2013/06/24 08:15:35.127000 GMT+2
Por primera vez desde que en 2001 los talibanes fueron expulsados de Afganistán por las fuerzas de la coalición aliada invasora, la OTAN ha puesto la responsabilidad de la seguridad nacional en manos del Gobierno del presidente Hamid Karzai. En una ceremonia que tuvo lugar en Kabul el pasado 18 de junio, Karzai declaró que "nuestras fuerzas militares y de seguridad dirigirán a partir de ahora todas las actividades que les corresponden". No obstante, las tropas aliadas permanecerán en Afganistán hasta concluir 2014 y podrán acudir en refuerzo de las unidades afganas.
Aparte de la incesante actividad que las fuerzas de ISAF están llevando a cabo, preparando la retirada y desmontando los complejos sistemas logísticos que constituyen las bases, proseguirán las misiones de instrucción así como las de apoyo de transporte aéreo y evacuación urgente de bajas. El Secretario General de la OTAN, que participó en la ceremonia, alabó la "extraordinaria resolución" de las tropas afganas e insistió en que todavía quedaba mucho por hacer en los 18 meses restantes: "Seguiremos ayudando a las fuerzas afganas en el desarrollo de las operaciones, si es necesario, pero nosotros ya no las planificaremos, ejecutaremos ni dirigiremos; a finales de 2014, todas nuestras misiones de combate habrán concluido".
Las tropas aliadas desplegadas ahora en el país afgano suman unos 97.000 efectivos, procedentes de medio centenar de países, aunque el contingente mayor -unos 68.000- pertenece a EE.UU. Cuando en 2014 hayan abandonado Afganistán, solo quedará un pequeño grupo de instructores y asesores militares, cuya composición y tamaño está todavía pendiente de una decisión conjunta con el gobierno de Kabul.
Karzai, por su parte, mostró su satisfacción personal por el objetivo alcanzado e insistió en que ahora se iniciaría una nueva estrategia, de la que no formarían parte los ataques aéreos "contra los hogares y las poblaciones afganas", recordando así su radical rechazo al uso de los fatídicos drones, que tanto complacen a los estrategas del Pentágono y de la CIA, pero que con frecuencia causan bajas inocentes y producen gran disgusto entre la población.
No fue un buen augurio del inicio de esta nueva situación el ataque terrorista suicida que tuvo lugar pocas horas antes del solemne acto de transferencia de responsabilidades, y que causó tres muertos y más de una veintena de heridos. El presunto objetivo del ataque, un señalado dirigente hazara, salió ileso.
Las opiniones consultadas sobre el terreno, respecto a la nueva situación, son muy variadas. Un instructor militar aliado aseguró que los mejores soldados afganos están a la altura de cualquier ejército de un país en vías de desarrollo, pero que el grueso del contingente deja todavía mucho que desear. El jefe del ejército afgano se ha quejado de que la escasa capacidad aérea de sus fuerzas es un difícil reto a resolver: "Tenemos muy pocos medios para el transporte aéreo y en muchas zonas tenemos que recurrir a ISAF. Por lo demás, creo que seremos plenamente capaces de realizar nuestra labor".
Si el aspecto militar del futuro Afganistán independiente presenta algunas perspectivas aceptables, no ocurre lo mismo con los problemas políticos que el Gobierno de Kabul habrá de resolver.
Los contactos que a nivel diplomático estaba previsto realizar en Doha, la capital de Catar, entre el Gobierno de Karzai y la dirección talibana, parecen atascados por cuestiones de imagen y prestigio, y por la desconfianza mutua entre ambas partes, así como desacuerdos importantes entre el Departamento de Estado de EE.UU. y el Gobierno afgano, que el pasado 20 de junio rechazó iniciar las conversaciones con la delegación de los talibanes.
Karzai se quejó de que éstos abrieran una oficina en Doha y de la forma en que llevaron a efecto una conferencia de prensa que, según él, hizo aparecer a los talibanes como el Gobierno en el exilio del presunto "Emirato islámico de Afganistán" (nombre que adoptaron los talibanes durante el tiempo en que gobernaron el país). Esto fue lo que provocó el incidente diplomático con EE.UU., que ha patrocinado estas tentativas de encuentros bilaterales. Las insistentes llamadas del Secretario de Estado, John Kerry, no han logrado suavizar el conflicto, y Karzai sigue acusando de duplicidad a EE.UU. por mantener contactos ocultos con los talibanes. Sus esfuerzos para que el Gobierno catarí haga retirar de la fachada de la delegación talibana los signos y banderas que molestan a Karzai, son una muestra de que las conversaciones tienen todavía un largo camino que recorrer, en el que símbolos e intenciones ocultas son obstáculos difíciles de superar. Pues así están las cosas en aquel lejano país del que todavía tendrá que regresar incólume el destacamento español que allí presta sus servicios. Deseémosle suerte.
CEIPAZ, 23 de junio de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/06/24 08:15:35.127000 GMT+2
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2013/06/21 09:17:51.030000 GMT+2
La única base militar de EE.UU. en África, reconocida oficialmente como tal por el Pentágono, es Camp Lemonnier, situada en Yibuti, el estratégico Estado a caballo entre el mar Rojo y el golfo de Adén. En el año 2002 se estableció allí el mando de la CJTF-HOA, conglomerado de siglas -muy al gusto de las fuerzas armadas de EE.UU.- que esconde el nombre de "Fuerza de tarea combinada conjunta del Cuerno de África". Su área de operaciones alcanzaba desde las islas Seychelles, en el océano Índico, hasta Eritrea, en el mar Rojo, pasando por Tanzania, Uganda y Etiopía, entre otros países. Pero la llamada área de interés (un subterfugio para ampliar su zona de responsabilidad) abarcaba desde las islas Mauricio y Madagascar, Mozambique y la República Democrática de Congo, hasta alcanzar Sudán, Egipto y Yemen, sin olvidar la República Centroafricana y Chad, recientes escenarios de conflictos en vías de agravamiento.
Las fuerzas especiales de EE.UU. empezaron a actuar también desde 2004 en países aún más alejados de Yibuti, como Nigeria, Senegal y Mali. En 2008 se celebró en el Cuartel General de EE.UU. en Europa la 4ª Conferencia anual de algo con nombre todavía más complejo: la "Asociación (Partnership) de contraterrorismo transahariano y Operación Enduring Freedom para el Transáhara". Todo ello quedó pronto subsumido en el llamado "Mando de EE.UU. para África" (AFRICOM), que puso bajo control del Pentágono el único continente que hasta entonces no tenía asignado un mando específico. Instalado en Stuttgart (Alemania), ante la resistencia de muchos países africanos a albergarlo en su territorio (se llegó a estudiar la alternativa de Rota, en España, no descartada aún definitivamente), su crecimiento y desarrollo han ido paralelos a la proliferación de grupos terroristas africanos, así cómo a un aumento en el número y gravedad de sus agresiones.
Para EE.UU. la situación alcanzó un punto crítico cuando el 11 de septiembre de 2012 un grupo vinculado a Al Qaeda, llamado Ansar al-Sharia, atacó las instalaciones de EE.UU. en Bengasi, asesinando al embajador y tres funcionarios. Pero el torbellino levantado en África después de la caída de Gadafi se ha acelerado y ha ampliado su radio de acción. El colapso de Mali y varios golpes de Estado han hecho crecer la inestabilidad en el Sahel y en el Sáhara. Un jefe del AFRICOM declaraba en marzo pasado que el problema se extendía hacia el noroeste africano. El órgano oficial del Centro de combate contra el terrorismo, dependiente de la Academia militar de West Point, publicaba el pasado mes de mayo que "los yihadistas están reclutando abiertamente jóvenes militantes que envían a campos de entrenamiento en las montañas fronterizas con Argelia".
La intervención francesa en Mali fue respondida con el ataque a la planta de gas de Amenas, que produjo la muerte de casi 40 rehenes. Organizado por un veterano instruido por EE.UU. durante la guerra contra la URSS en Afganistán, fue la primera de una serie de agresiones de réplica a las intervenciones occidentales en el noroeste de África. La guerra de Mali forzó el regreso de algunas bandas terroristas a sus países de origen, como Libia o Nigeria, aumentando la violencia en esos países.
