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2013/02/08 08:55:33.044000 GMT+1

El oprobio va saliendo a la luz

La organización neoyorquina de derechos humanos Open Society Justice Initiative ("Iniciativa por la justicia en una sociedad abierta") forma parte de una fundación creada por el conocido magnate George Soros, cuyo propósito es ayudar a la formación de sociedades "vigorosas y tolerantes, con Gobiernos responsables y abiertos a la participación de todos los ciudadanos".

Su más reciente informe, titulado Globalizing Torture: CIA Secret Detention and Extraordinary Rendition ("La globalización de la tortura: detenciones y traslados secretos de la CIA"), muestra que 54 países extranjeros contribuyeron a las operaciones de secuestro internacional, detención ilegal y posterior tortura, que se multiplicaron por todo el mundo tras los atentados del 11-S.

Está comprobado el hecho de que la CIA no hubiera podido ejecutar tan vasto programa por sus propios medios, sin la participación de otros países. Por ello, la responsabilidad de los Gobiernos extranjeros implicados ha de considerarse junto con la de los altos funcionarios del Gobierno de Bush que, de modo plenamente consciente, violaron los derechos humanos en innumerables ocasiones y, en su inmensa mayoría, no han sido todavía procesados ni penalizados por ello.

Entre los países europeos que cooperaron a esta ignominia se incluyen Alemania, Austria, España, Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y Reino Unido. Conviene, no obstante, salvar honrosamente, aunque solo sea respecto a este turbio asunto, la reputación de Francia, Hungría, Noruega, Países Bajos y Rusia, que no figuran en tan vergonzosa lista. También en relación con nuestro continente, se comprueba que Lituania, Polonia y Rumanía albergaron prisiones secretas de la CIA e intervinieron en el transporte furtivo de detenidos, en lo que también colaboraron Finlandia y Suecia.

Canadá, cuyas credenciales democráticas y respeto por los derechos humanos suelen ser proverbialmente alabados, además de facilitar a la CIA el tránsito por su espacio aéreo -como otros muchos países, entre ellos España- filtró informaciones erróneas que permitieron detener a uno de sus ciudadanos y enviarlo a Siria, donde permaneció un año encarcelado y fue debidamente torturado. El Gobierno hubo de indemnizarle después.

En el citado informe se dice: "A pesar de los esfuerzos de EE.UU. y sus Gobiernos amigos para ocultar la verdad sobre los abusos actuales y los del pasado, seguirá abriéndose camino hacia la opinión pública la información relacionada con ellos. [...] Además, a la vez que los tribunales de EE.UU. han cerrado sus puertas a las víctimas de estas operaciones, ante los de otros países empiezan a acumularse reclamaciones legales contra los Gobiernos que participaron en ellas". De hecho, en estos momentos hay demandas planteadas ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra Italia, Lituania, Polonia y Rumanía; contra Yibuti, ante la Comisión africana equivalente; y contra diversas autoridades locales en Egipto, Hong Kong, Italia y Reino Unido.

El informe concluye conminando a EE.UU. y demás países involucrados a que admitan la verdad de su participación en tan ilegales operaciones, las repudien e investiguen la actuación de los responsables: "Estas medidas son esenciales, no solo para asegurar que la tortura y otras  violaciones de los derechos humanos no se repitan en futuras operaciones antiterroristas, sino también para mejorar su eficacia", porque como reconoció en 2006 la Asamblea General de la ONU "las medidas contra el terrorismo y la protección de los derechos humanos no son objetivos contrapuestos sino complementarios y coadyuvantes".

Lamentablemente, justo al escribir estas líneas, se ha revelado en Washington un documento secreto que autoriza el asesinato de ciudadanos estadounidenses (y, naturalmente, con menos remilgos si se trata de extranjeros) si el Gobierno les considera posibles agentes de un inminente ataque terrorista. ¿Quién decide y cómo se decide la inminencia de tal ataque? El memorándum da por sentado que "Al Qaeda atacará siempre que le sea posible", así que basta la simple sospecha sostenida por la autoridad correspondiente para desencadenar la ejecución ilegal. Ejecución que, según un portavoz oficial de la Casa Blanca, es algo "legal, ético e inteligente". Solo un incauto podría creerse la matización que torpemente añadió a tan burda declaración, explicando que su Gobierno "tiene mucho cuidado" al decidir a quién matar.

Se trata, pues, de la típica Ley del Oeste: "Vi en su mirada una clara amenaza y por eso le disparé antes de que desenfundara", como diría el pistolero al sheriff que pretende arrestarle. Pero aún queda un hilo de esperanza, pues el designado como futuro jefe de la CIA en la nueva administración de Obama deberá comparecer en breve ante una comisión parlamentaria. Entonces podremos intuir qué camino va a emprender Obama durante su segundo mandato, en asunto tan complicado como es compaginar la legítima protección frente al terrorismo con la inexcusable necesidad de sostener la democracia y proteger los derechos humanos, aspectos ambos que son los que más nos diferencian de los terroristas. Esperemos que no nos defraude una vez más.

República de las ideas, 8 de febrero de 2012

Escrito por: alberto_piris.2013/02/08 08:55:33.044000 GMT+1
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2013/02/06 10:10:5.479000 GMT+1

Israel contra el mundo

El informe sobre la ocupación israelí de los territorios palestinos, presentado el pasado 31 de enero y realizado a instancias del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (CDHNU) por una misión independiente presidida por una jurista francesa, pudiera ser el último semáforo rojo encendido ante la acelerada locomotora del Gobierno israelí, para frenar la enloquecida carrera que le lleva inevitablemente a chocar de frente contra el resto del mundo.

El diario Haaretz comentó al día siguiente que la común opinión local de que el CDHNU es una organización básicamente antiisraelí, en la que participan países que en nada respetan los citados derechos, "es un argumento que solo convence a los ya convencidos". Y añadía: "Para la mayoría de los Gobiernos del mundo, y no hablemos de la opinión pública internacional y del mundo de los negocios, el informe citado está aprobado universalmente". Recordaba que ningún país apoya la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania y que "hasta los más leales amigos de Israel están hartos de la política de expansión de las colonias adoptada por Netanyahu, porque pone en peligro la solución biestatal".

Aunque en la reciente campaña electoral israelí el asunto de la expansión de los asentamientos fue deliberadamente soslayado, este informe lo ha vuelto a llevar a un primer plano y, además, en condiciones muy adversas para el Gobierno en formación. En la próxima reunión plenaria del CDHNU, a celebrar en Ginebra en marzo próximo, el informe será aceptado y pasará a la Asamblea General y al Consejo de Seguridad. No solo deteriorará la imagen de Israel ante el mundo sino que puede convertirse en un grave problema de relaciones internacionales, según opina Haaretz.

