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2012/09/07 09:25:13.843000 GMT+2

Netanyahu nos concede un respiro

En un panorama político -nacional e internacional- que, finalizando el verano, presenta en todas direcciones negros nubarrones, la apertura de un claro en el cielo, por pequeño que sea, es noticia alborozante. Tanto más, cuanto que el motivo de esta alegría procede de una fuente que, en los últimos tiempos, solo ha sido causa constante de preocupación: el Gobierno de Israel.

            No se trata de que vaya a dar orden de paralizar los asentamientos ilegales en los territorios ocupados y aplicar la ley a los fanáticos colonos que parecen gozar de inmunidad en sus agresiones a los palestinos. Tampoco hay indicios de que se vayan a suavizar las trabas a las que se ve sometida la población palestina en las actividades cotidianas en su propio país. Ni de que vaya a comenzar la demolición del humillante muro que separa a muchos palestinos de sus cultivos y de los servicios -sanitarios, educativos, etc.- a los que tienen derecho. Tampoco hay muestras de que el Gobierno de Tel Aviv haya decidido dejar de obstaculizar sistemáticamente cualquier proceso de paz, ni de que manifieste deseos de aceptar una futura solución biestatal a este enconado problema.

            ¿A qué viene, entonces, el suspiro de alivio con el que habría que acoger una noticia procedente de Israel? Aclarémoslo. El diario electrónico Ynetnews, perteneciente al poderoso grupo israelí de comunicación Yedioth Ahronoth, publicó el pasado 3 de septiembre una noticia titulada: "Netanyahu: una clara línea roja podría atenuar el conflicto". ¿Qué línea roja? ¿Qué conflicto?

            La "línea roja" citada consiste en hacer ver claramente a Irán que si rebasa ciertos límites -arbitrarios, claro está, pues nada tienen que ver con el Tratado de No Proliferación Nuclear- en su empeño, no demostrado aún, por disponer de armas nucleares, será inevitable atacar sus instalaciones: "El objetivo es hacer que Irán entienda que el mundo se toma en serio la opción militar". Y el "conflicto", naturalmente, se refiere a la posibilidad de que Israel, por propia iniciativa, desencadene una ofensiva contra Irán, de imprevisibles consecuencias para el mundo. Posibilidad con la que Netanyahu ha venido jugando al gato y al ratón con el presidente Obama y con toda la comunidad internacional, según convenía en cada momento a sus propios intereses.

            ¡Netanyahu se inclina por la línea diplomática! ha sido la exclamación entusiasmada de los medios occidentales. Julian Borger, en The Guardian, titulaba así su comentario el martes pasado: "Se asordinan los tambores de guerra israelíes contra Irán". Y respiraba aliviado: "Existen signos crecientes de que se aleja la amenaza de una acción militar, por ahora". Obsérvese la prudente coletilla final: por ahora. Nada es previsible ni seguro en relación con Israel.

            El alivio generalizado se ha reafirmado cuando el ministro israelí de Defensa, Ehud Barak, que hace poco tiempo alarmó a la opinión pública declarando que Irán se aproximaba a una "zona de inmunidad" a partir de la cual no podría ya ser contenido en su carrera nuclear, ahora se ha mostrado opuesto a un ataque contra Irán "antes de las elecciones presidenciales en EE.UU.". Algunos observadores han detectado otro positivo signo: el diario Israel Hayom, del controvertido magnate Sheldon Adelson (aquel por cuyos favores, en forma de megacasinos, pujaron Madrid y Cataluña), considerado un altavoz de Netanyahu, "ha atenuado su tratamiento del programa nuclear iraní en los últimos días". ¿Cabe imaginar mayor alegría?

            Digamos, para completar estos motivos de gozo, que ni siquiera la Agencia Internacional de la Energía Atómica, en su informe del pasado 30 de agosto, ha podido aducir pruebas capaces de incitar a una acción militar urgente contra Irán, con lo que ha socavado las tendencias belicistas de los más fanáticos sectores israelíes y de sus corifeos occidentales.

            En resumen, Netanyahu nos concede un respiro, aunque las verdaderas razones de esto no estén del todo claras. El presidente de la comisión de intelligence del Congreso de EE.UU., tras una visita a Israel, aseguró que el ataque israelí había quedado de momento en suspenso porque en Israel "se piensa que después de las elecciones será más fácil lograr que EE.UU. coopere".

            Hay, pues, motivos de júbilo. Pero la Historia enseña a ser cauto en estos casos. También una oleada de satisfacción recorrió Europa cuando en septiembre de 1938 se reunieron en Munich los jefes de Estado o Gobierno de Alemania, Francia, Italia y Reino Unido para resolver el problema que a Hitler le causaba la existencia de ciudadanos alemanes en Checoslovaquia, y que parecía incitarle a la guerra. "¡Os traigo la paz!" declamó alborozado en Londres el primer ministro Chamberlain, al regreso de la conferencia. Algunos, los más ingenuos, respiraron aliviados. Poco iba a durar su alegría: menos de un año después, las divisiones acorazadas alemanas violaron la frontera polaca y se desencadenó la más terrible guerra hasta entonces conocida.

            Es de desear que el alivio que Netanyahu nos ha otorgado, conteniendo sus deseos de atacar Irán, al menos por ahora, no se parezca al que Hitler concedió a Europa tras fragmentar y destruir Checoslovaquia. ¡Curiosas paradojas las que a veces encierra la Historia!

 

República de las ideas, 7 de septiembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/09/07 09:25:13.843000 GMT+2
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2012/08/31 08:50:56.561000 GMT+2

Afganistán: ¿repliegue acelerado?

El presidente Obama, y con él las personas y entidades que constituyen el Gobierno de EE.UU., tiene ahora un objetivo fundamental que va a modular la política interior y exterior del país durante estos meses: ganar las elecciones presidenciales de noviembre. Esto lo saben tanto los ciudadanos estadounidenses, por lo mucho que a ellos les afecta, como los gobernantes extranjeros que, desde distintas capitales, pugnan por sus respectivos intereses. Desde Teherán hasta Pionyang, y desde Moscú hasta Wellington, se observa con el rabillo del ojo a la Casa Blanca, y el factor electoral norteamericano se combina con todos los demás antes de tomar decisiones.

