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2013/12/06 08:00:40.906000 GMT+1

Los caudillos iluminados

Por estas fechas hace dos años salieron de Irak las últimas tropas de EE.UU., siguiendo los pasos de los demás ejércitos aliados que ya habían abandonado el país, tras contribuir a su invasión y posterior ocupación, incluido el contingente español. Ocho años antes había comenzado la arrogante invasión de las tierras mesopotámicas bajo el conocido lema Shock and awe, cuya mejor traducción a nuestra lengua sería "Fuerza abrumadora" (aplastante o apabullante, a gusto del lector).

Se trataba de aplicar la doctrina militar concebida en la Universidad de Defensa de EE.UU. a finales de los años 90, cuya finalidad era alcanzar con rapidez el dominio de la situación terrestre mediante la acumulación masiva de fuerza militar incontestable y su aplicación violenta y concentrada. La más potente superpotencia jamás conocida iba a poner en práctica sus propias teorías estratégicas, basadas en su superioridad militar, para lograr los objetivos políticos propuestos. Así lo creían en la Casa Blanca y en el Pentágono.

El resultado no ha podido ser peor. Hoy Irak está sumido en una guerra de facciones enfrentadas; explotan bombas en sus ciudades e innumerables ciudadanos mueren a diario como resultado de la violencia terrorista. Nada de esto ocurría bajo la tiranía de Sadam Hussein. Fue necesaria la ocupación aliada del país para convertir a Irak en un fructífero semillero de terroristas islámicos y en un campo de pruebas para sus tácticas más comunes: secuestros, coches bomba, asaltos, explosivos de confección casera y toda la panoplia terrorista que hoy no conoce fronteras.

Muchos soldados del extinguido ejército iraquí a las órdenes de Sadam, irreflexivamente disuelto por los invasores al comienzo de las operaciones, se han alistado en el ejército fantasma del supuesto Estado islámico de Irak y Siria. Atrás quedan los años en que Irak fue un peón de la estrategia de EE.UU. para frenar la influencia de Teherán en la zona. Tras la catastrófica ocupación de Irak, el país se ha convertido en aliado de Irán.

Fueron muchos los errores estratégicos de EE.UU. a raíz de los atentados del 11-S, que condujeron a tan negativa situación. Como ya expuse entonces, afrontar con una guerra un acto de terrorismo fue la raíz de todo lo que vino después. EE.UU. no sufrió aquel día el ataque de un ejército enemigo sino el terrorismo de un puñado de fanáticos. No pretendían derrotar a EE.UU. sino lograr un objetivo muy común del terrorismo: reclutar adeptos para su causa en todo el mundo, mostrar la vulnerabilidad del enemigo e inducirle a responder de modo desproporcionado, a fin de sumar a su causa a los pueblos (en este caso, los islámicos) todavía reacios a tomar partido.

Tras los atentados, Ben Laden esperaba la invasión de Afganistán y la propaganda favorable que esto le supondría cuando en todo el mundo las televisiones difundieran el sufrimiento del pueblo afgano, invadido y atacado. Pero lo que no esperaba era el regalo adicional de la invasión de Irak, que nada había tenido que ver con el asunto y que, por su mayor relevancia como Estado, habría de tener muy amplias repercusiones en el mundo musulmán, reforzando la teoría sustentada por Al Qaeda de que Occidente emprendía un cruzada contra el Islam.

Muy poco después del 11 de septiembre de 2001, Bush se reunió en la Casa Blanca con sus más inmediatos colaboradores y, según Richard Clarke, el jefe de la oficina antiterrorista, tuvo lugar esta conversación:

Bush: "Sé que tenéis mucho que hacer, pero quiero que, lo antes posible, veáis si Sadam hizo esto..."
Clarke: "Pero, Sr. Presidente, Al Qaeda lo hizo."
B: "Ya lo sé, ya lo sé. Pero mira a ver si Sadam está implicado. A ver si hay algún indicio..."
C: "De acuerdo, así lo haremos otra vez", intentando mostrarse respetuoso y cooperativo. Y siguió: "Pero, como usted sabe, hemos buscado ya si algún Estado patrocina a Al Qaeda, sin encontrar ningún vínculo con Irak. Irán sí interviene algo, como Pakistán, Arabia Saudí y Yemen".
B: "Investigad a Sadam", insistió tercamente Bush y abandonó la reunión.

Pocos días después le dio una orden verbal a Rumsfeld, el Secretario de Defensa: "Prepara un plan para invadir Irak. Hazlo fuera de los canales normales y hazlo creativo, para que no tengamos que darle mucha cobertura". Daba así los primeros pasos de su ansiada guerra total contra el terror.

La obcecación de los dirigentes iluminados por una idea compulsiva suele ser nefasta para su país y para el resto del mundo. La misma cerrazón con la que Hitler aniquiló frente a Stalingrado sus mejores tropas, inspirado por su creencia en una predestinación infalible, llevó a Bush a embrollarse en el avispero de Irak, del que EE.UU. hubo luego de salir precipitada y deshonrosamente, y del todavía surgen los venenosos aguijones que hieren por doquier sin que se vea solución al estropicio cometido. Pero no se culpe solo a los caudillos iluminados: en su entorno suelen trabajar asesores y consejeros, de muy alto nivel, cuya obligación es la de prevenirles contra los errores propios de quienes se creen infalibles, porque han sido cegados por el ejercicio del poder.

República de las ideas, 6 de diciembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/12/06 08:00:40.906000 GMT+1
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2013/11/29 10:17:34.732000 GMT+1

El eterno fantasma de las armas nucleares

Una de las consecuencias del largo proceso que ha permitido alcanzar un acuerdo internacional sobre el programa nuclear iraní ha sido el estrechamiento de vínculos entre Israel y Arabia Saudí (que ya venían siendo dos peones básicos de la política estadounidense en la zona), sin olvidar a los Emiratos Árabes Unidos, en cierto modo satélites de Arabia. Todos ellos han sumado su oposición al acuerdo y la han expresado a su manera, aunque coincidiendo en una repulsa común de la política de Obama.

Pasemos por alto el anómalo y ya familiar hecho de que la superpotencia americana se apoya, para su política en Oriente Medio, en dos países que también tienen algo de anómalos: el Estado judío de Israel, que incumple sistemáticamente las normas que rigen para los demás sin sufrir las consecuencias de su repetida insolencia, y la gerontocracia teocrática que gobierna Arabia Saudí, cuya riqueza en recursos naturales le permite soslayar descaradamente el respeto a los más elementales derechos humanos, sin ser vilipendiada por ello. Pero sabido es que la política hace extraños compañeros de cama y los intereses priman sobre cualquier otra consideración.

