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2011/03/13 09:03:8.404000 GMT+1

Luces y sombras de la noviolencia

En mi anterior comentario sobre las rebeliones populares de Túnez y Egipto ("¿El resurgir de la noviolencia?", 20 de febrero de 2011) se apuntaba la esperanzadora idea de que, en ciertas circunstancias, la noviolencia sigue teniendo valor y efectividad como instrumento en las manos de un pueblo que se alza contra la tiranía. Tunecinos y egipcios se sirvieron de ella con éxito, derribando a los corruptos regímenes dictatoriales que les oprimían.

Su triunfo fue notorio y no ha sido empañado por la situación posterior en ambos países, que ahora afrontan una difícil e incierta transición desde la triunfante revolución hacia la deseada estabilidad en un nuevo régimen político. Habla todavía más en favor de la noviolencia el hecho de que en ninguno de ambos casos hubiera que recurrir a ayudas exteriores ni soportar dependencias materiales o morales respecto a otros países. Ambos pueblos se liberaron por sí solos con el único instrumento de la noviolencia activa. 

Lamentablemente hoy no puede decirse lo mismo respecto a la rebelión popular libia donde la noviolencia se ha visto enfrentada por la brutalidad de las armas al servicio del Gobierno de Gadafi. Los rebeldes se han encontrado obligados a empuñar las armas, abandonar toda idea de acción noviolenta y empeñarse en una guerra civil que solo mediante la fuerza puede llevarles al éxito. La militarización ha derrotado, esta vez y una vez más, a la noviolencia.

Es cierto que esa misma noviolencia nada hubiera podido hacer frente a la vesania de los nazis hitlerianos o la despiadada represión estalinista. El espíritu de Ghandi de nada habría servido en el gueto de Varsovia -salvo para facilitar la exterminación de sus habitantes- y hubiera contribuido a poblar aún más nutridamente el gulag siberiano.

Esta comparación, aunque sitúa a Gadafi en la merecida compañía de otros sangrientos dictadores que le precedieron en la Historia, no sirve de consuelo mientras el extravagante y criminal autócrata libio asesina a su pueblo y aplasta, uno tras otro, los núcleos de resistencia que se fueron formando tras el inicio de la rebelión. Y es capaz de hacerlo porque, siguiendo el ejemplo de las viejas monarquías europeas -aunque quizá él no sea consciente de este paralelismo- ha sabido astutamente sostener en su entorno unas unidades armadas bien equipadas, solo leales a su persona, como aquellos guardias suizos que murieron en París para salvar a Luis XVI y a su familia de los revolucionarios o como los guardias valones que servían fielmente a los borbones españoles.

Lo anterior nos lleva directamente a relacionar la noviolencia con las actividades militares, por mucho que ambos conceptos sean básicamente opuestos y representen realidades contradictorias. La relación se manifiesta en este caso con toda claridad. La noviolencia tuvo éxito en Egipto porque el ejército, por las razones expuestas en el comentario arriba citado, decidió abandonar al dictador, que había nacido en su propio seno, y apoyar las reclamaciones populares. En Túnez, tampoco las armas se opusieron a la rebelión ciudadana.

Es también en términos puramente militares como se acaba planteando la posible resolución de este conflicto, tal como se ha observado en la reunión que en Bruselas celebraron los dirigentes de la Unión Europea el pasado 11 de marzo. Reunión que, por otra parte, ha servido para mostrar una vez más la inoperancia de una Europa incapaz de pasar de las palabras a los hechos; y eso, cuando por casualidad se alcanza cierto acuerdo en algunas palabras, lo que viene siendo muy difícil.

En la citada reunión se acordó que "para proteger a la población civil [libia], los Estados miembros examinarán todas las opciones necesarias, siempre que se demuestre su necesidad, exista una clara base legal y el apoyo de [los países de] la región". Unas declaraciones análogas de Obama, expresando que "no he retirado de la mesa ninguna de las opciones", solo han suscitado el humor de los comentaristas valorando el tamaño y la resistencia de la citada mesa para soportar tanto peso.

Mientras tanto prosigue la brutal represión de las fuerzas gubernamentales libias y la recuperación de ciudades e instalaciones petrolíferas en poder de los sublevados. Que éstos acabarán siendo derrotados por Gadafi es lo que ha afirmado el principal asesor de seguridad de Obama, James Clapper. A esta declaración del otro lado del Atlántico se debe añadir una que nos es más próxima, la del presidente de la Comisión Europea, João Barroso: "El problema tiene un nombre: Gadafi. Debe marcharse. Tenemos que intensificar nuestra presión internacional hasta que el régimen actual sea derribado". Pero ha evitado concretar cómo hacerlo.

Ante tantas vacilaciones e indecisiones, donde ni la democracia ni la libertad por las que lucha un pueblo antes oprimido y ahora masacrado son capaces de impulsar a la acción a los principales dirigentes mundiales, la noviolencia solo parece tener una opción: un digna salida por el foro y esperar a que surjan circunstancias más favorables. 

Publicado en CEIPAZ el 13 de marzo de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/03/13 09:03:8.404000 GMT+1
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2011/03/11 10:10:14.497000 GMT+1

El adiós a la mili

En marzo de hace diez años se promulgaba el Real Decreto que establecía la "suspensión de la prestación del servicio militar" para el último día del año 2001, acortándolo en un año respecto a la legislación aprobada en 1999. La mili vivía en España sus últimos días. Era descendiente lejana de la Revolución Francesa y se sostenía en el principio de que cada ciudadano tenía derecho a ejercer el voto, para elegir a los que habían de gobernarle, pero en contrapartida había de cumplir con la obligación de defender a la nación con las armas en la mano.

Fue, en sus tiempos, un avance democrático que pretendía igualar a todos en las trincheras, formando parte de aquellos ejércitos que habían dejado de ser propiedad de los reyes para ponerse al servicio de la nación, y cuyos generales y jefes ya no lo eran por derecho de cuna al pertenecer a la nobleza. Ahora, cualquier soldado llevaba en su mochila los entorchados de general (o el napoleónico bastón de mariscal) y las academias militares no requerían pruebas de limpieza de sangre para admitir a los cadetes. Los ejércitos parecían avanzar en su democratización. 

