2012/10/22 08:16:30.403000 GMT+2
Uno de los miembros del comando de las fuerzas especiales de la Armada de EE.UU. (conocidas como SEAL), que en mayo del pasado año participó en la operación de asalto aéreo que puso fin a la vida de Ben Laden, acaba de publicar bajo seudónimo sus recuerdos de lo que él juzga como "una de las más importantes misiones en la Historia Militar de EE.UU.".
Con un título que pudiera traducirse al castellano como "No fue un día fácil: relato de primera mano de la misión que mató a Osama ben Laden" (No Easy Day: The Firsthand Account of the Mission That Killed Osama bin Laden), este libro parece formar parte de una reciente tendencia que en varios países del mundo occidental, incluida España, impulsa a algunos veteranos de los servicios de inteligencia y de las fuerzas especiales a escribir sus memorias o narraciones recopilatorias de las operaciones en las que han participado.
Sorprende al público que asuntos que por su propia naturaleza son reservados o secretos, y que están sometidos a la legislación correspondiente, vean la luz pública, a menudo en la pluma de los mismos que intervinieron en ellos. En ocasiones, ese tipo de publicaciones revelan cierto afán de revancha de quien se sintió maltratado o poco valorado por el Estado para el que trabajó, u obedecen a un ajuste de cuentas por quienes han vivido al borde de la legalidad al servicio del Gobierno y no se han sentido respaldados por éste en situaciones críticas.
El caso aquí comentado, por el contrario, parece responder a una cierta necesidad de publicidad para las fuerzas especiales estadounidenses y sus servicios de inteligencia, a fin de promover entre los lectores un mayor interés por sus actividades y facilitar el reclutamiento de nuevos miembros tanto en la CIA como en los SEAL, en la línea de lo escrito antes por novelistas populares en este género, como Graham Greene, Le Carré o Mailer. En tales circunstancias, los originales suelen ser presentados a las autoridades responsables para evitar la publicación de datos críticos para el servicio correspondiente.
Mark Owen (seudónimo de Matt Bissonnette, un veterano de los SEAL) asegura que no ha solicitado ningún permiso oficial, sino que él mismo ha censurado la información secreta que pudiera resultar comprometedora. Aunque desde el Pentágono se asegura que ha infringido la legalidad, la imagen positiva que ofrece tanto de la CIA como de los SEAL parece protegerle contra cualquier posible persecución.
Dejando aparte lo anterior, los detalles que Owen describe en su relato de la operación no dejan en buen lugar a los políticos de Washington ni a los militares del Pentágono, pues desmontan algunas declaraciones oficiales que se hicieron justo después de la operación. Ni Ben Laden se resistió a los asaltantes empuñando un arma, ni se produjo un tiroteo, ni el famoso terrorista utilizó a las mujeres que le rodeaban como escudo para protegerse, detalles que entonces se publicaron para desprestigiar al odiado terrorista saudí.
La descripción de lo que ocurrió en el edificio pakistaní de Abbottabad donde se refugiaba Ben Laden revela varios detalles significativos: se respetó cuidadosamente a las mujeres y a los niños que allí habitaban, pero el comando invasor tenía un objetivo claro: dar muerte a Ben Laden y evitar por todos los modos que pudiera rendirse o entregarse. Para justificar que una vez derribado el terrorista se siguiera disparando a bocajarro sobre un cuerpo ensangrentado que se retorcía en el suelo, el autor explica que es norma básica tirar contra un hombre abatido, porque éste siempre puede disparar un arma oculta o hacer explotar un chaleco. No parece muy convincente.
En realidad, la decisión de matar y no apresar, se tomó al más alto nivel: en la Casa Blanca. Owen narra la opinión de una autoridad judicial sobre esta cuestión: "Si Ben Laden aparece desnudo, con las manos en alto, no le podrían disparar. Pero yo no les voy a decir cómo tienen que actuar". Obama dio la orden de ejecutar la operación y se establecieron unas normas de actuación que hacían prácticamente imposible que Ben Laden fuera capturado.
Poco quedaba de aquellas iniciales ideas de Obama sobre el imperio de la ley y la justicia democrática para combatir el terrorismo sin recurrir a los asesinatos premeditados. Del candidato a la Presidencia que aseguraba que podía cambiar todo lo que reprochaba a su predecesor, al pragmático presidente que hoy se enfrenta a una realidad que entonces no había sabido calibrar, se ha producido un salto cualitativo en sentido muy negativo.
Todavía es posible mantener la esperanza de que la presidencia de EE.UU. recupere los ideales que públicamente dijo sostener hace cuatro años. Si Obama gana las próximas elecciones dispondrá de otros tantos años para demostrar, si es capaz, que la lucha contra el terrorismo será más eficaz a largo plazo si se respeta la legislación internacional y la de EE.UU., si se apresa y se juzga públicamente a los terroristas y se les condena a las penas que les correspondan. Lo contrario, lo que se viene haciendo hasta ahora (incluyendo los asesinatos mediante drones), solo contribuye a reforzar el reclutamiento de nuevos terroristas y a exacerbar sus odios.
CEIPAZ, 21 de octubre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/10/22 08:16:30.403000 GMT+2
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2012/10/19 10:56:57.030000 GMT+2
Siete soldados de la Real Infantería de Marina británica, el cuerpo de élite de la Royal Navy, han sido arrestados la pasada semana, bajo la sospecha de haber incurrido en un delito de asesinato, en un enfrentamiento con insurgentes afganos en la provincia de Helmand en 2011.
El caso ha llamado la atención más de lo habitual porque además se trata de una violación del tácito "código de silencio" vigente entre los combatientes; un soldado, testigo presencial del hecho, denunció que un insurgente había sido abatido de un modo tal que se vulneraron las estrictas "reglas de enfrentamiento". Estas son las instrucciones concretas que rigen el modo de combatir en cada caso especial y fijan los límites que no deben traspasarse para no violar los convenios internacionales sobre la guerra. En este caso, la denuncia se refería al asesinato de un insurgente que había sido hecho prisionero.
