2014/06/20 08:13:24.595164 GMT+2
Cuando en enero de 1991 preparaba uno de mis comentarios para El Independiente, en relación con la guerra de Irak, creí necesario comprobar la veracidad de algunos datos y para ello busqué en la guía telefónica el número de la embajada iraquí y lo marqué. Percibí unos extraños sonidos en la línea pero ésta permaneció muda. Colgué, repetí la llamada y escuché una voz que me invitaba:
- ¿Dígame?
- Por favor, ¿es la embajada de Irak?
La respuesta, pronunciada con un acento local marcadamente castizo, me dejó casi sin habla:
- Está usted hablando, caballero, con el Palacio de Comunicaciones en la madrileñísima [sic] plaza de La Cibeles. ¿Desea usted algo?
- ¡Ay, perdón!
Y colgué inmediatamente.
Sin saberlo ni sospecharlo, mi llamada había sido interceptada por los servicios de seguridad del Estado, en alguno de los sótanos del viejo edificio de Correos y Telégrafos, desde donde al parecer se controlaba lo que entraba y salía por los teléfonos de la embajada de Sadam Husein en Madrid. Dada la situación internacional no me sorprendió que así se procediera (pues de sobra tienen todas las embajadas medios para comunicarse en secreto), pero la inexplicable petulancia y falta de profesionalidad del funcionario que atendió mi llamada me hizo darme de bruces con lo que Edward Snowden denunciaría años después: la intromisión del Estado en las comunicaciones de los ciudadanos.
Desde entonces muchas cosas han cambiado en lo que atañe a las comunicaciones privadas. El ordenador que usaba para escribir mis artículos era un simple procesador de textos con el que imprimía mis colaboraciones y las enviaba al diario desde un fax; las cabinas telefónicas callejeras, voraces devoradoras de calderilla, seguían siendo instrumentos esenciales cuando se estaba fuera de casa; y las populares BBS (Bulletin Board System) eran lo más parecido al actual Internet, con las que podía asomarme al mundo exterior a través de la verdosa pantalla de mi viejo Amstrad.
Edward Snowden reveló al mundo la vulnerabilidad de las comunicaciones privadas, lo que personalmente le supuso un duro sacrificio del que todavía no se ha liberado, pero al hacerlo nos dio a los ciudadanos de todo el mundo la posibilidad de exigir a nuestros gobernantes un mayor respeto por las libertades individuales.
Un año después de la denuncia de la que se hicieron eco un puñado de relevantes diarios en varios países, el principal acusado, la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU.(NSA), sigue desarrollando casi las mismas actividades que en el pasado, aunque bajo la presión popular ha tenido que renunciar a la recopilación masiva de datos telefónicos locales, según informa The Guardian Weekly.
A la denuncia de Snowden se acaba de sumar la del operador británico Vodafone, considerado el segundo del mundo por ingresos y número de clientes, solo superado por su equivalente chino. Ha revelado la existencia de conexiones directas a sus propias instalaciones y a las de otros operadores, que permiten a las agencias gubernamentales escuchar las conversaciones telefónicas de todos sus clientes en varios de los 29 países donde funciona y, en ciertas circunstancias, conocer también la localización de las llamadas. Lo ha publicado en un detallado documento (Law Enforcement Disclosure Report: Informe revelador de las exigencias legales) que puede leerse en Internet.
En varios de los países donde opera Vodafone existe la exigencia legal de que las compañías instalen vías de conexión directa o que autoricen a las agencias gubernamentales a hacerlo por sí mismas. El citado informe no detalla cuáles son esos países, para evitar que ciertos Gobiernos ejerzan represalias deteniendo a sus empleados. Los accesos directos no requieren autorización judicial ni permiten a los operadores saber qué clientes son objeto de investigación; pueden ser objeto de una vigilancia masiva sin que los Gobiernos tengan que justificarlo.
En algunos casos, las agencias estatales pueden incluso interceptar y filtrar los datos, antes de que éstos lleguen a las centrales de los operadores. En éstas, el acceso directo se hace mediante aparatos instalados en un local cerrado, atendidos por su propio personal, bajo estricto control estatal, o por funcionarios del Estado dedicados a esa tarea.
Vodafone solicita la eliminación de tales accesos y exige autorizaciones oficiales escritas: "El hecho de que el Gobierno tenga que darnos un documento en papel es un importante freno" al uso intenso y abusivo de esos sistemas secretos de vigilancia.
Estamos ante el viejo dilema: creernos un poco (solo "un poco") más seguros y perder a cambio importantes parcelas de nuestra privacidad, o luchar por nuestros derechos ciudadanos aún a costa de sospechar que quizá estemos menos protegidos. Elija cada cual lo que prefiera.
República de las ideas, 20 junio 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/06/20 08:13:24.595164 GMT+2
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2014/06/12 19:47:43.641252 GMT+2
El llamado “excepcionalismo americano” (léase: estadounidense) es un habitual término político que forma parte de la mitología fundacional de EE.UU. Sostiene que este país es único y sin par en el mundo, Dios está siempre a su lado y su destino es llevar la democracia y la libertad al resto de la humanidad, por la fuerza si es preciso.
Pero esa peculiaridad de EE.UU. no es la más destacada, aunque tantas guerras haya promovido al paso del tiempo. Es más difícil entender cómo ese país puede mantenerse como referente mundial en destacados aspectos del desarrollo humano, como la ciencia y la tecnología, mientras que muchos de sus ciudadanos permanecen ajenos e ignorantes de lo que hoy son, para la mayoría de los pueblos desarrollados y civilizados, los fundamentos básicos de la ciencia moderna.
Una encuesta Gallup publicada el pasado 2 de junio mostraba que el 42% de los estadounidenses cree que “Dios creó a los seres humanos en su forma actual hace 10.000 años”, opinión que ha permanecido casi invariable durante las tres últimas décadas. Quienes eso piensan viven al margen de los avances que la ciencia ha logrado en los campos de la geología, paleontología, biología, etc., desde que el primer investigador que estudió un fósil se atuvo exclusivamente a su razón y no a lo que los sumos sacerdotes dictaminaran en nombre de algún dios.
Incluso entre los encuestados que admitían estar “muy familiarizados con la teoría de la evolución” (un 42%) solo un 34% opinaba que los seres humanos han evolucionado sin que ningún poder divino haya influido en el proceso; un 33% se adscribía a la hipótesis de los 10.000 años y un 30% apoyaba una evolución gobernada por Dios. Claro está que considerarse “muy familiarizado” con alguna teoría depende del optimismo del encuestado; hay quien piensa que con afirmar que e=mc² conoce ya a fondo las teorías de Einstein sobre la relatividad. Pero las encuestas son así: se apoyan en lo que dicen las personas y éstas no suelen adoptar la precisión propia del científico.