El Secretario de Estado John Kerry ha declarado que "las alegaciones verosímiles de que las fuerzas nigerianas de seguridad están cometiendo graves violaciones de los derechos humanos, contribuyen a agravar la violencia y a fomentar el terrorismo". Es un esquema ya viejo, que viene repitiéndose en todos los países donde la "guerra contra el terror", que patentó Bush, ha despreciado las leyes humanitarias y soslayado los derechos humanos.
El nuevo jefe de AFRICOM, general David Rodriguez, ha alertado sobre nuevos peligros, incluyendo el tráfico de estupefacientes en África Occidental y el aumento en los alijos de heroína procedentes de Afganistán y Pakistán, a través del océano Índico; puntualizó: "En el Sahel, el comercio de cocaína y hachís es facilitado por Al Qaeda en el Magreb islámico, y beneficia directamente a este grupo terrorista".
El resumen es desalentador. Un analista estadounidense constata que "tras un decenio de invertir los dólares de los contribuyentes en acciones antiterroristas y estabilizadoras en toda África, el continente ha experimentado cambios profundos desde que nuestras fuerzas armadas empezaron a operar desde Camp Lemonnier, pero no son los cambios que EE.UU. buscaba".
A medida que EE.UU. abandona Afganistán, Obama puede sentirse impulsado a proyectar sobre África un mayor esfuerzo militar. Pero no hay que profundizar mucho en la historia reciente para temer que tampoco así se logren éxitos. Desde los atentados del 11-S, las decisiones del Pentágono han venido contribuyendo a reforzar la diáspora universal del terror: basta contemplar el Iraq de hoy. El mismo fenómeno puede repetirse en África, donde los grupos terroristas, que han ido creciendo tras las sucesivas guerras de EE.UU., cruzan libremente las fronteras y hacen del continente un lugar más inestable y peligroso que lo que era antes de que los primeros soldados de EE.UU. pusieran pie en Yibuti hace ya 11 años.
República de las ideas, 21 de junio de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/06/21 09:17:51.030000 GMT+2
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2013/06/14 09:36:43.862000 GMT+2
El escándalo provocado en EE.UU. por la difusión de noticias sobre el espionaje que la Agencia Nacional de Seguridad (National Security Agency, NSA) ejerce sistemáticamente sobre la vida privada de los ciudadanos, ha centrado la atención de los medios de comunicación sobre los entresijos de ese organismo, poco conocido pero mucho más desarrollado y omnipresente que la superfamosa CIA. Veamos algunos detalles recientemente publicados en EE.UU.
Pendiente de finalizar la construcción de las nuevas instalaciones que la albergarán en el futuro, Fort Meade, en Maryland (EE.UU.), donde ahora está instalada la NSA, podría llamarse muy bien la capital mundial de los ordenadores. Ya un antiguo director de la NSA, en la segunda mitad de los años 60, declaró que tenía a su cargo un espacio de dos hectáreas y media, repleto de equipos informáticos. Naturalmente, ese espacio se ha multiplicado muy aceleradamente desde entonces. Y como hoy no resulta suficiente para la compleja exploración de todas las posibles fuentes de información aprovechables para los fines de la agencia, se está construyendo en un remoto rincón de Utah lo que será la futura sede, un edificio más grande que el Capitolio de Washington, y que consumirá más energía eléctrica que toda la ciudad de Salt Lake City, la capital del Estado.
Algunos la han comparado con la "Biblioteca de Babel", la creación literaria de José Luis Borges donde se almacenaba todo el posible saber impreso del mundo, pero no se entendía ninguna palabra porque los libros eran el resultado de la combinación azarosa de letras y símbolos. Debía contener a la vez todos los libros existentes y todos los libros posibles.
La realidad es quizá más abrumadora que la ficción del escritor bonaerense: ese futuro centro de datos digitales podrá examinar todos los correos, mensajes y foros sociales existentes en la actualidad en todo el mundo. Su capacidad asusta: equivale a 1,25 millones de discos duros de 4 terabitios, instalados en 5000 servidores que almacenarán billones de billones de ceros y unos, conteniendo los datos de cada individuo. Algunos analistas han calculado que su capacidad alcanza ya los 5 zetabitios, astronómica cifra (5 por 10 elevado a 21) que equivale a lo que podrían almacenar 62.000 millones de modernos teléfonos inteligentes conectados a la vez. Pero los expertos ya anticipan que para 2015 habrá alcanzado un nivel de varios yotabitios (10 elevado a 24). No existe todavía nombre para el siguiente orden de unidades, pero de seguir la NSA por ese camino pronto habrá que inventarlo.
¿Cuál es la materia prima con la que aquí se trabaja? Llamadas telefónicas, correos electrónicos, transferencias de datos, emisiones de radio, páginas web o foros visitados en la red, tiques de aparcamiento, facturas de compras, etc., así como todo el "menudeo" electrónico producto de la vida diaria de las personas, como cuando se firma una compra en un supermercado pagando con tarjeta. O al bajar un video de Youtube y observarlo durante algún tiempo.
Esa información, que equivaldría a un numero de páginas impresas superior a todo lo que se ha imprimido en el mundo hasta el presente, serviría a la NSA para determinar qué personas pueden ser hoy, o convertirse mañana, en terroristas. La información bruta, incluso la constituida por cadenas digitales interrumpidas o textos cifrados, una vez almacenada se estudia en superordenadores que utilizan complejos programas algorítmicos, en continuo perfeccionamiento, para detectar conductas sospechosas.
Sorprende leer algunas conclusiones publicadas en EE.UU. Según ciertos comentaristas, el principal problema que hoy afronta la NSA no es que se esté ahogando en un mar de datos, a menudo indescifrables e ininteligibles y en su mayoría inútiles. Esto se resolverá con nuevas tecnologías y programas muy refinados que aliviarán la inevitable "turbulencia" que dificulta obtener resultados útiles. El principal problema no es ese, sino la enorme cantidad de energía eléctrica que consumen las nuevas instalaciones, aunque se las traslade a lugares alejados (como Utah y Texas). Será necesario construir nuevas centrales eléctricas cada vez más potentes, lo que aumenta los problemas financieros que debe resolver el Congreso. Es un curioso problema de "poder político y energía eléctrica" (juego de palabras solo válido en inglés, pues power se aplica a ambos conceptos): cuanto más potencia eléctrica consuma la NSA, más y más datos obtendrá de sus fuentes privadas -en grave menoscabo de la privacidad de los ciudadanos- y más exhaustivos y completos serán los informes que envíe a las autoridades, con lo que, en definitiva, aumentará su poder político entre las instituciones del Estado.
Obama debería reflexionar un poco más sobre el dilema entre seguridad y libertad personal. Un pueblo obsesionado por alcanzar la seguridad absoluta es un pueblo condenado a la esclavitud mental, a la sumisión irracional; es un pueblo que concede a sus gobernantes libertad, también absoluta, para vigilarlo y someterlo. Alguien dijo que valía más morir de pie que vivir de rodillas. Vivir permanentemente vigilado y controlado es como vivir arrodillado.
República de las ideas, 14 de junio de 2003
Escrito por: alberto_piris.2013/06/14 09:36:43.862000 GMT+2
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2013/06/12 10:07:25.132000 GMT+2
El feudalismo europeo nació porque los pequeños propietarios de tierras y ganado no podían defenderse por sí solos de las incursiones de los pueblos agresores (normandos, vikingos, etc.) y necesitaban a alguien que les protegiese con las armas. Para ello acudían a los grandes señores, ya que entonces ni siquiera los reyes disponían de fuerzas suficientes para proteger a todos sus súbditos. El "vasallo", que así era llamado, no obedecía directamente al rey sino que lo hacia a través de su señor feudal, con quien quedaba "enfeudado". A cambio de una cierta seguridad (como la de ser acogido tras los muros del castillo cuando una hueste enemiga arrasaba sus campos), el siervo quedaba sometido a una dura condición pues, como escribía un jurisconsulto de la época, "su señor puede tomar todo lo que tiene y ponerlo en prisión, con razón o sin ella. No tiene que responder de su conducta sino ante Dios".
El régimen feudal exigía de las clases inferiores tan duros sacrificios y les relegaba a tan vil condición que su abolición fue el objetivo principal de las primeras grandes revoluciones. Lo que los siervos y villanos de aquella época no acababan de entender era que la seguridad proporcionada por su señor no era, ni podía ser jamás, absoluta; peor aún, era un pretexto más para someterlos y explotar su trabajo y sus recursos en beneficio propio. En siglos posteriores, el monopolio de la artillería puso en manos de los reyes una fuerza militar imbatible, el poder feudal fue sometido y se concentró en las manos del monarca absoluto ("el Estado soy yo"); pero tampoco ese nuevo poder era capaz de garantizar la seguridad total de los ciudadanos.