El asunto tiene aun mayor trascendencia porque el simple hecho de su conocimiento público es visto por las autoridades civiles y militares del Reino Unido como un regalo hecho a los talibanes, que lo utilizarán como propaganda para convencer a sus compatriotas de que las tropas de la OTAN desplegadas en su país solo pueden ser consideradas fuerzas enemigas. Por otro lado, el Ministerio de Defensa británico muestra su molestia porque ningún parte oficial dio conocimiento del hecho por el conducto reglamentario, y solo una denuncia privada sacó a la luz el incidente. Un portavoz del ministerio declaró: "La Justicia militar proseguirá las investigaciones. Estos arrestos muestran nuestra determinación para asegurar que los soldados británicos actúen siempre conforme a nuestras reglas de enfrentamiento y normas de actuación".
La Historia de las guerras registra con precisión y ha analizado exhaustivamente varios factores que coinciden en el caso aquí comentado. El primero es la habitual confabulación entre los combatientes para no ponerse en evidencia unos a otros, sabedores de que la vida de cada uno depende de la coherencia interna del grupo y de su lealtad mutua: "primero, los compañeros de mi pelotón; y después, todo lo demás: los altos jefes, los generales, las leyes, la patria y las soflamas de los políticos", decía un excombatiente de Vietnam.
En segundo lugar, miles de páginas se han escrito sobre el trato a los prisioneros. Cuando el general Yagüe conquistó Badajoz en agosto de 1936, en su avance hacia Madrid, al ser interrogado por un periodista americano sobre el asesinato de prisioneros a sangre fría, contestó: "Claro que los fusilamos. ¿Suponía que iba a llevar 4000 rojos conmigo mientras mi columna avanzaba contrarreloj? ¿Suponía que iba a dejarles sueltos a mi espalda...?". Algunos años después, un oficial británico explicaba el asesinato de prisioneros alemanes durante la 2ª Guerra Mundial, diciendo que no deseaba "desperdiciar soldados utilizándolos para llevar prisioneros a los centros de detención". Un general estadounidense, antes de iniciar el cruce del Rin, ordenó a sus soldados "no hacer prisioneros"; posteriormente comentó que, si Alemania hubiera triunfado, él habría sido procesado en Nuremberg como criminal de guerra, en vez de los generales alemanes.
Por último, el tercer aspecto que este incidente pone de manifiesto se refiere a una inocultable hipocresía en ministerios, cuarteles generales y altos mandos, que por una parte dictan órdenes, directrices y normativas relacionadas con el cumplimiento estricto de la legislación internacional humanitaria sobre la guerra, y por otra hacen la vista gorda sobre su incumplimiento mientras las operaciones tengan éxito y los medios de comunicación permanezcan ajenos a lo que sucede; pero si en éstos se llega a denunciar alguna acción del todo injustificable, siempre tendrán preparado el comunicado que asegura que "la investigación competente está en marcha".
Detrás de este complejo problema subyace algo que afecta a la formación de los combatientes. Cuando unos soldados de EE.UU. fueron acusados de asesinar en julio de 1943 a prisioneros enemigos en Sicilia, uno de los procesados citó en su defensa las palabras con que el general Patton les había aleccionado: "Si encontráis enemigos que os están disparando y luego, cuando os ponéis a 200 m de ellos, alzan las manos y quieren rendirse ¡nada! ¡Esos bastardos tienen que morir! Y vosotros tenéis que matarlos. Atravesadlos entre la tercera y la cuarta costilla. Vuestros hombres deben tener el instinto asesino. Nuestros enemigos nos reconocerán como matadores y los matadores son inmortales".
¿Dónde está la frontera entre el asesinato punible y el combate legal contra un enemigo? Cuando se juzgaba a los soldados de EE.UU. por la abominable matanza de civiles vietnamitas en My Lai, desde los sectores más populistas de EE.UU. se clamaba: "¿Por qué se envían soldados a luchar en Vietnam y luego se les juzga por haber cumplido con su deber?". ¿Dónde están los límites razonables del deber? Entrando en esos terrenos morales y filosóficos, ni siquiera los capellanes de los credos que supuestamente confortan a los combatientes saben encontrar respuesta: "El soldado cristiano hiere al enemigo en amistad, y en amistad le mata", profería un clérigo durante la 1ª G.M. Ante tal fantasmal consuelo, no es extraño que algunos jefes aliados resolvieran el asunto declarando que "en tiempos de guerra, los países cristianos dejan de serlo".
Escrito por: alberto_piris.2012/10/19 10:56:57.030000 GMT+2
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2012/10/12 09:41:47.748000 GMT+2
Aparte de las numerosas bases militares oficialmente establecidas en muchas partes del mundo (Japón, Corea, Alemania, Baréin, España...), el predominio imperial de EE.UU. se hace sentir también a través de la influencia que ejerce sobre ciertos Estados, cuya máxima aspiración es contar con el beneplácito político de Washington y cuyos Gobiernos se esfuerzan por estrechar lazos con la superpotencia americana.
Uno de esos países, de reducida población (algo más de cuatro millones y medio de habitantes) y pequeña extensión (algo inferior a Castilla-La Mancha), pero de gran importancia geoestratégica es Georgia, donde unas recientes elecciones han producido el cambio de Gobierno. Aparte de ser un acontecimiento histórico, pues es la primera vez que los georgianos deponen en las urnas al Gobierno en ejercicio, el nuevo primer ministro, Bidzina Ivanishvili (conocido como el hombre más rico del país: 6400 millones de dólares, según Forbes), ha asegurado que su primera visita al extranjero será a EE.UU. y no a Moscú, la ciudad donde a finales de los años noventa se enriqueció en empresas metalúrgicas y bancarias.
Por otro lado, el que ha designado como su futuro ministro de Asuntos Exteriores puntualizó: "Esta es la decisión de los georgianos: integrarse en las organizaciones europeas y euroatlánticas; proseguir y profundizar la colaboración estratégica con EE.UU., que sigue siendo nuestro principal socio; y establecer relaciones con Rusia". Aclaró la última frase diciendo que uno de los principales objetivos del nuevo Gobierno es la restauración de la integridad territorial de Georgia, algo imposible sin la cooperación de Rusia, que apoyó con las armas y ha reconocido la independencia de las dos provincias georgianas, Abjasia y Osetia del Sur, que se independizaron en 2008.
Aunque Ivanishvili fue acusado de ser "un proyecto del Kremlin" durante la campaña electoral que le enfrentó al presidente Saakashvili, y aunque sus seguidores fueron expulsados al grito de ¡Fuera rusos! de una localidad habitada por los refugiados de las provincias secesionistas, se ha esforzado en mostrar su independencia personal, a pesar de que todo el mundo sabe que los magnates solo prosperan en Rusia si gozan del favor de Putin. Preguntado por sus vinculaciones con Moscú, Ivanishvili respondió recordando que en el último decenio había donado a Georgia 1700 millones de dólares: "Si esto significa que soy un agente del Kremlin, entonces el Kremlin tiene en mí el mejor agente para Georgia".
