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2012/04/06 09:00:51.232000 GMT+2

El poder: desde Cisneros a los mercados

Se cuenta que el cardenal Cisneros, cuando en 1516 ejercía como regente de Castilla tras la muerte de Fernando el Católico, hasta que el futuro Carlos I fuera coronado rey, al ser interpelado por los nobles que le exigían saber cuál era la legitimidad en que se apoyaba para ocupar tan alto cargo, les mostró unos cañones que había desplegado frente a su palacio: "Estos son mis poderes".

Por aquella época se desarrollaba lo que después se vino a conocer como la "Revolución militar", que causó un gran impacto en las relaciones políticas del poder. Su base tecnológica fue el desarrollo de la artillería, que puso en manos de los soberanos un arma contra la que los nobles feudales no podían competir. Hasta entonces, éstos habían mantenido violentas pugnas con sus soberanos, protegidos en sus castillos y al frente de las mesnadas de campesinos armados que constituían sus ejércitos privados.

La aparición de la artillería cambió radicalmente las cosas. Solo los reyes podían disponer de los recursos económicos necesarios para construir y utilizar con letal eficacia las nuevas armas, aquellas bocas de fuego con las que acabó imponiendo su voluntad sobre la nobleza, tildada habitualmente de "levantisca" en los viejos textos de Historia del bachillerato. En los pesados cilindros metálicos que causaban espanto en quienes oían su tronar (como describe en "La revolución militar" el historiador británico Geoffrey Parker), y que al mejorar las técnicas de fundición permitían mostrar en bellos relieves los escudos de las casas reales a las que servían, no faltaba la tradicional leyenda Ultima Ratio Regum, es decir: "El argumento definitivo de los reyes"; el que se imponía para resolver pleitos dinásticos, apetencias de poder o reclamaciones territoriales.

La monarquía absoluta fue arraigando en Europa al amparo del fuego de sus cañones, que arrasaron las torres feudales en las que hasta entonces había residido parte del poder, cuando éstas no eran voluntariamente desmochadas por sus señores, atendiendo el requerimiento real. (Varios pueblos españoles conservan en su nombre el recuerdo de lo sucedido: Torremocha).

Una estrecha vinculación de la monarquía con la religión, mutuamente beneficiosa para ambas, sirvió, además del cañón, para asentar definitivamente el poder de la corona. No mucho tiempo antes de ser ejecutado, Luis XVI todavía imponía las manos sobre los súbditos enfermos que a él acudían, en la creencia de que Dios obraba a través de la divina majestad de su rey; y en España, un general erigido en dictador tras una cruenta guerra civil también se proclamó a sí mismo "Caudillo por la gracia de Dios", intentando prolongar en su persona la vieja alianza del Trono y el Altar.

Fueron transcurriendo los años y el poder de los soberanos absolutos iba regresando paulatinamente a los pueblos bajo diferentes fórmulas constitucionales, de modo que fueron éstos, en último término, y no las veleidades de los tronos, los responsables de las guerras que asolaron el planeta. Sin embargo, sobre la humanidad ensangrentada por tanta guerra, se empezaba a cerner una nueva revolución, casi tan demoledora como la "militar" del siglo XV, y que también haría cambiar de manos el poder político: nacía el "poder de los mercados".

Los que ahora imponen su voluntad sobre los pueblos, hacen temblar a los Gobiernos de las naciones, y llevan a menudo la miseria y la desesperanza a muchos de sus habitantes, no necesitan construir cañones, ni siquiera armas de guerra. En realidad, no construyen nada tangible, no crean bienes, no inventan nada, salvo la llamada "ingeniería financiera", un modo elegante de denominar las estafas concebidas para incautos codiciosos. Los "mercados" se disfrazan de "inversores" cuando todos sabemos que solo son "especuladores". La tecnología que lo ha hecho posible es la de las comunicaciones globales e instantáneas, que permite la transferencia de grandes sumas de dinero "virtual", a veces mediante sistemas automáticos, de un lugar a otro del mundo, atendiendo siempre a la obtención del máximo beneficio en el más breve plazo para quienes operan a la sombra de una legislación relajada que permite cualquier latrocinio.

No merece la pena gastar dinero en armamento (cañones de bronce o armas nucleares) cuando se puede poner de rodillas a cualquier Estado sin más que apretar sus clavijas financieras, azuzando contra él a los implacables mercados. Son éstos los que hoy señorean el planeta, crean o deponen Gobiernos, dictan leyes y modifican a su antojo los presupuestos de los Estados; ahogan a los pueblos o los halagan, según su grado de sumisión.

No será fácil recuperar el poder ahora perdido. Habría que averiguar dónde se hallan las torres feudales en las que se encastilla esta nueva nobleza levantisca, la que en vez de mesnadas armadas se sirve del invisible poder financiero. Y encontrar el modo de abatirlas a golpes de Ley o de cañón, para volver a poner el poder en manos de su legítimo dueño: el pueblo. Parece tarea complicada, pero no es imposible.

República de las ideas, 6 de abril de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/04/06 09:00:51.232000 GMT+2
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2012/03/30 08:10:16.228000 GMT+2

Un diagnóstico de la indignación popular

El impacto de la indignación popular, que se reflejó en alborotos urbanos de distinta naturaleza en varios países europeos, no ha sido el mismo en todos ellos. Si desde Atenas hasta Londres, o desde Madrid y Barcelona hasta París, la voz de los "indignados" se alzó sonoramente con distintas reclamaciones expresadas en varios idiomas, el análisis de este fenómeno social, que con tanta rapidez se propagó, llegando incluso al corazón financiero de EE.UU., se ha ido limitando a círculos más restringidos -académicos, intelectuales, organizaciones juveniles, etc.- cuando no acabó extinguiéndose o siendo acallado por la presión del poder.

Es cierto que las revueltas callejeras que el pasado verano incendiaron -tanto en sentido figurado como abrasadoramente real- la capital del Reino Unido y otras ciudades del país, fueron las que más inquietud causaron en todo el mundo, por la violencia y amplitud de los estallidos populares. Esto fue lo que indujo al Gobierno de Londres a crear una comisión de análisis (Riots Communities and Victims Panel) con la finalidad de "examinar y comprender por qué se produjeron los disturbios populares de agosto de 2011".

El pasado miércoles vio la luz pública el informe redactado con tal finalidad. Previamente se había elaborado un avance a finales de noviembre pasado, con las medidas más urgentes a adoptar, pero el documento ahora difundido ha sido también puesto en manos del Gobierno y la oposición. Los miembros de la comisión visitaron una veintena de comunidades y entrevistaron a varios miles de personas, para establecer sus conclusiones. Éstas incluyen algunos aspectos peculiares del Reino Unido, pero otros aplicables también a cualquier país.