Lo cierto es que el programa nuclear iraní ha quedado paralizado, aunque no haya tenido que destruir centrifugadoras -como deseaba Netanyahu- y pueda seguir enriqueciendo uranio, como cualquier otro país. Además, al menos durante los próximos seis meses, Irán no podrá sorprender al mundo con una bomba nuclear. Un aspecto satisfactorio para la comunidad internacional es el establecimiento de un serio régimen de inspecciones, a cargo de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, que hará imposible que Irán se aproxime a la fabricación de su primera bomba sin que Naciones Unidas lo advierta anticipadamente.

Lo más difícil está aún por venir: son los seis meses de negociaciones para concertar los términos definitivos del programa nuclear iraní, ya que el acuerdo ahora alcanzado es solo una solución temporal con objeto de desactivar la actual crisis. Las perspectivas son poco alentadoras, porque en el fondo de este asunto subyace el problema de la proliferación nuclear en la zona, iniciada por Israel y agravada luego por India y Pakistán. La razón última del embrollo reside en que las potencias que ahora tratan de frenar a Irán son las que han confirmado, ante toda la comunidad internacional, el hecho de que los miembros del “club nuclear” poseen privilegios políticos vedados a todos los demás, lo que de por sí constituye una incitación permanente a sumarse a él.

A complicar más la cuestión ha contribuido Arabia Saudí con la amenaza de iniciar por su cuenta un programa nuclear, con ayuda de Pakistán, dado que considera el acuerdo como una rendición en toda regla de EE.UU. a la voluntad de Teherán. Esto apuntaría a un peligroso futuro donde las armas nucleares de Irán (chiíes) y las de Arabia Saudí (suníes) reavivarían la competición política en la zona. Esto pondría los pelos de punta a Netanyahu, cuya sistemática negatividad al reciente acuerdo e inapelables exigencias para garantizar la seguridad de Israel más allá de cualquier límite razonable, son factores de permanente inestabilidad y aumentan la desconfianza general.

Por el momento, no obstante, parece alejarse el temor a una aventurada acción de Israel, bombardeando por su cuenta las instalaciones nucleares iraníes con ese peculiar estilo cuyas habilidades ya mostró en Irak en 1981 y en Siria en 2007. Esta vez, una acción análoga tendría una repercusión tan negativa en la comunidad internacional, que apoya el acuerdo ahora alcanzado, que en la práctica constituiría un suicidio político. Israel necesita a EE.UU. más que a la inversa, a pesar de que el poderoso grupo de presión judío siga ejerciendo desproporcionada influencia en la política estadounidense. El conocido dilema de Netanyahu -la elección entre la bomba iraní o el bombardeo de Irán-, parece perder validez, ya que la bomba iraní de momento se aleja hacia el futuro.

El problema está aún lejos de una solución definitiva, y es el pueblo iraní el que, por efecto de las sanciones todavía activas, sufre las consecuencias de la desequilibrada situación internacional, creada y sostenida en torno a las armas nucleares por los Estados que las poseen y no están decididos a prescindir de las ventajas que su posesión otorga.

Para terminar, sorprende la insistencia de algunos comentaristas en desconfiar de la “buena fe” del Gobierno iraní. ¿Por qué recelar solo de Irán? ¿Es que la buena fe de EE.UU., Israel, Rusia o Europa se da por descontada? Aún más: ¿es que es habitual la buena fe en las relaciones internacionales? Por ejemplo, y sin ir muy lejos, ¿hubo buena fe en la descolonización española del Sahara Occidental?

Aquella división del mundo propiciada desde Washington, señalando a unos países como el “eje del mal”, por contraposición a los “buenos” (los fieles aliados), parece haber penetrado tanto en el pensamiento occidental que cuesta recordar que todos los Estados, en el fondo, actúan de acuerdo con unos principios bastante similares de estrategia política. Esta es la realidad que enseña la Historia y que ayuda a vencer los prejuicios que impiden valorar la realidad con la deseable objetividad.

República de las ideas, 29 de noviembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/11/29 10:17:34.732000 GMT+1
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2013/11/25 09:22:35.146000 GMT+1

Disuasión, alambradas e inmigrantes

Con motivo de la polémica levantada en torno a las alambradas de cuchillas, instaladas en la parte superior de la valla que delimita la frontera melillense con Marruecos, se ha citado estos días, con cierta ligereza, un término ya muy asentado entre las teorías estratégicas de la defensa: la disuasión. El cortante acero del alambre provisto de afiladas cuchillas disuadirá -se dice- a los inmigrantes que intentan penetrar ilegalmente en territorio español.

De ese modo se pretende dar por zanjada una discusión en la que han participado el Gobierno, los partidos políticos, la opinión pública, algunas ONG e incluso la Conferencia Episcopal. Merece la pena dedicar atención al asunto, tanto más cuanto que se utilizan con imprecisión ideas procedentes de la estrategia militar más reciente.

El concepto de disuasión sirvió para asentar la guerra fría a mediados del siglo pasado, cuando se trasladó al campo nuclear: la "disuasión nuclear"; es decir, la acumulación imparable de armas de destrucción masiva que tuvo lugar, sobre todo, entre los dos bandos enfrentados y que, según algunos, garantizó la paz internacional. Otros han sostenido la idea de que los principales beneficios de la disuasión fueron a recaer en las grandes corporaciones del armamento, a cambio de destruir las estructuras sociales de la paz y de generar un trasfondo de miedo extendido que contribuyó a deteriorar los fundamentos de la democracia.

De cualquier modo, aquella disuasión nada tiene que ver con la que ahora se aduce respecto a las dañinas alambradas melillenses. Esto es así porque la disuasión nuclear fue "activa", es decir, dependía de la voluntad de los gobernantes para amenazar con sus armas y crear situaciones favorables, y de su modo de entender las relaciones internacionales. Todo lo contrario ocurre con las agresivas cuchillas ahora discutidas, que son, en todo caso, una disuasión "pasiva": una vez instaladas, están siempre ahí y su acción solo se hace sangrienta cuando "son atacadas" por los que van a sufrir sus efectos. Aquí está el núcleo del asunto que hoy nos ocupa.

Alguna racionalidad presente en los gobernantes de los dos bandos enfrentados durante la guerra fría hizo que no surgieran los hongos nucleares a los que abocaba forzosamente cualquier fallo en la disuasión. La comparación entre las ventajas y los inconvenientes que traería consigo el recurso a lo nuclear no paralizó la carrera de armamentos pero sí bloqueó los botones de FUEGO de los lanzadores de misiles y "lo impensable" no llegó a producirse.

