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2013/09/06 09:16:9.684000 GMT+2

La mitología de las armas

Los planes de EE.UU. para ejecutar una operación de ataque a Siria y la tensión internacional que esto ha desencadenado obedecen, a mi entender y entre otras causas, a que Obama se ha dejado atrapar por lo que se puede llamar la “mitología de las armas”. Lo hizo cuando estableció una “línea roja” en el uso de armas químicas por el Gobierno de Damasco, línea que si era traspasada le obligaba a utilizar la fuerza militar si no quería ser tachado de débil por sus enemigos políticos y dañar el prestigio de la superpotencia americana. Sin otras salidas viables, enredado en su propia decisión, su problema ahora ya no es decidir si atacará, sino cuándo y cómo lo hará, cuestión a la que se dedican con entusiasmo los medios de comunicación.

Bien es verdad que ser deslumbrado por la mitología de las armas no es exclusivo del presidente de EE.UU. y de los que hoy le apoyan en sus decisiones, incluyendo una cierta opinión pública que, como afirmaba un prestigioso periodista y escritor francés en “El País” del pasado lunes, considera que “no hacer nada sería aceptar la banalización de las armas químicas”. Hasta los organismos internacionales más influyentes han venido cayendo sistemáticamente en la trampa de esforzarse por decidir qué armas son prohibidas y cuáles son, por el contrario, legales. Las razones que aducen son a menudo coyunturales y basadas en la opinión pública del momento, como ocurrió con las llamadas “bombas de racimo”: fueron prohibidas porque dejan sobre el terreno artefactos explosivos que un niño puede confundir con un juguete. En este caso se trata, evidentemente, de una razón humanitaria. No todas lo son.

¿Por qué es lícito matar destrozando un cuerpo humano con la retorcida y ardiente metralla violentamente proyectada por un explosivo (también químico, cómo no) y, por el contrario, se prohíbe hacerlo difundiendo gas sarín en el entorno? ¿Por qué las armas nucleares forman parte del arsenal de algunas potencias, que en ellas basan sus estrategias definitivas, si sus efectos son más letales que la combinación de cualquier otro tipo de arma? Y si en Ruanda fueron asesinadas en 1994 más de 800.000 personas, utilizando “machetes, azadas, hachas y cuchillos”, ¿no es fácil entender que cualquier instrumento puede ser un “arma de destrucción masiva”, según el modo como se utilice? Estos son los espejismos producidos por la mitología de las armas, con los que tan fácil es deslumbrarse.

Como viejo artillero he podido reflexionar algo sobre este asunto. Entre 1500 y 1800 se produjo la que el historiador británico Geoffrey Parker ha llamado “revolución militar” (véase la indispensable obra del mismo título en Ed. Crítica, Barcelona 1990), basada en el desarrollo de la artillería. Desarrollo que, además de revolucionar el arte de la guerra, incidió decisivamente en la política al poner en manos de los reyes un arma que les dio el poder definitivo para avanzar hacia el absolutismo.

Cervantes no fue ajeno al hecho, y en boca de Don Quijote dice: “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención”. Y justifica su rechazo a las nuevas armas porque “un infame y cobarde brazo [el que dispara el arma de fuego] quite la vida a un valeroso caballero [con] una desmandada bala [que] corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos”. Así pues, Cervantes consideraba una vileza abatir a distancia a los nobles caballeros que espada en mano afrontaban los riesgos del combate cuerpo a cuerpo. Si de él hubiera dependido, las armas de fuego habrían sido declaradas ilegales, no por motivos humanitarios, como las bombas de racimo, sino por razones de honor militar.

No solo Cervantes abominó del fuego artillero. Más de medio siglo antes Ariosto, en “Orlando furioso”, tras preguntarse cómo “pudo encontrar lugar en el corazón humano una invención tan salvaje”, atribuía a la artillería haber “destruido la gloria militar y haber arrebatado el honor a la profesión de las armas”. Corriente de opinión a la que no vaciló en unirse Quevedo, que en su silva denominada “Execración contra el inventor de la Artillería” considera “indigno de las voces de la fama” el uso de “la llama en cóncavo metal, máquina inmensa”: el cañón “derribará la torre y la muralla, vencerá la batalla y dejará burladas mil confianzas en armas bien templadas”.

Si Ludovico Ariosto, Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo hubieran sido voces relevantes en alguna institución internacional de su época, tenga el lector por seguro que los cañones y demás armas de fuego hubieran sido entonces considerados armas prohibidas porque destruían conceptos tan sagrados como el honor y el valor personal. Aún hay quien formula hoy análogo reproche al uso de los drones, tan apreciados por Obama. Es otra cara de la misma mitología.

En esas estamos y es descorazonador leer al periodista francés antes citado que, deslumbrado por la mitología de las armas, apoya “unos ataques aéreos limitados y breves, destinados por tanto a no tener sino un alcance simbólico”. ¡Extraña simbología! que no tendrán tiempo de descifrar las inevitables víctimas colaterales de esos ataques, porque bombas y misiles serán símbolos para los gobernantes de los países que con las armas se esfuerzan en promover sus propios intereses, pero sus víctimas no suelen tener voz en los discursos triunfales de la posguerra: todo lo más, un cementerio militar y algunos monumentos conmemorativos.