De un modo general, se atribuyen los disturbios a la falta de participación en la sociedad de muchos ciudadanos, y se señalan aspectos más concretos, como la carencia de oportunidades para los jóvenes, una defectuosa educación familiar, la incapacidad del sistema judicial para rehabilitar a los delincuentes y las desabridas actuaciones policiales para identificar a las personas, entre otros; para todos ellos se ha recomendado al Gobierno la adopción de medidas correctivas.

El coordinador de la comisión declaró: "Cuando la gente no cree que tiene razones para no meterse en líos, las consecuencias que esto trae a las comunidades pueden ser devastadoras, como se vio en agosto pasado". Y añadió: "Tenemos que dar a cada uno su parte en la sociedad. Hay personas hundidas en el fondo, incapaces de cambiar su vida". El informe detecta la existencia de medio millón de "familias olvidadas" y distribuye la responsabilidad del fracaso tanto en el ámbito personal y familiar, como en el de los servicios sociales, sean estatales o sean de las organizaciones humanitarias".

Escuelas y profesores reciben un suave varapalo y amenazas de multa si rechazan alumnos sin causa justificada. Se les urge a formar el "carácter" de los jóvenes para que sean capaces de rechazar las llamadas a la revuelta y "puedan decidir lo mejor en los momentos de tensión". Para ello se recomienda "autodisciplina, aplicación y fortaleza para posponer el placer personal y recuperarse de los fracasos".

El informe no vacila en acusar al consumismo desaforado de los numerosos saqueos producidos en establecimientos comerciales "de productos de gama alta, ropas de marca y aparatos electrónicos", y sugiere "proteger a los jóvenes de la excesiva mercadotecnia (marketing) y enseñarles a defenderse ante la publicidad agresiva", para lo que se designa un representante oficial que dialogará con las empresas productoras de las marcas más importantes.

Una parlamentaria miembro de la comisión declaró: "Lo que hemos visto refleja el fracaso para mejorar la educación en ciertas zonas. Muchas comunidades ven que no tienen ningún control sobre sus vidas. Viven hostigadas por la policía, marginadas en la búsqueda de trabajo y bombardeadas sin parar con imágenes de un tipo de vida que nunca tendrán". Observan el despilfarro de los poderosos y de muchos políticos, y no se creen las proclamas oficiales de que "todos estamos embarcados en la misma nave".

Son muchos en todo el mundo los que opinan que educar el "carácter" juvenil no es el remedio para evitar futuras explosiones de ira callejera. La falta de recursos, el desempleo, la pobreza y la desesperanza son las brasas que incendian las barriadas miserables donde viven los que ya no pueden perder nada, porque carecen de todo.

No todo lo anterior es aplicable a los movimientos de indignados en España, donde la noviolencia ha sido mayoritariamente asumida. Pero conviene tener presente que una indignación inicialmente de tipo político, causada por la sensación de que el poder no tiene en cuenta a muchos ciudadanos y con exigencias de mayor participación democrática, puede propagarse y alcanzar a otros sectores sociales menos preocupados por la democracia, pero donde la miseria y la desesperanza son una vivencia diaria que alimenta el odio difuso, todo lo cual genera una mezcla explosiva de alta peligrosidad social. El Gobierno de Londres ha decidido estudiar en serio este problema, y conviene seguir muy de cerca su evolución.

República de las ideas, 30 de marzo de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/03/30 08:10:16.228000 GMT+2
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2012/03/23 10:40:54.376000 GMT+1

El declive de la democracia israelí

La gran influencia que Israel ejerce sobre la política de EE.UU., que le suministra ayuda económica, militar y diplomática sin tasa ni posible comparación con otros países aliados y también dependientes de Washington, es producto de varios factores. Entre éstos hay dos que tienen un peso superior a los demás: la notable aportación electoral del voto projudío, que puede inclinar decisivamente la balanza entre los dos partidos mayoritarios, y la arraigada idea de que Israel es el único baluarte democrático en una crítica zona del mundo, asediado por las tiranías de raíz teocrática islámica y sus correspondientes terrorismos.
 
El primer factor permanece estable y no presenta motivos de duda, como se ha demostrado en la reciente visita de Netanyahu a EE.UU., donde ha logrado arrancar de Obama un compromiso ilimitado de apoyo, aun en el caso de que Israel decida pegar fuego a la mecha detonante que conduce a Irán. El segundo factor, por el contrario, está sometido a una creciente crítica.
 
La critica razonada de la deriva antidemocrática de Israel, a la que voy a referirme a continuación, se considera a menudo como el producto de un antisemitismo visceral y, por eso, se descarta sin más contemplaciones. Pero se olvida que son numerosas las voces y las organizaciones judías, tanto en Israel como fuera de él, que también critican al actual Gobierno y no por ello se encuadran en las filas del antisionismo. En el mismo corazón de EE.UU. existen organizaciones judías (como Jewish Voice for Peace) que, sin abdicar de sus valores religiosos, históricos y políticos, alzan su voz contra las injusticias, la humillación y la opresión que la ocupación de las tierras palestinas causa a sus habitantes.
 
En el último ejemplar de The New York Review of Books, bajo el título “Israel: El Parlamento contra la democracia” (Israel: The Knesset vs. Democracy), un periodista, fotógrafo y escritor israelí, Dimi Reider, apunta los peligros que acechan hoy a la democracia en Israel. Para él, el núcleo de la cuestión reside en la doble identidad de Israel: por un lado, una democracia para todos sus ciudadanos; por otro, un Estado judío. Este dilema, difícil de resolver por sí mismo, en tanto que la ciudadanía israelí también incluye a los árabes allí residentes, parece inclinarse ahora, bajo la política del actual Gobierno, hacia un claro sacrificio de la democracia en favor de la naturaleza judía del Estado.
 
Advierte Reider un deterioro general en la libertad de expresión, materializado en la pérdida de medios de comunicación independientes. El multimillonario estadounidense, promotor de casinos y que pretende ahora colonizar parte del territorio español para su empresa Las Vegas Sands, es también el propietario del diario más leído en Israel, naturalmente favorable al Gobierno. Lo mismo sucede con otros medios, como la Autoridad Israelí de Radiodifusión.
 
De ese modo es difícil criticar una legislación peligrosamente antidemocrática. Como la que endurece las ya onerosas trabas que encuentran las ONG financiadas desde el exterior, o la que eleva las multas a los medios de comunicación por presunta “difamación”, incluidos los blogs privados, como un modo eficaz de acallar voces discrepantes.
 
