familia y enviada al internado con 7 años en 1972: “Cada noche me daban una ducha con agua fría, a veces después de haberme violado”. Le prohibieron hablar en su idioma nativo, tenía que escuchar en posición de firmes el himno nacional, y la golpeaban cuando no lo hacía bien.
Su voz y la de otras 150.000 víctimas del sistema de internado para niños aborígenes se han escuchado por fin al hacerse públicas las conclusiones de la Comisión. Ya en 2008 el Gobierno había pedido perdón por lo sucedido (aunque siempre ha negado que se tratara de un genocidio), a lo que en 2009 se sumó la Iglesia Católica, principal responsable de los centros reformadores.
El juez antes citado insistió en la estrecha relación entre el sistema de internados y los graves problemas sociales que hoy afectan a las comunidades indígenas: desempleo, violencia doméstica, alto número de niños en los servicios sociales y asesinatos de mujeres.
Los que sobrevivieron a esta aberración nacional han encontrado su voz: “Percibimos que nuestras historias son aceptadas y todo el mundo puede conocerlas”. El presidente de la Asamblea de Pueblos Indígenas afirmó: “Los canadienses empiezan a entender que esto no es solo un asunto de los pueblos indígenas, sino que nos afecta a todos. Hemos recuperado nuestra voz y ya no nos quedaremos callados”.
Canadá, un país de alto nivel de vida y con un elevado índice de desarrollo envidiado por muchos, también tenía suciedad bajo las alfombras. Ante las elecciones a celebrar en octubre, los políticos canadienses ya no podrán ignorar el sucio pasado de su historia y habrán de cuantificarlo, asumirlo y remediarlo en lo posible.
Es el único modo de acabar con los fantasmas del pasado que, por mucho que se haga para ocultarlos o ignorarlos, resurgirán periódicamente, dividiendo a la sociedad y mancillando su sentido de la ética y la justicia.
República de las ideas, 26 de junio de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/06/26 07:29:53.778000 GMT+2
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2015/06/19 06:53:41.408279 GMT+2
El comentario que publiqué hace unos meses en estas páginas digitales ("Un héroe y un patriota", 27/11/2014), sobre las revelaciones de Edward Snowden relativas al espionaje masivo al que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de EE.UU. tenía sometidos a los estadounidenses, concluía así: "El triunfo de Snowden consiste en que él ya no es necesario: ha revelado la verdad, se ha sacrificado por sus conciudadanos y serán éstos los que deberán proseguir el camino iniciado. El documental [Citizenfour, estrenado en octubre de 2014] es un testimonio del pasado para mejorar el futuro: Snowden es un héroe y un patriota en el sentido más genuino de ambas palabras".
Pues bien, estos días parece que ya se está recorriendo el "camino iniciado" por Snowden en 2013, y son sus conciudadanos los que, a través de los representantes en el Congreso y mediante la expresión pública de su rechazo, están contribuyendo a atenuar el daño causado a los derechos humanos por la nefasta ley -Patriot Act- que firmó Bush en octubre de 2001 tras los atentados del 11-S, y que autorizó la investigación masiva de datos personales por la NSA y el FBI.
No crea el lector que se trata de una ley "patriota" en modo alguno, como parece indicar su nombre. Patriot es el acrónimo formado por las letras iniciales de seis palabras contenidas en el título de la ley: Uniting and Strengthening America by "Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism", traducible como "Uniendo y reforzando América mediante la provisión de las herramientas apropiadas para interceptar y obstruir el terrorismo".
En ella no se advierte nada de patriotismo sino una gran desconfianza hacia los ciudadanos y la acuciante necesidad de conocer pormenores sobre sus actividades personales para satisfacer la obsesión antiterrorista que obnubiló a los gobernantes de Washington, cuando iniciaron la loca carrera de una guerra global contra el terror.
En la nueva ley (USA Freedom Act) que ahora se discute en el Senado y que sustituirá a la anterior, se prohibirá la recopilación de datos personales, como registros comerciales, impuestos, libros o datos médicos y sanitarios. También se anulará la facultad que la ley anterior daba al FBI para vigilar todos los dispositivos de comunicación de cualquier objetivo y el llamado "caso del lobo solitario", que permitía mantener bajo observación intensiva a todo individuo sospechoso de terrorismo, aunque no tuviese conexiones con grupos terroristas conocidos.
Muchos de esos aspectos volverán a incorporarse, quizá algo atenuados y sometidos a controles más fiables, a la nueva ley USA Freedom, cuyo nombre es también otro acrónimo: Uniting and Strengthening America by Fulfilling Rights and Ending Eavesdropping, Dragnet-collection and Online Monitoring Act, que puede traducirse como "Uniendo y reforzando América mediante el cumplimiento de los derechos y cancelando las escuchas secretas, la recopilación masiva y la vigilancia en internet".
Esto no quiere decir que la libertad -freedom- vuelva a erigirse en valor supremo, como cuando nació EE.UU, ni que los teléfonos personales recuperen la inviolable privacidad de tiempos pasados. La recopilación de datos telefónicos ya no será, como hasta ahora, masiva y continua a cargo de la NSA. Serán las compañías telefónicas las que estarán obligadas a conservar los datos (origen, destino, hora y duración) de cada llamada, que habrán de poner a disposición del Gobierno cuando lo autorice un tribunal creado para estos efectos.