Incluso antes de aparecer el feudalismo, era el mito de la seguridad el que permitía a las faraones erigirse en dioses humanos que con su simple presencia y sus elaborados rituales aseguraban al pueblo que el Nilo seguiría regando periódicamente las feraces tierras que sus súbditos cultivaban, para beneficio de él y sus cortesanos. Asirios, caldeos y otros pueblos de la antigüedad, ante las incertidumbres de una vida cotidiana a menudo incierta y amenazada por el hambre, las enfermedades, guerras y catástrofes, y donde la simple subsistencia nunca estaba asegurada de un día para otro, también inventaron dioses, cultos y castas sacerdotales que les hacían sentirse seguros ante una naturaleza que les superaba y que no sabían cómo gestionar y, sobre todo, ante la angustia de la muerte inevitable.
El mito de la seguridad ha subsistido al paso de los siglos y es lo que ha llevado a Obama a afirmar recientemente que le es imposible garantizar a la vez a sus compatriotas "el 100% de seguridad y el 100% de privacidad". Digamos que con esta última palabra ha pretendido aludir al derecho de cualquier persona a gozar de un área de intimidad inviolable y a no ser espiado, así como los demás derechos elementales del ciudadano, entre los que figura el poder recurrir ante un sistema judicial democráticamente garantizado, que evite el encarcelamiento arbitrario de las personas como ahora ocurre en Guantánamo.
Obama está haciendo frente a una marea de opinión adversa suscitada por la difusión de los variados y complejos sistemas estatales dedicados en EE.UU. a escudriñar las actividades privadas de los ciudadanos (correos, teléfonos, fotografías, desplazamientos, etc.), así como las cada vez más refinadas tecnologías que permiten controlar, registrar y analizar sistemáticamente la vida de cualquier persona, aunque no sea sospechosa de nada.
Han naufragado lamentablemente aquellas promesas electorales anunciadas por Obama, para introducir cambios radicales en la política seguida por su antecesor en la Casa Blanca, que tanto ha restringido las libertades personales del pueblo estadounidense. Lo más reprobable de su declaración es la insinuación de que podría aspirarse a un alto grado de seguridad siempre que, a cambio, se sacrificasen los más elementales derechos del ciudadano. Obama debería recordar que es imposible que ningún Gobierno sea capaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, y debería explicarlo así a su pueblo. Y que la pérdida de libertades y derechos humanos que forzosamente se les impone, engañándoles con el mito de la seguridad, les conducirá en último término a perder a la vez seguridad y libertad.
Un pueblo obsesionado por alcanzar la seguridad absoluta es un pueblo condenado a la esclavitud mental, a la sumisión irracional; es un pueblo que concede a sus gobernantes libertad, también absoluta, para someterlo. Nunca más debería ser necesario repetir la conocida sentencia: "Más vale morir de pie que vivir de rodillas".
CEIPAZ, 1? de junio de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/06/12 10:07:25.132000 GMT+2
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2013/06/07 08:44:45.481000 GMT+2
El continuo diluvio de noticias de todo tipo (desde la ya familiar y polifacética corrupción a todos los niveles hasta las artes marciales del asesino bilbaíno del kung-fu) concentra tanto la atención de los medios de comunicación que casi no dan abasto para mantenernos al día de lo que ocurre por el mundo.
Pero los españoles seguimos teniendo un buen número de compatriotas implicados en la incierta aventura afgana, patrocinada por EE.UU. y la OTAN, e invirtiendo en ella recursos no desdeñables. Aunque su fin está ya en el horizonte, no por ello se han reducido los riesgos que lleva consigo ni la posibilidad de seguir cometiendo errores políticos de largo alcance, como los que la hicieron nacer y los que han ido marcando su desarrollo hasta el día de hoy.
Como muchas otras guerras irregulares que han ido nutriendo la historia bélica de la humanidad, la de Afganistán tiene también características estacionales, y ahora se habla por aquellas tierras de la "ofensiva de verano". Con ella, los talibanes tantean la consistencia del ejército afgano que habrá de hacerse cargo de la defensa del país cuando se produzca la retirada de las fuerzas aliadas, prevista para el próximo año.
Aunque los combates afectan sobre todo a las provincias meridionales, cuya frontera con Pakistán facilita el movimiento de armas, hombres y pertrechos, ni siquiera la capital del Estado se ha visto a salvo, como ocurrió el pasado 24 de mayo, cuando los talibanes asaltaron las oficinas de la Organización internacional para las migraciones (OIM), causando varias bajas y desencadenando un combate callejero. Cinco días después en otra gran ciudad afgana fueron atacadas las instalaciones de la Cruz Roja.
Un portavoz del ministerio afgano de Defensa ha declarado que varios seminarios religiosos de Pakistán han dado libertad a sus estudiantes para ir a combatir en Afganistán, tras hacerles creer que hay tropas indias defendiendo al Gobierno afgano, con lo que se les incita a desencadenar la yihad contra los hindúes.
Pero en primavera también suceden otras cosas, que favorecen la actividad insurreccional, puesto que la vegetación natural del país, ahora renovada y más espesa, facilita los movimientos de los grupos guerrilleros que, además, son ayudados por los campesinos que cultivan opio, ahora que los talibanes parecen menos dispuestos a condenarlo, como hicieron en el pasado.
A la acción militar talibana se une también la preparación psicológica, pues han aprendido de los errores anteriores. No solo parecen disponer de más medios (vehículos y armas, principalmente) que en años anteriores, sino que también han modificado el modo de tratar con la población civil. "Antes, los talibanes prestaban mucha atención a la longitud de las barbas de los hombres, a la forma y tamaño de los turbantes y a otros detalles exagerados; ahora ya no lo hacen", declaraba un comerciante de Nadali, en la provincia de Helmand. Además, solían dar publicidad a las ejecuciones y venganzas, para mantener a la población en estado de sumisión, con lo que el pueblo llegó a odiarles.
Ahora, la dirección talibana, copiando a lo que anteriormente hicieron sus enemigos del Pentágono, ha hecho circular directivas entre sus mandos en las que se insiste en que es preciso "ganar los corazones y las mentes" de la población; si se producen acciones de represalia contra algunos individuos, éstas se mantienen en el más absoluto secreto.
En resumidas cuentas, los talibanes están manejando la vieja "estrategia de los resquicios", ahora que la prevista retirada de la coalición aliada obligará a reajustar los despliegues de las fuerzas de seguridad afganas. El aspecto moral no es desdeñado: un alto responsable afgano ha declarado que los talibanes arengan a sus combatientes haciéndoles ver que han sido capaces de derrotar a las tropas estadounidenses y británicas, y ahora harán lo mismo con el ejército afgano.
Por todo lo anterior, el contingente militar aliado -incluidas las tropas españolas- se va a enfrentar, en los próximos meses, a una de las operaciones más delicadas que deben ejecutar los ejércitos: una retirada ordenada en un territorio hostil en el que la población nunca ha sido del todo amistosa y donde los errores políticos y estratégicos del pasado tendrán inevitablemente consecuencias negativas.
República de las ideas, 7 de junio de 2013.
Escrito por: alberto_piris.2013/06/07 08:44:45.481000 GMT+2
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2013/05/31 09:54:21.554000 GMT+2
Con motivo de un acto oficial celebrado hace unos días en Barcelona, en el que la delegada del Gobierno en Cataluña entregó un diploma a un miembro de la denominada "Hermandad de combatientes de la División Azul", se ha levantado una polémica que enfrenta una vez más a lo que podríamos llamar "las dos Españas", esas que según los conocidos versos de Antonio Machado habrían de "helar el corazón" a los niños nacidos en esta piel de toro.
En un esfuerzo por lograr el equilibrio propio de quien desea moverse en los terrenos de la verdad histórica y lograr, de una vez por todas, que el dilema machadiano pase a mejor vida por obsoleto, es precisamente a la historia a la que conviene acudir cuando el apasionamiento amenaza con cegar a quienes, como Goya tenebrosamente pintó, acaban destrozándose mutuamente a garrotazos, incapaces de salir de la charca cenagosa en la que uno o los dos acabarán muriendo.