La deriva antidemocrática del Parlamento se refuerza avivando la sensación de peligro procedente del exterior, y mezclándola con los problemas de la inmigración, la creciente politización de los árabes israelíes y otros factores, a los que se acusa de deteriorar la identidad judía del Estado.
 
Alerta Reider sobre el aumento de incidentes relacionados con la segregación de las mujeres, una imposición del sector más ortodoxo del judaísmo, que parece ganar posiciones sin que el Gobierno se preocupe por evitarlo. Los derechos humanos se ven a menudo afectados, como en una reciente enmienda a la Ley de Ciudadanía, que prohíbe vivir en Israel a los palestinos de la zona ocupada casados con israelíes. A este respecto, el presidente del Tribunal Supremo declaró que los derechos humanos no pueden ser “una receta que conduzca al suicidio nacional”.
 
Para apoyar tan antidemocrática legislación, la extrema derecha que participa en el poder insiste en que, en realidad, está reforzando la democracia contra las amenazas exteriores. Denuncia que la sociedad civil y las ONG están influidas por agentes extranjeros, izquierdistas y antipatrióticos. Estas ideas calan en un electorado cada vez más nacionalista, donde las organizaciones políticas relacionadas con las protestas populares del pasado verano no encuentran espacio de acción: “Estamos en un maratón del que no conocemos la meta, pero ésta no está en las próximas elecciones. Son sólo una etapa”. Como en otros países donde la indignación popular ha obligado a los políticos a modificar sus prácticas, también Israel se halla en una encrucijada, aunque ésta sea muy peligrosa porque un Gobierno acorralado en el interior podría servirse del enemigo exterior -Irán- contando con un amplio apoyo internacional, basado en EE.UU. Cuando se proclama que “la Patria está en peligro”, se abre la mano para todo tipo de desafueros que acaban hiriendo de muerte a la democracia. Esta es la amenaza que acecha a Israel, más letal que las inexistentes armas nucleares de Irán.

República de las ideas, 23 de marzo de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/03/23 10:40:54.376000 GMT+1
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2012/03/20 10:56:25.636000 GMT+1

Obama, en la senda de Bush

Podría atribuirse a los apuros electorales, por los que Obama seguramente habrá de pasar en los próximos meses, o a ciertas presiones intensas a las que está sometido, pero sus más recientes declaraciones sobre las relaciones entre EE.UU. e Irán hacen pensar que el presidente ha abandonado el camino que parecía más apropiado para un premio Nobel de la Paz -si alguna vez llegó a marchar por él- y está avanzando a tambor batiente por el sendero de la guerra que con entusiasmo abrió su predecesor en la Casa Blanca.

Si el nefasto Bush II despeñó al mundo por los precipicios de su "guerra global contra el terror", de los que todavía no ha logrado recobrarse, todo parece indicar que Obama está planteando, muy imprudentemente, una nueva ecuación para la defensa de EE.UU. Proclama que está dispuesto a iniciar una guerra, simplemente para evitar que un remoto país, desde el que es imposible atacar a EE.UU., ni con sus medios actuales ni con los que previsiblemente pueda disponer en muchos años, prosiga su programa de desarrollo de energía nuclear.

Además, para mostrar su disposición a la guerra, no ha vacilado en recurrir a declaraciones que benévolamente podrían tacharse de bravuconadas, si no fuera porque expresan la opinión del Comandante en Jefe de las más poderosas fuerzas armadas del mundo: "Creo que hay que reconocer que en los últimos tres años he mostrado mi clara disposición a emprender acciones militares cuando creo que es a favor de los intereses esenciales de EE.UU., incluso aunque impliquen enormes peligros".

Haciéndose eco de las opiniones de su jefe, el Secretario de Defensa se expresó así poco después: "No existe mayor amenaza para Israel, para toda esa región y naturalmente para EE.UU., que un Irán con armas nucleares. La respuesta militar es la última opción si todo lo demás fracasa. Pero que nadie se equivoque: si todo lo demás fracasa, actuaremos".

Obama está ya actuando como Bush, cuando acusó a Sadam Husein de disponer de armas nucleares, exagerando sin límites la amenaza que éstas representaban; y está parodiando a la Secretaria de Estado del anterior presidente, que asustó un poco más a sus conciudadanos al decir: "Nuestro problema es que no estamos seguros de la rapidez con la que [Sadam] obtendrá esas armas. Pero no deseamos que los indicios se conviertan en el hongo de una explosión nuclear".

Es sorprendente, por otro lado, y deja al descubierto la manipulación desarrollada en torno a este asunto, que ningún órgano internacional ni ninguna agencia implicada en la defensa de EE.UU. hayan podido confirmar fehacientemente la voluntad iraní de hacerse con el arma nuclear, y que no puedan aducirse pruebas concretas de que el régimen de Teherán está en camino de lograrlo. Además de otras suposiciones, no conviene pasar por alto la opinión del ayatolá Alí Jameini, el denominado "líder supremo" del país, que ha afirmado repetidamente que la posesión de armas nucleares es un grave pecado. En ese atrabiliario régimen teocrático, no se trata de algo baladí.

Todo esto recuerda a la campaña de desinformación y engaños que precedió al desencadenamiento de la guerra contra el terror en Afganistán y en Iraq. El presidente Bush anunció ante el Congreso que mediante aviones teledirigidos Sadam podría arrojar sobre las ciudades costeras de EE.UU. agentes agresivos químicos o incluso biológicos (citó el ántrax). Con esto y algunas otras mentiras bien elaboradas, se decidió iniciar una guerra basándose en conjeturas que luego resultaron ser no solo falsas, sino en gran parte absurdas.

La alusión de Bush a los aviones sin piloto como medio de ataque a un enemigo fue como el precedente de lo que ahora se ha convertido en la guerra favorita de Obama. Estos instrumentos aéreos de ataque, junto con las operaciones encubiertas de las fuerzas especiales, parecen haberse convertido en el eje de la nueva estrategia universal de Washington, la fórmula mágica para hacer sentir la voluntad de EE.UU. en todo el orbe.

Como también hizo Bush, Obama ha buscado la cobertura legal para sus desafueros: los asesinatos selectivos ejecutados a distancia desde las más de sesenta bases donde operan los drones de la CIA en todo el mundo. El fiscal general de EE.UU. ha declarado que el presidente "dispone de autoridad para matar a cualquier ciudadano americano, si él dictamina unilateralmente que es un peligro para la nación".

