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2012/12/07 15:43:55.073000 GMT+1

Morituri te salutant!


Bronnie Ware es una enfermera australiana de cuidados paliativos, dedicada durante muchos años a atender a domicilio a pacientes en los últimos días de su vida (entre 3 y 12 semanas antes de morir), que ha publicado en internet sus reflexiones sobre las conversaciones que con ellos tuvo en momentos tan críticos para quienes eran conscientes de la inminencia de su fin.
 
Sostiene que muchas personas siguen madurando en esos días finales y que experimentan notables transformaciones: pasan por etapas de negación, temor, irritación, remordimiento, insistencia en la negación y, por último, aceptación de lo inevitable. Pero todos ellos -afirma- alcanzaron la paz antes de partir, lo que habla muy favorablemente de su capacidad profesional en tales circunstancias.
 
Cuando preguntaba a sus pacientes sobre las cosas de las que se arrepentían o sobre lo que les hubiera gustado haber hecho de modo distinto, llegó a la conclusión de que hay cinco ideas básicas que afloran insistentemente en la mayoría de los encuestados, valga esta palabra aún en tan especial situación. En su blog los denomina “Lamentos de los moribundos” (Regrets of the Dying). Merece la pena comentarlos aquí.
 
Una gran mayoría de ellos deseaban “haber sido capaces de vivir su propia vida, no la vida que los demás esperaban de ellos”. Son las personas que en esos momentos cobran conciencia de los muchos deseos que acariciaron y que nunca alcanzaron; además, perciben que eso ocurrió a causa de las decisiones que ellos mismos tomaron o de las que omitieron. La conclusión de Ware es que conviene satisfacer a lo largo de la vida algunos deseos, pues “la salud proporciona una libertad que muy pocos reconocen” hasta que se pierde y ya no es posible recobrarla. Lamentablemente, millones de seres humanos mueren sin haber podido hacerlo nunca, y no por su propia voluntad sino por el hecho de nacer y morir en ese populoso mundo donde se carece de lo más esencial, que en Australia o en Europa nos resulta todavía tan ajeno y tan lejano, aunque a veces empiece en nuestras mismas fronteras.
 
Casi todos los pacientes desearían “no haber tenido que trabajar tanto”. Se arrepienten de no haber atendido lo suficiente la niñez de sus hijos o la compañía de su pareja. La enfermera aconseja a sus lectores que simplifiquen el estilo de vida y que reflexionen si necesitan ingresos tan elevados y si no sería preferible ganar menos pero abrir nuevos espacios y posibilidades de bienestar. Es evidente que entre sus pacientes tampoco figuraron los desahuciados españoles a los que la desesperación incitó al suicidio, llenos de espacios de bienestar que no sabían cómo rellenar.
 
Otra reflexión se formula así: “Me gustaría haber sido capaz de expresar mis sentimientos”, pensamiento frecuente en quienes para vivir en paz con los demás refrenaron su personalidad. La autora recuerda que la amargura y el resentimiento que esto provoca afectan gravemente a la salud, y que es preferible aceptar las imprevisibles reacciones de los demás, sorprendidos cuando uno se decide a ser sincero, porque a la larga el beneficio es recíproco y se liberan las tensiones creadas por la represión.
 
“Desearía haber mantenido más contacto con mis amistades”, es el cuarto pensamiento común que ella analiza. Muchos fueron quedando atrapados por la vida y alejados de las viejas amistades que tanto significaron en otro tiempo y tan positivamente les influyeron. Todos echan de menos a los amigos cuando están muriendo, escribe rotundamente la enfermera. No se trata solo de dejar bien arreglados los asuntos económicos en beneficio de las personas queridas: al final “lo que queda en las últimas semanas es el amor y las relaciones de amistad”.
 
La quinta y última idea, de sorprendente frecuencia, se presenta así: “Me gustaría haberme dejado ser más feliz”. Muchos no advierten hasta los últimos momentos que la felicidad es una elección, asegura Ware. Han vivido inmersos en rutinas y hábitos, y la supuesta comodidad de la familiaridad ahogó sus emociones y sus vidas. El temor a cambiar les hizo disimular para hacer creer a los demás que estaban contentos, mientras que en el fondo de su ser ansiaban reír abiertamente o poner en sus vidas algún elemento absurdo o insensato.
 
Estos comentarios sirven, al menos, para dos cosas. Por un lado, a los que formamos parte del mundo privilegiado, el que posee agua potable, luz eléctrica, libros y música, nos hace reflexionar sobre lo que realmente debería importarnos a lo largo de nuestra vida, para alcanzar sus etapas finales con menos cosas de las que arrepentirse y con una mayor sensación de dominio y control de la propia vida.
 
Pero, por otro lado, y quizá el aspecto más importante de todo lo anterior, es el contraste de esos cinco pensamientos con las condiciones de la vida real hoy prevalentes en tantos países donde su simple mención causa sonrojo. ¿Podría trabajar menos la mujer del Sahel que recorre diez kilómetros diarios para llevar agua a su familia y ser así más feliz? ¿O expresar sus sentimientos la niña afgana obligada a casarse con el viejo que su padre le ha elegido? Por último, una reflexión: la psicología aplicada ¿sirve lo mismo para los ricos y para los pobres del mundo? ¿Pueden éstos permitirse el lujo de pensar en cuidados paliativos cuando toda su vida es una lucha por sobrevivir día a día?

República de las ideas, 7 de diciembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/12/07 15:43:55.073000 GMT+1
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2012/11/30 08:30:59.914000 GMT+1

Anverso y reverso de la CIA

Ha sido recientemente estrenada en España la película “Argo”, que con buena técnica y excelente interpretación sabe crear emoción en torno a un incidente secundario, relacionado con la llamada “crisis de los rehenes” en Teherán. El 4 de noviembre de 1979, medio millar de estudiantes chiíes asaltaron la embajada de EE.UU. en Teherán, instigados por el Gobierno del ayatolá Jomeini, exigiendo entre otras cosas la extradición del depuesto Sah, exiliado en EE.UU. para tratamiento médico, y la devolución de las cuantiosas sumas que éste había evadido al extranjero.
 
Todo el personal que se hallaba en la embajada en ese momento fue secuestrado salvo seis personas, que por azar pudieron refugiarse en la legación de Canadá, donde permanecían ocultos. La película describe las operaciones encubiertas de la CIA para organizar su salida clandestina de Teherán y su angustia ante el cúmulo de dificultades, casi insuperables, que habrían de enfrentar en el empeño. Es una loa a la eficacia operativa de la Agencia, personalizada en el protagonista, un agente que arriesga su vida en el cumplimiento de la misión que le ha sido asignada y la desempeña con total éxito. Las últimas imágenes del filme contienen también una alabanza a la cooperación entre EE.UU. y Canadá, naturalmente facilitada por el buen hacer de la CIA y sus agentes.
 