El informe es demoledor. Según lo analizado, Israel vulnera el 4º Convenio de Ginebra que prohíbe trasladar población civil foránea a los territorios ocupados. Los asentamientos deben ser abandonados, pues además violan la continuidad del territorio palestino: "Es una especie de anexión progresiva". La presencia de los colonos israelíes es un atropello de las garantías fundamentales del pueblo palestino y le priva del derecho a la autodeterminación. La actuación del Gobierno de Netanyahu puede ser considerada en ciertos casos como un "crimen de guerra" que la Autoridad palestina podría denunciar ante el Tribunal Penal Internacional (TPI) de La Haya bajo los auspicios de la legislación universal. Por último, la inminente ratificación palestina del Estatuto de Roma (a lo que tiene derecho en su nueva condición de Estado observador en la ONU), que rige al TPI, puede llevar a Israel a "una rendición de cuentas de las graves quebrantamientos de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario".

El informe dice significativamente: "La Misión llama a todos los Estados miembros [de la ONU] a cumplir sus obligaciones bajo la ley internacional, a asumir sus responsabilidades en relación con un Estado que quebranta las normas de la legislación internacional, y a que no reconozcan específicamente la ilegal situación causada por las infracciones israelíes". En fin, la posición política del Gobierno israelí resulta socavada por todos sus flancos sin remedio alguno visible. Su reacción oficial, expresada por el ministro de Asuntos Exteriores, ha insistido en que el informe es "unilateral y sesgado", una muestra más de la postura antiisraelí del CDHNU. Hay que recordar, empero, que él mismo se negó a colaborar con la ONU, prohibiendo la entrada de la Misión al país. Quizá hoy esté arrepentido de su arrogante decisión, que en poco contribuyó a mejorar la imagen de su Gobierno: ¿Tanto era lo que había que ocultar?

 ¿Qué camino seguirá el nuevo Gobierno que debe nombrar Netanyahu, ganador parcial de los últimos comicios? ¿Expulsará al medio millón de colonos judíos que habitan ilegalmente en Cisjordania y en Jerusalén Oriental? ¿Destruirá el muro que fragmenta el territorio y que sigue ampliándose? ¿Resarcirá a la población palestina por los perjuicios causados por la ocupación y aceptará el bloqueo de suministros a los asentamientos por las empresas extranjeras, como exige el informe de la Misión? ¿Detendrá y juzgará a los colonos ya identificados, responsables de actos de violencia e intimidación contra los palestinos, y cuyas actividades no tienen visos de cesar?

Lo que está en juego en este enrevesado conflicto no es ya solo el futuro del pueblo palestino, víctima forzosa de la situación creada por fuerzas que nunca pudo controlar, sino también el legítimo bienestar del pueblo judío. Sus dirigentes no deberían arrastrarlo a situaciones límite como la de aquel Sansón que pedía a Jehová la muerte de sus enemigos, en uno de los primeros atentados de terrorismo suicida que registra la mitología judía: "¡Muera yo con los filisteos!". Porque entre los filisteos que hoy podrían sufrir los efectos de una irracionalidad al estilo del bíblico juez israelita está hoy gran parte de la humanidad, suficientemente aquejada de serios problemas como para añadir uno más. Solo cabe desear que la ONU, de donde ha surgido la grave y fundada denuncia que aquí se comenta, disponga de los medios y la voluntad imprescindibles para controlar esta crítica situación y llevar a los terrenos del diálogo y del compromiso lo que por ahora parece abocado a convertirse en un choque frontal de trenes.

CEIPAZ, 5 de febrero de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/02/06 10:10:5.479000 GMT+1
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2013/02/01 10:15:11.826000 GMT+1

Estrategias inconexas en Mali

Con una estrategia clásica, la fuerza expedicionaria francesa en Mali, en colaboración con unidades del ejército nacional, ha recuperado la mayor parte del territorio que había caído en poder de los islamistas y los sublevados tuaregs. La ocupación de la simbólica Tombuctú, sin apenas oposición enemiga, ha puesto fin temporal a la fase más intensa del conflicto y parece haber dado la razón a las armas francesas, que han aplicado con éxito el manual típico de la batalla aeroterrestre: fuerte castigo previo de los medios enemigos mediante un intenso bombardeo aéreo, con el subsiguiente avance y posterior ocupación del terreno.

A ello también han contribuido -naturalmente de forma involuntaria- los rebeldes islamistas al pretender actuar como si fueran un ejército regular, ocupando ciudades e imponiendo en ellas su dominio material. Desde el momento en que unas fuerzas guerrilleras se hacen presentes de forma visible en lugares concretos y se guarnecen en ellos, pierden su principal ventaja, que es la de combatir sin frentes preconcebidas y la de permanecer embebidos y dispersos entre la población que desean dominar. Aun provistos del variado arsenal que puso en sus manos la catástrofe libia, carecían de todo lo demás que les hubiera permitido enfrentarse a las armas francesas: infraestructuras, logística, mandos, disciplina, comunicaciones y, por supuesto, aviación.

Al escribir este comentario, los informes indican que los rebeldes se han retirado hacia el norte del país, en la región de Kidal, fronteriza con Argelia, y al hacerlo han recuperado parte de las cualidades favorables a toda guerrilla, dispersándose y probablemente reorganizándose de otro modo para seguir manteniendo en jaque al Gobierno de Bamako y hostigar a los países contiguos. De ahí que la principal preocupación de París sea ahora dejar en manos de los Estados africanos la fase final del conflicto que, teóricamente al menos, debería "seguir el camino de la democracia y atender a la reconciliación nacional", en palabras de Laurent Fabius, ministro francés de Asuntos Exteriores.

Esta fase posterior implicaría también ayudar al ejército maliense tanto en armas y pertrechos como en la formación y preparación para el combate, a lo que de diversos modos y con mayor o menor grado de implicación se han comprometido ya varios países. Hasta aquí, los planes previstos no presentan nada extraño y siguen la lógica normal en anteriores operaciones internacionales.

Pero hay algo que puede complicar bastante la resolución definitiva del conflicto: el pasado lunes se firmó un acuerdo entre EE.UU. y Níger para instalar en este país una base de aviones de ataque sin piloto (drones). Es un claro síntoma de que Obama pretende reforzar en el continente africano su personal guerra contra el terrorismo mediante ese tipo de aviones, cuya actividad tanto ha crecido bajo su presidencia. Hasta el presente, éstos han operado desde bases instaladas en Yibuti, Etiopía y Burkina Faso, pero Níger está mejor situado respecto a Nigeria y Argelia, países ambos donde parece reforzarse el extremismo islámico, a juicio de Washington.