Esta resbaladiza deriva de la Casa Blanca hacia el presidencialismo bélico no está muy lejos del modo personal y autoritario con el que en la 2ª Guerra Mundial dirigieron sus ejércitos Stalin o Hitler (Churchill y Roosevelt tuvieron que esforzarse por convencer a los órganos políticos de las democracias que gobernaban), y aunque la comparación sea a todas luces exagerada, muestra un peligroso camino en el uso indiscriminado de la fuerza militar que anuncia un futuro cuajado de conflictos.

CEIPAZ, 20 de marzo de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/03/20 10:56:25.636000 GMT+1
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2012/03/16 10:10:57.137000 GMT+1

¿Locura asesina o violencia aprendida?

La muerte de 16 civiles afganos, entre ellos varios niños, a causa del fuego deliberado que abrió en la madrugada del pasado domingo un suboficial del Ejército de EE.UU. destinado en la base de Panjwai, provincia de Kandahar, ha suscitado un aluvión de comentarios. En algunos se especula sobre cómo influirá este hecho en las ya difíciles relaciones entre las fuerzas de ocupación y el pueblo y las autoridades afganas, y sobre la repercusión que esto puede tener en los planes de retirada.

Otro tipo de comentarios, a los que voy a dedicar más atención, se refieren al hecho en sí, a sus posibles causas y a las razones que pueden inducir a un combatiente experimentado a actuar de modo tan aberrante. ¿Es un caso aislado atribuible a enajenación temporal? ¿Es un producto inevitable de la tensión causada por la permanencia en el campo de batalla? ¿Existen medidas eficaces que eviten su repetición?

Ya durante la 2ª Guerra Mundial las llamadas "bajas psiquiátricas" eran contabilizadas como un tipo más, junto con las causadas por disparos, metralla o accidentes. Un documento médico del ejército británico aseguraba que "no existe nada que pueda llamarse 'adaptación al combate'; todos los soldados llegan al desquiciamiento mental si el combate dura lo suficiente". Para evitarlo, se consideraba que la permanencia continuada en el teatro de operaciones no debía ser superior a 200 días.

Las explicaciones oficiales sobre lo ocurrido ahora son difusas, aunque se insiste en que el asesino actuó en solitario, se entregó voluntariamente y está procesado. Obama declaró: "Este incidente es trágico y terrible, y no representa el carácter excepcional de nuestros combatientes y el respeto que EE.UU. siente por el pueblo afgano". El adjetivo "excepcional", que quizá Obama utilizó en vez de "excelente", permite llevar la cuestión a otros terrenos conceptuales de más hondo calado: ¿Lo verdaderamente excepcional no será que hechos de este tipo no ocurran con más frecuencia? Si para convertir a una persona en un combatiente eficaz hay que vencer su instintiva repugnancia a matar a otro ser humano ¿qué puede ocurrir cuando se ha superado ese freno moral tras un intenso aprendizaje?

Estudiando incidentes similares ocurridos durante la 2ª G.M., un historiador recordaba que el "Reglamento para la guerra irregular" del ejército británico, de 1942, contenía lo siguiente: "No hay que hacer concesiones al enemigo; se acabó la nobleza en la guerra... Cada soldado debe ser un asesino potencial. O mata o le matan". A continuación no ahorraba crueles detalles, como el modo de eliminar sigilosamente centinelas enemigos por estrangulación o acuchillamiento; un simple aspecto secundario, una fase más de las complejas misiones asignadas a las fuerzas especiales en todos los ejércitos del mundo.

Cuando, años más tarde, el famoso periodista Seymour Hersh investigaba la matanza de vietnamitas civiles en My Lai, la madre de uno de los soldados acusados por ello le dijo: "Yo les envié un buen chico y ellos [las Fuerzas Armadas] me han devuelto un asesino". No era un soldado británico en 1942 sino un soldado estadounidense en 1968. Pero la tendencia no cambia al paso de los años, porque es una constante inherente a la misma guerra. El combate implica matar; no hay que engañarse al respecto. Y la guerra irregular, la lucha contra un enemigo mezclado con la población civil, y a menudo indistinguible de ésta, agrava la situación. Si no mato, me matan: esto es lo esencial en la mente del soldado, y no la preocupación por los convenios internacionales que intentan limitar la crueldad de la guerra.

La realidad es que los combatientes que se juegan la vida en Irak, en Afganistán o en cualquier otro teatro de operaciones, reciben mucha más instrucción de combate que formación sobre las "leyes de la guerra". Más de un tercio de los soldados de EE.UU. encuestados en Iraq opinaron que la tortura era un procedimiento apropiado para obtener información y el 17% consideraba insurgentes a todos los paisanos. Un tercio de los soldados de Infantería de Marina y una cuarta parte de los del Ejército declararon que sus mandos nunca les habían instruido sobre el respeto a la población civil.

Entre los imperativos vitales de la supervivencia en combate apenas hay sitio para otras preocupaciones. Y el respeto por la población civil no es fácil de enseñar en un mundo que ha conocido Hiroshima, Nagasaki, Hamburgo, Darmstad, Dresde o Tokio, infiernos artificiales creados por las naciones vencedoras, donde fueron exterminados muchos millares de civiles inocentes, como una exigencia "racional" para concluir la guerra con éxito.

Finalizo este comentario con una curiosa acotación que debo al analista Mark Urban, de la BBC. A la población afgana, habituada desde siempre a la violencia, y muy dividida tribalmente, donde la religión y la cultura tradicionales son las palancas más íntimas, las que promueven odios o afectos, el asesinato deliberado de afganos inocentes en Kandahar ha producido mucha menos indignación que la quema de los coranes. Urban concluye así: "Allí, en los centros de mando de alta tecnología, unas personas racionales, empeñadas en la difícil tarea de llevar seguridad al sur de Afganistán, han discutido sobre pasiones que hunden sus raíces en el pasado. Los soldados ocupantes y el pueblo que les rodea parecen vivir en mundos distintos, sobre todo en el modo como interpretan la violencia, sea real o simbólica".

Dos culturas incompatibles se enfrentan a tiros en Afganistán: que nadie espere fáciles soluciones negociadas.