Ahora, quizá como consecuencia de lo anterior, algunos piensan que las cuchillas disuadirán a los inmigrantes (y con esto introducimos el tercer término de la ecuación) dada la evidente malignidad intrínseca de su acero. Tienen bordes puntiagudos y afilados, anunciadores de profundas y desgarradoras heridas e incluso de la muerte por desangramiento, como ya ha ocurrido en algún caso. Pero esa disuasión pasiva, esa amenaza de sangre, dolor y padecimiento, tendría que ser superior a la voluntad de los inmigrantes para completar su penoso recorrido, cuando solo les quedan unos metros para alcanzar la meta.

Están al final de una larga odisea que comenzó semanas o meses antes y que consumió los escasos recursos de una familia, allá en África, que todo lo espera de ellos; la creciente ansia de los que cada vez ven más próximo el final de su sufrimiento es lo que da al traste con la teoría de la disuasión: porque se trata de un concepto inútil frente a la desesperación.

Incluso durante la era de la disuasión nuclear, las pocas veces que ésta estuvo a punto de fracasar lo fue por algún ramalazo de desesperación política o militar, cuando los obstáculos, las sospechas o las desconfianzas hacían temer a los gobernantes que pisaban terrenos resbaladizos donde no se sentían seguros y perdían el control de su poder. Recordemos que el primer incidente político serio de esta naturaleza se produjo con motivo de la Guerra de Corea, cuando en marzo de 1951 el general MacArthur pretendió poner fin definitivo a un conflicto cuyo fin no se veía claro, atacando a China con armas nucleares por su participación en el conflicto. El presidente Truman lo destituyó, levantando una gran controversia política en EE.UU.

Los inmigrantes que periódicamente asaltan con desesperación la muralla que les separa de ese mundo en el que pretenden rehacer sus vidas son inmunes a la teoría de la disuasión que se aduce para reforzar el muro europeo en su segmento español. El error fundamental de la presente polémica no se halla tanto en los medios (alambradas, perímetros defensivos y demás) como en la finalidad. Solo por esta vez (y sin que sirva de precedente) suscribo lo declarado por el portavoz de los obispos españoles: "No se puede atentar contra la vida de unas personas desvalidas que buscan mejorar su vida... El inmigrante no es un peligro, es alguien que aporta riqueza a la construcción social del país".

CEIPAZ, 24 de noviembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/11/25 09:22:35.146000 GMT+1
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2013/11/22 10:25:47.630000 GMT+1

Las alforjas para el viaje afgano

Se plantea estos días en Afganistán un apremiante problema político, que reúne en sí muchos de los principales asuntos que a lo largo de la historia han preocupado a los gobernantes. Para los politólogos es un caso paradigmático que afecta tanto a las relaciones internacionales de un país como a su política interior: efectos del imperialismo, organización de las fuerzas armadas, acción de gobierno, ejercicio de la justicia, democracia y representatividad, pugna por el poder, fraccionamiento social y seguridad nacional son algunos de los aspectos discutidos hoy en Kabul, con motivo de la inminente retirada de las tropas aliadas y la prevista permanencia en el país de un contingente militar de EE.UU.

Todo ello en forma de agitado torbellino que gira en torno a un vórtice bien definido: la inmunidad de los soldados estadounidenses instalados en el país tras 2014, respecto a los órganos locales de la justicia. El Secretario de Estado John Kerry ha dejado clara la exigencia de EE.UU. de que cualquier proceso que pudiera abrirse contra su personal militar, por delitos o faltas cometidos en Afganistán, se lleve a cabo en tribunales estadounidenses: “No hace falta decir que somos insistentes, porque somos los EE.UU. de América. Es la forma como actuamos en todas las partes del mundo”. Planteó el dilema sin contemplaciones: “Los afganos eligen: o conceden plena inmunidad o no habrá allí fuerzas estadounidenses de ningún tipo”.

Así actuamos en todas las partes del mundo, ha recordado Kerry, con sobrada razón. Veamos solo dos casos. Cuando en 2009 se discutía en Colombia el modo de aceptar la presencia militar de EE.UU. en las bases de las fuerzas armadas colombianas, el asunto de los delitos cometidos por soldados de EE.UU. fuera de actos de servicio levantó gran polémica, porque también se incluía a los contratistas civiles dependientes del Pentágono. Para el Gobierno de EE.UU. el problema se inició desde la firma de la Convención de Viena de 1961, que regula la inmunidad diplomática, porque considera que solo los tribunales de EE.UU. actúan con justicia y teme que la intervención de tribunales locales obstaculice la actividad militar.

Análogo problema se había presentado en Ecuador en 2004. Altos mandos militares de ese país declararon públicamente que, como la Corte Penal Internacional juzga crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y genocidio, “EE.UU. trata de presionar a los países más débiles para que otorguen la inmunidad a sus soldados, en prevención de lo que pueda ocurrirles a ellos y a sus mandos en cualquier parte del mundo”.

Ahora, el problema se ha abatido sobre el Gobierno de Karzai, convertido en un delicado asunto de política interior cuando está pendiente de firmar el Acuerdo Bilateral de Seguridad entre EE.UU. y Afganistán, para regular las relaciones militares después de 2014. Tras sus encuentros con Kerry, el presidente afgano declaró: “La inmunidad legal no está dentro de las competencias del Gobierno, sino que afecta al pueblo afgano y, por eso, será una Asamblea General (Loya jirga) la que decida”. Esto ha levantado una gran polvareda política, mientras unos 3000 delegados se concentran en la capital para la multitudinaria reunión.

Estas asambleas se convocan para debatir asuntos de importancia y alcanzar acuerdos que faciliten al Congreso la toma de decisiones aceptadas por la mayoría de la población. Pero tanto la naturaleza del acuerdo a firmar como la legitimidad de la asamblea convocada son objeto de polémica.

Los problemas clásicos de la representatividad política quedan bien al descubierto. “Habría que convocar a expertos en asuntos legales, políticos, económicos y militares, así como a los partidos e instituciones sociales” – afirman unos – “y no a esa gente que solo sabe levantar o bajar la mano cuando hay que votar”. Otros dicen que “la decisión presidencial refleja el deseo de gobernar para el pueblo, que necesita la paz más que cualquier otra cosa”. Hay quien considera que, dada la pobreza general del país, “invitar a Kabul a 3000 personas durante 5 ó 7 días es un gasto innecesario”. También se acusa a Karzai de eludir su responsabilidad decisoria, ante posibles fracasos, aunque se estima positivo el haber convocado a la asamblea a representantes de los talibanes y de otros grupos de oposición, para reforzar su legitimidad.