No cabe duda de que las revelaciones de Edward Snowden a varios diarios internacionales en 2013 y el eco que tuvieron en otros medios de difusión en todo el mundo han empezado a surtir efecto, aunque las circunstancias en las que se debate hoy la humanidad hagan difícil garantizar algunos derechos que siempre se han tenido como esenciales, en esa prolongada pugna, nunca resuelta, entre la libertad y la seguridad.
Un senador republicano declaró: "Snowden ha jugado un indudable papel. Creo que me produjo a mí el mismo efecto que a la mayoría de los estadounidenses, que quedaron sorprendidos y abrumados al saber que el Gobierno disponía de acceso a ese tipo de datos personales".
Parece como si estuviéramos asistiendo a una reivindicación de los "que tocan el silbato", los whistleblowers o denunciantes, los que "tiran de la manta". Los que se arriesgan a denunciar lo sólidamente asentado cuando es reprobable y ponen de relieve las contradicciones e hipocresías del establishment. Hay situaciones en que los tortuosos hábitos adquiridos al paso del tiempo, como el secretismo o la endogamia institucional, la falta de transparencia y las leyes o reglamentos que permiten a ciertos grupos sociales (agencias de seguridad y espionaje, ejércitos y órganos de la defensa, altas finanzas, grandes corporaciones industriales, etc.) eludir los controles indispensables en toda democracia, hacen necesario que algunas personas abnegadas arriesguen su propia seguridad y bienestar personales denunciando las anormalidades que observan. En ocasiones, este es el único modo de avanzar hacia la justicia y la democracia.
República de las ideas, 19 de junio de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/06/19 06:53:41.408279 GMT+2
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2015/06/12 10:14:46.694459 GMT+2
La historia de las guerras muestra numerosos casos en los que ejércitos muy poderosos, dotados del más moderno armamento y pertenecientes a potencias de primera fila en todos los órdenes (militar, económico, diplomático, etc.) son derrotados por fuerzas aparentemente desorganizadas, provistas de armamento primitivo, sin un Estado fuerte que las respalde y de las que ningún éxito militar parecía posible.
El ejército soviético se empantanó en Afganistán; la primera superpotencia mundial no supo salir con honor de las selvas vietnamitas y abandonó vergonzosamente el país que había decidido prohijar. Los ejércitos de esa misma superpotencia, años después, volvieron a fracasar en Oriente Medio tras empeñarse arrogantemente en otros conflictos de los que escaparon sin alcanzar los objetivos propuestos y tras crear situaciones que llevaron el caos y el desastre a los pueblos donde operaron.
Las preguntas se acumulan hoy en relación con la guerra que Occidente, acaudillado por EE.UU., ha emprendido contra el Estado Islámico (EI), entidad que inicialmente parecía solo una amalgama de fanáticos religiosos iluminados por la idea de un califato que haría retroceder varios siglos el reloj de la historia universal.
Desde todos los puntos cardinales llueven intentos de explicar el aparente fracaso que rodea esta guerra. ¿A qué razones atribuir el crecimiento, lento pero constante, del número de los que se alistan bajo las banderas del califato y deciden morir por él? O dicho de otro modo: ¿qué es lo que explica el aparente fracaso del poder militar, económico y diplomático occidental?
A las numerosas respuestas que afluyen para intentar comprender esta anomalía, conviene sumar lo que aparece como una distorsión grave en los conceptos estratégicos de EE.UU. y en la adaptación de su fuerza militar, todavía incontestable, a las circunstancias especiales del conflicto actual. Lo que respecto a EE.UU. pueda aducirse es extensivo a los demás países participantes a su lado en el conflicto que se extiende por Oriente Medio y el norte de África.
Las fuerzas y los recursos que EE.UU. aplica a sus ejércitos están divididos en dos compartimentos independientes, casi estancos: el que actúa dentro de lo que puede llamarse las nuevas guerras y el que sigue todavía bajo el espíritu de la Guerra Fría. No cabe descartar la idea de que esta división de esfuerzos, recursos y voluntades merma la capacidad de respuesta de la superpotencia americana al nuevo reto militar.
Aunque drones, fuerzas especiales, ciberguerra y artefactos de guerra a distancia, previstos para la lucha antiterrorista, ocupan las primeras páginas de los noticiarios, no hay que olvidar que la estructura militar de EE.UU. sigue anclada en la Guerra Fría. La llamada “triada nuclear” (misiles terrestres, bombarderos y submarinos nucleares) sigue activa y constantemente actualizada a un elevado coste, como núcleo esencial de la defensa del país. Sus fuerzas navales se articulan en torno a enormes portaaviones, su aviación experimenta con nuevos bombarderos estratégicos y sus ejércitos conservan todavía unos 6000 carros de combate M-1 Abrams, como los que en el pasado se hubieran utilizado para frenar a las fuerzas soviéticas que invadieran Alemania.
Esto obedece a una ley ineludible en el mundo militar que es la inercia y la resistencia a los cambios. Como aquel brigada que llevaba la administración en la batería donde yo serví como teniente al salir de la Academia, que despreciaba la máquina de escribir (que no quería aprender a usar) aduciendo que su buena letra lo hacía innecesario. Pero no es solo la inercia: existe también el peso del complejo militar-industrial, también académico y político, para el que el desarrollo de sistemas de armamento poco tiene que ver con la situación estratégica y sí con la coyuntura financiera y económica, y la posibilidad de aumentar los beneficios.