República de las ideas, 16 de marzo de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/03/16 10:10:57.137000 GMT+1
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2012/03/09 09:43:18.255000 GMT+1

Los límites menguantes del Imperio

Tras la desintegración del Pacto de Varsovia y de la URSS, EE.UU. se erigió como la única superpotencia imperial del planeta. Su poder militar era insuperable, capaz de derrotar a cualquier coalición que pretendiera desafiar su hegemonía; una red de bases militares abarcaba el planeta y la carrera de armamentos de tierra, mar, aire y espacio exterior, en la que se había empeñado con Moscú, había obligado al enemigo soviético a darse por vencido. El dólar era la moneda universal, la palanca definitiva con la que EE.UU. movía a su antojo el mundo económico y financiero. Su política exterior imponía la ley: los aliados de Washington acataban, con más o menos entusiasmo, sus decisiones, temerosos de mostrar cualquier síntoma de rebelión que provocara el desafecto imperial. Los autócratas y tiranos dóciles eran considerados “amigos” y conservaban el poder mientras no actuasen por su cuenta; por el contrario, los Gobiernos que no gozaban de la estima de Washington, fueran o no democráticos, habían de afrontar serias dificultades y, a la larga, tenían sus días contados.
 
El imaginario “dividendo de la paz”, es decir, los recursos que concluida la guerra fría quedarían libres para otras aplicaciones en beneficio general de la humanidad, no pasó de ser eso: imaginario. La dinámica imperial requería otro enemigo para que sus resortes (militares, industriales, diplomáticos, etc.) siguieran activos. Así que no hubo tal dividendo, sino una reconfiguración del sistema amigos-enemigos. La militarización de la política exterior de EE.UU. siguió marcando el camino, y varios fracasos fueron los hitos de una ruta equivocada, cuando no obcecada, elegida por los “neocons” que reinaban en Washington. Los atentados del 11-S marcaron el inicio de la paranoia, de la degradación de la libertad y los derechos humanos en aras de una supuesta seguridad frente al terror.
 
En esas estamos ahora, cuando el actual presidente de EE.UU., premio Nobel de la Paz sin haber hecho apenas nada para merecerlo, está poniendo al mundo al borde de la catástrofe, si merecen crédito las palabras que pronunció el pasado domingo ante la más poderosa organización proisraelí de EE.UU., el Comité América-Israel de Asuntos Públicos (Aipac, en siglas inglesas): “Estamos proporcionando a Israel la tecnología más avanzada y los productos y sistemas que solo damos a nuestros amigos y aliados más próximos. Que nadie se confunda: haremos lo que sea preciso para mantener la ventaja militar israelí, porque Israel debe tener la capacidad de defenderse por sí mismo frente a cualquier enemigo”. Y para dejar más claro el asunto, declaró: “El programa nuclear iraní es una amenaza capaz de unir la peor retórica sobre la destrucción de Israel y las armas más peligrosas del mundo. Un Irán con armas nucleares se opone totalmente a los intereses de seguridad de Israel, pero también a los de EE.UU.”. No hace falta decir más.
 
De ese modo, Obama compromete la libertad de decisión de EE.UU. al dejar en manos del Gobierno israelí la iniciativa para atacar a Irán, sabiendo que el poder militar del Imperio estará a su lado cuando lo haga. Y esto, aunque incurra en lo que Seumas Milne, el escritor y periodista británico, escribía en The Guardian Weekly (2-3-12): “Atacar a Irán sería una estupidez”. No solo una estupidez: sería también un error de efectos imprevisibles a corto plazo, dada la evidente arbitrariedad de la agresión. El hecho concreto es que Irán está rodeado de bases y tropas de EE.UU. y de países con armas nucleares (desde Israel a Pakistán), y es amenazado con un ataque demoledor, solo por el temor de que en un futuro impreciso podría llegar a poseer las mismas armas que otros países tienen hace ya tiempo, empezando por el presumible agresor: Israel.
 
Aun en el caso de que una cuidadosa y limitada elección de los objetivos a destruir evitara que la guerra se propagase por todo el Oriente Medio, solo se retrasaría en unos años el desarrollo de la industria nuclear iraní, pero el régimen de Teherán saldría reforzado ante una agresión exterior tan claramente injusta, con lo que, tarde o temprano, se volvería a la situación inicial.
 
Se ha avanzado tanto en la guerra verbal, que al peligro ya existente hay que añadir ahora el aspecto psicológico de la sensación de fracaso que se suele producir cuando los hechos no siguen a las palabras. No sería la primera vez en la Historia en que el cruce de amenazas y acciones hostiles previas conduce a una espiral sin retorno donde la guerra es inevitable.
 
Mejor acreditaría Obama su título de premio Nobel de la Paz si, en vez de contribuir a aumentar la tensión en Oriente Medio con su acatamiento de lo que decida en Jerusalén un Gobierno aquejado de paranoia sobre su seguridad, impulsara los deseables esfuerzos para crear en esta región una nueva zona libre de armas nucleares, como en Sudamérica o El Caribe. Contribuiría con ello a reducir tensiones y a alejar los motivos para nuevas guerras. También frenaría la degradación de un Imperio que, ansioso por acrecentar su influencia, se encuentra cada vez más encerrado en unos límites que su desacertada política exterior contribuye a estrechar, con lo que abre unos espacios que las potencias emergentes, encabezadas por China, pugnarán por ocupar, a la espera de alcanzar los primeros escalones del futuro ordenamiento planetario.

República de las ideas, 9 de marzo de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/03/09 09:43:18.255000 GMT+1
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2012/03/04 22:24:53.765000 GMT+1

Una película de guerra, sin guerra

En la lucha por la paz, ese empeño al que tantas personas y organizaciones dedican sus esfuerzos, es habitual recurrir al análisis de las causas de las guerras para encontrar las raíces de la paz. Se recuerda a menudo la explicación dada por Tucídides a la Guerra del Peloponeso (siglo V a.C.): "Lo que hizo inevitable la guerra fue el engrandecimiento del poder de Atenas y el temor que esto causaba en Esparta". Para el historiador griego, la guerra era ya un instrumento al servicio de la dirección política de los Estados, para conservar el poder, reforzarlo o alcanzar un equilibrio no desfavorable, explicación que aún hoy mantiene plena vigencia.

Otra corriente de pensamiento, más moderna, atribuye a las carreras armamentísticas una especial importancia en el estallido de las guerras, desviando así su origen desde el terreno político hacia los ámbitos dominados por la economía, el comercio y la industria. No son pocos, por otra parte, los historiadores que hacen hincapié en la militarización de las élites políticas, cuando asumen una ideología que considera a la guerra y a los ejércitos como el principal instrumento para hacerse con el poder, dinamizar sociedades tenidas por "decadentes" y trasladar los modos y prácticas militares al conjunto de la población.

Por eso, entre las personas preocupadas por la paz no es raro encontrar quienes consideran que la eliminación de los ejércitos y la limitación o prohibición de los armamentos son los caminos que mejor conducen a un estado pacífico de la humanidad. No siempre entienden que armas y soldados son un subproducto de la guerra y no su causa; son la simple consecuencia de aceptar la guerra como un fenómeno social positivo en ciertas circunstancias.