Aparte de intentar mantener un delicado equilibrio entre la lejana superpotencia americana y el inmediato vecino ruso, Ivanishvili tendrá que gestionar unos meses de cohabitación al "estilo francés" como jefe de Gobierno, con un presidente, Saakashvili, del partido que pasa ahora a la oposición. Éste concluirá su mandato presidencial en 2013, cuando entrarán en vigor ciertas reformas constitucionales; entonces el Parlamento elegirá un nuevo jefe de Gobierno que asumirá algunos de los poderes ahora atribuidos al Presidente.
En Rusia, por otra parte, ha sido bien acogido el triunfo de Ivanishvili, con quien se considera más fácil lograr un buen entendimiento y restablecer las relaciones que quedaron rotas tras el conflicto de 2008. Un portavoz del ministerio ruso de Asuntos Exteriores declaró: "Está claro que la sociedad georgiana ha votado por el cambio. Esperemos que también facilite el comienzo de la normalización y el establecimiento de relaciones constructivas y respetuosas con sus vecinos, lo que sería bienvenido en Rusia".
No obstante, como se leía en los titulares del New York Times, "el nuevo líder georgiano irrumpe como un enigma". Hasta que hace un año surgió como figura política de la oposición, Ivanishvili era considerado por los observadores extranjeros como un "oligarca recóndito", que vivía criando cebras, practicando yoga y disfrutando en sus mansiones privadas de una colección de arte valorada en 1300 millones de dólares. Su inexperiencia política puede costarle disgustos. Nada más saberse ganador de los comicios exigió a Saakashvili que dimitiera en el acto, sin dejarle concluir su periodo presidencial. Admitido el error, tuvo que rectificar.
Esta ingenuidad política es vista con alegría en EE.UU. Un prestigioso analista de una institución política de Washington declaró: "Creo que él es como una página en blanco, políticamente hablando. Tiene un montón de espacios vacíos y está dispuesto a dejar que mucha gente escriba política en ellos. Es un verdadero regalo para EE.UU." Aunque no para sus vecinos armenios, sobre los que en público preguntó por qué vivían en Georgia tantos de ellos "cuando su patria estaba al lado", desliz que le obligó a dar inmediatas explicaciones. El analista antes citado concluía así: "Es un novato y tiene su lado bueno y su lado malo. Lo malo es que es imprevisible y dice cosas extravagantes. Lo bueno es que está aprendiendo, se corrige a sí mismo y acepta consejos". Está por ver si el astuto y hábil georgiano, capaz de labrarse una fortuna en las turbulentas aguas del Moscú postsoviético, no acaba dando sopas con honda a sus consejeros de Washington y plantando cara al vecino de Moscú. No sería la primera vez que ocurre algo parecido.
Republica de las ideas, 12 de octubre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/10/12 09:41:47.748000 GMT+2
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2012/10/12 09:04:11.680000 GMT+2
La Constitución Española viene siendo últimamente motivo de numerosos comentarios, tanto recordando el modo en que fue elaborada y promulgada como proponiendo diversas modificaciones en su articulado, con el objeto de corregir lo que muchos consideran evidentes inadaptaciones respecto a la realidad de la España actual y ciertas ambigüedades e imprecisiones que salen a la luz cuando surgen conflictos que no fueron previstos por los "padres" constitucionales que la hicieron nacer.
Nadie pone en duda que su elaboración transcurrió bajo la presión de un poderoso franquismo residual que impuso claras limitaciones en algunos de sus conceptos esenciales. La prueba más flagrante de esta presión salió a la luz el 23 de febrero de 1981, cuando los proyectiles disparados por unos guardias civiles se estrellaron contra la bóveda del Congreso, en los primeros minutos de aquel golpe de Estado que puso en peligro la voluntad democrática de los españoles.
No fue la única prueba de esa presión residual, y todavía hoy, 34 años después de promulgarse la Constitución, al hilo de las recientes manifestaciones de un vasto sector del pueblo catalán abogando por la independencia se vuelven a escuchar voces y se leen opiniones, felizmente minoritarias y expuestas por quienes no ejercen críticas responsabilidades públicas, invocando ciertos aspectos constitucionales que entonces sirvieron para dar aparente apoyo legal a los sublevados de aquellas fatídicas horas.
El "agujero golpista" incrustado en el texto constitucional es fácil de detectar, aunque también es fácil desmontar su falacia intrínseca. Se basa en montar un trampantojo con los artículos 8 y 62-h de la Constitución, ignorando otros que son precisamente los que permiten deshacer el engaño. Este engaño ya funcionó el 23-F y asomó la cabeza en otras intentonas fallidas, por lo que conviene revelar su existencia y prever su necesaria desarticulación. Es una cuestión cuya peligrosidad no admite muchas dudas, dado que puede distorsionar la acción de la fuerza armada del Estado.
El citado art. 8 asigna a las Fuerzas Armadas la misión, entre otras, de "defender la integridad territorial" del Estado. Por su parte, el art. 62-h confiere al Rey "el mando supremo de las Fuerzas Armadas". Y puesto que la Constitución, aprobada por las Cortes y ratificada por "el pueblo español", como se lee en su Preámbulo, ha asignado ya sendas misiones al Rey y a sus Ejércitos, la "integridad territorial" española no será puesta jamás en tela de juicio. ¿Rompe el federalismo esa integridad? Si el Rey y los Ejércitos opinasen conjuntamente que sí, ya no habría discusión posible. La intervención militar sería automática. Y no digamos en el caso de que alguna autonomía, región o nacionalidad pretendiese avanzar por una vía democrática hacia la independencia, al estilo quebequés o escocés. Ese camino, según los que así argumentan, está para siempre bloqueado. No hay discusión política posible.
Este es el "agujero golpista" que tanto tentó a los residuos del franquismo durante la transición, cuando el rumbo de la política española no iba por los caminos que ellos deseaban. (Escuché a un alto mando militar aludir en 1979 a esa vía para rechazar las leyes que pretendían regularizar el aborto). Sin embargo, el antídoto que permite resolver el engaño se basa en otros artículos de la misma Constitución, siempre olvidados por los nostálgicos del golpismo franquista: el 97 y el 64. El primero pone en manos del Gobierno, entre otras cosas, "la Administración militar y la defensa del Estado"; el segundo limita la legalidad de los actos del Rey a su refrendo por los miembros competentes del Gobierno, que serán quienes se responsabilicen de ellos.