La historia real -no la manipulada por prejuicios ideológicos, tan común últimamente- nos cuenta cómo el 31 de julio de 1941, los miembros del contingente militar español que Franco puso al servicio de Hitler con el nombre de División Azul (la 250ª División de Voluntarios en el organigrama de la Wehrmacht), vistiendo el uniforme alemán de campaña, participaron en la ceremonia del juramento de obediencia, acto obligado en casi todos los ejércitos del mundo.
La fórmula utilizada aquel día, pronunciada en alemán y traducida por el Jefe de Estado Mayor de la citada división, exigía obediencia al Führer alemán, como jefe supremo del ejército, en la lucha contra el comunismo (en algunas fuentes se habla de bolchevismo), estando dispuestos a dar la vida en cada momento para cumplir con el juramento empeñado. Los españoles allí formados respondieron sonoramente: "¡Sí, juro!".
El jefe de la División, general Muñoz Grandes, arengó después a sus subordinados y se dirigió al general alemán que presidía la ceremonia con estas palabras: "Decidle al Führer que estamos listos y a su orden; decidle el juramento prestado y decidle, en fin, que lo que mi pueblo jura, lo cumple". Concluyó la alocución pidiendo a sus hombres que repitieran con él la triple invocación final: "¡Viva el Führer, viva el ejército alemán, viva Alemania!".
No está de más recordar que los militares españoles no juraban expresamente fidelidad personal a Franco, aunque ésta se diera por sobreentendida. La fórmula del juramento de bandera entonces vigente en el ejército español comenzaba así: "¿Juráis a Dios y prometéis a España...?". Ni siquiera tras la aplastante victoria que le llevó al poder se atrevió Franco a modificar la tradicional fórmula del juramento militar, introduciendo en ella su persona, al estilo nazi. Esto no hubiera sido motivo de extrañeza, ya que la omnipresente figura de Franco reinaba por doquier, desde los sellos de correos hasta las invocaciones con las que concluían los actos oficiales del Régimen.
Se puede aceptar que los que, con mayor o menor entusiasmo, prestaron el juramento de fidelidad a Hitler ignoraban lo que en realidad venía sucediendo en Alemania por aquel tiempo. Y también es creíble que algunos, además, en su fuero interno asumieran que el compromiso militar se limitaba a la "lucha contra el comunismo", como expresaba la fórmula utilizada. Aunque para ello tuvieran que ignorar que la citada lucha, tal como la conducía el nuevo jefe supremo al que acababan de vitorear tras jurarle obediencia, daba por sentada la esclavitud o el exterminio de los pueblos inferiores (los Untermenschen de la doctrina nazi), judíos, gitanos y eslavos. Con su juramento, pues, se hicieron parcialmente copartícipes de los crímenes contra la humanidad por los que fue condenado el régimen hitleriano, comparables, cuando no más perversos, con los brutales y masivos asesinatos con los que Stalin se mantuvo en el poder y derrotó al dictador nazi.
Pero hoy, bien entrado el siglo XXI y conocidos los horrendos delitos que se perpetraron bajo la dirección de Hitler, es natural sorprenderse por las extrañas concesiones que en España se siguen haciendo, con la benevolencia de algunas autoridades, a esos residuos históricos que en gran parte de Europa ni siquiera tienen voz pública y que, en algunos países, incluso han sido declarados fuera de la ley y perseguidos por ello.
Así pues, es lícito preguntarse si es que los que juraron obediencia a Hitler y los que aún ahora les apoyan, ensalzan y conmemoran, lo consideran tan especial honor personal y patriótico como para seguirlo celebrándolo hoy, al cabo de siete decenios, y conociéndose pública y fehacientemente los horrores que perpetró el régimen nazi, con el que ellos voluntariamente cooperaron.
República de las ideas, 31 de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/05/31 09:54:21.554000 GMT+2
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2013/05/29 11:10:17.524000 GMT+2
Un
analista político estadounidense, buen conocedor de la realidad interna de su
país y experto en variados ámbitos de la política internacional, escribió hace
poco lo siguiente: "La disminución del poder global de EE.UU. es evidente
desde el final de la Guerra Fría. El declinar de EE.UU. se muestra hoy en el
plano interior (desde el deterioro de las infraestructuras hasta la pérdida de
la calidad de vida) y en el exterior, con una marcada reducción de su
influencia en Latinoamérica y Oriente Medio. El 'sueño americano' de una
inevitable superación y un incesante progreso material es todavía alabado
principalmente por los que viven de sueños. Pero, para muchos ciudadanos, estas
circunstancias cambiantes -distintas a todo lo conocido a lo largo de su vida-
son difíciles de asumir".
Sospechar
que EE.UU. está "buscando su lugar en el mundo" tras varios siglos
durante los cuales ha hecho y deshecho todo lo que se le ha antojado, no solo
en el continente americano sino en todo el planeta, parece encerrar una
flagrante contradicción. Es habitual atribuir la búsqueda de un lugar al sol a
las naciones emergentes o de nueva creación, que necesitan afirmar su
personalidad como Estado y codearse en pie de igualdad con las viejas potencias
de la comunidad internacional. Cartago trató de imponer su presencia frente a
Roma, del mismo modo que la Alemania de Hitler, que renacía tras la catástrofe
de Versalles, necesitaba imponer su voluntad a Europa y disponer de un
"espacio vital", que decidió establecer en las tierras eslavas, para
lo que hasta puso en circulación una palabra para definirlo: el lebensraum. Ambos intentos condujeron a sendas
guerras, a cual más destructiva para los pueblos que las padecieron.
Al
contrario de lo anterior, el pueblo que crearía los Estados Unidos de América
del Norte se expandió desde sus primeros días con pocas limitaciones externas:
una guerra de independencia contra Inglaterra, algunos conflictos menores con
otras potencias coloniales que también habían puesto pie en América del Norte,
y el aplastamiento definitivo de las naciones indígenas. Por eso, más que
esforzarse por buscar su lugar en el mundo, los fundadores del nuevo Estado
estaban plenamente convencidos de que era el mundo el que necesitaba de su
presencia y su buen hacer, y el que se entregaba voluntariamente al nuevo faro
que iluminaría los caminos de la libertad para toda la humanidad. Su "destino
manifiesto" (la expresión clave que, como el lebensraum alemán, permitiría a la nación americana justificar
cualquier atropello) le impulsaría a extenderse según creyera conveniente para
cumplir sus fines salvíficos.
Sin
embargo, como opina Matthews, no puede ignorarse el hecho de que el poder
global de EE.UU. ha ido disminuyendo paulatinamente desde que concluyó la
Guerra Fría. Hubiera sido lógico creer que sucedería justo lo contrario y que,
al extinguirse la URSS, cuya sola existencia ya de por sí limitaba la tendencia
estadounidense a la expansión y contrapesaba su influencia, EE.UU. extendería
su poder sin límites e impondría su voluntad al resto del mundo, materializando
esa tendencia soberana que siempre ha sido el substrato de su política exterior,
la "República imperial" sobre la que reflexionó Raymond Aron
Son
numerosas las razones por las que esto no ha ocurrido y están todavía sujetas a
discusión. Dentro y fuera de los EE.UU. se han escrito innumerables páginas;
unas para explicar el fenómeno del "declive del Imperio"; otras, para
negarlo o matizarlo, para proponer remedios, etc., sin que pueda decirse que en
la comunidad académica exista consenso sobre este asunto. Muchos factores son
citados a este respecto. Una marcada deriva hacia posiciones conservadoras,
cuando no de extrema derecha, en un amplio sector de sus élites políticas; la
creciente presión de las grandes corporaciones industriales y financieras, que
temieron el advenimiento del supuesto "dividendo de la paz" -el que
permitiría transferir recursos desde la defensa hacia el bienestar social- y
que aplaudieron la aparición de un nuevo enemigo -el terrorismo- que
sustituiría al decrépito comunismo como incentivo para nuevos gastos militares;
un desplazamiento, cada vez mayor, del poder efectivo desde los órganos
políticos hacia los económicos y financieros, y la hegemonía de una oligarquía
cada vez más rica y poderosa, que concentra en ella el poder capitalista y está
cada vez más alejada del sentir popular; unas irreflexivas y arrogantes
intervenciones militares que condujeron a las dos guerras fallidas de Irak y
Afganistán (fallidas porque no alcanzaron los supuestos objetivos estratégicos,
pero triunfales en cuanto a los beneficios económicos que produjeron en los sectores
más privilegiados de la plutocracia estadounidense), producto de la hegemonía
ideológica de los neoconservadores que dominaron la política de EE.UU. hasta la
llegada de Obama. La lista podría ampliarse según los diversos criterios
utilizados, pero la conclusión sobre la que existe casi plena coincidencia es
que EE.UU., aun siendo todavía imbatible en el terreno del poder militar y
conservando una extensa hegemonía política en el mundo, ha empezado a flaquear
en otras dimensiones, como son la económica, la diplomática, la moral, la
social e incluso la cultural y educativa.