No son pocos los ciudadanos que muestran su escepticismo ante la operación: “al final, todo esto no servirá para nada”; es la voz de un pueblo ocupado durante más de doce años por tropas extranjeras y que ha padecido una secular historia de enfrentamientos armados. Un funcionario reveló lo que parece una opinión oficial dominante, nunca hecha pública: “Mientras no se venda el país a los intereses extranjeros, habrá que aceptar a los americanos para que nos defiendan de nuestros enemigos iraníes y paquistaníes”. Es como si todo volviese a empezar de nuevo: ¿es posible un acuerdo general sobre qué significa “vender el país”, válido para todas las etnias y todas las clases sociales de Afganistán? Pocos lo creen posible.

Retirados los soldados aliados en 2014, los afganos se enfrentarán a su futuro con la misma o más tenebrosa incertidumbre que cuando Bush ordenó invadir el país. Un refrán español describe bien la situación: “para ese viaje, no se necesitaban alforjas”.

República de las ideas, 22 de noviembre de 2012

Escrito por: alberto_piris.2013/11/22 10:25:47.630000 GMT+1
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2013/11/15 09:36:0.931000 GMT+1

Los ignorados lamentos filipinos

Las desventuras del pueblo filipino, acumuladas a lo largo de su atormentada historia, parecen haber alcanzado un punto culminante con la catastrófica huella de muerte y destrucción dejada por el tifón Haiyan.

Tras la larga etapa de la colonización española (relativamente benévola, para lo que entonces se estilaba), que aportó valiosos elementos al mosaico de pueblos que habitaban el archipiélago a mediados del siglo XVI, aunque dejó en ellos una negativa impronta de poder teocrático (el arzobispo de Manila y las órdenes monacales ejercían más poder que las autoridades oficiales), al ser derrotada España en la Guerra Hispanoamericana los filipinos hubieron de sufrir el peso de la bota militar estadounidense. A esto siguió la cruel ocupación japonesa durante la 2ª Guerra Mundial, en la que los crímenes de guerra de los ocupantes fueron de tal gravedad que incluso llevaron al general Franco a romper relaciones con Japón, a pesar de haber sido este país el fiel aliado de su principal amigo, Hitler. Concluida la contienda mundial, la República de Filipinas alcanzó por fin su independencia efectiva en 1946, si bien hubo de soportar el corrupto régimen dictatorial del presidente Marcos, antes de empezar a dar los primeros vacilantes pasos por el camino de la democracia.

Ahora, las fuerzas destructivas de la naturaleza se han abatido sobre el pueblo filipino. No lo han hecho por sorpresa. Ya a finales de 2012 el jefe de la delegación filipina en el Foro de la ONU sobre el cambio climático, Naderev Saño, mientras otro tifón de máxima virulencia se abatía sobre la isla de Mindanao (a la que, para mayor desgracia, una tormenta tropical había sumido en el caos justo un año antes), decía: "Nunca hemos visto un tifón como el Bopha en los últimos 50 años". Y exhortaba así a la comunidad internacional: "Llamo a los dirigentes del mundo para que abran sus ojos a la realidad. ¡No más retrasos, no más excusas! Hagamos de 2012 el año que sea recordado como aquél en el que tuvimos el valor de asumir la responsabilidad del mundo que deseamos". Construyó su conclusión sobre tres preguntas que eran una sonora batería de contundentes afirmaciones: "Si no lo hacemos nosotros [la ONU], ¿quién lo hará? Si no es ahora ¿cuándo? Si no es aquí [en el Foro para el cambio climático] ¿dónde?".

Pues bien, en la reunión de 2013 del citado Foro, que estos días tiene lugar en Varsovia, se ha repetido casi al pie de la letra el mismo guión. Bajo las tres preguntas sin respuesta subyace un doble problema de raíces económicas. Por un lado afecta a los que sufren las catástrofes; por otro, a los que no desean ver menguar sus beneficios.

Antes de que este tifón se abatiese sobre Filipinas, como recordaba David Bollero, éste era ya un país con cerca del 30% de la población viviendo en la indigencia; con casi 6 millones de niños explotados y donde "la principal preocupación de muchas niñas de 13 años es no quedarse embarazadas o contraer sida de algunos de sus clientes occidentales, un país donde la explotación sexual es un negocio al alza". Con tan deteriorada estructura socioeconómica, es inevitable que las catástrofes naturales multipliquen sus efectos hasta extremos insoportables, como ha ocurrido ahora.

La relación entre el agravamiento de los huracanes y el cambio climático es más que evidente, ya que aquéllos aumentan su intensidad en proporción al incremento de la temperatura del mar donde nacen y se desarrollan. Pero los intereses económicos de muchas potencias -tanto desarrolladas como sin desarrollar- no pueden aceptar esta evidencia y recurren a la "ciencia subvencionada" para negar la citada relación y evitar así cualquier imposición que pudiera limitar sus ganancias, como ya se observó con el protocolo de Kioto. Éste apenas abarca el 15% de las emisiones totales de gases nocivos, solo afecta a los países industrializados y, entre éstos, EE.UU. no lo ha ratificado todavía.

En su llamada de socorro de 2012, Naderev Saño invocó a Naciones Unidas como la única organización de ámbito internacional capaz de estudiar los problemas que afectan al planeta en su conjunto y de abordar las soluciones más favorables para todos. Si no es en el ámbito de la ONU, demandó el delegado filipino -que no perdió la ocasión de señalar que mientras él estaba hablando aumentaba hora a hora la lista de compatriotas muertos por efecto del cambio climático-, ¿quién, cuándo y dónde puede abordarse este acuciante problema que amenaza a toda la humanidad? Un año después, en el mismo foro, hace unos días la responsable de la ONU se manifestaba así: "No hay dos equipos, sino la totalidad de la humanidad. No hay ganadores ni perdedores. O ganamos todos o perdemos todos".

Pero lamentablemente se observa una grieta por donde puede perderse los intentos de solución: ¿Qué es Naciones Unidas? Su voluntad no la expresan los delegados, ni siquiera su Secretario General. Porque la ONU sigue siendo un conglomerado de Estados con sus propios intereses y con distinto peso específico en la toma de decisiones. Mientras los intereses económicos del mundo globalizado sigan marcando el camino a la política de los Estados, hemos de saber que los cadáveres filipinos, recogidos y clasificados estos días entre las desoladoras ruinas, no son sino otras víctimas más de un mundo regido por las despiadadas leyes de la economía internacional.