Bien es verdad que el golpismo tradicional no se suele parar en barras. "¡El próximo, sin el Rey!", anunciaban después del 23-F los defraudados por el fracaso del golpe. Por otra parte, mostraban su poca preocupación por la Constitución, ignorando otra de las misiones que el citado art. 8 atribuye a los Ejércitos, la defensa del "ordenamiento constitucional", tan vulnerado aquel día.
Hay otros aspectos del texto constitucional que suelen promover cierta sorna entre los españoles: la estructura interna y funcionamiento democrático de los partidos (art. 6); el carácter no confesional del Estado (16); el derecho al trabajo (35); el derecho a una vivienda digna y adecuada (47); la prohibición del mandato imperativo para los diputados (87); la independencia de la Justicia respecto a los órganos políticos (117); y algunos otros que no añado para no abrumar al lector. No todos son anecdóticos y algunos calan muy hondo en la convivencia ciudadana, contribuyendo a un cierto desprestigio de la política, harto peligroso para un país como España, en el que la democracia no tiene una larga tradición que la convierta en el verdadero antídoto contra los populismos y las tendencias autoritarias de un pasado no muy lejano. Muchos de ellos, incluyendo con preferencia el que llamo "agujero golpista", habrán de ser objeto de atención y corrección en cualquier reforma del texto constitucional que el paso del tiempo va haciendo ya imprescindible.
CEIPAZ, 10 de octubre de 2012
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2012/10/05 10:00:14.312000 GMT+2
La Historia muestra que en innumerables ocasiones los pueblos se alzan en armas y, formando milicias populares, se enfrentan a los ejércitos profesionales al servicio del Gobierno. Ha ocurrido en Libia, pero también ocurrió con las milicias norteamericanas dirigidas por Washington, que de ser tropas auxiliares al servicio de la Corona británica se convirtieron en las fuerzas armadas del nuevo Estado independiente. En este caso, las milicias ya disponían de una cierta estructura militar, cuadros de mando, formación táctica y bases logísticas, por lo que su transformación se produjo principalmente en el plano mental, en un cambio de lealtades, al repudiar la corona de Jorge III y convertirse en el Ejército de los nuevos Estados Unidos de América.
No siempre las milicias se sustentan en algún tipo de organización militar preexistente, aunque sólo se trate de estructuras políticas paramilitares o de asociaciones con fines deportivos o sociales. En ocasiones, surgen de la nada. Así ocurrió con las guerrillas que en España se alzaron contra la ocupación francesa de la Península, y que nacieron como expresión de cierta voluntad popular, aunque manipulada por quienes mejor podían influir sobre unas masas campesinas, por lo general incultas, desinformadas y fanatizables. Esto, por supuesto, sin olvidar el protagonismo de algunas fracciones del ejército regular que contribuyeron a encuadrar, armar e instruir a los guerrilleros y -como en el 2 de mayo madrileño- fueron los detonadores que avivaron la explosión de la lucha general contra el invasor.
Muchos años después, al producirse en 1936 la sublevación militar contra el Gobierno de la República, apareció por toda España un gran número de milicias que, con mejor o peor suerte y con mayor o menor habilidad militar, se enfrentaron con armas a las guarniciones que en numerosas ciudades se rebelaron contra la legalidad vigente. La actuación autónoma, anárquica y dispar de muchas de esas milicias se convirtió en un grave quebradero de cabeza para el Gobierno de la República, y ya en septiembre del mismo año se organizó su incorporación voluntaria al Ejército, "teniendo en cuenta que las milicias populares han sido la base de la contención del levantamiento militar y serán en su día el Ejército de la nación", como exponía el decreto correspondiente. La transformación de las milicias en ejércitos es siempre un arduo problema en cualquier país, raras veces resuelto sin recurrir a la violencia. Los que se han acostumbrado al poder que confiere el armamento libremente utilizado no se resignan a deshacerse de él.
Este es el problema con el que ahora se enfrentan las autoridades libias. En ese país fueron muchos los ciudadanos que se alzaron contra el régimen de Gadafi y se organizaron espontáneamente en diversas milicias cuya actividad todavía preocupa al Gobierno. Éste no se enfrenta, pues, a un problema inédito, sino a algo que ya ha ocurrido antes en muchos lugares y en numerosas ocasiones y para el que no es preciso descubrir nuevas fórmulas.
Lo que más ha llamado la atención internacional sobre este conflicto ha sido el ataque contra el consulado de EE.UU. en Bengasi, donde murió el embajador de este país. Días después, una muchedumbre irritada recorrió en algarada la ciudad y expulsó violentamente a algunos grupos de milicianos, causándoles una decena de muertos. En vista de todo ello, el mando militar libio ha designado a oficiales del Ejército para ponerlos al mando de dos importantes milicias yihadistas, atendiendo así a los deseos de gran parte de la población, cansada de los abusos producidos por algunas milicias.
El general jefe de la guarnición de Bengasi, tras lamentar la muerte de milicianos en los enfrentamientos populares, ha declarado que "el Gobierno posee ahora el control de las calles". No obstante, tanto el general como las autoridades policiales se enfrentan a la excitación popular que barrió a las milicias y las expulsó de la ciudad, y temen una ola de acciones anárquicas a las que difícilmente pueden enfrentarse, pues carecen de la fuerza necesaria para hacerlo. Uno de los dirigentes de la revuelta callejera contra las milicias declaró: "Ellos no son mala gente, son buenos y han salvado a Libia. Pero ya llega el momento de que el ejército y la policía ejerzan sus legítimos poderes. No se puede construir un país a base de milicias".
En pura teoría nada hay más democrático para la defensa de un Estado que una milicia que nazca del pueblo y se sostenga en él, aunque, como también sucede en EE.UU., sea esta teoría la que todavía sustenta, en extraño anacronismo, el derecho de todo ciudadanos a portar armas, con las graves consecuencias que esto acarrea hoy a la sociedad. Pero el uso habitual de las armas suele envilecerse a menudo, arrastrado por su inherente violencia, y llega a desbordar los mejores deseos de los legisladores, del mismo modo como la naturaleza humana choca frontalmente contra el ingenuo deseo expresado en el artículo 6 de la Constitución Española de 1812, que obligaba a los ciudadanos a "ser justos y benéficos".
