2014/05/02 08:38:30.245139 GMT+2
Una frontera terrestre es algo sencillo de definir: es la línea que delimita el territorio sobre el que un Estado ejerce la soberanía. En algunos casos es hasta visible: en un pueblo de la frontera belgo-holandesa hay una franja trazada en el suelo, contigua a la terraza de un café, que permite a los turistas fotografiarse con un pie en cada país.
Pero las cosas no son siempre tan sencillas como parecen. En la frontera terrestre que separa Ceuta y Melilla de Marruecos se producen extrañas anomalías bien conocidas por todos. El sistema de vallas que protege la frontera está erigido sobre territorio español; aún así, a efectos prácticos parecería una "tierra de nadie" (terra nullius, término del derecho internacional no aplicable a este caso) pues dejan de tener validez las convenciones sobre el derecho de asilo de las personas que hasta allí llegan, de las que España no se responsabiliza.
También la frontera marítima muestra anormalidades en ambas ciudades, porque la soberanía de un Estado se extiende desde la línea de costa hasta el límite de las aguas territoriales; sin embargo, ocurre que a veces el límite fronterizo se establece temporalmente en el lugar que sobre la playa ocupan los agentes de la autoridad. Parece como si se aboliera la soberanía sobre una franja de la arena y el mar territorial, puesto que se acepta que los inmigrantes que pisan la arena no están en territorio nacional y pueden ser expulsados sin más.
Aunque no nos sirva de consuelo, conviene saber que las anomalías fronterizas, si en España son chocantes e inexplicables en EE.UU. alcanzan límites de insospechada irregularidad, como escribe Todd Miller en su libro Border Patrol Nation: Dispatches from the Front Lines of Homeland Security (La nación de la Patrulla de Fronteras: Informes desde la vanguardia de la Seguridad Interior).
Las fronteras de EE.UU. no son líneas sino que se han redefinido como una franja de 100 millas (160 km) hacia el interior del territorio en todo el perímetro continental, incluyendo Alaska. La ACLU (siglas de American Civil Liberties Union: Unión para las libertades civiles en EE.UU.) denomina a esa franja: "Zona donde no rige la Constitución de EE.UU." Puede consultarse el mapa en: https://www.aclu.org/know-your-rights-constitution-free-zone-map. No es un territorio insignificante, pues en él viven dos de cada tres estadounidenses (unos 200 millones) e incluye nueve de las diez mayores áreas metropolitanas del país. Cualquier ciudadano de Florida, Maine o Michigan es un ciudadano "fronterizo", aunque viva en el interior del Estado en cuestión, y queda sometido a las irregularidades que implica tal condición.
Miller denuncia que los agentes de protección aduanera y fronteriza constituyen la mayor agencia de seguridad de EE.UU. y que, según informa ACLU, en la zona fronteriza que rodea al territorio nacional, cualquier persona puede ser interrogada y registrada "de modo habitual y sin existir ninguna sospecha de actuación irregular" en los puestos de control establecidos. Además, en una franja de hasta 25 millas (40 km) desde la frontera las patrullas fronterizas pueden entrar en las propiedades privadas sin mandamiento judicial. Las tres misiones del Departamento de Seguridad Interior -antidroga, inmigración y antiterrorismo- le proporcionan una especie de cheque en blanco que "ha cambiado la geografía del país", como Priest y Arkin denunciaban en The Washington Post.
Hay que prestar atención al nuevo complejo "fronterizo-industrial" (remedo del militar-industrial que denunció Eisenhower) dado el auge desmedido de las empresas dedicadas a reforzar las fronteras y controlar a los ciudadanos. En la 8ª Feria de Seguridad Fronteriza recientemente celebrada en Phoenix (Arizona) se podían observar cactus falsos (para la frontera meridional) o tocones de coníferas (para la septentrional) en cuyo interior se instalan cámaras de vigilancia. "Podemos copiar todo lo que crece en la naturaleza", afirmaba optimista el representante de TimberSpy (el espía de los troncos), y convertirlo en un instrumento de observación. Tampoco faltaban los drones miniaturizados, transportables en mochila para ser utilizados en cualquier momento y un gran surtido de aparatos que "le alucinarán", según un periodista local.
El negocio se anuncia próspero. Se prevé que para 2020 el mercado de las cámaras de vigilancia se habrá triplicado hasta alcanzar unos ingresos de 40.000 millones de dólares. Ejemplo evidente es la frontera meridional con México, en cuyas 2000 millas (3200 km) hay instalados 12000 detectores de movimiento.
No está de más una observación final: los problemas fronterizos de España (en Ceuta y Melilla) y los de EE.UU. (sobre todo en la frontera mexicana) no son técnicamente los mismos pues las características de sus fronteras son muy distintas. Pero en ambos casos se aprecia un alarmante dislate moral: la preocupación de los Estados se concentra en la eficacia de los sistemas de protección y vigilancia a la vez que ignora a los seres humanos que intentan superarlos porque anhelan una vida mejor que la que les ha tocado en suerte. En los áridos desiertos de Arizona o Nuevo México, o sobre las cuchillas de las alambradas ceutíes o melillenses, los irrefrenables sueños de millones de desposeídos del mundo siempre superarán los más ingeniosos artefactos que el complejo fronterizo-industrial invente para seguir manteniéndolos en la miseria.
República de las ideas, 2 de mayo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/05/02 08:38:30.245139 GMT+2
Etiquetas:
eeuu
ceuta
melilla
fronteras
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/04/25 08:29:52.083414 GMT+2
Es bien sabido que los pueblos buscan y rebuscan motivos por los que sentirse orgullosos de su identidad, a veces para reflejarlos en frases o eslóganes pegadizos, como el "Soy español, español, español", tan reproducido hoy en pegatinas y camisetas, aunque en su enunciado no incluya motivo alguno que justifique tan insistente afirmación.
Más frecuente suele ser resaltar hechos históricos o batallas famosas sobre los que asentar la satisfacción personal o colectiva; en España algunos recuerdan con orgullo Lepanto, Pavía o los Tercios de Flandes y gozan evocando la Reconquista; en otros países se habla de Austerlitz, Waterloo o Trafalgar, o se recuerda a Ayacucho, Verdún, El Alamein, Stalingrado o Normandía; y hay quien todavía se complace citando Cannas o las Termópilas. Las variantes son casi infinitas. También algunos pueblos se han enorgullecido por los megatones de sus misiles o el número de soldados, tanques o aviones listos para el combate, aunque esto parece haber pasado un poco de moda.