República de las ideas, 15 de noviembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/11/15 09:36:0.931000 GMT+1
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2013/11/11 17:59:49.313000 GMT+1

Una mujer desvela la guerra

La infatigable e intrépida periodista y escritora estadounidense Ann Jones tenía 73 años y una larga experiencia viviendo en Afganistán, para investigar las víctimas civiles de la guerra, cuando en 2010 logró ser "empotrada" en una de las bases avanzadas del ejército de EE.UU., para experimentar por sí misma la vida de los soldados en campaña. Un año después dedicó un esfuerzo no menor a la complicada tarea de seguir, paso a paso, el recorrido de los soldados heridos en combate, desde que los servicios sanitarios los evacuan del teatro de operaciones hasta que regresan a sus domicilios.

El resultado de sus investigaciones se ha convertido en un libro de indispensable lectura para todos los interesados en conocer los efectos de una guerra real y actual, y reflexionar sobre su repercusión en la sociedad, eludiendo las retóricas al uso y los falsos disfraces con los que desde los poderes establecidos se suele ocultar la trágica realidad de las guerras.

Recién publicado por Haymarket Books y titulado They Were Soldiers: How the Wounded Return From America’s Wars -- The Untold Story ("Fueron soldados: cómo regresan los heridos de las guerras americanas - La historia no contada"), este libro ha provocado una cascada de críticas favorables en EE.UU. en los pocos días transcurridos desde su aparición. Esto, a pesar de que en la introducción la autora avanza un resumen de lo que podría constituir una de las más demoledoras conclusiones, tanto para sus compatriotas como para quienes en el resto del mundo siguen creyendo en la guerra como instrumento racional al servicio de la política:

"En contra de la opinión común en EE.UU., la guerra no es inevitable; ni ha estado siempre con nosotros. La guerra es un invento humano -una acción antisocial, organizada y deliberada- y bastante reciente en la larga historia de la humanidad sobre la Tierra.

"Aún más: la guerra es algo obsoleto. La mayoría de los países no hacen ya guerras salvo cuando son coaccionados por EE.UU. para formar alguna 'coalición' espuria. Es tan pequeña la Tierra y tan corta nuestra estancia en ella. Ningún otro país del planeta guerrea tan a menudo, tanto tiempo, tan violentamente, de modo tan costoso, destructivo y despilfarrador, tan sin sentido y con tan poco éxito como los Estados Unidos. Ninguna otra nación hace de la guerra su negocio".

Hay que tomar ambos párrafos en su conjunto para valorarlos debidamente, asumiendo además que la experiencia personal de la autora en una guerra tan peculiar del siglo XXI es algo de lo que pocos pueden alardear. De hecho, hemos de admitir que en varios países del mundo siguen hoy guerreando facciones enfrentadas en guerras civiles que, aunque no tengan el alcance de las guerras de EE.UU., desangran pueblos y desarticulan sociedades; y que una aventura como la de las Malvinas podría repetirse en cualquier momento en otro lugar. Obsoleta la guerra, sí; pero no desaparecida.

No obstante, es especialmente atinada la observación de que en EE.UU. la guerra se convierte "en negocio", porque la estructura del Estado y de la sociedad se ha ido desarrollando en ese país dentro de una inconfundible tendencia a recurrir a la guerra como panacea de uso general.

El autor de Achilles in Vietnam (obra no traducida aún al castellano, sobre el trauma psíquico de las guerras), el psiquiatra Jonathan Shay, ha valorado así el libro de Jones: "Sus descripciones nos llevan allí, con compasión y sin vacilaciones, sin bobadas sentimentales ni condescendiente piedad. Volamos con ella en un C-17 de evacuación sanitaria desde la base afgana de Bagram hasta el centro europeo de hospitalización en Alemania; visitamos los quirófanos del hospital Walter Reed en Washington, las salas de recuperación y terapia. Visitamos con ella a las familias que reciben a su hijo herido y dañado psicológica y moralmente. Escuchamos los testimonios de los familiares de quienes murieron a causa de sus traumas mentales y espirituales, convertidos en un solo trauma físico. Les aconsejo que lean este libro. Serán ciudadanos mejores y más sabios".

Pero para ello tendrán que soportar la crudeza de la guerra y algunas despiadadas descripciones de lo que allí ocurre: "La carne quemada de un marine huele como la carne asada que nos dan en el rancho - dice un soldado -. El olor a muerto que te queda en la manga del uniforme te hace rechazar el bocado que con el tenedor acercabas a tu boca". Al entrevistar a un soldado herido Jones le pregunta si ama la guerra y si desea volver a Afganistán: "Me gusta, quiero volver", contesta entre soeces tacos. "¿De verdad piensas así?", insiste ella. La respuesta es contundente: "¡No, maldita sea, solo intentaba educarte!". Otro soldado volvió a casa traumatizado por haber matado a dos prisioneros: se creía un asesino. Dejó sobre la mesa las placas de identificación de los muertos, que guardaba como recuerdo, se enrolló una manguera al cuello y se ahorcó. Según la Veterans Association, 22 veteranos se suicidan al día en EE.UU.

Las guerras podrán ser un negocio para algunos, y de hecho lo son. Ann Jones tiene la valentía de denunciarlo, aunque haya intereses empeñados en que su voz no resuene mucho.

Publicado en CEIPAZ el 11 de noviembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/11/11 17:59:49.313000 GMT+1
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2013/11/08 08:59:52.141000 GMT+1

Lo difícil es acabar las guerras

En un reciente comentario en este diario ("¿Para qué sirven los ejércitos?", 25/10/2013), donde expuse la idea de que los más poderosos ejércitos del mundo actual se muestran incapaces de establecer la paz y de proporcionar estabilidad política al país o región donde operan, aludí al fracaso estratégico y político que ha supuesto la intervención aliada en Irak. Es decir, vine a calificar de derrota la incapacidad del más poderoso ejército que el mundo ha conocido hasta el presente para alcanzar los objetivos finales por los que entró en guerra.

Incidiendo en el mismo asunto, acaba de ser publicado un informe (Ending the U.S. War in Iraq) del centro de análisis y estudios de la Rand Corporation, que analiza el final de esa guerra, incluyendo el proceso de la transición, las maniobras operativas y la retirada de las fuerzas de EE.UU., y que viene a confirmar lo que arriba comento.

Desde que en la primavera de 2003 se iniciaron las hostilidades en ese país, el conflicto ha devorado más de un billón de dólares (billón europeo: la unidad seguida de 12 ceros). Aparte de más de un millón y medio de iraquíes desplazados de sus hogares y de 150.000 asesinados, el informe recuerda que causó la muerte de unos 4500 estadounidenses y más de un centenar y medio de británicos, los principales contingentes de la coalición aliada.

El informe viene a explicar que el problema principal ha consistido en que el modo de llegar al final de la guerra ha sido tan desacertado como el modo de iniciarla. La atribución de culpas se reparte por igual entre los mandos militares y los dirigentes políticos. Errores capitales en la estrategia militar y debilidad e indecisión en la dirección política han sido las causas principales del fracaso final.

