2013/05/17 09:36:38.642000 GMT+2
La guerra hoy llamada antiterrorista distorsiona muchos de los principios en los que se basaba la guerra clásica; suprime de un plumazo casi todas las leyes y preceptos tácticos y estratégicos elaborados por los teóricos de la guerra, desde Sun Tzu a Clausewitz. Esto es así porque, por un lado, para los altos mandos que la dirigen se trata de desarrollar acciones bélicas contra enemigos no propiamente militares, en un teatro de operaciones que se confunde con el ámbito de la vida cotidiana de la población que allí reside.
Por otra parte, para los soldados que la llevan a efecto, por muchas reglas de enfrentamiento que se dicten para prevenir la violencia contra los inocentes -mujeres, niños y ancianos-, todos estos quedan a merced de las incidencias de la guerra igual que si estuvieran encuadrados en la primera línea de combate enemiga. Además, ocurre que los éxitos y fracasos de las operaciones antiterroristas se suelen valorar por el número de cadáveres enemigos generados al fin de cada jornada, a falta de cotas a conquistar o de líneas enemigas a ocupar.
Entre esas operaciones antiterroristas se han dado casos de aniquilamiento de toda una población campesina mediante napalm, desbrozando previamente la zona con el deletéreo “agente naranja” -como ocurrió en Vietnam- o el exterminio violento e imprevisto, fulminándolos por sorpresa desde el aire, de los asistentes a una ceremonia religiosa, confundida con una concentración de terroristas por las “infalibles” fuentes de información de los servicios que dirigen a distancia la acción, presuntamente “quirúrgica”, de los omnipresentes drones.
Todo eso ha venido contribuyendo a crear en las tropas más implicadas en la guerra antiterrorista una sensación de impunidad ante acciones que violan las más elementales leyes del derecho internacional humanitario, impunidad que suele extenderse por conducto reglamentario hasta alcanzar los más elevados escalones del mando. Es así como conviene interpretar la “Historia del soldado Charlie”, publicada en el suplemento dominical de El País del pasado 12 de mayo, que tanto ha chocado a muchos de los lectores de ese diario, sobre todo por tratarse de un soldado español. Testimonio tan estremecedor de la brutalidad esencial del antiterrorismo militarizado obliga a reflexionar sobre qué es lo que se quiere conseguir en cada caso y cuáles son los medios más adecuados para alcanzarlo, sin necesidad de copiar o adaptar los manuales tácticos que genera el Pentágono para sus propios fines.
La historia de las guerras recientes muestra lo fácil que es derivar hacia una degeneración moral de los combatientes, como la que en Vietnam creó el neologismo inglés fragging, palabra con la que se designaba el hecho de atacar al propio jefe lanzándole por la espalda una granada de mano, cuando sus órdenes o exigencias no eran del agrado de los soldados que debían ejecutarlas.
Una consecuencia de lo anterior fue la supresión del reclutamiento obligatorio en EE.UU. en cuanto se dio por terminada la guerra de Vietnam. Se trataba de eliminar los problemas disciplinarios que tanto habían contribuido a la descomposición militar. Sin embargo, para algunos analistas estadounidenses eso supuso el final de la democracia en los ejércitos. Un conocido periodista escribió: “El ejército [de conscripción] era democrático y el Gobierno se veía forzado a reconocer y respetar los deseos de la población y de los soldados y oficiales civiles que lo constituían. Lo que Vietnam destruyó fue el ejército democrático. El nuevo ejército profesional de voluntarios hace posible las guerras no democráticas, ideológicas por su naturaleza y motivos, y las guerras interminables”.
Pero el retorno al ejército de conscripción es imposible ya en EE.UU. En las últimas guerras “clásicas” de EE.UU. (la 2ª G.M. y la de Corea), el reclutamiento se valoraba mayoritariamente como algo patriótico que no admitía excepciones: era lo que había que hacer. Pero en Vietnam, la primera gran guerra antiterrorista que libró el país, desapareció la universalidad del servicio: había más negros que blancos empuñando las armas, y no era fácil encontrar allí a los jóvenes de las clases altas, a los que las juntas de reclutamiento solían enviar a destinos alejados de los disparos. Como le ocurrió al expresidente Bush (camuflado en la Guardia Nacional de Texas) o a su vicepresidente Cheney, que se vio forzado a justificar su ausencia de la guerra alegando que tenía “otras prioridades” que le hicieron buscar subterfugios para eludir el reclutamiento.
Sin embargo, es erróneo considerar no democráticos a los ejércitos profesionales de alistamiento voluntario. El ejército no es más ni menos democrático que el Estado al que sirve. Los desmanes (torturas, abusos, violaciones, desapariciones…) publicados profusamente en los últimos años se producen cuando la democracia es una virtud para uso interior de la propia población pero se desdeña cuando se combate contra pueblos extraños, tenidos por inferiores. Además, soldados voluntarios o forzosos, por igual, han oprimido y exterminado en ocasiones a sus propios pueblos en los regímenes dictatoriales. Los ejércitos son instrumentos de muy delicado uso: como las armas domésticas. El abuso de unos y otras suele conducir a situaciones de muy alta peligrosidad.
República de las ideas, 17 de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/05/17 09:36:38.642000 GMT+2
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2013/05/14 10:26:14.841000 GMT+2
Las revisiones históricas sobre "lo que pudo haber ocurrido si..." no son solo, por lo general, elucubraciones al gusto de los historiadores con tendencias literarias y una capacidad imaginativa sin límites. Claro está que algunos conocimientos históricos y una probada habilidad para novelar o crear situaciones hipotéticas de un pasado que pudo haber sido y no fue, han permitido a escritores de pluma fluida y exuberancia imaginativa hacer interesantes incursiones en lo que suele llamarse "ficción histórica".
El campo de especulación parece ilimitado: ¿Que habría ocurrido en España si el golpe del 23-F hubiera tenido éxito? ¿Cómo se habría desarrollado Europa si Napoleón hubiera triunfado en Waterloo? ¿Y si Constantino no hubiera hecho del cristianismo la religión oficial del imperio? A medida que se retrocede en el tiempo, como es natural, el abanico de reflexiones se hace más amplio y la verosimilitud de las situaciones imaginadas se desplaza insensiblemente desde el campo meramente histórico al de la historia novelada.