La principal razón que se aduce para recurrir a estas aeronaves es la falta de elementos y órganos de inteligencia desplegados en la zona del Sahel, donde el espionaje de la CIA adolece de serias lagunas. Ya en julio del año pasado publiqué en estas páginas un comentario ("África en el juego internacional") donde se mostraba la preocupación de Washington por la falta de información relacionada con Mali, tras el golpe de Estado de marzo de 2012, y los fallidos esfuerzos para penetrar en el desconocido país.

Ahora se trata de subsanar esa carencia recurriendo, una vez más, a los omnipresentes drones. Pero si su acrecentado empleo ha creado a EE.UU. problemas adicionales en Pakistán, Afganistán, Yemen y Somalia (países donde desde 2004, en más de 360 operaciones, han aniquilado a unos 3500 insurgentes y casi un millar de civiles inocentes), su previsible actividad en el Sahel hará más difícil la pacificación de la zona. Si en Pakistán la CIA dispone de informadores e infiltrados que desde tierra ayudan a determinar los posibles objetivos para los drones, los Estados del Sahel son una incógnita para la Agencia, y el contraproducente efecto de las víctimas "colaterales" podría dar al traste con la benévola disposición con la que, por ejemplo, los habitantes de Tombuctú recibieron hace un par de días a las tropas francesas.

Los estrategas del Pentágono deberían aprender de los errores hasta ahora cometidos en sus dos últimas guerras perdidas (Irak y Afganistán), la primera por negligencia en la previsión de lo que ocurriría "después", y la segunda por conceder un casi exclusivo crédito a la fuerza de las armas, a "vencer sin convencer". Contribuir a agitar el avispero islámico con indiscriminados ataques desde el aire no va a contribuir mucho a estabilizar una zona donde el fanatismo, la pobreza y la explotación forman el fértil substrato donde crece el terrorismo.

República de las ideas, 1 de febrero de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/02/01 10:15:11.826000 GMT+1
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2013/01/25 10:20:44.267000 GMT+1

Obama, versión.2

El fin del primer mandato de Obama ha permitido valorar el déficit entre los deseos e ideales que expresó en su toma de posesión, hace cuatro años, y lo que en realidad ha logrado hasta hoy. A la luz de esta valoración es como se debería leer el discurso inicial de su segundo mandato, del que algunos fragmentos hacen recordar las brillantes invocaciones de progreso para la humanidad que Olof Palme promovió en su época.

Parece obligado combinar lo anunciado por Obama, desde la tribuna en la que reasumió la presidencia de EE.UU., con el modo real como se ha desempeñado al timón de la Casa Blanca. No todo son brillantes luces que alumbran la esperanza. Desde su triunfo en noviembre de 2012, algunas de sus decisiones inducen a la duda. Cuando en octubre de 2002 se planteó ante el Congreso de EE.UU. la decisión de atacar a Iraq, Chuck Hagel, senador republicano por Nebraska votó a favor de la guerra: Obama lo ha convertido ahora en su nuevo Secretario de Defensa. De igual modo actuó John Kerry, entonces senador demócrata por Massachussets: Obama lo ha nombrado Secretario de Estado, para suceder a Hillary Clinton. Y ha designado para dirigir la CIA a John Brennan, que se vio implicado en los escándalos de tortura de la Agencia durante el mandato de Bush. ¿Es que se han visto deslumbrados por la luz que irradia Obama y se han convertido a la nueva fe? ¿O es que Obama mantiene una extraña conexión virtual con aquel pasado que pretendía olvidar y superar?

Menos notables, pero quizá más peligrosas a largo plazo, son ciertas tendencias que se han reforzado desde 2009, como consecuencia directa de la política exterior de EE.UU. La prensa internacional no se hubiera hecho eco de una inédita carrera armamentista entre China y Japón -que algunos medios titulan "La guerra de los drones"- si Obama no hubiera depositado en esos aviones de ataque no tripulados una confianza sin límites para resolver por la fuerza algunos problemas con que se ha enfrentado.

Drones y armas nucleares han seguido caminos paralelos en la historia bélica: la industria estadounidense los concibió e inició su fabricación, y enseguida fueron incorporados a la estrategia de EE.UU., que basó en ellos su poder militar y político. Como consecuencia inevitable, otros países siguieron el mismo camino. La proliferación nuclear está teniendo ahora un eco paralelo en la acelerada multiplicación de los drones, en manos ya de una docena de Estados, mientras otros los copian o desarrollan. Previstos para la observación profunda del terreno en toda clase de condiciones, pronto se transformaron en aparatos de ataque desde el aire contra objetivos terrestres.

Obama y el Pentágono por él dirigido son los inmediatos responsables de un nuevo riesgo que, sin las apocalípticas amenazas de lo nuclear, hace nacer una nueva "moda" bélica, que se extenderá por todas las zonas del planeta donde, como ocurre ahora en el Mar de la China, existan conflictos territoriales. Así es como EE.UU. persigue y aniquila terroristas a través de las fronteras sin arriesgar la vida de sus tropas, en Yemen, Pakistán, Somalia, Afganistán, etc.

Esas aeronaves constituyen el arma ideal para el tradicional belicismo de importantes sectores políticos de EE.UU., porque les permiten ejercitar el "músculo militar" de la superpotencia sin temor a padecer los estigmas de una derrota a estilo Vietnam: retirada de las tropas, evacuación de bajas, ataúdes y honras fúnebres rendidas a los muertos. A distinta escala y con otros medios, se trata de la misma teoría estratégica que en el pasado sostenía que el bombardeo aplastante por sí solo conduciría a la victoria. Sin embargo, los grandes conflictos desde la 2ª Guerra Mundial han mostrado que no se ganan las guerras atacando solo desde el aire y sin pisar el suelo.

Desde que Obama intensificó los ataques con drones nada indica que Al Qaeda sea derrotada desde el aire. Aniquilar a un líder terrorista con un misil aire-tierra hará que enseguida sea relevado por otro probablemente más fanático; y si en ese ataque muere población civil inocente, el terrorismo reclutará nuevos combatientes y crecerá la hostilidad popular contra el atacante, propiciando los ataques suicidas. Se estima que en Oriente Medio los drones han causado ya más víctimas inocentes que los atentados del 11-S.