República de las ideas, 5 de octubre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/10/05 10:00:14.312000 GMT+2
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2012/09/29 10:09:5.607000 GMT+2
Concluía mi comentario de la pasada semana expresando la preocupación que produce el hecho de que la mayor superpotencia militar del planeta sea capaz de desencadenar guerras en cualquier parte del mundo, sin que eso produzca entre sus ciudadanos especial preocupación. Lejos queda ya el profundo movimiento de rebeldía social que surgió como consecuencia de la guerra del Vietnam, que resquebrajó las columnas básicas sobre las que se asentaba el supuesto patriotismo del pueblo, dio al traste con el servicio militar obligatorio y dividió a una sociedad que discutía ásperamente sobre el pretendido papel privilegiado de EE.UU. en el concierto mundial de las naciones, como el nuevo pueblo elegido por Dios para propagar por el mundo la libertad y la democracia.
La guerra se ha alejado hoy del sentir cotidiano de la población de EE.UU., que considera que es algo que corre a cargo de los políticos de Washington, los militares del Pentágono y unos profesionales de las armas que, en no pequeña proporción, se alistan voluntarios en los ejércitos como medio de progresar en la cada vez más empinada escala social norteamericana.
En la campaña electoral presidencial que se abate sobre el sufrido ciudadano estadounidense, a golpe de millones de dólares invertidos en propaganda, apenas se hace mención a la guerra de Afganistán, la más dura a la que ahora se enfrentan las armas de EE.UU. El discurso de aceptación de la candidatura republicana que pronunció Mitt Romney ante la Convención Nacional de su partido contiene 4.086 palabras en su texto original, según el contador de Word. Si con el mismo programa informático se busca en aquél la palabra “Afganistán” ¡no aparece ni una sola vez! Por el contrario, “América” se repite 58 veces. Es fácil deducir que a los votantes republicanos el hecho de que EE.UU. siga combatiendo en Afganistán no parece importarles mucho o, lo que es quizá peor, dejan ciegamente en manos de su candidato a presidente cualquier decisión a tomar en el futuro sobre este asunto.
Obama, por el contrario, no tuvo más remedio que aludir a esa guerra en la que, al fin y al cabo a sus órdenes directas como Comandante en Jefe, siguen muriendo soldados bajo la bandera de las barras y estrellas y, aunque con la boca pequeña, habló del “éxito” alcanzado en ella. Afirmó que se había “frenado” el impulso talibán, sin atreverse a repetir lo que había establecido hace pocos meses como la misión definitiva: “romper” el impulso talibán. Pequeños matices de vocabulario que no engañan sobre la realidad a la que aluden.
Aparte de estas dos importantes alocuciones públicas que les confirman como participantes de la carrera electoral del próximo noviembre, ambos candidatos están de acuerdo en que las tropas estadounidenses deben haber abandonado Afganistán en 2014, pero ninguno se inclina por hacer declaraciones comprometedoras, al hilo de los programas electorales, relacionadas con el papel de EE.UU. como garante supremo de la seguridad internacional, el “policía global” al que Obama aludió hace pocos años.
La guerra afgana y su evidente empantanamiento, así como la dificultad para mostrar al mundo éxitos que incidan en un mayor bienestar de la población nativa que la está sufriendo, no constituyen, pues, materia de enfrentamiento electoral. Algunos periodistas han llegado a sospechar la existencia de una conspiración de silencio entre Obama y Romney para eludir esta cuestión, que no parece suscitar interés suficiente entre el electorado como para convertirla en asunto decisivo.
Por otra parte, sería razonable que hubiera surgido una inquietud entre la clase política sobre cuál será el futuro de Afganistán cuando las tropas aliadas abandonen un país en construcción, agrietado por fisuras étnicas y sociales, e inundado por una corrupción sin freno. Sobre todo, después de los esfuerzos y sacrificios que esta aventura bélica ha supuesto para el pueblo que ha puesto el “escenario” de la acción en sus ciudades, pueblos y campos.
La agencia estadounidense The Associated Press ha dado en llamar a la guerra afgana “La guerra olvidada de los americanos”. De todos modos, la percepción global de la capacidad de EE.UU. para regular la seguridad internacional ha cambiado radicalmente. Las guerras tecnológicas, los robots y los drones, y las unidades de operaciones especiales y clandestinas han dejado atrás la vieja imagen de un general Patton al mando de sus divisiones acorazadas, liberando de la ocupación nazi las poblaciones italianas o francesas, aunque en ellas no hubiera petróleo ni otros recursos naturales valiosos. Esta evolución parece irreversible y tanto EE.UU. como el resto del mundo habrán de irse adaptando a unos nuevos modos de hacer la guerra contra enemigos fluctuantes e imprecisos, frente a los que las viejas tácticas y estrategias poco pueden ya lograr y que los electores prefieren ignorar.
República de las ideas, 28 de septiembre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/09/29 10:09:5.607000 GMT+2
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2012/09/24 12:54:33.870000 GMT+2
En una crónica de la enviada especial de El País a Túnez, publicada el 23 de septiembre, un salafista defendía la posición política y religiosa de sus correligionarios, argumentando que "a las gentes de hoy solo les preocupa el dinero, mientras que a nosotros solo nos interesa Dios". Y añadía: "Rezamos, trabajamos, comemos y dormimos. Somos pacíficos, pero si alguien insulta a Dios o al Profeta cruza una línea roja"; en ese caso, concluía, "hay que atacar".
Esta argumentación en boca de un hombre joven, vendedor de artículos religiosos frente a una mezquita de la capital tunecina, refleja el modo de pensar de amplios sectores del mundo musulmanes, hoy alborotados contra Occidente, mucho mejor que los elaborados ensayos con que se esfuerzan por compaginar culturas claramente enfrentadas algunos intelectuales ideológicamente a caballo entre los países democráticos occidentales y los que deciden regirse por la ley religiosa. Es decir: los que de común acuerdo regulan su convivencia mediante textos constitucionales preparados y aprobados por consenso de los ciudadanos y los que con el mismo propósito solo aceptan la llamada ley islámica, basada en libros pretendidamente sagrados o emanados directamente de la voluntad divina.