La tan enaltecida doctrina de la contrainsurgencia y el mito de la construcción nacional, elaborados a medias por militares y civiles, han sido los dos pilares sobre los que se asentó el fracaso, según aseguraba un anterior embajador de EE.UU. en Bagdad. Pero quizá el verdadero problema no resida solo en los errores cometidos a lo largo del conflicto, sino en el planteamiento erróneo con el que se inició la guerra. Un profesor de la Boston University declaraba: "Invadimos Irak para cambiar el modo como se hacían las cosas en el Oriente Medio ampliado, y de ese modo suprimir las fuentes de violencia antiamericana en la zona. Desde ese punto de vista, la guerra ha sido un desastre catastrófico".

Muchas guerras anteriores han fracasado en sus objetivos últimos. El próximo año se conmemorará el comienzo de la Gran Guerra (la 1ª Guerra Mundial), que fue la guerra que se hizo "para acabar con todas las guerras", en palabras del presidente Wilson. Los tres años de lucha en Corea no resolvieron nada y la península sigue dividida en dos Estados rivales. La Guerra de Vietnam sirvió para desangrar a EE.UU. y enfrentar a su dividida población. La historia de las guerras muestra, en definitiva, que sus beneficios raras veces superan a su coste. Aunque conviene tener presente que la relación coste/beneficio no se suele plantear en los mismos términos: a menudo se benefician las grandes corporaciones de la industria bélica mientras se exterminan pueblos ajenos o se somete a gran penuria y escasez a la propia población.

El informe contiene algunos valiosos comentarios. Al tratar del modo como terminan las guerras, se cita al general Petraeus que, cuando en marzo de 2003 las tropas de EE.UU. avanzaban hacia Bagdad, hizo esta pregunta: "Decidme, ¿cómo va a terminar esta guerra?". Nadie le respondió. Era precisamente la pregunta que deberían haberse planteado los dirigentes políticos antes de iniciar las hostilidades. Porque las guerras a menudo trastocan las dinámicas políticas y sociales de los países que las sufren, lo que afecta a la seguridad internacional. Además, el modo en que se conduce una guerra condiciona la situación en la posguerra. Y, sobre todo, porque la fase más importante de toda guerra es el modo como ésta concluye, ya que establece las condiciones básicas para lo que haya de venir después.

El interés de políticos, escritores, periodistas y comentaristas suele centrarse en los preparativos para la guerra y el modo como ésta se desarrolla: los combates, las batallas y las campañas. Parece como si todo concluyera en cuanto se firma la paz o cuando el ejército victorioso desfila por la capital del país derrotado. Esto produce una imagen muy distorsionada de lo que es la guerra y crea una confusión de la que es difícil salir.

No es necesario leer el medio millar de páginas del informe en cuestión para confirmar la idea expresada al principio. Así como Clemenceau había advertido que "La guerra es una cosa demasiado seria para confiársela a los militares", con lo que ya avisaba que lo que en nuestros días hemos dado en llamar "política de defensa" no es algo exclusivamente militar sino que abarca muchos más aspectos de la política de un Estado (económicos, diplomáticos, sociales y hasta culturales), habría que añadir que la guerra es algo demasiado imprevisible como para confiar su desencadenamiento a políticos o militares que no han reflexionado lo suficiente sobre el modo de concluirla.

República de las ideas, 8 de noviembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/11/08 08:59:52.141000 GMT+1
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2013/11/01 08:12:47.217000 GMT+1

Hacia la guerra sucia permanente

Desde que Obama se alzó al trono de la Casa Blanca, ha ido armando un trípode sobre el que se apoya su política exterior. Sus tres pies son: los servicios secretos de espionaje e información; la llamada "aviación privada" del presidente: los aviones de ataque sin piloto o drones; y los comandos operativos de las fuerzas especiales. Política exterior que se desarrolla bajo el influjo obsesivo y dominante de la "guerra contra el terror" que impuso su antecesor en la presidencia y del que él no ha logrado librarse, si es que en realidad lo ha deseado alguna vez.

El trípode está perfectamente conjuntado: los servicios de información proporcionan datos de los presuntos terroristas y éstos van siendo eliminados a medida que se presentan las oportunidades, sea al "estilo Ben Laden", es decir, mediante un asalto ejecutado por las fuerzas especiales, sea mediante los misiles de un drone controlado a distancia. El sistema parece funcionar con fluidez, según se leía en The Washington Post en octubre de 2012: "El asesinato selectivo es ahora tan rutinario que el Gobierno de Obama ha dedicado gran parte del año pasado a codificar y racionalizar los procesos en los que se basa".

Parte de esa racionalización fue el desarrollo de la llamada "matriz de eliminación" (disposition matrix), una tabla donde se ordenan sistemáticamente los nombres de los supuestos terroristas y los recursos a utilizar para su neutralización. Es el modo de definir al enemigo en esta nueva guerra; un enemigo inagotable y eterno, porque ni Obama ni Bush han sabido todavía puntualizar con claridad los parámetros de la guerra contra el terror, ni hay visos de que nadie sea capaz de aclarar esta cuestión en un futuro inmediato.

Un funcionario dedicado a ella lo explicó así: "No podemos matar a todos los que pretenden hacernos daño. Pero es una parte indispensable de nuestro trabajo... No esperamos alcanzar en diez años un mundo donde todos se den la mano y proclamen que aman a EE.UU." Se necesitarán más de diez años, es lo que viene a decir. Se agradece la franqueza con que a veces se expresan algunos de los que ejercen el poder en ese país, cosa a la que tan poco acostumbrados estamos los españoles.

El jefe de la CIA participó a fondo en el refinamiento del proceso: "El sistema funciona como un embudo, que recibe información de media docena de agencias y se afina tras varios niveles de revisión"; la matriz refinada es presentada por la CIA al presidente, que es quien personalmente decide las acciones a ejecutar.

Así pues, el embudo empieza en lo que estos días viene siendo motivo recurrente de discusión: el espionaje omnicomprensivo de las comunicaciones que tienen lugar en cualquier lugar del mundo y bajo cualquier forma o medio de transmisión. Tenga en cuenta el lector que ahora solo estoy refiriéndome a la fracción del embudo que conduce a la eliminación física del sospechoso. El resto de la información (nadie pensaría que la Sra. Merkel iba a ser atacada por un drone tras ser espiadas sus conversaciones telefónicas) se encamina por otros conductos menos violentos pero no menos eficaces para los intereses del país que maneja, casi en exclusiva, este tinglado. Digamos, de paso, que la exclusividad del sistema estadounidense no le impide utilizar los servicios de inteligencia de los demás Estados, en función de los intereses comunes que les unan.