Una decisión adoptada precisamente en Wellington, de poca trascendencia pero bastante significativa, sirve para tomar el pulso al encenagado conflicto afgano: Nueva Zelanda ha decidido retirar sus 140 soldados desplegados en el país asiático, siguiendo el rumbo ya marcado por coreanos y franceses. Esta retirada ha tenido poco eco en los medios de comunicación, pues se ha realizado sin ostentación y, dada la pequeña entidad del contingente, apenas afecta a las operaciones que allí se llevan a cabo. Pero no son pocos los analistas de esta guerra que se atreven a vaticinar que, tras la cita electoral, EE.UU. pasará a ser "la Nueva Zelanda de las grandes potencias" y sospechan que el Pentágono no tardará en acuñar una nueva palabra mágica, "repliegue acelerado", que dé al traste con los planes de retirada de las tropas de combate a finales de 2014, anticipándola en unos cuantos meses.

Sabido es que, tras la retirada de las unidades de combate, en las numerosas bases construidas en Afganistán por EE.UU. quedarán varios miles de instructores y consejeros militares, así como tropas de operaciones especiales para combatir la insurgencia, además del correspondiente apoyo aéreo (aviones, helicópteros y drones), indispensable para las operaciones terrestres. La finalidad remota de todo esto, que según el tratado vigente entre Washington y Kabul estará en vigor al menos hasta el año 2020, es organizar y reforzar el ejército y las fuerzas de seguridad afganas para que lleguen a funcionar de modo autónomo.

Aquí es precisamente donde se plantea un problema de difícil solución: ¿cómo van a esforzarse los instructores y consejeros aliados por adiestrar al personal afgano, si entre éstos se puede ocultar en cualquier momento el aspirante a soldado o policía que descargue su arma contra quien le está instruyendo? Durante el año en curso se ha producido una treintena de incidentes de este tipo, y 40 soldados aliados han sido asesinados por los afganos para quienes estaban trabajando, justo el doble que el año pasado, lo que señala una peligrosa tendencia. Solo las bombas de los talibanes han causado más víctimas en ese periodo.

Las normas de protección establecidas para evitar estos atentados parecen no servir de mucho; el ejército británico, por ejemplo, obliga a que, en cada grupo de trabajo, un soldado permanezca alerta con el arma siempre lista ¡incluso a la hora del té! (Se le llama "el ángel de la guarda" y todos los ejércitos aliados recurren a medidas de protección similares). Si se tiene en cuenta que el homicida es casi siempre abatido en el acto, el profundo odio suicida que revelan estas acciones empieza a calar en las tropas aliadas, por mucho que los mandos insistan en que se trata de casos aislados, producto muchas veces de malentendidos originados por diferencias culturales o simples rencillas personales.

Estos incidentes demuestran algo más grave: las tropas de ocupación son vistas como eso, ocupantes; no como benevolentes aliados que se esfuerzan por mejorar el bienestar la población. Parece como si el ancestral odio de los afganos hacia todo invasor extranjero, que la Historia confirma inapelablemente, estuviera alcanzando un nivel crítico que obligaría a reconsiderar los planes aliados. El asunto no es difícil de entender: bastaría con que los occidentales imagináramos cómo reaccionarían nuestros pueblos si fuésemos ocupados militarmente por ejércitos chinos, rusos o iraníes, que se empeñaran en ayudarnos, incluso contra nuestros deseos, en imponernos los candidatos políticos por ellos preferidos y en controlar todas nuestras actividades públicas, registrando de madrugada nuestros domicilios y deteniendo a los que parecieran sospechosos de ser resistentes. ¿Tan difícil es ponerse en el lugar de los afganos?

Empieza a crecer en EE.UU. la opinión de que quienes en 2001 fueron recibidos con entusiasmo por el pueblo afgano son considerados en 2012 unos intrusos molestos que se desea perder de vista. En esas circunstancias, el apoyo político a la continuación de la guerra se reduce aceleradamente y, finalizada la campaña electoral, es casi seguro que en Washington habrá decisiones al respecto, sea cual sea el resultado de los comicios.

Resulta pues, razonable y aun aconsejable, que los Gobiernos de países que, como España, colaboran en las operaciones afganas, en las que, además, apenas hay intereses nacionales en juego, permanezcan atentos a los más leves síntomas que en Washington anuncien un nuevo cambio de planes, que solo podrán significar el ya intuido "repliegue acelerado". Que "los últimos de Filipinas" no se conviertan ahora en los últimos de Afganistán.

República de las ideas, 31 de agosto de 2912

Escrito por: alberto_piris.2012/08/31 08:50:56.561000 GMT+2
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2012/08/24 10:08:40.628000 GMT+2

De ejércitos y olimpiadas

Ahora que ha amainado el temporal que se abatió sobre Londres, con motivo de los Juegos Olímpicos 2012, parece llegado el momento de hacer balance de los efectos de su paso por el Reino Unido. De los muy variados aspectos que este balance presenta, voy a aludir a uno poco comentado, pero sobre el que sería conveniente que en España reflexionaran quienes con entusiasmo promueven futuras candidaturas para albergar este acontecimiento.

El coronel de Aviación responsable de la planificación del despliegue militar realizado en Londres y sus alrededores, para mejorar las garantías de seguridad durante el desarrollo del evento, ha declarado recientemente que el Ejército británico "tardará dos años en recuperar la normalidad tras su implicación en los Juegos", dado el gran contingente de tropas que fue necesario retirar del servicio ordinario y dedicar, con urgencia, a las tareas de seguridad ciudadana.

¿Cómo puede ser esto posible? se preguntará el lector. ¿Acaso un ejército que ha desplegado y combatido en Irak y en Afganistán tiene tan limitada capacidad de reacción? El asunto tiene su explicación. Ante el temor, lógicamente fundado, de que con motivo de los Juegos se produjera algún atentado terrorista (recuérdense los inoportunos comentarios que al respecto profirió el impresentable candidato republicano a la presidencia de EE.UU., y que le valieron la rechifla general de los británicos), el comité organizador había contratado previamente los servicios de una importante compañía privada de seguridad: G4S Secure Solutions.

Pero en junio pasado, G4S tuvo que admitir que le era imposible contratar y preparar personal en número suficiente para atender al compromiso contraído. Esto ha generado una gran polvareda política en el país, que todavía sigue dando que hablar, y ha puesto además de manifiesto los riesgos que supone derivar a empresas privadas lo que debería ser una responsabilidad de los Estados, como es la seguridad y el orden público. Hábito cada vez más extendido y del que EE.UU. es ejemplo patente, cuando para proteger sus bases militares en el extranjero el Pentágono recurre a compañías privadas y el Gobierno pone las prisiones bajo la responsabilidad de empresas que cotizan en Bolsa.