Del mismo modo que los poderes financieros (la gran banca, las corporaciones internacionales, etc.) lastran hoy pesadamente la actividad política de los Gobiernos, otros poderes no muy distintos determinan también los instrumentos que han de utilizarse en las guerras, aunque a veces conduzcan a matar mosquitos a cañonazos o a no disponer de elementos adaptados específicamente a cada conflicto. Parece que las premonitorias palabras del general Eisenhower, al despedirse de la presidencia de EE.UU. en 1961, siguen teniendo vigencia: “La conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística es algo nuevo para la experiencia norteamericana. Su influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos. Sólo una ciudadanía informada y alerta puede obligar a que se produzca una correcta adaptación entre la inmensa maquinaria defensiva industrial y militar, y nuestros métodos y objetivos pacíficos”.
República de las ideas, 12 de junio de 2014
Escrito por: alberto_piris.2015/06/12 10:14:46.694459 GMT+2
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2015/06/05 07:22:45.001028 GMT+2

En mi comentario de la semana pasada en estas páginas digitales ("¿Vuelve la Guerra Fría?" 28/mayo/2015) señalé algunos de los síntomas que parecen indicar un retorno a aquel enfrentamiento que, desde 1945 hasta principios de los años 90, mantuvo las espadas en alto entre Washington y Moscú.
Sin embargo, la nueva guerra fría que ahora parece anunciarse ya no enfrentaría solo a las dos grandes superpotencias mundiales, como ocurrió en la anterior. Uno de los bandos está formado por tres protagonistas a distinto nivel, aunque suelen actuar conjuntamente: EE.UU. y, subordinadas a él, la OTAN y la Unión Europea (UE). Esto, sin olvidar el escenario internacional transformado por la emergencia y consolidación de nuevos Estados, entonces todavía en vías de desarrollo y hoy con aspiraciones de ámbito global.
Con la óptica predominante en Occidente a veces no se entienden algunas reacciones de los políticos rusos y el eco favorable que encuentran en su población. Un error común consiste en pensar que hay una "Rusia de Putin", moldeada por él, que se transformaría radicalmente en cuanto desapareciera el "nuevo zar Vladimiro", tan detestado en Occidente. Pero el éxito de Putin es que ha sabido conectar con la auténtica Rusia y de ahí su popularidad, tan resistente a los fracasos. Por el contrario, el fracaso de Occidente es actuar desde la ignorancia y con la arrogancia del vencedor, lo que viene empujando a Rusia a una situación comprometida.
La Rusia postsoviética evitó enfrentarse a la UE confiando en que, desde la periferia europea a la que había quedado relegada tras su derrota material y psicológica en la Guerra Fría, se reintegraría naturalmente al centro de Europa, al que históricamente siempre ha pertenecido. Pero no ocurrió así. La UE la mantuvo al margen y las propuestas rusas de un sistema colectivo de seguridad "desde Lisboa a Vladivostok" (que reemplazara al otánico desde Canadá a Turquía) fueron desdeñadas por la UE, mientras extendía hacia el este sus fronteras políticas y militares hasta alcanzar las lindes rusas.
Con el nuevo siglo, las cosas cambiaron. Putin supo inspirar confianza a su pueblo, que añoró glorias pasadas. La penetración occidental en lo que fue Europa oriental y el apoyo prestado a las sucesivas "revoluciones de color" en los países de la antigua esfera de influencia rusa hicieron temer un posible "Maidán moscovita", que naturalmente Putin no estaba dispuesto a facilitar. Entre la espada y la pared, Moscú pasó de las palabras a los hechos, a veces brutales, como ocurrió en Georgia, Osetia del Sur y finalmente en Ucrania.
Gracias a la excelente profesionalidad de la BBC británica pude contemplar en directo, con más detalle que si hubiera estado en la Plaza Roja moscovita, los actos allí celebrados el pasado 9 de mayo en conmemoración de la derrota de la Alemania hitleriana. Hubo un hecho significativo que apenas duró dos segundos: el ministro de Defensa Serguéi Shoigú, antes de pasar revista a las fuerzas formadas, se santiguó a estilo ortodoxo con la cabeza descubierta. Al tratarse de un budista, no era un signo con sentido político para agradar a Putin, dado su renovado apoyo a la Iglesia ortodoxa rusa. Era una muestra de vinculación con un pasado glorioso y sus tradiciones imperiales, como cuando los soldados del zar recababan la bendición de los popes antes de entrar en combate o los mismos zares se descubrían al cruzar la puerta de El Salvador en el Kremlin, por donde Shoigú entró espectacularmente en escena.
Un buen conocedor de la Rusia actual y de su historia ("En Rusia todo es posible", A. Santos, 2003) escribe que "el ruso ama a su país por encima de todo, de un modo religioso". Añade: "un amor intenso y apasionado, tanto en el bien como en el mal...un enamoramiento erótico, compartido por la mayoría de los rusos, incomprensible para el extranjero". Claro está que desde Occidente poco se aprecian esos matices. Y se cometen errores, como el boicot de la mayoría de los Gobiernos occidentales a la citada conmemoración o las sanciones aplicadas a Rusia por su intervención en Ucrania. Todo lo cual ha servido para acercarla a China, como se apreció en los sostenidos comentarios que durante el desfile intercambiaban Putin y el presidente Jinping, sentado a su derecha como huésped de honor y jefe supremo del contingente chino que participó en el desfile exhibiendo su bandera.