No siempre es así. Hay revisiones históricas que permiten estudiar con fundamento un pasado no muy lejano, sobre el que existen fuentes acreditadas, y extraer conclusiones de aplicación práctica para el momento actual. No es difícil conjeturar la probable evolución de la historia mundial si en 1941 Hitler hubiera aplastado a la URSS -como esperaban casi todos los analistas políticos y militares del momento- y, poco tiempo después, se hubiera hecho con la primera bomba atómica, antes que EE.UU. No se trata tanto de aportaciones a la ficción histórica sino de estudios a posteriori, relacionados con el "por qué no fue así". Es decir, analizar por qué el más potente ejército del momento no destruyó a su enemigo oriental, peor preparado y más desorganizado, estudio que entra dentro del ámbito más habitual de la ciencia histórica.
Pero dando por concluida la Segunda Guerra Mundial del modo como ocurrió y no como "podría haber sido", es tanto o más interesante descubrir por qué fue seguida por los penosos años de la Guerra Fría. Porque el periodo que transcurrió desde el fin de la 2ª G.M. en 1945 hasta la desintegración de la Unión Soviética al concluir la década de los 90, fue un tiempo perdido para el desarrollo pacífico de la humanidad, durante el que se sembraron muchos de los problemas que aquejan al mundo de hoy.
Precisamente a esto dedica el historiador estadounidense Frank Costigliola su más reciente libro, no traducido todavía al español: Roosevelt’s Lost Alliances: How Personal Politics Helped Start the Cold War (Las alianzas perdidas de Roosevelt: cómo la política personal contribuyó a iniciar la Guerra Fría).
Como es sabido, Roosevelt se esforzaba por mantener una buena relación con Stalin. No cerraba los ojos a la evidencia de que, como resultado de las operaciones bélicas, se establecería una hegemonía soviética sobre varios países de la Europa del Este. Pero estaba convencido de que la situación se controlaría mejor manteniendo abierta una vía de diálogo y cooperación que mediante presiones y amenazas contra la URSS, cuyos ejércitos habían ocupado los países centroeuropeos antes invadidos por Alemania y donde Stalin desconfiaba de unos aliados a los que suponía propensos a destruir el país soviético a nada que se presentara la ocasión.
Según Costigliola, el presidente de EE.UU. esperaba que en la postguerra EE.UU., el Reino Unido y la URSS actuaran juntos como la policía mundial para mantener la paz. Se oponía a los planes de Churchill y Stalin para repartir el mundo en áreas de influencia, pero aceptaba la división de facto producida por la ocupación militar resultado del curso de la guerra. Roosevelt pensaba que se podría llegar a un entendimiento pacífico, si se vencía la desconfianza innata de Stalin sobre la seguridad de la URSS, que le llevaba a requerir una zona de protección entre su país y los demás Estados europeos. Para el autor, el principal obstáculo a unas relaciones armoniosas en la posguerra no era Stalin sino Churchill, por su propensión imperialista y colonial. Algunos historiadores opinan que era difícil saber de cuál de sus dos principales aliados recelaba más Churchill, que sospechaba y temía las ambiciones estadounidenses sobre el declinante imperio británico.
Pero Roosevelt adolecía de una mala salud, perdió a algunos de sus mejores asesores y murió en la primavera de 1945. Entonces, según Costigliola, un Truman inexperto y carente de imaginación cayó bajo el influjo de sus consejeros, deficientes estadistas: "Si Roosevelt hubiera vivido algo más... hubiera podido gestionar la transición hacia un mundo de posguerra dirigido por los 'Tres Grandes'". La versión que Costigliola presenta está sometida a discusión, como es natural, pero al menos sirve para mostrar dos importantes axiomas de la Historia. Uno de ellos se refiere a la influencia que ejerce la personalidad de los grandes actores en el desarrollo de los acontecimientos. La segunda es la consideración de que, muy a menudo, detalles secundarios de la vida pueden perturbar el orden mundial durante largo tiempo. ¿Nos hubiéramos ahorrado las graves y prolongadas inquietudes de la Guerra Fría si Roosevelt hubiera vivido unos años más, mejor atendido por su inepto médico personal?
CEIPAZ, ?? de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/05/14 10:26:14.841000 GMT+2
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2013/05/10 10:24:58.344000 GMT+2
En la estela del atentado terrorista de Boston, y a causa de lo anómalo de los antecedentes de ambos ejecutores (ver "Los terroristas anómalos", 26-abril-2013)), son bastantes los que intentan ahora descubrir en el campo de la psicología los motivos que les indujeron a perpetrarlo. De este modo se intenta lavar la mancha caída sobre los complejos, costosos y omnipresentes servicios de seguridad de EE.UU., que se dejaron colar un sangriento gol, sin haber sido capaces de prevenirlo. Lo que iba a ocurrir no estaba incluido entre los modelos de terrorismo que habían teorizado en profundidad, y la sorpresa fue total. Lo que no fue óbice para que los terroristas fuesen localizados y anulados en 24 horas. Pero dado que prevenir es más eficaz que curar, es natural que se apliquen todos los recursos disponibles para descubrir el origen del fracaso y evitar que algo parecido vuelva a ocurrir.
Los variados análisis psicológicos publicados en medios occidentales parecen volar en las alturas teóricas de la alta psicología oficialmente reconocida y abundan en complejas elucubraciones que a menudo añaden más confusión al asunto. De ahí que pueda resultar útil la psicología práctica, pie a tierra, practicada y experimentada en Chechenia y por chechenos.
Almut Rochowanski fue funcionaria de Naciones Unidas y contribuyó a crear en 2004 la organización Chechnya Advocacy Network (CAN, Red de apoyo a Chechenia), radicada en Nueva York, cuya finalidad es contribuir al bienestar del pueblo checheno, tanto en el país de origen como en el de emigración, dentro de la más estricta independencia política. Es también colaboradora del Institute for War & Peace Reporting (IWPR), donde acaba de publicar un comentario sobre las dificultades que encuentran los jóvenes chechenos para integrarse en los países a los que se ven forzados a emigrar.
Lleva más de diez años trabajando con refugiados chechenos y ha penetrado en la psicología propia de este pueblo, que es el suyo de origen. Recuerda que cuando al padre de Tamerlan y Yojar (los terroristas de Boston) se le preguntó cómo sus hijos podían haber cometido tan horrendo atentado, insistió en su inocencia y añadió: "Mis hijos son blandengues; son como chicas". Rochowanski se pregunta cuántas veces al día escucharían comentarios parecidos y cómo esto les haría sentirse culpables por no dar la imagen hipermasculina que en Chechenia es obligada para los "verdaderos hombres", los que saben "mostrar quién es el que manda".