Las armas nucleares sembraron terror en el mundo, hasta que se advirtió que, más que armas de guerra, eran simbología del prestigio nacional, porque ningún político sensato hubiera recurrido jamás a ellas. Los aviones de ataque sin piloto representan un peligro mayor porque están siendo utilizados profusamente aunque violan la legislación internacional, agravan la conflictividad en muchas zonas del planeta y, a caballo entre los juegos electrónicos de guerra y la guerra real, separan la muerte y la sangre de quienes sin riesgo alguno las provocan. El Pentágono instruye hoy más pilotos de drones que de aviones de combate.

Aun abrumado por los problemas internos que necesita resolver, Obama no debería ignorar las consecuencias de su afición por la guerra a distancia, aunque ésta llene de orgullo a un pueblo que no desea perder su condición de única superpotencia militar y sigue valorando su historia por el número de guerras ganadas.

República de las ideas, 25 de enero de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/01/25 10:20:44.267000 GMT+1
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2013/01/18 10:30:58.170000 GMT+1

Torturas, helicópteros y... algo más.

Lo que el espectador de "La noche más oscura" retendrá probablemente en la memoria al paso del tiempo es la impactante visualización de las variadas técnicas de tortura que la CIA aplicó profusamente en las cárceles secretas que fue abriendo por el mundo, para cumplir la misión asignada por su Gobierno en la "guerra contra el terrorismo". Esto se debe a que no son muchas las personas que hayan podido presenciar in situ una sesión de "interrogatorio reforzado", repugnante eufemismo utilizado por la Agencia para referirse al ahogamiento simulado, la humillación sexual, el aislamiento total, el terror inducido y demás artes imaginadas por eficaces y patrióticos funcionarios del Estado, a cuyo lado los métodos de la Inquisición parecen toscos trucos de principiante.

Pero el filme dirigido por la californiana Bigelow presenta otros matices, de más calado que el simple muestrario de las torturas de la CIA y que pueden pasar desapercibidos. La traducción al español del título original hace perder uno de ellos e introduce a la vez la dudosa afirmación de que la noche en que Ben Laden fue asesinado por un comando de la Navy fuese "la más oscura". Atribuyámoslo a una licencia retórica, como la de aquella película que hace cincuenta años nos aseguraba que el "Día D" fue "el más largo", aunque esto podía aceptarse mejor: faltaban pocos días para el solsticio de verano de 1944. Zero Dark Thirty es una expresión propia del argot militar de EE.UU., que atendiendo estrictamente al diccionario de la RAE se traduciría como: "A las tantas". Así pues, el título original sitúa la acción en las horas en que se produjo, pero también, y lo que es más importante, la encuadra desde el comienzo en el ámbito militar. Resalta así la progresiva militarización de la CIA, que hoy combate a los supuestos terroristas con sus drones. Ya no es solo una agencia de intelligence: suplanta a las fuerzas armadas en algunas de sus misiones específicas.

Hay otro matiz que quizá pierda el espectador retrasado que busca asiento en la oscuridad con la que comienza la proyección, mientras se escuchan las angustiosas llamadas de los que van a morir en el atentado contra las torres gemelas. Sus voces van atenuándose mientras la imagen se abre sobre el torturado Ammar, violentamente manipulado por unas figuras enmascaradas que le cuelgan izándole por los brazos. El mensaje está claro desde los primeros minutos: "aquello" trajo "esto", es decir, hay que torturar porque antes nos atacaron y ahora necesitamos descubrir a los culpables.

¿Sólo descubrir? No: eliminarlos. Un jefe de la CIA lo expresa con claridad: I want targets. Do your fucking jobs. Bring me people to kill. "Necesito objetivos; haced vuestro condenado trabajo. Traedme gente a la que matar". Así pues, el corazón de la película se centra en dos núcleos: (1) la tortura permite descubrir a los terroristas, y (2) éstos no son poseedores de derechos humanos que les protejan de ser condenados sin juicio.

El primer asunto fue magistralmente tratado por Javier Ortiz en su monólogo teatral "José K. torturado" (Ed. Atrapasueños, 2010). Un terrorista apresado reconoce haber instalado en un lugar público una bomba que explosionará en breve. ¿Es lícito torturarle para evitar la matanza? ¿La tortura admite excepciones? Quien justifica la tortura una vez ¿no está abriendo una puerta que no podrá cerrar? ¿no inicia un "viaje moral sin retorno"? (Con palabras de Isaac Rosa en el prólogo a esta obra).

"La noche más oscura" explícitamente confirma que EE.UU. utilizó la tortura lo mismo que hicieron otros regímenes políticos (los de Hitler, Stalin et alii) a los que Washington consideró abominables. La alardeada excepcionalidad moral de EE.UU. no parece inmunizar a la "tierra de los hombres libres" contra esta aborrecible depravación. El protagonista agente de la CIA alecciona al torturado sobre la eficacia de sus métodos: "Al final todos se rompen, tío, es biología" (In the end, everybody breaks, bro': it's biology).

Condenar y asesinar sin juicio nos hace retornar a épocas pretéritas de una humanidad "deshumanizada", a la que la Ilustración, la democracia y los derechos humanos enseñaron nuevos modales. Es el segundo aspecto a considerar en la polémica suscitada en EE.UU. por la película: ¿No era Ben Laden objeto obligado de un juicio internacional, como los que en Nuremberg condenaron a los asesinos nazis?

Merece destacarse, por último, el realismo de la película. Si el lector desconoce lo que se siente durante el vuelo rasante nocturno en un helicóptero militar con la tensión propia de una acción inminente, la secuencia en la que los dos comandos SEAL de la Navy vuelan desde la base afgana a Abbottabad es una de las grandes cumbres cinematográficas de la acción bélica. Y más verosímil que el famoso ataque aéreo de los helicópteros del coronel Kilgore en Apocalypse Now, sonorizado por Wagner. En fin: helicópteros y torturas pueden actuar en esta película como benéfica distracción respecto a la cruda realidad que encierra el episodio narrado: el asesinato de un terrorista descubierto en un país neutral, prescindiendo de cualquier consideración de derecho internacional y violando toda la legalidad vigente.

República de las ideas, 18 de enero de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/01/18 10:30:58.170000 GMT+1
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2013/01/11 10:09:49.759000 GMT+1

Una imagen en negativo

Muchos conflictos que, enquistados al paso del tiempo, parecen ser de imposible resolución, encontrarían vías de arreglo si se analizase lo que se puede llamar "la imagen en negativo" del problema. Se trata de invertir los términos de la ecuación, de modo que lo que en la copia aparece en negro se vea en blanco en el negativo y viceversa. Trasladado a términos de enfrentamiento político, el resultado es, valga la paradoja, muy positivo: permite contemplar y estudiar la situación y el desarrollo de los acontecimientos tal como si éstos fueran vistos a través de los ojos del rival. La idea no es nueva: Sun Tzu ya tenía dicho que el general que sabe penetrar e instalarse en la mente del jefe enemigo tiene ganada ya la mitad de la batalla.