De los tres agentes occidentales de esta supuesta segunda guerra fría, solo la OTAN mantiene alta la tensión belígera porque forma parte de sus genes. Y aunque Obama ha mostrado gran dureza frente a Rusia tras lo sucedido en Ucrania, las recientes visitas a Rusia de destacados políticos de Washington (como Kerry o Nuland) muestran que no le conviene escalar la tensión. A EE.UU. le beneficia, por otra parte, un cierto deterioro de las relaciones ruso-europeas, para mantener a la UE en su órbita política y económica y alejada de Rusia.
Putin ha trastocado el viejo sistema europeo y mundial de equilibrio. Una guerra fría amortiguada puede resultar útil para todos, conscientes de que en julio se anuncian dos importantes reuniones del "grupo de Shanghái" y los BRICS, atentos a la posible reconfiguración del orden geoestratégico hacia un modelo que podría llegar a ser doblemente tripolar: EE.UU.-Rusia-UE, por un lado, y China-Rusia-UE por otro. En todo caso, la UE y Rusia están condenadas a tender puentes de entendimiento por encima de cualquier amago de guerra fría.
Republica de las ideas, 5 de junio de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/06/05 07:22:45.001028 GMT+2
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2015/05/29 07:59:39.584528 GMT+2
Los tambores de guerra de la OTAN redoblan en torno el mar Báltico. Según portavoces oficiales de la Alianza, ha aumentado el número de incursiones de la fuerza aérea rusa sobre este mar y, aunque el Gobierno de Moscú niega que sus aviones de combate hayan violado las normas internacionales, la OTAN ha decidido reanudar algunas prácticas que fueron habituales durante la Guerra Fría.
No se ha demostrado que en ninguno de los casos citados haya habido violaciones del espacio aéreo de algún país de la OTAN. Todos los encuentros entre aviones rusos y otánicos se han producido en el espacio internacional, aunque han recibido a menudo una extraordinaria atención por los medios de comunicación europeos, a pesar de no haber sido oficialmente confirmados o incluso después de que fueran desmentidos.
El nerviosismo producido por estos incidentes no se refiere solo al espacio aéreo. Un submarino "fantasma" ruso, supuestamente detectado en aguas suecas, produjo resonantes titulares en la prensa europea en octubre del pasado año. Tras una extensiva búsqueda desarrollada por las fuerzas armadas de ese país, nada concreto pudo revelarse. Meses después, las sospechas recayeron en "una nave local no identificada", como confirmó el ministerio sueco de Defensa. Pero el daño ya estaba hecho y agudizada la histeria antirrusa entre los países ribereños del Báltico, insistiendo en un presunto paralelismo con la anexión rusa de Crimea.
Antes de valorar lo que está sucediendo en torno al mar Báltico, conviene saber que las vicisitudes de la historia (sobre todo, el reajuste territorial que produjo la 2ª Guerra Mundial) han configurado las fronteras de los países que lo rodean de modo que Kaliningrado (la antigua Könisberg alemana), hoy una región rusa, se ha convertido en un enclave al que solo puede accederse directamente por mar; también por aire, pero a través de los espacios aéreos de Bielorrusia o los Estados bálticos. Por tierra, al estar rodeado por territorios de la UE y de la OTAN (Lituania y Polonia), Kaliningrado se ha convertido en un lugar geopolíticamente sensible, no muy distinto a lo que representó Dánzig (hoy Gdansk), el enclave alemán en la Polonia anterior a la 2ª G.M. Además, es el único puerto septentrional ruso cuyas aguas no se hielan en invierno y, por tanto, constituye una importante base para la flota rusa del Báltico, algo similar a lo que para la flota de mar Negro es Sebastopol.
Pero si desde la OTAN se insiste en el creciente peligro que representa para Europa la actividad militar rusa en el Báltico, desde Moscú las opiniones expresadas son parecidas. El viceministro de Defensa ruso declaró que se está produciendo "un aumento sin precedentes e injustificado de la actividad de la OTAN cerca de la frontera con Rusia. Sin embargo, son las fuerzas armadas rusas las que son acusadas de todos los pecados mortales (sic)".
En Moscú también se desconfía del progresivo aumento de las bases militares de la OTAN próximas a la frontera: "Son unas 400 bases. Es una información fidedigna, y los que trabajamos en el Ministerio de Defensa -prosiguió el viceministro- nos preguntamos: ¿Qué es lo que estáis haciendo alrededor de nosotros?". Los Estados bálticos han reclamado la presencia de tropas y aviones de la OTAN en su territorio, y en ellos se suceden las maniobras y ejercicios militares. En las costas lituanas se han desarrollado hace poco las maniobras internacionales de la Alianza denominadas "Fortaleza Báltica 2015".
Entre las medidas propias de la Guerra Fría que se están restaurando, sobresale la instalación de "teléfonos rojos" para evitar cualquier incidente o error que pudiera agravar la situación y producir una escalada indeseada. En palabras del Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, "vamos a asegurarnos de que esos procedimientos estén permanentemente activos, funcionen y se utilicen si ocurre algún incidente".
La OTAN, además, ha reducido el número de funcionarios autorizados para la delegación rusa en el Cuartel General bruselense. Stoltenberg declaró: "Hemos decidido suspender toda la cooperación práctica [con Rusia] pero mantener los canales de diálogo y contacto político y militar".
Se podría decir que, visto desde Moscú, "llueve sobre mojado". Aludiendo a la expansión de la OTAN en las proximidades de Rusia, Putin declaró en marzo pasado: "La OTAN está desarrollando una fuerza de reacción rápida y ampliando su infraestructura cerca de nuestro territorio. Se rompe la paridad nuclear y se acelera la creación de un sistema de defensa antimisiles en Europa y en la zona del Pacífico". Acusó a EE.UU. de que al abandonar el tratado ABM (de defensa antimisiles) "está destruyendo las bases mismas del sistema moderno de seguridad internacional".