Sin embargo, no merece la pena esforzarse por encontrar esas causas de la guerra, que si fuesen erradicadas del todo llevarían a un feliz estado de paz perpetua. Porque el verdadero origen de las guerras, de todas las guerras, no está en la política ambiciosa o militarizada, ni en la industria bélica ni en los ejércitos imperiales o agresivos. Ha quedado descrito con meridiana claridad, en el preámbulo del documento constitucional de la UNESCO: "... puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz."

No hace falta leer el citado documento para entender lo que esto significa: una película de reciente estreno, titulada "¿Y ahora, adónde vamos?" y dirigida por la libanesa Nadine Labaki, muestra magistralmente las raíces de la guerra instaladas en la mente de los hombres. No es una película de guerra y contra la guerra, en el sentido habitual de la cinematografía antibélica. No muestra las trincheras y las vilezas de la 1ª Guerra Mundial, al estilo de "Senderos de gloria"; ni la degradación moral revelada por "Apocalypse Now"; ni siquiera el fragor del combate y la convivencia diaria con la muerte en Afganistán, como el documental "Restrepo", donde el ruido de los helicópteros y el fuego de las armas forman el telón de fondo de la acción.

En la película comentada apenas suenan disparos ni se observan acciones de combate. Solo una madre desesperada, pero decidida, se sirve de una escopeta para inmovilizar a su hijo e impedirle que contribuya a una salvaje espiral de violencia étnica que amenaza a la comunidad. La película combina fragmentos del género musical, de la comedia, del sainete cómico, el drama y la tragedia. Pero no haré aquí una crítica cinematográfica: lo más admirable de su argumento es la forma de exponer cómo la violencia se engendra en las mentes de los hombres. Al decir esto no me refiero al "hombre" en la primera acepción del diccionario, "ser animado racional, varón o mujer", sino en la segunda, "ser humano del sexo masculino".

En la sociedad étnicamente compleja en la que se desarrolla la acción, las mujeres son mostradas como el elemento pacificador, y los hombres, el belicoso. Aunque está rodada en Líbano y muestra el enfrentamiento entre una comunidad cristiana y otra musulmana, la directora insiste en que no pretende analizar una situación concreta, y que la acción "podría desarrollarse muy bien entre suníes y chiíes, negros y blancos, entre dos partidos, dos clanes, dos hermanos, dos familias, dos pueblos...". La predisposición favorable a la mujer que muestra este filme no se debe a que la directora lo sea. El factor relacional madre-hijo, esposa-marido está sustentado por unas diferencias esenciales que, nos guste o no, en su gran mayoría inclinan la paz hacia el lado femenino y la violencia irracional hacia el masculino, aunque existan excepciones al respecto.

Si la proposición de la UNESCO sobre la guerra es la más ajustada a la realidad, la lucha por la paz es una lucha por las mentes humanas, lo que la convierte en una compleja empresa que penetra en los terrenos de la educación, la psicología y las conductas sociales, sin olvidar aspectos de tipo religioso. Sin tantas complicaciones, las mujeres que en el filme comentado se confabulan para frenar la violenta belicosidad de sus hombres echan mano de su imaginación, su amor por la vida y su instinto de perpetuación de la especie. Sin embargo, aunque ellas logran un éxito temporal, la película se cierra con una interrogación que deja todo en el aire: ¿adónde vamos? ¿Hacia dónde camina el género humano sumido en una multiplicidad de guerras que parecen no tener fin?

Publicado en CEIPAZ el 4 de marzo de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/03/04 22:24:53.765000 GMT+1
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2012/03/02 10:13:33.053000 GMT+1

Nuevo patinazo en Afganistán

La quema de algunos ejemplares del Corán en la base estadounidense de Bagram, en Afganistán, ha agravado la inestable situación en la que se encuentran las fuerzas de la OTAN y de ISAF en ese país. En un anterior comentario aludí a la difícil posición de los instructores aliados, ante el peligro de ser asesinados por alguno de sus alumnos, y al muro de desconfianza que esto crea en una de las principales funciones asignadas a las tropas ocupantes: la formación de las fuerzas afganas de seguridad. Ésta no puede ser eficaz si entre enseñantes y enseñados no se crea un mínimo nivel de fluidez y confianza mutuas.
 
Viene a agravar este problema el incidente antes citado, de naturaleza más religiosa que operativa y, por tanto, de más complejo tratamiento. Algunos de sus efectos han sido inmediatos, como la retirada de un contingente de medio centenar de tropas alemanas de un puesto avanzado, cuya seguridad se vio en peligro ante la intensa irritación popular. También Francia ha retirado de sus puestos en Kabul a algunos asesores del Gobierno afgano. Otros países están valorando el modo de hacer frente a esta creciente hostilidad.
 
La reacción de las autoridades civiles y militares de EE.UU. ha sido confusa. Tras unas vacilantes disculpas transmitidas al pueblo y al Gobierno afgano, generadas a todos los niveles (desde Obama hasta los jefes militares sobre el terreno), el general Allen, comandante supremo de ISAF, ordenó que “todas las fuerzas de la coalición en Afganistán sean instruidas en el manejo apropiado de objetos religiosos no más tarde del 3 de marzo”.
 
Las materias a enseñar, como se informa en la página web de ISAF, abarcarán “la identificación de objetos religiosos, su significado, y su manejo y almacenamiento correctos”. No se sabe si estas nuevas clases teóricas que van a recibir las tropas destacadas en Afganistán serán impartidas por imanes locales, capellanes islámicos del ejército o sargentos de semana debidamente preparados para manipular el Corán con la misma destreza con la que desmontan y arman con los ojos vendados la ametralladora de 12,70. Pero supondrán, probablemente, una interesante ruptura con la monotonía de las tradicionales “teóricas” con las que muchos ejércitos del mundo llenan las primeras horas de la tarde cuartelera.
 
Es muy preocupante que, tras más de diez años de ocupación militar de Afganistán, un país islámico donde la religión está presente y ostensible en numerosos aspectos de la vida diaria, sea ahora cuando se descubre la necesidad de recurrir a una formación complementaria de la “sensibilidad cultural de las tropas”. Un poco tardío parece ese esfuerzo, sobre todo si se tienen presentes algunos hechos anteriores que debieron haber alertado a las autoridades sobre la peligrosa deriva que se estaba produciendo en la conducta de algunos militares.
 