República de las ideas, 6 de septiembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/09/06 09:16:9.684000 GMT+2
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2013/07/26 09:21:33.756000 GMT+2

Vienen a por mí, pero es demasiado tarde

Discutir sobre las ventajas o inconvenientes de la globalización es algo que no suele conducir a nada. Hay quien se queja de que al comprar un bote de pimientos “del Piquillo” descubre en la etiqueta que han sido cultivados en Chile y se siente algo estafado. Otro compra en un mercadillo una prenda de vestir que le cuesta veinte veces menos que su equivalente en un comercio elegante, gracias a que ha sido fabricada también en Bangladés. En otro plano, salta a la vista la injusticia que implica globalizar el capital y sus beneficios, pero que impide “globalizar” a las personas que buscan trabajo y mejores condiciones de vida en otro país. Sin ahondar más en el asunto, es claro que la globalización es cosa que beneficia a unos pocos -a los de siempre- y perjudica a otros.

Snowden puso de manifiesto ante todo el mundo que la globalización también abarca a los servicios de información: a los de EE.UU. sobre todo, ya que él trabajó para ellos, pero también a los de otras potencias que no quieren ser menos que el gran amigo americano. Revelaciones filtradas a la prensa internacional el mes pasado mostraron que la famosa National Security Agency (NSA) captó y recopiló en el mes de marzo 97.000 millones de “elementos de inteligencia”, espiando en las redes informáticas de todo el mundo. Ha leído bien, amigo lector: cada elemento de inteligencia puede ser un correo electrónico, una página web consultada, un texto enviado o cualquier actividad como las que usted y yo realizamos a diario al abrir nuestros ordenadores.

El sistema tiene un nombre familiar: boundless informant, es decir, el “informador sin fronteras”. Es un nombre muy apropiado para la llamada “comunidad de inteligencia” de EE.UU., para la que el planeta carece de límites y donde las conexiones de internet son los tentáculos que abarcan el mundo. Un mapamundi creado por la NSA, que representa la cobertura del espionaje universal, fue publicado el pasado 11 de junio en el diario The Guardian y clasifica a los países según la intensidad de la vigilancia informática a la son sometidos. El récord lo ostenta Irán, del que se extraen 14.000 millones de esos “elementos” al mes; le siguen Pakistán (13.500), Jordania (12.700), Egipto (7.600) e India (6.300).

Sin tener acceso directo a la NSA no se puede conocer con exactitud las cifras de otros países, como la que correspondería a España, pero el código de colores del mapa permite deducir que nuestro país ocupa un lugar secundario en lo que respecta a la curiosidad de la NSA. Ésta dedica más esfuerzos a espiar a sus propios ciudadanos, a China, Alemania, Arabia Saudí, Siria, Kenia, Turquía, Afganistán, e incluso a Rusia, Brasil, Francia y el Reino Unido, que a los pacíficos, sufrientes y resignados ciudadanos que habitan la piel del toro, estos días achicharrada de calor.

Los denostados regímenes totalitarios del pasado siglo también aspiraban a conocer los entresijos de sus ciudadanos, así como los de países satélites o aliados a la fuerza. Las diversas policías secretas se esforzaban por saber todos los detalles de la vida de las personas utilizando métodos más brutales y menos refinados que los de la NSA: espías infiltrados en las empresas e incluso en las comunidades de vecinos, grabaciones secretas de las conversaciones, torturas, prisión, destierro, para disponer de unos ficheros completos que permitirían al Estado ejercer un poder total sobre sus ciudadanos. La Unión Soviética fue el ejemplo más notable, a causa de su empeño en controlar imperialmente los diversos y heterogéneos Estados que la componían, así como los países con los que se hermanaba en el extinto Pacto de Varsovia.

Nadie sospecharía que algo parecido se esté fraguando en la sombra de los sistemas informáticos, que también permiten conocer las actividades más privadas de las personas y conservar sobre ellas ficheros que revelen sus actividades: desde el cajero automático donde extraen su dinero hasta los viajes que realizan o los diarios que leen. La distinción entre el totalitarismo del siglo XX y la globalización del XXI se empieza a hacer borrosa.

En EE.UU. se ha autorizado a la policía a tomar muestras del ADN de los detenidos, si el delito perpetrado se califica como muy serio. Aunque el argumento utilizado es el de una mejor identificación de los individuos, la realidad es que un dato tan íntimo como es la distribución de sus genes pasará a engrosar los ficheros personales. ¿Acaso la temible Stasi no hubiera deseado hacer lo mismo cuando controlaba la vida de los alemanes en la RDA?

Ha llegado el momento de considerar falsa la idea de que “quien nada tiene que temer no debe desconfiar de la invasión de su privacidad”, porque a cambio vivirá más seguro. Cuando la privacidad de cada ciudadano pasa a ser transparente para el Estado, es el ciudadano el que abdica de sus más elementales derechos y el que después no tendrá argumentos para rebelarse cuando los ficheros personales se utilicen en perjuicio suyo. Como escribió Bertolt Bretch: “Ahora vienen a por mí, pero es demasiado tarde”.

República de las ideas, 26 de julio de 2013

Atención:
Durante el mes de agosto no se añadirán textos a este blog.
En septiembre se reanudará el ritmo habitual.
Saludos cordiales,
Alberto Piris

 


 

Escrito por: alberto_piris.2013/07/26 09:21:33.756000 GMT+2
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2013/07/23 08:23:34.607000 GMT+2

Ultimátum de Obama a los palestinos

Una vez más, EE.UU. y la comunidad internacional (incapaz ésta de presentar otras propuestas que no sean las que se imponen desde Washington) intentan resolver el conflicto de Palestina aplicando presiones allí donde apenas pueden surtir efecto: sobre la Autoridad nacional palestina (ANP). Nada se ha aprendido de los prolongados errores en los que se ha incurrido en esta cuestión durante los últimos decenios. Se pretende hacer creer que la paz definitiva es algo que depende exclusivamente de las decisiones que tome la ANP, ignorando culpablemente que es Israel quien viene violando reiteradamente la legislación internacional en la ocupación militar de las tierras palestinas y en el tratamiento que aplica a su pueblo, y el que desde tiempo inmemorial incumple las resoluciones de Naciones Unidas al respecto.