La película se detiene ahí. No narra acontecimientos posteriores relacionados con la crisis de los rehenes que, revelados años después al ser levantada la prohibición de consultar los documentos secretos relativos al caso, hacen aparecer otras perspectivas sobre la CIA y sus operaciones encubiertas, que dejan en bastante mal lugar a la famosa Agencia Central de Inteligencia.
 
El caso es que el panorama internacional se complicó mucho durante el invierno de 1979 y el posterior 1980. Las tropas de la URSS penetraron en Afganistán y la Guerra Fría se reavivó. En 1980 el presidente Carter ordenó una operación militar aerotransportada para rescatar a los rehenes, que fue un rotundo fracaso. Como escribe el historiador y diplomático brasileño L.A. Moniz Bandeira, en su muy documentado estudio “La formación del Imperio Americano” (Casa de las Américas, 2010), se sospechó que el fracaso fue propiciado por un sabotaje de la CIA. La Agencia discrepaba de la política de Carter, quien había reducido los medios asignados para realizar operaciones encubiertas de asesinato o intervención en países extranjeros. A tenor de lo que se explicará a continuación, esta sospecha tiene bastante fundamento.
 
La cuestión era que Carter, visto que por la fuerza no podía resolver la crisis de los rehenes, decidió utilizar vías diplomáticas y buscar un acuerdo con el Gobierno de Teherán: a cambio de los rehenes, prometió liberar una suma de 12.000 millones de dólares que el Sah había depositado en EE.UU. Teherán quería también recibir el copioso armamento encargado y pagado por el Gobierno del Sah, antes del triunfo de la Revolución Islámica, para poder enfrentarse a la invasión de los iraquíes, iniciada en septiembre de 1980, nuevo conflicto que agravaba la tensión en la zona. La muerte del Sah, ese mismo verano, eliminó uno de los obstáculos para el entendimiento entre Carter y Jomeini y parecía abrirse un camino a la resolución del problema.
 
Pero el conflicto que traería más graves consecuencias era puramente interno: en noviembre de 1980, los estadounidenses habrían de decidir entre reelegir a Carter o votar al tándem Reagan-Bush. Y aquí es donde la CIA volvió a trabajar en las sucias alcantarillas del poder. Porque mientras Carter negociaba con Teherán la liberación de los rehenes, George Bush y sus delegados se reunieron varias veces con otros representantes de Jomeini (el Hotel Ritz de Madrid albergó algunas de estas reuniones), utilizando los medios de la CIA, para prometer al Gobierno iraní un trato más favorable que el que le ofrecía Carter, si Reagan ganaba las elecciones. Un estudio de opinión había mostrado que, si los rehenes eran liberados antes de las elecciones del 4 de noviembre, la reelección de Carter era segura.
 
De ese modo se llegó a la llamada “Sorpresa de octubre” (October Surprise), cuando las negociaciones entre Carter y Jomeini fueron bruscamente rotas. Moniz muestra cómo los encuentros secretos entre los “renegados de la CIA” (los que apoyaban al candidato presidencial y traicionaban al presidente) y los republicanos por un lado, y la delegación iraní por otro, se pusieron de acuerdo para que Teherán no liberara a los rehenes hasta después de las elecciones, lo que ocurrió en los días que transcurrieron entre el 18 y el 20 de octubre, cuando el primer ministro iraní, de visita en Nueva York a la sede de la ONU, se negó a entrevistarse con el Secretario de Estado de Carter. La misma CIA que había liberado a los seis miembros de la embajada era ahora la que condenaba al medio centenar restante a un par de meses más de secuestro, solamente para favorecer las ambiciones electorales de Reagan y Bush y evitar la reelección de Carter.
 
A las 12.30 (hora de Washington) del 20 de enero de 1981, media hora después de la investidura de Reagan como presidente de EE.UU., partieron de Teherán dos aviones con los rehenes que habían padecido 444 días de cautiverio. Esto no lo narra la película comentada, pero forma parte de esos sucios albañales del poder que muy pocos directores cinematográficos son capaces de mostrar al desnudo.

Escrito por: alberto_piris.2012/11/30 08:30:59.914000 GMT+1
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2012/11/25 09:58:22.751000 GMT+1

De mi hemeroteca personal

España y Europa, de ayer a hoy

(Nota previa: este artículo fue publicado en el diario El Mundo -gracias a los buenos oficios del inolvidable Javier-, el 31 de agosto de 1996. No me considero profeta, pero la mayor parte de lo que en él se expone conserva hoy plena vigencia).