La argumentación del joven salafista contiene varios puntos sobre los que conviene reflexionar. La contraposición entre los que solo están interesados por Dios y los que solo les preocupa el dinero no pasa de ser una figura retórica, que quizá apunta también, con una irónica segunda intención, a las argucias teológicas del cristianismo para conciliar el culto a Dios y al dinero. Es el dinero procedente de ciertos países árabes -como Arabia Saudí y Catar- el que se vuelca a raudales sobre algunos de los países que han protagonizado la "primavera árabe", precisamente para reforzar en ellos las tendencias más extremistas de la religión islámica. El dinero saudí financia las escuelas coránicas donde se familiariza a la juventud con la violenta tendencia wahabista que no reniega de la guerra santa contra el mundo infiel.
Volviendo a las palabras del salafista citado, tras enumerar cuatro actividades inocuas de su vida cotidiana -"rezamos, trabajamos, comemos y dormimos"- que parecen conducir a un terreno de plena normalidad humana, incurre en una nueva y flagrante contradicción al asegurar su carácter pacífico -"somos pacíficos"- y a la vez brutalmente agresivo -"hay que atacar"-. ¿Cuándo hay que atacar?: "Cuando se insulta a Dios o al Profeta".
Si esa contradicción es más que evidente, la causa por la que se incurre en ella es el punto culminante de estas consideraciones, dada su irracional subjetividad y su práctica imposibilidad de ser regulada por ninguna ley humana (¿quién determina cuándo se insulta a un Dios o a un Profeta, sino el mismo Dios y el mismo Profeta?), lo que remite de nuevo a interpretar textos o palabras divinas de imposible correlación con cualquier normativa elementalmente democrática.
Considerar punible el insulto a un dios, a un profeta, a un amado líder o a un caudillo invicto, lo que en los regímenes dictatoriales puede conducir a prisión o incluso a la muerte, revela, en el fondo, una gran falta de confianza en dioses, profetas, líderes o caudillos, que parecen necesitar que algún código les proteja. Como decía Martín Pallín al mostrar su opinión contraria a que la blasfemia estuviera incluida en el Código Penal español: "Es una enorme arrogancia que un ser humano deba proteger a su Dios omnipotente".
Entre los muchos obstáculos que se oponen al progreso de una alianza de civilizaciones entre el occidente democrático y el oriente teocrático ocupa un lugar destacado esa arbitraria designación de "líneas rojas", como explica el joven salafista tunecino, que una vez atravesadas parecen justificar el asesinato o el ciego atentado terrorista, como ha ocurrido ya en numerosos casos, desde la vieja condena de Salman Rushdie hasta el reciente asesinato del embajador de EE.UU. en Libia.
Concluiré este comentario con un par de sugerencias al hilo de lo expuesto. En este mundo en el que, a pesar de los errores y fracasos leninistas y estalinistas, bastantes aspectos de las teorías económicas de Marx siguen teniendo valor, no está de más recordar que en el pujante renacer de los islamismos más radicales juegan un papel importante los petrodólares de las llamadas "monarquías del Golfo". ¿Qué hubiera ocurrido si Mahoma, en vez de nacer sobre un inmenso mar de petróleo subterráneo, aunque él entonces no lo sabía, hubiera venido al mundo en cualquiera de esos territorios carentes de todo tipo de recursos naturales?
La paradoja se acentúa si, además, consideramos que gracias a esos yacimientos, las tiranías medievales del Golfo gozan del favor inconmovible de EE.UU. y las democracias occidentales, aunque desde aquéllas se esté apoyando y financiando a las ideologías más extremistas, no muy alejadas de las que desencadenaron el terror de aquel 11-S estos días recordado.
CEIPAZ, 24 de septiembre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/09/24 12:54:33.870000 GMT+2
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2012/09/21 09:33:28.916000 GMT+2
Salvo casos excepcionales, quienes en los medios de comunicación comentamos periódicamente la actualidad internacional (hoy, quizá, Israel; mañana Rusia; después Egipto o Indonesia… etc., saltando con sorprendente facilidad de un punto a otro del globo terráqueo) no lo hacemos escribiendo nuestros textos desde los respectivos países, tras haber entrevistado a dirigentes políticos o militares, como bien sabe cualquier lector. Eso es misión de los corresponsales o los enviados especiales, algunos de los cuales viven en persona las vicisitudes que narran, incluso jugándose la vida en ello, aunque no faltan los que, con mejor o peor estilo, reproducen lo que leen o escuchan en los medios locales, cosa que también podrían hacer desde su domicilio sin más que conectarse a Internet.
Hoy, muchas fuentes informativas están disponibles hasta en la piscina de un hotel de veraneo. Por eso, aparte de unos conocimientos básicos sobre el material con el que trabajamos, cierta experiencia personal en las relaciones internacionales, dominio de algunos idiomas, afición por la Historia y todo lo que ésta nos enseña, y quizá, además, una inherente curiosidad intelectual por los procesos que a nuestro alrededor se desarrollan, la materia prima esencial para nuestro trabajo son las informaciones difundidas por los medios internacionales, que debidamente comparadas y contrastadas producen el resultado buscado: un comentario, naturalmente subjetivo, que busca arrojar una luz distinta sobre lo que ya se conoce.
El problema se complica cuando esos medios de comunicación de alcance internacional, de prestigio y fiabilidad probados, no cuentan todo lo que saben, o lo cuentan sesgadamente. O cuando, sin merma de su real independencia frente al poder, creen hacer un mejor servicio a sus lectores filtrándoles la realidad según otros intereses, no solo los meramente informativos.
Encontrar el modo de soslayar esos vericuetos requiere cierto esfuerzo, pero no es imposible. Siempre hay fuentes poco o nada contaminadas, que sirven informaciones más acordes con la realidad que las predominantes en los grandes medios informativos. Como en muchos otros asuntos informativos, EE.UU. suele llevar la delantera en esto: tanto en la capacidad de sus medios de gran difusión, como en la existencia de otros, minoritarios, capaces de poner el dedo en la llaga cuando hace falta.
Uno de estos últimos sometió a sus lectores a un breve cuestionario para mostrar cómo la creación de opinión pública está sujeta a efectos ajenos. Basándose en lo publicado por los medios de mayor difusión, mostró cómo han pasado prácticamente desapercibidos tres aspectos que afectan seriamente a la política exterior de EE.UU.: 1) EE.UU. controló el 78% del comercio mundial de armas en 2011, seguido a distancia por Rusia, con un 5,6%; 2) Aunque parezca extraño, es en Australia donde está la base estadounidense de aviones sin piloto (drones) de gran radio de acción que más vuelos ha operado entre 2001 y 2006; y 3) Hace unas semanas, 200 soldados de la Infantería de Marina iniciaron en la costa occidental de Guatemala operaciones armadas contra el narcotráfico.