Los jóvenes chechenos, sea en casa o en el exilio, oyen a sus mayores repetir cómo debe ser un hombre y qué debe hacer para lograrlo: ser fuerte, saberse respetado por los demás y no tolerar menosprecios. Debe controlar a "sus" mujeres o perder el honor si no lo hace; debe construir una casa, plantar un árbol, tener un hijo... y conducir un automóvil de lujo, mostrando su riqueza.
El concepto de "respeto" no es allí el mismo que en occidente, una mezcla de cortesía y educación. El hombre checheno respetado necesita ser admirado y obedecido por los que le son inferiores, mujeres y niños, y ser tratado con atención y deferencia por sus iguales. Si las compañeras de clase no se callan cuando habla un estudiante checheno, o si el profesor no se pone en pie cuando entra su padre en la clase, el joven cree que se ha violado el orden natural y esto llega a irritarle.
Ya adulto, el exiliado que habla mal el nuevo idioma y carece de formación suficiente para conseguir un buen empleo; que descubre que el coche y la vivienda soñados siguen eludiéndole año tras año; que no logra casarse y que es incapaz de cuidar de sus padres -lo que en Chechenia es cuestión de honor-, se siente estafado por la nueva sociedad a la que se ha incorporado y que no le valora lo suficiente. Por este motivo, a veces tiende a buscar atajos: el juego, la delincuencia, etc. La espiral de frustración y fracasos se acelera y agrava. Algunos penetran en un callejón sin salida en busca del éxito material o se radicalizan aceleradamente, porque así se sienten superiores a los demás y se creen autorizados a agredirles e imponerse a ellos.
Esto no es solo aplicable a los chechenos, sino a bastantes minorías de expatriados procedentes de culturas con valores similares. Al fin y al cabo, solo dos terroristas chechenos han surgido entre una diáspora que en EE.UU. se estima superior a los 100.000, y en un país donde las armas en manos de los nativos producen muchas más víctimas que el terrorismo foráneo.
La conclusión que CAN ha extraído del "caso Boston" es, según la autora, que no se debe menospreciar la sensación de alienación de los inmigrantes en la comunidad en la que se ven forzosamente insertados; que debe atenderse a los jóvenes que se sienten perdidos y esforzarse por comprender el modo como crecen y se socializan para convertirse en hombres, tanto en el país de origen como en los de emigración. Esto no es asunto de la CIA, ni del FBI, ni de los drones antiterroristas, tan apreciados por Obama. Tampoco es un problema a resolver con medios militares ni exclusivamente policiales. El lugar donde hay que plantearse este grave problema está en Naciones Unidas y en las organizaciones humanitarias de ella dependientes. Pero la incógnita es la de siempre: ¿posee la ONU los medios y la decisión suficientes para abordarlo?
República de las ideas, 10 de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/05/10 10:24:58.344000 GMT+2
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2013/05/03 10:05:4.085000 GMT+2
En julio de 1973, hace ahora casi cuarenta años, cuatro estudiantes de un centro español de enseñanza superior fueron expulsados de él por decisión de un llamado Consejo de Disciplina. Se les formularon verbalmente los cargos en los que se basaba la expulsión, que fue inmediata, sin posibilidad de defensa ni de elevar recurso de ningún tipo. En el expediente de uno de los sancionados, posteriormente publicado, se puede leer el texto de los cargos aducidos contra él.
Veamos uno de ellos: "Haber sufrido una crisis religiosa que le ha llevado a no ser católico, aunque conservando una creencia cristiana". Cualquier lector desconocedor de los detalles de este caso llegará fácilmente a la conclusión de que el citado centro de enseñanza superior no podría ser otra cosa que un seminario, una universidad eclesiástica, del Opus Dei o de alguna otra organización religiosa, o incluso alguna orden misionera donde no era suficiente la "creencia cristiana" sino que era preciso dar rigurosa profesión de fe católica. ¿Qué entidades de este tipo existían en la España de 1973? Dada la omnipresencia del nacionalcatolicismo reinante, las opciones parecen infinitas.
Para resolver esta duda conviene leer algún cargo más de los presentados contra el mismo alumno: "Amistad con universitarios, con los que habla de los aspectos reformables de la sociedad". ¡Vaya! - pensará el lector -esta acusación entraña complejos matices. Parecería tratarse, pues, de algún centro de enseñanza para personas que específicamente no desean reformar la sociedad o, si lo desean, no les conviene inspirarse en las ideas que al respecto tengan los universitarios. El enigma parece complicarse un poco más.
Otro de los cargos aducidos reza así: "Estudiar preferentemente materias económicas, en perjuicio de las materias técnicas". Esto está más claro a primera vista, ya que técnica y economía son conceptos claros para todos. Sin embargo, la preferencia que los disciplinadores muestran por la técnica sobre la economía aumenta la perplejidad sobre la naturaleza del centro en cuestión, ya que hasta los ingenieros necesitan estudiar los factores económicos relacionados con cualquier proyecto que hayan de desarrollar. ¿Tendrá esta extraña exigencia algo que ver con el catolicismo requerido? ¿Un catolicismo "técnico" antes que "económico"? Complejo asunto.
Todavía causa más sorpresa el texto de esta otra acusación: "Adquisición y lectura de libros y revistas de temas económicos, culturales y sociales". Es decir, en ese centro superior de enseñanza español, la lectura de temas económicos, culturales y sociales era motivo de expulsión, aunque se tratara de libros y revistas legalmente publicados y libremente adquiribles. ¿Qué recónditas enseñanzas podría impartir un centro que con tanta insistencia cerraba los ojos ante la economía, la cultura y la sociedad?
En resumen, la adivinanza se plantearía así: ¿Cuál puede ser el centro de estudios superiores español que en 1973 exigía conservar la fe católica, rehuir las ideas universitarias sobre una posible reforma de la sociedad, rechazar los asuntos económicos en favor de los técnicos y prohibir la lectura de temas económicos, culturales y sociales? La famosa expresión churchilliana sobre Rusia, "un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma", parece del todo aplicable a la cuestión aquí expuesta.
No tema el lector que le conduzca a un laberinto sin salida. Hay una imputación adicional que nos pone sobre la pista definitiva: "Trato de familiaridad con algunos soldados". ¡Soldados! es la palabra clave. Su presencia en el citado centro parece excluir que se trate de una entidad religiosa y apunta hacia el mundo militar. Efectivamente, en este ámbito está la solución al problema: se trata, nada más ni nada menos, que de la Academia de Infantería del Ejército Español, radicada en la bella e histórica ciudad de Toledo. Y los estudiantes expulsados eran alféreces alumnos de la citada academia.