Poco nos importan a los demás ciudadanos, ni en EE.UU. ni en el resto del mundo, las disquisiciones en las que se abisman los políticos estadounidenses al tratar de definir qué es una amenaza, cuándo es inminente, quién puede amenazar y cómo puede hacerlo, con el fin de determinar, en consecuencia, quiénes son los que han de ser fulminados por el rayo justiciero que dispara el citado embudo en forma de drones o de comandos especiales. Una colección de razonamientos disparatados ha surgido por tal motivo, como este: "Designar a un dirigente operativo [nombre oficial para aludir a los terroristas potenciales] como capaz de representar una amenaza inminente de ataque contra EE.UU. no nos exige disponer de pruebas claras de que en un futuro inmediato atacará a nuestro país". Dicho de otro modo: se puede calificar a cualquier persona de peligro inminente, con tal de que un par de suposiciones, prendidas con alfileres, le señalen como tal.

Las filtraciones de Snowden sobre la vasta red de espionaje manejada por EE.UU. y el Reino Unido, y con la que han colaborado los servicios de inteligencia de otros países aliados, solo señalan el punto inicial de unas actividades que llevan a la humanidad por un camino descendente en el orden moral; una cadena de venganzas y asesinatos, más propia de una mafia organizada que de un Estado de derecho. La guerra contra el terror se está convirtiendo en una guerra sin fin, perpetua. Y, lo que es aún peor, amenaza con transformarse en la guerra sucia por excelencia, dados sus métodos operativos, los insospechados recursos tecnológicos puestos a su disposición y los vacíos legales por donde se mueve. Esto no es solo responsabilidad de EE.UU.: todos los Estados y todos los pueblos participan en ella en algún grado, porque crece la tendencia a cerrar los ojos cuando se agita el amenazante espantajo del terrorismo universal y eterno.

República de las ideas, 1 de noviembre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/11/01 08:12:47.217000 GMT+1
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2013/10/28 08:22:30.603000 GMT+2

Una escena de las relaciones internacionales

Cualquier lector se sentiría inclinado a pensar que esta fotografía forma parte de un entrañable álbum familiar, probablemente el de la apacible señora que momentáneamente ha interrumpido el rito habitual del té de la tarde para responder al teléfono que descansa sobre la hogareña mesa camilla de su cuarto de estar. Mientras tanto, su visitante, plácidamente recostado en el sofá, en llana y familiar postura, espera con evidente calma reanudar la conversación que ambos vendrían sosteniendo antes de que sonara el teléfono. Su taza de té y unas pastas le esperan sobre la mesa del tresillo. La paz y una cierta serenidad dominan el ambiente, aunque el desnudo brazo de la señora, apoyado sobre el cojín de la butaca, revela una cierta tensión o inquietud que no parece compartir el invitado, fiel trasunto de la serenidad y el sosiego.

Sin embargo, mientras se tomaba esta fotografía en 1973, estaba en vilo la suerte del mundo, que contemplaba la evolución de un serio conflicto bélico que pudo haber incendiado el planeta y cuyo resultado, en gran parte, dependía de las decisiones que estaban tomando ambos personajes en esos momentos. La señora al teléfono es la entonces primera ministra de Israel Golda Meir, fallecida a los 80 años en 1978; el caballero visitante es el ahora nonagenario Henry Kissinger, entonces Secretario de Estado en el Gobierno de Richard Nixon. Y la guerra que incendió el Oriente Próximo y suscitó la reunión entre ambos fue la llamada "Guerra de Yom Kipur".

Aunque los destinos del mundo dependían en cierto modo de lo que en ese momento hablaran estos dos personajes, en la imagen se echa en falta la parafernalia a la que ahora estamos acostumbrados y que reproducen los medios de comunicación, cuando en nuestros días se producen similares situaciones de tensión internacional: ayudantes, secretarios, generales, ordenadores, planos, carpetas, consolas... etc. ¿Es que era otra la forma de desarrollar las relaciones internacionales? De ningún modo. Sea cual sea el moderno desarrollo tecnológico que afecta a los procesos decisorios, cuando se trata de adoptar decisiones difíciles que requieren poner de acuerdo intereses no coincidentes pero parcialmente ajustables, son los contactos personales entre quienes tienen la capacidad definitiva de decisión los que realmente permiten alcanzar resultados eficaces.

Así ocurrió en este caso. En octubre de 1973 el mundo estuvo al borde de una catástrofe de imprevisibles consecuencias. Sorprendidos los ejércitos israelíes durante la celebración de una importante festividad religiosa judía, en la que su nivel de alerta y vigilancia no era el máximo, el ataque simultáneo de los ejércitos sirio y egipcio puso a Israel en una difícil situación. Rusia apoyaba a los atacantes y movilizó su flota del Mediterráneo; mientras tanto, EE.UU., sin consultar con la OTAN, declaró la alerta nuclear. Tras la reacción militar israelí y un largo tira y afloja diplomático, se logró un alto el fuego y la intervención de una fuerza pacificadora de la ONU. Pero la peor consecuencia de esta guerra fue la grave crisis petrolera provocada por la OPEP, cuyos efectos afectaron muy negativamente a las economías de EE.UU. y Europa.

Concluida la guerra, muchos medios de comunicación, basándose en declaraciones oficiales, aseguraron que en los más críticos momentos de la invasión árabe, en Israel se había ordenado preparar las armas nucleares, a pesar de que sobre ellas existía un acuerdo tácito -gestionado por el mismo Kissinger- entre Meir y Nixon para no aludir jamás a su existencia. Se dijo que si los satélites de vigilancia de EE.UU. detectaban el despliegue de los misiles tierra-tierra con carga nuclear, Nixon se vería inducido a pedir a Brezhnev que ejerciera presión sobre El Cairo y Damasco para poner fin a la ofensiva árabe.

La foto arriba reproducida, propiedad de Associated Press, ha sido extraída del diario israelí Haaretz (2 octubre 2013), con motivo de una entrevista que Kissinger concedió para una conocida serie de televisión titulada The Avoidable War ("La Guerra evitable"), producida por el Canal 1 de Israel. Al ser preguntado sobre la verosimilitud del supuesto despliegue del arsenal nuclear israelí, respondió que nunca había recibido señales en ese sentido y que, si eso hubiera ocurrido, el Gobierno de Nixon "se hubiera opuesto totalmente a ello". Declaró, sorprendentemente, que lo que esos días ocurría en Israel no tenía repercusión sobre ellos (el grupo de asesores inmediatos de Nixon) y tampoco en ningún otro nivel de la cadena de responsabilidades.