La realidad era algo distinta. Para empezar, la mitad de los ciudadanos -las mujeres- no estaba incluida en esta altisonante retórica. Además, el derecho de voto tardó en alcanzar a todos y durante mucho tiempo estuvo ligado a los medios de fortuna. Por su parte, también la riqueza permitía que los hijos de los más adinerados no se expusieran a los riesgos de la guerra, comprando a los pobres para que combatieran en su lugar gracias a la llamada "redención a metálico" y a otros subterfugios.  

Aún así, y habiendo comenzado mi carrera militar en los años cincuenta del pasado siglo, pude comprobar sobre el terreno que en la España de entonces seguía siendo parte de la más arraigada cultura popular la suposición de que "la mili los hace hombres". Se había convertido en un rito de paso, en el más puro sentido etnológico. El que salía "quinto" de su pueblo, regresaba a él hecho "hombre". En vano traté de convencer en una ocasión al padre de uno de mis soldados, que me mostraba su agradecimiento por haber hecho un hombre de su hijo, de que lo que en verdad hacía hombres a los jóvenes eran la familia y la educación, la escuela, el taller, el oficio. Le explicaba que en el ejército teníamos obligación de hacerles soldados, combatientes. Claro está, soldados a la fuerza, quisieran o no. Esta fue la paradoja que tanto impulsó la objeción de conciencia y forzó la supresión del servicio militar obligatorio.
 
En esa España a la que me estoy refiriendo, la mili cumplía también otras funciones. Tiempos hubo, ahora difíciles de imaginar, en que muchos de los soldados que llegaban a los cuarteles en ellos aprendían a leer y escribir, a ducharse o a manejar los cubiertos en el comedor. Para bastantes, era una experiencia inédita conocer una capital de provincia tras realizar el primer viaje en tren de toda su vida. Durante el largo servicio militar obligatorio, algunos aprendían una profesión. En suma, aquellos ejércitos, muy poco capaces de defender a España de un enemigo exterior, desempeñaban una función de educación social que no podía dar la vida campesina, entonces predominante entre la población española. Los reclutas "de ciudad" eran minoría y, si podían, procuraban obtener un puesto de asistente o de escribiente, y evitar así los trances más penosos de la vida cuartelera.

Las circunstancias fueron cambiando aceleradamente. Y lo hicieron de un modo insospechado. Incluso antes de suprimir la mili, en muchos cuarteles empezó a ser un problema la habilitación de aparcamientos para los vehículos de los soldados. También fue evolucionando la mentalidad general. Los que defendían el servicio militar obligatorio, aduciendo que un ejército profesional se puede convertir en un grupo de mercenarios que vive de espaldas a la población, mientras que un ejército de conscriptos es una garantía contra el golpismo, pudieron experimentar en las calles de Valencia, hace treinta años, el estruendo de los carros de combate con sus dotaciones completas de soldados forzosos, que poco o nada podían hacer para evitar que triunfara el golpe de Estado que habían tramado sus jefes.

Bien es verdad que el paso de los años suele suavizar las duras aristas de la realidad y de ahí que todavía se escuchen algunas evocaciones nostálgicas de la vida en la antigua mili por los que en su momento la hicieron. Cuando los recuerdos del pasado van unidos a una juventud que ya se fue, es natural cubrirlo todo con un velo rosado. Aparte de esto, poco o nada hay que echar de menos de un modo de prestar servicio al Estado que tenía bastante de injusto, descargaba sobre algunos ciudadanos un peso desproporcionado y suponía un obstáculo en sus proyectos individuales de vida, y no contribuía a su realización como personas libres y en pleno uso de sus derechos. 

Publicado en República de las ideas, el 11 de marzo de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/03/11 10:10:14.497000 GMT+1
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2011/03/04 08:21:50.945000 GMT+1

¿Cómo intervenir en Libia?

Ante la prolongada resistencia de Gadafi en la capital libia, son bastantes los que, sin detenerse a considerar la complejidad del asunto, se impacientan y reclaman una urgente intervención militar que ponga fin al conflicto que está ensangrentando el vecino país mediterráneo. Para algunos, la solución no requiere muchas disquisiciones: consiste en EEUU y sus ejércitos. Ya que los libios rebeldes no saben salir por sí solos de lo que algunos ven como un estancamiento de la situación, dejémosles a un lado y que sean las victoriosas armas de Occidente las que digan la última palabra.

Este modo de pensar, aparte de revelar cierto residuo colonialista, parece olvidar que las dos revoluciones previas a la libia, que expulsaron del poder a sendos dictadores en países vecinos, alcanzaron plena legitimidad fuera y dentro del país precisamente porque su éxito se debió en exclusiva al esfuerzo de los pueblos rebelados. No hubo necesidad de apoyos ni intervenciones foráneas. Nacieron en el seno del pueblo y éste es el principal protagonista de cada revolución. Ni tunecinos ni egipcios deben nada a nadie. Están sentando por sí mismos las bases de sus nuevas estructuras políticas. Aunque esto les presente ahora serios problemas, que cada país habrá de resolver a su modo, y aunque no se vea fácil el paso desde la revolución hacia la estabilidad, los nuevos gobernantes solo habrán de responder ante sus pueblos, libres de endeudamientos ajenos, materiales o ideológicos.

Tras el bombardeo de Bengasi por aviones gubernamentales el lunes pasado, también los dirigentes de la rebelión libia discuten sobre la conveniencia de una intervención militar extranjera. Discusión que se ha extendido a esa parte de la sociedad libia que se ha sacudido el yugo de Gadafi y comienza a organizarse en libertad en varias zonas del país. Bastantes son los libios que piensan que una intervención militar, incluso bajo los auspicios de Naciones Unidas, serviría para reforzar a Gadafi, quien la utilizaría para excitar el patriotismo libio ante lo que haría aparecer como una conspiración de las potencias hostiles.