Un detalle que puede pasar desapercibido revela cómo el llamado "plan Kerry" está calculado para favorecer a Israel y en detrimento de Palestina: en vez de exigir un plazo corto para concluir las negociaciones -dado que las posturas de ambas partes se conocen sobradamente-, se ha establecido arbitrariamente un plazo más largo, con el propósito esencial de impedir que Palestina presente sus fundadas quejas ante la próxima Asamblea General de la ONU en septiembre, donde obtendría un abrumador apoyo mayoritario.

Porque lo que propone Kerry es una vuelta al callejón sin salida tantas veces transitado inútilmente. Un historiador israelí lo ha descrito gráficamente, al decir que Netanyahu es "como esa persona que, mientras discute con los demás cómo repartir una pizza, se la va comiendo poco a poco". Es el tratamiento que el Gobierno israelí viene dando a la solución biestatal que teóricamente era el arreglo que daría fin a todos los conflictos. Veinte años después de los llamados "acuerdos de Oslo" no se ha avanzado un paso en dirección a la paz, sino que Israel ha obstruido el camino construyendo el muro de la vergüenza y expandiendo los asentamientos ilegales hasta fragmentar lo que habría de ser el territorio del Estado palestino, para hacer inviable esa solución. Esto es así hasta el punto de que, tanto en Israel como en Palestina, se empieza ya a discutir sobre la fórmula de un solo Estado para dos naciones.

El presidente de la ANP ha expresado el temor de que esa fórmula podría derivar hacia un "Estado de apartheid", y algunos consideran que esto ya está ocurriendo en la situación actual. Añaden que la previsible evolución demográfica haría que cristianos y musulmanes pronto fuesen mayoría en el futuro Estado unificado, que dejaría de ser democrático si quisiera seguir siendo judío. El dilema está claro y en el horizonte solo se percibe más violencia y menos posibilidades de acuerdo.

En el vértigo de buscar soluciones a lo que todo indica que no las tiene, la solución triestatal es el último invento: Israel, Gaza y Palestina. Solución que para otros se transforma en algo distinto: Israel, Egipto y Jordania, dado que estos dos últimos países controlaron Gaza y Cisjordania respectivamente, desde la independencia israelí en 1948 hasta la Guerra de los Seis Días, cuando Israel las invadió. Claro está que para ninguna de estas dos soluciones se ha consultado la opinión del pueblo palestino, que ha mostrado claramente que no desea fundirse con egipcios ni jordanos, del mismo modo que los israelíes no parece que deseen convertirse en el 51º Estado de EE.UU., por mucho que su país salga adelante gracias a la generosa e ilimitada ayuda del aliado americano.

En su declaración en la capital de Jordania, Kerry dijo: "Los representantes de dos pueblos orgullosos han decidido hoy que merece la pena avanzar por el difícil camino ante el que se encuentran". Dos cosas habría que apostillar a esta sonora frase. Ambos pueblos son orgullosos, naturalmente, pero uno es rico y el otro es pobre. "Pobre, pero orgulloso" puede ser una fórmula de satisfacción personal íntima en algunos casos, pero no es el pasaporte idóneo para que un Estado se mueva con éxito en el abrupto terreno de la política internacional. En segundo lugar, avanzar por el difícil camino que se les presenta tampoco requiere análogo esfuerzo a ambas partes: una de ellas es el ocupante militar, apoyado sin reservas por la principal superpotencia del mundo, y la otra es un pueblo humillado, ocupado por una potencia extranjera y desesperado ante un futuro incierto que solo le presenta nuevas calamidades.

Son ilusos algunos titulares de la prensa reciente al anunciar que Israel y Palestina se sientan libremente a negociar tras los esfuerzos del Secretario de Estado norteamericano. Parecería como si ambas partes hubieran sido convencidas por la brillante argumentación de John Kerry, si no fuese porque ésta encierra un claro ultimátum de Obama a la ANP, que depende plenamente de la ayuda occidental para su supervivencia diaria. Ayuda que dejaría de fluir si la ANP pretendiera tomar de verdad las riendas del destino de su pueblo y dejara de desempeñar el papel de fantasma subordinado y solícito ante las exigencias de Israel. No es una negociación, es un ultimátum.

Publicado en CEIPAZ, el 22 de julio de 2013

 

Escrito por: alberto_piris.2013/07/23 08:23:34.607000 GMT+2
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2013/07/19 08:51:13.724000 GMT+2

El arte como instrumento de paz

Israel y Líbano han compartido una historia reciente de sangre, muerte y destrucción, si bien en proporciones distintas para ambos países, pues el primero solía ser el atacante y el segundo, el atacado. En 1982 la violencia de la invasión y ocupación israelí del pequeño país mediterráneo alcanzó el ápice del horror, aunque Israel dio a esa guerra el nombre en clave de "Paz para Galilea". La resistencia a la invasión aumentó el prestigio de los chiíes, sobre todo Hezbolá, fundada durante la contienda; radicalizó el terrorismo y sembró los gérmenes de las venganzas y represalias que duran hasta hoy. Las llamadas "matanzas" de Sabra y Chatila son una de las más vergonzosas páginas de la historia mundial del oprobio.