Europa era, para los españoles educados y madurados durante la dictadura, un sueño lejano: significaba democracia, partidos políticos, libertades públicas, elecciones... Para los menos motivados políticamente, Europa era allí donde podían comprarse los libros que aquí estaban prohibidos o ver las películas que nos proyectaban censuradas. Incluso para los menos favorecidos por la fortuna, Europa era aquel paraíso donde se conseguían buenos salarios (trabajando duro, por supuesto) y en unos años de emigración se podía consolidar el futuro de una familia humilde. En suma: la idea de Europa era algo estimulante que planeaba sobre los españoles del franquismo y nos deslumbraba por muchas razones distintas. Los menos expertos en cuestiones económicas no preveíamos que todo eso tendría un precio. Ahora ya lo sabemos.
      Ahora, no solo estamos en Europa sino que "somos" Europa. Formamos parte de la Unión Europea en pie de igualdad con aquellos países que, en años lejanos, nos parecían envidiables. Pero lo que Europa nos trae no parece tan estimulante como era años atrás. Y es comprensible, porque la Europa que se está construyendo es, sobre todo, la Europa para los ricos. España es pobre, al menos comparativamente hablando, por mucho que se intente disimular esta realidad. Y nuestra integración en Europa se parece bastante al deseo que puede tener una familia de pertenecer al más elitista club de campo de la capital donde reside. Eso está fácilmente al alcance de los ciudadanos privilegiados pero no de los chabolistas. O bien, si éstos últimos se empeñasen irracionalmente en entrar en tal club, habrían de sacrificarse mucho más que los que con naturalidad constituyen los estratos más altos de la sociedad. La Unión Europea se está constituyendo al modo de un club privilegiado al que pertenecerán con poco esfuerzo los países ricos y solo a costa de grandes penalidades, los pobres. España está entre éstos.
      Europa no requiere de nosotros una refinada investigación avanzada; no construiremos "chips" para los futuros ordenadores; no diseñaremos la tecnología del futuro. Como mucho, Europa espera disfrutar de nuestro sol, de nuestras playas y de nuestros servicios turísticos, y ello mientras no surjan, quizá en la misma orilla sur del Mediterráneo, quienes puedan ofrecer lo mismo, o mejor, a precios más baratos. Europa nos ha obligado a arrancar viñas, a sacrificar vacas, a producir menos leche, a capturar menos pescado. Aumentaremos nuestras plazas hoteleras, nuestros restaurantes, campos de golf, amarres de yates, sedes de congresos internacionales y otras instalaciones similares. Se intensificarán los viajes guiados. Harán falta más camareros -políglotas a poder ser- guías turísticos, vigilantes de playa, personal hotelero. Es muy probable que sobren licenciados, doctores e investigadores pero habrá demanda de traductores, intérpretes, sumilleres y quizá hasta enólogos.
      ¿Y militares? ¿Qué nos espera en cuanto a la defensa europea? ¿Qué aportará España a la futura OTAN? ¿A los ejércitos de la Unión Europea Occidental? ¿A los mecanismos de defensa militar de nuestro continente? Los militares europeos no están en vías de extinción. Van a sobrevivir largo tiempo, aunque su número se reduzca sustancialmente. La OTAN, aun desaparecido el enemigo que le dio objetivo y sentido, se transforma aceleradamente pero no presenta síntomas de descomposición. Más bien, la lista de aspirantes a ser aceptados como miembros de la organización está bien nutrida con antiguos países del Pacto de Varsovia. La errática política moscovita y la desconfianza con la que desde las capitales de lo que fue el Pacto de Varsovia se observan los acontecimientos en la Federación Rusa garantizan la pervivencia de la organización militar. Algunas campañas para generar un enemigo en el Sur, tan desmedidas como las que satanizaron al antiguo enemigo del Este, servirán para que la organización militar atlántica recupere su antigua dinámica.
      Dentro de ella, el papel de España no es más halagador que el que Europa nos tiene asignado en otros terrenos. Cubriremos el flanco suroccidental mediterráneo frente a lo que pueda venir del Magreb. Tenidos por "aliados fieles" (Turquía y España, en ambos extremos del Mediterráneo, comparten esta característica, en opinión de los círculos directivos de la Alianza), apenas nos atreveremos tímidamente a recordar a los socios más poderosos que los únicos riesgos militares que hoy día tiene España (los que conciernen a la defensa de Ceuta, Melilla y los islotes norteafricanos) no están cubiertos por la garantía defensiva de la OTAN, pero temerosos de hablar demasiado alto y molestar seguiremos aceptando tan equívoca situación. En verdad, considerando la suerte de Suecia, por ejemplo, o la trayectoria de Irlanda y Austria, quizá se nos hubiera dado mejor nuestro tradicional papel de países neutrales y no alineados. Pero eso ya es historia pasada, opciones descartadas, y hay que construir sobre el presente real y no sobre lo que pudo haber sido y no fue. Si se repite insistentemente que la OTAN evitó la guerra en Europa -lo que es muy dudoso y solo aceptado por los más crédulos- y si se afirma también que la entrada de España en la OTAN facilitó la democratización de nuestro ejército y la transición militar tras el franquismo -lo que resulta mucho más verosímil y realista- España se limitará a mantener su posición en la modesta tercera categoría a la que pertenece dentro de la OTAN. Y si esto no le gusta, estimado lector, basta con que mire hacia África, Chechenia o algunas zonas de Latinoamérica: hay quienes lo tienen todavía mucho peor. 

 

Escrito por: alberto_piris.2012/11/25 09:58:22.751000 GMT+1
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2012/11/24 09:02:45.682000 GMT+1

El pensamiento judío independiente

Los ojos del mundo se vuelven hacia las tierras palestinas, ahora que los medios de comunicación llevan a nuestros hogares el impacto del reavivado y sangriento conflicto entre Israel y el pueblo palestino de la zona de Gaza. Es comprensible la irritación que causa en la opinión pública mundial la violenta represión militar ordenada por el Gobierno de Tel Aviv, sobre todo cuando las víctimas civiles inocentes, judías o palestinas, muestran una vez más la irracionalidad de lo que está ocurriendo y la cerrazón de las autoridades israelíes.

Al escribir estas líneas llegan las noticias del alto el fuego acordado entre Israel y Hamás, con una cierta sensación de alivio. Casi a la vez se puede leer en internet este texto que traduzco del inglés: "Todos sabemos que incluso después de que caiga la última bomba o el último cohete -que esperamos sea lo antes posible- los palestinos que viven encerrados en Gaza (1.700.000) habrán de afrontar la cotidiana violencia estructural de la ocupación. Israel seguirá controlando la mayor parte de sus fronteras y restringirá los recursos que entran o salen. Proseguirán los asesinatos extrajudiciales, el agua no potable, la escasez artificial de alimentos y suministros médicos. Y continuarán las muertes a escala desproporcionada: desde 2006, luchando en este territorio han muerto más de 2.880 palestinos de Gaza y 45 israelíes".

Lo anterior no está escrito por una pluma palestina, antisemita, izquierdista o radical. El texto arriba reproducido continúa así: "Debido precisamente a que nosotros, los judíos, hemos sufrido la experiencia de haber sido olvidados por el mundo y encerrados en guetos, estamos moralmente obligados a enfrentarnos a todo lo que signifique sufrimiento y, especialmente ahora, a oponernos al asedio y a la agresión contra los palestinos de Gaza. Esto es debido, precisamente, a que en nuestra propia historia hemos aprendido que una gota de sangre derramada, no importa de quién sea, es siempre un gota de más".

Así pues, no todos los judíos apoyan la masacre palestina. Lo anterior es prueba de que existe un pensamiento judío que discrepa racionalmente de la violenta actuación del Gobierno de Netanyahu. Es conveniente que los lectores conozcan al menos una de estas fuentes: la organización Jewish Voice for Peace, radicada en Oakland (EE.UU.) y que, como su nombre indica, se esfuerza en difundir por todo el mundo una "voz judía para la paz".

Lo hace a través de su página web:
http://jewishvoiceforpeace.org/
que en los tiempos que corren es una ráfaga de aire limpio y de esperanza en una humanidad más justa y cooperativa. Con motivo de la situación actual en Palestina, acaba de publicar un breve recordatorio titulado "Las principales cosas que hay que saber sobre Gaza", que en un par de páginas borra de un plumazo algunos de los falsos estereotipos que muchos medios de comunicación occidentales mantienen sobre este asunto.