Traduzco y extracto para los lectores una imagen en negativo, original de Nick Turse, el incansable periodista, historiador y ensayista que dirige la web TomDispatch.com, a la que denomina "Un antídoto regular contra los medios hegemónicos" (A Regular Antidote to the Mainstream Media): "Imaginemos un mundo en el que EE.UU. es una potencia regional, no una superpotencia. Un mundo donde la nación más poderosa, China, ha invadido México y Canadá, derribando a ambos Gobiernos. Donde China ha instalado bases militares desde Canadá a Centroamérica y sus dirigentes alardean abiertamente de ejecutar operaciones encubiertas contra EE.UU. Donde China ha efectuado ataques cibernéticos contra las instalaciones nucleares de EE.UU., envía aviones espía sobre EE.UU. y sitúa portaaviones junto a sus costas. ¿Qué pensaría el pueblo de EE.UU.? ¿Cómo reaccionaria su Gobierno? Pues muy parecido a como lo hacen hoy los dirigentes teocráticos de Teherán. Después de todo, el Gobierno iraní ha visto cómo EE.UU. invadía los países vecinos, anunciaba operaciones secretas contra Irán, lo rodeaba de bases militares, lo sobrevolaba con sus aviones espía, ejecutaba operaciones navales en sus costas, acumulaba potentes fuerzas militares en sus proximidades e iniciaba una guerra cibernética".

Si además China estableciera estrechas relaciones con los países americanos, atrajera a su órbita a Canadá y México y los saturara con armas ofensivas de última generación ¿cómo reaccionaría el Gobierno de EE.UU. y qué pensaría su población? Pues algo muy parecido a como hoy piensan y sienten el Gobierno y el pueblo iraníes. Parece sencillo de entender ¿no?

Este es el objeto de las imágenes en negativo. Ayudar a comprender las reacciones del antagonista y no limitarse, como ocurre en este caso concreto, a aceptar los rebuscados, y a menudo falsos, argumentos que inventan los dirigentes políticos (de EE.UU. e Israel) que se aprovechan del ambiente bélico, los medios de comunicación que atizando las pasiones y los temores populares ven aumentar su influencia política y sus cuentas de resultados, y las poderosas corporaciones del complejo militar-industrial que en la guerra, o en el temor a que ésta estalle, tienen la publicidad más provechosa a la que jamás podrían aspirar si en el horizonte alumbraran signos de paz.

En plena Guerra Fría, y aunque las circunstancias en poco se parecían a las actuales, tras años de tener a la China comunista como uno de los más peligrosos enemigos de EE.UU. Kissinger visitó en secreto en 1972 a los dirigentes de Pekín e inauguró una nueva etapa ("la diplomacia de la cooperación") entre ambos países, hasta el punto de que el presidente Nixon pudo viajar a China y firmar acuerdos con su Gobierno.

En 2009 Obama se dirigió abiertamente al pueblo iraní pidiendo "un compromiso moldeado y sustentado en el respeto mutuo" entre ambas naciones. ¿Sería mucho pedirle que recordara esas palabras y diera ahora un paso adelante, con valor y firmeza, para deshacer uno de los más peligrosos malentendidos que amenazan a la humanidad?

Es el malentendido que por un lado entorpece la política de Obama, que no desea la guerra contra Irán pero se verá forzado a hacerla si llega a sospechar la inminente construcción de "la bomba", y que por otra parte encierra al Gobierno de Teherán en un laberinto sin salida, pues su máximo dirigente religioso se opone a las armas nucleares y aspira a un entendimiento sobre esta cuestión con el resto del mundo, pero exige un mínimo respeto a su soberanía, en lo que no le falta razón.

El mismo malentendido que, también, como producto de una obstinación irracional que dura ya casi tres decenios, a la vez que hace sonar en Washington y Tel Aviv los tambores de guerra y anuncia enormes amenazas hoy muy improbables, está ayudando a los más extremistas sectores iraníes, empeñados en hacerse con esas armas que su Gobierno no desea poseer.

Hay dos condiciones que facilitarían la resolución del conflicto: (1) Que EE.UU. entendiese que sin derribar al régimen iraní podría llegar a acuerdos con él. (2) Que se declarase la desnuclearización total en Oriente Medio como objetivo de máximo interés para la humanidad. Irán y los países del Consejo de Cooperación del Golfo lo aceptaron en el pasado. Israel lo rechazó. Pero si Obama, en su segundo mandato, lograra avanzar algo por este camino, pasaría a la Historia en ese puesto de honor al que suelen aspirar casi todos los presidentes de EE.UU.

República de las ideas, 11 de enero de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/01/11 10:09:49.759000 GMT+1
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2013/01/04 10:31:5.713000 GMT+1

El año de Stalin

El pasado 18 de diciembre, en un pueblo georgiano se inauguró un monumento a Stalin con motivo del 133º aniversario de su nacimiento. El hecho es digno de mención, ya que un viajero puede hoy recorrer Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas sin encontrar ninguna estatua del dictador. (Lo contrario ocurre con los innumerables monumentos a Lenin: es el modo de honrar al destructor del zarismo y fundador de la república soviética, hoy Rusia). De Stalin solo quedan representaciones en los museos relacionados con la “Gran Guerra Patria”, esto es, la encarnizada lucha de la Unión Soviética contra la Alemania nazi, que entre 1941 y 1945 él dirigió personalmente.
 
En marzo de 2013 se cumplirá el 60º aniversario de la muerte de Iósif Vissariónovich Stalin, uno de los personajes que más han influido en la historia de la humanidad en el siglo XX, y cuya figura ha sido deformada tras los años del enfrentamiento ideológico de la Guerra Fría. En España, el desconocimiento histórico sobre Stalin se vio multiplicado durante el franquismo, cuya propaganda, tosca pero incesante, solo prestó atención a los aspectos más negativos y brutales del dictador soviético e ignoró otras facetas de extraordinario interés histórico.
 
En aquella España, cuya política general estaba impregnada de un visceral anticomunismo, parecía abominable que el general sir Alain Brooke, jefe del Estado Mayor Imperial británico, considerara a Stalin “un cerebro militar de primer orden”, mientras en nuestras academias militares se alababa la perspicacia táctica y estratégica de “la espada más limpia de Europa” que nos gobernaba, elogio atribuido a Petain, personaje de dudosas credenciales militares. La proverbial cerrazón de los censores de la dictadura tampoco entendía que Winston Churchill escribiera en sus memorias: “Stalin figurará entre los grandes hombres de la historia de Rusia y se ha ganado el sobrenombre de Stalin el Grande”.
 