Hace unos tres años, otra encuesta del mismo instituto descubrió que uno de cada tres estadounidenses (un 30%) acepta al pie de la letra lo leído en los textos bíblicos, porque cree que se trata de la palabra de Dios. Un 17% los consideraba una recopilación escrita por hombres, conteniendo fábulas, leyendas, hechos históricos y preceptos morales. Un 49% consideraba que la Biblia está realmente inspirada por Dios pero que no debe tomarse siempre en sentido literal.
Esta última opinión mayoritaria suscitaría un interesante debate para descubrir qué partes de la Biblia puede cada uno aceptar o rechazar: ¿la narración de la creación? ¿las escabrosas historias de algunos de sus personajes? ¿los hechos racionalmente imposibles? ¿la crueldad de algunos comportamientos y la ternura de otros? ¡Difíciles dilemas!
Puede existir quien asuma textualmente la orden divina expuesta en Dt. 13 (7-12), donde un ser supremo sumamente irritado castiga a todo apóstata: “No tengas piedad de él, no lo perdones ni encubras su crimen. Al contrario, lo matarás. Tú mismo iniciarás el castigo contra él y luego te seguirá todo el pueblo. Lo apedrearás hasta matarlo…”. Elegir qué partes de la Biblia son aplicables a la sociedad actual y cuáles no, es un delicado problema de difícil, si no imposible, solución.
El excepcionalismo estadounidense también influye en el nivel de religiosidad que impregna la vida diaria. No hace falta ser una mezcla de sociólogo e historiador para saber que cuanto más pobre es un país más apegado se muestra el pueblo a las ideas religiosas, consuelo para sus desdichas. EE.UU. es una excepción, como revelaba otra encuesta Gallup de 2010: “Unos dos tercios de los estadounidenses afirman que la religión es importante para su vida. Entre los países más desarrollados, solo en Italia, Grecia, Singapur y los Estados petrolíferos del Golfo se hallan índices comparables”.
Aunque en EE.UU. tan peculiar “exceso” de religiosidad llega a ofuscar y entorpecer a parte de su población el acceso a la ciencia moderna, sumiéndola en un pantano de superstición, en otras culturas el plus de religión presenta un cariz mucho más peligroso. Un precepto islámico, no muy distinto del texto bíblico antes citado, ha condenado a muerte por apostasía a una mujer sudanesa que se convirtió al cristianismo; condena que se mantendrá en suspenso hasta que el bebé que ahora amamanta cumpla dos años. Tan cruel modalidad de ajusticiamiento a plazo fijo no parece encajar muy bien con los mandatos de un Dios al que se tiene por “misericordioso y compasivo”. He aquí otra excepcionalidad, esta vez no americana.
Parece oportuno recordar lo que dijo el físico estadounidense Steven Weinberg, premio Nobel en 1979: “Con religión o sin ella, habría buena gente haciendo cosas buenas y gente malvada haciendo cosas malas; pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”. Algunas personas pueden equivocarse al afirmar que no existieron los dinosaurios o que Eva le dio una manzana a Adán, y también pueden errar al condenar a muerte a una apóstata. Pero la experiencia histórica muestra que nadie se confunde de un modo tan absoluto y entusiasta como cuando lo hace impulsado por sus certezas religiosas.
República de las ideas, 12 junio 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/06/12 19:47:43.641252 GMT+2
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2014/06/08 10:06:1.549972 GMT+2
Para entender, siquiera ligeramente, el tortuoso camino que la sociedad egipcia está recorriendo desde que a comienzos de 2011 un movimiento de raíz popular pusiera fin a treinta años de dictadura militar personalizada en Hosni Mubarak, hay que tener presente la moderna trayectoria política de este país.
En 1952 un golpe de Estado militar, encabezado por el coronel Gamal Abdel Nasser, derribó al rey Faruk I, aquel corrompido monarca, probritánico y bon vivant, que auguraba que en pocos años solo reinarían en el mundo los cuatro reyes de la baraja y la reina de Inglaterra. Desde entonces, el ejército egipcio se fue aferrando progresivamente al poder para no soltarlo más. Los presidentes que siguieron a Nasser fueron también militares y nunca olvidaron su condición aunque no ejercieran mando.
Pero en febrero de 2011 el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) permitió que una revuelta de base popular derribara a Mubarak, con lo que aparentemente se devolvía a los egipcios la soberanía de su propio país. ¿Fue un alucinado suicidio militar? ¿Recapacitaron los altos mandos sobre lo que para su pueblo habían significado tantos años de aplastante monopolio de la política por el brazo armado de la nación? ¿Vieron la luz los generales y se convirtieron a la democracia de la noche a la mañana?
Nadie lo cree así. Todo parece indicar que el CSFA, y en especial el general Sisi, tenía indicios razonables de que Mubarak pretendía entregar el poder a su hijo menor, Gamal, invistiéndolo como nuevo presidente de Egipto cuando en mayo de 2011 él cumpliera 83 años de edad. Sisi y algunos de sus compañeros de armas vieron en esa irregular transmisión del poder un grave riesgo para el papel hegemónico que el CSFA jugaba en la economía del país, puesto que Mubarak había tomado ya algunas decisiones en favor de las empresas dirigidas por su hijo, también un próspero y corrompido hombre de negocios.
En todo caso, y como ha publicado recientemente International New York Times, Sisi organizó su plan. Hizo ver a los generales que el nombramiento del hijo de Mubarak, por su impopularidad, suscitaría revueltas callejeras que obligarían a intervenir al ejército, a lo que la mayoría de los mandos militares se oponía. Pero lo que estaba previsto para mayo de 2011 se anticipó bruscamente a causa de la revolución tunecina, que en enero del mismo año derrocó al dictador Ben Alí. Así que la revuelta callejera egipcia terminó con Mubarak sin que el ejército moviera un dedo en su defensa.
No por ello el CSFA soltó las riendas que tantos años venía manejando con firmeza. El complejo militar-industrial egipcio es la principal corporación del país. Aunque sus datos económicos son un secreto, algunos piensan que su participación en el producto interior bruto podría alcanzar hasta un 40%. Lo que sí está comprobado es que los directores de 55 de las más importantes compañías, que contribuyen al PIB con un tercio del total, son generales retirados. Como también lo son 19 gobernadores territoriales de los 27 existentes.