Por aquel entonces, en la ciudad de Saida (la milenaria Sidón) se difundió lo que después se convertiría en una leyenda. Durante la invasión, corrió la voz de que un piloto israelí se había negado a bombardear el objetivo asignado, una escuela secundaria, y descargó las bombas sobre el mar. Se dijo que la familia del piloto procedía de la antigua comunidad judía de Saida, lo que habría motivado su desobediencia. Al fin, la escuela y todo lo que la rodeaba acabaron en ruinas, pero la fábula perduró.

Un libanés natural de Saida, el polifacético artista Akram Zaatari, cuyo padre fundó y trabajó en la citada escuela, se interesó por la leyenda del piloto objetor. Ahora la ha desarrollado en la 55ª edición de la Bienal de Venecia, en una exposición titulada "Carta a un piloto objetor". Lo que le indujo a hacerlo fue su entrevista con el piloto en cuestión. Supo que su familia no procedía de Saida, lo que quitaba fantasía al hecho, pero despertó en Zaatari el impulso hacia un pacifismo artístico -o un arte pacifista-, con el que ha configurado su participación en el pabellón libanés, abierto en Venecia hasta el 24 de noviembre.

El piloto explicó a Zaatari que había estudiado arquitectura, y que de la estructura del edificio que tenía que destruir dedujo que solo podía ser un hospital o una escuela. Le dijo también que desde niño soñaba con ser un pájaro, por lo que se alistó como piloto a pesar de que los aviones no le atraían como armas de guerra. Con todo eso, Zaatari ha construido su exhibición. Sobre una pared se proyecta un video de 45 minutos; en otro monitor se visualiza el bombardeo continuado de Saida en una película muda; entre ambas se instala una sola butaca en terciopelo rojo donde se invita a sentarse a los visitantes. Se crea así un salón cinematográfico individual, y a la vez un sillón donde aislarse para evocar la memoria de aquella guerra.

Le ahorro al lector interesado un viaje a Venecia, remitiéndole a los cinco fragmentos consecutivos del video en cuestión subidos a YouTube:

1) http://www.youtube.com/watch?v=72p_j8dfXk8
2) http://www.youtube.com/watch?v=a7M6xmD4HLE
3) http://www.youtube.com/watch?v=ZeKA8TJMR1o
4) http://www.youtube.com/watch?v=XwmV4ZmLORo
5) http://www.youtube.com/watch?v=52bIv2C7b1A

La proyección se inicia con dos manos -las del autor- que pasan con cuidado las páginas de una edición antigua de "El pequeño príncipe". Después se alternan fotos familiares de época. Las mismas manos trazan sobre una hoja de papel el esbozo de una escuela y la silueta de un avión. Se alternan viejas fotos familiares con noticias relacionadas con la guerra de 1982 y fragmentos del diario personal de Zaatari, que vivió de niño la invasión. Hay simbólicas evocaciones de la vida diaria con un jardinero que poda un seto de la escuela, hormigas en vivo movimiento en contraste con inmóviles estatuas.

Se muestra la actividad de los muchachos en la actual escuela, que fue reconstruida años después, sobre el zumbido de los drones y las pasadas de aviones de combate, que presagian explosiones inminentes. Dos chicos trepan al tejado, desde el que se domina la ciudad, y con los cuadernos de deberes hacen aviones de papel. Uno de los jóvenes -que representa al mismo Zaatari- maneja una grabadora, carga su cámara de fotos y escucha a Françoise Hardy cantar Comment te dire adieu, la evocadora y nostálgica melodía de la época. Un texto mecanografiado expone: "Una semana después de iniciada la invasión del Líbano en 1982, un piloto de la aviación israelí, llamado Hagai Tamir, voló sobre la escuela secundaria de Saida y se negó a obedecer la orden de bombardearla".

Arte moderno, cine de ensayo cargado de significados no fácilmente perceptibles, que sitúa al espectador entre dos narraciones visuales complementarias, para introducirle en la mente del piloto objetor y trasladar esa sensación a los conflictos de hoy: Siria, Palestina...

Con "Carta a un piloto objetor", Zaatari nos recuerda que un simple acto de rechazo a la guerra hace tres décadas sigue teniendo validez hoy. Entre los comentarios sobre el filme publicados estos días se hace un paralelismo con las "Cartas a un amigo alemán", de Albert Camus, donde éste escribe: "Y me gustaría poder amar a mi país sin dejar de amar la justicia". Casi 80 años después de que Picasso exhibiera en París su famoso "Guernica", otra afamada exposición internacional de arte alberga en su seno un ejemplo de la abominación de la guerra y una incitación a la lucha por la paz.

República de las ideas, 19 de julio de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/07/19 08:51:13.724000 GMT+2
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2013/07/12 08:30:38.330000 GMT+2

La ciberguerra de Obama

El diario británico The Guardian publicó el mes pasado que Obama había ordenado, en una directiva presidencial secreta, que los principales responsables de la seguridad nacional redactasen una lista de posibles enemigos a los que habría que considerar objetivos en la guerra cibernética. Esa directiva, nunca antes difundida en los medios de comunicación, fue cursada en octubre de 2012 y define los nuevos aspectos de la guerra, entre los que destacan dos: las operaciones ofensivas y las defensivas, orientadas ambas a obtener “efectos cibernéticos”. Unas nuevas siglas -a las que tan aficionado es el mundo militar de EE.UU.- se añadirán a los glosarios oficiales del Pentágono, empezando por los dos tipos de operaciones antes aludidos, que se conocerán a partir de ahora como OCEO y DCEO respectivamente.