La disyuntiva está entre seguir soportando la represión desencadenada por el acorralado dictador, que sigue asesinando a sus compatriotas, o pasar la bandera de la rebelión, hasta ahora en manos libias, a fuerzas armadas extranjeras. No es ajeno a esta tesitura el Gobierno de EEUU; la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, admitió en el Congreso el martes pasado que la oposición libia tenía gran interés en ser reconocida como el agente del pueblo libio, sin intervención alguna de fuerzas extrañas.

Tanto en Washington como en Londres se habla de imponer por la fuerza una zona de exclusión aérea, vigilada por los cazabombarderos de ambos países, para evitar que la aviación gubernamental siga atacando a su propio pueblo. En los estados mayores de ambas capitales todavía se recuerda una operación análoga, al concluir la primera guerra contra Sadam, a fin de proteger a los chiíes iraquíes de la represión desencadenada por el dictador vencido, aunque todavía no depuesto. Apenas tuvo éxito y Sadam pudo continuar su venganza.

Aparte de todo lo anterior, organizar una zona de exclusión aérea presenta problemas intrínsecos que deben tenerse muy en cuenta. No sería el menor conseguir la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Rusia ha manifestado ya su oposición a la medida, China probablemente la secundaría y algunos países europeos (Francia e Italia entre ellos) tienen serias dudas. Iniciarla sin el visto bueno de la ONU causaría discrepancias entre los países ahora alineados contra Gadafi; el recuerdo del fiasco iraquí está demasiado próximo como para iniciar nuevas aventuras. También el apoyo de la Liga Árabe sería estimable, pero no imprescindible.

Los elevados costes de la operación habrían de compartirse ¿entre quiénes? ¿Desde dónde se controlaría? ¿Quién tomaría las decisiones necesarias para llevarla a cabo? Entre otras cosas, habría que decidir si afecta a aviones militares o civiles, aviones o helicópteros. ¿Sería el Pentágono el que establecería las llamadas "reglas de enfrentamiento"?

Hay otro escollo difícil de soslayar: la exigencia previa de poner fuera de combate a las defensas antiaéreas libias. Sea cual sea el modo como esto se consiga es muy difícil evitar que se produzcan víctimas inocentes entre la población civil.
 
En realidad, todos los implicados en el conflicto (desde la ONU hasta las juntas de Gobierno que ya ejercen en Bengasi) desearían que fuese la presión ejercida sobre Gadafi, que ahora parece multiplicarse desde varios ángulos, la que produjese su retirada del poder. Los planes militares que se están aireando parecen tener también como objetivo el aumento de esa presión. No obstante, si esto no se consigue, será necesario adoptar medidas de fuerza que pongan fin a la exterminación del pueblo libio a manos del iluminado dictador, y es en ese caso cuando habremos de desear que no sea peor el remedio que la enfermedad.

Publicado en República de las ideas, el 4 de marzo de 2011

 

Escrito por: alberto_piris.2011/03/04 08:21:50.945000 GMT+1
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2011/02/25 08:58:14.521000 GMT+1

Treinta años en los ejércitos españoles

En la noche del pasado miércoles, justo treinta años después de aquel fatídico 23-F, TVE-2 transmitió una entrevista realizada por Iñaki Gabilondo al exministro de Defensa Alberto Oliart, que asumió el cargo justo después del fallido golpe de Estado, y a la actual ministra de Defensa, Carme Chacón. Se trataba de reflexionar sobre cuáles habían sido los pasos dados en la transformación de los ejércitos, que habían permitido llegar a la situación actual, en la que el golpismo que tan grotescamente asomó aquel triste día ha dejado de ser una preocupación para los españoles y hoy resulta prácticamente inconcebible.

Entre los tres fueron recordando los hitos más señalados de esta larga y delicada evolución, gestionada por los Gobiernos que desde entonces se han sucedido en España. El propio 23-F fue el primer paso de esta trayectoria. Produjo un cierto efecto de vacunación contra el golpismo; sobre todo, como recordó Oliart, el desarrollo del proceso y la condena de los principales implicados en lo que se dio en llamar “trama militar” del golpe, dejaron claro que la incipiente democracia española poseía los instrumentos necesarios para mantener a sus fuerzas armadas dentro de los límites impuestos por la Constitución. Muchos dudaban aquellos días de que el “juicio de Campamento” llegara a buen fin y que unos militares pudieran hacer caer sobre otros todo el peso del Código de Justicia Militar.

Otras transformaciones importantes fueron recordadas por los entrevistados. El ingreso de España en la OTAN, de cuya ceremonia inicial fui testigo privilegiado por el cargo que entonces ejercía en Bruselas, abrió los ojos de los ejércitos a otras perspectivas distintas de las hasta entonces habituales del “enemigo interior”. Mostré oficialmente a mis superiores mi reticencia a un ingreso tan precipitado, en el que España ni siquiera negoció las contrapartidas que hubiera podido obtener y con el cual parecía que el Gobierno buscaba, sobre todo, encauzar a los militares por nuevos rumbos. Aunque sigo sosteniendo que la OTAN no es para Europa el mejor modo de organizar su defensa, reconozco que para los ejércitos españoles ha sido, a la larga, una acertada medida en el camino de su plena profesionalización.

Durante la entrevista se fueron citando otros hitos importantes, como la incorporación de la mujer a los ejércitos y la supresión del servicio militar obligatorio.

Mostró Chacón su satisfacción por el éxito alcanzado en algo que hace treinta años parecía inconcebible: las mujeres contribuyendo con éxito y distinción a la actividad de las fuerzas armadas, en lo que España ocupa uno de los puestos más avanzados. Los que asumimos la profesión militar a comienzo de los años cincuenta del pasado siglo podemos valorar en su justa medida la enorme y positiva innovación que esto ha supuesto en la mentalidad militar tradicional.