Este es precisamente el título del más reciente libro publicado en España sobre Stalin por un autor español, Anselmo Santos, profundo conocedor de la materia a la que ha dedicado años de investigación. Su “Stalin el Grande” (EDHASA, Barcelona 2012) es un ensayo histórico cuya lectura cautiva a medida que se van pasando sus páginas, como si fuera un ágil documental sobre la polifacética figura del ignorado (para la gran mayoría de españoles) político georgiano, donde los hechos, las opiniones y las anécdotas se mezclan en un equilibrado y apasionante cóctel literario, que poco a poco va revelando la silueta de un personaje magistral, contradictorio y sorprendente. Para encuadrarlo viene muy a cuento este atinado comentario: “Entre la Revolución de Octubre (1917) y la extinción de la Unión Soviética (1991), se sucedieron al frente del país dos genios (Lenin y Stalin), un patán impulsivo y temerario (Jruschov), un ignorante pancista y vanidoso (Brézhnev), dos moribundos (Andrópov y Chernenko) y un insensato (Gorbachov)”. Difícil condensar más historia en menos palabras.
 
Desde las primeras líneas Santos penetra con destreza en el interior del biografiado: “… el gran asesino se tenía por un hombre virtuoso y justiciero que castigaba con rigor a los malvados”. Todo lo que se oponía a su “inquebrantable designio de transformar el país de arriba abajo” era el mal a erradicar; con este criterio se juzgaba a los individuos: “Stalin pasó la vida identificando y exterminando ‘enemigos del pueblo’”. A una distinguida dama británica que le preguntó cuánto tiempo pensaba seguir matando gente, contestó apaciblemente: “Mientras sea necesario, señora”.
 
Pero la defensa a ultranza de la patria soviética, sublimada en los dos primeros años de la invasión nazi, es algo que la humanidad deberá agradecerle. De haber sido la URSS arrollada en unas semanas, como era previsible y como lo fueron Francia y las fuerzas británicas en el continente, es casi seguro que Alemania hubiera poseído antes que EE.UU. la bomba atómica, y la suerte del mundo hubiera sido muy distinta. Fue Stalin quien más contribuyó a que esto no fuera así.
 
Tanto Hitler y sus generales, como otros estrategas, apenas le concedían unos pocos meses de resistencia frente a la aplastante máquina de guerra alemana. El primer fracaso alemán ante Moscú a finales de 1941 y luego ante Stalingrado en 1942 no se debió solo a la acción de los ejércitos, sino a la ingente tarea de los años anteriores en todos los órdenes de la vida, para unir e impulsar a un país atrasado y heterogéneo, imbuir en el pueblo un enorme espíritu de lucha y superación y, en suma, moverlo en la dirección deseada por él, lo que es el atributo supremo de quien el autor califica de maestro “en el arte del poder”. Maestría que, según Santos, alcanzó gracias a las virtudes que le adornaban: “paciencia infinita, talento, astucia, prudencia, cinismo, crueldad”.
 
Stalin comentó a Mólotov cuando concluía la guerra: “Yo sé que después de mi muerte se echarán montones de basura sobre mi tumba, pero el viento de la historia los barrerá inexorablemente”. El libro de Anselmo Santos, sin suavizar en nada los execrables horrores que Stalin propició y ejecutó, contribuirá sin duda alguna a barrer esa basura y a ponerle en el lugar que le corresponde como una de las grandes figuras históricas de la humanidad. Entender la historia para aprender de ella obliga a abordarla sin prejuicios. “Stalin el Grande” es una obra indispensable a este respecto.

República de las ideas, 4 de enero de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/01/04 10:31:5.713000 GMT+1
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2012/12/28 08:34:20.700000 GMT+1

El Dánzig palestino


En los albores de la Segunda Guerra Mundial, la agresividad de la Alemania nazi, que en 1936 había remilitarizado Renania, violando el Tratado de Versalles, y que en 1938 se había anexionado Austria y los llamados Sudetes (los territorios checos de mayoría alemana), se dirigió contra un pequeño enclave, la ciudad libre de Dánzig. Su situación respecto a Polonia la convertía en un obstáculo para la continuidad geográfica alemana, pues se interponía entre el territorio alemán y la entonces llamada Prusia Oriental, el núcleo histórico y espiritual del antiguo imperialismo alemán.
 
En la primavera de 1939 Alemania exigió la anexión de Dánzig y el derecho de libre paso terrestre, a través de territorio polaco, hacia Prusia Oriental. El llamado “corredor de Dánzig” se convirtió así en un grave problema de enfrentamiento geopolítico entre Polonia y Alemania: para aquélla, era su única salida al mar Báltico; para ésta, el nexo de unión entre los dos territorios alemanes. No hubo acuerdo posible y el 1 de septiembre de 1939 Alemania inició la invasión de Polonia, lo que desencadenó la más cruenta guerra que jamás haya padecido Europa.
 
Los apenas 2000 km2 de Dánzig (como Gipuzkoa, y con menos población que la provincia de Burgos hoy) no fueron la causa de la Segunda Guerra Mundial, pues muchos otros factores propiciaron el comienzo de la carnicería europea. Pero no conviene perder de vista el papel detonante que algunos pequeños territorios de especiales características juegan en la Historia de las guerras.
 
Si pocos eran los que entonces eran capaces de encontrar Dánzig en el mapa de la Europa de 1939, son aún menos los que hoy pueden situar en el mapa de Oriente Próximo el llamado “plan E1″. Sin embargo, ese territorio de apenas 12 km2 podría convertirse en 2013 en el “Dánzig de Palestina”, y agravar las tensiones propias del conflicto palestino-israelí.
 
También aquí se plantea un problema de continuidad territorial, aunque ahora no afecte a un país poderoso, expansivo y bien armado, como fue el III Reich hitleriano, sino a un pueblo vencido y expulsado de sus tierras ancestrales, humillado día tras día por la ocupación militar israelí y que aspira a alcanzar su soberanía con dignidad: el pueblo palestino.
 
Si se lleva a cabo el plan previsto de recolonización israelí de esa crítica zona de Cisjordania, ésta quedaría dividida en dos partes separadas entre sí; además, el sector palestino de Jerusalén resultaría cercado por colonias judías, haciendo inviable la llamada “solución biestatal”, que implica convertir a Jerusalén en la doble capital de ambos Estados.
 
