2014/01/24 08:02:53.333142 GMT+1
Un informe de Intermón Oxfam del 13 de diciembre pasado, cuyo título he tomado prestado para este comentario, incluye una frase significativa que nadie debería pasar por alto: "A diferencia de Islandia, en España, ni se corrigen los abusos del sistema financiero, ni se exige responsabilidad a quienes decapitaron los ahorros y las proyecciones de vida de miles de familias. Así, España va por el peor camino".
¿Puede un Gobierno reconocer sin pestañear tan seria responsabilidad? ¿Pueden aceptar esto los dirigentes de los partidos políticos que aspiran a gobernar? ¿Puede asumirlo sin una creciente irritación el pueblo que sufre en sus propias vidas tan culpable inhibición?
Pocos días después, un prestigioso juez neoyorquino publicaba en The New York Review un artículo que en español se titularía "La crisis financiera: ¿por qué no ha sido procesado ningún ejecutivo de alto nivel?", que comenzaba así: "Han transcurrido cinco años desde el comienzo de lo que a veces se llama la Gran Recesión. Mientras la economía ha mejorado lentamente, hay todavía millones de estadounidenses que viven en una desesperación silenciosa: sin trabajo, sin recursos, sin esperanza".
Proseguía: "¿Quién fue culpable? ¿Fue el mero resultado de una negligencia, de asumir riesgos desordenados, la llamada 'burbuja', o un fracaso imprudente pero inocente, por no guardar reservas para tiempos adversos? ¿O fue el resultado, al menos parcial, de prácticas fraudulentas, de hipotecas dudosas presentadas como riesgos fiables y empacadas en esotéricos instrumentos financieros, cuya inherente debilidad se ocultaba intencionadamente?".
Lo anterior tiene un paralelismo claro con lo ocurrido en España. El citado informe de Intermón Oxfam también coincide con las conclusiones del juez neoyorquino, que afirma que si la crisis financiera que todavía afecta a tantas personas ha puesto de manifiesto la incapacidad del Gobierno de EE.UU. para llevar ante la justicia a los responsables de tan colosales fraudes, lo que tiene que ser objeto de preocupación es la debilidad del sistema judicial del país.
En España también el sistema judicial está en entredicho a causa de las muchas actuaciones que a los ciudadanos nos cuesta entender y relacionar con las palabras que el Rey pronunció en su mensaje navideño de 2011: "la Justicia es igual para todos". Algún órgano del poder judicial habría de reflexionar sobre lo que denuncia Intermón Oxfam: "...salvar a bancos privados que han incurrido en prácticas abusivas e irresponsables con dinero público, a costa de generar una deuda con intereses astronómicos, es una práctica más que cuestionable" (cursivas mías). ¿Cómo pueden quedar impunes el abuso y la irresponsabilidad, cuando repercuten negativamente en la hacienda pública y en el bolsillo de los ciudadanos?
No solo la justicia parece plegarse en España al poder financiero; también la política, como cuando -recuerda el citado informe- sin referéndum ni consulta alguna se modificó expeditivamente un artículo de la Constitución (de la que tanto cuesta reformar otros artículos esenciales y urgentes para vivir en democracia), para "dar confianza a los mercados financieros internacionales, los mismos que están detrás de la crisis financiera internacional". El Estado -es decir, los ciudadanos- se convirtió en avalista de la deuda contraída para salvar los desmanes de los bancos privados y las Cajas de Ahorros.
En estas circunstancias, no sorprenden los alarmantes datos que, en el último informe de Intermón Oxfam, preparado para la cumbre de Davos ("Gobernar para las élites"), muestran que en España aumentan los índices de desigualdad y la pobreza general: "el 20% de los contribuyentes más ricos acapara el 44% de todos los ingresos declarados [...] y el 20% de los más pobres solo recibe el 6,6% del dinero que se mueve en el país". El número de pobres ha aumentado en dos millones y, a la vez, los millonarios españoles han crecido un 13%.
Preocupa también saber que el 80% de nuestros compatriotas cree que la ley está hecha para favorecer a los poderosos, como refleja a menudo la realidad cotidiana. Unos 37 millones de españoles creen que las leyes son "un sistema viciado donde unos pocos se enriquecen a costa de todos" y opinan también que "la clase política española, esa amalgama de 80.000 representantes sufragada con dinero público, ha dejado su papel como protector de los más débiles para garantizar el enriquecimiento de aquellos que, cada vez, son más ricos".
Es fácil deducir, pues, que el capitalismo que ahora nos gobierna ya no es el que certeramente criticó Marx, que, en comparación con el actual, era casi benéfico pues al menos producía bienes de consumo y daba trabajo a una clase social. El de ahora es especulador, financiero; no produce objetos, maneja "futuros", "derivados" y otros productos, puras estafas financieras, como las "preferentes" españolas. En él trabaja una reducida élite que se premia a sí misma -con bonus, contratos blindados, jubilaciones doradas y otros autorregalos-, aunque haya hundido la entidad a la que sirvió. Este es el camino por el que avanzamos. ¿De verdad alguien cree que se puede seguir así durante mucho tiempo?
República de las ideas, 24 de enero de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/01/24 08:02:53.333142 GMT+1
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2014/01/17 10:31:26.618000 GMT+1
El enfrentamiento entre la ciencia y medios de comunicación sobre la gravedad o rapidez del cambio climático obedece al hecho de que mantener viva una polémica permite vender más ejemplares o aumentar el índice de audiencia, cosa más difícil de conseguir con una exposición objetiva de los fenómenos comprobados por los científicos. El cambio climático solo es discutible para los medios de comunicación comerciales, no para la comunidad científica ni para los órganos de Naciones Unidas y otras entidades donde es estudiado con preocupación y sobre cuya realidad no cabe ya la menor duda.
Como para la ciencia existen pocas verdades absolutas y definitivas y son más las hipótesis temporales y provisionales, que cambian cuando se logran datos más ajustados, aparece una rendija por la que penetra subrepticiamente la especulación que distorsiona los hechos reales en favor de opciones políticas, económicas, culturales y hasta religiosas, de lo que Galileo podría hablarnos de primera mano. Si la presión eclesiástica del cristianismo romano se negó a aceptar la teoría heliocéntrica que propugnaba el astrónomo pisano (porque contradecía sus fantasías teológicas), ahora todo indica que se está ejerciendo una intensa presión para negar el cambio climático, cuyas medidas correctivas podrían perjudicar los intereses de ciertos grupos. Pero ya hay quien se ha dedicado a estudiar con detalle el origen de esas presiones y ha publicado los resultados de su investigación.