Resumo a continuación algunos de los temas tocados, utilizando el mismo vocabulario que el informe. (1) Gaza está siempre bajo asedio: en los mejores días, cuando no son bombardeados, 1.700.000 palestinos permanecen cautivos en una condición miserable. Israel controla sus infraestructuras eléctricas y de aguas residuales, así como los aspectos básicos de su economía; los palestinos no pueden salir libremente del territorio para visitar a sus familiares en Cisjordania o para recabar atención médica.

(2) ¿Quién inició las hostilidades? Aunque es opinión común que Israel se ve obligado a defenderse, la verdad es que ha roto numerosas treguas con Hamás, incluyendo la última. Tras unos días de calma, Israel asesinó al jefe militar de Hamás, un palestino moderado que dos horas antes había recibido la propuesta de una tregua, laboriosamente trabajada entre Israel y Hamás. El "derecho a defenderse" ¿no alcanza también a Hamás?

(3) Los medios utilizan un vocabulario engañoso. Se habla de un "ciclo de violencia", como si ambas partes tuvieran la misma fuerza y fuesen igualmente responsables de la violencia. A veces describen ataques "quirúrgicos" o "precisos", lo que implica una exactitud inexistente que produce numerosas víctimas civiles.

(4) El conflicto no puede llamarse "guerra", pues se produce contra uno de los más potentes ejércitos del mundo, con el apoyo, incluido armamento, de la superpotencia mundial que es EE.UU. Siempre son abominables los ataques contra la población civil, pero en este caso la diferencia numérica entre las víctimas de uno y otro bando es abrumadoramente desequilibrada.

El último aspecto que recopilo es (5): "No hay solución militar", porque "Israel utiliza periódicamente su poder militar como disuasión contra la rebelión de los palestinos en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Pero la ocupación y subyugación injustas de todo un pueblo no pueden mantenerse solo por la fuerza militar. La única solución a largo plazo, para palestinos e israelíes, es la que ofrezca libertad y dignidad a ambos pueblos".

El pensamiento judío se enriquece con estas aportaciones que, desde fuera de Israel, proyectan otras luces sobre este complicado conflicto que solo parece agravarse día tras día.

CEIPAZ, 24 de noviembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/11/24 09:02:45.682000 GMT+1
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2012/11/23 10:07:40.607000 GMT+1

Revive uno de los monstruos de la CIA

No hay que ahondar mucho en la reciente historia de Oriente Medio para recordar que, a finales de los años setenta del pasado siglo, los "muyahidines", palabra con la que son conocidos los luchadores en la guerra santa islámica o yihad, fueron un útil instrumento de la política de EE.UU., manejado por Zbigniew Brzezinski, el Consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter.

La omnipresente Agencia Central de Inteligencia (CIA) reclutó unos 100.000 luchadores en los países islámicos del Norte de África y de Oriente Medio, no solo para derribar al gobierno comunista de Afganistán, sino para desestabilizar también a la Unión Soviética, influyendo negativamente en las repúblicas soviéticas centroasiáticas, de mayoritaria población musulmana. Así alude a esto en sus memorias Robert M. Gates, exdirector de la CIA: "Las operaciones encubiertas que comenzaron hace seis meses con un coste de medio millón de dólares, crecieron un año después a varias decenas de millones e incluyeron la entrega de armas".

La CIA fue generosamente ayudada por los servicios secretos pakistaníes y contó con el apoyo financiero de Arabia Saudí y varios Estados del Golfo Pérsico; no vaciló en aprovechar los recursos del narcotráfico y llevó a miles de individuos marginales a campos secretos de entrenamiento del norte de Pakistán, en la provincia de Peshawar, la misma sobre la que ahora los drones de Obama se esfuerzan en destruir lo que entonces EE.UU. contribuyó a crear.

Los talibanes eran formados en una red de escuelas islámicas en Pakistán, de las que Osama ben Laden fue uno de los principales organizadores. Sus huestes, que algunos investigadores estiman en unos 10.000 mercenarios, fueron entrenadas en campos de la CIA; Washington los consideraba freedom fighters (luchadores por la libertad, como la "contra" nicaragüense) y eran instruidos por militares estadounidenses especializados en la guerrilla. Antes de que las tropas soviéticas invadieran Afganistán, informaba Brzezinski a Carter, sobre su proyecto: "Ahora tenemos la oportunidad de dar a la Unión Soviética su guerra del Vietnam".

Aunque algunos analistas en EE.UU. discrepaban del triunfalismo de la Casa Blanca y advertían del peligro de estar creando un monstruo que podría resultar incontrolable, desde el Gobierno se aseguraba que "esas gentes [los talibanes] son unos fanáticos, y así lucharán contra la Unión Soviética más ferozmente".

Precisamente ese monstruo está reviviendo estos días, tras haberlo hecho antes violentamente en otras ocasiones y de modos no previstos por la CIA, como ocurrió en Nueva York, en Madrid, en Londres, etc. Es un monstruo que cambia de cara para adaptarse a las circunstancias, y tanto aparece atacando al mundo infiel como luchando entre sí sus diferentes facciones, pero en todo caso está relacionado directamente con lo que EE.UU. cultivó y ayudó a crecer, para combatir a la URSS en Afganistán.

Ante la retirada de las tropas internacionales de Afganistán, prevista para 2014, un veterano señor de la guerra, Ismail Jan, ha sugerido reconstruir las antiguas milicias, aquellos grupos de muyahidines que combatieron a la URSS en los años ochenta y pelearon brutalmente entre sí en los noventa, hasta que bajo la supervisión de la ONU fueron desarmados a partir de 2001.

Jan asegura que las milicias combatirán mejor la insurgencia que el Ejército Nacional Afgano: "Lo he tratado en detalle con el presidente [Karzai], que fue un antiguo muyahidín, y estamos organizando listas de nombres y sistemas de reclutamiento para una formación de ámbito nacional". Su propósito es "establecer un Consejo General de Muyahidines para asegurar el futuro del país y para mantener el sistema islámico".

Atizando un poco más el fuego ya encendido, Ismail Jan ha acusado al actual Gobierno: "Se apoderaron de nuestra artillería y de nuestros tanques y los almacenaron por ahí como si fueran chatarra. A cambio han traído mujeres alemanas, francesas, holandesas, y hasta americanas armadas. Han traído soldados europeos blancos y soldados negros, y pensaban que podrían garantizar nuestra seguridad, pero no han sido capaces de hacerlo".

Aunque algunos simpatizantes de Jan han salido en su defensa diciendo que sus declaraciones han sido "sacadas fuera de contexto", desde el Gobierno de Kabul no se confirma la existencia de plan alguno para reconstruir las milicias. Por otro lado, el pueblo no olvida la guerra civil entre las múltiples facciones enfrentadas entre sí y teme una repetición de aquellas sangrientas calamidades.