Al tratar de la rápida transformación de los ejércitos desde la anterior conscripción al actual voluntariado, el entrevistador mostró su discrepancia porque, en su opinión, el proceso no fue suficientemente discutido por la sociedad. Objetó que eso podía hacer que la juventud española se desvinculara del concepto de la defensa. Chacón le recordó, con sobrada razón, que la “mili” tampoco había garantizado esa supuesta vinculación ciudadana con la defensa, ya que dejaba fuera a la mitad de la juventud española: las mujeres. Tanto ella como Oliart incidieron en la necesidad de un ejército profesional por la creciente complejidad tecnológica de los nuevos instrumentos bélicos, que hacía inviable su manejo eficaz en los cortos plazos de instrucción del servicio militar obligatorio. También se aludió a cómo una creciente objeción de conciencia complicaba mucho los procesos de reclutamiento.

Ninguno de ellos citó la principal objeción a la conscripción. Si el Estado es el responsable de asegurar a sus ciudadanos ciertos servicios ¿por qué sólo para uno de ellos -la defensa militar- exige la prestación forzosa de algunos ciudadanos, y para otros -educación, sanidad, justicia… – se sirve de sus propios recursos? Es cierto que en la prosperidad de un país influye el hecho de que se sienta seguro y bien defendido, pero esa seguridad solo es condición previa para que puedan darse, sin ingerencias extrañas, las condiciones suficientes para el bienestar y la prosperidad de los ciudadanos, lo que depende de otras instituciones y servicios de carácter civil. La sociedad ha evolucionado lo suficiente como para hacer obsoleto aquel viejo principio de que el derecho al voto estaba unido a la obligación de defender a la patria con las armas. Esto supuso un avance democrático sobre el anterior absolutismo que reservaba al rey y la nobleza el arte de la guerra, en el que el pueblo solo era carne de cañón, pero hoy es un recuerdo del pasado.

Chacón recordó, para finalizar, que las nuevas misiones de los ejércitos en el ámbito que se conoce como “humanitario”, donde los militares también arriesgan su vida por los demás, y el enfrentamiento armado con un enemigo impreciso -como ocurre hoy- son dos nuevos problemas que hay que plantear y resolver a medida que se van afrontando. Aunque algunos irreductibles nostálgicos del pasado puedan no estar de acuerdo, la trayectoria seguida por los ejércitos españoles en los últimos treinta años ha roto una secular tradición intervencionista y los ha convertido en eficaces instrumentos al servicio del Gobierno elegido democráticamente por los españoles. Esta es la principal y más meritoria evolución en toda la historia militar de España.

Publicado en República de las ideas el 25 de febrero de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/02/25 08:58:14.521000 GMT+1
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2011/02/20 10:29:53.670000 GMT+1

¿El resurgir de la noviolencia?

En un escenario internacional cambiante y complejo como el actual, en el que ni siquiera los servicios de inteligencia más poderosos y mejor dotados han sido capaces de prever la eclosión de unos movimientos populares que los han sorprendido, resulta conveniente encerrar entre signos de interrogación la constatación de que la noviolencia parece haber cobrado un nuevo impulso, alcanzando un éxito inicial que, en principio, se tenía por inconcebible.

Hay que reconocer que las rebeliones populares que han dado al traste con los regímenes políticos de Túnez y Egipto han sido típicamente noviolentas. Aunque en ninguno de ambos países se hayan alcanzado todos los objetivos que los insurrectos se proponían y aunque hoy aparezca todavía incierta la evolución de la situación en ambos, es ya un hecho incontrovertible la expulsión de las cabezas visibles de dos regímenes dictatoriales y corruptos, apoyados y sostenidos por las principales potencias occidentales hasta que sus cimientos empezaron a resquebrajarse por efecto de la acción popular noviolenta.

¿Por qué las revueltas populares, que inicialmente han tenido éxito en los dos países citados, parecen fracasar en otros? Argelia, Bahrein, Yemen, Libia… han contemplado algaradas populares de análoga naturaleza, que han sido violentamente reprimidas por los ejércitos o las fuerzas de seguridad. ¿Por qué la noviolencia tiene éxito en unos casos y fracasa en otros?

No es fácil extraer conclusiones generales, pero sí es posible analizar algunos de los factores que han concurrido en la rebelión egipcia. Tanto en Egipto como en Túnez, el ejército se negó a ser utilizado para reprimir con violencia a su propio pueblo. Ambos dictadores, al perder el sostén militar sobre el que reposaba su estructura política, quedaron inermes. Por eso la primera fase de ambas revoluciones tuvo éxito y los dos se vieron forzados a abandonar el país o dimitir. Túnez fue el fulminante inicial de la explosión social; Egipto es ahora la carga explosiva que multiplica su efecto, sin que ahora se pueda saber cuál será su alcance futuro.

Esto puede obedecer a que en Túnez las fuerzas armadas apenas inciden en la economía nacional. Pero en Egipto el ejército es una empresa nacional, participa directamente en muchos sectores críticos de la economía y ejerce fuerte influencia en la base financiera del país. El mariscal Tantaui, que preside el Consejo Supremo Militar, es también el director ejecutivo de uno de los mayores grupos corporativos de Egipto. La privatización que a mediados de los años 80 exigía el Banco Mundial puso en manos del ejército numerosas empresas anteriormente estatales. Por otra parte, la Constitución egipcia hace difícil que el poder legislativo o la sociedad civil ejerzan un control suficiente sobre sus ejércitos. Éstos, por tanto, influyen de manera autónoma e importante sobre la economía del país.

Es probable que la clave de la cuestión planteada se halle en que la noviolencia ejercida por el pueblo egipcio afectó, directa y muy perjudicialmente, a la economía nacional. Los medios de comunicación han mostrado en todo el mundo imágenes sobre la profunda crisis que perjudicó al turismo como consecuencia de la revuelta; se estima que más de un 15% del flujo egipcio de efectivo se debe a la actividad turística, la principal fuente de ingresos del país. La industria también entró en colapso a los pocos días, y hasta los trabajadores del Canal -la segunda fuente de ingresos por orden de importancia- se sumaron a la protesta. Aunque la navegación no se interrumpió, esto hizo saltar las alarmas entre la clase empresarial tan estrechamente ligada a los ejércitos.