No solo se refleja el orgullo de los pueblos en sus hechos de armas, ya que bastantes naciones recuerdan con legítima admiración a sus artistas, sean Fidias, Miguel Ángel o Dante, Cervantes, Shakespeare, Goya o Dostoyevski. Añadamos, para completar esta panoplia de motivos que levantan el ánimo de los que más fácilmente se conmueven, los triunfos de los equipos de fútbol, baloncesto, etc., y de los jugadores o deportistas cuyas acciones a veces contribuyen a entusiasmar a pueblos cariacontecidos por desdichas económicas, políticas o incluso militares, que de todo ha habido.
No obstante, hay modos más acertados para reflejar el estado real de los pueblos, que se ciñen al presente y descartan glorias pasadas, a menudo ficticias. A menos de remontarse a la época de Diógenes, un indigente que lea a Homero bajo las columnas del Partenón encontrará en ello poca satisfacción personal si no tiene asegurada la cena ni la cama para esa noche. De estos aspectos trata precisamente el llamado "Índice de progreso social", cuya edición de 2014 ha sido publicada recientemente.
Este índice mide el grado de atención que los Gobiernos prestan a las necesidades sociales y ambientales de sus ciudadanos, valorando tres apartados:
1) Necesidades humanas básicas: nutrición y asistencia médica básica; agua y saneamiento; vivienda; seguridad personal.
2) Fundamentos del bienestar: acceso a conocimientos básicos; acceso a información y comunicaciones; salud y bienestar; sustentabilidad del ecosistema.
3) Oportunidades: derechos personales: libertad personal y de elección; tolerancia e inclusión; acceso a la educación superior.
No hay espacio en este comentario para explicar cómo se mide cada parámetro, aunque el lector interesado puede consultarlo tecleando en Google: "social progress index". Pero sí añadiré algo sobre los resultados del último estudio.
Tres países destacan sobre los demás: Nueva Zelanda, Suiza e Islandia, que puntúan brillantemente en los tres apartados. Sin grandes batallas en su historia, sin formar parte de la élite cultural mundial ni de la deportiva (salvo el afamado rugby neozelandés), son los tres países más avanzados socialmente. Es decir, allí donde la sociedad ha evolucionado más en la mejora del bienestar de sus ciudadanos.
La primera decena del ranking se completa con cinco países europeos (Holanda, Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca), uno americano (Canadá) y otro oceánico (Australia), aunque en ellos hay menos equilibrio entre los tres aspectos analizados. Por ejemplo: si Australia destaca por sus Oportunidades, Dinamarca lo hace en Necesidades humanas. Nótese, por otra parte, que los cinco países escandinavos están incluidos en la primera decena. ¿No tendrá esto algo que ver con el peso que ha tenido históricamente en ellos el Estado redistribuidor de riqueza y nivelador de desigualdades?
El siguiente pelotón de esta carrera está formado por 13 países: Austria, Alemania, Reino Unido, Japón, Irlanda, EE.UU., Bélgica, Eslovenia, Estonia, Francia, España, Portugal y República Checa, por este orden. Incluye algunos de los más importantes por población y producto interior bruto, pero en ellos las diferencias entre los tres apartados se hacen a veces notables. Si Japón destaca en Necesidades humanas, pierde puntos en Tolerancia e inclusión, mientras EE.UU. puntúa mal en Oportunidades aunque se halla a la cabeza en Acceso a la educación superior. Por su parte, España puntúa aceptablemente en Necesidades y no tanto en Oportunidades y Fundamentos. Como era de prever, la lista de los 132 países valorados se cierra con 27 Estados africanos incluidos entre los últimos 30.
Aunque poco útil para camisetas o pegatinas, ni para excitar valores patrios, este índice es el indicador real de la satisfacción de los ciudadanos, que debería ser la principal preocupación de los Gobiernos, aunque a veces éstos adormezcan el espíritu crítico de las gentes con los sueños de glorias pasadas e imperios extinguidos en los que nunca se ponía el sol.
Estrella Digital, 25 de abril de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/04/25 08:29:52.083414 GMT+2
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/04/21 10:45:44.507063 GMT+2
El próximo 30 de abril el pueblo de Irak deberá participar en las primeras elecciones generales de los últimos cuatro años. Candidatos chiíes, suníes y kurdos competirán por los 328 escaños del Parlamento. Sin embargo, aquel Irak a cuyo pueblo George W. Bush (con Blair y Aznar oficiando de acólitos) prometió un idílico futuro, desbordando democracia y buenas maneras políticas, se deshace hoy bajo el estampido de las bombas y se desgarra en ríos de sangre. Solo durante 2014 han muerto casi 3.000 iraquíes en actos de violencia; en el mes de abril se han producido ya más de 500 víctimas mortales. Los atentados con coches bomba se multiplican -hubo ocho el 9 de abril- y en la misma capital varios edificios oficiales han sufrido agresiones terroristas.
Irak se desintegra por sus cuatro costados; al norte, en la zona de Mosul, los terroristas vinculados a Al Qaeda han echado raíces y los kurdos, por su parte, mantienen una independencia de hecho, mediante la que aspiran a alcanzar el Estado que les prometieron las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial y que la entonces renovada Turquía contribuyó a ahogar antes de nacer. Al sur, en los ricos territorios petrolíferos en torno a Basora, las milicias chiíes, apoyadas a distancia por Teherán, actúan de espaldas al Gobierno, como si éste fuera inexistente. También la violencia entre las fuerzas de seguridad iraquíes y los insurgentes afines a Al Qaeda se ha extendido por la provincia occidental de Anbar, feudo de los suníes, donde casi 400.000 personas han tenido que huir de sus hogares; y para rematar el caos generalizado, en las provincias orientales de Diyala y Wasit aumentan los atentados terroristas y los subsiguientes actos de violenta represalia entre clanes hostiles.
¿Puede esto todavía sorprender a alguien? Quienes invadieron el país en 2003 por razones de intervencionismo "humanitario" (expulsar a aquel dictador que no tenía armas de destrucción masiva y liberar para siempre a sus oprimidos súbditos) sembraron lo que ahora se está cosechando. Esto fue explicado ya en 2004 por el profesor Tortosa (La guerra de Irak: un enfoque orwelliano, Univ. de Alicante) de modo premonitorio: "Si los EE.UU. pueden practicar la 'defensa preventiva' ¿por qué no van a poder hacerlo los demás? Que cada cual defina dónde puede estar la posible amenaza y que ataque incluso antes de que se materialice". Y generalizaba: "Si unos tienen el derecho de bombardear un país 'hasta devolverlo a la Edad de Piedra', como dijeron fuentes estadounidenses muy cualificadas en la 1ª Guerra del Golfo y se ha repetido en tragedia en la 2ª Guerra, sin ser capaces de producir una motivación creíble, ¿por qué los otros no van a poner un coche bomba?".