Para que el lector compruebe por sí mismo cómo esta nueva guerra abandona los habituales espacios terrestres, navales y aéreos donde los seres humanos se han destrozado entre sí a lo largo de la historia, pero sigue manteniendo las más vetustas raíces de la guerra tradicional, veamos como define la directiva a las OCEO: “Son las operaciones, así como los programas o actividades con ellas relacionados, que no se aplican a la protección de la red ni a la recolección de datos cibernéticos ni a la DCEO, pero que se llevan a cabo por el Gobierno de EE.UU. o a su servicio, en el ciberespacio o a través de él, y cuyo propósito es producir efectos cibernéticos fuera de las redes de dicho Gobierno”. Solicito del lector la paciencia suficiente para aguantar la congénita pesadez de los textos legales del Pentágono, porque es necesario ahora aclarar a qué “efectos” se alude.

Aquí no se trata de ocupar ciudades o territorios, ni destruir escuadras o bombardear fábricas y ferrocarriles. Una lectura del tedioso texto oficial nos descubre que los efectos de la guerra cibernética son “la manipulación, perturbación, prohibición, degradación o destrucción de los sistemas de ordenadores, informáticos o de comunicaciones, sus redes y las infraestructuras físicas o virtuales controladas por los sistemas de ordenadores o de información, o los datos contenidos en ellos”.

Además es bueno saber que, según expone la directiva con no velado optimismo, las OCEO pueden ofrecer “posibilidades excepcionales y originales [unconventional] para alcanzar los objetivos nacionales de EE.UU. en todo el mundo, con ninguna o muy escasa advertencia previa al adversario, y con efectos potenciales que van desde un daño ligero [subtle, "sutil", es la palabra utilizada] a muy severo”.

Nunca un Premio Nobel de la Paz había puesto su firma en un documento que revela tan extraordinario interés en las nuevas formas de guerra; esto habrá de tenerlo en cuenta el Comité que concede el premio, por si fuera aconsejable una ampliación de los honores que a Obama le corresponden, una vez comprobado el hecho de que la nueva guerra militariza uno de los pocos espacios libres que iban quedando. (Cuándo se militarizarán las profundidades subterráneas del planeta es algo sobre lo que los analistas ya empiezan a especular, sin dejar de lado la posibilidad de militarizar también la actividad cerebral humana).

Es evidente que la directiva presidencial es un paso más en la carrera universal armamentista, y también es fácil deducir que los demás países no se quedarán a la zaga y procurarán buscar el modo de utilizar esas “posibilidades excepcionales y originales” para alcanzar sus propios objetivos, sirviéndose de los procedimientos que sus tecnologías les permitan. Así pues, la excepcionalidad y originalidad de que ahora cree gozar el Pentágono se irán pronto al traste, pues enseguida serán muchos los Estados que crucen sus espadas (en este caso, sus bites) en el cada vez más frecuentado ciberespacio.

Si a esto se une el escándalo provocado por las filtraciones de Snowden sobre el espionaje universal que la NSA ejerce sobre la vasta red internáutica, los usuarios de internet (como quien esto firma y envía a República.com a través de los cables, ondas e hilos por los que los lectores pueden después leer el contenido) tendremos que aceptar que esa guerra está rozando ya la entrada de nuestras comunicaciones domésticas.

Claro está que no sufriremos los efectos de ninguna OCEO -nadie, por sepamos por ahora, piensa destruir nuestros humildes aparatos informáticos- pero sí es cierto que estamos afectados por la DCEO, ya que todo lo que escribimos, leemos o consultamos en la red queda registrado entre los innumerables zetabitios (véase “El espía universal“, en este mismo blog del 14 de junio pasado) cuidadosamente guardados en las gigantescas entrañas informáticas de la NSA, con vistas a su posterior empleo en la guerra cibernética, sea DCEO u OCEO.

La historia muestra cómo los conflictos iniciados en ámbitos que al principio parecen limitados, como la exigencia de aranceles comerciales o derechos de paso, pueden acabar desencadenando sangrientas y prolongadas guerras. No hace falta ser un experto para sospechar que un enfrentamiento iniciado por algunas bravuconerías en el espacio cibernético llegue a derivar en acciones más violentas, en una escalada desde la ciberguerra hacia la guerra “de siempre”, la de bombas y cañones, muerte y destrucción.

Publicado en República de las ideas, el 12 de julio de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/07/12 08:30:38.330000 GMT+2
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2013/07/12 08:11:13.733000 GMT+2

Mis excusas más sinceras

Queridos amigos del blog:

Un error en la dirección de correo electrónico me ha tenido algún tiempo sin recibir los usuales mensajes enviados por el sistema, cuando había comentarios pendientes de activar.

Solucionado el asunto, me excuso por mi anterior mensaje. ¡Han llegado los ecos! Y muy estimulantes...

¡Gracias! Seguiremos en la brecha...

Escrito por: alberto_piris.2013/07/12 08:11:13.733000 GMT+2
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2013/07/10 09:09:3.025000 GMT+2

La prueba del eco

¿Hay alguien por ahí que lea estas páginas?