Kissinger fue muy concreto: "¿Es que los israelíes estaban tan desesperados el 9 de octubre [el apogeo del avance árabe] como para amenazar con el uso o la demostración de las armas definitivas? Si lo hicieron, nunca llegué a saberlo, y nadie en el Gobierno de EE.UU. recibió indicación alguna al respecto; nos hubiéramos opuesto firmemente, pero este asunto nunca llegó a plantearse".

Con esto, Kissinger desmontaba uno de los más extendidos mitos sobre aquella guerra. Que sus actuales declaraciones correspondan o no a la realidad, es algo que siempre podrá dudarse; el periodista de Haaretz califica a Kissinger como "el gran maestro de la diplomacia del siglo XX", y ya se sabe que toda diplomacia sabe manejar con habilidad el arte de la mentira. Estos días, en los que se cumple el 40º aniversario de la citada guerra, nuevas informaciones saldrán a la luz, pero siempre quedará grabada en la mente la escena de un familiar cuarto de estar, donde dos personas bien instaladas ante las palancas de mando de la paz y la guerra debatían sobre los destinos de la humanidad.

Publicado en CEIPAZ, el 28 de octubre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/10/28 08:22:30.603000 GMT+2
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2013/10/25 10:18:21.651000 GMT+2

¿Para qué sirven los ejércitos?

La pregunta que da título a este comentario suele hacerse cada vez que se decide, sea en países democráticos o en regímenes autocráticos, la cuantía de los recursos que el Estado dedicará a sus fuerzas armadas. Sin embargo, raras veces la cuestión se plantea con tanta crudeza sino de forma limitada, casi siempre referida a algún gasto militar pendiente cuya necesidad no sea percibida por la población: ¿Para qué necesitamos submarinos nucleares, cazabombarderos, despliegues militares en el extranjero o unas voluminosas fuerzas terrestres? La respuesta se alcanza bien sea por la omnímoda voluntad de un dictador, o tras discusiones más o menos formales en los órganos consultivos o parlamentarios, cuando estos existen y funcionan.

Las respuestas a la pregunta arriba planteada suelen variar a lo largo del tiempo para un mismo país cuando cambian las circunstancias internacionales, y abarcan facetas de muy variada naturaleza. Como ejemplo extremo y más bien anecdótico, cabe recordar que el Estado teocrático del Vaticano posee un minúsculo ejército, la llamada Guardia Suiza, armado a la usanza medieval, para fines honoríficos y ciertas actividades policiales, y cuya existencia se debe a una tradición secular que muchos ya no comparten, puesto que la defensa del Estado vaticano depende de Italia.

En el extremo opuesto de la escala se encuentra EE.UU., la superpotencia militar absoluta, sin parangón en el resto del planeta, tanto hoy como en el futuro previsible. Sus ejércitos cubren todo el mundo, compartimentándolo en mandos militares que se responsabilizan de todos los continentes. Su red de bases terrestres, navales o aéreas constituye una especie de guarnición residente (al estilo del Imperio Romano, sus campamentos legionarios y sus calzadas militares) que engloba a la totalidad de la humanidad. En los últimos años, dispone además de una red de bases de aviones no tripulados (drones) que le da la capacidad de matar o destruir cualquier objetivo, por encima de cualquier frontera y sin el riesgo de sufrir bajas ni la necesidad de pisar el territorio atacado.

Aparte de los medios propiamente militares, en los que invierte más recursos financieros que la suma de los siguientes 12 países en la lista de gastos de defensa, EE.UU. posee los mejores fabricantes de armamento moderno, que dominan sin competencia los mercados de la defensa en todo el mundo. Sus sistemas de satélites y sus redes de vigilancia espacial, electrónica y cibernética pueden espiar todas las comunicaciones que se efectúen en cualquier lugar. Sus agencias secretas son capaces de secuestrar individuos tenidos por peligrosos, sin reparar en trabas legales ni soberanías estatales.

Pues bien, a pesar de todo lo anterior ¿para qué le han servido a EE.UU. sus fuerzas armadas en las últimas intervenciones bélicas en Irak y en Afganistán? En ninguna de ambas guerras el más poderoso mecanismo bélico que ha conocido jamás la humanidad ha logrado alcanzar los objetivos políticos y estratégicos para los que aquéllas se desencadenaron. El resultado conseguido ha sido la desestabilización general de una de las regiones consideradas de mayor interés para EE.UU.

¿Quiere lo anterior decir que las fuerzas armadas son en todo caso inútiles y superfluas, cuando no perjudiciales? De ningún modo. Algunas guerrillas insurgentes, mejor o peor jerarquizadas y organizadas, son en verdad “fuerzas armadas” que en ocasiones alcanzan los objetivos que se proponen, de lo que los talibanes afganos son hoy un claro ejemplo. Otro ejemplo son las fuerzas armadas israelíes, que mantienen oprimido al pueblo palestino con mano dura y ocupan militarmente su territorio, lo que constituye su objetivo principal, aunque para ello no necesiten las armas nucleares que también poseen.

¿No es más apropiado reconocer que las guerras pueden ser perdidas por los ejércitos más poderosos y mejor armados, frente a una resistencia en ocasiones más débil y peor organizada? Las retiradas estadounidenses de Irak y Afganistán así lo confirman. Esto nos lleva a la conclusión de que los ejércitos siguen siendo eficaces instrumentos de muerte y destrucción, o lo que es lo mismo, de desestabilización, pero sobre ellos no se pueden elaborar en el siglo XXI estrategias de dominio político, al estilo de lo que fue habitual en las guerras clásicas. Roma militarmente modeló lo que después habría de ser Europa, gracias a la actividad de sus legiones; EE.UU. ahora se muestra incapaz de modelar el resto del mundo sobre la base de su inigualable poder militar, a pesar de no haber abdicado de esa intención, tan sostenida e invariable a lo largo de su historia.

Uno de los peores errores en que pueden incurrir los gobernantes de Washington es ignorar esta nueva realidad y seguir aferrados a la vieja idea de imponerse al mundo por la fuerza de las armas. Y los gobernantes de segunda fila, como los que participaron en el ataque a Libia en 2011, al observar la situación en la que se debate este desgraciado país, también deberían reflexionar sobre la imposibilidad de llevar estabilidad y paz a ninguna región del mundo con el solo recurso a los ejércitos. Queda claro, pues, que esto es algo para lo que los ejércitos no sirven: una respuesta en negativo a la pregunta planteada en el título de este comentario.

República de las ideas, 25 de octubre de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/10/25 10:18:21.651000 GMT+2
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