La diferencia que hemos asumido inconscientemente, bombardeados por unos medios de comunicación tendenciosos e implacables, es que unos bombardean (mejor dicho, bombardeamos) de un modo civilizado, con modernas tecnologías "quirúrgicas" (aunque de vez en cuando produzcan víctimas "colaterales") y de forma regular y sistemática, mientras que los coches bomba y los terroristas suicidas son unos instrumentos groseros y brutales, muy poco civilizados y de imprevisibles efectos. Pero así son las cosas y lo que entonces se sembró ahora está creciendo y multiplicándose ¿hasta dónde? ¿hasta cuándo?
Retornemos, pues, a la situación previa a las ya inminentes elecciones generales, tras un pasado inmediato de enfrentamientos internos entre milicias, escuadrones de la muerte, asesinatos gubernamentales y agentes encubiertos que luchan entre sí en la sombra, apoyando a chiíes o suníes, a uno u otro jefe de clan, y promoviendo, mientras tanto, sus propios intereses, no solo políticos.
Todo ello se desarrolla sobre un fondo de corrupción extendida en las cadenas de mando, tanto del ejército como de la policía. Ambas instituciones arrestan y detienen a personas que luego son liberadas previo pago de un sustancial rescate; se aceptan sobornos para poder atravesar sin complicaciones los puestos de control en ciudades y carreteras; se falsifican las plantillas de soldados o de funcionarios, añadiendo nombres inexistentes, para cobrar cantidades adicionales. En este ambiente corrompido se mueven a sus anchas esos delincuentes y terroristas que proliferan siempre que un Estado se debilita y muestra abiertamente su debilidad.
El pueblo parece tomarse la llamada electoral con filosofía y paciencia. No creen que su voto pueda modificar la situación actual. Los candidatos se promocionan como defensores de sus propios grupos, clanes, sectas o ramas religiosas, frente a la amenaza que supondría el poder en manos de los rivales. Proliferan las amenazas: a los suníes se les hace temer un Irak manejado a distancia por el Irán chií, y los partidos chiíes agitan el espantajo de un complot fraguado por Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Turquía, para aniquilar las comunidades chiíes en Siria e Irak. En el centro de Bagdad, las milicias chiíes despliegan carteles con imágenes de combatientes muertos en Siria, donde fueron para defender un santuario chií atacado por suníes. La propaganda electoral transmite odio y espíritu de venganza en vez de consignas políticas.
Este es el Irak que ha dejado la benéfica intervención armada occidental, once años después: el 1 de mayo de 2003, un exultante George W. Bush, a bordo del portaaviones Abraham Lincoln, pronunció las triunfales palabras alzando el pulgar de su mano derecha: Mission accomplished. Jamás un alto dignatario de renombre e influencia universal había pronunciado mayor tontería.
Publicado en CEIPAZ el 21 de abril de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/04/21 10:45:44.507063 GMT+2
Etiquetas:
irak
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/04/18 09:10:0.461638 GMT+2
Cuando en junio de 2008 un grupo de amigos recorríamos Ucrania en autobús, en el recorrido desde Odesa a Yalta se produjo un hecho singular que no nos pasó desapercibido. El vehículo tuvo que detenerse en lo que a todas luces era un puesto fronterizo, donde además de la rutinaria revisión de pasaportes se advertía que la bandera ucraniana (dos bandas horizontales, azul y amarilla) había sido reemplazada por la de la República Autónoma de Crimea: blanca con franjas azul y roja. Allí acababa Ucrania y empezaba Crimea. Nada similar ocurría en ningún otro lugar del territorio ucraniano.
Estábamos cruzando una frontera entre dos países distintos, con distintos parlamentos y constituciones. Ya entonces se percibía en Crimea un sentimiento de orgullo por ser diferentes al resto de Ucrania y por mantener una relación más estrecha con Rusia, cuya bandera ondeaba no solo en las instalaciones de la flota rusa del Mar Negro en la base naval de Sebastopol, sino también en algunos edificios privados, de modo parecido a como en EE.UU. algunos ciudadanos hacen ostentación de la bandera nacional en sus viviendas.
Todo en Crimea parecía relacionado con Rusia. Ya desde mediados del siglo XVIII Catalina la Grande había ido entregando posesiones en la península a sus principales cortesanos peterburgueses, incluso antes de que en 1783 la anexionara directamente al Imperio. Crimea se convirtió en el paraíso de sol y residencias de ocio veraniego del que gozaban los aristócratas cuando huían de los inviernos de San Petersburgo para solazarse a orillas del mar Negro. Destacados artistas y escritores rusos contribuyeron a mitificar la belleza de la península, el verde esplendor de su interior y la luminosidad de sus costas.
Años después, esos mismos balnearios fueron gestionados por el régimen soviético que premiaba a los miembros del Partido y a los trabajadores más leales y esforzados con estancias en los lugares donde años antes habían exhibido lujo y riqueza los grandes duques y otros potentados. Crimea concentra hoy un variado atractivo turístico: ciudades bizantinas trogloditas, ruinas griegas, palacios rusos, castillos genoveses y cavernas para submarinos nucleares soviéticos.
Recorriendo Ucrania se advierten muchos vínculos estrechos con Rusia, aunque no tan concentrados geográficamente como en Crimea. Lo que sería el futuro imperio ruso nació en Kiev; fue el príncipe Vladimiro el primer monarca que organizó un Estado eslavo y eligió, como instrumento político, la religión que habría de sustituir al anterior paganismo oficial, obligando a sus súbditos a bautizarse en las aguas del Dnieper bajo la bendición de los clérigos ortodoxos que desde Bizancio había hecho venir su esposa, la hija del emperador. El pueblo eslavo se hizo entonces ortodoxo, influencia que perdura hasta hoy.
Pero también se perciben los signos de la división. Hasta que Ucrania alcanzó su unidad e independencia dentro de la URSS, durante varios siglos el país se vio dividido y sometido a múltiples influencias exteriores que lo desgarraron. De esto es ejemplo el hecho de que durante la 1ª Guerra Mundial, el centenario de cuyo comienzo se conmemora este año, una mayoría de ucranianos luchó bajo las banderas del zar ruso, pero muchos otros combatieron en el ejército austrohúngaro, porque parte de lo que hoy es Ucrania estaba regida desde Viena.
La Revolución Rusa y la Guerra Civil que la siguió dividieron también a Ucrania, en cuyas zonas orientales, más industrializadas, el proletariado poseía mayor fuerza y mejor organización. Jarkov en el este y Lviv en el oeste eran el centro de dos mundos distintos, políticamente hablando. Ambas partes sufrieron por igual, no obstante, la terrible hambruna que azotó al país en 1932-33 y fueron víctimas de las purgas del terror estalinista. El pueblo de Ucrania había mostrado una inveterada aversión a la población judía, pero fue durante los tres años de ocupación nazi en la 2ª Guerra Mundial cuando su exterminio alcanzó el ápice, con la activa participación de bastantes ucranianos.