¡¡¡¡Ecooooooooo......!!!!

¿Se oirá cooo... cooo... cooo....?

Eso de la voz que clama en el desierto será muy bíblico, pero no resulta muy estimulante, que digamos. Y tanto clamar, a la larga acaba produciendo ronquera.

Saludos cordiales y veraniegos a los improbables lectores.

A.P.

Escrito por: alberto_piris.2013/07/10 09:09:3.025000 GMT+2
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2013/07/09 08:03:59.681000 GMT+2

Los que tocan el silbato

Los audaces individuos (periodistas, escritores, informáticos, soldados, etc.) que arriesgan su situación personal -y a veces la vida- para desvelar inconfesables secretos de Estado, desde los papeles del Pentágono en 1971 hasta las malandanzas de la National Security Agency (NSA) en 2013, son conocidos en el mundo de habla inglesa como whistleblowers, es decir, "los del silbato" en traducción literal aproximada. Este es el nombre que hoy se aplica extensamente a Edward Snowden, el experto informático estadounidense, antiguo colaborador de la NSA, por cuyo motivo algunos países europeos, y especialmente España, han creado irreflexivamente un serio incidente internacional con algunos países latinoamericanos, del que todavía no se han revelado todos sus efectos. Incidente debido a dos factores básicos: 1) la habitual política de EE.UU. de "matar al mensajero", en vez de intentar resolver el problema que éste denuncia, y 2) la vergonzosa sumisión europea a los deseos de Washington, por injustos o ilegales que éstos sean.

En términos jurídicos de EE.UU., el país que ha puesto en circulación la palabra, un whistleblower es un empleado o funcionario que denuncia a su jefe o superior porque cree razonablemente que éste ha cometido un acto ilegal. Con ciertas connotaciones deportivas (el árbitro pita las faltas de los jugadores), traducir este vocablo al idioma español no es tarea fácil: soplones, delatores, chivatos, acusicas y otros términos análogos están cargados de un sentido despectivo del que carece la expresión original.

Denunciantes, informadores o informantes se aproximan más a la realidad, pero no implican el matiz de coraje y riesgo que lleva consigo la actividad de esas personas. La castiza expresión "tirar de la manta" es quizá la más aproximada, según el diccionario de la RAE, pero a partir de ella no es sencillo generar un sustantivo para uso común; la escasa versatilidad de nuestro idioma, al contrario de lo que sucede en inglés, no facilita crear algún neologismo serio, como sería "los tiramantas".

Esta breve digresión lingüística no es inútil, porque el tipo de persona al que se aplica la palabra en cuestión va a proliferar de ahora en adelante, a medida que se perfeccionan y complican los medios técnicos para ocultar y transmitir información, descubrirla y difundirla. Así pues, esas operaciones se harán más comunes, adquirirán mayor brillantez y en muchos casos resultarán muy deseables para la mayoría de la población, que siempre suele agradecer el arrojo de los que se atreven a tirar de la manta en casos peliagudos. Cuando los diversos poderes que nos gobiernan legal o ilegalmente -político, financiero, militar, comercial, etc.- recurren sistemáticamente a subterfugios para ocultar los engaños y mentiras con que a menudo pretenden manipularnos, informar sobre lo que se desea mantener oculto y poner al descubierto las trampas de los poderosos va a ser un trabajo muy bien considerado en el futuro. Se necesitará una palabra en nuestro idioma que lo describa nítidamente.

Volviendo al caso Snowden, es interesante leer lo que sobre esto ha escrito un anterior denunciante (usaré esta palabra mientras no se encuentre otra mejor), Peter Van Buren, el diplomático que en 2011 reveló públicamente los desmanes del Servicio exterior de EE.UU. en Iraq, en un libro titulado We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People (en traducción libre: "Teníamos buena intención: cómo ayudé yo a perder la batalla por los corazones y las mentes del pueblo iraquí). Lo reproduzco a continuación en traducción propia:

"Edward Snowden se sintió sin duda consolado al saber que un creciente número de estadounidenses están lo suficientemente indignados como para resistir a un Gobierno que se vuelve contra su pueblo. Sus pensamientos fueron reflejados por Julian Assange, que dijo: 'En los esfuerzos de la administración de Obama por aplastar a los jóvenes whistleblowers con acusaciones de espionaje, el Gobierno de EE.UU. ataca a una generación joven de gente que considera inaceptable la masiva violación de los derechos de privacidad y de juicio justo. Atacando a esa generación, la administración de Obama solo puede perder'. Snowden esperaba seguramente que Obama se preguntaría por qué ha abierto el doble número de procesos sobre espionaje que todos sus predecesores en la Presidencia juntos, y por qué casi todos han fracasado".

"En aquel vuelo [el que le llevó de Hong Kong a Moscú] Snowden habrá reflexionado sobre lo que había perdido, incluyendo su elevado sueldo, su vida feliz en Hawai y Suiza, las relaciones personales, la excitación por estar dentro del sistema y conocer hoy las noticias que se publicarán mañana. Ha perdido ya mucho de lo que importa en una vida personal, pero no todo lo importante. A veces -y cualquier whistleblower lo llega a saber muy bien- hay que creer que existen cosas que importan más que uno mismo. Hay que creer que un valeroso acto de conciencia puede marcar la diferencia en unos EE.UU. que van por mal camino, o simplemente que, aunque no importe nada, uno ha hecho por su país lo que tenía que hacer". Si la palabra no estuviera tan desprestigiada por los que la manipulan y abusan de ella, se podría decir que en eso consiste el verdadero patriotismo.