Añadió: "Nadie podrá intimidar a nuestro país; nadie ha podido ni podrá hacerlo. Siempre tendremos la respuesta adecuada ante las amenazas internas y externas a nuestra seguridad nacional".
¿Vuelve la Guerra Fría? Los hechos observados y las palabras pronunciadas hacen temer que la respuesta a esta pregunta ya no puede ser negativa.
República de las ideas, 29 de mayo de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/05/29 07:59:39.584528 GMT+2
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2015/05/22 10:14:23.819915 GMT+2

En 1949 algo más de un centenar de españoles, en su mayoría campesinos grancanarios, tras haber cruzado el Atlántico navegando “artesanalmente” (se guiaron por el sol y el reloj del armador) en una vieja goleta durante 36 días, alcanzaron el puerto venezolano de Carúpano, donde fueron detenidos por la policía como inmigrantes irregulares.
La prensa local lo contó así el 25 de mayo de 1949: “Un velero destartalado arribó a nuestras costas con 106 inmigrantes ilegales a bordo. Los sin papeles detenidos, entre los que había diez mujeres y una niña de cuatro años, se hallaban en condiciones lamentables: famélicos, sucios y con las ropas hechas jirones. La bodega del barco, que solo medía 19 metros de eslora, parecía un vomitorio y despedía un hedor insoportable”.
El dueño del barco, nada más iniciar la navegación, pasó lista y en cubierta dictó las primeras instrucciones: “Somos 85 hombres, 11 marineros, 10 mujeres y una niña de 4 años. Las mujeres dormirán en los camarotes de popa y los hombres en la bodega. Traten de tener un puesto fijo para no andar con peleas. Sólo hay 20 platos y 20 cucharas”.
Un campesino canario ganaba entonces entre 10 y 20 ptas por jornada. Tenía que vender sus cabras para pagar las 4.000 ptas del viaje. Mientras España estaba hundida en la miseria y sufría la represión política del régimen, Venezuela era un país próspero en pleno auge petrolero. Los que ya habían emigrado allí escribían a sus familiares contándoles que en Venezuela se ganaban entre 8 y 10 dólares por jornada, cuando el cambio era de 20 ptas/dólar.
Para facilitar la comparación con el actual problema de la inmigración que afluye a Europa, conviene recordar que la diferencia entre los niveles de vida en Venezuela y España era entonces bastante menor que la que hoy existe entre España y Nigeria.
El caso de la goleta “La Elvira” no fue único; centenares de naves salieron de las Canarias hacia América, en especial a Venezuela (familiarmente llamada en el archipiélago “la octava isla” por su estrecha relación con él). Se calcula que solo en los años cuarenta emigraron 128.000 canarios, hacinados en las bodegas de veleros de todo tipo. Sobre la odisea del “Telémaco”, que salió de La Gomera en 1950 con 171 emigrantes a bordo, se han escrito páginas estremecedoras, narrando los padecimientos que hubieron de sufrir los arriesgados emigrantes que soñaban con una vida mejor en las tierras americanas.
Se anuncia ahora que la Unión Europea va a tomar medidas para evitar que sigan ahogándose en las aguas del Mediterráneo los inmigrantes africanos o asiáticos. No obstante, genera bastante desconfianza la alusión a una “misión militar” contra las mafias que se enriquecen con el tráfico de personas, misión que parece implicar la destrucción en los puntos de salida de las embarcaciones donde se traslada a los que huyen del hambre, la persecución, la miseria o la desesperanza.
Como ocurre con el tráfico de estupefacientes, la actividad de una mafia es un simple eslabón de una cadena larga y compleja. Los motivos que originan el narcotráfico (como ocurrió durante la vigencia de la “ley seca” en EE.UU.) preceden en mucho a la existencia de los grupos mafiosos, ya que estos son el resultado de una demanda y una oferta que completan el ciclo del problema y donde hay que intervenir para resolverlo.
En relación con la emigración parece artificiosa y retorcida la distinción entre los que emigran en demanda de asilo político, huyendo de un país de guerra o de la persecución política, étnica o religiosa, y los que lo hacen aspirando a lograr mejores condiciones de vida, huyendo de la miseria.
Un bloguero quiteño, que escribió sobre la aventura de “La Elvira”, lo razonaba con claridad: “Nadie puede elegir el lugar y el tiempo para nacer, pero si alguien se gasta todo su dinero en un viaje que le puede costar la vida, es porque realmente en su país de origen lo está pasando muy mal. Es triste que muchos de los otrora países migrantes, ahora criminalicen y persigan a gente que sólo busca un medio de subsistencia”.
Es más triste todavía que para intentar resolver el problema que ahora se materializa entre las dos orillas del Mare Nostrum, la Unión Europea solo sea capaz de articular una “misión militar”, cuando se trata de una cuestión con raíces sociales y económicas que mal se abordará con fragatas, tropas de desembarco o cazabombarderos. Problema que, no se olvide, es en gran parte el resultado del viejo colonialismo militarizado que sufrieron los pueblos de África y Oriente Medio, cuando las potencias europeas forcejeaban entre sí para repartirse vastos territorios entre los océanos Índico y Atlántico y explotarlos sin compasión.