Sobre ese castillo de naipes en difícil equilibrio que ya era Ucrania durante la llamada “revolución naranja”, que sustituyó un régimen corrupto por otro igualmente corrupto pero de distinto signo, se ha ejercido una irreflexiva presión, primero desde el Oeste (Bruselas y Washington) y luego desde Moscú, como reflejo defensivo. Pedir que “Rusia ponga freno a la escalada”, como escribía el Secretario General de la OTAN el lunes pasado, solo es atribuible a observar el panorama ucraniano a través de la polarizada lente de la Alianza Atlántica. Putin no inició la escalada, si esta palabra puede aplicarse a lo ocurrido desde que la revuelta popular puso fin al gobierno salido de las urnas. La verdadera escalada se inició cuando se intentó deslumbrar al pueblo ucraniano con las supuestas ventajas de la vinculación a Europa y el rechazo a Moscú, sabiendo que la respuesta no habría de ser homogénea sino que introduciría un peligroso germen de fragmentación que podría conducir a la guerra civil.
En esta situación ¿alguien en Washington ha considerado que lo más oportuno era enviar al jefe de la CIA de visita a Kiev? Putin podrá adolecer de bruscos reflejos kremlinianos pero se está demostrando que en Europa y en EE.UU. manca finezza para abordar el problema ucraniano y sobran primarios reflejos ofuscados.
República de las ideas, 18 de abril de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/04/18 09:10:0.461638 GMT+2
Etiquetas:
ue
eeuu
ucrania
otan
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/04/12 08:58:59.363029 GMT+2
Una mujer natural de Malasia, Ruhina Ibrahim, estaba matriculada en la prestigiosa universidad californiana de Stanford, donde estudiaba arquitectura. No se le conocía actividad política alguna y públicamente había declarado que EE.UU. era para ella su segunda patria. Cosa natural, pues allí se había casado y tenía una hija adolescente, que ya era ciudadana estadounidense.
En enero de 2005 Ruhina fue al aeropuerto de San Francisco para volar a Malasia, a fin de asistir a una conferencia académica. El funcionario que revisaba los pasaportes observó que su nombre estaba marcado y avisó a la policía. Aunque a causa de una afección tenía que desplazarse en silla de ruedas, fue esposada, encerrada en una celda y se le prohibió tomar la medicación que llevaba consigo. Sin más explicaciones, y tras haber sido sometida a interrogatorio, fue autorizada a embarcar.
Cuando desde Malasia quiso regresar para continuar sus estudios, se le prohibió embarcar por ser sospechosa de terrorismo. Dando muestras de gran presencia de ánimo y tenacidad, inició un proceso judicial contra el Gobierno de EE.UU. para que su nombre fuera borrado de la lista de personas que tenían prohibido viajar al país y en la que había sido incluida.
Tras los atentados del 11-S, como parte del delirio antiterrorista que contaminó a EE.UU., el Gobierno creó dos listas de personas para la aviación comercial: la de prohibidas y la de sospechosas que deberían ser investigadas si iba a tomar un avión. La agencia Associated Press informó en 2012 que la lista de personas prohibidas contenía 21.000 nombres, de los que medio millar eran ciudadanos de EE.UU., en su mayoría musulmanes.
Uno de los ciudadanos afectado por la medida declaró: "Soy un veterano de las fuerzas armadas y no tengo antecedentes penales; no soy un riesgo para la seguridad nacional ni se me acusa de ningún delito. ¿Es que ser musulmán es un crimen en EE.UU.? El FBI me ha incluido en una lista que ha destrozado mi vida y no existe ningún procedimiento para explicarme por qué o para defenderme de las acusaciones que se me hacen".
En este vacío de absurda ilegalidad en el que se sumió EE.UU. durante el delirio antiterrorista que propició Bush, también cayó Ibrahim. No fue torturada, ni encerrada sin cargos en Guantánamo, pero los tintes kafkianos de su aventura la dañaron irreparablemente. La demanda que cursó contra el Gobierno de EE.UU. se enredó en un maremágnum de trampas legales que la frenaron, basándose en el secreto de Estado, y que impidieron el funcionamiento normal de la justicia. No se arredró y continuó manteniendo con firmeza su reclamación.
En el proceso judicial que por fin no hubo más remedio que llevar a cabo se descubrió que el FBI no había tenido la menor intención de poner a Ibrahim en la lista de personas vetadas. Ocurrió, simplemente, que un funcionario marcó en su ficha la casilla equivocada: fue un simple error burocrático, un fallo más. Pero nadie se atrevía a descubrirlo para no revelar un patinazo de la compleja y secreta burocracia de la seguridad del Estado. El juez escribió en su sentencia: "el snafu fue el resultado de un error gubernamental, rápidamente corregido". (Snafu: voz del argot militar, iniciales de Situation normal: all fucked up. En traducción decorosa: "Situación normal: todo hecho un desastre").
No se probó que en el error hubiera malicia ni intención de dañar a Ibrahim. Pero sí se descubrió que no existía ningún procedimiento regular para corregir tales errores. Un funcionario cualquiera, marcando un trazo en una casilla, podía poner fin a los estudios de una persona, a su trabajo, a las visitas a la familia o a cualquier actividad que implicara tomar un avión.
Tras nueve años de lucha legal, Ibrahim acaba de ganar la batalla y su nombre ha quedado limpio. Pero ahí no ha terminado su odisea. Cuando quiso volver a Stanford para continuar sus estudios, descubrió que su visado de estudiante había caducado y no podía ser renovado, porque su nombre figuraba en otra lista de sospechosos de terrorismo. De esto se enteró en el aeropuerto de Kuala Lumpur al intentar embarcar en el vuelo a San Francisco. Una pantalla de ordenador conectada al Departamento de Estado le vedaba la salida. El hecho de que los terroristas del 11-S entraron en EE.UU. con visados en regla desencadenó un desaforado reajuste del sistema de visados, cuyas consecuencias pagó la inocente Ibrahim. El hecho de que las fatídicas listas de viajeros vetados se comparten con 22 países complica la cuestión hasta límites insospechados.
Una consecuencia de este absurdo caso es revelar la falsedad de la proclama oficial de que "en EE.UU. si usted es inocente no tiene nada que temer", tan repetida para justificar la creciente intromisión en la vida privada de los ciudadanos. Ibrahim era inocente, como hubo de reconocer la justicia, que sentenció que "ni fue ni es una amenaza para los EE.UU.". A pesar de eso, no puede volver al lado de su hija ni regresar a EE.UU. para ejercitar su derecho a defenderse personalmente ante los tribunales. El error de un funcionario sumió a Rahina Ibrahim en algo que ni Kafka podría imaginar en sus mejores momentos.