Por esa razón, en vez de los 5000 soldados que en mayo se había previsto utilizar, fue preciso movilizar 18000 (más del triple) en un breve plazo, lo que se llevó a efecto con loable y militar eficacia. El citado coronel lo explicó así: "No es que nos sobraran 18000 soldados; es que el Gobierno dio prioridad a los Juegos. Si se hubiera superado esa cantidad, habríamos tenido que sustraer medios dedicados a la defensa". Aprovechó para puntualizar que los Juegos han demostrado que "el país necesita a sus soldados para otras cosas, además de combatir". Aclaró que el despliegue en Afganistán no se ha visto afectado, pero se había rebasado en 6000 efectivos el límite que el Ministerio de Defensa considera posible utilizar. Añadió gráficamente: "es como si estuviéramos construyendo un avión y, a la vez, volándolo", al aludir al esfuerzo urgente y simultáneo de seleccionar el personal e instruirlo para sus nuevas misiones.

Por otro lado, declaró que el Gobierno no quería "militarizar" los Juegos, multiplicando la presencia de soldados en las instalaciones deportivas, pero se ha comprobado que eso era un temor infundado: "Ha sido una positiva experiencia para todos". Y precisó: "Deseamos conectar con la población de la que procedemos. Esto nos ha dado la oportunidad de presentarnos como personas eficaces y próximas".

Un general de brigada declaró que esta misión ha sido comparable, en términos de preparación del personal y de logística operativa -aunque no en riesgo militar-, a las de Irak o Afganistán. Ciertamente la operación fue de gran envergadura y requirió disponer de vastos recursos en un plazo limitado. Por ejemplo, hubo que instalar duchas y retretes transportables para un gran número de soldados: el ejército británico requiere un retrete para cada 10 personas y una ducha para cada 20.

Los detalles no se paran ahí: "Deseamos que nuestro personal aparezca bien presentado; si todos se ponen a planchar a la vez sus uniformes por la mañana, se sobrecargaría el tendido eléctrico". Hubo, pues, que contratar los servicios de lavado y planchado diario de los uniformes. También fueron necesarios autobuses para llevar a los soldados diariamente a sus puestos de trabajo y hubo que invertir 300.000£ (382.000€) para equipar las bases temporales donde se alojaron durante el despliegue londinense. La prensa británica cuenta que las tropas consumieron más de 200.000 huevos, 21.000 litros de helado de vainilla, más de 7 toneladas de carne de bovino, 8 de salchichas, 5 de pollo, 39 de patatas y 33 de manzanas.

Es evidente que las teclas que hay que tocar para desarrollar unos juegos olímpicos son muchas y, como se ve en este comentario, algunas ni siquiera previsibles. Vaya esto en reconocimiento del esfuerzo del ejército británico, tan positivo para el éxito del acontecimiento, y al que simbólicamente hacemos merecedor de una medalla de oro.

República de las ideas, 24 de agosto de 2912

Escrito por: alberto_piris.2012/08/24 10:08:40.628000 GMT+2
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2012/08/17 08:15:58.248000 GMT+2

La sinfonía que silenció a la artillería

Se ha cumplido por estos días (el 9 de agosto) el 70º aniversario de un curioso e irrepetible fenómeno bélico-musical poco conocido en España. El contexto en el que se produjo explica en cierta forma tal desconocimiento: el sitio de Leningrado (hoy San Petersburgo) por los ejércitos de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. En general, en los países occidentales, y muy especialmente en España (que por entonces se situó política y militarmente en la órbita de Berlín), casi todo lo referido a la gigantesca contienda que, en la Europa Oriental, libraron los ejércitos soviéticos para rechazar y luego derrotar a los invasores nazis fue eclipsado por los prolongados efectos de la Guerra Fría y por la aplastante mitología literaria y cinematográfica, procedente del otro lado del Atlántico, que atribuía sistemáticamente a los victoriosos soldados de EE.UU. el esfuerzo principal en la derrota de Alemania.

El sitio de Leningrado ha pasado a formar parte de la más terrible historia de las guerras y de los pueblos que sufren sus devastadoras consecuencias. Desde los primeros días de septiembre de 1941 hasta enero de 1944, durante casi 900 días de asedio, los cerca de tres millones de ciudadanos leningradenses fueron sometidos a extremos de sufrimiento hoy inconcebibles. Cuando se liberó la ciudad, apenas quedaban en ella 700.000 habitantes; cerca de un millón y medio habían muerto de extenuación, hambre y frío, mientras otros habían podido ser evacuados. Se trata de cifras estimadas, ya que no existen datos exactos.

Entre los evacuados estaba el ya entonces conocido compositor Dimitri Shostakovich, que durante el principio del asedio había completado los tres primeros movimientos de su luego famosa 7ª Sinfonía "Leningrado". Cuando fue evacuado y se estableció a orillas del Volga, en la actual Samara (entonces Kuibisheb), pudo completar la que sería luego la más famosa sinfonía concebida y creada bajo el fragor de las bombas, el horror de la muerte y la desesperación del hambre obsesiva de toda una población.

Aunque la sinfonía se estrenó oficialmente en marzo de 1942 en Samara, la capital temporal de la URSS mientras Moscú estaba amenazada por el ejército invasor, el verdadero estreno tuvo lugar unos meses después en la asediada Leningrado, el 9 de agosto de 1942, hace ahora setenta años. La partitura completa había sido enviada a la ciudad a bordo de una avioneta.

La reputada Orquesta Filarmónica de Leningrado había desaparecido, evacuada o diezmada por el bombardeo. Solo quedaba la más reducida Orquesta de la Radio de Leningrado, la emisora local que sostuvo la moral de la población gracias a unos esforzados locutores que leían las noticias envueltos en abrigos y bufandas y con los guantes puestos, difundiendo los avisos sobre alarmas aéreas y sobre los gramos de pan disponibles cada día para los sufridos ciudadanos.

La larga sinfonía, de casi 80 minutos de duración y con una gran carga emocional, exige todavía hoy una enorme entrega, física y espiritual, en los ejecutantes. Durante los ensayos, muchos de ellos desfallecían, extenuados e insomnes. Solo quedaban 15 profesores de la orquesta titular; se convocó a todos los músicos disponibles en la ciudad para cubrir las bajas. El director, Karl Eliasberg, exigía la asistencia a los ensayos aunque los familiares de los músicos estuvieran al borde de la muerte.

La víspera del estreno, el ejército soviético sometió a los alemanes a un intenso fuego de contrabatería. De este modo, cuando se inició el concierto, el frente estaba silencioso. Se habían instalado unos grandes altavoces dirigidos hacia las posiciones enemigas, para retransmitirlo. El pueblo de Leningrado escuchó con reverencia lo que la mente del compositor había trasladado a la partitura y se sintieron emocionadamente reflejados y comprendidos por lo que estaban escuchando.

Las crónicas narran que, cuando Eliasberg bajó la batuta, ni un solo disparó partió desde las líneas alemanas. El más estremecedor silenció perduró durante unos intensos minutos. La sinfonía había acallado momentáneamente a la artillería de los sitiadores, que todavía seguiría arrojando sobre la ciudad su mortífero fuego durante los largos meses que duró el asedio.