Dejo al libre criterio del lector valorar la transformación sufrida por los ejércitos españoles en los cuarenta años transcurridos desde el hecho que aquí se comenta. Observe a su alrededor a los modernos oficiales, hombres y mujeres, que en el ejercicio de su profesión, al servicio del Gobierno legítimamente establecido, estudian, trabajan, ejercen cargos de responsabilidad y desarrollan su carrera militar ajenos a aquel absurdo pasado con el que muchos de los que les precedimos en la profesión tuvimos que convivir y que ahora parece del todo inverosímil.
Terminaré expresando mi agradecimiento al autor del libro de donde he extraído este fragmento histórico, Fidel Gómez Rosa, doctor en Ciencias Políticas, investigador histórico y subteniente del Ejército del Aire. "Los militares olvidados por la Democracia" (Ed. viveLibro, Madrid 2013), que se presentó en el Ateneo madrileño el pasado 17 de abril, es un muy documentado estudio de la Unión Militar Democrática y de aquellos militares profesionales que, arriesgando y perdiendo sus carreras, y sufriendo prisión y otras tropelías, ayudaron a marcar el rumbo por el que habrían de evolucionar los ejércitos de la democracia española.
República de las ideas, 3 de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/05/03 10:05:4.085000 GMT+2
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2013/04/26 10:02:9.402000 GMT+2
Casi del mismo modo como los grandes gurús de la economía, atosigados por una situación que a menudo les desborda, parecen actuar dando palos de ciego en distintas direcciones, para ver qué es lo que pasa, y creando luego las teorías ad hoc que les justifiquen, los no menos arrogantes expertos en terrorismo universal -en su mayoría radicados en EE.UU. pero seguidos y reverenciados en todo Occidente- se esfuerzan ahora por encajar en sus preconcebidos esquemas teóricos el caso de los dos checheno-americanos responsables del atentado de Boston.
La "guerra universal" contra el terror, que nació con un pie en el Pentágono y otro en la Casa Blanca, basaba su carta de naturaleza en la supuesta existencia de una oculta trama que extendía sus tentáculos sobre gran parte del planeta, y cuyos cerebros pensantes eran pocos y selectos: Ben Laden y sus más inmediatos colaboradores. En consecuencia, la franquicia Al Qaeda era el enemigo omnipresente y casi todopoderoso en su influencia sobre otros grupos ajenos, y nadie activaba una bomba en ningún lugar del mundo si no había recibido la necesaria inspiración de "la base" (tal es el significado de la palabra Al Qaeda). Este modelo justificaba las guerras y las invasiones que se desencadenaron contra los Estados donde se sospechaba -aunque no hubiera pruebas de ello- que existían fragmentos de la hidra terrorista que había que extirpar con las armas.
Así pues, la decepción se extiende por los círculos antiterroristas más propensos al belicismo, cuando la fiscalía federal de EE.UU. no logra encontrar las necesarias conexiones exteriores de los hermanos Tsarnaev, lo que les haría encajar sin dificultad en el organigrama oficial del terror. No cabe recurrir a la guerra para afrontar el terrorismo de los "lobos solitarios". Y a falta de guerras, se evaporan los beneficios que de la obsesión antiterrorista vienen obteniendo las grandes corporaciones del armamento.
Un oficial retirado de la CIA ha declarado que cuando "no existen vínculos con una organización la probabilidad de descubrir a los terroristas es mucho menor". Solemne perogrullada que se aduce para justificar la sorpresa causada por los anómalos terroristas de Boston. Ante la inexistencia de vínculos físicos (documentos, mensajes, órdenes o instrucciones), los esfuerzos parecen ahora centrarse en torno a los motivos por los que los hermanos Tsarnaev se radicalizaron hasta convertirse en asesinos de masas.
Un especialista en antiterrorismo vinculado a la Universidad de Harvard puntualizó que Tamerlan (el hermano mayor, líder de la operación) "no encaja en el perfil que los órganos de seguridad de EE.UU. podrían detectar. No parecía estar relacionado con el Emirato del Cáucaso ni con grupos chechenos; no recibió entrenamiento terrorista ni asistía con regularidad a la mezquita". Quien esto afirma ha estudiado unas 30.000 acciones violentas en el Cáucaso; tan detenido análisis ha resultado inútil en cuanto un terrorista no se ha molestado en saber en qué perfil teórico debería encajar, para facilitar la acción del FBI.
Desconcertados los especialistas en terrorismo, llega el turno de los psicólogos conductistas. ¿Por qué Tamerlan dejó el boxeo y la música, y se empezó a preocupar por cuestiones religiosas? ¿Quién o quiénes le hicieron cambiar? Puesto que el perfil predeterminado falló, se trata de modificarlo y completarlo, añadiendo nuevos factores para que no se produzcan más fracasos.
Se aduce que Tamerlan Tsarnaev sufría una grave alienación, ya que, siendo checheno, nació en Kirguistán (Stalin deportó masivamente a los chechenos a esa república asiática durante la 2ª G.M.) y creció en EE.UU., donde se casó y cuya ciudadanía había solicitado. Sin embargo, muchas son las personas que viven en ciudades diversas y en culturas extrañas sin que por ello necesiten provocar una matanza. Sorprende también el hecho de que, a instancias de los servicios rusos de seguridad, el FBI investigó en 2011 las actividades de Tamerlan en internet y le interrogó, así como a sus familiares, sin encontrar "ninguna actividad terrorista, interior o exterior".
Los psicólogos tienden a aceptar la teoría del joven soñador, ansioso de gloria, que se siente humillado y despreciado en la sociedad donde vive, que se esfuerza por definir su propia identidad, identidad en la que, por razones culturales y familiares, la religión es un factor determinante. Algunos, incluso sospechan que su odio hacia Rusia, el país invasor y ocupante de Chechenia, se transfirió a EE.UU., aunque las vías por los que se produjo tal transposición no son fáciles de descubrir.
Los terrorismos, en general, no se dejan encasillar fácilmente, como muestra el caso Tsarnaev. Mientras subsistan las innumerables causas que los suscitan en muchos países, los recursos de los Estados harían mejor en orientarse a reducir su peligrosidad que a pretender destruirlos por la violencia. Habrá que aprender a convivir con el terrorismo, como se convive con las muertes producidas en la carretera, que tan inherentes son al modo de vida que la sociedad ha elegido.