No son pocos los que atribuyen este conflicto a una supuesta división del país en ocho zonas y a la pugna entre los antiguos señores de la guerra y los actuales gobernantes por hacerse con los mejores fragmentos del poder y procurar que los restantes queden en manos de sus fieles y allegados.

El monstruo que con tanta dedicación cuidó y alimentó la CIA, mientras le pareció dócil y útil para sus propósitos, se mueve ya libremente y no parece fácil volver a controlarlo.

República de las ideas, 23 de noviembre de 2012

 

Escrito por: alberto_piris.2012/11/23 10:07:40.607000 GMT+1
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2012/11/16 10:29:51.578000 GMT+1

Israel sigue en su laberinto

Se ha estimado que el magnate de los megacasinos, Sheldon Adelson, una de las personas más ricas de EE.UU. según Forbes, perdió 53 millones de dólares la noche del martes de la pasada semana. Es la cantidad que había invertido para apoyar al aspirante republicano a la Casa Blanca. Bien es verdad que esa cifra no representa mucho en una fortuna personal valorada en unos 25.000 millones de dólares y que espera seguir aumentando con la inestimable ayuda del Gobierno autónomo madrileño.
 
En paralelo con esa fallida inversión financiera, Adelson estará observando a estas horas el declinar de otra estrella política en la que tenía puestas muchas esperanzas, Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, cuya inocultable afinidad hacia el candidato Mitt Romney le ha dejado en una posición delicada ante el nuevo Obama.
 
Mal apuntan las cosas en Israel estos días. Además del recrudecimiento de las tensiones en Gaza, la latente crisis con el nuevo Gobierno egipcio, las crudas amenazas proferidas contra el Presidente de la Autoridad Palestina, si sigue avanzando hacia la integración en la ONU, y el temor a que una inédita versión de la “primavera árabe” sacuda a la oprimida población palestina, hay que sumar la nueva orientación de la estrategia de EE.UU., que está trasladando su foco desde Oriente Próximo al Lejano Oriente y al Pacífico. Se ha anunciado que el primer viaje al extranjero de Obama le llevará a Birmania, Camboya y Tailandia, subrayando significativamente la nueva política de EE.UU.
 
Ciertamente, Obama no podrá olvidar a Israel y a su actual Gobierno, porque las relaciones entre ambos países influyen en toda la política de EE.UU., incluyendo las campañas electorales locales, dado el poder de los grupos de presión proisraelíes y su enorme influencia en cuestiones que nada tienen que ver con la política exterior de la Casa Blanca. Pero, aún así, el equilibrio de la balanza EE.UU.-Israel ha empezado a modificarse de modo ostensible.
 
El fracaso de la nueva derecha estadounidense abanderada por Mitt Romney no solo ha mostrado su aislamiento respecto a una mitad de la población estadounidense, sino que también revela su falta de sintonía con el pensamiento de una notable mayoría del judaísmo en EE.UU., que cada vez rechaza más la anómala situación del pueblo palestino y empieza a desentenderse de un Gobierno, el de Netanyahu, con el que comprueba que crecen las dificultades para la solución de este grave problema mediante la fórmula de la biestatalidad.
 
Esta paulatina divergencia entre Tel Aviv y Washington puede conducir a nuevos conflictos que en Israel empiezan a preocupar a los sectores menos fanatizados. Estos perciben que la tenaz oposición de Netanyahu a regularizar la situación del pueblo palestino produce un efecto negativo sobre los intereses de EE.UU. en esta zona y obstaculiza su entendimiento con las sociedades que están emergiendo de la llamada “primavera árabe”.
 
No menos grave es el modo como Israel persista en avanzar en su obstinado deseo de intervenir militarmente en Irán, lo que llevaría a Obama a tener que desdecirse muy pronto de las significativas palabras que pronunció en su discurso de Chicago: “un decenio de guerra está ahora llegando al final”. Un enfrentamiento sobre esta crítica cuestión entre Israel y EE.UU. es algo que se teme en la Casa Blanca, ya que la política de Netanyahu deja muy poco margen de maniobra a Obama.
 
Ha venido a complicar más las cosas la publicación de un documento del ministerio israelí de Asuntos Exteriores donde se sugiere derribar al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, si se aprueba en Naciones Unidas la solicitud para ingresar como “Estado observador no miembro”, que va someterse a consideración de la Asamblea General el próximo día 29. El ministro, Avigdor Lieberman, no ha aprobado oficialmente lo que el documento expone, pero en la televisión nacional afirmó que “se aseguraría de que la Autoridad Palestina fuese destruida si su petición unilateral a la ONU es aceptada”, según informa la BBC. En alguna ocasión anterior declaró que el presidente Abbas es “el obstáculo que hay que eliminar”. El mismo documento indica que la solicitud palestina en Naciones Unidas sería “cruzar una línea roja que exigirá de Israel la más dura respuesta”.
 
Es difícil creer que la Secretaría de Estado de Obama, encabezada por la hasta ahora muy eficaz Sra. Clinton, pueda aceptar tales planteamientos, que anuncian nuevos enfrentamientos diplomáticos entre ambos países, con el temible telón de fondo de una aventura militar israelí contra Irán, que podría traer ahora consecuencias mucho más graves que la operación que en junio de 1981 destruyó el reactor iraquí de Osirak, durante la guerra entre Irán e Irak, fomentada y armada por EE.UU. y sus principales aliados. Las consecuencias de tal operación pueden resultar, a la larga, más peligrosas para toda la humanidad que la posesión iraní de algunas armas nucleares.

República de las ideas, 16 de noviembre de3 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/11/16 10:29:51.578000 GMT+1
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2012/11/11 09:07:59.599000 GMT+1

Tres problemas para Obama

Con renovados ánimos, según se deduce del discurso pronunciado en Chicago cuando se supo vencedor, Obama se va a enfrentar a viejos y nuevos problemas que habrá de encauzar o resolver durante los próximos cuatro años. Los más acuciantes para él se refieren a cuestiones de política interior, que son las que han movido al electorado. Pero el resto del mundo no permanece ajeno al modo como Obama aborde las relaciones internacionales, con la esperanza de que corrija algunas desviaciones entre su actuación durante el primer mandato y los propósitos e ideales que tan ilusionadamente expuso en la campaña electoral de 2008.

Tres asuntos vinculados entre sí, que afectan muy seriamente a la política exterior de EE.UU., esperan en la agenda de Obama: el problema de la ocupación israelí de Palestina, la guerra contra el terrorismo y el programa iraní de energía nuclear. Apenas han sido objeto de discusión en el enfrentamiento electoral entre Obama y Romney. No solo han estado ausentes del debate sino que han sido expresamente diluidos en una vaga nube de imprecisos contornos que a nada compromete. Sobre ellos apenas discreparon ambos candidatos, hasta el punto de que, en un debate, Obama interpeló así a Romney: "Gobernador: usted dice las mismas cosas que decimos nosotros, pero las dice gritando más".