No pasó mucho tiempo para que, con el pleno respaldo de su intocable poder económico, el CSFA fomentara y apoyara una revuelta popular contra el presidente Morsi, democráticamente elegido por vez primera en la historia de Egipto, quien en julio de 2013 fue depuesto y encarcelado. Este golpe de Estado se produjo en un momento en que, según la organización Pew Research Center, el 63% de los egipcios veían favorablemente a la Hermandad Musulmana y un 53% apoyaban al presidente, que un año antes había alcanzado el 52% de los votos.
La deriva de la sociedad egipcia ha ido quedando clara sin más que observar el desarrollo de los acontecimientos desde que el poder militar se ha hecho de nuevo con el control del país: un retorno al "mubarakismo", pero sin Mubarak. La glorificación del mariscal Sisi (fue ascendido en enero de este año por el presidente interino) ha superado a la de sus predecesores dictatoriales: retratos, semblanzas, panegíricos de todo tipo, recuerdan a los españoles los primeros años de mitificación oficial de aquel caudillo que fue la "espada más limpia de Occidente" tras haber dirigido una "cruzada" victoriosa que exterminó a la "antiEspaña" y "salvó a la patria de las garras de la masonería y el comunismo".
Aunque para ser candidato a la presidencia hubo de renunciar a su condición militar, el nuevo faraón pisa con la misma seguridad que sus antecesores en el Egipto moderno. Como publicó International New York Times hace unos días, Sisi no se anda con circunloquios respecto a la política a aplicar: "No voy a dejar que el pueblo actúe por su cuenta", anunció en su primera intervención televisada: "Mi programa será obligatorio". Considerándose como una superior figura paternal, se siente responsable de dirigir y corregir a su pueblo, con mano firme si hace falta: "¿Queréis ser una nación de primera clase? ¿Aceptaréis que yo os haga caminar sobre vuestros pies? ¿Que os haga levantaros a las 5 de la mañana todos los días?". En fin, dictadura militar a estilo primorriverista, aunque algo más cruel que la que encabezó el general jerezano. ¿Alguien piensa que la Historia no se repite? En lo que respecta a las dictaduras militares parece como si de un mismo original se siguieran haciendo innumerables copias.
Publicado en CEIPAZ el 8 de junio de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/06/08 10:06:1.549972 GMT+2
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2014/06/06 08:05:55.483272 GMT+2
No son pocos los ciudadanos judíos de Israel que creen firmemente que las transformaciones producidas en la Cisjordania ocupada, como consecuencia de la continua creación de nuevas colonias, son algo normal y rutinario que en nada entorpece el proceso de paz nominalmente en marcha desde que hace dos decenios se firmaron los acuerdos de Oslo.
Sin embargo, esos mismos ciudadanos consideran con igual firmeza que los contactos que la Autoridad Palestina pretende establecer con diversas agencias de Naciones Unidas son un acto de mala fe y de patente falta de voluntad para aceptar una futura paz. A esto suman la sospecha de que, si una mayoría de los Estados integrados en la ONU se sigue oponiendo a la construcción de nuevas colonias y apoya el derecho palestino a abrirse camino en las organizaciones internacionales con vistas a su futura independencia, todo ello obedece básicamente al antisemitismo dominante en Occidente.
Pero desde que se firmaron los citados acuerdos, y durante lo que se sigue considerando el período intermedio que debería preceder a la solución definitiva del problema, la población judía en Cisjordania ha crecido más de tres veces, esto sin tener en cuenta a Jerusalén Oriental. Crecimiento que se compagina muy mal con la supuesta voluntad del Gobierno israelí de alcanzar una viable solución biestatal y que se suma al hecho de que solo en 2013 el ritmo de crecimiento de las colonias ha superado el 150%. ¿Sobre qué mosaico deslavazado e inconexo de piezas territoriales puede construirse un Estado soberano?
Los que intentan engañarse sobre esta evidente realidad, suelen aducir que las colonias no constituyen en sí mismas un obstáculo para la paz, y ponen como ejemplo la retirada de los asentamientos ilegales judíos en Gaza en 2005 y anteriormente en el Sinaí egipcio, tras el tratado de paz de 1979.
Pero, como recientemente ha escrito Chemi Shalev en el diario israelí Haaretz, este argumento apenas se sostiene. Se evacuaron 7000 colonos del Sinaí septentrional y unos 9000 de Gaza, en comparación con los 140.000 que están viviendo en las afueras de Jerusalén Oriental en los bloques de colonias que Israel considera ya propios. Pero esto no es todo: la mayoría de los que residían en el Sinaí y Gaza carecían de las fuertes vinculaciones ideológicas y religiosas que distinguen a los actuales colonos, ya que esas regiones nunca fueron parte de la tierra bíblica que Jehová entregó a su pueblo favorito. Y por último, no conviene olvidar que aquellos colonos evacuados en los ejemplos antes citados carecían del sólido apoyo que tienen los actuales colonos, tanto entre las fuerzas armadas y el Gobierno como también en la mayoría de la opinión pública.
Así pues, la opinión dominante en Israel no solo no percibe el insuperable obstáculo que la incesante expansión de las colonias ilegales supone para un futuro acuerdo de paz, sino que rechaza incluso la idea de que la situación actual, al dificultar seriamente una fórmula biestatal que resuelva este problema, conducirá ineludiblemente a una "realidad binacional" y a una "tragedia judía de alcance histórico", como ha declarado el enviado especial del Secretario de Estado John Kerry la pasada semana.
Es el mismo Kerry cuyo anterior desliz, ya comentado en estas paginas, al suponer que un estado judío que englobase al pueblo palestino sería pronto un "Estado de apartheid", suscitó la indignación y provocó un revuelo entre los dirigentes israelíes. Pero la realidad es difícil de ocultar: el director del diario religioso y conservador Makor Rishon (por cierto, propiedad del magnate Adelson, el de la frustrada operación Eurovegas) ha escrito que si Israel se convirtiese en un Estado de apartheid "dejaríamos de existir y todas las elucubraciones rabínicas de poco nos servirían. John Kerry dijo que temía que ocurriera esto, nos sentimos ofendidos y él tuvo que disculparse. Pero Kerry tenía razón".