CEIPAZ, 9 de julio de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/07/09 08:03:59.681000 GMT+2
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2013/07/05 08:47:15.962000 GMT+2

Palestina en la gran pantalla

A la vez que en muchas salas de cine españolas se proyecta la impresionante película Inch’Allah, sobre el irresuelto conflicto de la ocupación israelí de Palestina, el Norwegian Peacebuilding Resource Centre (NPRC, un centro noruego de análisis sobre la construcción de la paz: http://www.peacebuilding.no) anunció el pasado día 1 de julio la posibilidad de reanudar la llamada Iniciativa árabe de paz (IAP), a sugerencia del Secretario de Estado norteamericano John Kerry.

Ante la inestable situación por la que atraviesa el mundo árabe, de la que los sangrientos enfrentamientos en El Cairo son hoy muestra evidente, Kerry parece decidido a enfrentarse a los variados problemas que complican la situación en Palestina: los asentamientos ilegales israelíes que siguen creciendo; la ocupación militar del territorio palestino, que viola la legislación internacional; la parcelación geográfica y política impuesta por la fuerza en Cisjordania; las discrepancias entre el Gobierno de Gaza (Hamás) y el presidente Mahmoud Abbas, en relación con la política a adoptar, son una muestra de los obstáculos que obstruyen el camino hacia la paz. Tampoco el presidente Netanyahu es ajeno al empeño de EE.UU., aunque con su tibia aceptación de la IAP pretende abordar también los problemas de seguridad que para Israel constituyen Irán y Siria, lo que, a ojos del ala derecha de su coalición política le daría credibilidad para efectuar los intercambios de territorio que crea convenientes.

La IAP fue adoptada por la Liga Árabe (LA) en su reunión de Beirut en 2001, con la finalidad última de hacer que todos los países árabes normalizaran sus relaciones con Israel, a cambio de un vasto tratado de paz árabe-israelí. Pero éste permanece olvidado, aunque la LA lo sigue manteniendo en su agenda. Sin embargo, la exigencia inicial de aceptar ciertas premisas (las fronteras de 1967, el retorno de refugiados, etc.) la hace de muy difícil, cuando no imposible, aplicación directa en la actual situación.

Todas estas cuestiones, que tan complejas aparecen en los textos, están magistralmente trazadas en la última obra cinematográfica de la directora canadiense Anaïs Barbeau-Lavalette. Inch’Allah es un compendio audiovisual, narrado desde el interior mismo del problema, de lo que sucede día a día en los territorios palestinos y, según ella, “contribuye al proceso de construcción de la paz y a entender al otro”. Se puede asegurar que ha logrado algo muy difícil al mostrar “la naturaleza monstruosa de los actos terroristas”, recordando a la vez que éstos “siempre han tenido lugar”, pues son históricamente muy anteriores a la eclosión del terrorismo islamista. Sin justificar las acciones de los terroristas, se ha esforzado por “poner un rostro humano a un acto inhumano”, para mostrar el fondo más profundo de este grave problema.

El espectador vive la humillación cotidiana de un pueblo militarmente ocupado. Los controles a los que es sometida la población en los puntos de paso, donde puede ocurrir que una mujer palestina se ponga de parto y tenga que dar a luz en el mismo automóvil en el que viajaba hacia el hospital, detenido ante la punta del fusil de un soldado israelí; ella se convertirá en terrorista suicida después de que su bebé nazca muerto. Los registros domiciliarios, incluso en la clínica maternal donde los soldados abren sin miramientos los cajones de las medicinas, buscando armas o explosivos, mientras se está realizando una ecografía a una embarazada que protesta airadamente. Se vive la tristeza de una familia al visitar -gracias a un permiso excepcional logrado por amistad- las ruinas de lo que fue su casa ancestral, de la que fueron expulsados durante la nakba (el éxodo palestino de 1948). Se muestra en toda su crudeza la opresión de las tropas de ocupación, que penetran a cualquier hora en las viviendas, hacen salir a los hombres y, bajo la amenaza de sus armas, los concentran en la plaza para proceder a su interrogatorio. O la cruel justicia que impone 25 años de cárcel a un palestino porque pegaba carteles recordando a un terrorista muerto. Se reprocha a los medios de comunicación que publiquen a toda página el asalto palestino contra una colonia judía, que causa un par de heridos, y que olviden la muerte de un niño palestino atropellado el mismo día por un vehículo militar. La sensación dominante al concluir el filme es una honda desesperanza: la certeza de que eso no puede continuar así, pero no se percibe ninguna luz al final del túnel.

La directora ha confesado: “Cuando te sumerges en un tema como este, te das cuenta de su verdadera profundidad y comprendes que explorarlo es un proceso sin fin. Sigo sin entender Palestina ni el conflicto palestino-israelí”. Eso sucede a menudo cuando la cinematografía aborda problemas de gran calado y actualidad. Solo las películas históricas, bien documentadas, sirven a veces para elaborar juicios acertados sobre asuntos del pasado.

Los verdaderos expertos -si en realidad existen sobre alguna cuestión de actualidad- se pierden a menudo en divagaciones teóricas difíciles de entender. Pero en este caso, merece la pena leer el informe del NPRC, redactado por un antiguo oficial del Mossad y director del Centro de Estudios Estratégicos de la universidad de Tel Aviv, antes o después de contemplar la imprescindible película de la directora quebequense. El lector/espectador agradecerá el resultado, aunque deje en él una inevitable carga de desesperanza y amargura.