No gritaba Romney cuando en su conocida intervención en Boca Raton explicó cómo afrontaría él la cuestión palestina: "Aspiramos a cierto grado de estabilidad, pero reconocemos que este problema seguirá sin resolverse... Esperemos que, con el tiempo, suceda algo que lo solucione". Obama no lo dijo así, pero su política respecto al pueblo palestino no ha sido muy distinta del audaz programa del candidato republicano, basado en que "suceda algo". Para que no quedaran dudas, Romney aclaró: "La idea de forzar a los israelíes para que cedan en algo, a fin de que los palestinos actúen, es la peor idea del mundo". En los cuatro años transcurridos, Obama no ha actuado de otro modo, aunque al comienzo de su presidencia sus palabras apuntaran en otra dirección.

La guerra contra el terrorismo ha sido tenazmente proseguida por Obama mediante los comandos de operaciones especiales y el uso repetido de los drones, para cazar a los terroristas y a los que aparentaran serlo, asesinando a un buen número de personas, miembros de Al Qaeda unas y víctimas inocentes de los errores "colaterales" otras. Podría decirse que los drones han venido a sustituir a los ignominiosos métodos de interrogación ampliada (alias tortura) habituales durante la presidencia de su antecesor, pues los han hecho innecesarios. Un terrorista muerto poco tiene que declarar y causa menos problemas que si es apresado.

Por último, el obstáculo que se presenta más formidable al "renovado" Obama es el de restablecer unas relaciones racionales con la República Islámica de Irán, que no dependan de la creciente paranoia por la seguridad del Gobierno israelí ni de la presión de los halcones del complejo militar-industrial de EE.UU.

Este obstáculo no es insignificante. Durante años, la opinión pública de EE.UU. (con el consiguiente eco en el resto del mundo occidental) ha sido bombardeada por medios de comunicación y por presuntos analistas estratégicos con la certeza de que Irán ha emprendido un programa para obtener armas nucleares, con las que atacar a Israel y a EE.UU. Cuando funcionarios de organizaciones internacionales y analistas independientes han discrepado de ese burdo análisis, la forma de rebatirlos ha sido recurrir al patrioterismo y al desprecio por las "débiles vías diplomáticas de un país [EE.UU.] en decadencia", incapaz de resolver rápidamente por la fuerza cualquier problema, como en tiempos pasados.

Convendría recordar, para valorar mejor la situación, las mentiras que hubo que urdir en Washington para desencadenar la invasión de Irak, atribuyendo a Sadam Husein análogas intenciones agresivas a las del presidente iraní.
Entonces fue algo más difícil convencer con rapidez a la opinión pública de esa patraña; ahora es más sencillo hacerlo, tras la insistencia con la que aquélla ha sido condicionada para asumir la amenaza iraní.

También Obama ha contribuido a incrementarla, aprobando duras sanciones contra el régimen de Teherán, recurriendo a acciones de guerra cibernética y operaciones encubiertas y con el reforzado despliegue naval en el Golfo Pérsico. Ahora, de él dependerá el desarrollo de los acontecimientos. Si responde a las bravuconerías que a veces se profieren en Teherán con la vieja frase de "bombardearles hasta que regresen a la Edad de Piedra" (ya usada en Washington respecto a Irak primero y a Pakistán después), nada habremos avanzado. La cruda realidad es que ni a Irán, ni a EE.UU., ni por supuesto a Israel, puede beneficiarles el desencadenamiento de un nuevo conflicto bélico en el Medio Oriente, de impredecibles resultados y que, con toda seguridad, conduciría a una situación mucho más peligrosa que la posesión de armas nucleares por Irán. Es seguro que Obama también lo sabe, pero, como en los pasados cuatro años, no siempre ha podido obrar según sus convicciones. Esperemos que esta vez lo consiga.

CEIPAZ, 10 de noviembre de 2012 

Escrito por: alberto_piris.2012/11/11 09:07:59.599000 GMT+1
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2012/11/09 10:30:19.333000 GMT+1

Obama: cuatro años más

De cuatro años más dispone ahora Obama para mostrar que el incumplimiento de muchas de aquellas promesas electorales, que en 2009 hicieron que una gran parte de la humanidad aplaudiera llena de esperanza su llegada a la Casa Blanca, no fue debido a una regresión de sus ideas y planteamientos políticos, sino a ciertos obstáculos externos que durante su mandato no fue capaz de superar. Y la esperanza que el renovado triunfo ha hecho renacer en quienes desde entonces fuimos perdiendo la fe en Obama se basa precisamente en suponer que recupere alguno de aquellos ideales que brillantemente expuso durante la campaña electoral de 2008.
 
Es cierto que sus actuales votantes, y los que apoyaron a su rival, han acudido a las urnas movidos sobre todo por cuestiones de política interior, dado el desinterés que el ciudadano estadounidense suele mostrar hacia los asuntos de la política internacional de EE.UU., que al resto de la humanidad son los que más afectan. Y las cuestiones que en el mundo muchas personas se plantean con angustia le sonarán a chino al granjero de las praderas centrales: ¿Qué más le da a éste que la guerra contra el terrorismo, sobre la que repetidamente oye a sus dirigentes políticos y militares afirmar que es el mayor peligro nacional, se conduzca mediante los drones y los asesinatos selectivos o ateniéndose a la legalidad internacional y al respeto por los derechos humanos?
 
La misma indiferencia muestra el núcleo básico del electorado de EE.UU. respecto a la candente cuestión del desarrollo nuclear iraní, a la amenaza israelí de desencadenar una agresión contra ese país o al irresuelto problema del derecho del pueblo palestino a disponer de un Estado propio. Ninguno de estos asuntos ha preocupado a los electores con la misma intensidad con que inquietan a los que, fuera de las fronteras de EE.UU., han seguido el proceso electoral.
 
Sabido es que la composición del Congreso no será favorable al nuevo presidente y que éste tendrá que lidiar, de nuevo, contra una hostil cámara baja. Pero aún así, cabe esperar que Obama recupere algo de sus antiguos ánimos y se apreste a afrontar con resolución viejos y nuevos problemas. Al menos, así lo ha anunciado en el discurso con el que ha asumido su nueva responsabilidad, al afirmar en sus primeras palabras que “lo mejor está a punto de suceder” (…the best is yet to come).
 
Sin embargo, las palabras con las que puso fin a su alocución dejan de nuevo un mal sabor de boca: “continuaremos avanzando y recordaremos al mundo por qué vivimos en la mejor nación de la Tierra” (…why it is that we live in the greatest nation on earth).
 