Sirva este recuerdo de una efeméride irrepetible para evocar las íntimas cualidades pacificadoras de la música. Poco tuvo esto que ver con la conocida confraternización navideña entre enemigos, que se produjo en las trincheras europeas el 24 de diciembre de 1914, donde la música solo tuvo un papel secundario. Y sin olvidar, por supuesto, las cualidades belicosas y excitantes de algunas vibrantes marchas militares, concebidas para sublimar el ardor guerrero de los combatientes. En el pintoresco cementerio moscovita de Novodevichi, una pequeña tumba ilustrada con un pentagrama, siempre adornada con flores, recuerda al genio musical cuya sinfonía fue capaz de silenciar a la poderosa artillería de los ejércitos alemanes.

República de las ideas, 17 de agosto de 2012

Nota: Las expresiones subrayadas indican enlaces (hipervínculos) que amplían la información correspondiente.

Escrito por: alberto_piris.2012/08/17 08:15:58.248000 GMT+2
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2012/08/10 08:17:20.853000 GMT+2

¿Infiernos o paraísos fiscales?

Tax Justice Network, que podría traducirse como “Red por la justicia fiscal”, es una organización independiente que se creó en 2003 en el Parlamento británico y que se dedica, según se lee en su página web, “a la investigación, análisis y promoción a alto nivel en el campo de la política tributaria. Con este fin registra, analiza y explica el papel de los impuestos y las negativas repercusiones de la evasión fiscal, los trucos impositivos, la competencia por la menor tributación y los paraísos fiscales”. La red incluye el mundo académico y el de las organizaciones no gubernamentales, así como medios de comunicación, economistas, profesionales de las finanzas y la abogacía, sindicatos y otros grupos de interés público.
 
Entre sus objetivos fundacionales figura en primer lugar “despertar y acentuar el interés público por el mundo secreto de las finanzas en los paraísos fiscales”. Este ha sido el asunto de uno de sus últimos informes, que ha tenido amplia repercusión. Con el título The Price of Offshore Revisited (en traducción libre: “Puesta al día de lo que cuestan los paraísos fiscales”) en él se revela que una superélite mundial de acaudalados individuos ha sabido explotar los resquicios de las leyes sobre tributación y movimiento de capitales, para ocultar la extraordinaria cifra de 21 billones (21 seguido de doce ceros) de dólares, lo que equivale al producto interior bruto combinado de EE.UU. y de Japón. Algunos analistas la consideran moderada y la elevan a 32 billones.
 
En Suiza o en las Islas Caimán, dos típicos agujeros negros de las finanzas ocultas, descansa el dinero “protegido por una bandada de eficaces profesionales, bien pagados, en bancos privados y en agencias legales, contables y financieras, que se aprovechan de la cada vez más fluida economía global sin fronteras”, según explica el citado informe.
 
La primera conclusión que se deduce de lo anterior es que los índices oficiales sobre la hiriente desigualdad económica que existe entre países y dentro de éstos, publicados regularmente por la ONU, resultan ya inútiles porque para calcularlos no se ha tenido en cuenta la enorme suma sustraída a los datos disponibles. Ya no es cierta la conclusión de un informe anterior que señalaba que “la renta del 20% de los más ricos del mundo es 28,7 veces la del 20% más pobre”; la diferencia es en realidad mucho mayor, es decir, la flagrante injusticia distributiva en la que estamos habituados a vivir aumenta todavía más si se tiene en cuenta el dinero escondido por una pequeña parte de ese 20% más rico. El informe indica también que cerca de 10 billones de esos dólares fugados a paraísos fiscales son propiedad de unos 92.000 individuos, el 0,001% de la población mundial.
 
Los que evaden esas sumas, empero, sí utilizan los servicios públicos; les gusta que las calles estén limpias e iluminadas y que funcionen los transportes (al menos para que lleven clientes a sus establecimientos y aumenten sus ganancias); se complacen también en disponer de buenas autopistas para sus lujosos automóviles, y puertos y servicios de navegación para sus yates o aviones privados. Pero ¡ah!, sus privilegiadas mentes les inducen a no pagar o a pagar lo menos posible de esos impuestos que permiten mantener los servicios de los que ellos también se aprovechan.
 
El informe dice que si esos 21 billones de dólares ocultos hubieran estado legalmente depositados, rindiendo un 3% anual, y si los Gobiernos hubieran podido gravarlos con un 30%, hubieran generado para las arcas públicas 188.000 millones, más de lo que anualmente invierten los países ricos en ayuda al desarrollo.
 
Cuando vastos sectores de la humanidad, que aumentan día tras día, sufren los efectos de una coyuntura económica que les impone sacrificios y restricciones, es demoledor leer en ese informe que “la gente de la calle apenas tiene idea de lo injusta que se ha hecho la situación”, a la luz de lo que en él se revela. Se necesitaría estar ciego para no advertir que las riquezas del mundo se van concentrando en menos manos mientras que las deudas y los déficits recaen sobre los hombros de los sufridos ciudadanos corrientes a través de sus Gobiernos.
 
Y claro que hay culpables: los 10 principales bancos del mundo (entre los que están los suizos USB y Credit Suisse, y el estadounidense Goldman Sachs) gestionaron en 2010 más de 6 billones de esos dólares ocultos en paraísos fiscales, mientras que hace cinco años solo manejaban 2,3 billones. ¡Parece evidente que ese tipo de negocio prospera sin problemas!
 
Paraísos fiscales para unos pocos, pero infiernos fiscales para una mayoría que sufre las consecuencias de estas prácticas indignas. Y una vergonzosa responsabilidad para los países del G20, que ya en 2008 -asustados por la crisis- prometieron controlar el bandolerismo bancario de los presuntos paraísos y han sido incapaces hasta hoy de adoptar las medidas imprescindibles para lograrlo. ¿Hasta cuándo tendremos que soportar estos brutales abusos del capitalismo más refinado?

República de las ideas, 10 de agosto de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/08/10 08:17:20.853000 GMT+2
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2012/08/03 08:40:9.418000 GMT+2

Agitando a Israel un poco más

Una visita relámpago a Israel del presumible candidato republicano a la presidencia de EE.UU., Mitt Romney, ha levantado la suficiente polvareda, en una zona del globo ya de por sí bastante confusa y ofuscada, como para mostrar al mundo los peligros que podría acarrear su posible triunfo el próximo mes de noviembre. Bien es verdad que en la anterior escala de su recorrido trasatlántico, que fue en Londres con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos, ya dejó un reguero de inconveniencias, deslices y gazapos que sus asesores intentaron vanamente arreglar. El candidato apoyado por las grandes fortunas de EE.UU., como señalaba el martes pasado el diario Público, viene haciendo gala de una irreflexiva verbosidad que, si bien parece granjearle sustanciales apoyos económicos (fundamentales para ser candidato en ese país donde en campaña electoral los recursos financieros suelen ser más decisivos que las ideas), suscita en el resto del mundo una creciente desconfianza.