República de las ideas, 26 de abril de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/04/26 10:02:9.402000 GMT+2
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2013/04/23 13:19:17.601000 GMT+2
Erika Eichelberger coopera con la organización Mother Jones, una ONG de EE.UU. que se especializa en asuntos políticos y de justicia social. Colabora también con otros medios de comunicación y acaba de publicar un análisis sobre la violencia doméstica en su país, que no conviene pasar por alto, dado que muchos de los asuntos que trata son aplicables a otros países.
Subtitulado "La violencia en el frente doméstico", el trabajo comienza llamando la atención sobre un hecho escalofriante: en la segunda mitad del primer decenio de este siglo, el 60% de todos los accidentes violentos producidos en EE.UU. (homicidios, violaciones o asaltos sexuales, robos y agresiones) fueron causados por personas allegadas, amigas o familiares de las víctimas; además, el 60% de esos accidentes se produjeron en el hogar.
El 79% de los asesinatos denunciados al FBI, en los que pudo comprobarse la relación entre el asesino y la víctima, fueron perpetrados por amigos o familiares. Casi la mitad se produjeron entre esposos y un 11% fueron sufridos por menores de edad. Además de todo lo anterior, los suicidios son la principal causa de muerte violenta en EE.UU., y en su inmensa mayoría se producen también en el ambiente hogareño.
Esto lleva a la autora a deducir que la habitual expresión inglesa My home is my castle (Mi casa es mi castillo) debería sustituirse por esta otra: My home is my abbatoir (Mi casa es mi matadero).
Para las mujeres, el asunto presenta aspectos de máxima gravedad: la violencia doméstica es la principal causa de todos sus accidentes, en una cifra superior a la suma de violaciones, asaltos o percances de tráfico rodado que una mujer puede experimentar en el mismo periodo de tiempo. Una de cada cuatro mujeres en EE.UU. sufrirá violencia física a manos de su pareja masculina a lo largo de la vida, proporción que aumenta significativamente en las inmigrantes y se multiplica en las de raza negra.
Una de cada seis mujeres de EE.UU. será violada durante su vida, y el 64% de las mujeres asesinadas lo son a manos de sus parejas o familiares, con un promedio diario de tres asesinatos. Las estadísticas muestran que si en el domicilio donde es habitual la violencia de género existe además un arma de fuego, la probabilidad de que la mujer muera asesinada se multiplica por ocho.
Cuando se comenta que en los países islámicos las mujeres sufren una brutal discriminación social que las pone en el peldaño más bajo de la escala humana, a causa de que no se atreven a denunciar su situación ante las autoridades (en los raros países en que esto es factible), conviene recordar que en EE.UU. solo la mitad de los casos denunciados de violencia doméstica llevan a la detención del agresor. En los estratos más bajos de la sociedad ni siquiera se piensa en cursar una denuncia, por la desconfianza que inspira la policía. Incluso en aquellos Estados de la Unión donde el arresto del maltratador es obligado por la ley, es donde menos denuncias se tramitan ante los perjuicios que esto suele causar: reducción de ingresos o grave disrupción de la vida familiar, con lo que la mujer sigue viviendo con el maltratador y aumenta el riesgo de muerte.
Pero el panorama que el informe describe sobre el suicidio es, si cabe, aún más preocupante. Cada 14 minutos un estadounidense se suicida, y el 77% lo hace en su propio domicilio. El suicidio masculino es cuatro veces más frecuente que el femenino. Sin embargo, el índice de intentos de suicidio de las mujeres triplica al de los hombres, lo que los investigadores atribuyen a que en ellas el suicidio es más un grito de auxilio que el propósito firme de acabar con su vida.
No es EE.UU. un caso del todo excepcional y varios son los Estados modernos y desarrollados donde son habituales cifras similares o incluso peores, en relación con la población total. En estas circunstancias es cuando más se advierte el efecto adormecedor o distorsionante de algunos medios de comunicación. Estos días estamos siguiendo con el máximo detalle los pormenores del atentado sufrido en Boston durante la celebración de la maratón popular. Todo el poder policial e investigador de la gran superpotencia se ha desplegado con éxito para descubrir y apresar a los responsables. La reacción ciudadana ha sido ejemplar, solidaria y participativa, y la respuesta gubernamental no ha sido menos elogiable, manteniendo los nervios templados, resistiendo a la tentación de extender el miedo en la población y lejos de hacer resonar los tambores de guerra universal contra el terrorismo, al viejo estilo Bush.
Pero las noticias y los informes siguen distinguiendo culpablemente a unas víctimas de otras, en función de quién o qué sea lo que las causa. No hay que buscar enemigos barbudos, armados y enmascarados en "desiertos remotos o lejanas montañas", ni es preciso centrar la atención de los órganos de la seguridad nacional en el lejano Cáucaso, como ocurre estos días en EE.UU. Todavía, como demuestra Erika Eichelberger, en muchos Estados que se creen modernos, democráticos y civilizados, es en el "frente doméstico" donde se sufren más bajas que las que es capaz de causar el más aberrante terrorismo. Y con ellas se convive día a día.
CEIPAZ 21 de abril de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/04/23 13:19:17.601000 GMT+2
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2013/04/19 10:22:47.774000 GMT+2
En un bien razonado artículo publicado en estas páginas el pasado martes (“Sobre la democracia en Europa”, 16 abril 2013) concluía Josep Borrell extrayendo una comprometida consecuencia: “parece que a los europeos del siglo XXI nos falta un enemigo común que aglutine nuestras voluntades”. Era obligado deducir, además, que ese enemigo había de ser enfrentado con medios militares, dado que el antecedente histórico que permitía llegar a esa conclusión era la guerra de las llamadas trece colonias americanas contra un enemigo común: la Inglaterra colonial de Jorge III, guerra que nada tuvo de simbólica y derramó mucha sangre en el campo de batalla.
De ser esto cierto, habría que deducir que la Unión Europea necesitaría seguir el camino neoconservador tan bien trazado por los gobernantes de EE.UU. en los últimos decenios. Desde que se desintegró la URSS, EE.UU. ha venido necesitando sucesivos enemigos que desempeñaran las funciones indispensables para mantener en pie el complicado tinglado político, económico y militar que se fue fraguando en el país durante la Guerra Fría.