Se trata de Robert Brulle, profesor de la Universidad privada Drexel, de Filadelfia, del que en diciembre pasado la revista Climatic Change publicó una comunicación titulada: Institutionalizing delay: foundation funding and the creation of U.S. climate change counter-movement organizations, que podría traducirse libremente así: la institucionalización del retraso, o los fondos de las fundaciones y la creación de las organizaciones ‘contrarreformistas’ del cambio climático en EE.UU. El texto, enviado en enero de 2013, fue aceptado en noviembre del mismo año tras sufrir la exhaustiva “revisión por pares”, propia de las más acreditadas revistas científicas.
El autor revela que el núcleo duro de la campaña contra el cambio climático está constituido por conocidas organizaciones conservadoras, financiadas con “dinero oscuro” o a través de fundaciones clandestinas. Su finalidad es desacreditar públicamente a las ciencias climatológicas y frenar cualquier acción gubernamental para regular las emisiones de efecto invernadero, que aceleran el calentamiento global. Asegura que este movimiento opositor está produciendo ya nefastos efectos políticos y ecológicos, al haber paralizado muchas iniciativas sugeridas para limitar las citadas emisiones.
“No es cuestión de un par de excéntricos individuos sino de un esfuerzo político a gran escala”, afirma, y añade: “Como si se tratara de un musical de Broadway, esta contrarreforma tiene en primera línea personalidades brillantes, a veces científicos o políticos negacionistas, pero detrás de ellos hay una estructura organizada de directores, guionistas y productores, apoyados por fundaciones conservadoras. Para entender lo que sucede, hay que mirar detrás del escenario”. Y detrás del escenario, Brulle ha identificado 118 organizaciones en EE.UU., ha cruzado sus datos con los de la hacienda pública y otras organizaciones privadas, y ha encontrado que entre 2003 y 2010 unos 900 millones de dólares fueron entregados anualmente como becas a 91 organizaciones dedicadas a la negación del cambio climático, a través de 140 fundaciones distintas.
Patrocinadores ricos y poderosos actúan “amplificando ciertas voces sobre otras y apoyando una campaña que niega los datos científicos sobre el calentamiento global y pone en duda los remedios sugeridos para frenarlo”. De este modo, el poder del dinero hace sentir también sus efectos como poder político y cultural. Se obtienen beneficios y se contratan personas que publican libros negando el cambio climático, o participan en programas de televisión con apariencia de rigor científico. La mayoría de las organizaciones analizadas están registradas como benéficas o sin ánimo de lucro, con lo que además gozan de descuentos fiscales. Se utilizan fundaciones pantalla (como Donors Trust) que aseguran el anonimato de los donantes; a través de ella ha llegado el 15% del dinero recibido por los agentes de la contrarreforma climática.
La moderna estrategia del negacionismo no es ya la oposición frontal -puesto que las evidencias científicas son indiscutibles- sino retardar el planteamiento del problema: “¡Cierto! el cambio climáticos es real pero…” y, a continuación, se pierde el tiempo discutiendo sobre su ritmo, sus efectos o el coste de frenarlo. De ese modo, aunque hace 20 años se firmó un tratado que preveía modos de reducirlas, las emisiones de gases prosiguen descontroladas y la atmósfera se deteriora progresivamente.
Si el dinero puede comprar elecciones, corromper políticos, deteriorar la democracia y hasta determinar la política de los Estados, no debe extrañar que también se apropie de las parcelas de la ciencia que le sean más provechosas. Pero no podemos seguir manteniendo los ojos cerrados ante lo que se está convirtiendo en una acelerada subversión de los valores éticos de la humanidad.
República de las ideas, 17 de enero de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/01/17 10:31:26.618000 GMT+1
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2014/01/13 10:19:6.491000 GMT+1
Haciendo un paralelismo entre la conocida sentencia de Clausewitz -"la guerra es la simple continuación de la política con otros medios"- y el estado actual en que se halla la permanente guerra contra el terrorismo, planeada y desencadenada por EE.UU., no es aventurado afirmar que la guerra de Obama es la simple continuación de la de Bush con otros medios.
Aclarémoslo. El pensador prusiano especificó que esos "otros medios" son especialmente los violentos ("la guerra es un acto de fuerza", insistió machaconamente). Es decir, no aludía a los medios diplomáticos, las alianzas, el espionaje, las presiones comerciales, etc. Para Bush, los medios fundamentales con los que aplicaba su política exterior fueron sus ejércitos y las guerras por ellos protagonizadas. Por el contrario, los medios con los que Obama aplica su política de fuerza son básicamente dos: los vehículos aéreos no tripulados (UAV en siglas inglesas, o drones) y las fuerzas de operaciones especiales.
Veamos con más detalle lo relativo a estas últimas. Las fuerzas especiales incluyen los "boinas verdes" y los ranger, del Ejército, además de los comandos SEAL de la Marina, sin olvidar la Delta Force, un destacamento operativo de las fuerzas especiales del Ejército de Tierra, todos ellos controlados por el SOCOM (Special Operations Command, Mando de Operaciones Especiales). Son habituales protagonistas en los filmes bélicos, pero la realidad va más allá de lo que las películas acostumbran a representar.
Es sabido que el Pentágono tiene compartimentado el planeta (salvo la Antártida, por ahora) en seis mandos territoriales que se responsabilizan de las operaciones y actividades militares. A ellos se suman otros dos mandos sin delimitación geográfica: el Mando estratégico (que incluye el Mando espacial) para el espacio aéreo, y el Mando cibernético, cuyo teatro de operaciones es el ciberespacio.
Análoga cobertura planetaria poseen las fuerzas especiales de EE.UU., ahora que se han convertido en uno de los medios básicos para desarrollar la política de la superpotencia americana, en versión Obama. Aunque las actividades y otros pormenores relativos a las operaciones que desarrollan son mantenidos en secreto, diversas informaciones publicadas permiten saber que durante 2012 y 2013 las fuerzas especiales dirigidas por el SOCOM habían operado en más de un centenar de países, en algunos casos en misiones de instrucción y adiestramiento de las fuerzas locales.