Shalev opina que "los palestinos también han hecho lo suyo para sabotear las conversaciones de paz, pero esto solo refuerza la idea de que los pesimistas de ambas partes han arrastrado la solución biestatal al borde de la desaparición". Esto le permite citar atinadamente a Orwell: "Todo nacionalista es capaz de los más flagrantes engaños, a la vez que se siente sólidamente en posesión de la verdad, porque es consciente de que está al servicio de algo que le es muy superior".
Y como las luchas entre nacionalismos no son una exclusiva de las bíblicas tierras palestinas, a pesar de que es allí donde están causando graves padecimientos a un pueblo, podríamos bien aprovechar la cita orwelliana para aplicarla a las pugnas entre los nacionalismos (español, catalán, etc.) que también forcejean en el viejo ruedo ibérico.
Escrito por: alberto_piris.2014/06/06 08:05:55.483272 GMT+2
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2014/05/30 09:44:45.829421 GMT+2
El anónimo historiador de cabecera de Senaquerib, rey de Asiria y de Babilonia en el siglo VII a.C., describía lo sucedido en un enfrentamiento entre los feroces guerreros asirios que su señor capitaneaba y las tropas del rey de Elam, en el que los carros de batalla de ambos ejércitos chocaron con inaudita violencia: "A los jefes de los caldeos [aliados de los elamitas], el pánico que les produjo mi ataque se apoderó de ellos como un demonio. Abandonaron sus tiendas para salvar la vida, aplastando [con sus carros] los cadáveres de sus soldados. Aterrorizados, dejaron escapar ardiente orina y vaciaron en los carros sus excrementos".
Muchos siglos después, en un cuestionario realizado durante la 1ª Guerra Mundial para conocer mejor los efectos del miedo sobre los combatientes, se reveló que más de un 25% de ellos había vomitado y una proporción algo menor había perdido el control total de sus esfínteres en situaciones de peligro. Algunos años después, durante la invasión de Normandía, unos soldados americanos destacados en vanguardia hallaron a un sargento paracaidista colgando de un árbol en el que se había enganchado su paracaídas. Tenía una pierna fracturada y el color de sus pantalones revelaba una situación similar a la de los jefes caldeos. Se sentía tan avergonzado que suplicó a los soldados que no se le acercasen, a pesar de la urgente necesidad que tenía de ser descolgado y atendido. Éstos le lavaron con cuidado y le cambiaron la ropa para que pudiera ser evacuado al puesto de socorro sin sentirse humillado.
Como escribió el historiador californiano Paul Fussell "la verdadera guerra nunca sale en los libros". Ese es el tipo de guerra que, ahora hace unos cien años, puso en circulación una expresión inglesa (shell shock, traducible como "choque causado por las explosiones") que realzaba el contraste entre el sentimiento heroico inculcado en la formación del soldado y la instintiva reacción orgánica de su cuerpo ante el miedo. Así lo expresaba el Manual del Oficial de EE.UU.: "El valor físico es poco más que la capacidad de controlar el miedo físico que todo hombre normal siente; la cobardía no consiste en tener miedo sino en dejarse arrastrar por él". Y añadía: "¿Que es lo que impide al soldado ceder ante el miedo? Muy sencillo: su deseo de conservar la estima de sus amigos y compañeros... El orgullo vence al miedo".
El siempre refrenado y a veces desmedido esfuerzo mental que todo combatiente desarrolla durante los enfrentamientos bélicos reaparece en ocasiones en lo que los psicólogos han dado en llamar "estrés postraumático". Es un problema que hoy afecta a un número creciente de antiguos soldados en las últimas guerras y que preocupa sobre todo en los países que, como EE.UU. y, en menor amplitud, el Reino Unido, han desplegado tropas en varios conflictos internacionales. En este último país crece ahora la preocupación por el aumento de las enfermedades mentales que aquejan a los veteranos de las guerras de Irak y Afganistán.
John Ellis escribió en The Sharp End: "En la guerra, las bajas psiquiátricas son tan inevitables como las causadas por las balas o la metralla". Por su parte, el general Richard Dannatt, que fue jefe del Estado Mayor General británico, declaró: "No hay duda de que el combate, sea en Irlanda del Norte, en las islas Falkland [Malvinas], en la guerra del Golfo, en Bosnia y en cualquier otro sitio producirá siempre bajas psiquiátricas. Nuestras operaciones en Irak y Afganistán han aumentado mucho su número". También reconoció que en la cultura moderna, en la que cada uno tiende a "salir adelante por sí mismo", es fácil que los excombatientes se conviertan en asesinos o suicidas.
La organización británica Combat Stress (CS) alerta sobre un aumento del 57% de los veteranos de Afganistán que solicitan tratamiento. Y aunque en Irak las operaciones concluyeron hace ya cinco años, han aumentado también en un 20% los que piden ayuda. El comodoro Cameron, director de CS, afirma que son muchos los antiguos combatientes que reviven el horror que experimentaron durante su estancia en la línea de combate: "Día tras día, luchan contra unas ocultas heridas psicológicas que a menudo llevan a la destrucción de sus familias".
Combat Stress cumple ahora su 95º aniversario y ha atendido a los veteranos de todas las guerras desde la 2ª G.M. Considera que suelen transcurrir 13 años de promedio desde que se licencian hasta que buscan auxilio psicológico; en su mayoría pertenecen al Ejército de Tierra. Las organizaciones británicas de apoyo a los excombatientes se preparan para afrontar una futura oleada de nuevos pacientes, aquejados de depresiones o estrés, ahora que la guerra de Afganistán llega a su fin.
Pero hay que preguntarse: ¿cuando llega realmente a su fin una guerra? Nunca cuando acaban las hostilidades o se firma la paz o se concierta el repliegue de las tropas. La guerra continúa viva en el plano mental de muchos antiguos soldados y sigue produciendo bajas entre los que intervinieron en ella y en muchas otras personas relacionadas con ellos. Esto deberían tenerlo presente los diplomáticos y políticos que, a lo largo de la Historia, se han atribuido la gloria de haber puesto fin a algún conflicto que, sin embargo, habrá seguido produciendo víctimas durante muchos años. La guerra siempre ha sido así y no conviene ignorarlo.
República de las ideas, 30 de mayo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/05/30 09:44:45.829421 GMT+2
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2014/05/26 11:59:23.536708 GMT+2
"El feminismo es un esfuerzo para cambiar algo muy antiguo, extendido y profundamente arraigado en muchas culturas, quizá en la mayoría, en innumerables instituciones y en la mayor parte de los hogares del planeta: y en nuestras mentes, donde todo comienza y concluye". No es una descripción nueva ni original del fenómeno social que llamamos feminismo, pero sirve de base para un nuevo libro que trata este asunto en profundidad y con claridad.