El efecto inmediato de la rebelión equivalía, desde el principio, a una huelga general indefinida, lo que generó un gran nerviosismo en el mundo de los negocios. En éste se llegó a la conclusión de que una violenta represión, al estilo de la pekinesa plaza de Tianamen, hubiera agravado aún más la situación y agudizado la grave crisis económica que ya aquejaba al país, precipitándolo en una catástrofe irreparable. Los principales empresarios, los inversores extranjeros e incluso algunos Gobiernos con intereses en Egipto se vieron inclinados a aceptar que solo la dimisión de Mubarak, exigida por el pueblo, podría salvar la situación.

Así pues, es legítimo sospechar que la combinación de la acción popular noviolenta con la peculiar situación del ejército egipcio en el entramado financiero y económico del país, es la que ha llevado a la situación actual. De cómo evolucione ésta serán responsables, por un lado, los dirigentes populares a medida que se organicen y definan sus intereses, siempre que se mantengan dentro de una estricta acción noviolenta; por otro lado, las fuerzas armadas, nunca plenamente fiables pero sabedoras de que una represión violenta contra un pueblo pacífico y desarmado les traería más perjuicios que beneficios.

Egipto es hoy, en consecuencia, un laboratorio donde las fórmulas de la noviolencia están siendo sometidas a una crítica prueba. Prueba que también habrá de pasar la sinceridad de los países democráticos más avanzados, en lo que se refiere a respaldar con los hechos esos principios básicos de los que tanto se alardea y sobre los que se sustenta nuestra civilización.

Publicado en CEIPAZ el 21 de febrero de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/02/20 10:29:53.670000 GMT+1
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2011/02/18 10:11:23.254000 GMT+1

El triste sino de los poderosos

Manuel Eisner es profesor de Criminología Social de la Universidad de Cambridge y subdirector del Instituto Criminológico de la citada universidad. Autor de documentados estudios sobre diversos aspectos de la violencia social, acaba de elaborar una monografía titulada Killing Kings (Matando reyes) que merece la pena comentar.

En ese trabajo ha analizado el final de 1513 reyes en 45 monarquías europeas, desde el año 600 hasta el 1800, llegando a la conclusión de que casi una cuarta parte de ellos (22%) murió por causas violentas: accidente, batalla o asesinato. Si no se cuentan los accidentes o las muertes en combate, un 15% del millar y medio largo de reyes que murieron infortunadamente corresponde a quienes fueron asesinados, normalmente por rivales que pretendían hacerse con el trono.

Esta proporción, afirma Eisner, es superior al índice de homicidios en los lugares más peligrosos del mundo actual. Supera el umbral de las muertes de soldados en combate regular en las guerras recientes y viene a significar que el peligro de morir asesinados de los antiguos reyes europeos era más de 700 veces superior al de sus súbditos.

Desde el punto de vista de un historiador, estos datos sirven para valorar "la intensa y violenta rivalidad entre las elites políticas de la Historia de Europa por hacerse con el poder". Eisner demuestra que los reyes eran asesinados por cuatro motivos principales, de los que se citan casos concretos. El emperador bizantino Nicéforo II fue asesinado por su esposa en su propio lecho, para coronar emperador al amante de ésta, el jefe de los ejércitos. El sultán de Granada Mohamed VI cayó asesinado junto a Sevilla por un monarca rival que ambicionaba sus tierras. Alberto I de Alemania pereció a manos de su sobrino Juan de Suabia a la salida de un banquete, porque durante el festejo el suabo se sintió insultado por el alemán. A estas tres causas -sucesión en el trono, ambición territorial y exacerbado sentido del honor- hay que añadir una cuarta: el riesgo que siempre corre toda persona significada; así, Yusuf I de Granada fue asesinado por un loco mientras oraba en la afamada mezquita de su capital.

Con el tiempo, el riesgo de asesinato de los reyes ha ido disminuyendo, para alivio de las testas coronadas. No obstante, en el siglo XX todavía acabó con la vida de Humberto I de Italia, Alejandro I de Serbia, Carlos I de Portugal, Alejandro I de Yugoslavia y el zar Nicolás II. La gradual reducción de los asesinatos regios se debió, indudablemente, al menor poder ejercido por las monarquías sobrevivientes, muchas de ellas relegadas a funciones representativas, cuando no puramente decorativas.

El sino de los poderosos debería inspirarnos lástima, como ocurre ahora con el expresidente Bush, que ha tenido que cancelar un viaje a Suiza la pasada semana, donde tenía previsto dar una conferencia sobre "la libertad y sobre sus experiencias en la presidencia de EEUU", según declaró uno de sus portavoces.

El caso es que, debido a que en su reciente autobiografía Bush había manifestado que autorizó la tortura en Guantánamo a los presos de los que se sospechaba su pertenencia a Al Qaeda, varias organizaciones humanitarias, incluyendo el Centro de Derechos Constitucionales y Amnistía Internacional (AI), han solicitado una orden de arresto para el expresidente. El portavoz de AI declaró: "En cualquier parte del mundo adonde viaje, el presidente Bush podrá ser perseguido por la justicia por su responsabilidad en casos de tortura y por otros delitos contra las leyes internacionales, en especial en los 147 países signatarios de la Convención de la ONU contra la tortura".

Un jurista del Centro Europeo de los Derechos Humanos y Constitucionales ha asegurado que Bush no goza de inmunidad para evitar ser juzgado y que la ley es clara al respecto: todos los países tienen la obligación de abrir diligencias y procesar a quienes autorizaran o consintieran la tortura. Teniendo presentes algunos casos anteriores, como la detención de Pinochet en Londres o la forzada suspensión de viajes que aqueja a varios destacados políticos y militares israelíes, sobre quienes pesan órdenes de arresto, es evidente que los asesores de Bush le han aconsejado no correr riesgos.