Las
nuevas coordenadas mundiales
Las
circunstancias en que EE.UU. estaría buscando su lugar en el mundo, de ser
cierta la cuestión que aquí se plantea, son múltiples y afectan sobre todo a
los aspectos que perciben tanto los ciudadanos de ese país como los del resto
del mundo. La historia universal describe varias épocas en las que los
acontecimientos más señalados se sucedieron como consecuencia inmediata de un
reequilibrio en el sistema mundial del poder. No es aventurado suponer que casi
todos los momentos cruciales de la historia de la humanidad están vinculados,
de uno u otro modo, a ese tipo de reajustes entre los distintos grupos humanos:
tribus, reinos, imperios, Estados, alianzas, etc.
Juan Valera, el político y diplomático español autor de la popular novela
"Pepita Jiménez", citaba en uno de sus lúcidos ensayos a un poeta
portugués anónimo que describía la situación internacional en las postrimerías
del siglo XV:
Do
Tejo ao China o portuguez impera,
De um polo a outro o castelhano voa,
E os dois extremos da terrestre esfera
Dependen de Sevilha e de Lisboa.
La cuarteta no es solo atribuible a envanecimiento o petulancia, algo tan
extendido entre los pueblos ibéricos. El
poeta no andaba desencaminado al describir el reparto del poder mundial entre
los dos reinos peninsulares y expresaba con exactitud la realidad del momento,
aunque éste hubiera durado muy poco en la historia universal. Tras las bulas
que emitió el papa Alejandro VI en 1493, que dividían entre los dos reinos
ibéricos el nuevo mundo descubierto a Levante y Poniente, para dirimir sus
crecientes disputas, se firmó un año después el Tratado de Tordesillas entre el
rey y la reina de Castilla y de León, por una parte, y el rey Juan II de
Portugal por la otra, tratado por el que, en líneas generales, se repartían el
mundo que iba siendo descubierto en los dos hemisferios: el oriental luso y el
occidental castellano.
Muchos repartos posteriores se fueron sucediendo en el transcurso de los
siglos, generalmente a cargo de las potencias vencedoras en los diversos
conflictos que iban ensangrentando a la humanidad. El final de la Segunda
Guerra Mundial supuso también un nuevo reajuste del poder, que instaló en la
cúpula del planeta a EE.UU., a no mucha distancia de la Unión Soviética, de
modo que ambos Estados se repartieron tácitamente el mundo. Aunque en este caso
el reparto de la "terrestre esfera" no fuera sancionado mediante una
bula papal, se mantuvo vigente durante algunas décadas gracias a lo que algunos
llamaron el equilibrio del terror (nuclear) y otros denominaron simplemente la
Guerra Fría, es decir, el contrapeso obtenido mediante las armas nucleares,
cuyo poder político (más decisivo que el meramente militar) era tanto o más
resolutivo que el del Papado romano durante la breve hegemonía hispano-lusa.
Si el reparto del mundo entre Lisboa y Sevilla obedeció sobre todo al poder
de que disfrutaban Castilla y Portugal, que se manifestaba en sus correrías por
los océanos y la ocupación de territorios desconocidos, el nuevo sistema de
fuerzas mundial que se perfila entrado ya el siglo XXI augura un nuevo reajuste
de las esferas del poder (en el que evidentemente no participarán ni España ni
Portugal) que afectará principalmente a EE.UU. y a algunas de las potencias
todavía denominadas "emergentes" aunque estén ya plenamente
emergidas, entre las que no puede dudarse de que China ocupará un lugar
privilegiado. El Imperio español se fue desintegrando porque, entre otras
razones, su base financiera no le era propia, y el dinero y las riquezas eran
manejados por entidades y ciudadanos de otros países, menos dados que los
castellanos a despreciar el comercio en favor de la hidalguía, y que se
beneficiaban de ello más que la metrópoli imperial. Por otras razones, pero de
modo no muy distinto, EE.UU. está avanzando por un peligroso camino, al
aumentar incesantemente su déficit y al depender incluso de China para
sustentar su propia fiabilidad financiera.
Pero no solo China y los países emergentes establecen un nuevo sistema de
coordenadas, porque desde el mundo islámico, secularmente en un plano inferior
en los momentos más críticos de la historia moderna, se escuchan airadas
demandas, se rebelan los pueblos y se adoptan decisiones que no pueden ser
ignoradas en el equilibrio del poder internacional, por inconexas que sean y
por dispersas que estén entre distintos Estados, no siempre aliados y muchas
veces enfrentados entre sí. Ha sido precisamente en este terreno donde la
acción de EE.UU., a causa de la indefinida e inconcreta "guerra contra el
terrorismo", ha sufrido un mayor deterioro en casi todos los órdenes, al
no haber sabido valorar las nuevas circunstancias y haber tomado algunas
decisiones tan apresuradas como arrogantes.
Respecto a la Unión Europea (UE) es inevitable que cambie la posición
relativa de EE.UU. en el campo de vectores del poder político. Porque si ya
desde mediados del pasado siglo el poder
militar europeo quedó subordinado claramente al de su aliado trasatlántico, el
actual declive económico de la UE lleva consigo una disminución del papel de
Europa en el concierto de las naciones. Si a sus penurias económicas une la UE
su debilidad política interna y su incoherencia para establecer una política
exterior clara frente al mundo (como recientemente se ha revelado en el
tratamiento del conflicto de Mali, y anteriormente sucedió con la intervención
militar en Libia), EE.UU. tendrá cada vez menos interés en cooperar con la UE,
sobre todo si esto le causa problemas en otras zonas de mayor interés
estratégico, como el Pacífico y Oriente Medio. Hasta la vieja "relación
especial" que le ha vinculado con el Reino Unido, su enviado especial en
el continente europeo, puede pasar a un plano secundario si la política europea
de Londres hace prever un aflojamiento de los lazos que lo unen con Europa,
como parece ser la tendencia del actual gobierno británico.
La
nueva estrategia de EE.UU.: el giro hacia el Pacífico.
Consideremos ahora uno de los efectos más ostensibles del reajuste de
poder, en lo que respecta a una importante región del mundo: el vasto espacio
que se abre a partir de la orilla occidental del continente americano. Espacio
que ya atrajo a EE.UU. tras la depresión de 1890-1893, como describe el
diplomático e historiador Moniz Bandeira, para disputar los ricos mercados de
China y del sudeste asiático, "lo que hacía necesario el establecimiento
de una base en el Pacífico occidental, así como el control de las
Filipinas". En 1893 EE.UU. invadió las islas Hawai "para garantizar
la seguridad y la vida de los estadounidenses", que en realidad no corría
peligro. Cinco años después el Congreso declaró la anexión del archipiélago y
la prensa local proclamaba: "Hawai se convierte en el principal puesto avanzado
de la Gran América", revelando el sentido profundo de la operación. La
guerra contra España completó la penetración estadounidense en el Pacífico
occidental al poner en sus manos el archipiélago filipino y la isla de Guam.
Como escribe Moniz: "Los Estados Unidos, cuyo pueblo creía ser elegido de
Dios y que su 'destino manifiesto' era proyectarse a través del Pacífico,
habían entrado sobre el Asia en una fase más de expansión territorial, de
carácter esencialmente imperialista, con la conquista de más de 250.000
km2". Así lo explicó el presidente Wilson: "Esta gran presión de un
pueblo que avanza siempre hacia nuevas fronteras, buscando nuevas tierras,
nuevo poder, la plena libertad de un mundo virgen, ha regido nuestro rumbo y ha
determinado nuestra política como el Destino".