República de las ideas, 5 de julio de 2013

 

Escrito por: alberto_piris.2013/07/05 08:47:15.962000 GMT+2
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2013/06/28 09:35:31.953000 GMT+2

A vueltas con las banderas

En un libro de texto de aquel bachillerato de siete años de duración, que en los años 40 estudié en el viejo Instituto vitoriano -cuyo noble y renovado edificio es hoy la sede del Parlamento vasco-, la figura que ilustraba el capítulo dedicado a la llegada de Colón al Nuevo Mundo mostraba al almirante arrodillándose ante la cruz que un clérigo hincaba en la tierra caribe, mientras que en las carabelas, fondeadas a poca distancia de la playa, se observaba, flameando al viento, la bandera roja y amarilla. Era la misma que todas las mañanas se izaba en el patio del insti (escoltada -como Cristo en el Calvario- por otras dos, emblemas de sendos partidos políticos), mientras los chavales entonábamos el “Cara al sol”, musicalmente dirigidos por el abnegado profesor de Formación del Espíritu Nacional, que vestía la camisa azul.

Nuestro espíritu nacional era objeto de intensa dedicación, tanto simbólica como lectiva (aunque vistos los resultados a largo plazo, el éxito no fue tan abrumador como hubiera podido parecer), pero la enseñanza en cuestiones históricas es evidente que dejaba bastante que desear, porque en 1492 ni siquiera existía la bandera que mostrada el dibujito. Ésta nació, tres siglos después, como consecuencia de un deseo del rey Carlos III, que quería disponer de una nueva bandera para sus buques de guerra, ya que la utilizada hasta entonces se confundía “a largas distancias o con vientos calmosos con la[s] de otras naciones”, según se lee en la Ordenanza General de 1785.

En ese documento, cuya existencia naturalmente ignorábamos los chavales de la época, se disponía que los colores de la nueva bandera fueran el “encarnado” y el “amarillo”. Pero el profe del espíritu se empeñaba en hablarnos enfáticamente de la “enseña rojigualda”, justo antes de marcar el compás inicial del himno matutino. No nos quedaba más remedio que deducir que “gualdo” era un adjetivo equivalente a “amarillo”, asunto sobre el que la profe de Literatura nunca amplió nuestros conocimientos. Así pues, igual que ocurría con el latín de las misas (o las “divinas palabras” de Valle-Inclán, que conoceríamos años más tarde), nos era obligado sospechar que tan extraño adjetivo solo se usaba para la bandera, en razón a su naturaleza casi sobrenatural, y no podía aplicarse a cosas más sencillas como, por ejemplo, la yema de un huevo frito. ¡Ah, las banderas! Apenas entrábamos en la pubertad y ya sabíamos que encerraban conceptos tan intangibles como los concernientes a la religión, y poco a poco nos íbamos enterando también de que por todo el mundo eran muchos los que morían y mataban, incluso cruelmente, impulsados por esas imprecisas ideas.

Pues también un asunto de banderas amenaza estos días con poner en peligro el futuro del pueblo afgano. De momento, ha producido ya una reacción violenta en Kabul, donde unos talibanes suicidas penetraron hasta cerca del palacio presidencial, en una de las zonas más protegidas de la capital afgana, pocos días después de que las tropas aliadas pusieran en manos del Gobierno la responsabilidad de la seguridad ciudadana.

Ocurrió que, con vistas a desarrollar conversaciones de paz en un país neutral -Catar-, el Gobierno local, a instancias de EE.UU., autorizó a una delegación talibana la apertura de una sede en la capital. Tras doce años de guerra ininterrumpida, era más que loable el esfuerzo por iniciar contactos que pudieran conducir a un diálogo de paz, para dirimir en torno a una mesa, y no en el campo de batalla, los problemas que enfrentan al Gobierno de Kabul con los talibanes.

En Doha, las autoridades locales asistieron a la inauguración de la nueva sede talibana. La reducida delegación de enturbantados afganos procedió a izar una bandera blanca con versos coránicos al son de un himno pastún. A la vez, en la fachada se colocó una placa identificativa que decía: “Oficina política del Emirato islámico de Afganistán”. La representación catarí asistente al acto aplaudió cortésmente y abandonó la escena, sin intuir lo que se avecinaba.

Pero ¡ah, símbolos y banderas! Desde Kabul, un irritado presidente Karzai protestó enérgicamente aduciendo que eso equivalía a abrir en Doha otra embajada afgana, rival de la que allí posee su Gobierno. Tras intensas discusiones telefónicas, se acordaron dos cosas: reducir la altura del mástil de la bandera, para que ésta no fuera visible desde la calle, y retirar la placa con la ofensiva inscripción. El resultado es que las reuniones todavía no se han iniciado.

Así que, por una discrepancia esencialmente simbólica, unas conversaciones de muy crítica naturaleza, de las que va a depender en gran parte el futuro de Afganistán y la política exterior de los países allí implicados, se han visto interrumpidas y quizá aplazadas sine díe, contribuyendo a prolongar la inestable situación del país.

Himnos, banderas y otros símbolos, no por todos comprensibles, siguen ejerciendo sobre la mente de muchas personas un pernicioso influjo que a menudo aparta al pensamiento de la vía racional y lo sumerge en confusos laberintos de los que no suele ser fácil salir.

República de las ideas, 28 de junio de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/06/28 09:35:31.953000 GMT+2
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