No es lo mismo ser asesinado por la propia esposa en el lecho imperial, para instaurar una nueva dinastía, que tener que suspender un viaje de placer por temor a ser procesado. Pero la humillación que esto puede suponer para quien ejerció un poder mil veces superior al de un emperador bizantino -aunque también mil veces menos majestuoso- debería hacernos considerar el hecho de que, parafraseando a la popular telenovela mexicana, "los poderosos también lloran".

Acompañemos, pues, en sus tristes lamentos al corrupto dictador tunecino, a quien la opulenta monarquía saudí concede benévolo asilo, y al expulsado tirano egipcio que, hace solo un par de semanas, perfeccionó sus responsabilidades criminales con la muerte y tortura de varios compatriotas suyos a manos de la policía, en su empeño por aferrarse al poder.

Publicado en República de las ideas, el 18 de febrero de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/02/18 10:11:23.254000 GMT+1
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2011/02/11 10:24:18.382000 GMT+1

El arco de triunfo de la Moncloa madrileña

He hecho alusión, hace un par de días ("Arco triunfal para el pueblo tunecino"), al arco de triunfo erigido en la entrada a Madrid por la N-VI.

Incontables veces lo habré contemplado y ya hace años que aprendí de memoria los textos de las dos grandes lápidas que lo coronan. Estudié siete años de latín en mi viejo instituto vitoriano (los mismos que duraba entonces el bachillerato), así que no me es difícil entender ambas leyendas.

Esta es la que se lee, entrando en Madrid, en traducción libre:

La inteligencia, siempre vencedora, dona y dedica este monumento a los ejércitos que aquí triunfaron.

¡No está mal! Ya se sabe cuáles fueron los ejercitos que acabaron ganando la guerra en las proximidades de la Ciudad Universitaria.

No obstante, no deja de causar sorpresa que, grabada en piedra, fuera aceptada esa cualidad vencedora de la inteligencia, por muchos de los que, pocos años antes, habían aplaudido entusiasmados aquel desaforado grito de "¡Abajo la inteligencia!", que resonó en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936.

Pero la lápida que se lee al salir de Madrid y, por tanto, al contemplar el "campus" (¡qué palabreja!) universitario, es mucho más petulante y significativa. Dice así:

Construido por la generosidad del rey y restaurado por el caudillo de los españoles, el templo de los estudios matritenses florece bajo la mirada de Dios.

¡Ahí es nada! Gracias a la "munificencia regia" tuvo Madrid una sede universitaria. Nada de proyectos educativos o culturales, nada de obligada atención a la educación... Fue un "regalo" real. Como cuando la Corona regaló la Casa de Campo a los madrileños. Sencillamente, le dió la gana.

Vivir para ver.

 

 

Escrito por: alberto_piris.2011/02/11 10:24:18.382000 GMT+1
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2011/02/11 09:13:58.436000 GMT+1

El miedo no fomenta la democracia

Los auténticos estadistas, esas contadas personas capaces de configurar los destinos de su nación y de influir decisivamente en el curso político de la comunidad internacional, además de las cualidades necesarias para el ejercicio inteligente y eficaz de la política, necesitan poseer una de especial naturaleza: el valor. El diccionario de la RAE la define como "cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros".

Esta fue la cualidad de la que hicieron gala aquellos "padres fundadores" de la Unión Europea que, decididos a que no se repitiese jamás la catástrofe que para Europa supuso la Segunda Guerra Mundial, supieron "acometer resueltamente" la tarea, que parecía del todo imposible, de dar la vuelta a lo que hasta entonces había sido práctica habitual para resolver los conflictos entre las naciones de nuestro continente: el recurso a la guerra.

Para ello, nada más eficaz y, a la vez, nada más revolucionario que empezar impidiendo las carreras armamentistas que condujeron al estallido bélico de 1939, poniendo en común las industrias pesadas del carbón y del acero de los dos grandes enemigos del pasado: Francia y Alemania. Ese paso audaz fue el germen del "mercado común" que, años después, llevaría al nacimiento de la Unión Europea (UE). 

Pero también hay que reconocer que, lamentablemente, el valor no ha seguido siendo moneda de uso común entre los dirigentes de la UE en posteriores coyunturas históricas, sea por los temores fruto de la Guerra Fría, sea por la incapacidad de crear una verdadera unión política, sea por la sumisión a lo que se decidía en Washington o incluso producto de la mezquindad de campanario de los dirigentes políticos que, incapaces de mirar fuera de sus fronteras, a menudo han antepuesto los intereses meramente nacionales (a veces, simplemente electoralistas) a lo que debería ser el interés común europeo.

Cuando, hoy, una parte importante del mundo islámico se agita en una rebelión popular sin precedentes, que puede derivar por rutas muy distintas, ha llegado de nuevo el momento de reclamar a los estadistas que sean capaces de asumir con valor los acontecimientos que parecen apuntar hacia una remodelación profunda de las relaciones de poder en numerosos países. Pero, no nos confundamos: no se pide valor a los déspotas para que resistan desesperadamente aferrados al poder y sigan oprimiendo a sus pueblos.

El valor ahora debe ser mostrado por los dirigentes de las principales potencias occidentales, que con sus decisiones influyen en el desarrollo de esos movimientos populares, para que con sus temores no impidan el nacimiento de unas nuevas relaciones de poder en los Estados que están experimentando lo que, con toda seguridad, son unas sintomáticas crisis de crecimiento y progreso político.

En Túnez o en Egipto, hasta ahora, las protestas populares no han exhibido programas religiosos como bandera política ni han sido dirigidas por líderes islámicos. La sociedad de esos países está demandando democracia. Ha sido precisamente la falta de democracia la que ha permitido a los fundamentalistas islámicos ocupar un espacio político del que habían sido expulsadas las fuerzas de la izquierda, los movimientos feministas y las organizaciones de trabajadores, que hubieran hecho oír su voz ante unos pueblos dominados por la injusticia, la corrupción y el deterioro económico y social.