Recientemente han dado la vuelta al mundo las imágenes de unos soldados de la Infantería de Marina de EE.UU. orinando sobre unos cadáveres afganos. En septiembre de 2011 se difundió por las bases militares de EE.UU. la fotografía de un pelotón de soldados, donde además de la bandera nacional se exhibía otra de las S.S. nazis, lo que ocurrió en un puesto avanzado en Afganistán al que se había denominado “Ario”. En noviembre del mismo año se procesó a un jefe de pelotón que asesinaba “por deporte” a civiles desarmados y conservaba como recuerdo fragmentos de sus cadáveres.
 
Hay que sumar a lo anterior las frecuentes muertes de personal civil inocente, como consecuencia de la mala planificación de los ataques aéreos o de datos e informaciones erróneos, y los frecuentes y violentos registros nocturnos de algunos hogares, a la búsqueda de armas o guerrilleros, en los que a menudo se vulneran los más sensibles códigos locales relativos a la intimidad familiar. Así pues, es forzoso reconocer que existen suficientes motivos de queja para que nuevos incidentes, como el de los coranes, lleguen a provocar fuertes explosiones de ira popular, que superen a todo lo conocido hasta hoy.
 
Las voces populares afganas piden que los responsables de la quema de sus libros sagrados sean procesados, no por los tribunales militares estadounidenses, sino por sus jueces locales, que impondrían la pena de muerte que lleva implícita cualquier ofensa al Corán. Las autoridades militares de EE.UU. han abierto una investigación, todavía en curso, pero sostienen que se trató de algo accidental y no intencionado. “Tenemos iniciado un plan para asegurar que esto no volverá a ocurrir y, si sucede, castigar a los culpables”, ha asegurado el Sargento Mayor del Ejército.
 
Como en ocasiones anteriores, se harán esfuerzos por apaciguar los ánimos y quizá la situación no se agrave a causa del incidente. Pero el asesinato de dos jefes militares de EE.UU. en el interior del mismo Ministerio de Defensa, atribuido a este conflicto, muestra que el margen de maniobra de EE.UU. e ISAF en Afganistán se está reduciendo peligrosamente. Hay ya quien teme que la palabra “retirada”, cada vez más usada, no empiece pronto a ser equivalente al “sálvese quien pueda”.

Escrito por: alberto_piris.2012/03/02 10:13:33.053000 GMT+1
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2012/02/24 10:30:6.929000 GMT+1

El desconcierto general

Un destructor iraní, acompañado por un buque logístico de la misma nacionalidad, saltó a las primeras páginas de la actualidad a causa de una breve visita realizada al puerto sirio de Tartus. Las imágenes de ambos navíos atravesando el canal de Suez fueron aireadas por los medios de comunicación. Algunos exaltados tertulianos radiofónicos agitaron de nuevo, con ese motivo, el espantajo de la guerra contra el terror, presentando como una arrogante provocación del Gobierno de Teherán lo que no deja de ser una acción habitual en las relaciones internacionales.

En la televisión oficial iraní se dijo que la navegación solo tenía por objeto "proporcionar instrucción marítima a las fuerzas navales sirias, según un acuerdo firmado por Teherán y Damasco hace un año". Pero es evidente que la visita estaba relacionada con la actual crisis siria, como la anterior visita de una flotilla rusa al mismo puerto: en ambos casos se trataba de mostrar, de forma visible, el apoyo de Moscú y Teherán al régimen de Al Asad. Un miembro del Parlamento iraní reveló otro punto de vista, según informaba The New York Times: "La presencia de las flotillas iraní y rusa en la costa siria es un claro mensaje contra una posible imprudencia temeraria de EE.UU.". Y añadió: "Si EE.UU. comete un error estratégico en Siria, cabe la posibilidad de que Irán, Rusia y otros países le den una aplastante respuesta".

El insignificante paso dado por la armada iraní al hacer asomar brevemente un par de barcos a las aguas del Mediterráneo oriental (insignificante en comparación con la frecuencia con la que mucho más potentes buques de guerra de EE.UU. despliegan en el Golfo Pérsico, frente a las costas iraníes) no debería considerarse sólo en función de la sangrienta crisis que sacude Siria. Coincide con una compleja situación internacional que la opinión pública mundial contempla consternada: la posibilidad de un ataque contra Irán, instigado o ejecutado principalmente por Israel, sin olvidar a su aliado y patrón norteamericano, con el pretexto de frenar el desarrollo de la industria nuclear iraní.

Basta observar lo ocurrido en los últimos meses para advertir que se está preparando la escenografía del acontecimiento mediante una multiplicación de declaraciones y amenazas, cada vez más frecuentes e intensas, cruzadas entre ambas partes. Lo que parecía ser un simple juego "de farol", para desconcertar al adversario en un enfrentamiento puramente verbal, está cruzando una peligrosa línea de no retorno. Es lamentable, además, que para justificar la agresión se recurra a una distorsión del derecho internacional, haciendo creer a la opinión pública que el Tratado de no proliferación nuclear (TNP) prohíbe a sus firmantes el enriquecimiento de uranio, lo que es falso.

Es fácil entender que tanto el Gobierno como el pueblo iraníes se sienten injustamente tratados con una doble vara de medir. Irán firmó el TNP, lo que no han hecho Israel, India o Pakistán, países que sí han fabricado armas nucleares y han amenazado con ellas en alguna ocasión. ¿Por qué se tolera a unos lo que se prohíbe a otros? Además, Irán acepta las visitas de los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), aunque a veces ponga limitaciones sobre cuya legalidad hay discrepancias, como ha ocurrido estos días. Israel, por el contrario, no ha aceptado jamás inspección alguna porque, según su Gobierno, se pondría en peligro la seguridad nacional.

A pesar de las bravatas del presidente iraní, no es creíble que tenga en su mente un ataque contra Israel, sabedor de que esto supondría la aniquilación de Irán. Puede actuar jactanciosamente pero no ha revelado ser estúpido. Tampoco EE.UU. parece albergar la idea de una agresión que le llevaría a una tercera guerra en el Oriente Medio, cuando apenas ha dado por concluida la primera, y la segunda se halla en un difícil trance. Obama está sumido en una campaña electoral, lo que obliga a ser prudente: por un lado habrá de eludir las amenazas sonoras que le hagan aparecer con un belicoso inconsciente, a estilo Bush, y por otro deberá evitar aparecer como un tímido contemporizador con uno de los países del eje del mal, lo que le privaría del importante voto de los sectores proisraelíes.

En Jerusalén la cuestión se sigue considerando como de supervivencia nacional y las amenazas se profieren en tono crecientemente elevado y con contenidos más agresivos. No debería descartarse, empero, el hecho de que, agitando angustiadamente el estandarte de que la patria está en peligro, el Gobierno trate de acallar las incipientes protestas populares contra un deteriorado nivel de vida y frenar las tensiones que produce un incómodo recrudecimiento del fundamentalismo religioso judío, que llegan a hacer mella en la unidad de sus fuerzas armadas.