Como en Dánzig en 1939, en E1 confluyen hoy dos intereses enfrentados. Para Israel, este territorio es la expansión natural y obligada del vasto poblado Maale Adumim, erigido fuera de la llamada “Línea verde” y, por tanto, ilegal para la comunidad internacional, según la 4ª Convención de Ginebra. Para la Autoridad Palestina, su pérdida supondría el troceamiento definitivo del territorio cisjordano que, casi convertido ya en una red de bantustanes aislados, quedaría inhabilitado como base territorial para un Estado.
 
Para la organización israelí proderechos humanos B’tselem, la colonización de E1 “agravará la forzosa separación entre Cisjordania y Jerusalén. Rodeará a la capital por el Este y creará una barrera física y funcional entre Jerusalén Oriental y la vecina población palestina, cuyo principal centro metropolitano y religioso está en la capital”.
 
El conflicto está, pues, servido. Y, lo que es peor, afecta a las relaciones entre EE.UU. e Israel, creando más incertidumbre y tensión. El pasado 30 de noviembre, en The New York Times un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional anunciaba: “Reiteramos nuestra antigua oposición a los asentamientos y a las construcciones en Jerusalén Oriental; creemos que son acciones contraproducentes que dificultan reanudar las negociaciones directas para alcanzar una solución biestatal”. El diario recordaba que “durante años, los dirigentes de EE.UU. y Europa han declarado que el plan E1 es una ‘línea roja’. Aunque el anuncio de su colonización es una seria amenaza, quizá nunca se lleve a cabo, porque el Gobierno israelí teme sus consecuencias”.
 
Pudiera ocurrir que todo quedara en una lucha entre símbolos: el símbolo de la aceptación de la Autoridad Palestina como miembro observador de la ONU, y el símbolo de la fuerza israelí abatiéndose, en contrapartida, sobre el pueblo palestino. Pero no es descartable un agravamiento de la tensión, como periódicamente viene sucediendo, que centre la atención del mundo en el único punto capaz de adoptar decisiones que frenen la escalada: la Casa Blanca. Allí donde el reelegido Obama podría amenazar al Gobierno de Israel con dejarle solo frente al resultado de sus aventuradas decisiones y no seguir apoyándole ciegamente. Un Netanyahu en campaña electoral y un Obama luchando contra el déficit fiscal volverían a cruzar espadas, no solo diplomáticas, en uno de los puntos más sensibles donde confluye la conflictividad internacional.

República de las ideas, 28 de diciembre de 2012

 

 

 

 


 

Escrito por: alberto_piris.2012/12/28 08:34:20.700000 GMT+1
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2012/12/21 09:30:4.876000 GMT+1

El peso asfixiante de ciertas culturas

Otro caso de asesinato múltiple, esta vez en una escuela primaria de EE.UU., ha vuelto a sacar a la luz el eterno debate -eterno por irresoluble, al menos en ese país- sobre los límites que convendría imponer al derecho constitucional de los ciudadanos a disponer de armas de fuego. Un Obama visiblemente entristecido intervino públicamente para mostrar su preocupación por tan grave y repetido fenómeno, aunque no fue mucho más allá: prometió revisar la legislación sobre tenencia de armas, para prohibir los fusiles de asalto -armas de guerra- con cargadores intercambiables. Dijo además que había llegado el momento de "adoptar medidas significativas para evitar más tragedias como esta". La prensa estadounidense ha recordado que ha sido la cuarta visita que ha tenido que realizar como presidente a una población enlutada tras una matanza a tiros.

También una vez más los medios de comunicación han insistido en recordarnos los datos sobre la proliferación de armas portátiles en EE.UU. (300 millones), y que desde 1982 se han producido en ese país 62 asesinatos masivos; nos han explicado el texto de la enmienda constitucional que confirma "el derecho del pueblo a poseer y portar armas", y han discutido sobre su supuesta falta de adaptación a la realidad actual.

En el fondo, la polémica debería centrarse sobre si es o no posible cambiar la base cultural de un pueblo por medio de leyes y reglamentos. La Constitución española de 1812, tan comentada este año con motivo de su aniversario, en su pintoresco artículo 6 establecía como una de las principales obligaciones de todos los españoles la de "ser justos y benéficos". Poco tiempo tuvo para influir en nuestros cerriles compatriotas de entonces -que acogieron el retorno del abominable Fernando VII alabando las caenas que les envilecían- un texto normativo político que en sus primeras líneas ya definía a "Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo", como "autor y supremo legislador de la sociedad", como si de un tratado de teología se tratase. Si esto era así ¿para qué hacía falta la Constitución? Hubiera bastado coronar al Papa como rey absoluto de España y dejarse guiar por él, ya que decía ser el representante en la Tierra de la suprema divinidad.

Pues del mismo modo como el más añejo fondo cultural del pueblo español hunde sus raíces en el catolicismo romano, manejado según sus intereses por las jerarquías eclesiásticas locales -hasta el punto de que ni siquiera la Constitución de 1987 ha podido hacer realidad su expreso propósito de que "ninguna confesión tendrá carácter estatal"-, de forma no muy distinta el peso que la cultura de las armas de fuego ha ejercido sobre la sociedad estadounidense se ancla en los más remotos tiempos del nacimiento de la nación. Dicho de modo breve y algo humorístico, si los españoles nos fuimos haciendo nación entre incienso y altares, los estadounidenses lo hicieron entre revólveres colt y rifles winchester. Lo que naturalmente no es óbice para que entre ellos haya fanáticos religiosos, como hubo españoles que en nombre de la religión fueron arrasando pueblos y países con picas y arcabuces.

Durante mis años de estancia de EE.UU. pude comprobar que la amistad con una familia recibía plena confirmación cuando el huésped era invitado a penetrar en el salón privado donde se exhibe la panoplia de armas familiares junto con las viejas fotografías de los antepasados, los que "hicieron América" gracias a su destreza con las armas de fuego frente a bandoleros, indios, mexicanos, franceses, o canadienses, antes de matarse entre sí en la Guerra Civil.