El golpe militar argelino de 1992, que bloqueó con violencia el normal desarrollo democrático del país por temor a un resurgir islamista, trajo consigo una devastadora guerra civil de la que todavía Argelia sufre las consecuencias. Por el contrario, lo que se necesita probar con urgencia es que en los países islámicos hay otras vías que no sean la actual disyuntiva entre teocracia y dictadura, y que la democracia puede abrirse camino en ellos si se favorecen las circunstancias que lo hagan posible.

En la España del siglo XIX la religión popular y la aplastante hegemonía de la Iglesia aparecían como incompatibles con cualquier atisbo de democracia. Hoy, eso pertenece al pasado. La valentía de algunos líderes políticos que supieron ir construyendo un espacio de libertades públicas y de respeto a los derechos humanos, en un ambiente hostil de opresión religiosa y dictaduras políticas, ha hecho posible la democracia en un país, como España, que apenas la conoció a lo largo de su historia.

Hay que tener, pues, el valor de conceder a los pueblos islámicos que, hartos y airados, expulsan a sus tiranos, la posibilidad de avanzar por los caminos de la libertad y la democracia, y desoír esas voces de alarma (como las que proceden de un Israel enfermizamente obsesionado por su seguridad o de unos EEUU donde todavía la "guerra contra el terror" sigue agitando fantasmas) que anuncian todo género de fatalidades si se deja que los pueblos se expresen en libertad y decidan, por fin, hacerse dueños de sus destinos.

Publicado en República de las ideas, el 11 de febrero de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/02/11 09:13:58.436000 GMT+1
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2011/02/07 09:24:38.836000 GMT+1

Arco triunfal para el pueblo tunecino

La oleada de revueltas populares en varios países del mundo islámico, aparte de poner a prueba a tantos oráculos y comentaristas políticos que se esfuerzan por pronosticar lo impredecible (tentación a la que intenta resistirse quien firma este comentario), ha servido, por lo menos, para valorar algunas prácticas políticas del pasado y señalar errores y culpabilidades. Todo ello con la esperanza, quizá vana, de aprender de los primeros, para evitar su repetición, y de exigir por éstas las debidas responsabilidades.

La conclusión que estimo más destacada, que enciende una luz de optimismo en un panorama mundial en el que todo parece inducir al pesimismo (económico, político, medioambiental y social), es que todavía es posible que un pueblo irritado, prácticamente ignorado por la comunidad internacional, sin ocultas conspiraciones externas que le ayuden o le inspiren, haya sido capaz de deshacerse por sus propios medios de un abominable gobierno opresor y corrupto. Todo parece indicar que nadie había observado la presión que había alcanzado la caldera tunecina. Ni los más avezados servicios secretos de esos países que tantos recursos despilfarran en sus espías, ni las recepciones de las embajadas asentadas en la capital de ese bello rincón mediterráneo habían podido atisbar lo que se estaba fraguando.

El ahora depuesto presidente Ben Ali había venido siendo, justo hasta entonces, amigo y fiel aliado de las principales potencias occidentales. Incluso cuando sus esbirros policíacos empezaban a experimentar dificultades para mantener a raya a los airados tunecinos que estaban adueñándose de la calle, Francia, la "dulce" Francia, la cuna de las libertades y el secular paraíso de los que huían de las tiranías, prometió al presidente tunecino su eficaz ayuda para reforzar los medios de represión y violencia y así poder mantener el "orden público". De ese modo, se podría evitar que los turistas europeos tuviesen que abandonar las soleadas playas, lo que inicialmente parecía ser la principal preocupación de sus respectivas cancillerías. Éstas, incluyendo la española, antes que encontrar tiempo para valorar positivamente la democrática y valiente actitud del pueblo, se preocuparon, sobre todo, por desaconsejar a sus ciudadanos que viajasen a Túnez.

La Unión Europea, como siempre, tarde y a destiempo, no abrió la boca. Ésta pertenece ahora en exclusiva a la "Alta representante para la política exterior de la Unión Europea" (tal es el título oficial de la baronesa Ashton en el complejo organigrama europeo), que no dijo esta boca es mía durante muchos días. Esperó a que el conflicto se extendiera, a que El Cairo empezara a hervir y que el eco de las balas que silbaban en sus calles resonara en los despachos bruselenses, para esbozar una tímida protesta y balbucear un par de lugares comunes.

El ejemplo tunecino se ha difundido, extendiéndose como la pólvora. El joven que el pasado 17 de diciembre se inmoló a estilo bonzo para protestar porque la policía le había confiscado su tenderete callejero de venta de fruta, ha sido el fulminante que hizo saltar a sus compatriotas. Su explosión acabó con el régimen político tunecino, amenaza ya a otros no muy distintos y, al escribir estas líneas, ha puesto en jaque al gobierno egipcio de Mubarak.

Éste se resiste a abandonar el poder, sabedor de que durante largos años ha sido el fiel peón de Washington en una región tan compleja y sensible como es Oriente Próximo, y consciente, además, de que su principal apoyo en la zona proviene de Israel, cuyo Gobierno prefiere una dictadura aliada en Egipto antes que cualquier atisbo de democracia.

Sea cual sea el desenlace de la crisis egipcia, o la intensidad de los ecos que la revuelta tunecina pueda hacer sonar en Marruecos, Yemen, Siria, Jordania u otros países donde la democracia sigue siendo ignorada en la práctica, lo que el pueblo de Túnez ha conseguido hasta hoy no debe olvidarse. Es un verdadero hito histórico del que existen muy pocos precedentes, dadas las circunstancias en que tuvo lugar.

En Túnez, esta antigua provincia romana en cuyo pasado todavía resuenan los ecos del militarismo de Cartago, no debería ser extraña la práctica imperial de erigir arcos triunfales en honor de los generales y los ejércitos que regresaban victoriosos desde las fronteras del Imperio.