¿Puede alguien estar seguro de que su nombre no figura en alguna lista de sospechosos? ¿Lo sabrá solo cuando vaya a embarcar y acabe esposado en una celda de un aeropuerto de EE.UU.? El aspecto más grave de este asunto es que el secreto de Estado oculta las llamadas políticas antiterroristas y, como le ocurrió a la ciudadana malasia, ese mismo secreto impide saber si existe alguien que vigile y controle adecuadamente a los vigilantes y controladores; quién es, a qué normas está sometido y de quién depende. ¿Es todo esto aceptable en un país que se considera un ejemplo de democracia?
Publicado en CEIPAZ el 11 de abril de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/04/12 08:58:59.363029 GMT+2
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/04/11 08:25:32.504025 GMT+2
Apenas llama ya la atención la noticia de que en alguna base militar (generalmente de EE.UU.) un veterano que luchó en Irak o en Afganistán ha sufrido un repentino acceso de enajenación mental y acto seguido ha desencadenado un mortal tiroteo que a menudo termina en suicidio. El último suceso de este tipo ocurrió el pasado 2 de abril en Fort Hood (Texas), una de las mayores bases del ejército estadounidense, y dejó cuatro muertos (incluido el causante) y casi una veintena de heridos.
Según informaba el diario regional The Dallas Morning News, el soldado estaba siendo tratado de estrés postraumático, aunque el diagnóstico no era definitivo. El general jefe de la base declaró que sufría problemas de depresión y había pedido ser tratado de cierto tipo de trauma cerebral. Sin previo aviso, abrió fuego indiscriminado en varios edificios de la base, que recorrió en un vehículo hasta que en un aparcamiento se le enfrentó una mujer policía militar; alzó las manos pero enseguida extrajo una pistola con la que se disparó en la cabeza.
Los incidentes causados por el retorno a la vida civil de los excombatientes, a causa de los problemas de su readaptación, no son una novedad (ya preocuparon a la ciencia médica al concluir la Primera Guerra Mundial) pero tras las guerras de Irak y Afganistán han cobrado especial relevancia en los medios de comunicación.
La cuestión se planteó también con crudeza concluida la guerra de Vietnam, pero ésta fue una guerra del todo impopular y los que en ella lucharon hubieron de sumar al estrés propio del combate la desalentadora percepción de que su sufrimiento no había sido valorado por los conciudadanos. Fue una guerra especialmente "sucia" y no era fácil analizarla como antecedente para lo que vendría después. Sin embargo, un crítico de cine escribía en 1985, con amargo humor, que "el personaje del excombatiente demente es algo tan típico y común que uno puede imaginarse a los hijos de los veteranos de Vietnam temblando entre las sábanas y preguntándose si su papi les deseará las buenas noches con un beso o con una sierra rotatoria".
Después, en Irak y Afganistán ya no luchaba un ejército de reacios conscriptos sino las fuerzas profesionales del Estado, bien instruidas, dotadas y preparadas. A pesar de eso, en el primer decenio del presente siglo el índice de suicidios entre los veteranos alcanzó cifras alarmantes, así como las enfermedades mentales y los trastornos de depresión e inadaptación al regresar al hogar.
Los estudios realizados para ayudar a la reinserción de los soldados hacen hincapié en el sentimiento de culpabilidad tan común en los supervivientes, relacionado con la "solidaridad del grupo" inculcada en todo combatiente, sin la que las más cruentas acciones bélicas serían imposibles. Es esa disposición "a morir por otra persona, una forma de amor que ni las religiones son capaces de inspirar", como escribe Sebastian Junger (Guerra, Crítica 2011) al describir el espíritu de compañerismo de todo guerrero. Culpabilidad no solo por seguir viviendo mientras el compañero moría ante sus ojos, sino también por recordar algo que hizo o que dejó de hacer en momentos críticos, y que ya no puede remediarse.
También influye negativamente el hecho de que el soldado que regresa percibe en ocasiones que tiene poco en común con las personas con las que vuelve a convivir, que en nada se parecen a sus antiguos compañeros con los que estuvo tan estrechamente unido. Esta sensación a veces degenera en hostilidad general hacia los demás, incapaces de entenderle y con los que no puede compartir sus recurrentes fantasmas. Como complicación adicional, es consciente de que durante su ausencia su familia, sus amistades, todo lo que era su mundo siguió activo sin su participación, lo que le inculca una sensación de superfluidad.
No es ajena a este problema la idea básica de que quien ha sido deliberadamente preparado para matar y ha conocido el poder absoluto que confiere un arma de fuego en sus manos corre el peligro de interiorizar esa sensación. Así aleccionaba Patton a sus soldados en Italia: "[Si un enemigo se presenta ante vosotros rindiéndose] tenéis que matarlo. Traspasadlo entre la 3ª y la 4ª costilla. Decídselo a vuestros hombres. Deben tener el instinto asesino. [El enemigo] nos reconocerá como matadores y los matadores son inmortales". Desde 1943 hasta hoy las cosas han cambiado poco: "El que no puede matar fríamente a un prisionero, no tiene cabida en las fuerzas especiales", se lee en un manual en vigor para las tropas de élite.
¿Es la familiaridad de los veteranos con las armas de fuego la que hace posibles incidentes como el antes mencionado? Haber matado "legalmente" en el campo de batalla ¿puede crear un peligroso hábito para la convivencia civilizada entre ciudadanos? ¿Es la ciega disciplina militar la que, al adiestrar al individuo para la guerra, lo convierte en un asesino potencial? Todo esto son cuestiones abiertas sobre las que psicólogos y militares trabajan sin encontrar una respuesta definitiva. Ésta, sin embargo, es de apabullante sencillez: "la guerra" es la única causa del problema. Mientras sea un instrumento aceptado al servicio de la política de los Estados o de los grupos que luchan por el poder, seguirá habiendo excombatientes traumatizados por la experiencia bélica, que en un momento de enajenación siembren en derredor la muerte y la desolación que conocieron en el campo de batalla.
República de las ideas, 11 de abril de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/04/11 08:25:32.504025 GMT+2
Etiquetas:
guerra
eeuu
estres
combatientes
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/04/04 10:14:41.309463 GMT+2
Así como muchas informaciones sobre la crisis ucraniana vienen moduladas según los intereses de los medios de comunicación por ella afectados, parte de lo que hoy se publica sobre la situación en Venezuela está también influido por los prejuicios hostiles a la ideología bolivariana, que se agravaron después del fallido golpe de Estado contra el presidente Chávez en 2002.