Aunque los dos primeros informes confirman una doble realidad ya conocida por muchos analistas (EE.UU. como motor invisible de numerosas guerras, y su intensificada presencia en el Pacífico), la tercera debería suscitar preocupación en cualquier comentarista, a tenor de la ya larga historia del intervencionismo militar en Centroamérica por motivos de todo tipo: desde las concesiones bananeras iniciadas en el siglo XIX hasta el narcotráfico de hoy. Y permite sospechar que la política internacional de Obama sigue la muy tradicional línea de recurrir a la fuerza como principal opción, o a la amenaza de la fuerza cuando el consenso internacional o la diplomacia no producen efectos inmediatos.
Pues bien, todo lo anterior apenas ha suscitado interés en EE.UU. y ha pasado desapercibido para la opinión pública. La encuesta así lo demostró. Sin embargo, como escribía al respecto Tom Engelhardt en una de esas fuentes informativas independientes a las que antes he aludido, EE.UU. sigue siendo el único país capaz y plenamente dispuesto a luchar en toda clase de guerras religiosas, económicas, políticas o de cualquier naturaleza a escala global. Ningún otro país o grupo de países puede competir contra ese “monopolio de la guerra”. Pero el pueblo de EE.UU. vive de espaldas a esa realidad, despreocupado de tantos conflictos desencadenados en su nombre. Los ataques mediante drones controlados a distancia, los ejércitos profesionales, la subcontratación de fragmentos de violencia estatal a empresas privadas y otros aspectos de la moderna estrategia de EE.UU. han hecho la guerra invisible para la mayoría de la población. Concluye Engelhardt: “La guerra: es lo que nosotros hacemos con más frecuencia y a lo que menos atención prestamos; algo muy deplorable”.
Sirva, pues, este comentario para sacar a la luz algo más que deplorable: el peligro que representa la mayor superpotencia militar del planeta capaz de desencadenar guerras sin que eso les preocupe mucho a sus ciudadanos. ¿No es una perspectiva inquietante para el resto de la humanidad?
República de las ideas, 21 de septiembre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/09/21 09:33:28.916000 GMT+2
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2012/09/14 09:50:2.920000 GMT+2
Una viñeta de El Roto, publicada en El País, puso en circulación el vocablo "cascotes" para referirse a los islotes africanos que, en la inmediata proximidad del territorio marroquí (cuando no unidos a éste por un istmo, como en Vélez de la Gomera), permanecen bajo soberanía española: "Perdimos las colonias, pero conservamos los cascotes", decía el bocadillo. Los "cascotes del Imperio", que en algún caso formaron parte de éste desde mediados del siglo XVI, vuelven a la actualidad informativa a causa del riesgo que para el Gobierno español implica su situación geopolítica: convertirse en puerta de entrada para la inmigración ilegal, de muy difícil, si no imposible, vigilancia y control.
Ya en 2002, con motivo del sainetesco "incidente de Perejil", la opinión pública cobró conciencia del problema, porque este peñasco, además, ni siquiera tenía entonces existencia oficial y nunca estuvo específicamente incluido entre las que fueron llamadas "plazas de soberanía", nombre oficial con el que se las distinguía del territorio del antiguo "protectorado español de Marruecos". Entre ellas no se incluyen Ceuta, Melilla ni la isla de Alborán, ciudades autónomas las dos primeras y territorio almeriense la última.
El conflicto producido recientemente por la llegada de inmigrantes al islote Tierra, del minúsculo archipiélago de Alhucemas, y su controvertida resolución, poco acorde con la legislación internacional relativa al caso, han suscitado un cúmulo de opiniones, no siempre coincidentes, sobre la utilidad de los diversos islotes y peñones, y han puesto en la balanza las ventajas y los inconvenientes de seguir conservándolos bajo la bandera española.
Una argumentación bastante común, que deseo rebatir en este comentario, sigue más o menos la siguiente línea. Los islotes y peñones no tienen ningún valor estratégico ni de otra naturaleza, ni para España, ni para la OTAN, en lo que casi todos coincidimos. Además, sin la colaboración de Marruecos, se pueden convertir en un coladero de inmigración ilegal. Aún más, ni siquiera son militarmente defendibles frente a un ataque por sorpresa, a menos de empeñarse en una guerra contra el presunto invasor. El conflicto de Perejil se resolvió entre bastidores, gracias a la mediación de EE.UU.
No obstante lo anterior, no son pocos los que opinan que la defensa de Ceuta y Melilla comienza en la línea de los islotes. "España no se entrega a trozos", se ha publicado como opinión de un general. "Si se ceden los peñones, Marruecos exigirá Melilla, Ceuta... y luego ¡las Canarias!", argumentan otros. Y siento diferir también de un compañero de profesión que utilizó esta metáfora: "Los peñones son el punto por donde puede saltar la carrera que deshaga la media". Lo que puede leerse en una web oficial, que afirma que los islotes son "posiciones avanzadas y atalayas de la patria", no pasa de ser retórica trasnochada, porque desde ellos poco puede defenderse y nada otearse que no hubiera sido observado ya por satélites y aeronaves.
El error estratégico inherente a algunas de esas opiniones es patente. Hay una contradicción esencial entre considerar a los peñones como primera línea de defensa de las ciudades autónomas, y asegurar, además, que los citados peñones son militarmente indefendibles. ¿Qué estrategia viable y razonable puede basarse en tan absurda contradicción? La confusión está en la pretensión de utilizar una sola estrategia -la militar- para alcanzar objetivos distintos.
Razonemos en sentido contrario: ¿cuál es la estrategia básica para la "defensa" de Ceuta y Melilla? No es la militar; ésta sería solo una segunda línea de defensa, y no la más deseable ni eficaz. La primera línea, la más decisiva y directa, es una estrategia "civil". Consiste en desarrollar una política orientada a los habitantes de ambas ciudades autónomas, que les haga mucho más deseable mantener su nacionalidad española que imaginar cualquier otra opción: independencia o soberanía marroquí. Esta es la línea fundamental sobre la que deberían concentrarse los esfuerzos de la política española hacia ambas ciudades autónomas.