Pero hoy, tras el triunfo del pueblo tunecino sobre la opresión dictatorial de sus gobernantes y sobre la vergonzosa hipocresía mostrada por esos Estados que se dicen democráticos pero que no dudan en apoyar a los tiranos, con tal de que sean "amigos", el arco de triunfo más solemne y engalanado de toda la historia (más bello que el majestuoso de París o el pretencioso madrileño de La Moncloa), es el que debería erigirse para que bajo él desfilase, orgulloso de sí mismo, el pueblo tunecino.

Publicado en CEIPAZ el 6 de febrero de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/02/07 09:24:38.836000 GMT+1
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2011/02/04 08:00:22.998000 GMT+1

Del fantasma comunista al terrorista

Dado que el proceso se encuentra todavía en fase de eclosión, es prematuro intentar extraer conclusiones fiables de la revuelta popular iniciada en Túnez y que se está propagando por varios países del mundo islámico. Sin embargo, algunas de sus características tienen ya antecedentes que permiten valorar mejor lo que está sucediendo.

Quizá el factor más conocido y comprobado sea esa común tendencia política que justifica el abandono de los pueblos a las veleidades autocráticas de sus corruptos dirigentes, basándose en el presumible peligro que acecharía al mundo (y en especial a las potencias occidentales) si se dejara de apoyar a los tiranos amigos, a "nuestros propios hijos de puta", utilizando la expresión atribuida al presidente Roosevelt en alusión al asesino de Sandino, el corrupto dictador nicaragüense Anastasio Somoza.

Durante los años de la Guerra Fría, el apoyo prestado por EEUU y algunas potencias europeas a tiranos de toda índole, en América, África y Asia (sin olvidar a algunos dictadores europeos), estaba fundamentado en la llamada "teoría del dominó", es decir, en la creencia de que la caída de cualquier país en la órbita soviética se extendería a los países vecinos, en una serie fatídica que pondría inexorablemente al mundo a los pies de Moscú.

La evolución de los acontecimientos mostró más que de sobra la falsedad de tan irracional teoría, que era apoyada con entusiasmo por las grandes corporaciones del armamento y la extensa red de intereses creada en su entorno, ya que el temor al comunismo multiplicaba aceleradamente sus beneficios. Sirvió tanto para justificar la destitución de Mossadeq o el asesinato de Allende, como para sostener a los corruptos militares vietnamitas o indonesios y armar y cortejar a los sátrapas árabes dueños de las llaves del petróleo.

A menudo se olvida que las difíciles relaciones que EEUU sostiene hoy con Irán son consecuencia del entusiasmado apoyo que Washington prestó al autocrático dictador Reza Pahlevi, como recompensa por la destrucción de los partidos políticos iraníes de centro e izquierda. El Gobierno de EEUU pensaba que de ese modo se cerraría el camino a la penetración del vecino soviético en tan crítica zona del Oriente Medio. Pero lo que se consiguió fue facilitar el camino a la revolución de los ayatolás con las consecuencias ya conocidas.

Sustituya el lector, ahora, el miedo que entonces inspiró la extinguida Unión Soviética por el pánico -igualmente exagerado y manipulado- que hoy produce el terrorismo de Al Qaeda. Aunque Obama parece haber eliminado de su vocabulario la principal cantilena de su predecesor -"la guerra contra el terror"-, subsisten en la política de EEUU reflejos condicionados que la distorsionan seriamente. La nueva "teoría del dominó" presupone que cualquier retroceso, por pequeño que sea, de la influencia de EEUU (y de Occidente en general) en algún país mahometano implicará la temible creación de un califato islámico, cuya finalidad será la de propagarse por todo el mundo, sometiéndolo a los dictados de Mahoma.

Una vez más, conviene servirse de la luz encendida por WikiLeaks, que ilumina algunos de los más tortuosos vericuetos de la política internacional. Los despachos diplomáticos procedentes de la embajada de EEUU en la capital tunecina, tras describir la corrupción y el nepotismo que rodeaban al ya depuesto presidente Ben Ali y su corte de familiares y compinches, incluían en julio de 2009 estas líneas: "A pesar de lo frustrante que es hacer negocios aquí [por la corrupción de los gobernantes] no podemos descartar a Túnez. Nos jugamos mucho. Tenemos interés en impedir que Al Qaeda en el Magreb islámico [AQMI] y otros grupos extremistas pongan pie aquí. Estamos interesados en mantener la profesionalidad y la neutralidad de los ejércitos tunecinos".

De lo que se deduce que es el temor a una panda de desharrapados terroristas, refugiados en los aledaños saharianos -no es otra cosa AQMI-, que se adscribieron a la "franquicia" de Al Qaeda para adquirir cierto renombre, lo que justifica que EEUU viniera sosteniendo a un régimen corrupto, tiránico y violador de los derechos humanos de los disidentes, y al que la población ha sabido quitarse de encima sin ayudas del exterior. Paradójicamente, quizá esa "profesionalidad" del ejército tunecino, recomendada por la embajada de EEUU, le ha impedido disparar contra su propio pueblo; que fue lo que hicieron los ejércitos chileno y argentino, especializados en el sistemático exterminio de sus compatriotas durante la Guerra Fría para evitar la temida propagación del comunismo.

Ya va siendo hora de que EEUU -y nuestra atribulada y vergonzante Unión Europea- comprendan que el temor al terrorismo no es razón suficiente para apoyar la tiranía y la corrupción de quienes mantienen oprimidos a sus pueblos, sea cual sea su religión. La democracia, el respeto a los derechos humanos y a las libertades personales no son simples palabras que se pronuncian en discursos oficiales, sino conceptos esenciales que es necesario sostener, reforzar y aplicar sin rodeos ni subterfugios.

Publicado en República de las ideas, el 4 de febrero de 2011

 

Escrito por: alberto_piris.2011/02/04 08:00:22.998000 GMT+1
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