Esta cultura de las armas es la que les hace parecer normal el razonamiento de un cargo político local, para quien la directora del colegio atacado hubiera protegido mejor a sus alumnos utilizando con eficacia un buen fusil de asalto y no enfrentándose al asesino con las manos desnudas, lo que la llevó a la muerte. No precisó, sin embargo, qué podría ocurrir si éste hubiera sido más rápido que ella, lo que conduciría el debate por interesantes derroteros, como determinar cuál sería el mejor modelo de rifle para proteger niños y sobre la conveniencia de que los profesores de primaria obtuviesen el título de "tirador de primera". No es broma: en Virginia, un senador ha propuesto que los profesores y el personal escolar lleven armas ocultas en los centros de enseñanza, lo que hasta ahora está prohibido. El paso siguiente podría ser armar a todos los alumnos y sustituir las sesiones de baloncesto por ejercicios de tiro real contra blancos móviles. No sería muy difícil: algunos padres llevan ya a sus hijos al club de tiro los fines de semana para probar revólveres y ametralladoras; no tienen bastante con los videojuegos bélicos.

No es, pues, con cambios en la legislación como debe afrontarse tan grave problema. Una transformación cultural de tal naturaleza exige un gran esfuerzo de educación que implicaría a las familias y a las escuelas. Requeriría años, si no decenios, y una adecuada disposición de ánimo en los sectores influyentes de la sociedad, lo que hoy día apenas se aprecia por ningún lado. El ciudadano estadounidense habrá de soportar el peso de la cultura de las armas con la esperanza de transformarla poco a poco, así como los españoles seguirán sometidos al peso de una institución eclesiástica incapaz de modificarse por mucho que los textos constitucionales se esfuercen en lograrlo. Solo las revoluciones pueden cambiar las culturas, y el mundo no parece estar hoy para ese tipo de experimentos.

República de las ideas, 21 de diciembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/12/21 09:30:4.876000 GMT+1
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2012/12/14 09:58:2.538000 GMT+1

Armas y amenazas

El logrado lanzamiento de un misil de largo alcance por Corea del Norte ha vuelto a poner de relieve la tendencia de muchos medios de comunicación a generar alarma allí donde razonablemente no la hay. En su gran mayoría han prescindido del más elemental análisis de lo que constituye o puede constituir un peligro sustancial. Parecen no advertir que una amenaza solo puede considerarse real en tanto que coincidan dos aspectos esenciales: la capacidad ofensiva del instrumento amenazante y la comprobada voluntad agresiva de quien lo ha de utilizar.
 
La potencialidad ofensiva del misil probado por el Gobierno coreano es tan discutible e imprecisa como la del programa nuclear iraní. Aquél afirma que la finalidad de la prueba es puramente civil: situar en órbita un satélite de observación y comunicaciones; de la misma manera, Teherán insiste en que su programa nuclear es de carácter comercial y no tiene el propósito de construir armas nucleares. Desde un punto de vista objetivo, es evidente que un misil de largo alcance que puede situar un satélite en órbita también es capaz de transportar una carga nuclear; es la misma versatilidad que hace posible que el material fisible que sirve para alimentar una central nuclear pueda transformarse en el corazón de una bomba.
 
Esta cuestión se debate en el mismo plano donde, a un nivel inferior de violencia, es fácil advertir que algunas armas “no letales”, usadas por ciertos cuerpos policiales, pueden funcionar en ocasiones como instrumentos de refinada tortura y muerte. Siempre existe un amplio terreno de indeterminación, abierto a la polémica y a la especulación, en lo que se refiere a las finalidades últimas de los medios agresivos.
 
Pero lo que confiere la verdadera peligrosidad a un artefacto agresivo es la voluntad de utilizarlo. En el escenario internacional son los servicios secretos de los diversos países los responsables de valorar este delicado aspecto, para que los Gobiernos puedan tomar sus decisiones sobre datos reales. Esto introduce un peligroso factor de incertidumbre al mezclar los datos o informes objetivos con los designios propios de los servicios de inteligencia, con sus ambiciones y corrupciones, tan frecuentes en las operaciones de estos organismos. La Historia está llena de ejemplos de valoraciones retorcidas, falsos informes, engaños, acciones encubiertas, propaganda negra e incluso violencia asesina, a cargo de los servicios secretos de los Estados. Parece, pues, muy remota la posibilidad de que la opinión pública llegue a conocer con exactitud cuándo un Gobierno extranjero tiene la decidida voluntad de utilizar sus armas.
 
Se trata de la misma decidida voluntad que el Pentágono y la CIA descubrieron en Sadam Hussein para utilizar unas armas de destrucción masiva que ni siquiera poseía, pero cuya búsqueda y supuesta destrucción condujeron a una guerra que generó sustanciosos beneficios a los implicados en la invasión de Iraq, salvo al pueblo que sufrió sus efectos.
 
Es cierto que son muchos los intereses que confluyen en un hecho como el aquí comentado. En primer lugar, los de las corporaciones del complejo militar-industrial que, cuando en cualquier parte del mundo aumentan los niveles de armamento, acogen el hecho como la mejor publicidad posible para sus productos, al mínimo coste. La manipulación de la amenaza suele ser también un útil recurso electoral, como se observa estos días en Israel, abocado a unas próximas elecciones generales. Y aunque muchas otras consideraciones podrían extraerse del revuelo que en los medios de comunicación ha causado la prueba norcoreana, no es superfluo hacer notar que Corea del Norte sigue el camino que muchos años antes mostraron las grandes potencias, al dar por sentado que su condición privilegiada (aparte del poder económico o la hegemonía política) también se apoya en la posesión de armas nucleares y de los vectores para lanzarlas contra supuestos enemigos. ¿No cumplen esta condición los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU?
 
Además de símbolos del prestigio nacional, armas nucleares y misiles muestran muy bien las distintas varas de medir usadas en las relaciones internacionales. Lo perciben mejor los países que intentan, desde abajo, sumarse al grupo de los privilegiados. Esto tiene especial aplicación en Corea del Norte, donde muchos piensan que, si no sufrieron en 2003 la suerte de Irak, cuando con este país y algunos otros formaban para Washington el abominable “eje del mal”, fue precisamente por el temor de que, de ser invadidos, los coreanos pudieran recurrir a la ultima ratio regum de las armas nucleares, por primitivas que fuesen.

Tampoco Naciones Unidas es inmune a estas percepciones distorsionadas cuando benévolamente aceptaba las pruebas y ensayos balísticos y nucleares de las grandes potencias, pasando luego a prohibirlos cuando éstas ya no los necesitaron más, porque disponían de medios más refinados para perfeccionar el armamento.
 
Es cierto que el pueblo norcoreano padece una opresiva dictadura y vive al borde de la penuria. Pero son precisamente esas circunstancias las que incitan a sus gobernantes a estimular el orgullo patriótico mediante triunfos tecnológicos en el campo del armamento. Siempre ha sido así y así seguirá ocurriendo.

República de las ideas, 14 de diciembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2012/12/14 09:58:2.538000 GMT+1
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