Aunque no sea consecuencia directa del "destino manifiesto" de
Wilson, sino una combinación entre la nueva reestructuración del poder, antes
apuntada, y la inmanente tendencia a la expansión que muestra la historia de
EE.UU., lo cierto es que durante 2012 se reanudaron los contactos entre el
Pentágono y los Gobiernos de varios países del sureste asiático, lo que parece
ser consecuencia obligada de la llamada "Nueva estrategia 2012", que
fue aprobada por Obama a principios de ese año y que fue comentada más
extensamente en la anterior edición de este anuario. En el
discurso de presentación de dicha estrategia ante la Junta de Jefes de Estado
Mayor, el presidente anunció el propósito de reducir la implicación de las
fuerzas armadas en el continente euroasiático y volcar con preferencia su
atención hacia el espacio del Océano Pacífico y el Lejano Oriente. Se adujeron
varias razones para hacerlo así, pero la más decisiva parece ser la amenaza que
supone el creciente poderío chino en todos los órdenes: económico, financiero,
político y, sin duda alguna, también militar.
Aunque el Departamento de Defensa niegue en redondo que el renovado interés
por la zona obedezca a un plan de contención de China, son de sobra conocidos
los recientes conflictos de soberanía promovidos por este país en aguas
internacionales y que implican a varios países limítrofes, con los que EE.UU.
sostiene estrechas relaciones. Es significativo lo que escribió en un diario
español León Panetta, el secretario de Defensa durante el primer mandato de
Obama, negando taxativamente que el reequilibrio estratégico en el Pacífico
esté dirigido contra China, con la que, por el contrario, propugnaba "una
relación de ejército a ejército saludable, estable y continua [...], basada en
un diálogo sostenido y sustancial que mejore nuestra capacidad para trabajar
conjuntamente y evitar cualquier error de cálculo". Para no dar lugar a
malentendidos, añadía: "Aun si implementamos un reequilibrio pensando en
la región Asia-Pacífico, conservaremos una presencia significativa en Oriente
Próximo para disuadir la agresión y promover la estabilidad". Nada similar
dijo sobre Europa, lo que no deja de ser curioso, sobre todo tras la
intervención en Libia, donde EE.UU. dejó manos libres a los europeos, con el
incierto resultado de sobra conocido.
Los países que acogieron las bases de EE.UU. desde las que se alimentó y
sostuvo la guerra de Vietnam han sido objeto de especial atención por
Washington. Filipinas, Vietnam y Tailandia han sido visitados por misiones
norteamericanas, con vistas a establecer relaciones militares que permitan
utilizar las instalaciones locales para maniobras y ejercicios conjuntos,
organizar visitas periódicas y firmar convenios defensivos. El general Dempsey,
presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, declaró, tras una visita a
Tailandia, Filipinas y Singapur, lo siguiente: "Yo no voy con una mochila
llena de banderas de EE.UU. plantándolas por todo el mundo".
Explicó que el objetivo de los contactos realizados era crear vínculos de
asociación con países que compartieran intereses comunes y establecer algún
tipo de presencia temporal en ellos. Las Fuerzas Armadas de EE.UU. no olvidan
que construyeron en Tailandia una de las más largas pistas de aterrizaje
existentes en el Sureste asiático en la base de U-Tapao, desde donde operaron
los temibles B-52, responsables del "bombardeo en alfombra" que
arrasó Vietnam. Otros nombres que sonaron durante esa guerra vuelven a primer plano,
como la base naval de Subic y la base aérea de Clark, ambas en Filipinas,
pivotes esenciales para el esfuerzo bélico estadounidense en los años 60 y 70
del pasado siglo.
Todo parece indicar que se está configurando paulatinamente en Washington
una nueva transposición en el concepto de enemigo: si el terrorismo sustituyó
con éxito al comunismo de la desaparecida URSS como elemento motivador de una
mayor preocupación por la defensa e impulsor de nuevos desarrollos industriales
en las grandes corporaciones del armamento, ahora China empieza a aparecer como
una nueva amenaza, con un futuro más estable y prometedor que el terrorismo,
siempre tan difuso e incierto, así como frustrante para los que anhelan
aplaudir el paso de las banderas victoriosas tras la "misión
cumplida". La permanencia de las amenazas y su exageración controlada
permite mantener las necesarias presiones políticas (miedo y sumisión en la
población) y económicas (armamento y gastos de defensa), para que todo siga
igual y los beneficios del miedo se aprovechen debidamente por los que siempre
han sabido hacerlo.
En el mismo sentido apunta la relevancia que en los medios de comunicación
se ha dado en los primeros días de 2013 a ciertas acciones de guerra
cibernética, atribuidas a China, que han sufrido algunos sistemas informáticos
estadounidenses, evitando citar que Irán ya padeció en el pasado varios ataques
similares organizados desde EE.UU. y, posiblemente, Israel.
Cuando se inventan nuevos instrumentos para el campo de batalla (sean drones o ciberataques), como viene
haciendo sistemáticamente EE.UU. desde que el primer ingenio atómico de la
humanidad explotó en 1945 en las praderas de Nuevo México, es imposible evitar
que otros países se sumen a la carrera iniciada y devuelvan golpe por golpe o
amenaza por amenaza, y es además una necedad quejarse por ello.
La remilitarización del Este asiático, podría reproducir frente a China la
nefasta "teoría de la contención" que sostuvo la Guerra Fría y sembró
el planeta de guerras "por país interpuesto", lo que no augura
perspectivas optimistas. No parece que Obama tenga intención de proseguir por
ese camino aunque es indudable que prefiere planear anticipadamente una
estrategia de presencia reforzada en el familiar territorio geoestratégico que
desde California y las Aleutianas hasta Guam sigue materializando la
tradicional flecha de penetración en el espacio asiático.
La
guerra sucia antiterrorista: la CIA y las torturas
Durante
el año 2012 las actividades ocultas de la CIA en lo relativo a la detención
ilegal de personas sospechosas de ser terroristas y las posteriores operaciones
para obtener de ellas información, han ido aflorando en diversos países y han
sido objeto de polémica en muchos medios de comunicación. Incluso a mediados de
febrero de 2013, a punto de cerrarse la elaboración de este Anuario, la
comparecencia ante una comisión del Senado de John Brennan, el actual
"director de contraterrorismo" de Obama y propuesto por éste como
futuro director de la CIA, elevó la temperatura del debate cuando Brennan
afirmó que la tortura mediante simulación de ahogamiento (waterboarding) era rechazable y no debería aceptarse. Sin embargo,
apremiado por la comisión acabó puntualizando: "De todos modos yo no soy
un experto en leyes y no puedo responder a esa pregunta".
Esto equivalía a relegar a un último plano los aspectos morales y éticos de la
tortura, y dejar su definición y su aplicación práctica en manos de los
expertos legales del Estado, como ocurrió con el infame memorándum de la época
Bush, elaborado por la asesoría jurídica de la presidencia, que autorizó
oficialmente los métodos de "interrogatorio reforzado". Quedaba así
una vez más al descubierto la vana retórica habitual de los grandes discursos
patrióticos que ensalzan a la nación predestinada para llevar al mundo la
justicia, la democracia y el respeto a los derechos humanos, pero que encubren
una realidad mucho menos idealista, en la que un político designado para
desempeñar uno de los más altos cargos del Estado no se atreve a llamar por su
nombre a una práctica explícitamente rechazada por una Convención de Naciones
Unidas.
Según
un informe, de la organización neoyorquina de
derechos humanos Open Society Justice
Initiative (OSJI) al menos 54 países contribuyeron a las operaciones de
secuestro internacional, detención ilegal y tortura que tuvieron lugar después
del 11-S. En él se afirma que está bien
comprobado el hecho de que la CIA no hubiera podido desarrollar tan extensivo
programa por sus propios medios, sin la participación de otros países. Por
ello, la OSJI considera que la responsabilidad de sus gobernantes ha de sumarse
a la de los altos funcionarios del Gobierno de Bush que de modo plenamente
consciente violaron los derechos humanos de un gran número de personas y que,
al publicar el informe, siguen sin haber sido acusados por ello.
Entre
los países europeos que participaron en esta extendida ignominia hay que citar
a Alemania, Austria, España y Portugal, y salvar a este respecto la reputación
de Francia, Hungría, Países Bajos y Rusia. Mención especial merecen todos los
países de Latinoamérica, ninguno de los cuales está incluido en la larga lista
del deshonor. Lituania, Polonia y Rumanía albergaron prisiones secretas y en el
transporte furtivo de detenidos también colaboraron Finlandia y Suecia. Ni
siquiera Canadá, cuyo proverbial respeto por las libertades individuales y los
derechos humanos es tan frecuentemente alabado, se salva de ser citado en este
inventario del desprestigio. Además de facilitar a la CIA su espacio aéreo
-como otros muchos países, entre ellos España- filtró a los medios de
comunicación informaciones erróneas que permitieron detener a uno de sus
ciudadanos y enviarlo a Siria, donde permaneció detenido un año y fue
debidamente torturado. Posteriormente, el Gobierno hubo de reconocer su triste
papel en tan repugnante episodio e indemnizar a quien lo padeció injustamente.