En todo caso, el documento oficial SOCOM 2020, una previsión para el desarrollo futuro de esas fuerzas, expresa la aspiración a crear "una red global de fuerzas especiales con aliados y socios que compartan la idea". Esto significa que en seis años las fuerzas especiales cubrirán el mundo con una malla operativa a la que pocos países podrán escapar.
¿Qué tipo de misiones desarrolla el SOCOM? Son las operaciones más secretas, que incluyen asesinatos, incursiones antiterroristas, reconocimientos especiales, acciones de guerra no convencional, operaciones psicológicas, instrucción y adiestramiento de fuerzas aliadas y operaciones para evitar la proliferación de armas de destrucción masiva.
Cerca de 11.000 miembros de las fuerzas especiales de EE.UU. están activos en cualquier momento en más de medio centenar de países. Su actividad concreta se deduce del dato que SOCOM facilitó al New York Times, según el cual en una semana de marzo de 2013 estaban activos en 92 Estados.
Desde Noruega a Afganistán, por ejemplo. "Las fuerzas especiales noruegas y los dirigentes civiles participan en ejercicios junto con sus homólogos de EE.UU.; compartir con éstos los mismos problemas es una experiencia única", declaró con entusiasmo un militar noruego. Pero en Afganistán la cooperación con las fuerzas especiales de EE.UU. no parece tan íntima: el presidente Karzai las acusó de "hostigar, molestar, torturar e incluso asesinar a personas inocentes en la provincia de Wardak".
El SOCOM también participa en la guerra psicológica, manejando varias páginas de internet que hace aparecer como canales privados de noticias. Muchas de ellas han estado orientadas a los cibernautas de Oriente Medio. Según fuentes especializadas, el SOCOM está en una difícil situación: por un lado trata de influir en los pueblos de los países donde opera, a la vez que se esfuerza por mantener en secreto sus actividades ante sus propios conciudadanos, minimizando las intervenciones y ocultando todo lo que pudiera desprestigiar al país que se erige como el máximo valedor de las libertades y la democracia en todo el mundo.
Los tentáculos de las operaciones irregulares de EE.UU. se extienden por el mundo. El mapa de sus actividades conocidas, sin embargo, presenta un vacío desde China a Rusia. ¿No es también esto una indicación de dónde está la zona más crítica donde aflorarán futuras tensiones?
(NOTA: La clave de los signos del mapa se halla al final del artículo al que conduce este enlace)
CEIPAZ, 13 de enero de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/01/13 10:19:6.491000 GMT+1
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2014/01/10 10:22:3.493000 GMT+1
A nadie debería extrañar que Uruguay -”el paisito”, como con cariño es llamado por sus gentes, conocido también como “la Suiza de América”- haya sido elegido “País del año” por el prestigioso semanario británico The Economist. Es la primera vez que esta revista utiliza tal designación y, para justificar la elección, en el número del pasado 21 de diciembre se explicaba que “los éxitos dignos de las mayores alabanzas son las reformas innovadoras, que no solo benefician a una nación sino que, si son copiadas, pueden beneficiar al mundo”.
Los citados logros incluyen: el matrimonio homosexual, que “ha acrecentado la felicidad humana global sin costes financieros”; y la ley que legaliza la producción, venta y consumo de cannabis, que desplaza a los maleantes y permite a las autoridades combatir los delitos más graves: “si otros [países] hicieran lo mismo y se incluyeran otras drogas, se reduciría drásticamente el daño que éstas infligen”.
Por último, la revista alaba la personalidad del presidente José Mújica, un hombre comedido y valiente “que vive en una sencilla casa, conduce su propio Volkswagen y vuela en clase turista. Modesto pero audaz, liberal y divertido”.
No hay duda de que entre los logros que premia The Economist, la legalización de la marihuana es el más revolucionario y el que más polémica ha levantado. Por otro lado, es el resultado de aplicar la lógica más convincente. Julio Calzada, secretario general de la Junta Nacional de Drogas uruguaya, ha explicado que durante 50 años se ha intentado resolver el problema con un solo instrumento: la penalización. Esto ha sido un fracaso, ya que ha aumentado el número de consumidores, se han robustecido las organizaciones delictivas, es mayor el blanqueo de dinero y el tráfico de armas, y más dañinos los perjuicios causados con todo ello.
Aunque la respuesta de la ONU ha sido descorazonadora, al limitarse a expresar que la nueva legislación uruguaya “infringe la ley internacional”, no es difícil percibir un movimiento renovador en todo el mundo para abordar de otra forma el problema del narcotráfico. Mújica, desde su experiencia personal, pone el dedo en la llaga al decir que muchos dirigentes políticos, cuando abandonan el poder, están de acuerdo con su decisión, como lo han hecho tres expresidentes latinoamericanos -Cardoso, Zedillo y Gaviria- que han abogado por la despenalización de los mercados de la droga para regular un tráfico en el que las rivalidades asesinas entre cárteles causan miles de muertos cada año.
Uruguay no sufre un problema de narcotráfico tan grave como Colombia o México -solo un 10% de los adultos admiten utilizar marihuana- y su Gobierno recuerda que se trata de una medida experimental. Legalizar no solo el consumo de cannabis, sino también la producción y venta, es una medida más avanzada que las que adoptadas en EE.UU. (Washington y Colorado). Aunque la ley uruguaya no incluye otras drogas, arranca de las manos de los traficantes cerca de un 90% de su negocio y les priva de la posibilidad de inducir a sus clientes al uso de drogas más dañinas.
Aunque en Uruguay se discute ahora sobre si la nueva ley llevará a una nacionalización encubierta, y si un “cártel estatal” será más eficaz que un mercado libre pero regulado, hasta la ONU ha reconocido que medio siglo de lucha contra el narcotráfico ha convertido en usuarios habituales de marihuana a un 4% de la población adulta mundial (162 millones).
El mercado de las drogas solo es superado en el mundo por el de las armas. El Gobierno de Uruguay ha sabido percibir, y denunciar públicamente, que la política de EE.UU., combatiendo la producción de cocaína y opio en América Latina y en Afganistán, es una cortina de humo que oculta el verdadero origen del problema: un consumo doméstico que en EE.UU. y otros países está fuera de control.
El presidente uruguayo ha dejado claro que él es sólo un “legalizador” a regañadientes, pero que está determinado a arrancar a los usuarios de las garras de los traficantes clandestinos; que no defiende la marihuana ni ninguna otra adicción, pero que el tráfico de estupefacientes “es peor y hace mucho más daño que cualquier droga”.