Las sospechas de que tanto EE.UU. como España estuvieron detrás del intento de acabar con el chavismo motivaron aquella frase que Aznar dirigió a Chávez en una ocasión posterior: “Mira, Hugo, si yo hubiera querido dar el golpe y lo hubiera organizado, te aseguro que tú ahora no estabas aquí”, según relata el expresidente español en sus memorias (El compromiso del poder, Planeta). Frase que no oculta ese matiz de arrogancia y superioridad al que tan sensibles son los viejos países colonizados, como el famoso desplante real “¿Por qué no te callas?”.
De ahí que sea conveniente oír otras opiniones sobre la misma cuestión, para hacerse una idea cabal de lo que allí sucede. No todos los que visitan el país observan lo mismo ni extraen las mismas conclusiones sobre lo que observan. No parece exagerado constatar que en los medios de comunicación dominantes hoy en España se aprecia cierta distorsión sobre lo que ocurre en lo que los canarios llaman con afecto la “octava isla” de su archipiélago, es decir, Venezuela.
Mark Weisbrot es director adjunto del Centre for Economic and Policy Resarch de Washington y también presidente de Just Foreign Policy, una organización independiente y no partidista que aspira a reformar la política exterior de EE.UU., apoyándola sobre la diplomacia, la legislación internacional y la cooperación, para que dependa menos de la fuerza, sea ésta militar o económica. Para ello dedica especial atención a la educación, la organización y la movilización de los ciudadanos.
Tras el último viaje que realizó a Venezuela hace un mes, Weisbrot se sorprendió al comprobar que la realidad de la vida en Caracas no se correspondía con el constante diluvio de imágenes negativas que representan a Venezuela como un Estado fallido, arrastrado por el torbellino de una revuelta popular. Confiesa que no estaba preparado para aceptar lo que vio: “lo poco que las protestas afectaban a la vida cotidiana y la normalidad que reinaba en la mayor parte de la ciudad”.
Recorriendo la capital llegó a la conclusión de que el llamado "terror" que padecía el país era “una rebelión de los más acomodados”, no de los pobres. Su primer atisbo de barricadas callejeras lo tuvo en el barrio Los Palos Grandes, una zona de clase alta donde las protestas sí tenían apoyo popular y donde los vecinos amenazaban con violencia a cualquiera que intentara retirar las barricadas. Pero incluso allí la vida proseguía normalmente, salvo en lo relativo al tráfico rodado.
Durante la visita pudo comprobar la falsedad de los relatos que basan el descontento callejero en la carencia de productos básicos. Observó que ésta afecta mucho más a las clases menesterosas que a los que guarnecen las barricadas en los sectores residenciales, “pues éstos tienen personal de servicio que hace la cola para adquirir lo que necesitan y disponen de espacio en sus domicilios y de dinero suficiente para hacer acopio de los productos esenciales”, lo que no está al alcance de los más pobres.
Descubrió que los ricos tienen otros recursos: todo titular de una tarjeta de crédito puede extraer 3000 dólares anuales al cambio oficial, que luego revende seis veces más caros en el mercado negro. Esta especie de subsidio a las clases privilegiadas supone para el Estado un coste notable, aunque luego son sus beneficiarios los que impulsan las revueltas callejeras.
Weisbrot considera que la verdadera naturaleza del conflicto venezolano es una lucha de clases, dura e inevitable, a la que los medios occidentales evitan aludir por su nombre. “Kerry [el Secretario de Estado norteamericano] sabe bien de qué lado está en esta lucha” -escribe Weisbrot- al acusar al presidente Maduro de desencadenar “una campaña de terror contra su propio pueblo”. Niega la existencia de tal campaña, pues desde que comenzaron las revueltas han muerto más personas a manos de los agitadores que a causa de las fuerzas de seguridad. Una veintena de policías están procesados por supuestos abusos: ¿Es esto una “campaña de terror”? – se pregunta.
Su conclusión es que antes de la próxima cita electoral -dentro de año y medio- se habrán superado las estrecheces económicas y la oposición volverá a perder, como ha ocurrido en los últimos 15 años. Cree que la estrategia insurreccional que ha adoptado servirá para dividirla más, mientras agrupa al chavismo. Weisbrot entiende que a la Casa Blanca le preocupa poco enemistarse con algunos Gobiernos latinoamericanos, porque eso apenas tiene consecuencias electorales inmediatas. Y concluye: “El único sitio donde la oposición venezolana suscita un amplio apoyo es en Washington”, refiriéndose a los sectores más conservadores de los lobbies capitalinos.
República de las ideas, 4 de abril de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/04/04 10:14:41.309463 GMT+2
Etiquetas:
venezuela
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/03/25 13:13:41.693429 GMT+1
No es ajeno a un posible agravamiento de la crisis ucraniana el hecho de que en EE.UU. tendrán lugar el próximo mes de noviembre las elecciones de mitad del mandato, a fin de renovar toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado y para las que Obama intentará reforzar su capacidad de "hablar alto y claro" en la escena internacional, como le exige insistentemente el partido republicano y el ala más conservadora del suyo. El modo más eficaz de lograrlo será marcando bien sus discrepancias con la política rusa en Ucrania y manteniéndose con firmeza en la vanguardia del frente internacional de sanciones y amenazas que estos días se ciernen sobre Moscú.
Esta mentalidad que domina en Washington no es nueva y recuerda a la fallida reelección de Jimmy Carter, en la que el partido republicano se aferró a la bandera de "volver a hacer fuerte a América (léase EE.UU.)" para curar los daños causados en el prestigio de la superpotencia por la supuesta política débil del presidente saliente. Pero del mismo modo como EE.UU. apreció erróneamente el entusiasmo con el que sus ejércitos serían recibidos como liberadores por el pueblo iraquí y se apresuró a invadir el país, ahora se corre el riesgo de valorar mal el desarrollo de los acontecimientos en Ucrania y, sobre todo, sus circunstancias geopolíticas y la determinación de Moscú de asegurar sus intereses en un país con el que Rusia ha estado estrechamente vinculada a lo largo de toda su historia.
La intención de EE.UU. y de sus socios europeos para aparecer como los "buenos" en una peligrosa situación artificial, creada de modo traicionero (como siempre, claro) por las intrigas de Moscú, se ha ido diluyendo a medida que se conoce más detalladamente cómo Washington y Bruselas han intervenido en los asuntos internos de Ucrania. Ya no es posible mantener la ficción de que no ha existido un golpe de Estado, a medida que van quedando al descubierto las maniobras que condujeron al abandono del presidente legítimamente elegido y al triunfo de unos revolucionarios que en todo momento tocaron al son que les dictaban sus inductores occidentales.