La cita anterior pertenece a Rebecca Solnit, una polifacética periodista, escritora, activista y pensadora radicada en San Francisco de California, que acaba de publicar en EE.UU. Men Explain Things to Me (Los hombres me explican cosas).
La autora muestra cómo el avance del feminismo es ya imparable; podrá sufrir retrocesos, obstáculos y oposiciones pero, al igual que el genio de la fábula que escapó de la botella nunca regresó a ella, ya no hay regresión posible en el feminismo. Se pueden abolir o mermar los derechos reproductivos de la mujer consagrados en la legislación de varios países que han legalizado el aborto, pero ya nunca se podrá abolir la idea de que las mujeres poseen ciertos derechos inalienables. Escribe Solnit: "Lo que nunca volverá a encerrarse en la botella son las ideas". Y las ideas son las que sustentan las revoluciones. Será ya imposible convencer a la mayoría de las mujeres de que no tienen el derecho a controlar su propio cuerpo.
El poder político no siempre se mueve en la dirección que los gobernados desean. Pero en el plano social, la imaginación también ejerce cierto poder. Un claro ejemplo es el cambio que han experimentado los homosexuales, lesbianas y transexuales, cuando no hace más de medio siglo todo comportamiento que no fuese genuinamente heterosexual era considerado delictivo o mentalmente patológico y castigado con severidad. Contra esto no existía protección alguna, sino todo lo contrario: las leyes exigían la persecución y la exclusión. Todavía lo exigen en bastantes países, pero su número se reduce progresivamente.
Se suelen atribuir los cambios de este tipo a los movimientos sociales o a las reformas aplicadas en los textos legislativos. Pero, según Solnit, el factor más decisivo ha sido el cambio en la imaginación, que ha ido venciendo a la ignorancia, al miedo y a ese odio peculiar que se llama homofobia.
Al escribir este libro, la autora no sabía todavía que un transexual ganaría el festival de Eurovisión sin que se estremeciesen los cimientos morales de Europa: solo hace medio siglo, hubiera sido inimaginable. Por otro lado, ella afirma que aquellos que se sienten amenazados por el matrimonio homosexual son los mismos que no aceptan la igualdad en el matrimonio heterosexual: "El feminismo ha contribuido a romper el sistema jerárquico del matrimonio y lo ha reinventado como una relación entre iguales".
La mujer sigue sometida a un dilema: elegir entre ser castigada por no ser sumisa o sufrir el castigo continuo de la sumisión. Aunque las ideas no vuelvan ya a la botella, las mujeres sufren presiones para hacerlas regresar a su sitio, ese lugar de silencio y debilidad donde las ha mantenido la misoginia tanto tiempo dominante. Recordemos que San Pablo prohibió que "la mujer enseñe ni domine al marido"; en otro momento puntualizó: "Las mujeres deben guardar silencio en las reuniones de la Iglesia, porque no les está permitido hablar", y benévolamente les sugirió: "Si quieren saber algo, pregúntenlo en casa a sus esposos". Misoginia como la que sufrieron las españolas educadas por la Sección Femenina del franquismo: "A través de toda la vida, la misión de la mujer es servir", se leía en un manual de enseñanza.
Otro punto interesante de este libro es la idea de que, en el futuro, algo que ya no se llamará feminismo necesitará investigar a fondo sobre los hombres. Muchos hombres están implicados en el feminismo como proyecto para cambiar el mundo, por lo que hay que averiguar cómo repercute en su mentalidad. Habría que estudiar a los hombres que generan la violencia dominante, las amenazas, los odios; las actividades de esas intimidantes unidades especiales de la policía y la cultura que las anima. O a los que culpan a las mujeres de ser violadas o sexualmente asaltadas debido a cómo se visten o cómo se comportan, como ha expresado en público un alto responsable de la policía canadiense, repitiendo lo ya predicado por bastantes jerarquías religiosas no solo islámicas sino también católicas.
Los hombres explican cosas a las mujeres, como anuncia el título del libro comentado y en la línea marcada hace siglos por San Pablo en su epístola a los corintios (¡pobres corintios y pobres futuros seguidores del exaltado apóstol!), cuando pedía a las mujeres que preguntasen a sus maridos al volver a casa. Y éstos pueden explicarles a ellas cosas tan trascendentales como el hecho de que a algunos no les es fácil debatir en público con mujeres, porque si muestran patentemente su superioridad -intelectual, por supuesto- se les puede achacar que las acorralan y ser tildados de machistas. ¡Crítica situación para un político! Rebecca Solnit no ha podido añadir a su libro una muestra tan patente del camino que aún le queda por recorrer al feminismo, cosa que hago aquí a modo de coda.
Publicado en CEIPAZ el 26 de mayo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/05/26 11:59:23.536708 GMT+2
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2014/05/23 08:09:11.148135 GMT+2
Un mapa de los gaseoductos y oleoductos que cubren el planeta es, en cierto modo, el equivalente al croquis del aparato circulatorio humano que muestran esas láminas que suelen adornar las paredes de los consultorios médicos. Cierto es que la equivalencia no es perfecta, ya que parte de los hidrocarburos se transporta por mar. Pero el despliegue geográfico de las tuberías fijas, en ocasiones enterradas y protegidas, es lo que mejor indica dónde se obtiene y dónde se consume la energía que mueve a los países industrializados. Un 70% de esas venas metálicas de la anatomía mundial conduce gas natural, un 20% crudos petrolíferos y el 10% restante se dedica a productos terminados, como los diversos tipos de carburantes.
La visita de Putin a China traerá consigo novedades en la parte euroasiática de esta red, que ahora abarca desde los Urales y el Volga hasta Polonia, Alemania y otros países centroeuropeos. La compañía estatal rusa Gazprom es la que controla la red y va a incrementar sus inversiones en Siberia, como resultado del acuerdo firmado con China.
Un 76% del gas natural ruso y un 84% de los productos petrolíferos se exportan a Europa a través de la red antes citada, pero algunos directivos de la compañía habían manifestado su desconfianza sobre la continuidad y el rendimiento del mercado europeo, por lo que Rusia vuelve sus ojos hacia otras economías en crecimiento, sedientas de energía, como son China, Japón, Corea del Sur, sin olvidar a los países del Sureste Asiático.