Ante el "muro de las lamentaciones" de Jerusalén, quizá influido por el latente espíritu de Salomón que impregna sus piedras, no se le ocurrió otra cosa que comparar el gran progreso material de Israel con el atraso del pueblo palestino, que atribuyó a diferencias culturales y a la "mano de la divina providencia". Reconoció además a la ciudad como capital de Israel, lo que viola la legalidad internacional vigente y también la política oficial de EE.UU. Si le pasó por la mente la idea de que las dificultades que el pueblo palestino encuentra para progresar se deben, sobre todo, a la también ilegal ocupación de su territorio y a la opresión ejercida por el ocupante, no hizo ninguna alusión pública a esto.

¿A qué fue Romney a Jerusalén? En primer lugar, a obtener dinero para su campaña, lo que por algunos ha sido visto en EE.UU. como algo vergonzoso, ya que la hucha se suele pasar dentro de casa y algo más discretamente. Va también contra los usos habituales aprovechar un viaje al extranjero para criticar al presidente en ejercicio, así como poner en evidencia al anfitrión, Netanyahu, haciéndole tomar partido por uno de los candidatos presidenciales. Habla poco en favor de la visión política de Romney haberse reunido con Netanyahu y no haberlo hecho con su homólogo palestino, Mahmud Abbas; prefirió hacerlo con un oscuro "primer ministro", Salam Fayyad, conocido por la debilidad que siente hacia el Likud.

Para mayor escarnio, tampoco se le ocurrió otro lugar para el desayuno recaudatorio que el hotel King David, allí donde en 1946 un atentado terrorista (de los terroristas "buenos", entonces dirigidos por el futuro dirigente del Likud Menájem Beguín) mató a casi un centenar de personas, civiles inocentes y soldados británicos. Los cerca de 40 comensales matutinos recaudaron más de un millón de dólares. Junto a Romney se sentaba Sheldon Adelson (conocido en España por su desvelo en favor de los ludópatas y cortejado por los gobiernos autonómicos de Madrid y Cataluña, que se pelean por sus casinos), propietario de un importante diario israelí progubernamental e investigado por la justicia de EE.UU. por alguno de sus desafueros.

Otro objetivo de la visita ha sido ofrecer a los donantes israelíes una guerra contra Irán a cambio del dinero que engrosará sus arcas electorales. Más o menos, lo mismo que hizo Bush con Irak, con los resultados que en EE.UU. deben conocer bien: unos 4000 soldados muertos y tres billones (un tres seguido de doce ceros) de dólares a cargo de los contribuyentes, como explica en The Guardian el profesor Juan Cole.

Alguien tendrá que "pagar el pato" por todo esto, y ese alguien es evidente: el pueblo palestino, al que Romney ha ignorado, incapaz siquiera de visitar un campo de refugiados para ver con sus propios ojos la raíz del verdadero problema que nunca resolverán sus acaudalados patrocinadores.

Mientras tanto, la solución biestatal para el conflicto israelo-palestino está cada vez más lejana, aunque esto poco le importe a Romney. Aumentan incesantemente los asentamientos ilegales; el año pasado unos 15.000 colonos se instalaron en los territorios ocupados, con lo que se ha duplicado su población en los últimos doce años, alcanzando unos 350.000. Si a esto se suman otros 300.000 instalados dentro del Jerusalén Oriental palestino, cualquier esperanza de recuperar algo parecido a las fronteras previstas para el hipotético Estado Palestino es pura ilusión.

Publica el diario progubernamental Israel Hayom que en cuatro años habrá un millón de colonos ilegales y "la revolución habrá concluido". Frente a esta realidad, poco significa que un portavoz del Departamento de Estado de EE.UU. declare: "No aceptamos la legitimidad de los asentamientos israelíes y nos opondremos a legalizar nuevas instalaciones". Romney no se anduvo con rodeos y dejó bien claro que "el conflicto israelo-palestino no es ahora nuestra prioridad"; por el contrario, afirmó que "EE.UU. no desviará la mirada ante el peligro existencial que para Israel supone un Irán con armas nucleares", país al que calificó como el "más desestabilizador del mundo".

A no muchos kilómetros de donde Romney hablaba, otros pueblos sustentarían distinta opinión, tras haber sufrido el deletéreo paso de las armas estadounidenses que les trajeron el caos y la desestabilización en vez de la libertad y la democracia prometidas.

República de las ideas, 3 de agosto de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/08/03 08:40:9.418000 GMT+2
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2012/07/27 09:13:54.138000 GMT+2

Entre conscriptos y voluntarios

La transición llevada a cabo en muchos países, desde los ejércitos de conscriptos a los de soldados voluntarios, es un fenómeno social, cada vez más generalizado, que suele obedecer a un cúmulo de razones, distintas por lo general en cada caso. Durante el proceso de transformación, en España apenas se adujeron motivos basados en actividades bélicas, de las que los ejércitos españoles habían permanecido muy alejados hasta que la entrada en la OTAN y la participación en misiones internacionales han puesto a nuestros soldados en contacto con el fuego directo de combatientes enemigos.
 
Aunque en la polémica que en España condujo a la abolición del servicio militar obligatorio se llegaron a citar algunas acciones de guerra, sobre todo relacionadas con los últimos coletazos de nuestra presencia en las colonias africanas, lo que más impulsó al cambio fue el extendido rechazo social a un sistema que muchos veían como injusto, porque, entre otras razones, solo recaía sobre un limitado sector de la población. Tuve ocasión entonces de participar activamente en la creación de opinión favorable al cambio, apoyado por bastantes militares profesionales que sosteníamos la idea de que, incluso desde un punto de vista meramente operativo, un ejército de soldados voluntarios sería siempre más eficaz, porque nadie se vería forzado a obrar contra su voluntad sirviendo bajo las armas. Fue un largo proceso, en el que también influyeron la objeción de conciencia y las ideas pacifistas, alcanzándose por fin la actual situación en la que los ejércitos españoles están íntegramente formados por soldados profesionales.
 