Poco se ha aprendido de experiencias anteriores. Atacar y destruir los cárteles del narcotráfico en varios países americanos apenas ha reducido el comercio de las drogas. Cuando un grupo mafioso es aniquilado, otro surge y llena el vacío producido. Atacar a las mafias que trafican con emigrantes asiáticos o africanos en el Mediterráneo ¿va a mejorar las condiciones de vida de los que arriesgándolo todo desean pisar suelo europeo como su máxima aspiración vital?
República de las ideas, 22 de mayo de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/05/22 10:14:23.819915 GMT+2
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2015/05/15 07:03:22.156048 GMT+2
Los medios de comunicación españoles no suelen reproducir las opiniones de los analistas políticos rusos. Sobre el conflicto ucraniano, los principales diarios repiten machaconamente el argumentario generado en Washington, del que se hacen eco la mayoría de los Gobiernos de la UE y, como no podía ser menos, el cuartel general bruselense de la OTAN.
Pero para entender mejor lo que está sucediendo en Ucrania conviene contrastar con otros puntos de vista el exclusivamente occidental. Rostislav Ishchenko es un analista ruso que ha publicado un indispensable artículo que circula aceleradamente por Internet y cuyo solo título refleja ya la ambición de su intento: "¿Qué quiere Putin?". Es la pregunta que se hacen los Gobiernos afectados por la crisis ucraniana para entender el comportamiento, a veces incomprensible, de Rusia en este conflicto.
Ha sido calificado por un politólogo estadounidense como "una verdadera obra maestra: un análisis exhaustivo de la posición geoestratégica de Rusia y un claro y preciso análisis de toda la 'estrategia de Putin' para Ucrania". Fue publicado en ruso en febrero pasado pero no se ha difundido en español hasta el 24 de abril. El texto traducido se encuentra disponible en: http://sakerlatam.es/tag/rostislav-ishchenko/.
Para Ishchenko, el conflicto ucraniano no concierne solo a una parte del territorio europeo, sino a todo el sistema internacional. Su resolución no será solo "ucraniana" o "novorrusa" -según triunfe el Gobierno de Kiev o los independentistas del Donéts- sino que el principal resultado será la victoria estratégica de EE.UU. o de Rusia, lo que afectará a la totalidad del planeta.
Ishchenko opina que, silenciadas las armas, serán la política y la diplomacia las que determinen el resultado final del conflicto. En esto no cuentan "los políticos de Kiev porque no deciden nada... al final mandan los 'americanos". Ni los sublevados de Donetsk y Lugansk, porque "existen solo con el apoyo de Rusia" cuyos intereses son los que han de proteger.
Sobre la UE es claro: "Tampoco estamos interesados en la posición de la Unión Europea. Mucho dependía de la UE hasta el verano del año pasado, cuando la guerra se podría haber evitado o detenido desde el principio. Se necesitaba una posición dura y de principios en contra de la guerra por parte de la UE. Podría haber bloqueado las iniciativas estadounidenses para iniciar la guerra y la UE se habría convertido en un actor geopolítico independiente y significativo. La UE dejó pasar esa oportunidad y en lugar de eso se comportó como un fiel vasallo de los Estados Unidos".
En consecuencia: "Lo que nos debe interesar es la opinión de los dos principales contendientes que determinan la configuración del frente geopolítico y, de hecho, están luchando por la victoria en la guerra de nueva generación: la Tercera Guerra Mundial centrada en la red. Estos contendientes son Estados Unidos y Rusia".
Analiza después la posición de ambas potencias y los intereses enfrentados: "Para Estados Unidos, un compromiso con Rusia significaría renunciar de forma voluntaria a su hegemonía, lo que lo llevaría a una catástrofe sistémica acelerada: no sólo una crisis política y económica, sino también una parálisis de las instituciones del Estado y la incapacidad del Gobierno para funcionar. En otras palabras, su inevitable desintegración. Pero si Estados Unidos gana, entonces es Rusia quien experimentará la catástrofe. Después de un cierto tipo de 'rebelión', las clases dirigentes de Rusia serían castigadas con la liquidación y confiscación de activos, así como penas de prisión. El Estado se fragmentaría, se anexionarían territorios sustanciales y el ejército del país podría quedar destruido".
¿Qué piensa Putin? Ha sabido impulsar el renacimiento de Rusia incluso en condiciones hegemónicas de EE.UU. Entendió profundamente la naturaleza de EE.UU. y supo adaptarse a la situación. Solo gradualmente empezó a mostrar cierto nivel de confrontación (Georgia, Osetia, Abjasia) hasta que en 2012 la flota rusa participó en el conflicto sirio, dispuesta a enfrentarse con la OTAN. Pero tras el golpe de Estado en Kiev en 2014, la confrontación fue definitiva: "de haber estado en la era prenuclear, la guerra hubiera sido declarada de forma automática", asegura Ishchenko.
No puede resumirse en estas breves líneas la complejidad del análisis aquí comentado, pero hay que reseñar que un objetivo de Putin es "evitar la mayor parte de los efectos negativos de una conflagración en Ucrania y una conflagración en Europa. Debido a que es imposible evitar completamente ese resultado (si Estados Unidos quiere encender el fuego, lo hará), es necesario poder extinguirlo rápidamente para salvar lo que es más valioso".