El valor geopolítico que para Rusia tienen sus territorios al este de los Urales (las regiones y repúblicas incluidas en lo que habitualmente se conoce como Siberia) aumenta excepcionalmente en estas circunstancias, porque le proporcionan una amplia ventana a Asia y al Océano Pacífico. El eterno e histórico dilema de los gobernantes rusos entre asomarse al oeste europeo o al este asiático (o a ambos a la vez, como ahora ocurre) revaloriza de nuevo las lejanas tierras que recorre el mítico Transiberiano.
Gazprom proyecta suministrar a partir de 2018 a su equivalente chino (la Corporación Nacional China del Petróleo) una cantidad de gas natural licuado equivalente a una cuarta parte de todo lo que exporta a Europa, con un compromiso de 30 años. Una de las razones que explican por qué ningún país asiático importante ha apoyado las sanciones contra Rusia promovidas por EE.UU. y la UE a consecuencia del conflicto ucraniano es precisamente la perspectiva de esas nuevas venas que alimentarán a varios países de la orilla occidental del Pacífico.
El terreno que pisa Putin con su visita a China está lleno de trampas y con seguridad él es consciente del hecho. Por un lado, estrecha lazos comerciales con China, en beneficio mutuo, ahora que Occidente insiste en sanciones económicas. Pero, por otra parte, China es precisamente el país emergente con más probabilidades de convertirse en un serio rival de Rusia en Asia Central y el Pacífico Occidental; precisamente en este confín oceánico es donde EE.UU. refuerza también su presencia política y militar y donde los diversos conflictos sobre soberanía y aguas territoriales, que implican a casi todos los futuros clientes de la energía rusa, no solo no están en vías de solución sino que amenazan con agravarse.
Los ojos de Putin quizá miren también más lejos, no solo en el tiempo, sino en la distancia. Los proyectos de Rusia también contemplan Vietnam, donde prevé colaborar en las prospecciones petrolíferas en el Mar de la China Meridional, en aguas discutidas por China. Esto convertiría a Vietnam en un puente hacia otros países del Sureste de Asia. Todo esto sin olvidar al gigante indio, antiguo aliado de la URSS y posible futuro cliente del gas licuado ruso.
Sería un cataclismo para Washington la posibilidad de que Rusia y China cerrasen en el futuro sus tratos prescindiendo de los "petrodólares" y ajustándolos en yuanes o rublos. Algunos analistas anticipan la emisión por Gazprom de obligaciones en yuanes, como otras que ya se cotizan en las bolsas de Londres, Hong Kong, Singapur y, más recientemente, en Frankfurt. La rivalidad energética se trasladaría al campo monetario internacional, con imprevisibles consecuencias de orden financiero.
La pugna energética sigue, no obstante, en el continente europeo. En Bruselas se discute la aprobación del gaseoducto South Stream, cuya construcción debería empezar en junio próximo y que, atravesando el Mar Negro (para soslayar Ucrania), alimentaría a Bulgaria, Hungría, varias de las antiguas repúblicas yugoeslavas, Grecia, Italia y Austria. Aquí juegan de nuevo las enfrentadas políticas de los miembros de la UE, que, como casi siempre, anteponen sus propios intereses a los de la comunidad.
Así pues, lejos del mundo de las armas, misiles, drones o portaaviones, se está dirimiendo una contienda silenciosa en los teatros de operaciones de la energía de origen fósil y de las convenciones monetarias, cuyo resultado será el producto de una compleja lucha por el poder a nivel mundial. Como siempre ha ocurrido a lo largo de la Historia.
República de las ideas, 23 de mayo de 2013
Escrito por: alberto_piris.2014/05/23 08:09:11.148135 GMT+2
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2014/05/16 08:16:31.770509 GMT+2
Varios desahuciados se suicidaron en España porque al firmar su hipoteca no advirtieron que entregaban parte de su vida al servicio de la codicia bancaria; la misma codicia que estafó a los que suscribieron las participaciones preferentes. Seguimos sufriendo los españoles un continuo diluvio de nuevos casos de corrupción, a los que ahora se une el descubrimiento en Suiza de unas cuentas corrientes de sospechoso origen político. Presenciamos casi a diario actuaciones judiciales aparentemente disparatadas, aunque algún libro, como "La justicia desahuciada" del juez Silva, ayude a iluminar lo impenetrable. Acaba de iniciarse una campaña electoral donde el ataque personal a los adversarios predomina sobre el esfuerzo con que se debería explicar a los votantes la visión de cada partido sobre la Unión Europea y sobre el papel de España en ella. Día tras día la crisis nos golpea: ayer se suprimieron unos servicios sanitarios, hoy cierra aquella tienda de toda la vida y mañana perderá su trabajo un familiar o un amigo...
No alargaré este párrafo inicial, pero es necesario también recordar que, según un reciente informe, cuatro millones de desempleados españoles nada perciben ya de nuestro hipotético Estado de bienestar, eso que al comienzo de la Constitución se describe como "Estado social".
En tales circunstancias no deja de sorprender la noticia de que en el madrileño hotel Palace la Universidad de Georgetown, de viejas raíces jesuitas, ha inaugurado un foro denominado "Momento España". En el acto fundacional apenas se aludió a los preocupantes aspectos antes citados, quizá porque una de las finalidades del foro es "mejorar la imagen de la estructura empresarial española y destacar los buenos indicadores que se observan en la recuperación económica de España". Parecería como si el "momento de España" no tuviese mucho que ver con los momentos por los que están pasando hoy gran número de españoles. Además, con el citado foro se pretende, según se afirmó públicamente, "estar más satisfechos con nuestros logros, sin rebajar la exigencia y ambición, pero con realismo, con lealtad y generosidad. Queriéndonos más, al fin y al cabo". Benévolos deseos no muy alejados de los evanescentes objetivos de esa inefable "marca España" que pocos entienden a qué se pueda referir, fuera del fútbol o los deportes.
Cabría sugerir a la prestigiosa universidad que, ya que radica en Washington, en vez de venir a exponer en Madrid unos compasivos ensueños que solo oirán con atención los privilegiados españoles que en ella pueden estudiar, echase un vistazo a su alrededor sobre los múltiples conflictos que aquejan a Estados Unidos y que a no tardar mucho podrán llegar a nuestras tierras, en virtud del inevitable efecto de contagio que tan bien conocemos.