¿Cuál es el baremo que aplica Obama para calificar a EE.UU. como the greatest (mayor, mejor, más importante, etc.) nación del planeta? Si se refiere a su potencial militar, a su capacidad y a su disposición a resolver mediante la guerra cualquier conflicto, su afirmación es indiscutible pero no abre muchos caminos a una nueva esperanza. No hay que olvidar que esa incuestionable preeminencia militar no ha triunfado en algunos de los más graves conflictos protagonizados por EE.UU., desde Vietnam hasta Irak o Afganistán, y sólo ha servido para deteriorar más la situación de los países afectados.
 
Todavía es más discutible la frase citada si esa grandeza de la nación americana se refiere al respeto mostrado en todas circunstancias por la legislación internacional, los derechos humanos o a la soberanía de los demás países, muchos de ellos invadidos, controlados y explotados por aquélla repetidas veces a lo largo de la Historia.
 
Sería comprensible tan rotunda frase durante el desarrollo de la campaña electoral, como una táctica necesaria para inspirar a sus electores el elevado optimismo capaz de ilusionarles, pero parece excesiva y peligrosa una vez alcanzada la presidencia. Si, por el contrario, se trata de una sincera alabanza al ya conocido “excepcionalismo estadounidense”, esa esencia privilegiada de un pueblo que se cree elegido por Dios, que ha distorsionado la política exterior de EE.UU. durante más de dos siglos, mal síntoma sería para el resto del mundo esta convergencia de Obama con lo que es el credo fundamental del más fanático conservadurismo.
 
Porque esa es una visión que a muchos ciudadanos de EE.UU. les dificulta especialmente para entender conceptos básicos de la política internacional, ya que les impide percibir la hipocresía y la doble vara de medir que EE.UU. con frecuencia utiliza en cuestiones tan importantes como la promoción de la democracia, el armamento nuclear, el terrorismo de Estado y algunas otras no menos importantes.
 
Mejor haría Obama, al abordar su segundo mandato, en olvidar las vacías alocuciones patrioteras y, poniendo los pies en la tierra, aplicar todo lo que de positivo conserva la gran nación americana para ayudar a resolver, en pie de igualdad con otros Estados y cooperando lealmente con ellos, los graves problemas que aquejan hoy a la humanidad y que no se resuelven con portaaviones o misiles.

República de las ideas, 9 de noviembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/11/09 10:30:19.333000 GMT+1
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2012/11/02 09:00:4.476000 GMT+1

Obama, a pesar de todo

Transcurridos poco más de tres años, parece obligado reconocer que el premio Nobel de la Paz adjudicado a Obama en 2009, pocos meses después de asumida la presidencia de EE.UU., se fundamentó, sobre todo, en que sus promesas electorales y los primeros pasos de su mandato le hacían aparecer muy distinto a su predecesor. En realidad, se presentaba ante el mundo como el anti-Bush por excelencia, después de las nefastas repercusiones que la política exterior de George W. Bush había dejado en amplias zonas del planeta, allí donde su imprudencia y su criminal jactancia habían cubierto de sangre y ruinas varios países.

Los argumentos oficiales entonces difundidos por el Instituto Nobel parecen hoy palabras sin sentido. Los "esfuerzos extraordinarios para reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos" palidecen ante las realidades prácticas de la política imperial, cuando con un asalto aéreo viola impunemente la soberanía de un Estado (Pakistán) para asesinar a un terrorista (Ben Laden), o ataca desde las alturas, con los ya habituales drones, todo lo que parezca sospechoso de terrorismo en cualquier parte del mundo.

Hizo bien Obama en reconocer, en el discurso de aceptación del premio, que "comparado con algunos de los gigantes de la Historia que han recibido este premio -Luther King o Mandela-, mis logros son mínimos". Y éstos se reducirían aún más al quedar patente, al paso del tiempo, su incapacidad para cumplir la promesa de cerrar de modo definitivo la ignominia de Guantánamo, o de encarrilar el conflicto israelo-palestino, que claramente ha superado sus capacidades personales y ha puesto de manifiesto sus limitaciones.

Ante el nuevo proceso electoral para determinar quién será el futuro presidente de EE.UU., y aun sabiendo que al Obama de hoy poco le queda de aquel candidato ilusionante que encandiló al mundo en 2008, parece cobrar fuerza, fuera de EE.UU., la impresión de que Obama se presenta de nuevo como un "anti", el anti-Romney, el que evitará al mundo la vergüenza de que el único imperio realmente existente y operante como tal pueda ser gobernado por los ideólogos de una extrema derecha que creció y se fortaleció durante la era de Bush. Pensar que en la Casa Blanca podrían ejercer como asesores de la nueva presidencia algunos notorios miembros del Tea Party o fieles seguidores de la inigualable Sarah Palin extiende por el mundo estremecimientos de terror.

Pero ¿existen realmente diferencias entre ambos candidatos en lo que se refiere a política exterior, que es lo que más nos interesa a los que observamos este proceso electoral desde fuera de las fronteras del Imperio? Si hay que creer lo que proclamaron en el último debate ambos candidatos, la conclusión no puede ser menos esperanzadora. Intentando ridiculizar a su contrincante, Obama interpeló a Romney de este modo: "Gobernador, usted dice las mismas cosas que decimos nosotros, pero las dice gritando más". ¡Las mismas cosas! Veamos algunas: ambos siguen deseando que EE.UU. imponga al mundo la democracia por la fuerza, aunque sea mediante drones; ambos ignoran por igual la situación del pueblo palestino y respetan, también por igual, todo lo que decida el Gobierno israelí. Ambos amenazan a Irán, sin detenerse a analizar, con cuidado y sin los habituales fanatismos, el verdadero fondo de este problema. Ninguno dice qué va a hacer con Guantánamo. La lista podría ampliarse.

La realidad es que Obama, en cuestiones de política exterior, apenas ha dejado a su derecha espacio político para que se muevan a gusto Romney y los suyos. El discurso de ambos candidatos es casi el mismo. Es probable que la ironía presidencial le haya reportado ciertas simpatías entre sus seguidores, como cuando replicó a Romney, que tontamente le reprochaba que "la Armada de EE.UU. tiene hoy menos buques que en 1916", diciendo que "también hay menos caballos y menos bayonetas". Pero frases como ésta no pasan de ser un inútil desahogo verbal.

El mecanismo electoral estadounidense no es mejor que lo que de él se copia en otras partes. Hay que recaudar millones de dólares como condición previa a la candidatura, manipular la televisión con mensajes primitivos y desdeñables (a veces, simples calumnias), contratar asesores de imagen y someterse ciegamente a ellos, y cumplir con unos ritos que con toda seguridad, si hacen cambiar de opinión a alguien, poco tendrá esto que ver con el programa político presentado. Programa que, por otra parte, pocos creen que se llegue a cumplir según se expone.