Opina el autor que Putin puede ganar "la guerra de las sanciones, la guerra de nervios, la guerra de la información, la guerra civil en Ucrania, y la guerra económica". Pero también "Putin considera que la paz es de vital importancia, ya que es la paz la que hará posible alcanzar sus objetivos con efecto máximo a coste mínimo. Pero debido a que la paz ya no es posible y las treguas son cada vez más teóricas y frágiles, Putin necesita la guerra para terminar lo más rápido posible". Una guerra que destruye Ucrania, agota y divide a la UE e implica a EE.UU. en su pugna directa con Rusia. Aunque el lector discrepe del politólogo ruso, le aconsejo leer este interesante análisis.
República de las ideas, 15 de mayo de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/05/15 07:03:22.156048 GMT+2
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2015/05/08 07:22:32.585039 GMT+2
El pasado 29 de abril, Hillary Clinton pronunció un discurso en la Universidad de Columbia sobre la necesidad de reformar algunas prácticas de la administración de justicia y de la actuación policial en EE.UU. Tras insistir en que existen bastantes aspectos positivos en ambas actividades (como los agentes que inspiran confianza en la población y que desempeñan honrosa y desinteresadamente sus misiones o las comisarías de policía que ensayan nuevas estrategias para proteger a los ciudadanos sin recurrir al uso desmedido de la fuerza), añadió esta significativa sugerencia: "Podríamos empezar asegurándonos de que los fondos federales para el cumplimiento de la ley en los ámbitos estatal y local se utilizan para vigorizar las prácticas más adecuadas y no para adquirir armas de guerra que no pueden tener cabida en nuestras calles".
A finales de 2013 publiqué en este diario un comentario (¡Vivan las 'caenas'!, 12/12/2013) sobre la acelerada criminalización de la vida ciudadana en EE.UU., a raíz de un informe que entonces causó cierto revuelo en la opinión pública, titulado The Over-Policing of America (Los excesos policiales en EE.UU.), y subtitulado Police Overkill Has Entered the DNA of Social Policy, que podría traducirse como “La exageración policial ha penetrado en el ADN de las políticas sociales”.
Consecuencia reciente de este fenómeno que hoy se abate claramente sobre la sociedad estadounidense y que inevitablemente se irá extendiendo por los países europeos, tan dados a seguir lo que en Washington se estila, han sido las violentas algaradas que han estallado en Baltimore, eco a su vez de otros conflictos anteriores de análogo origen, donde en varias ciudades de EE.UU. la latente discriminación racial se combina con una desproporcionada violencia ejercida por las fuerzas de orden público, lo que conduce a situaciones explosivas.
En los barrios de Baltimore sacudidos por la última revuelta popular, más de un tercio de las familias viven en situación de pobreza, con un índice de desempleo superior al 50%. Siguen en estado ruinoso los barrios incendiados durante las revueltas de 1968 tras el asesinato de Martin Luther King; un 33% de los hogares han sido desahuciados y son cada vez más los que no pueden pagar las crecientes tarifas del suministro de agua. Los residentes, en su mayoría negros, viven en realidad en barrios segregados y se sienten abandonados por los poderes públicos.
Por otra parte, más del 70% de la fuerza policial reside fuera de la ciudad, y un 10% fuera del propio Estado, Maryland. Su brutalidad ha sido objeto de varios informes, y en una zona donde solo el 28% de la población es blanca, el 46% de los agentes de la policía son blancos. Pocos son quienes los contemplan como protectores del ciudadano, sino más bien como foráneas fuerzas de ocupación.
El resultado de todo esto es que unos cuerpos policiales, cada vez más dotados de armas de guerra y muchos de cuyos agentes son veteranos militares que han practicado el "antiterrorismo" en Afganistán o Irak, son enviados contra unas comunidades empobrecidas, segregadas y desprovistas de lo más esencial. La policía de Baltimore desplegó todo su arsenal militar, desde los drones hasta los equipos especiales de asalto, como si hubiera declarado la guerra a un enemigo, olvidando que se trataba de una población que protestaba airadamente por motivos más que evidentes.
La guerra contra el terror que desde el 11-S es obsesiva ansiedad de los dirigentes estadounidenses ha penetrado en la actividad policial común, donde incluso han aparecido a veces los llamados "agujeros negros", donde los detenidos desaparecen temporalmente, privados de sus más elementales derechos civiles, según la fórmula probada en Guantánamo o Abu Ghraib.
Desde 1997, casi medio millón de "elementos de propiedad controlada" (armamento y equipo militar) han sido transferidos desde el Pentágono a los órganos de mantenimiento de la ley. Armas portátiles de todo tipo, incluso ametralladoras, aparatos de visión nocturna, vehículos ligeros acorazados y carros de combate, además de aeronaves.
A lo anterior se une el uso de programas de vigilancia automática de las redes sociales y el desarrollo de sistemas de "predicción de comportamientos", para anticipar las acciones de desobediencia civil, protestas callejeras o tumultos violentos. Un sistema informático para clasificar a los que actúan en dichas redes como posibles enemigos está también en la vanguardia de las nuevas aplicaciones represivas.
En la mentalidad nacional está hondamente asentada la idea de que EE.UU. puede hacer la guerra cuando y donde lo desee, sin que este innato belicismo dañe la naturaleza social del país. La experiencia reciente muestra lo erróneo de esta suposición. El fenómeno que aqueja a EE.UU. consiste en que, incorporando a los cuerpos policiales el armamento y la mentalidad militar de quienes contribuyeron a que las últimas guerras desembocaran en sonados fracasos geopolíticos, se establece la tendencia a afrontar los conflictos sociales internos como si se tratara de derrotar a otro peligroso Estado Islámico.