Hay, pues, motivos para esperar que todavía no se haya iniciado la peligrosa espiral que conduciría inevitablemente al caos. Pero contribuye al desconcierto general que se percibe en todas partes el errático comportamiento de la comunidad internacional, reflejado en la ONU. ¿Es que no son comparables El Asad y Gadafi? ¿Por qué unas armas nucleares son "buenas" (las propias), otras se aceptan a la fuerza (Corea del Norte) y otras son motivo de repulsa internacional (las que no tuvo Irak, pero podría poseer Irán)? Un sistema internacional donde los criterios son variables y se modifican a gusto de los más poderosos y para perjuicio de los más débiles, está abocado a la larga al fracaso. En esas estamos.

República de las ideas, 24 de febrero de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/02/24 10:30:6.929000 GMT+1
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2012/02/21 09:52:33.771000 GMT+1

Estrategias imposibles en Afganistán

 A principios de este mes tuvo lugar la 48ª reunión anual de la llamada Conferencia de Seguridad de Munich, que congregó en esa ciudad a altos dirigentes políticos de todo el mundo, expertos en seguridad y analistas internacionales; en resumen, lo que puede considerarse la élite universal de la seguridad mundial.

Fueron muchos y de muy variada índole los problemas abordados, lo que hace imposible resumirlos en un escueto comentario. Pero habida cuenta de la participación española en Afganistán, que preocupa a los españoles y al Gobierno, y teniendo presente la repercusión que en la comunidad internacional ha de producir el modo de poner fin -si esto es realmente posible- a tan prolongado conflicto, resumiré algunas reflexiones sugeridas por los documentos presentados en la conferencia.

Uno de los aspectos más dificultosos, que socavan los esfuerzos de todos los implicados en ese problema para vislumbrar su resolución, es el enfrentamiento, oculto y poco aludido oficialmente, entre dos estrategias que se han de desarrollar simultáneamente. Una es la estrategia de los aliados, dirigida por EE.UU. y la OTAN, cuya finalidad principal es abandonar militarmente Afganistán en el año 2014, con los mejores resultados posibles para los dirigentes occidentales y su futura influencia económica, política y militar en esta importante zona del planeta. La otra estrategia es la que preocupa sobre todo al Gobierno afgano, encabezado por el presidente Hamid Karzai, y se encamina a alcanzar una estabilidad y seguridad aceptables para su país y para su pueblo, sin desdeñar la continuidad en el poder de la coalición hoy gobernante en Kabul.

Tanto la primera estrategia como la segunda habrán de desarrollarse forzosamente en un entorno regional que sufre un elevado grado de inestabilidad: desde Israel a Pakistán y desde Siria al Yemen, el panorama político y militar está cuajado de indicios que hacen temer en cualquier momento la agravación de una situación ya de por sí muy peligrosa.

El presidente afgano se encuentra críticamente acorralado entre ambas estrategias. Desearía alcanzar algún tipo de acuerdo con EE.UU., que permitiera prolongar de algún modo su presencia militar en el país (lo que para muchos afganos aparece como una mayor garantía de seguridad), y a la vez lograr una reconciliación con los talibanes, con la que superar la crónica inestabilidad interna a la que el país seguirá estando abocado si éstos no intervienen en los órganos de gobernación del Estado.

Una complicación adicional del problema es la falta de unanimidad sobre el camino a seguir, tanto en Washington como en Kabul. Mientras el Pentágono busca la derrota de los talibanes, es decir, anotarse la victoria militar en la guerra, el Departamento de Estado orienta más sus esfuerzos hacia un entendimiento con aquéllos, como la vía más eficaz para dar solución al conflicto. También el presidente Karzai está sometido a la influencia de los diversos y enfrentados sectores de su Gobierno: desde los que ven en las negociaciones con EE.UU. una nueva trampa imperialista, hasta los que creen que son el remedio más eficaz para resolver esta compleja situación.

Conviene recordar que Al Qaeda y los talibanes siguen caminos distintos y no buscan los mismos objetivos, aunque en el pasado hayan coincidido en bastantes ocasiones. Hoy por hoy, aquélla apenas influye ya en la gobernabilidad de Afganistán, mientras que los talibanes todavía son capaces de ejercer una insistente presión militar, incluso amenazando con desencadenar una nueva "ofensiva de verano" este mismo año. La poca perspicacia de EE.UU. para afrontar de modo distinto a ambos enemigos ha sido quizá el factor que más ha contribuido al poco éxito de esta guerra.

Ambas estrategias habrán de implicar también, como antes se ha dicho, diálogos y acuerdos políticos con los principales países de la zona, para controlar su grado de intervención en los asuntos afganos. La mayoría de ellos se oponen a que EE.UU. mantenga allí tropas después de 2014. Hay dos países que requieren atención especial: Pakistán e Irán. El primero, por su conexión política, militar y étnica con los talibanes; y el segundo, por su crítica situación frente a la comunidad internacional, donde las amenazas de guerra ya no son voces aisladas y crean una peligrosa tensión.

En estas circunstancias, la conferencia cumbre de la OTAN, que tendrá lugar en Chicago el próximo mes de mayo, es el acontecimiento que más luz puede arrojar sobre el incierto futuro afgano. La OTAN no debería seguir manteniendo una estrategia imprecisa, a veces sometida a las necesidades electorales de los países socios, ni alentar un espíritu triunfalista de victoria militar, que no se corresponde con la realidad. La óptica exclusivamente bélica no llevará a la resolución de este conflicto. En 2014 no solo se producirá la retirada militar prevista: también habrá elecciones presidenciales; será preciso comprobar si las nuevas fuerzas de seguridad afganas son capaces de cumplir con la misión para la que están siendo entrenadas por los ocupantes; y habrá que superar el explicable desánimo de una población que sigue sufriendo penalidades, no se siente representada por su Gobierno y donde la corrupción sigue haciendo estragos.

Lo más difícil de las guerras, de todas las guerras, sigue siendo cómo salir de ellas. Esto no siempre lo tienen en cuenta quienes irreflexivamente las desencadenan. Afganistán no es una excepción. Lo más desolador es constatar que la ignorancia de esa regla implica más muerte, miseria y destrucción, que al final recaen sobre los pueblos elegidos como teatro para las operaciones militares.

CEIPAZ, 21 de febrero de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/02/21 09:52:33.771000 GMT+1
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