La catastrófica mezcla de muerte, delincuencia y anarquía que la fracasada guerra contra el narcotráfico ha llevado a algunos países -como México o Colombia- fuerza a reconocer que la obsesiva guerra contra el terror en la que EE.UU. está sumido es menos desastrosa que la guerra irracional contra el narcotráfico: ésta es el verdadero enemigo.
Es motivo de reflexión que una solución viable a tan viejo y enquistado problema surja en un pequeño país, dirigido por un tranquilo y sencillo presidente. José Mújica, simplemente, aplica la más elemental lógica para resolver un problema que los más poderosos órganos de pensamiento, reflexión y comunicación de las grandes potencias solo han sabido rodear de fantasmas, tabúes e hipocresía.
¡Bravo por Uruguay! País del año en 2013.
República de las ideas, 10 de enero de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/01/10 10:22:3.493000 GMT+1
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2014/01/03 08:54:44.423000 GMT+1
Apremiados por las urgencias del presente, las pugnas partidistas, las estrecheces económicas, las guerras más o menos encubiertas, los fanatismos enfrentados entre sí, los terrorismos que siguen causando bajas inocentes y las demás plagas que nos vienen aquejando en este siglo XXI, casi no prestamos atención al fenómeno que más graves consecuencias puede acarrear a la humanidad a más largo plazo: el cambio climático.
La ventaja que tiene plantearse este problema es que sus constantes y variables son mensurables científicamente. No hay que esforzarse por analizar tendencias de opinión o enfrentamientos ideológicos o religiosos, basándose en sondeos, resultados electorales, encuestas o aventuradas valoraciones de analistas, académicos o politólogos. No hay que sopesar si los ucranianos son mayoritariamente pro o antirrusos; o si los chiíes están mejor o peor armados que los suníes; o cuál es el límite de opresión que puede sufrir un pueblo antes de que su ira estalle y se eche a la calle.
El cambio climático, por el contrario, se plantea en un terreno predominantemente científico, aunque, como toda ciencia, para aprehender con exactitud la realidad sobre la que opera tiene que avanzar de una a otra hipótesis, tras contrastarlas con las pruebas experimentales. La revista científica PLOS ONE, radicada en San Francisco de California, publicó a principios de diciembre un ensayo titulado: Assessing “Dangerous Climate Change”: Required Reduction of Carbon Emissions to Protect Young People, Future Generations and Nature (Valorando el "peligroso cambio climático": la requerida reducción de las emsiones de carbono para proteger a los jóvenes, a las futuras generaciones y a la naturaleza).
En él se viene a decir que el objetivo propuesto de 2ºC de aumento máximo de la temperatura global es una aspiración descabellada. Si la temperatura del planeta alcanzara ese nivel (ha subido menos de 1ºC desde el comienzo de la revolución industrial) ya no sería posible evitar una espiral de ascenso que llevaría a un calentamiento de 3-4º con consecuencias desastrosas: "Es necesaria una rápida reducción de las emisiones para restablecer el equilibrio energético del planeta y evitar la acumulación de calor en los océanos, que conduciría a una situación irreversible". Continuar con las emisiones de combustibles fósiles, ahora que se conocen bien sus consecuencias, sería un acto de "injusticia intergeneracional extraordinariamente deliberado". Es decir, de injusticia culpable hacia las generaciones venideras.
No solo se producirán catástrofes físicas, como las documentadas por el profesor Wadhams, de la Universidad de Cambridge, experto en el Ártico: "La disminución de la masa de hielo es tan rápida que muy pronto desaparecerá". Los científicos están de acuerdo en que si se rebasa el punto de no retorno, la liberación de grandes cantidades de metano pondrá a la Tierra en una "emergencia planetaria inmediata". Un fenómeno similar se produjo ya en la historia del planeta, por causas naturales, y evolucionó durante 80.000 años. Ahora, producido por la actividad humana, en solo un par de siglos su velocidad se acelerará fuera de todo control. Pero la respuesta de la política internacional a esta amenaza apunta más hacia la competencia económica que a la preocupación por el futuro de la humanidad: ¿dónde extraer más hidrocarburos? ¿cómo apoderarse de los nuevos yacimientos? ¿dónde establecer nuevas bases militares?
La comunidad científica es consciente de la gravedad del problema. Sus síntomas son evidentes, aunque algunos cierren los ojos ante ellos. No son pocos los lugares donde ya se toman medidas ante los cambios más inmediatos, como inundaciones, sequías, incendios, olas de calor y huracanes. En algunas islas del Pacífico de poca altitud han empezado a ser evacuadas las poblaciones.
Un reciente informe del IPCC (Panel intergubernamental para el cambio climático) publicado en abril de 2013, sobre los modelos previsibles, indujo a un investigador del Instituto de Ciencias Oceánicas de California a publicar este significativo comentario: "Cuando observo las predicciones para un mundo de 4ºC [sobre la temperatura actual] veo zonas muy pobladas sobre las que caerá muy poca lluvia. Si España se hace parecida a Argelia ¿de dónde sacarán los españoles el agua para sobrevivir? En otras zonas muy pobladas y densamente cultivadas se requiere mucha lluvia para sus cosechas ¿de qué vivirán esos pueblos cuando su territorio se parezca al del África subsahariana?".
Gobernar a corto plazo, para ganar las próximas elecciones, no es solo una política miope y acobardada: es culpable y engañosa. La habitual retórica de algunos políticos, cuando proclaman que todo lo que hacen es para que sus hijos y nietos disfruten de un mundo mejor, se revela como una mentira más, cuando muestran su desprecio por las voces de alarma con que la ciencia nos alerta sobre el peligroso camino por el que seguimos avanzando.
República de las ideas, 3 de enero de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/01/03 08:54:44.423000 GMT+1
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2013/12/27 09:06:28.258000 GMT+1
Tras repasar los acontecimientos comentados en estas páginas durante el año que está a punto de acabar, es casi obligado recordar ese corolario de las "leyes de Murphy" que asegura que "Nada es nunca tan malo que no pueda empeorar". Para no caer en el abatimiento que genera tan desesperanzado pensamiento, se recomienda recurrir a la también llamada "filosofía de Murphy" que aconseja: "Sonría: mañana puede ser peor".