No todos los países implicados fueron capaces de actuar de este modo.
En
el citado informe se afirma: "A pesar de los esfuerzos de EE.UU. y sus
Gobiernos amigos para ocultar información relacionada con las detenciones y
traslados secretos, es muy probable que se produzcan otras revelaciones
públicas, como las documentadas en este informe. [...] Además, a la vez que los
tribunales de EE.UU. han cerrado sus puertas a las víctimas de [estas
operaciones] en los tribunales de otros países empiezan a plantearse
reclamaciones legales contra los Gobiernos que participaron en ellas". De hecho, ya hay demandas
planteadas ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra Italia,
Lituania, Polonia y Rumanía; contra Yibuti, ante la Comisión africana
equivalente; y contra diversas autoridades locales en Egipto, Hong Kong, Italia
y Reino Unido.
El informe concluye conminando a EE.UU. y a los demás países involucrados a
que admitan la verdad de su participación en tan ilegales operaciones, las
repudien e investiguen la actuación de los responsables: "Estas medidas
son esenciales, no solo para asegurar que la tortura y otras violaciones de los derechos humanos no se
repitan en futuras operaciones antiterroristas, sino también para mejorar su
eficacia", porque como reconoció en 2006 la Asamblea General de la ONU "las
medidas contra el terrorismo y la protección de los derechos humanos no son
objetivos contrapuestos sino complementarios y coadyuvantes". Esta frase
debería figurar esculpida en mármol en las sedes de todos los servicios de
inteligencia del mundo, porque encierra una sencilla verdad: hay ciertos métodos
de la lucha antiterrorista que son los que más fomentan el terrorismo y ayudan
a reclutar nuevos asesinos.
Existe
una creciente tendencia entre algunos analistas internacionales a considerar
que la "edad dorada" de Al Qaeda ha pasado. Hay quien considera
que el punto máximo de esta organización tuvo lugar en torno a
2004 ó 2005. Desde entonces, se desliza en un lento y continuo declive que no
es solo producto de la desaparición progresiva de sus principales dirigentes,
sino que se aprecia también en el deterioro de sus infraestructuras de
entrenamiento y, sobre todo, en el creciente rechazo que suscita entre la
población de ciertos países, como Iraq, Pakistán y Arabia Saudí, donde han
fracasado sus intentos de ganar el favor de los pueblos. Este efecto se percibe
con más intensidad allí donde éstos han sufrido las prácticas de gobiernos de
los extremistas islámicos. El resultado es que se ha desvanecido la antigua
fuerza centrípeta que cohesionaba a los diversos grupos afiliados bajo su bandera,
y su forma de actuar recuerda cada vez más a la época pre-Al Qaeda. Conviene
recordar el hecho de que no se percibió un temor declarado al terrorismo ni
durante los Juegos Olímpicos londinenses ni durante la campaña electoral en
EE.UU., y en ambos casos se adoptaron las medidas adecuadas para la seguridad
ciudadana sin que se apreciara ninguna psicosis colectiva, como sucedió en
otras ocasiones anteriores.
Esto
no indica que la peligrosidad de Al Qaeda haya desaparecido, pues siempre hay
que contar con la posibilidad del "lobo solitario", capaz de causar
una catástrofe en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, y esto es lo que
conviene resaltar, el objetivo fundacional de la organización, que se basaba en
sembrar un extendido terror irracional entre la población de los países
"infieles", parece cada vez más fuera de su alcance. En resumen, Al
Qaeda no presenta una "amenaza existencial" como en otros tiempos,
aunque allí donde coincidan la ideología salafista y la yihadista siempre serán
posibles nuevos brotes de violencia, como se ha comprobado recientemente en
Mali y en Argelia.
Conclusión
Llegado
a este punto, es casi obligado concluir que EE.UU. no está propiamente
"buscando" su lugar en el mundo, porque ha venido disponiendo de un
lugar propio con casi plena libertad de acción desde hace muchos decenios. La
observación de la realidad política actual muestra que, en todo caso, EE.UU. se
siente obligado a "reajustar" su posición en un mundo que ha cambiado
radicalmente desde que la gran potencia norteamericana se alzó a su cúspide al
concluir la 2ª Guerra Mundial. Ese reajuste puede hacerse de modo confuso,
contraproducente y a regañadientes -como ocurrió durante la presidencia de Bush
Jr.- o puede ser el resultado de un análisis frío de la situación internacional
y del lugar que en ésta ocupan otras potencias de significativa relevancia.
Acometer
un análisis frío de la situación no es fácil en EE.UU. por el peso que en las
mentes de muchos de sus ciudadanos tienen todavía los mitos fundacionales de la
nación. Sigue formando parte de su mitología subconsciente la famosa frase que
acuñó Acheson, el Secretario de Estado del presidente Truman: "En último
término, EE.UU. es la locomotora que encabeza a la humanidad y el resto del
mundo es el furgón de cola". Con esa idea presente, el
ciudadano ordinario asume que su país es la primera gran nación que se fundó
sobre valores morales universales y que esto debería seguir siendo evidente
para el resto del mundo, por lo que sus acciones siempre son regidas por el
deseo de un mayor bienestar para la humanidad.
Por
último, la pregunta que conviene hacerse es: ¿Cuánto tiempo podrá sobrevivir el
mito? Tras el fracaso de Vietnam y las guerras fallidas de Iraq y Afganistán,
englobadas ambas en una indefinible guerra contra el terror, durante la que tan
brutalmente se han vulnerado esos "valores morales" tan
frecuentemente recordados, parece cada vez más difícil seguir sosteniendo la
mitología fundacional. El tiempo que se tarde en aceptar sinceramente una
realidad menos resplandeciente que el mito tradicional, será tiempo perdido
para ese necesario "reajuste" de la posición de EE.UU. en un mundo
que creyó hecho para ser dirigido desde Washington, pero que no se deja manejar
con facilidad.
Escrito por: alberto_piris.2013/05/29 11:10:17.524000 GMT+2
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2013/05/29 10:59:29.801000 GMT+2
Queridos lectores:
Ya puede
adquirirse o leerse enteramente en Internet el último Anuario 2013-2014
del CEIPAZ (Centro de Educación e
Investigación para la Paz), titulado: El reto de la democracia en un mundo en
cambio: respuestas políticas y
sociales:
En él
participo con unas reflexiones sobre "Estados Unidos ¿buscando su lugar en el mundo?", cuyo
texto completo, salvo las referencias bibliográficas, puede leerse en una entrada posterior de este mismo blog.
Gracias por vuestra atención,
Alberto
Piris
Escrito por: alberto_piris.2013/05/29 10:59:29.801000 GMT+2
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2013/05/25 09:20:12.012000 GMT+2
El pasado 23 de mayo, el presidente Obama pronunció un importante y esperado discurso en la National Defense University, un centro de enseñanza superior que depende del Departamento de Defensa, destinado a formar dirigentes políticos y militares en cuestiones de seguridad y política internacional.
Alertó de que "EE.UU. está en una encrucijada", con lo que es imposible no estar de acuerdo. Dijo que en el ultimo decenio la guerra contra el terror había consumido más de un billón de dólares (billón español, es decir, 10 elevado a la 12ª potencia); cerca de 7000 ciudadanos habían perdido la vida en esa guerra y muchos otros habían sufrido graves y persistentes lesiones físicas y mentales. Es una encrucijada que requiere redefinir "la naturaleza y la amplitud del conflicto, a menos que no sea éste el que acabe definiendo a nuestra propia nación". Recordó las palabras del 4º presidente de EE.UU., James Madison: "Ningún país puede conservar su libertad dentro de una guerra eternizada". Establecida la realidad de tal encrucijada, queda sujeto a discusión el modo de valorarla y gestionarla.
Vino a sugerir Obama que EE.UU. había vuelto a la situación anterior al 11-S, cuando el terrorismo era un peligro evidente pero no representaba un riesgo vital para el país. Con Al Qaeda en vías de desaparición, la nación debe adaptarse a la nueva situación: "Esta guerra, como todas las guerras, debe terminar. Es lo que aconseja la Historia. Es lo que exige nuestra democracia".