En las últimas horas de campaña, los cuatro candidatos principales y sus seguidores se esforzarán por arrancar votos: no cualesquiera, sino aquellos que los analistas electorales consideren imprescindibles para inclinar la balanza a su favor. Los ciudadanos de un Estado dado pueden ser ignorados, porque no es decisivo; pero los de otro Estado serán cultivados y engañados, porque allí están los votos críticos que otorgan la victoria.

Así están las cosas. Pero no conviene asustarse ni indignarse por ello. Tampoco la alabada democracia griega era un ejemplo luminoso de lo más deseable. Quizá convenga echar mano de un viejo refrán español: "Del mal, el menos". Que gane Obama, pues, a pesar de todo.

República de las ideas, 2 de noviembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/11/02 09:00:4.476000 GMT+1
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2012/10/26 09:42:48.562000 GMT+2

¡Atención a la ciberguerra!

A tenor de lo que observamos hoy en día (1), si el Pentágono hubiera existido cuando Marx escribía y difundía El capital o El manifiesto comunista, vista la peligrosidad de las ideas en ellos expuestas y el riesgo que suponían para la estabilidad política del mundo capitalista, se hubiera creado enseguida una agencia militar, encuadrada entre los órganos de la defensa de EE.UU., responsabilizada de llevar a cabo la lucha contra los libros peligrosos.

Comandos especializados en descubrir en las librerías y bibliotecas (sin olvidar los domicilios privados) material enemigo en ellas infiltrado, y sistemas de vigilancia y detección remotas, para desvelar en posibles autores hostiles los primeros gérmenes de una obra de presumibles efectos nocivos, empezarían a organizarse bajo control de los mandos militares. Las agencias de tecnología avanzada al servicio de la defensa empezarían a proyectar alucinantes sistemas electrónicos al servicio de la nueva misión y los fabricantes del ramo correspondiente se frotarían las manos ante la perspectiva de un nuevo pozo sin fondo del que extraer renovados beneficios.

Esta hipótesis podría retrasarse en el tiempo y llevarla a la época en que los ilustrados franceses escribían la Enciclopedia, o cuando las obras de Voltaire hacían temblar los cimientos del Vaticano. Incluso sería aplicable a los monarcas hispánicos empeñados en reducir por las armas la influencia de Lutero y sus publicaciones en un mundo que se transformaba de día en día.

Militarizar los campos en los que se advierte el más mínimo riesgo contra el Estado y sus fundamentos es una tentación que siempre ha aquejado a todo gobernante. Contra ella se alza el extendido recelo, bien avalado por la Historia, de que poner en manos de la gente armada la defensa de cualquier resquicio que se aprecie en la seguridad del Estado suele conducir a la larga, y de modo más o menos encubierto, a poner también en sus manos la gobernación del país. La figura del dictador militar vino a resolver el dilema, pero ya no es aceptable por la mayoría de las opiniones públicas del siglo XXI, a causa del desprestigio que los caudillos han ido acumulando en el transcurso del tiempo.

Viene esto a cuento de unas noticias publicadas en la prensa de EE.UU. anunciando la creación en el Pentágono de un nuevo mando militar con la misión de hacer frente a las amenazas existentes en el ciberespacio, es decir, en el espacio virtual en el que funcionan los sistemas informáticos, tanto oficiales como privados.

Una vez definido el nuevo campo de batalla, la cuestión se plantea así: ¿se trata sólo de defenderse frente a las intrusiones agresivas en las redes informáticas? Es bien sabido que cualquier acción bélica defensiva, incluidas las de la ciberguerra, tiene siempre una contrapartida ofensiva. ¿Existen ya los medios, al servicio del Pentágono, para llevar a cabo acciones agresivas en el ciberespacio? (2). Y sobre todo, ante las cuantiosas sumas asignadas a estas actividades, ¿quién las va a controlar?

Un portavoz del Pentágono declaró: "No estamos cómodos al tratar de las operaciones ofensivas en el ciberespacio, pero creemos que éste es un campo de batalla. Necesitamos actuar en él, como en cualquier otro, lo que implica proteger nuestra libertad de acción y nuestra capacidad para operar en ese medio". Y Obama, por su parte, dijo el pasado viernes (3) que los atentados terroristas "no sólo pueden proceder de unos pocos fanáticos con un chaleco explosivo, sino de unas pocas teclas en un ordenador: un arma de perturbación masiva"; manifestó también su intención de crear en la Casa Blanca un responsable supremo de la seguridad cibernética para todo EE.UU.

El debate así iniciado en EE.UU. lleva a terrenos delicados que afectan a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Los ataques cibernéticos pueden iniciarse en países extranjeros, pero por su propia naturaleza carecen de fronteras y se desarrollan también en territorio propio, donde los servicios secretos tienen limitaciones legales de actuación. ¿Cómo afectará la guerra en el ciberespacio a la protección de la intimidad personal? ¿Y al derecho a no ser espiado o vigilado sin autorización judicial?

No se trata de un hecho aislado; es algo inherente a la mentalidad social. Si un ciudadano estadounidense, amedrentado por la guerra global contra el terror, prefiere ver desde su ventana soldados patrullando por la calle en vez de policías, no le importará que sea el Pentágono el que vigile la pantalla de su ordenador aunque él no lo sepa. Pero si conserva el espíritu libre e independiente de los fundadores del país, analizará con cuidado cómo la nueva militarización del ciberespacio puede afectar a sus libertades personales y procurará que el poder civil, democráticamente elegido, siga controlando al brazo armado de la nación también cuando éste penetra en territorios que hasta ahora le han sido vedados.

No es un debate que afecte sólo a EE.UU.: a los europeos nos llegará tarde o temprano (4) y habrá que decidir, antes de que sea tarde, en el eterno dilema entre seguridad y libertad; o, para ser más exactos: entre presunta seguridad y aparente libertad.

(1) Nota importante: El 2 de junio de 2009 publiqué este mismo comentario con otro título. Su contenido sigue hoy plenamente vigente, como observará el lector.
(2) Es preciso añadir que EE.UU. ha mostrado ya su capacidad agresiva en el espacio cibernético, en colaboración con Israel, para atacar a Irán, desde donde al parecer se replicó el mes pasado atacando a unos bancos de EE.UU. El mayor secreto envuelve a estas acciones.
(3) El 29 de mayo de 2009.
(4) ¡Ya nos ha llegado!

República de las ideas, 26 de octubre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/10/26 09:42:48.562000 GMT+2
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