Tal sensación de pesimismo e imprevisibilidad procede de constatar que el mundo está hoy sumido en una compleja crisis de la que cuesta ver señales de recuperación. Crisis no solo económica -aunque sea la más visible- sino enrevesadamente compleja, en la que se entremezclan varios factores universales. Entre los más destacados de éstos, están los siguientes:
- la irrefrenable hegemonía del poder financiero sobre el político;
- el descrédito de la política y sus instituciones, consecuencia de lo anterior;
- el renacer de las ideologías xenófobas y neofascistas, para llenar los vacíos causados por el citado descrédito;
- la evolución del poder de China y su pugna para situarse entre las grandes potencias;
- el imparable cambio climático;
- la interminable guerra universal contra el terrorismo, ahora con nuevos medios: drones y fuerzas especiales;
- la desigualdad entre países ricos y pobres, y entre ciudadanos de un mismo país.
Ante este panorama, pasan a un plano inferior de peligrosidad los conflictos internos españoles que tanto nos preocupan y que oscurecen nuestro futuro inmediato: la arraigada y extendida corrupción, la obsolescencia e inadecuación del texto constitucional, la debilidad e inoperancia de nuestra democracia, el difícil encaje en el Estado de algunos pueblos que lo integran, la incomprensible actuación de ciertas instituciones básicas del Estado, el auge de los fanatismos políticos y religiosos y, quizá sobre todo ello y como factor agravante, el frecuente recurso a actitudes extremas y polarizadas, que dificultan el entendimiento razonado entre conciudadanos y evocan el espeluznante "Duelo a garrotazos" de Francisco de Goya, la lucha fratricida entre españoles que algunos parecen empeñados en reavivar.
Pero del mismo modo que en tiempos de la Guerra Fría se comentaba que hubiera bastado la amenaza confirmada de una invasión de malignos seres extraterrestres para convertir a Washington y Moscú en firmes aliados frente al peligro desconocido, los problemas internos españoles, por graves que parezcan, palidecen ante los que nos aquejan en tanto que somos parte de la humanidad.
No voy a extenderme sobre la peligrosidad de los puntos arriba resumidos, que los lectores bien conocen. Todos ellos pueden incidir negativamente en nuestra vida cotidiana. Así, por ejemplo, la lucha continua contra el terrorismo, que perdura aunque en forma más encubierta (mediante drones y operaciones de asesinato supuestamente selectivo) que cuando la dirigía el iluminado Bush invadiendo alocadamente países de Oriente Medio, está aterrorizando a los pueblos de la región, radicalizándolos y exacerbando su odio hacia Occidente, con lo que se dan nuevas alas al terrorismo. Esto configura un orden mundial muy peligroso, y los dirigentes políticos que gobiernan esa lucha y los medios de comunicación que los apoyan se están convirtiendo en la verdadera amenaza para nuestra seguridad. Apostar por una seguridad absoluta a cambio de vulnerar los más elementales derechos humanos solo conducirá a la humanidad a vivir arrodillada ante el poder, y a éste, a actuar sin freno ni limitaciones. La democracia será la víctima principal.
Repercusiones no menos negativas puede tener en nuestra vida el conflicto que en el Extremo Oriente enfrenta al gigante chino con algunos de los países vecinos. Precisamente en 2014 se va a conmemorar el inicio de aquella Primera Guerra Mundial que desangró a Europa y que se desencadenó por una pugna, inicialmente local y delimitada, de agresiva emulación entre grandes potencias que competían por la hegemonía y que nadie supo prever a tiempo y desactivar. Sus consecuencias aún perduran.
Perspectivas tan poco halagüeñas, sin embargo, no deben inducir al desánimo o a la inacción. La capacidad de recuperación que las democracias han demostrado en el último siglo ante unas graves crisis que acabaron con imperios, monarquías y dictaduras, abren un camino a la esperanza. Pero será necesaria una "radical" renovación del auténtico espíritu democrático para hacer frente al cúmulo de problemas que nos aquejan; una limpieza de las "raíces" de la democracia, despojándolas de las nefastas excrecencias que han ido corrompiéndolas. Una vez más, todo parece indicar que habrán de ser los ciudadanos corrientes los que hayan de tener la última palabra, ya que muchas de nuestras envejecidas y anquilosadas instituciones políticas se muestran incapaces de hacerlo.
República de las ideas, 27 de diciembre de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/12/27 09:06:28.258000 GMT+1
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2013/12/23 10:56:47.164000 GMT+1
Para el politólogo británico David Runciman, profesor de Teoría Política en la Universidad de Cambridge, escritor y periodista, la perenne tentación de los demócratas son las dictaduras. Así lo expone en su último libro The Confidence Trap (La trampa de la confianza), cuyo subtítulo revela mejor el contenido: "Una historia de la democracia en crisis, desde la Primera Guerra Mundial hasta hoy".
Según Runciman, las democracias son el mejor sistema político para recuperarse de las emergencias, pero muestran poca capacidad para evitarlas. Además, las democracias aprenden de los errores en los que repetidamente incurren, lo que les lleva a creer que pueden sobrevivir siempre; de ese modo aumentan su nivel de confianza y creen que pueden seguir entrometiéndose en todo, de modo que caen en la "trampa de la confianza". Confianza que puede llevarles a una crisis tan enmarañada de la que no logren salir. Esto no ha ocurrido aún, pero no puede descartarse y conviene estar alerta.
Runciman pone de manifiesto que las democracias están hoy sumidas en una compleja crisis, en la que se entremezclan la deuda pública, la guerra contra el terrorismo, el renacer de China y el cambio climático, como factores más inquietantes. Para superarla, habrán de evitar caer en esa trampa de la confianza.
Desarrollando la idea, el autor hace un repaso histórico de lo que considera un factor común de las democracias: su envidia de las dictaduras. No es que los demócratas desearan ser gobernados por regímenes dictatoriales, de los que naturalmente abominan, sino que envidian la capacidad de las dictaduras para actuar con rapidez y decisión ante las crisis, aunque rapidez y decisión no conducen siempre a la mejor respuesta y, en muchos casos, agravan aún más la situación.
Nadie cree que los espías rusos podrían actuar a espaldas de Putin, como la NSA lo ha hecho con Obama; algunos comparan negativamente las dudas e indecisiones de éste con la firmeza del gobernante ruso. Y las corporaciones que negocian en China tratan con unos dirigentes cuyas respuestas son rápidas y eficaces. Ni unos ni otros han de preocuparse por el próximo enfrentamiento electoral, ni tienen que ganarse la voluntad de un parlamento, una opinión pública o una prensa independiente.