Por poner un solo ejemplo: nada he hallado (quizá por no haberlo buscado bien) en la página web del acreditado centro docente -tan dedicado a la investigación- sobre los perniciosos efectos que el uso militar de los drones está produciendo en la sociedad de EE.UU. Bastantes soldados que han practicado la aniquilación instantánea de ciudadanos yemeníes, pakistaníes o afganos, contemplando en una pantalla los devastadores efectos de los misiles Hellfire fulminados desde el cielo, acuden a los centros psiquiátricos en busca de ayuda para sus recurrentes pesadillas.
Tres operadores (el que observa, el que pilota y el que decide) forman el equipo que maneja un drone. Un operador de sensores recordaba en una revista estadounidense lo que vivió durante una misión: "Vi [en la pantalla] una figura a la vuelta de la esquina. Me pareció un niño que corría. Entonces se produjo un enorme resplandor y allí ya no quedaba nadie. Pregunté al piloto: '¿No te pareció que era un niño?'. Respondió el analista de inteligencia: 'Para nuestro informe oficial: se trataba de un perro'". Muchos son los que, como consecuencia de experiencias similares, son diagnosticados de estrés postraumático, sin siquiera haber salido de EE.UU. ni haber padecido el estruendo de las explosiones en el campo de batalla.
El mismo veterano declaró: "Esto no es un juego de video; esto es la guerra, y la guerra es matar". Añadió: "Pocos soldados habrán aniquilado de golpe a un grupo de personas. Y serán muchos menos los que hayan visto cómo se recogían los cadáveres, cómo se iniciaba el funeral y después hayan vaporizado también a los que asistían a él". Así es la guerra de los drones. Un piloto de la Fuerza Aérea la comparaba con su actividad usual: "Ellos [los que manejan drones] están siempre observando el terreno, ven las carnicerías, los cadáveres... Nosotros, en cambio, nos largamos en cuanto cumplimos la misión".
Los drones podrán ayudar a fumigar cultivos, vigilar incendios forestales o repartir a domicilio los libros de Amazon. Como muchos inventos de origen bélico, pueden usarse en beneficio de la humanidad. El magnetrón que activa nuestros hornos de microondas se creó durante la 2ª Guerra Mundial para que los radares pudieran detectar los aviones enemigos. ¿No tendrían que reflexionar algo al respecto las universidades? Desde Georgetown también se podría alertar sobre el modo en que la guerra de los drones, tan afín a Obama, deje de matar seres inocentes, generando más odio y alistando nuevas promociones de vengativos terroristas. De esto podría discutirse en algún foro sobre el "momento de EE.UU." y compararlo con el momento español. Ejercicio intelectual bien propio de cualquier universidad.
República de las ideas, 16 de mayo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/05/16 08:16:31.770509 GMT+2
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2014/05/09 09:01:26.878199 GMT+2
Sigue sangrando copiosamente la herida que la humanidad se infligió a sí misma cuando la creación del Estado de Israel en territorios palestinos forzó el desarraigo de unos pueblos violentamente reemplazados por otros. La misma plaga se había abatido sobre Europa al concluir la 2ª Guerra Mundial y afectó a unos 30 millones de europeos (más de la mitad, alemanes); pero en este caso las heridas se cerraron en breve plazo y los odios ancestrales fueron ahogados por un esfuerzo común de integración y por la instauración de una entidad supranacional uno de cuyos fines era evitar la repetición de nuevas guerras.
La reconciliación de los dos sectores entre los que estaban divididas las lealtades del pueblo palestino, anunciada recientemente por Fatah y Hamás, ha provocado la inmediata reacción del Gobierno israelí, abandonando unas conversaciones de paz ya muy demoradas en el tiempo y que parecían no conducir a ningún fin. Pero la verdadera causa de la interrupción, que Netanyahu ha atribuido a la naturaleza terrorista de Hamás, no es otra que la continua expansión de los asentamientos israelíes en territorio palestino y la persistencia de la ocupación militar, ambas apoyadas por Estados Unidos.
Desde los acuerdos de Oslo, según informa la organización estadounidense Jewish Voice for Peace, se ha duplicado el número de colonos judíos en tierras palestinas hasta más de 600.000 pobladores. Las promesas de Netanyahu en su campaña de reelección incluían "un millón de judíos viviendo en Judea y Samaria". Como escribe Cecilie Surasky, vicedirectora de la citada organización, "en vez de culpabilizar a Israel por la violación de los acuerdos, EE.UU. ha seguido recompensando a su Gobierno y apoyando la ocupación con una ayuda militar anual de 3.200 millones de dólares".
Netanyahu ha acusado a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de haber "elegido a Hamás en vez de la paz" al buscar la reconciliación con la organización que gobierna Gaza. Sin embargo, si el Gobierno de Israel realmente creyese en la vía diplomática debería satisfacerle la nueva situación que pone en la misma mesa de negociaciones a todas las partes implicadas en el conflicto. De hecho, el presidente israelí sabe bien que en el pasado existieron ya negociaciones entre Israel y Hamás.
Tanto EE.UU. como Israel han favorecido la división política entre Cisjordania y Gaza, porque debilitaba a Mahmud Abás al mermar su capacidad de negociar en nombre de todo el pueblo palestino. Esta hipocresía se pone más en evidencia cuando se recuerdan las lamentaciones de Netanyahu por no poder negociar eficazmente con los palestinos, porque estaban divididos entre ellos mismos.
Tres fueron las condiciones exigidas por EE.UU. e Israel para iniciar las conversaciones de paz: rechazo de la violencia, reconocimiento del Estado de Israel y respeto a los acuerdos anteriores. La ANP las había aceptado, pero es el Likud, el partido de Netanyahu, el que rechaza la creación de un estado palestino. Tanto Hamás como Likud han adoptado unas posiciones que no facilitan el acuerdo -y ambos han propiciado la violencia contra la población civil-, pero cualquier negociación que prescinda de ellos está abocada al fracaso.
En la práctica es como si EE.UU. actuase como representante de Israel en las conversaciones de paz. Los continuos retrasos de los que se lamenta el Secretario de Estado John Kerry han beneficiado a Israel, que sigue construyendo nuevos asentamientos. Además, la ANP es consciente de que si reconoce la "naturaleza judía" del Estado de Israel, el 25% de los ciudadanos israelíes, que no son judíos -en su mayoría, palestinos-, quedarán relegados a una condición inferior e incluso se les negará el derecho a ser reconocidos como refugiados palestinos.
Todo esto tiene lugar en un territorio ya desmenuzado y fragmentado bajo la mirada tolerante de Washington. Cualquier solución biestatal se establecerá sobre una base harto desequilibrada, porque la política israelí ha creado ya de hecho un solo Estado que incorpora a Israel, Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental, en el que los derechos civiles son distintos para judíos y no judíos.