¿Y respecto a los peñones e islotes? La respuesta más razonable es obvia: cederlos a Marruecos en la forma que mejor sirva para estabilizar las relaciones entre ambos países, en beneficio mutuo. ¿Por qué conservar algo que no solo es inútil y absorbe recursos humanos y económicos, sino que, además, es fuente de problemas de no fácil resolución?
Quizá el mayor obstáculo para adoptar una estrategia racional en este importante asunto sea el temor de los gobernantes, de cualquier tendencia política, a ser tachados de "abandonar territorio español". Cosa que antes que ellos hicieron sin desdoro reyes, generales y gobernantes, incluido aquel que, desde el ejercicio del supremo poder dictatorial, abandonó las antiguas "provincias" españolas en África (Sáhara y Guinea Ecuatorial). Por el contrario, haber sido capaz de resolver un secular problema español, dentro de unos elogiables parámetros de racionalidad e interés nacional, daría prestigio al Gobierno que lo lograse.
República de las ideas, 14 de septiembre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/09/14 09:50:2.920000 GMT+2
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2012/09/10 08:28:46.217000 GMT+2
No solo en España, sino también en otros países, es fácil observar una deriva política hacia posiciones de derecha. Se reducen los beneficios del Estado de bienestar, o incluso, como sucede en EE.UU., se abomina de la propia idea de un Estado capaz de intervenir para corregir las crecientes desigualdades sociales y económicas entre los ciudadanos. Aumenta la hostilidad hacia las minorías inmigrantes o hacia quienes participan en una cultura distinta de la dominante. Se identifica el patriotismo con una idea excluyente y agresiva respecto de los que son diferentes y se fomenta un espíritu presuntamente religioso, apoyado en los sectores más reaccionarios de las jerarquías eclesiásticas o los dirigentes espirituales.
Nada puede reprocharse, sin embargo, a una derecha que ha alcanzado el poder democráticamente y que procede a aplicar su ideología en cuanto dispone de los medios para ello. Si ha engañado o no a sus electores, y si cumple o no el programa electoral anunciado, son cuestiones secundarias, propias del juego político en toda democracia. En el caso de España, la mayoría absoluta de la que goza el partido gobernante es el resultado del deseo de los españoles en su conjunto. Quienes votaron en uno u otro sentido o se abstuvieron han de aceptar el resultado de los comicios y sus consecuencias inmediatas.
Esto no impide observar en el panorama mundial el preocupante fenómeno del crecimiento de una extrema derecha, fanática y, llegado el caso, violenta y asesina, nacida muchas veces al amparo de la derecha democrática y luego desgajada de ella, con la que suele convivir en una contradictoria relación. Atribuir a la extrema derecha una violencia asesina no es exageración. Hace poco más de un mes, un extremista de Wisconsin (EE.UU.) irrumpió en un local de la religión sij (de origen indio), asesinando a tiros a seis sijes y a un policía. Abatido el asesino, se descubrió su pertenencia a un grupo de "supremacía blanca" y su condición de fiel seguidor de los festivales musicales que en EE.UU. exaltan esta tendencia y sirven para hacer proselitismo "patriótico".
Un año antes, otro defensor de la pureza de la raza blanca, el noruego Breivik, había protagonizado un asesinato múltiple, de sobra difundido y conocido por todos. Sentenciado por su delito, solo lamentó "no haber podido asesinar a más personas" y se mostró como defensor de una Europa que estaba deshaciéndose bajo el influjo de la inmigración, a causa de la "debilidad" de los Gobiernos. En Alemania, también por aquel tiempo, se descubrió un grupo neonazi (llamado "Nacionalsocialista clandestino"), al que se atribuyó una docena de asesinatos racistas. En los últimos 20 años se han cometido en EE.UU. 145 asesinatos por personas de ideología ultraderechista.
No se trata, pues, de hechos aislados achacables a personas psicológicamente inestables. Aflora por todo el mundo, y crece apoyándose en las redes sociales de Internet, una extrema derecha que explota las penurias causadas por la crisis económica y la amenaza de un conflicto apocalíptico entre razas o civilizaciones, y que preconiza la necesidad -física y moral- de actuar con urgencia para evitar una inminente catástrofe. En EE.UU. se detectan dos factores adicionales: el odio exacerbado contra Obama y el creciente número de veteranos de guerra que retornan a la vida civil imbuidos de la necesidad de actuar con las armas: no hay que olvidar que un ciudadano estadounidense tiene más posibilidades de desahogarse a tiros en la vida civil que en el ejército.
No conviene pensar que el escaso número de votos que, por lo general, logran los partidos ultraderechistas, hace desestimable la amenaza que representan. La extrema derecha tradicionalmente ha promovido la acción directa, sin preocuparse de los procesos electorales, para alcanzar el poder. Los españoles poseemos claros antecedentes de esto, lo que deberían ayudarnos a reflexionar. En palabras del fundador de la Falange, registradas ya por la Historia en 1933, es legítimo el ejercicio de la violencia, "la dialéctica de los puños y de las pistolas, cuando se ofende a la Patria". Y si sus enseñanzas quedan ya un poco lejanas en el tiempo, bueno es saber que, en una entrevista publicada en enero de 2012, Jesús Calvo, capellán de la Falange y líder espiritual de la extrema derecha española, ha recomendado la "ilegalización de los partidos políticos porque, como dijo José Antonio, el mejor destino de las urnas es romperlas".
Así pues, en España también fueron sembradas las semillas ideológicas de la violencia de la extrema derecha, aunque de momento no hayan producido los amargos frutos que se han abatido sobre EE.UU. y Noruega. Los atentados del 11-S contra EE.UU. concentraron la atención de casi todos los Gobiernos en el terrorismo extremista de raíz islámica, y la desviaron del terrorismo de extrema derecha, como el que en 1995 ya había causado el brutal atentado de Oklahoma, a manos de un fanático de ultraderecha, o en España el asesinato de los llamados "abogados de Atocha" en 1977.
Los grupos de ultraderecha aparecen hoy menos peligrosos que las diversas facciones de Al Qaeda; pero su probada capacidad para asesinar y sembrar el terror debería incitar a los Gobiernos a extremar la vigilancia y ahogar de raíz cualquier rebrote de la violencia extremista que practican.
CEIPAZ, 10 de septiembre de 2012
Escrito por: alberto_piris.2012/09/10 08:28:46.217000 GMT+2
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