Pero, afirma Runciman, "la envidia de las dictaduras se opone radicalmente a lo que enseña la historia". Durante los últimos cien años ha quedado demostrado que las democracias resuelven con más éxito que las dictaduras las más graves crisis que pueden aquejar a un sistema político. Han ganado las guerras, han salido de las peores depresiones económicas y saben adaptarse a los cambios. Cuando sus dirigentes cometen errores, se les aparta limpiamente del poder antes de que esos errores sean letales.
Las dictaduras, por el contrario, dado que pueden actuar con decisión sin preocuparse del sentir de sus pueblos, tienen más dificultades para corregir los errores; cuando sus dirigentes se equivocan, arrastran en su caída a todo el Estado. El Káiser, Hitler y el Soviet Supremo son ejemplos perdurables.
Esto no sirve de consuelo cuando se está en el vórtice de una crisis, porque las cualidades que dan ventaja a las democracias a largo plazo (la impaciencia con los errores de sus dirigentes y los complejos procesos decisorios), son las que dificultan afrontar los problemas del momento. Ya Tocqueville advirtió que las democracias se equivocan más que las monarquías o las tiranías, pero también son las que mejor corrigen sus errores. Runciman pone el dedo en la llaga cuando indica que esas cualidades de las democracias pueden crear un falso sentido de complacencia: puesto que siempre salimos de las crisis, podemos entrometernos en cualquier asunto, ya que al final sabremos cómo resolver los problemas: es la trampa de la confianza.
Algunas matizaciones son necesarias ante la teoría de Runciman. Se podría decir que las democracias no siempre "ganan las guerras", recordando Vietnam, Irak o Afganistán. Pero conviene notar que cuando EE.UU. emprendió estas tres aventuras poscoloniales no actuaba como una democracia sino como una incipiente dictadura a espaldas de los deseos de su población y engañándola cuando lo creía necesario.
El modelo democrático, sugiere Runciman, consiste en bordear el desastre inminente para luego salir de él a trompicones. Ese desastre incluye las prácticas antidemocráticas, el espionaje, el deterioro de la democracia y la corrupción de la clase política, de lo que permanecemos ignorantes hasta que entran en juego los decisivos resortes inherentes a la democracia: unos medios de comunicación libres e independientes y algunos políticos rebeldes que revelan el peligroso camino iniciado. Entonces, la democracia introduce los cambios necesarios para resistir hasta la próxima crisis. Y así, escribe Runciman, "seguiremos cruzando los dedos y esperando salir del paso del mejor modo posible". Después de todo, hay que coincidir con Churchill en que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos.
Publicado en CEIPAZ el ?? de diciembre de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/12/23 10:56:47.164000 GMT+1
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2013/12/20 07:49:43.438000 GMT+1
Reproduzco a continuación un fragmento del diario de un joven médico militar inglés en los primeros meses de la entonces llamada Guerra Europea:
27 de octubre de 1914: "Por la tarde ocurrió algo muy patético. Un joven subalterno de artillería iba a observar una posición de ametralladoras [alemanas, para corregir el tiro de la artillería inglesa contra ella]. Cuando pasaba delante de la puerta [de mi puesto de socorro] un proyectil shrapnel [cargado con bolas de acero] hizo explosión justo delante de él. Me trajeron al pobre hombre totalmente acribillado. Lo tuve entre mis brazos hasta que murió, chillando en su agonía, y me decía que le excusara por hacer tanto ruido, pero que no podía evitarlo. Me sentí desgraciado porque no podía hacer nada por él, salvo una inyección de morfina. Recordaré siempre este incidente, sobre todo porque se trataba de un chico de buen aspecto, que no tenía más de 19 años".
Disculpe el lector las explicaciones entre corchetes, cuya finalidad es recrear la imagen de lo que estaba sucediendo y que el autor del diario no tenía necesidad de aclarar, puesto que todo ello constituía su vida diaria. Tan breves líneas están, sin embargo, cargadas de contenido. Revelan el espíritu casi deportivo y desprendido con el que muchos de los alistados en la Fuerza Expedicionaria Británica pusieron pie en el continente, tan animosos como si fueran a participar en una anhelada competición. El 14 de agosto, el día en que a bordo de un mercante salía de Dublín el Real Regimiento Yorkshire de Infantería Ligera, al que pertenecía el diarista, anotaba que el viaje por mar hasta Le Havre era "la realización del sueño de todos los soldados".
El joven que agoniza excusándose por causar molestias al médico que le atiende es indicativo de algo típicamente inglés. Los soldados de su país nunca habían tenido que luchar en propio suelo contra un invasor desde 1066, y su participación en la guerra que entonces se iniciaba en Europa estaba para ellos impregnada de generosidad y altruismo. Iban en ayuda de la vieja nación francesa que, por el contrario, todavía sangraba por las heridas de una guerra que, hacía poco más de cuarenta años, había destrozado sus ejércitos, había abierto al enemigo prusiano el corazón de París y humillado el honor nacional cuando en el palacio de Versalles Guillermo I de Prusia se proclamó Emperador de Alemania, y su recién estrenado imperio se anexionó Alsacia y Lorena como botín de guerra.
Mientras belgas y franceses luchaban contra el invasor alemán, los ingleses zarpaban con espíritu libre en ayuda de sus aliados y en defensa del firme compromiso de Inglaterra con la neutralidad belga. Más pragmático, el Secretario del Foreign Office, sir Edward Grey, lo explicó así al embajador de EE.UU. en Londres: "Para nosotros la cuestión es que si Alemania triunfa dominará a Francia; la independencia de Bélgica, Holanda y Dinamarca, y probablemente la de Suecia y Noruega quedarán en entredicho: será una ficción. Todos sus puertos estarán al servicio de Alemania, que dominará Europa Occidental y esto hará que nuestra posición resulte insostenible. En esas circunstancias no podríamos existir como potencia de primer orden". Había rechazado la insinuación de última hora del Káiser, recordándole que ambos países habían luchado codo con codo para derrotar en Waterloo a la Francia de Napoleón y no deberían combatir entre sí.