Una muestra de ese modo de vivir en una cápsula aislada de la realidad, tan propio en ocasiones de la política exterior de Washington, es el comentario del Secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, en la cadena NBC apenas hace tres semanas: "No se va por ahí invadiendo otros países con pretextos falsos, para defender los intereses propios". Y añadió: "Es un comportamiento propio del siglo XIX en pleno siglo XXI". No se confunda el lector: no se trataba de una educada petición de perdón por la invasión estadounidense de Irak: se estaba refiriendo concretamente a la anexión rusa de Crimea.
Es posible confundirse también al valorar las intenciones del propio presidente Putin. Cuando en el solemne salón de San Jorge del Kremlin moscovita Putin declaró que "en los corazones y en las mentes del pueblo Crimea ha sido siempre una parte inseparable de Rusia", convicción que él basó en "la verdad y en la justicia", sería erróneo ver en tal declaración una reafirmación de cierta voluntad de imperio, al estilo de lo que propugnaba uno de los llamados "puntos de la Falange Española" y que se convirtió en el 3º de "Los XXVI puntos del Estado Español" que rigieron la política del franquismo.
La realidad es algo más compleja, como opinan los que conocen mejor los entresijos del Kremlin. Algunos de éstos opinan que, más que un plan lentamente preconcebido y astutamente llevado a cabo, lo que está ocurriendo es una reacción, a veces impulsiva y poco reflexionada, ante la política de hostigamiento a largo plazo que, según Moscú, viene desarrollando la Unión Europea a instancias de Washington.
Lo que Putin teme son las situaciones revolucionarias: "Odia la revolución -afirma un cercano asesor del Kremlin- pues es un contrarrevolucionario nato". Dos factores han influido en sus decisiones, según él. Uno de ellos es el rechazo occidental a la propuesta de Putin para una solución negociada del conflicto ucraniano, con un Gobierno de transición de todas las fuerzas políticas, el desarme de las bandas armadas rebeldes y la conservación del ruso como segundo idioma oficial: "Si se hubiera aceptado, Crimea seguiría siendo parte de Ucrania".
El segundo factor es ver en el conflicto de Ucrania la culminación de muchos años de actitudes hostiles contra Rusia en la comunidad internacional. "Nos dicen que estamos violando las leyes internacionales... ¡es bueno pensar que ellos creen que existen esas leyes! Mejor tarde que nunca", dijo Putin entre ovaciones en su alocución kremliniana. En resumen: si "ellos" violan cuando quieren la legislación internacional, ya va siendo hora de que "nosotros", alguna vez, podamos hacer lo mismo.
Un inmediato asesor de Putin aclara: "Andarse con miramientos cuando los demás hacen lo que quieren no es pragmático. Putin se ha hecho realista". Tenemos la sensación, declara otro, de que "hagamos lo que hagamos, Occidente no lo aceptará, así que las cosas no pueden mejorar". Putin cree que Rusia ha dado muchos pasos hacia el compromiso y el acuerdo, sin haber recibido la menor señal de aceptación y concordia.
De nuevo, EE.UU. y Rusia entran en la nebulosa de los malentendidos en que se desarrolló gran parte de la Guerra Fría. Si un Obama con preocupaciones electorales próximas se une a una OTAN necesitada de una publicidad que compense su fracaso en Oriente Medio y a un Putin receloso, que se siente acorralado por los enemigos de siempre, la mezcla así formada puede tener resultados explosivos. Esperemos que nadie le aplique una mecha encendida.
CEIPAZ, 25 de marzo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/03/25 13:13:41.693429 GMT+1
Etiquetas:
ue
ucrania
rusa
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/03/21 08:15:57.634500 GMT+1
El diario El País abría su edición del pasado lunes con un titular en portada a página entera: "Crimea se abraza a la Rusia de Putin". Un lector inquisitivo se vería inclinado a preguntarse si es que existen otras Rusias, que no sean la de Putin y que le hubieran pasado inadvertidas, o si es que la única Rusia que conoce es "la de Putin", con el sentido que el diccionario atribuye a la preposición "de", denotando "posesión o pertenencia".
Eliminados por absurdos ambos supuestos, es evidente que al titular de ese modo una crónica de la insuperable Pilar Bonet se estaba añadiendo un claro matiz opinante a lo meramente informativo; hubiera bastado algo así como "Crimea vota su anexión a Rusia". Es el mismo tipo de matiz que, en tiempos pasados, se introducía al referirse a "la España de Franco" en lugar de simplemente a "España".
El proceso que ha conducido a esta distorsión, ahora tan habitual, ha sido largo. En noviembre del pasado año el presidente Yanukovich decidió no picar en el anzuelo tendido por la Unión Europea (UE), en forma de tratado comercial, y mantener sus lazos con Rusia, con lo que las revueltas populares cobraron desmedida intensidad y creció la violenta represión gubernamental. El presidente ruso empezó a ser mostrado en los medios occidentales como el malo de la película desde que un mes después ofreciera al legítimo Gobierno de Kiev unas ventajosas condiciones económicas con las que pretendía inclinar de su lado la balanza política ucraniana.
A partir de ahí es bien conocida la escalada de violencia y la abierta intervención en el conflicto de EE.UU. y la UE, cuyos representantes visitaron y elogiaron a los rebeldes, contribuyendo a agravar la división del pueblo ucraniano entre prooccidentales y prorrusos. División que es el resultado de una larga y compleja historia en la que el pueblo ha sido la principal víctima, sufriendo las hambrunas de la época estaliniana, la brutal invasión de la Alemania nazi o los traslados masivos de algunas poblaciones allí residentes.
La UE estaba jugando con fuego en sus esfuerzos por atraer a Ucrania al bloque occidental, a sabiendas de que el más velado ofrecimiento de incorporación a la OTAN era algo que Moscú (con Putin o sin Putin) no podría aceptar jamás. ¿Es que solo Washington se reserva el derecho de establecer "líneas rojas" que otros países no deben cruzar?
La insistente demonización de Putin obedece a la sempiterna conveniencia de disponer de un enemigo claro y bien identificado. No como el actual terrorismo, que una vez muerto Ben Laden se ha convertido en una hidra cuyas cabezas nadie es capaz de localizar, con lo que el fracaso del antiterrorismo resulta inevitable. Algunos medios de comunicación occidentales exultan ante el nuevo enemigo. Digamos, en favor del diario antes aludido, que en su edición del pasado martes reproducía la opinión del catedrático de Derecho Internacional Antonio Remiro que, aislándose de la epidemia antiputin que nos aqueja, reconocía la validez de algunos argumentos rusos y afirmaba que "Occidente cosecha lo que ha sembrado", pues al "perpetrar en Kosovo una independencia ilegal" perdió la credibilidad para dirigir reproches a Putin.