Veamos cuáles. Enemigos necesarios para mantener viva una permanente sensación de miedo en la población, que la haga más gobernable y menos propensa a la rebeldía; para justificar una creciente pérdida de libertades y derechos humanos, lo que suele acompañar siempre a las situaciones de guerra semipermanente; para mantener activo y expansivo el complejo industrial-militar (además de investigador, académico, cultural, etc.), empeñado en la búsqueda de nuevos artefactos bélicos (como los drones, sin ir más lejos) que hagan soñar con una futura seguridad absoluta; y para algunos otros efectos, incluso ajenos al plano puramente material, como la distorsión de la capacidad humana de percepción de la realidad, a lo que tan generosamente contribuyen muchos medios de comunicación.
Como ejemplo de esto último, conviene tener presente cómo el reciente atentado de Boston, con tres muertos y un centenar y medio de heridos, ha hecho resonar los tambores de alarma en todos los medios, algunos de los cuales ni siquiera se enteraron cuando, como se recordaba en un diario digital español, hace un par de meses un misil Scud sirio aniquiló una entera manzana de casas en Alepo, causando la muerte a medio centenar de personas, muchos de ellos niños.
Es lo que pasa cuando los enemigos nos vienen designados desde fuera y no son parte de nuestra propia percepción. Ocurre así cuando están incluidos en la “guerra universal contra el terror”: entonces ya no es necesario pensar individualmente y basta con saber de qué hay que abominar por sistema y qué es lo que no conviene resaltar.
En EE.UU., por ejemplo, se ha dado mucho más peso a las casi 3000 víctimas del 11-S, producto del terrorismo, que a los 19.000 estadounidenses que en 2010 se suicidaron o a los 11.000 que perecieron ese año por disparos de arma de fuego. Menosprecio que se extiende a los 32.000 que en 2011 murieron en accidente de tráfico. ¿Es que son vidas de distinto valor específico? ¿O es que el valor se lo proporciona la existencia de un determinado tipo de enemigo: el definido por las autoridades?
Como escribe Tom Engelhardt, que desde su atalaya web (www.tomdispatch.com) se esfuerza en ser el “antídoto frente a los medios dominantes”, los norteamericanos aceptan sin pestañear el equivalente anual a más de seis veces los muertos en el 11-S si se trata de suicidios, o más de diez veces en las muertes en carretera.
Otro ejemplo: Si hubiera tenido éxito el tan difundido intento de aquel terrorista que en diciembre de 2009 llevaba bajo su ropa explosivos suficientes para volar el Airbus que transportaba a 290 pasajeros desde Ámsterdam a Detroit, no cabe duda de que se habría producido una horrorosa matanza atribuible al terrorismo. Pero para alcanzar la cifra de suicidios antes citada hubiera sido preciso destruir 65 aviones, y más de 110 para igualar las muertes anuales en carretera. ¿Reciben estas tragedias el mismo trato en los medios de comunicación y en las preocupaciones gubernamentales?
Si fuera la vida de sus ciudadanos el principal desvelo de los gobernantes, éstos deberían haber declarado la guerra -en este caso, solo simbólicamente- a la industria del automóvil o a la de las armas de fuego, y haber invertido ingentes recursos económicos y humanos creando estructuras de todo tipo para evitar que continuase tan grave sangría humana.
Lo anterior viene a cuento porque la necesidad de disponer de un enemigo para alcanzar objetivos que nada tienen que ver con enfrentamientos concretos o conflictos reales, conduce a la larga a situaciones caóticas, como se comprueba sin más que observar el panorama internacional creado por la histérica “guerra contra el terror” de Bush II, contra un enemigo que nunca supo definir -porque es por naturaleza indefinible- y siempre se le escabulló, porque no sabía bien dónde estaba.
Si las voluntades de los europeos no son capaces de aglutinarse a falta de un enemigo exterior, quizá fuera mejor deducir que los europeos tienen pocos deseos de unirse y mejor sería buscar soluciones a nuestros problemas por otros caminos.
República de las ideas, 20 de abril de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/04/19 10:22:47.774000 GMT+2
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2013/04/12 10:27:23.785000 GMT+2
El emirato de Catar, asentado sobre un subsuelo de gas y petróleo en el Golfo Pérsico y poblado por apenas dos millones de habitantes en una superficie similar a la provincia de Murcia, es sede de muy peculiares actividades, que los medios de comunicación no desatienden.
No es la menor de ellas el previsto desarrollo del campeonato mundial de fútbol durante el verano del año 2022, lo que, dadas las asfixiantes temperaturas que el país soporta en esa época, nos promete presenciar el futuro desarrollo de modernas tecnologías capaces de refrigerar el espacio interior de los estadios cerrados que se construirán con esa finalidad.
No escasearán los recursos financieros para lograrlo, dada la enorme riqueza natural del país, que le pone, junto con Luxemburgo, a la cabeza de la lista mundial del producto interior bruto per cápita; mientras el diminuto granducado europeo alcanza esa titulación gracias a su actividad en los circuitos financieros internacionales, el emirato catarí la obtiene extrayendo y exportando los abundantes hidrocarburos con que le ha dotado la naturaleza.
El actual emir alcanzó el poder en 1995, arrebatándoselo a su padre mientras éste veraneaba en Suiza, y abreviando de forma no violenta el orden sucesorio al trono del emirato. En un reciente comunicado a la agencia EFE, la Casa Real española ha reconocido las vinculaciones entre ambos jefes de Estado, con motivo de los negocios que la empresa naval Navantia pretende llevar a buen término en el emirato.
Pero en Catar son posibles cosas todavía más curiosas. En un avión estadounidense llegó en 2010 al aeropuerto de la capital, Doha, un grupo de talibanes especialmente designados por sus líderes para iniciar negociaciones sobre los términos en que podría acordarse un tratado de paz con el gobierno afgano, para facilitar la retirada de las tropas de ocupación de este país en los plazos previstos.
Sin embargo, como informa el corresponsal del New York Times desde Doha, tres años después de su llegada no se ha dado un solo paso en firme para entablar conversaciones. Un diplomático afgano expresa su opinión sobre los talibanes residentes en Catar: “Ellos se limitan a vivir aquí, disfrutando del aire acondicionado, conduciendo automóviles de lujo, comiendo y ‘teniendo hijos’[sic]“.
La presencia de una decena de altos jefes talibanes residentes en Doha, acompañados por sus familias, se confirma en las raras ocasiones en que se dejan ver en público o, como dice el diplomático citado, cuando se acercan a la embajada de Afganistán para registrar el nacimiento de un nuevo vástago. Aunque eluden los contactos con la población local -y evitan declaraciones públicas, condición impuesta por el Gobierno catarí para aceptar su presencia-, se sabe que se trata de dirigentes de alto nivel, encabezados por el “jefe de Estado Mayor” del mulá Omar, así como antiguos ministros y embajadores del régimen talibán que gobernó Afganistán entre 1996 y 2001.