En el año que va a empezar en breve se conmemorará el centenario del comienzo de la Gran Guerra o Guerra Europea, ahora conocida como Primera Guerra Mundial. Las muy singulares características que la distinguen harán que durante los cinco próximos años sean tratados con frecuencia sus aspectos estratégicos, militares, sociales, tecnológicos, políticos y culturales, la mayoría de los cuales supusieron importantes innovaciones en lo relativo al modo de hacer la guerra y en sus repercusiones sobre los pueblos afectados por ella.
Quizá por la especial implicación de Inglaterra en el conflicto europeo, como arriba se señala, ha sido el Imperial War Museum londinense el que ha tomado cierta delantera en la organización del centenario de esta guerra. En sus distintas sedes se iniciará el próximo mes de febrero una exhibición masiva, con el título Lives of the First World War (Vidas de la Primera Guerra Mundial), en la que se prevé reunir una enorme colección de objetos procedentes de quienes la vivieron -diarios, cartas, fotografías y material diverso-, rescatados de viejos baúles, desvanes y armarios domésticos, para ponerla en internet a disposición de todos los interesados en la conmemoración.
Se proyecta dar vida a unos ocho millones de historias individuales, como el fragmento que abre este comentario. Precisamente el citado museo se inauguró en 1917 con el objeto de "asegurar que las generaciones futuras comprendan las causas y las consecuencias de la guerra".
La guerra a la que se atribuyó el objetivo de "acabar con todas las guerras" no lo alcanzó. Murieron 16 millones de personas, y otros 20 sufrieron heridas o mutilaciones. En los cementerios belgas y franceses muchas lápidas recuerdan: "Un soldado de la Gran Guerra, conocido por Dios". Cien años después, por todo el mundo, siguen muriendo combatientes anónimos en guerras imposibles que por lo general solo benefician a ciertos individuos que desde lejos las gobiernan según sus propios intereses. Poco aprendemos de las lecciones de la Historia.
Escrito por: alberto_piris.2013/12/20 07:49:43.438000 GMT+1
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2013/12/13 08:34:2.372000 GMT+1
Son muchas las cosas procedentes de EE.UU. que han sido tan bien asimiladas por nuestra cultura al paso de los años que hoy nos parecen consustanciales con ella, como ocurre en otros países europeos. Algunas son inocuas, como los crucigramas, que nacieron en la prensa neoyorquina, los pantalones tejanos o bluyines (neologismo ahora añadido al diccionario de la RAE) y hasta la fiesta del halloween, que por su origen celta fue exportada a EE.UU. por los emigrantes irlandeses, de donde la hemos importado con toda su parafernalia comercial, aunque con ello hayamos enviado al baúl de los recuerdos a nuestro candoroso y tradicional Día de los inocentes.
No todo lo que de allí importamos tiene naturaleza tan lúdica o inofensiva como los tres casos citados. Chase Madar es un abogado residente en Nueva York, escritor y periodista, colaborador asiduo en varios medios internacionales. Acaba de publicar un interesante ensayo sobre algo que preocupa en amplios sectores de la sociedad estadounidense: la creciente criminalización de la vida cotidiana de los ciudadanos o, como titula él mismo, The Over-Policing of America (Los excesos policiales en EE.UU.), y subtitula Police Overkill Has Entered the DNA of Social Policy, que podría traducirse como "La exageración policial ha penetrado en el DNA de las políticas sociales".
Dada nuestra probada capacidad asimilativa de todo lo foráneo, conviene saber de qué va la cosa, sobre todo cuando nuevas leyes o modificaciones de las existentes podrían apuntar en España en una dirección no muy distinta a lo que Madar critica en su país. Así comienza el texto: "Si todo lo que usted posee es un martillo, todas las cosas le empezarán a parecer clavos. Y si el único instrumento son la policía y los tribunales, antes o después todos y todo será abordando como si fuera delincuencia. Este es, cada vez más, el modo americano de vivir, un camino que implica 'resolver' los problemas sociales (e incluso lo que no son problemas) enviando la policía, generalmente con resultados desastrosos. [Es algo que] hubiera sido impensable hace solo una generación".
Según Madar, la intervención policial empieza ya en la vida de los más jóvenes ciudadanos. Eso le ocurrió a un niño de siete años en una escuela del barrio neoyorquino del Bronx, detenido e interrogado durante varias horas, acusado de robar 5 dólares a un compañero de clase, de lo que al fin resultó inocente. Cuando la madre fue a recogerlo, lo halló aterrorizado y esposado a la pared. La foto que sacó fue portada del New York Post (30 enero 2013) y ha dado la vuelta al mundo. "De la escuela a la cárcel", sugiere Madar, indicando que los métodos policíacos para tratar con los niños -como hacerles pasar todas las mañanas por un detector de metales- crean las bases psicológicas de la criminalización, sin que por ello se evite la violencia en las aulas, como se comprueba fácilmente.
Pero los jóvenes crecen y, ya adultos, corren el peligro de ser también detenidos si un policía de paisano sospecha que alguien carece de las pertinentes licencias para su negocio y procede a esposarle delante de sus clientes, como le ocurrió en Columbus a la propietaria de una tienda especializada en bodas. O a un cultivador de orquídeas de 65 años, cuya casa fue espectacularmente rodeada y asaltada por policías en uniforme de combate, registrada a fondo sin miramientos y él enviado a prisión, después de que un policía, también de paisano, le comprara unas flores y éstas le fueran entregadas sin la documentación debida. Madar recoge otros ejemplos en distintos ámbitos de la sociedad: viajes, inmigración, cibernética, sexo, discriminación racial y social, familia... para terminar preguntándose "¿Vivimos de verdad en un Estado policial?".
Hay cada vez más ciudadanos que anteponen la seguridad a todo lo demás, según varias encuestas. Para garantizar aquélla, la Universidad estatal de Ohio ha adquirido un vehículo de combate acorazado MRAP, como los utilizados en Afganistán, comprado al Pentágono como material obsoleto, del que se dice que puede resistir "disparos, minas, explosivos improvisados y combatir en ambiente nuclear, biológico y químico". Un jefe de policía lo justifica: "En una era de ataques terroristas contra EE.UU. y asesinatos en las escuelas, la policía necesita todo lo que pueda conseguir. Ese vehículo disuadirá a los narcotraficantes y a quienes fueran a recurrir a la violencia".