También en El País, un día después, otro catedrático de Derecho Internacional, Xavier Pons, aun negando validez al proceso secesionista consumado en Ucrania con el apoyo de Moscú, nos recordaba que "el Derecho Internacional ni reconoce ni prohíbe la secesión y se limita a reconocer las efectividades políticas que se presenten". Según él, los intereses geopolíticos de las grandes potencias son los verdaderos determinantes (como en Kosovo) y sus papeles resultan a menudo intercambiables, en detrimento de la legalidad internacional.
Esas "efectividades políticas" son, en mi opinión, una doble puerta, que puede conducir, por un lado, a acuerdos y soluciones negociadas y, por otro, a la continuación de la política por otros medios, según la fórmula de Clausewitz. Esta última posibilidad parece por el momento descartable. Como se leía en el semanario estadounidense The Nation del pasado 10 de marzo, "El capitalismo impedirá una guerra fría en Ucrania", porque "los hombres europeos de negocios no tienen interés en que se deteriore la situación internacional por culpa de Ucrania". Entre ellos están las industrias de armamento europeas (suecas y francesas, en este caso) que seguirán suministrando a Rusia comme d'habitude.
Es indudable que los actuales acontecimientos en Ucrania aumentarán la brecha entre EE.UU. (con sus satélites europeos) y Rusia. Muchos son los que obtendrán ganancias de la actitud tomada por "la Rusia de Putin": los dirigentes políticos y militares con tendencias belicistas a ambos lados del Atlántico; los partidarios acérrimos de la OTAN; los que propugnan el rearme y la instalación de sistemas antimisiles en Europa del Este; y los que en EE.UU. reprochan a Obama la reducción de los gastos de defensa, entre otros muchos. Esto, sin olvidar el inquietante auge de las ideologías pronazis en Kiev y el probable efecto de contagio a otros países de esta crítica región, propiciados por la actitud adoptada por EE.UU. y la UE ante el conflicto ucraniano. Nos esperan tiempos de zozobra.
República de las ideas, 21 de marzo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/03/21 08:15:57.634500 GMT+1
Etiquetas:
eeuu
rusia
ucrania
ue
putin
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2014/03/14 10:16:57.715716 GMT+1
Aunque entre Georgia y Ucrania se extienden los ásperos relieves del Cáucaso y las aguas del mar Negro, su común estatus geopolítico, fronterizas ambas con la Federación de Rusia y con antecedentes compartidos como miembros de la antigua Unión Soviética, hace que lo que está ocurriendo en la república del Dnieper se observe con atención y recelo en la república caucásica.
Contribuye a la desconfianza georgiana el reciente pasado bélico que en 2008 enfrentó a Tiflis con Moscú, cuando los ejércitos rusos ocuparon Osetia del Sur y Abjasia, convirtiendo en Estados independientes estas dos provincias georgianas cuyos pueblos se habían rebelado contra el Gobierno. En Osetia del Sur había tenido lugar en 2006 un referéndum, no reconocido por el Gobierno georgiano, en el que se votó la independencia del país y su unión con Osetia del Norte, que forma parte de la Federación de Rusia.
Con estos antecedentes, el parlamento georgiano aprobó el pasado 6 de marzo una resolución condenatoria de Rusia en la que, sin embargo, no se exigían las sanciones que algunos parlamentarios habían pedido. En el texto se recordaba que “Georgia ha sufrido ya una agresión militar de la Federación de Rusia, cuyas acciones terminaron con la ocupación de dos regiones de nuestro país y su limpieza étnica. Ucrania padece hoy la misma amenaza”.
La resolución fue aprobada por el partido gobernante (el Sueño Georgiano) aunque la oposición (el Movimiento Unido Nacional, el partido que gobernaba Georgia durante la guerra de 2008) se negó a aceptarla, con el argumento de que no condenaba lo suficiente la intervención de Moscú en Ucrania. Este partido preparó una resolución alternativa en la que se pedía que los países occidentales “impusieran eficaces sanciones económicas, políticas y diplomáticas” para aislar a Rusia hasta que “pusiera fin a la agresión militar y política contra Ucrania”, en una línea muy parecida a lo que Obama había propuesto unos días antes.
Entrando en un terreno más delicado y bastante inapropiado, dada la compleja situación creada, la propuesta de la oposición pedía también que la Unión Europea y la OTAN (una mezcla inoportuna de dos organizaciones no superpuestas) facilitaran la incorporación de Ucrania, Georgia y Moldavia a la Alianza Atlántica, insistiendo en que el Gobierno hiciera los mayores esfuerzos posibles para conseguirlo, con motivo de la próxima cumbre de la OTAN.
El partido gobernante se negó a aludir a cualquier tipo de sanción en la resolución finalmente adoptada, lo que provocó el rechazo de la oposición. La destitución inconstitucional del presidente ucraniano es lo que más dividió a las fuerzas políticas georgianas. El expresidente Saakashvili viajó a Kiev para mostrar su apoyo a los revolucionarios de La Plaza (Maidán), arengándoles en términos arrebatados: “El corazón de Europa ya no está en Bruselas ni en Berlín: está latiendo en Kiev. El destino de Europa se juega ahora en Ucrania”.
El primer ministro georgiano, por su parte, en una entrevista televisada aconsejó a sus conciudadanos que no atendieran las excitadas proclamas del expresidente: “Este fue el hombre que no supo evitar la guerra en 2008. Os aconsejo no escucharle, pues no puedo creer que dé buenos consejos. Fue incapaz de hacer nada bueno para su pueblo”.
El Gobierno georgiano intenta por todos sus medios evitar que el país se vea arrastrado por el huracán que está arrasando Ucrania y que parece intensificarse al paso de los días, sin que se vea un pronto final a este complicado asunto.
El director de la Fundación Georgiana de Estudios Estratégicos e Internacionales opina que “la situación en Ucrania es una clara amenaza para el país, porque si Rusia consigue sus propósitos aumentará la presión sobre Tiflis y hará todo lo posible por obstruir nuestro camino hacia la integración en Europa e incluso convertirnos en parte de la Federación Rusa”. Manifestó su pesar por la escasa reacción que el conflicto ucraniano ha suscitado en la población georgiana, que según él “no comprende que una Ucrania libre y democrática sería un escudo protector para Georgia”.
Muchas incógnitas se plantean estos días sobre el desarrollo de la situación política y militar en Ucrania, y la evolución de los acontecimientos en ese país tendrá sonoros ecos no solo en Georgia sino en muchos otros Estados en los que se escucharán los crujidos del reajuste de vectores en el poder internacional en todo el planeta. No es un fenómeno nuevo: desde los albores del Imperio Romano está suficientemente documentado como para que pueda sorprender a los gobernantes que deberían gestionarlo con habilidad e inteligencia. Seguimos a la espera.
República de las ideas, 14 de marzo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/03/14 10:16:57.715716 GMT+1
Etiquetas:
ucrania
georgia
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
Siguientes entradas
Entradas anteriores