Las autoridades cataríes nunca han reconocido la presencia de la delegación talibana y la prensa gubernamental no la cita, aunque el Gobierno del emirato se ha manifestado presto a recibir a los compromisarios de ambas partes (Gobierno afgano y talibanes) para iniciar conversaciones de paz. El recrudecimiento de los combates en Afganistán al reanudarse con la primavera la “temporada de guerra” no crea ocasiones propicias para una reanudación del diálogo, ya roto anteriormente al fracasar un intercambio de cinco talibanes encarcelados en Guantánamo por un sargento del ejército de EE.UU. en poder de los insurgentes.
Los talibanes centran ahora su atención en el desarrollo de la lucha sobre el terreno y en preparar las condiciones que les lleven a una situación favorable cuando las tropas de combate aliadas se retiren en 2014 (permanecerán in situ unidades militares de protección propia y para adiestramiento de los afganos). Más de una veintena de grupos étnicos y religiosos se observan con desconfianza ante lo que pueda ocurrir cuando termine la ocupación extranjera. El presidente afgano se entrevistó recientemente con el emir de Catar, con vistas a establecer la infraestructura necesaria para iniciar conversaciones de paz, pero todavía no se ha dado ningún paso en este sentido.
La desconfianza es general. Karzai sospecha que EE.UU. dialoga con los talibanes a espaldas de su Gobierno; los talibanes desconfían de Karzai, en quien ven una marioneta de Washington; los diversos caudillos locales afganos se miran de reojo. Todos esperan el momento en que las tropas aliadas alcen el vuelo para situarse en la línea de salida de lo que haya de ser el futuro Afganistán. Y todos siguen manteniendo contactos en Doha, pues, como escribe un periodista afgano, a todos conviene: “A EE.UU., que quiere retirar a sus soldados; a los talibanes, que desean un descanso; a los pakistaníes, que desean aparecer alejados de los talibanes, y a los afganos, que desean aislar a los talibanes de Pakistán”.
Será conveniente observar con atención todo lo que se mueva en Catar de ahora en adelante, sin olvidar a los talibanes.
República de las ideas, 12 de abril de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/04/12 10:27:23.785000 GMT+2
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2013/04/08 09:16:45.759000 GMT+2
Habría que retrotraerse hasta finales del siglo XIX (1893) para encontrar uno de los factores principales que mantienen viva la conflictividad en Afganistán. Ese año se definió artificialmente la línea que hoy separa Afganistán de Pakistán, pero que entonces señalaba la frontera entre el primer país, independiente aunque bajo protectorado británico, y la India colonial, de la que luego se escindió Pakistán. Se la conoce como "línea Durand", nombre del funcionario británico que ejercía de Secretario de Asuntos Exteriores en la India y que negoció el trazado con el emir afgano.
Por aquella época, las potencias coloniales europeas dibujaban líneas sobre los mapas de los continentes a colonizar, según sus intereses y sin prestar mucha atención a los pueblos que residían en los territorios delimitados. Por eso, la frontera entre los dos Estados citados separó a dos etnias que luego han tenido mucho que ver con la continuada conflictividad de la zona: los pastunes y los baluchis. No fue un error inadvertido: se las consideraba tribus belicosas que convenía dividir para atenuar su peligrosidad.
El jefe de uno de los más importantes grupos insurgentes de la actualidad afgana, Jaluludin Hakani, reconocía que "desde tiempo inmemorial las tribus están establecidas a ambos lados de la línea que divide nuestros pueblos". Por ese motivo, la frontera apenas tiene valor para la población local. El resultado es que, sobre una estructura geopolítica donde las fronteras no son lo que parecen ser, se proyecta un complejo sistema de pueblos aliados y enemigos que un nuevo libro de la editora universitaria de Oxford ("Talibanistan: Negotiating the Borders Between Terror, Politics, and Religion" ) describe con claridad.
En la complicada negociación que se desarrolla con los talibanes para dar una salida al largo conflicto, Thomas Ruttig delinea los bandos enfrentados. Opuestos al talibanismo se hallan el Gobierno y los ejércitos de EE.UU. (que no siempre están de acuerdo entre sí sobre lo que conviene hacer); el Gobierno afgano del presidente Karzai y los dirigentes de su clan, así como sus aliados inmediatos; los caudillos no pastunes y otros jefes locales, enemigos de los talibanes; y, por último, los funcionarios afganos prooccidentales y las principales organizaciones no gubernamentales que actúan en Kabul.
El bando opuesto alinea (es un decir, dadas las discrepancias existentes entre los aliados de los talibanes) al mulá Omar y sus seguidores; la red insurgente creada en torno a los Hakani; el grupo islamista Hizb-e-Islami del caudillo Hekmatyar; los residuos de Al Qaeda en la zona; los talibanes pakistaníes; y los grupos terroristas que en Pakistán se oponen a la India, por el conflicto sobre Cachemira, algunos de los cuales se han rebelado contra su propio Gobierno, mientras otros le permanecen fieles.
El tercer grupo de participantes en este complejo asunto lo constituyen los países con intereses en la región. En primer lugar, Pakistán y sus fuerzas armadas y servicios de inteligencia, desde siempre activos en la zona; luego, los países con intereses inmediatos, como son China, India, Irán y Rusia, que mantienen también una vigilancia atenta sobre el desarrollo de los acontecimientos e intervienen en la dinámica de los grupos enfrentados entre sí.
Por último, y vista la diversidad y peso relativo de las opciones participantes, conviene tener en cuenta que todas ellas desconfían recíprocamente entre sí e incluso de sus propios aliados, y que coinciden en su rechazo a unas negociaciones de paz en las que no tienen seguridad de obtener ventajas. Mientras el presidente Karzai insiste en abrir diálogo con los talibanes, aunque solo sea para debilitarlos dividiéndolos, se opone a la vez a que el Gobierno de EE.UU. haga lo mismo. La mayor parte de los analistas que observan la cuestión coinciden en que los diversos actores están divididos internamente y que cualquiera de ellos puede dar al traste con cualquier negociación de paz en el momento en que lo desee.