República de las ideas, 8 de mayo de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/05/08 07:22:32.585039 GMT+2
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2015/05/01 07:32:49.121179 GMT+2
Marina Ajmedova, reportera de guerra, habla de su última visita a Ucrania:
"Estaba ante el monumento de Savur-Mogila, erigido en conmemoración del combate que [en agosto de 1943] libraron las fuerzas soviéticas para rechazar a los invasores alemanes [en la zona de Donetsk próxima a Rusia], donde murieron muchos miles de soldados. Posee un valor sagrado para los ucranianos orientales: llevaban a los estudiantes a visitarlo y allí les contaban las proezas de sus abuelos.
"Cuando empezó la guerra en Ucrania, fue ocupado por los insurgentes, integrados en gran parte por voluntarios rusos, y fue bombardeado varias veces por el ejército ucraniano, lo que hizo saltar a la superficie cadáveres de soldados alemanes y soviéticos. Parecía una metáfora: durante la 2ª Guerra Mundial, rusos y ucranianos lucharon juntos contra el invasor alemán y hoy sus nietos se matan entre sí. Yo estaba en lo alto del monumento con unos insurgentes y abajo se oían disparos. Había un carro de combate que todavía ardía, del que sobresalía el pie de un soldado ucraniano por una escotilla.
"Era un pie calzado con una bota. Uno de los sublevados empuñó su arma y dijo que iban a fusilar el pie. Tuve tanto miedo que le dije que si disparaban contra el pie, sería un crimen contra la humanidad, y le insistí en que no lo hiciera. Él me dijo: 'No deberías haber venido'. Repetí mi protesta y su jefe, que me había oído, se acercó y yo exclamé algo de lo que me acordaré toda la vida: '¡Deja tranquilo ese pie! no sabes si es de un militar que ha hecho la guerra a la fuerza o de un mercenario".
Nacida en Siberia de una familia daguestaní, Marina Ajmedova concluyó sus estudios y tras trabajar como traductora en Moscú saltó al campo de la novela y después al periodismo. En éste volcó todo su entusiasmo: "Escribo por el texto, no para ganar dinero; lo que me es necesario es escribir, tan necesario como esos que por la mañana se sienten obligados a hacer deporte, tan necesario para mí como respirar".
La guerra no la ha cambiado profesionalmente: "He visto los niveles de violencia que la gente puede alcanzar y he comprendido que ni con toda la voluntad del mundo voy a cambiar nada". El contacto con la guerra civil en el Donbas la hizo pensar -gracias a un "sexto sentido", afirma- que las personas, en el fondo, solo se rigen por sus instintos y por la energía contagiosa de la masa, una energía negativa, donde rodeada de escenas de horror "todo pasa muy deprisa, apenas tienes tiempo de decir una palabra y ya te han matado".
"He pasado quince días en Donetsk, con los proyectiles silbando sobre nuestras cabezas. De noche me encerraba en el cuarto de baño, la única habitación sin ventanas. Cada día aumentaban las víctimas, pero yo leía en Facebook lo que escribían algunos sobre la lucha sin salir de Moscú y sin saber cómo era la verdadera guerra".
Visitando los depósitos de cadáveres que se engrosaban día a día asumió la idea de que "toda persona viva es un milagro, milagro que no debería ser agredido con palabras, hechos ni bombardeos". Los soldados, esos hombres fuertes y bien armados, se convierten al morir en unos cadáveres frágiles, aniñados.
Para Ajmedova, la guerra en Ucrania es una guerra contra natura, lo que la hace aún más repugnante. Una vez estaba informando sobre los espías de la República Popular de Donetsk, sentada en un café con un rebelde que se decía "soldado de Cristo y fanático de San Serafín". Para mostrarle su virilidad, mientras los proyectiles hacían explosión a su alrededor y ella sentía crecer el pánico, él la propuso: "¿Salimos corriendo o nos tomamos una ensalada?".
Las ventanas se agitaban golpeadas por las ondas de choque, el edificio temblaba y ella pensaba que todo eso era absurdo y no servía para nada, pero recordando a tantas mujeres que antes que ella habían sido despreciadas contestó: "Decide tú". Entonces él exclamó: "¡Un bistec bien sangrante...!" Solo cuando uno de los insurgentes entró en el edificio ordenando su evacuación, terminó la broma. El "soldado de Cristo" murió pocos días después.
En otras zonas de Donetsk vio hombres atados a postes, con unos carteles que los identificaban como "Traidor". Para ella, el castigo era medieval e inútil, no serviría para hacer mejores ciudadanos; hay que castigar a los asesinos pero no de ese modo: "Ese tipo de escarmiento no tiene finalidad educativa sino que, al contrario, las personas se hacen más malvadas cuando asumen la violencia contenida en esos carteles".
Sobre el aspecto religioso del conflicto, dice: "Soy ortodoxa, pero no soy creyente ni religiosa. Creo que Dios es mejor que como lo presenta la Iglesia y no me gusta su propensión a anular la voluntad de las personas. Todos tenemos la libertad de elegir y el mismo Dios nada tiene que hacer ante la elección de las personas".
Marina Ajmedova, doblemente valerosa: por ser mujer y penetrar con éxito y audacia en un terreno de hegemonía masculina y por añadir el valioso toque femenino al mundo de la información directa sobre la guerra.
República de las ideas, 1 de mayo de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/05/01 07:32:49.121179 GMT+2
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