No es, pues, de extrañar el reciente desliz de John Kerry en una grabación filtrada, en la que advertía que Israel podría convertirse en un "Estado de apartheid" si no aceptaba la solución biestatal. Aunque esto fue rápidamente desmentido, poco añade a lo que muchos políticos israelíes han admitido ya. Será imposible cualquier negociación de paz que no parta de la base del enorme desequilibrio entre ocupantes y ocupados. Solo cuando israelíes y palestinos se sienten frente a frente, sin que EE.UU. actúe como mentor de Israel, podrá abrirse el camino hacia una solución viable.
Por eso, hay que reconocer que la campaña BDS (Boicot, desinversiones y sanciones) contra las empresas que se benefician de la ocupación, y otras actividades no violentas que castiguen las violaciones israelíes de los derechos humanos y de los principios democráticos, podrán atenuar ese desequilibrio que imposibilita el diálogo, para avanzar hacia una solución viable.
República de las ideas, 9 de mayo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/05/09 09:01:26.878199 GMT+2
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2014/05/08 10:09:28.005904 GMT+2
Entre los manifestantes prorrusos del Donbas, que reclamaban su derecho a hacer lo mismo que los que se habían sublevado, algunas semanas antes, en el Maidan de Kiev ("si allí se apoderaron de edificios gubernamentales y acabaron expulsando al presidente legítimamente elegido ¿por qué no podemos hacer lo mismo en Donetsk?"), hubo uno que respondió así a un periodista europeo: "Para nosotros es imposible ser a la vez amigos de Europa y de Rusia: son como el perro y el gato". Y añadió: "Si Rusia estuviera aquí, volvería el orden y se lucharía contra la corrupción".
Aparte de esa repetición de eslóganes sembrados por la propaganda de los bandos enfrentados, existe un hondo sentimiento en gran parte de la población del este ucraniano -donde se ha proclamado la República de Donetsk- de que los animosos trabajadores industriales del Donbas subvencionan con su esfuerzo a los perezosos ucranianos del noroeste agrícola, lo que provoca rencor. Es algo parecido a lo que en ocasiones ocurre en la Unión Europea entre los pueblos nórdicos y los mediterráneos.
La actual efervescencia en las regiones rusoparlantes de Ucrania fue propiciada por la brusca desaparición del Gobierno de Yanukovich, aparte de las ingerencias foráneas, orientales y occidentales, en la política ucraniana. La autoridad provisional que surgió en Kiev tras la violencia que se apoderó del Maidán simplemente no alcanzó al este ucraniano, donde se esfumó la presencia del Estado. Para rellenar el vacío producido, el primer aspirante ha sido el poder de los oligarcas locales, ya bien asentados en la zona desde que se desintegró la URSS. ¿Han sido éstos manipulados desde Moscú, que es claramente el segundo aspirante? De momento no hay pruebas de que así sea, pero es patente que los intereses de ambas partes son coincidentes.
Nada indica que lo ocurrido en Crimea pudiera repetirse en el Donbas, donde las circunstancias son distintas desde muchos puntos de vista, incluyendo los antecedentes históricos que hacían prácticamente inevitable la reintegración de la península a Rusia. Todo parece apuntar a que, lejos de reproducir el presunto expansionismo del pasado (aquellas divisiones acorazadas soviéticas que de improviso cruzarían el Rin hacia París y Madrid, contra los que se creó la Alianza Atlántica), la actual política de Moscú se inclina por una federalización de Ucrania que se adapte a las peculiaridades, étnicas, lingüísticas y culturales del país.
Esto daría nacimiento, con toda probabilidad, a una República del Donetsk, controlada por los actuales oligarcas de la región y sobre la que Rusia ejercería una influencia dominante, al menos para satisfacer sus propios intereses de seguridad. Estos intereses son el motivo dominante de la política rusa a lo largo de toda su historia. La mentalidad estratégica estadounidense, desarrollada en un país donde jamás ha puesto pie un soldado enemigo, es incapaz de entender la tradicional preocupación rusa por su seguridad periférica, avalada por las numerosas invasiones que a lo largo de los siglos ha tenido que padecer.
La contrapartida de esa nueva república prorrusa podría ser la probable hegemonía en el resto de Ucrania del neofascismo del partido Svoboda, como muestran ostensiblemente las banderas rojinegras profusamente desplegadas en Maidán. Son las herederas del movimiento dirigido por Stepan Bandera, que en la 2ª Guerra Mundial apoyó a los invasores nazis y colaboró en el exterminio de judíos y polacos. Esas banderas, digamos de paso, no son las tradicionales del movimiento obrero (negro del anarquismo y rojo del sindicalismo), porque las de Kiev simbolizan la sangre y la tierra sobre la que se derrama, según describen los que orgullosamente las despliegan.
Una vez más reina la confusión respecto al desarrollo de los acontecimientos: el Gobierno provisional de Kiev tilda de terroristas y separatistas a los que otros llaman prorrusos y rechazan el golpe de Estado que terminó con Yanukovich; y éstos tachan de fascistas a los que otros consideran europeístas y prodemócratas. También las noticias sobre los enfrentamientos en el Donbas o la violencia desatada en Odesa difieren sustancialmente según el origen de la información. En Washington y en Bruselas vuelven a resonar -aclaremos: con sordina- algunos tambores prebélicos, aunque solo tengan, por ahora, efectos verbales y psicológicos. De creer en los ominosos augurios del Pentágono o de la OTAN, Rusia habría invadido ya Ucrania, al menos tras la matanza de prorrusos en el incendio de Odesa, y la guerra estaría incubándose en los cuarteles generales de Bruselas o Moscú.
En estas circunstancias, pensar en unas elecciones presidenciales, como insisten las autoridades políticas europeas y estadounidenses, es de todo punto irreal. Se necesita un mínimo apaciguamiento de la violencia desencadenada, para que el pueblo ucraniano, profundamente dividido -como ya lo estaba antes del conflicto, pero más radicalizado después de iniciado éste-, pueda expresarse libremente en las urnas. Tirando de Ucrania a la vez desde el este y desde el oeste, solo se logrará desgarrarla definitivamente; si ésta ha de ser la solución, lo deseable sería que se alcanzase pronto y sin más sangre. Moscú, Bruselas y Washington son los únicos que pueden abrir este camino.
Publicado en CEIPAZ, 8 de mayo de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/05/08 10:09:28.005904 GMT+2
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