Claro está que Obama no hizo alusión alguna a que tal guerra jamás se hubiera iniciado si, cuando se produjeron los atentados contra Nueva York y Washington, el Gobierno de EE.UU. hubiera estado en manos de unos estadistas razonables y sensatos y no controlado por una Casa Blanca y un Pentágono donde reinaban el belicismo y la arrogancia de quienes se creían elegidos por Dios e invulnerables a cualquier error.
Esa guerra, además, no fue "una" guerra, sino dos sucesivas, entrelazadas y absurdamente contraproducentes. Primero contra Afganistán, guerra que se concluyó prematuramente y hubo de ser reanudada después en peores circunstancias; y, más tarde, sin razones inteligibles sino como fruto de una obcecación imperial, se desencadenó otra guerra contra Irak, que nada había tenido que ver con los atentados del 11-S y que ni siquiera poseía el temible armamento cuya amenaza fue el espantajo que cegó a muchos dirigentes y desencadenó la invasión.
La Historia a la que Obama alude ya ha revelado el calibre del engaño generalizado en el que se basó la "guerra universal contra el terror", a la que Bush dedicó su más obcecado e intenso empeño; y la democracia, también citada por Obama, fue la que amparó -y sigue haciéndolo- la ignominia de Guantánamo, la tortura como instrumento de guerra, el asesinato de inocentes como "víctimas colaterales" y el auge del terrorismo propiciado por las ansias de venganza de los que sufrieron los ataques de la coalición occidental.
En su esfuerzo por poner fin a la era Bush, Obama declaró que "después de Afganistán tenemos que definir nuestros esfuerzos no como una guerra global contra el terror, sino como una serie de empeños persistentes y concretos, para desmontar las redes específicas de extremistas violentos que amenazan a EE.UU." Parece un planteamiento positivo que, sin embargo, por el momento solo tiene una versión verbal sin que se conozcan todavía las consecuencias prácticas de su formulación.
En su esfuerzo por buscar formas más adaptadas a la realidad para proseguir el esfuerzo antiterrorista, Obama ha vuelto a reavivar la polémica partidista. Los republicanos le achacan un triunfalismo irreal y una subestimación del peligro terrorista: "El discurso del presidente será visto hoy por los terroristas como un triunfo", declaró un senador. Por su parte, bastantes demócratas siguen considerando que no se ha avanzado lo suficiente para superar la nefasta era de Bush en lo relativo al terrorismo, como la continuidad de Guantánamo.
Su voluntad de controlar mejor las acciones secretas de los drones, junto con la idea de pasar su control al Pentágono, quitándoselo a la CIA, parecen mostrar el deseo de retornar a una normalidad que fue desapareciendo a medida que crecía la obsesión antiterrorista de los gobernantes y la población.
Obama afirmó que lo que se puede -y se debe- hacer es "desmontar las redes terroristas que constituyen una amenaza directa para nosotros y dificultar la aparición de nuevos grupos, pero sin dejar de conservar las libertades y los ideales que defendemos". Dicho de otro modo: habrá que aprender a convivir con el terrorismo en libertad y democracia, respetando los derechos humanos y exigiendo con firmeza el cumplimiento de las leyes nacionales e internacionales, que es lo que mejor permite la convivencia en paz en un mundo civilizado.
Publicado en CEIPAZ el 24 de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/05/25 09:20:12.012000 GMT+2
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2013/05/24 08:49:44.031000 GMT+2
Un artículo publicado el pasado mes de abril en The New England Journal of Medicine, la prestigiosa revista de la Sociedad médica de Massachussets, concluía así: “Desde los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy [ambos en 1968], han muerto más civiles estadounidenses por arma de fuego que todos los soldados caídos en combate, desde la Guerra de Independencia [1775] hasta hoy. Estamos aprendiendo a vivir con nuestros automóviles con riesgos cada vez menores; la política pública sanitaria debería ayudarnos también a reducir el riesgo de convivir con nuestras armas”.
Dos son los aspectos de interés que suscita el texto citado: la enorme sangría en vidas humanas que en EE.UU. causan las armas de fuego personales y la comparación de los riesgos voluntariamente asumidos por una cultura que venera a la vez armas y automóviles, instrumentos que en sí mismos encierran serios peligros para la población.
Sin embargo, la forma de abordar ambos riesgos ha sido muy diferente. Se considera que uno de los mayores éxitos del siglo XX ha sido la notable reducción de las muertes causadas por el tráfico rodado. Esa lucha incesante se ha planteado respondiendo dos cuestiones: ¿Cuál fue la causa del accidente? ¿Qué es lo que produjo las lesiones o la muerte?
Esta doble vía llevó en un principio a reforzar las exigencias sobre los conductores, pues pronto se advirtió que la principal causa de choques, vuelcos y accidentes eran los errores del conductor o sus acciones inapropiadas. Por otro lado, profundizar en la causa directa de las lesiones hizo centrar la atención en los aspectos mecánicos de los vehículos y de las vías de circulación. En los últimos años, la seguridad inherente al automóvil ha venido aumentado espectacularmente y también el trazado y construcción de las carreteras.
Los expertos opinan que los conductores de hoy no son peores ni mejores que los de hace 50 ó 60 años. Si son más precavidos respecto al consumo de alcohol, a causa de la mayor severidad que se ejerce para castigarlo, surgen a la vez nuevos motivos de peligro al volante, como el extensivo uso de los teléfonos móviles o el aumento del estrés personal como consecuencia de la crisis económica. Pero la mejora en los dos factores antes indicados ha reducido la siniestralidad en las carreteras.
En EE.UU. se estudia ahora cómo trasladar tan eficaz sistema de protección al candente aspecto de las armas de fuego domésticas. En resumen, existe ahora menos peligro al volante a causa de varias decisiones tomadas con ese fin: una legislación clara, con multas y castigos por todos conocidos; medidas para disminuir o reducir con rapidez los errores(como las bandas sonoras en las autovías) y para dificultar la conducción imprudente (como los resaltos o badenes); lograr que, aunque el conductor cometa errores o viole las normas, se reduzca la gravedad de las lesiones (como ocurre con los cinturones de seguridad, los airbags y otras ayudas a la conducción).
¿Cómo aplicar estos conceptos a la reducción del riesgo que implican las armas de fuego? Éstas producen en EE.UU. un promedio diario de 85 víctimas mortales. Aunque en este país el índice de asaltos, robos y atracos no es muy distinto al de otros países desarrollados, supera a todos los demás en el número total de armas en manos de los ciudadanos, en la ineficacia de su débil legislación para controlarlas y, sobre todo, en el número de homicidios, suicidios y accidentes producidos por las armas de fuego domésticas.
El principal obstáculo para abordar de modo racional la regulación de las armas de fuego no está en el modo de controlar quién las compra, cómo las usa y conserva, y ni siquiera en fabricar armas mejores y más fiables. La dificultad estriba en que sería necesario cambiar toda una cultura popular de afición por las armas. Cultura que está protegida por una poderosa asociación (la NRA), con gran capacidad para ejercer presión sobre la política nacional, y reforzada por los intereses de los fabricantes de armas.
En una reciente reunión de la NRA, un dirigente proclamó: “¿Cuántos bostonianos no hubieran deseado tener un arma en la mano hace dos semanas [cuando se produjo el atentado de la maratón]?”. Insistía en proclamar que los corredores y el público se hubieran sentido más seguros si hubieran empuñado sus armas en cuanto explotó la primera bomba. Lo que, desde nuestro punto de vista, parece una irracional y absurda sugerencia, no lo es para quienes se consideran “el mayor ejército de la libertad, su mejor y más brillante esperanza”: los socios armados de la NRA.
Para bastantes estadounidenses, la cima política de la libertad, alcanzada por los “padres fundadores”, fue darles el derecho a poseer armas, derecho frente al que los demás artículos de la Constitución están subordinados. Para ellos, ni la policía ni los ejércitos les protegen del terrorismo: solo lo pueden hacer los ciudadanos libremente armados. Difícil se le presenta el problema a Obama. Mediante la legislación se pueden modificar ligeramente algunos comportamientos de la población, pero no se puede cambiar toda una cultura tradicional y arraigada, como es en EE.UU. el culto a las armas de fuego personales.
República de las ideas, 24 de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/05/24 08:49:44.031000 GMT+2
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