En este complejo laberinto, en el que EE.UU. juega un papel determinante, también está España implicada por su participación militar a través de la OTAN. Sin embargo, como otros aliados de nivel secundario, apenas tiene voz en la solución final del conflicto, aunque los riesgos que corren los españoles que allí trabajan no son menores que los de los demás. Los contactos y tejemanejes que se llevan a alto nivel entre los grupos implicados, para abordar el futuro posbélico de Afganistán, son ignorados por la política exterior de España, cuya opinión poco a nada contará respecto a la elaboración de una nueva constitución o el desarrollo de las elecciones del próximo año. Por el contrario, este papel políticamente secundario permite a España retirar sin menoscabo su contingente militar. Esto no lo puede hacer EE.UU. declarando que lo que suceda ahora es "asunto a resolver entre los propios afganos". La situación del país es producto de los numerosos errores incurridos por Washington, cuya responsabilidad por lo sucedido en Afganistán desde 2001 (e incluso antes, durante la ocupación soviética del país) es irrenunciable y conlleva la enorme carga de reparar, en lo posible, los daños causados. Habrá que ver cómo se desempeña Obama ante este problema, ahora sin apremios electorales.
CEIPAZ, 8 de abril de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/04/08 09:16:45.759000 GMT+2
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2013/04/05 10:35:57.270000 GMT+2
Cualquiera que haya leído en la prensa de EE.UU. los comentarios suscitados por la última visita de Obama a Oriente Medio se vería inclinado a extraer una sorprendente conclusión: la principal preocupación de los analistas estadounidenses se centra en unas armas nucleares que no existen -las de Irán- e ignora del todo otras que sí existen: las de Israel. Tampoco se alude al arsenal pakistaní, que sigue creciendo de modo discreto. Frente a las 100-300 armas que se suponen en poder de Israel, a Pakistán se le atribuyen unas 90 ó 100. Ninguno de ambos países reconoce oficialmente el hecho, aunque los datos filtrados impiden seguir haciendo la vista gorda. Si la aspiración de Islamabad es disponer de cierta disuasión frente a la India, Israel va mucho más lejos: se esfuerza por mantener la hegemonía nuclear en todo el Oriente Medio y el monopolio en su más inmediato entorno geopolítico. Para ello, no ha vacilado en recurrir a algo que ninguna otra potencia nuclear ha hecho jamás: el ataque preventivo para evitar que otro país pueda hacerse con armas nucleares.
Es cierto que entre 1945 y 1949, mientras EE.UU. era el único poseedor de estas armas, hubo voces que sugirieron atacar las instalaciones nucleares soviéticas, pero la idea ni siquiera llegó a ser tenida en cuenta por el Gobierno. Israel ha sido la excepción y es de temer que lo siga siendo. Sus aviones destruyeron el reactor iraquí de Osirak en 1981; con el mismo propósito, contribuyó a fabricar el engaño que propició la invasión de Irak en 2003; y en 2007 atacó un reactor sirio. Esta política de ataques preventivos para mantener el monopolio nuclear en la región es a la larga más peligrosa para el mundo que las bravuconadas verbales de los países del “eje del mal”.
Pero no solo se trata ahora de armas nucleares. La visita de Obama ha servido para reforzar ese falso cliché que ha promovido tantos conflictos y puede desencadenar algunos más: el de la “inseguridad nacional” del Estado judío. En su discurso en Jerusalén regaló los oídos de la audiencia afirmando que el país está “rodeado por muchos que en esta región lo rechazan y muchos que en el mundo se niegan a aceptarlo”. Así pues, son los israelíes, y no los palestinos, las víctimas que se sienten acosadas como consecuencia del irresuelto conflicto.
Aunque en una alocución a la juventud israelí Obama declaró que la ocupación de Cisjordania no es solo perjudicial para su país sino que es también inmoral e injusta, eludió recordar que es la política del Gobierno israelí la que dificulta la resolución del conflicto al fragmentar el territorio palestino con la expansión de los asentamientos ilegales. Despachó el asunto con unas frases elusivas y poco comprometedoras, como “consideramos que la continuación de los asentamientos no es constructiva, sino contraproducente para la paz”.
Durante la breve entrevista con el presidente de la Autoridad Palestina, Obama apuntó que los asentamientos son una débil excusa para no reanudar las conversaciones de paz, sugiriéndole que aceptara hoy unas condiciones que Mahmoud Abbas estima indignas, a cambio de un hipotético mañana en el que ya es muy difícil creer. Aunque Obama no tiene a la vista enfrentamientos electorales, no se atrevió a visitar Gaza (territorio tan palestino como Cisjordania) a pesar de los avances contemporizadores del Gobierno de Hamás, que ha aceptado la solución biestatal. Tanto Hamás en Gaza, como Hezbolá en Líbano, parecen conducir al supuesto foco del problema: Irán. Obama toca sus límites y no desea quemarse en el fuego del infierno de una opinión pública adversa, así que el temor a ser considerado por sus compatriotas “blando con el terrorismo” frenó lo que hubiera podido ser una audaz iniciativa en pro de la paz.
Frente a la insistencia de Obama en acentuar ante los líderes palestinos la “inseguridad” de Israel, un dirigente de la OLP se preguntó irónicamente cómo se sentiría Obama si EE.UU. se convirtiera en un Estado blanco y protestante: “Así nos sentimos – dijo – los palestinos en el Estado judío de Israel”. La sombra del apartheid y el deterioro de la democracia israelí siguen imponiendo su innegable realidad.
El complejo problema planteado en Oriente Medio no es de fácil resolución y es aún más difícil abarcar todos los factores que lo constituyen; Obama tampoco se ha esforzado en hacerlo. Así, por ejemplo, vistas las cosas desde Teherán, es Israel el verdadero peligro nuclear para la región y el que realmente ha iniciado allí la carrera de armamentos nucleares. Es necesario reconocer que Israel está jugando con fuego, y Obama debería saberlo. El ejemplo de las falsas armas nucleares de Sadam Hussein, trágica broma de la que se acaba de cumplir el décimo aniversario, debería hacerle desconfiar y comprender que el fantasma de la bomba nuclear iraní, tan cuidadosamente cultivado por Israel, podría desencadenar en esta región un conflicto del que EE.UU. saldría profundamente dañado. Probablemente, en una situación mucho peor que tras las fallidas guerras en Irak y Afganistán, y en pleno declive imperial, atentamente observado por las potencias emergentes que a largo plazo aspiran a sucederle o, por lo menos, a hacerle sombra.
República de las ideas, 5 de abril de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/04/05 10:35:57.270000 GMT+2
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