El paradigma opuesto es EE.UU., el país donde las continuadas guerras en que ha intervenido fueron creando una opinión generalizada en contra del servicio militar obligatorio. Sería imposible conocer los entresijos de la política de EE.UU. ignorando la amplia obra del veterano analista William Pfaff, con el que muchos hemos aprendido los elementos básicos de la dinámica internacional, aunque no siempre coincidamos con sus planteamientos ideológicos. He aquí cómo explica Pfaff, en la última edición de The New York Review of Books, la transición en EE.UU. desde el servicio militar obligatorio hasta los actuales ejércitos profesionales:
 
“La guerra contra la insurgencia corrompe forzosamente a los soldados. Por definición, se desencadena contra militantes civiles que actúan en un ámbito civil. Para el soldado, es una guerra contra personas civiles y éstos automáticamente son vistos como enemigos. Las mujeres y los niños, también. Cuando estuve allí [en Vietnam] la guerra era cosa de contar cadáveres, una política de gran cinismo que inspiraba hipocresía entre las tropas. Utilizábamos la moderna tecnología contra campesinos: implacables bombardeos, napalm y el agente naranja para despejar la zona de operaciones. Como se ha demostrado en Iraq y en Afganistán, la guerra contra la insurgencia implica asesinatos a sangre fría (como la operación Phoenix en Vietnam), torturas, atrocidades y justificaciones, cada vez más cínicas o desafiantes, por quienes ocupan los más altos escalones, incluso el más elevado”.
 
Añade después: “Todo esto destruyó el servicio militar obligatorio. En Vietnam hubo deserciones, se lanzaron granadas de mano contra los mandos inmediatos, y los más audaces soldados de infantería eran encontrados muertos con un tiro en la espalda. Una perversa opinión pública, que culpaba de la guerra a los soldados que la hacían, desacreditó también el servicio militar.”
 
Lo anterior viene a cuento porque la disyuntiva entre servicio militar obligatorio o voluntario no está del todo olvidada en algunos países, como muestra el general McChrystal, que mandó las fuerzas internacionales en Afganistán y fue destituido en 2010 por unas polémicas declaraciones. Insatisfecho por la situación de EE.UU., país que él juzga dividido social y políticamente, con una juventud alienada y temiendo por la unidad nacional, en una reciente conferencia en el conservador Aspen Institute propugnó la vuelta al servicio militar obligatorio aduciendo que “todos deben jugarse el pellejo… cada pueblo, cada ciudad debe arriesgarse…” pues “un ejército profesional no es representativo de la ciudadanía”. Quizá ha olvidado que, en aquellos tiempos a los que él sugiere volver, pocos hijos de congresistas luchaban en primera línea en Vietnam y sí lo hacían muchos jóvenes de las minorías más desfavorecidas.
 
Se puede alegar que un ejército profesional no es plenamente “democrático”, si por esto se entiende un “ejército de ciudadanos” libres, que toman las armas en defensa propia cuando lo estiman necesario y las dejan en el armario al desaparecer el peligro. Pero esta idea, que pudo sostenerse en los nacientes EE.UU. o en la Francia revolucionaria de los primeros años, no es ya de aplicación universal. Añorar los tiempos en que “los ejércitos eran democráticos” es como evocar las épocas en que la esclavitud facilitaba la vida a las clases privilegiadas.
 
No hay regreso posible a la supuesta utopía. Por el contrario, sí convendría precaverse frente a un futuro incierto, no vaya a ser que los ejércitos pasen de estar al servicio democrático de las sociedades a hacerlo al servicio de esos no tan ocultos poderes financieros que parecen empezar a suplantar a los Gobiernos elegidos democráticamente por sus pueblos. Si ahora imponen decisiones en el ámbito económico, no es absurdo imaginar que puedan hacerlo también en los asuntos de la defensa.

República de las ideas, 27 de julio de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/07/27 09:13:54.138000 GMT+2
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2012/07/24 09:52:18.381000 GMT+2

De nenúfares y bases militares

En lengua inglesa, una lily pad es una hoja flotante en un lago o estanque, al modo de los nenúfares, que sirve de apoyo para la rana que, salto a salto y de hoja en hoja, se aproxima acechante hacia el incauto insecto que en breve devorará. No crea el lector que este comentario se refiere a curiosas escenas de la naturaleza; su contenido es bastante más crudo, porque, como enseguida se verá, la rana es el símbolo de las fuerzas armadas de EE.UU., los nenúfares son un nuevo tipo de base militar reducida, que se va extendiendo por el mundo y al que voy a referirme específicamente, y los insectos son los países sobre los que la política exterior de EE.UU. extiende sus tentáculos.

Encontré esta metáfora en un reportaje del diario estadounidense The Christian Science Monitor, publicado en agosto de 2004 por la periodista especializada en asuntos militares Ann Scott Tyson, durante su visita a la base aérea de Manas, en Kirguistán, intensamente utilizada para apoyar la guerra de Afganistán. No tengo confirmación de que la expresión lily pad haya adquirido carácter oficial en el Pentágono, pero me permitiré utilizarla ya que sirve para suavizar los áridos contornos del lenguaje del imperialismo bélico, del mismo modo que la expresión "fuego amigo", de matices casi cariñosos, disfraza el brutal hecho de que un soldado muera a causa de los disparos de sus propios camaradas. ¡Qué sería de las crónicas de guerra sin los necesarios eufemismos!

Como ha explicado recientemente David Vine, escritor y profesor de antropología de la American University de Washington, que ha visitado durante los últimos tres años varias bases militares de EE.UU., están pasando a la historia las enormes instalaciones hasta hace poco habituales, como la de Ramstein, en Alemania. Bases del tamaño de pequeñas ciudades, habitadas por varios miles o decenas de miles de personas, provistas de economatos, tiendas, autobuses, centros deportivos y de esparcimiento (restaurantes, salas de cine, boleras, campos de golf, etc.). Pero no conviene pensar que esto sea un síntoma del repliegue militar de EE.UU. en el planeta.

Por el contrario, como también señala Vine, "desde Yibuti hasta la selva de Honduras, desde los desiertos de Mauritania hasta el diminuto archipiélago australiano de las islas Cocos [en el océano Indico], el Pentágono sigue desplegando sus lily pads en un creciente número de países y de modo acelerado". Aunque no se conocen datos exactos, en el último decenio medio centenar de estas nuevas bases han entrado en servicio, a la vez que se estudia abrir otras nuevas.

Con ellas se trata de extender la presencia militar de EE.UU. en países donde ésta era inexistente hasta hoy, como sucede en muchas partes del territorio africano. En vez de grandes colonias militares (como en España Torrejón o Rota) se pretende evitar la cercanía a los grandes centros de población, eludir una ostentosa presencia que pueda suscitar oposición pública o curiosidad en los medios de comunicación y crear una red mundial de "fuertes fronterizos", desde donde cabalgará el moderno "séptimo de Caballería" del siglo XXI para hacer frente a cualquier conflicto mundial. Una extensa red de hojas de nenúfar, desde donde cualquier ranita sea capaz de atrapar con facilidad todos los insectos que caigan en su estanque.

