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2012/11/04 23:14:42.240000 GMT+1

Ana Botella y el luto

No es que el cargo le venga grande;  es que ella es, políticamente, diminuta. Doña Ana Botella resulta, a todas luces, una perfecta incapaz para asumir la responsabilidad que exige la alcaldía madrileña. Es, también, en sí misma, una atormentada frivolidad de los populares y, más concretamente, del anterior alcalde madrileño, el singular Alberto Ruiz-Gallardón, que mastica maquiavelismo cada mañana a modo de vitamínico desayuno. No en vano, a él debemos los madrileños que una calamidad política ocupe un despacho más grande que el del presidente de los Estados Unidos.

 

Si buceamos en los méritos de la esposa de Aznar, encontraremos un folio en blanco castigado por manchas, borrones y un variado repertorio de salpicaduras de tinta. Constituyen su biografía política, entre el gris, la necedad y la ramplonería. Sus más estrechos colaboradores soportan no solo el peso del verdadero desempeño que exige el cargo, sino, con soberbia paciencia  e infinitas  muecas de incredulidad,  las meteduras de pata  de Ana. Ellos son los encargados de zurcir, de enmendar la plana, de sonreír ante los dislates, de ir poniendo parches... y de intentar que, al menos, lea correctamente lo que les escriben, algo que no suele saldarse con éxito. Puede que exista una complicidad ideológica e incluso un sueldo estratosférico, pero a nadie le suele resultar grato maquillar desaguisados como medio de ganarse la vida. Tal función no deja de ser una especie de variante de la de tanatopraxia, porque a doña Ana hay que irle tapando los estropicios. Pero, ¿qué sucede en las ocasiones en las que los asesores no pueden allanar el camino? ¿Qué hace Ana cuando tiene que improvisar un discurso, responder a un planteamiento inesperado o replicar a sus adversarios políticos? Ahí sucumbe, naufraga y desnuda su raquitismo argumental. En sus discursos improvisados, resultó siempre magullada por su escasa dote dialéctica. En otras palabras: Ana Botella no pronuncia discursos, ella se autolesiona.

 

En la escena política de la capital de España esto se acepta con la resignación de unos, la incredulidad de otros y  la autocomplacencia y conciencia de clase de los de más allá. Ana, políticamente,  no da más de sí. Llegó como llegó, asumámoslo. Sin trucos de chistera ni efectos especiales. A plena luz del día. Y los votantes del PP vieron su nombre con todas las letras cuando escogieron la papeleta de los conservadores para introducirla en la urna. La necedad política de Ana, pues, fue subvencionada, patrocinada, alentada y jaleada por eso que damos en llamar la voluntad popular. Pero, obviedades al margen,  lo mínimo que cabe exigirle a un adorno es que adorne. Y la alcaldesa no hace sino ensuciar la escena.

 

Así pues, que Ana Botella sea la persona encargada de gobernar el Ayuntamiento de Madrid es una irresponsabilidad colectiva. Un conjunto de ciudadanos debe procurar, por su bien, por el bien colectivo, que  su regidor sea una persona competente, decidida, hábil, instruida, eficaz y con capacidad de liderazgo. Ana Botella no reúne ni una sola de tales condiciones. En su defecto, su único bagaje consiste en ser la esposa de un ex presidente del Gobierno. Ha tenido que ser un trágico suceso, con cuatro jóvenes muertas en una macrofiesta organizada en un recinto de propiedad municipal madrileña, el que haya puesto de manifiesto con la lente de un potente telescopio la ineptitud de la alcaldesa. Desbordada, cariacontecida, superada por los cuatro costados, apareció temerosa transcuridas demasiadas horas desde la tragedia,  en una rueda de prensa esperpéntica, llevada a trompicones, sin información clara ni asunción de responsabilidades. La convocatoria sirvió para que alguien más que los ya acostumbrados periodistas percibiesen la debilidad argumental, expositora, política y profesional de la regidora madrileña. Sus frases parecían huir de la misma retórica; sus explicaciones eran vagas e imprecisas. ¿Es ésta la mujer adecuada para gobernar una ciudad como Madrid? ¿Tomaría esta mujer las mejores decisiones en caso de que en esta ciudad se viviera una situación de emergencia? ¿Transmite seguridad, preparación y liderazgo como gestora?  En el caso del Madrid Arena, la situación requería de una actuación firme y decidida; de una alcaldía y una alcaldesa que diesen la cara con información precisa, y no escurriendo el bulto. En términos taurinos, Ana Botella es un torero al que le hacen la faena los subalternos, mientras ella contempla la corrida  desde el burladero. La alcaldesa no es la responsable de lo que sucedió en el Madrid Arena, pero no hace falta irse a la Dinamarca hamletiana para oler a podrido, y aquí se han hecho muchas cosas mal. Ahora, un juez tiene por delante la tarea de investigar  unos hechos que parecen acumular irresponsabilidades e incumplimientos de normas  que han dado como resultado que tres chicas de 18 años y una menor, de 17, hayan perdido la vida. Botella debió mostrarse rotunda, pero fue a rebufo, como zarandeada por los acontecimientos.  Suya era  la obligación de aclarar y no de enmarañar,  ni de refugiarse en una prohibición absurda que penaliza a profesionales decorosos y cumplidores. Macrofiestas se celebran todos los fines de semana en España y, afortunadamente, sin el saldo negro y terrorífico de la fiesta de Halloween del 31 de octubre del Madrid Arena. Y seguirán celebrándose. Lo que nuestros gobernantes deben hacer es velar escrupulosamente por que en todas ellas se cumpla la ley. Pero Botella tira por la calle de en medio y prohíbe. Y eso no consuela a nadie.      

Ahora se comprende mejor por qué Ana Botella eligió un vestido negro el día de su investidura como alcaldesa de Madrid. Y ahora se entiende mejor por qué dijo que ella tomaría como referencia política a su marido, José María Aznar. Qué tremenda paradoja: aquel día éramos los madrileños los que teníamos motivos para vestir de luto.

 

Escrito por: Jean.2012/11/04 23:14:42.240000 GMT+1
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