Es un caso claro de militarización de los servicios policiales, sean estatales o privados, que en esto en EE.UU. se hacen hoy pocas diferencias. Sospechar que hay delincuentes por todas partes produce un aumento de la población tras las rejas; el índice de encarcelados es en EE.UU. el mayor del mundo, según Madar: "el triple que en la antigua Alemania Oriental". Si se trata de negros, "unas cinco veces mayor que el de la URSS en la época de los gulag". Esto convierte a las cárceles privadas en un provechoso negocio en expansión.
Si un individuo contratado por una empresa privada de seguridad está autorizado a registrarle y a detenerle a usted, atareado ciudadano en sus compras navideñas, solo porque sospecha que usted es un potencial delincuente, se están dando los primeros pasos hacia lo que denuncia Madar. Y si, además, usted piensa que de ese modo se garantiza su seguridad personal, porque así se hacen las cosas en EE.UU., debería unirse en espíritu a aquellos españoles que al grito de "¡Vivan las caenas!" se engancharon a la carroza del llamado Rey Felón en su regreso triunfal al trono del Palacio Real madrileño. No tendrá más seguridad, pero sí más cadenas.
República de las ideas, 13 de diciembre de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/12/13 08:34:2.372000 GMT+1
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2013/12/09 08:15:35.784000 GMT+1
El "índice global del hambre" se viene publicando anualmente desde 2006 por el International Food Policy Research Institute (Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias) y su objetivo es definir numéricamente la situación de los países en relación con el hambre padecida por la población. Para calcularlo se valoran tres parámetros, a partir de datos recopilados por agencias de la ONU: (1) el porcentaje de personas que se alimentan insuficientemente en cada Estado; (2) el porcentaje de niños menores de cinco años con falta de peso; y (3) su tasa de mortalidad.
La fórmula utilizada produce valores entre 0 (ausencia total de hambre) y 100 (hambre absoluta). El informe correspondiente a 2013, que acaba de ser publicado, incluye a 120 países no desarrollados, de los que se poseen datos válidos para 2012. De modo simplificado, se considera que un valor inferior a 5 muestra una situación satisfactoria, en la que se encuentran 42 de los países estudiados; en otros 22 el índice varía entre 5 y 10, revelando un hambre moderada; 37 países se hallan entre 10 y 20, lo que indica que el hambre es ya un serio problema; entre 20 y 30 el problema se califica de alarmante y afecta a 16 Estados; por último, un valor superior a 30 indica alarma extrema, situación en la que según el citado informe se encuentran Comoras, Eritrea y Burundi.
El promedio mundial es de 13,8; esto significa una mejora en las condiciones generales de la humanidad, ya que en 1990 era de 20,8. Pero las desigualdades siguen siendo evidentes, ya que el promedio en Asia Meridional (20,7) es causa de alarma, habida cuenta de la enorme población afectada, y no menor preocupación produce la situación en el África Subsahariana (19,2).
De los tres factores antes citados, el primero de ellos ha sido directamente abordado en los llamados Objetivos del Milenio. El objetivo 1.C se propone "reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas que padecen hambre". Aunque el hambre global se ha reducido en una tercera parte desde 1990, en el último bienio registrado (2010-1012) cerca de 870 millones de personas (una de cada ocho) se alimentan insuficientemente; de ellas, 852 millones residen en países en desarrollo.
El problema es abrumador, rebasa a la acción de los Estados individuales y requiere los máximos esfuerzos a nivel internacional, coordinados por Naciones Unidas. Pero la envergadura del problema no impide que pueda ser abordado a pequeña escala, y esto es lo que hoy sucede en la lucha contra el hambre. Hay que cambiar las escalas habituales: de la macroeconomía a la micro o nanoeconomía; como pasar de la trigonometría esférica a la "cuenta de la vieja".
Es lo que en Etiopía (índice de hambre 25,7) está haciendo la ONG irlandesa Concern Worldwide. Como informa The Guardian Weekly, en una región de este país donde la supervivencia del 90% de la población depende de los cultivos de secano, en unas tierras áridas situadas por encima de los 2400 m de altitud, los campesinos solo cultivaban cebada. El terreno en su mayoría es árido o está degradado y basta una breve sequía para generar la hambruna. En esa región la malnutrición crónica alcanzaba el 54%, superior al promedio nacional.
En términos económicos, un campesino dueño de una hectárea y media de terreno cosechaba 75 kg de cebada al año, lo que producía unos ingresos de unos 24 dólares. Muchos de ellos vendían sus tierras y se trasladaban a las ciudades a malvivir miserablemente como mano de obra. Ahora, ese mismo campesino extrae de su terreno 360 dólares anuales y su familia ya no pasa hambre, gracias a lo que la misma tierra produce. No hay secreto en ello: ha pasado a cultivar patatas, desconocidas hasta ahora en esta región, en vez de cebada, y extrae 2000 kg al año. Es significativo que sea una ONG irlandesa la que ha suscitado el cambio. El proyecto piloto, iniciado en 2007 con 16 familias alcanza ahora a 10.000 campesinos de la zona y sigue creciendo.
Uno de los beneficiados por el cambio declara: "La patata es la solución de nuestra hambre. Si no tenemos injera [el pan etíope] ya no nos preocupamos". Pueden comer patatas al menos cuatro veces por semana, o a diario en tiempos de escasez.
De este modo se reduce la vulnerabilidad de la población a las sequías, subidas de precios, inestabilidad política, etc., cuya repercusión sobre los sectores más pobres de la población siempre resulta nefasta. Ayudando a diversificar las cosechas, como hace la ONG citada (que ahora experimentará con peras y manzanas), se aumenta la resiliencia de la población. Como explica un miembro de Concern: "Antes, no tenían nada y se veían obligados a emigrar. Ahora tienen más capacidad para afrontar las sequías". Lo que, unido a mejorar los métodos de cultivo, cuidar los suelos y facilitar pequeños créditos para ampliar sus recursos, hará que, poco a poco, el índice global del hambre vaya descendiendo.
No hay que desestimar los ambiciosos planteamientos globales desde los organismos internacionales, como los Objetivos del Milenio; pero la lucha concreta contra el hambre nace desde abajo, a raíz del suelo, en contacto con los que la sufren y se esfuerzan por superarla con las indispensables ayudas externas.
CEIPAZ, 9 de diciembre de 2013
Escrito por: alberto_piris.2013/12/09 08:15:35.784000 GMT+1
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