Es cierto que la red de bases militares de EE.UU. se está reduciendo en Iraq y Afganistán; también disminuye su presencia militar en Europa, donde dos brigadas abandonarán Alemania en breve. Globalmente, los efectivos militares en el extranjero se recortarán en unos 100.000. Sin embargo, el número total de bases alcanzará previsiblemente máximos históricos: más de 1000 instalaciones militares fuera del territorio nacional, no todas propiamente militares, según recuentos no oficiales hechos por analistas independientes. Se incluyen desde las más antiguas, situadas en Alemania y Japón (sin contar con la veterana Guantánamo, abierta en el siglo XIX), hasta las más modernas instalaciones de lanzamiento de drones en Etiopía y las islas Seychelles.

Disponer de pequeñas bases dispersas evitará que se reproduzcan situaciones como cuando Turquía negó en 2003 el uso de sus recursos logísticos a las fuerzas de EE.UU. para invadir Iraq. Servirá también para mantener la actual política, contrapuesta a la de China, el rival en la sombra: mientras ésta compite preferentemente en el terreno económico, mediante inversiones repartidas por innumerables países, EE.UU. prosigue su vieja tradición de extender el poder militar desde numerosas plataformas dispersas. Éstas también sirven para actuar en terrenos no militares, políticos y económicos principalmente, como es de sobra sabido.

Lo más preocupante de esta acentuada política tentacular es su capacidad para generar una "carrera de bases", a la que se sumarían otros Estados, generando graves focos de inestabilidad. ¿Cómo reaccionaría EE.UU. si China o Rusia establecieran alguna base de ese tipo en México o en el Mar Caribe? Por otro lado, si de lo que se trata es de contener a China, no es difícil entender que desde Pekín esto puede percibirse como una seria amenaza, lo que le hará reforzar sus propias capacidades militares y contribuir de este modo a una típica espiral de carrera belicista. Trátese de nenúfares o de portaaviones, el propósito no varía: se trata de disponer de la fuerza militar allí donde se estime necesaria. ¡Poco ha aprendido la humanidad desde la Guerra Fría!

Publicado en CEIPAZ el 24 de julio de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/07/24 09:52:18.381000 GMT+2
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2012/07/20 08:17:25.039000 GMT+2

África, en el juego internacional

El pasado 9 de julio The Washington Post publicó una noticia cuyo título, en traducción libre, venía a decir: "Un misterioso accidente mortal revela la extraña presencia de comandos estadounidenses en Mali". En abril, un vehículo había patinado en un puente sobre el río Níger y se hundió; los que acudieron al rescate hallaron los cuerpos de tres soldados de las fuerzas de operaciones especiales del ejército de EE.UU. junto con los de tres mujeres. No hubo explicaciones oficiales sobre qué hacían en Mali esos soldados, un mes después de que EE.UU. rompiera relaciones con el Gobierno de Bamako a raíz del golpe de Estado.

Recordemos, brevemente, que tras el citado golpe, dirigido por un capitán formado en las escuelas militares de EE.UU., que en marzo de 2012 puso fin al Gobierno democrático de Mali, el país se ha escindido en dos, con el movimiento islamista de los tuaregs implantando su ley en la parte septentrional. Por otro lado, y para completar el panorama, no hay que olvidar que en 2007 el Pentágono creó el "Mando de EE.UU. en África" (AFRICOM en siglas oficiales), uno de los seis mandos militares territoriales específicamente orientados hacia una región concreta del mundo, en este caso los 54 Estados africanos. Los otros cinco son los de Europa, Pacífico, Centro (Oriente Medio), Sur (Centroamérica, Sudamérica y el Caribe) y Norte (EE.UU., México, Cuba y Canadá), que en conjunto cubren la totalidad del planeta y articulan sobre él las políticas del Pentágono.

En EE.UU. no son pocos quienes alzan voces críticas preguntando quién decidió crear el nuevo mando, sin previa discusión en los cauces parlamentarios; quién dictaminó que cualquier grupo islamista rebelde, aunque limitase sus intereses a un Estado africano, debía ser considerado enemigo de EE.UU. y afrontado militarmente; y quien decidió extender al continente africano la red de bases que ya cubre vastas extensiones del globo. La información que poseen los ciudadanos de EE.UU. sobre los nuevos tentáculos que el Pentágono tiende sobre África es exigua, por no decir nula.

Oficialmente, el AFRICOM solo reconoce la existencia de una base militar, denominada Camp Lemonnier y situada en Yibuti, país que pocos estadounidenses sabrían localizar en el mapa. Sus responsabilidades inmediatas se ciñen al llamado "Cuerno de África" (los países del extremo nordeste africano), para ayudar a las "naciones amigas" a reforzar sus capacidades defensivas. No obstante, un portavoz añadió que, además, "en varias localidades africanas AFRICOM tiene personal destacado. Son invitados por los Estados y trabajan coordinadamente con sus funcionarios".

La realidad que poco a poco va revelándose es otra. Los enemigos oficiales de EE.UU. se extienden por todo el continente: Al Qaeda en el Magreb Islámico, los islamistas de Boko Haram de Nigeria; el Ejército del Señor en la República Central Africana, en el Congo y en Sudán Meridional; los islamistas de Mali, etc. De modo que la presencia física de fuerzas militares de EE.UU. abarca cada vez más territorio. Aunque no hay declaraciones oficiales al respecto, el estudio de los contratos del Pentágono efectuado por analistas independientes muestra actividades militares en Uganda, Etiopía, Burkina Faso, Burundi, Liberia y un creciente número de países. Los ejércitos de más de una decena de Estados africanos son también formados en prácticas antiterroristas por instructores de EE.UU. El portavoz antes citado reconoció que "en promedio hay unos 5000 efectivos del Pentágono trabajando en el continente en cualquier momento".

Esta actividad militar necesita un creciente aporte de información. The Washington Post publicó que "la práctica de contratar empresas privadas para espiar grandes extensiones del territorio africano ha sido la piedra angular de las actividades secretas de EE.UU. en el continente". Y no solo información: también apoyo logístico. Un comandante de la Fuerza Aérea escribió: "En vez de utilizar transportes militares para nuestro material, preferimos recurrir a compañías comerciales". Así se soslayan dificultades diplomáticas y conflictos políticos con la población local. Para justificar todo lo anterior, el jefe de AFRICOM se explica así en su página web: "El imperativo absoluto para los ejércitos de EE.UU. es proteger a América [sic], a los americanos [sic] y sus intereses; en mi caso, contra las amenazas que surjan en África".

Es argumento común entre las autoridades políticas y militares de EE.UU. que hay que combatir el terrorismo allí donde aparezca, para no tener que hacerlo en el propio país. Pero la cosa no es tan sencilla porque siempre es difícil prever las consecuencias de cualquier intervención militar en países con serios problemas sociales y políticos. Como ha ocurrido en Libia, donde los tuaregs que lucharon a favor del dictador Gadafi regresaron después a su desierto, bien armados tras haber saqueado los arsenales libios, apoyaron el golpe militar en Mali y posteriormente han contribuido a la secesión del norte del país y al éxito de los simpatizantes con Al Qaeda en esa región.

Bienvenida sea, pues, África, al verdadero corazón del juego internacional, ahora que EE.UU. la tiene también en su punto de mira. Nada nos asegura que allí no se repitan los mismos errores que han ensangrentado otras zonas del planeta, si los criterios utilizados para intervenir por la fuerza en cualquier parte del mundo siguen siendo los mismos.

Publicado en República de las ideas el 20 de julio de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/07/20 08:17:25.039000 GMT+2
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2012/07/13 08:56:39.768000 GMT+2

Las bombas nucleares son para el verano

Los calores del verano, al menos en el hemisferio boreal, están históricamente vinculados a los dos enormes hongos atómicos que en agosto de 1945 se alzaron sobre la tierra japonesa, aniquilaron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, y pusieron fin definitivo a la Segunda Guerra Mundial, que en Europa había concluido tres meses antes. Pero, a la vez que se cerraba el más sangriento conflicto bélico que jamás había conocido la humanidad, se iniciaba la llamada era nuclear, cuya especial característica era el enorme poder destructivo de un nuevo explosivo que no se basaba en las habituales reacciones químicas, sino que se servía de la enorme energía almacenada en las partículas elementales de la materia.
 
Su peculiaridad más notable era la capacidad para aniquilar el planeta entero, si se utilizaban armas nucleares en número suficiente. Éstas pusieron entonces en manos de los seres humanos la posibilidad de destruirse a sí mismos en un breve plazo de tiempo, lo que hasta entonces había sido sencillamente imposible. Sobre esa capacidad, y en función del enfrentamiento entre las dos superpotencias que surgieron al concluir la 2ª G.M., las armas nucleares pasaron a englobarse en las estrategias y tácticas de los ejércitos en todos los Estados. Hasta en las academias militares de países que, como España, estaban muy lejos de pertenecer al privilegiado club nuclear, se estudiaba el uso de las armas nucleares en el campo de batalla, del mismo modo que en anteriores épocas se había asumido el empleo de los carros de combate, reemplazando a la vieja caballería de sangre, o las tácticas de apoyo aéreo al combate terrestre. Para los ejércitos de todo el mundo, el arma nuclear era eso: un arma más, una innovación que había que esforzarse por utilizar mejor y con más eficacia que el posible enemigo.
 
En la teoría de la disuasión, lo nuclear generó nuevos conceptos, a cual más absurdo. La “destrucción mutua asegurada” era la teoría estratégica que nos llegaba de EE.UU. y preconizaba la posibilidad de un intercambio apocalíptico de destrucción y muerte, que fue lo que sostuvo la Guerra Fría, siempre al borde del desequilibrio fatal. Mientras allí proliferaban los refugios nucleares domésticos, organizados en los sótanos de las viviendas, lo que produjo buenos beneficios a los avispados constructores que supieron aprovechar el miedo generalizado de la población (sin contar con la enorme expansión del complejo militar-industrial, basada en una posible guerra nuclear), los españoles se limitaban a mirar de reojo y con desconfianza a las bases estadounidenses en nuestro territorio, previsibles objetivos de las armas soviéticas el día en que se desencadenara lo impensable.
 
Cuesta ahora recordar el tenso ambiente de aquellos años, las campañas contra los euromisiles, contra los submarinos nucleares, etc., que hicieron salir a la calle a muchos ciudadanos europeos. Es como si el fin de la Guerra Fría hubiera enterrado para siempre el temor a la guerra nuclear. Lo nuclear parece haberse desmilitarizado: solo aparece en los medios de comunicación cuando alguna central causa una catástrofe, cuando se plantea qué hacer con los residuos o se analizan los problemas del suministro energético para los países que aumentan su demanda.
 
Incluso, para mayor desconcierto de la opinión pública, las armas nucleares de las que se habla con más insistencia son unas que no existen: las de Irán. Sin embargo, según datos actualizados en mayo del presente año*, en nueve países del hemisferio boreal existen unas 19.000 armas nucleares cuya finalidad no es otra que hacer la guerra o disuadir a un enemigo de iniciarla. Las cifras no se conocen con exactitud, como es natural, pero siguen revelando una enorme capacidad de destrucción, no siempre debidamente controlada.
 
Entre EE.UU. y Rusia suman unas 18.000 armas, a las que hay que sumar las más de 700 que poseen en conjunto China, Francia y el Reino Unido, miembros permanentes, los cinco, del Consejo de Seguridad de la ONU; quedan, pues, entre 200 y 250 en manos de países que no inspiran mucha confianza al resto de la humanidad. Un centenar de ellas están en Pakistán, y en cifras algo inferiores existen respectivamente en Israel e India; en torno a una decena se sospecha que forman el arsenal de Corea del Norte, que está desarrollando misiles de largo alcance que podrían dispararlas. India y Pakistán mantienen una inestable relación mutua; además, si aquélla mira con recelo a China, su incómodo vecino septentrional, la tortuosa vinculación de Pakistán con Al Qaeda y los talibanes da también motivos de desconfianza. ¿Y por qué Israel mantiene una anómala situación y se niega a firmar el Tratado de no proliferación?
 
Las armas nucleares siguen presentes y entre algunos de los Estados que las poseen brotan y rebrotan motivos de conflicto. Además, muchos grupos no estatales reivindican opciones políticas, religiosas o económicas a las que una amenaza nuclear dotaría de especial gravedad. Una vez más, es preciso recordar que el único modo de vencer el peligro de las armas nucleares es su eliminación definitiva; no solo las supuestas armas iraníes, sino todas las demás. En un mundo sometido a tensiones por rivalidades de todo tipo, ningún Gobierno es enteramente fiable en este asunto, no solo el de Teherán. Se necesitan pasos firmes y concretos hacia el desarme nuclear absoluto, no solo palabras y promesas que no se cumplen.

(*) Véase en: http://www.ploughshares.org/world-nuclear-stockpile-report

Publicado en República de las ideas el 13 de julio de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/07/13 08:56:39.768000 GMT+2
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