2014/10/24 07:09:39.922593 GMT+2
El 12 de octubre de 2001, con motivo del comienzo de la guerra en Afganistán como respuesta a los ataques terroristas del 11-S contra EE.UU., en las páginas de Estrella Digital -el antecesor de este diario- escribí lo siguiente: "Es fácil desencadenar la violencia bélica contra un país de ínfimo rango militar como Afganistán. Pero, como dijo Colin Powell, el actual secretario de Estado norteamericano, cuando dirigía desde el Pentágono la Guerra del Golfo [la de 1990-91, motivada por la invasión iraquí de Kuwait], 'si el recurso a la fuerza militar se hace a impulsos de la frustración y sin objetivos claramente propuestos, el resultado final puede ser peor que la situación inicial'".
Y así fue, porque Afganistán entró en una espiral de guerras y violencia que contribuyó a reforzar el terrorismo y propagarlo por el mundo, como fácilmente se observa hoy.
Al citar a Colin Powell no pretendía poner a este general a la altura de Clausewitz o de Sun Tzu, dictando normas de alta estrategia al prevenir del riesgo que corre un Estado cuando recurre a la guerra "a impulsos de la frustración". Fue un sensato militar, fiel a su Gobierno, que como Secretario de Estado en febrero de 2003 tuvo que asumir el papelón de convencer al Consejo de Seguridad de la ONU de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva.
Utilizó para ello unas falsas pruebas, arregladas por la CIA, que él calificó de "irrefutables e innegables". No tuvo mucho éxito inicial entre los miembros del Consejo, aunque sí logró el entusiasta apoyo de Ana de Palacio, la representante de España como miembro no permanente del Consejo y ministra de Asuntos Exteriores de Aznar. Éste, un mes después, apoyaría en la vergonzosa reunión de las Azores la decisión de Bush de atacar a Irak saltándose la legalidad internacional.
Lo que hoy observamos en Oriente Medio, con motivo de la ofensiva internacional desencadenada contra el Estado Islámico (EI), es también una guerra motivada por una frustración general de múltiples orígenes. Quizá el principal sea la acuciante necesidad de "hacer algo", que angustia a algunos Gobiernos occidentales, ante la brutalidad exhibida por los combatientes del EI. ¿Qué hacer? se preguntan, con tal de que sea algo que no repita los errores de anteriores intervenciones pero que muestre una firmeza disuasoria ante el terrorismo.
Frustración aún mayor porque algunos Gobiernos afrontan en breve compromisos electorales a los que conceden más importancia que lo que les pueda ocurrir a los pueblos mesopotámicos y sus vecinos, enzarzados en un conflicto de múltiples actores y muy enrevesados motivos, donde cualquier intervención irreflexiva puede acarrear consecuencias imprevisibles y complicar una situación ya de por sí enmarañada.
Conviene también tener presente la sensación de confianza en sí mismos que a algunos Gobiernos les producen las aventuras militares en el extranjero, así como el efecto político de agitar graves amenazas, lo que hace más fácil acallar las disensiones internas debidas a otros problemas.
Fruto de tan anómalo planteamiento de la guerra es la decisión de resolverla desde el aire. Unos cuantos Estados de la vasta coalición (un documento oficial de EE.UU. cita a los 60 países que la componen) contribuyen con sus aviones a bombardear a las tropas del Estado islámico y sus instalaciones y recursos logísticos. Incluso entablan pueriles competencias: el Reino Unido ha aumentado hasta ocho sus cazas participantes, para no dejarse ganar por Dinamarca, que contribuye con siete, según se lee en The Guardian Weekly.
Pero si no hay botas que pisen el terreno y operaciones terrestres que desalojen por la fuerza a los invasores, las operaciones aéreas podrán aumentar el prestigio de los gobernantes que las ordenan y facilitarles el próximo éxito electoral, pero no van a ganar la guerra.
Como recordaba un activista kurdo en la disputada ciudad siria de Kobani, "cuando mueren cinco combatientes del EI después de un bombardeo, ellos envían cincuenta más". Y, naturalmente, si una posición es destruida desde el aire, pronto será reconstruida en otro lugar más protegido y guarnecida por nuevos voluntarios.
Un conflicto que afecta ya muy directamente a Siria, Irak, Israel, Irán, a un pueblo sin Estado -los kurdos- y a dos países de la OTAN -EE.UU. y Turquía-, y sobre el que se trenzan nuevas y antiguas rivalidades económicas, religiosas y culturales, no encontrará solución en la guerra, ni aunque ésta se desarrollara como propugnaba el citado Colin Powell cuando dirigía la primera guerra del Golfo: aplicando una potencia sin límites y con la mayor velocidad posible.
Las armas occidentales sembraron el caos en Mesopotamia y regiones contiguas, en sus fallidos esfuerzos por destruir unas armas de destrucción masiva que no existían y por implantar una democracia en la que ni siquiera creían quienes recurrieron a la guerra. La lista de desastres que aún pueden abatirse sobre las tierras que vieron nacer las primeras civilizaciones de la Historia está por escribir. Y todo indica que una vez más se escribirá con la sangre vertida en nuevas guerras, producto inevitable de la frustración.
República de las ideas, 24 de octubre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/10/24 07:09:39.922593 GMT+2
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2014/10/17 07:31:5.812042 GMT+2
Agotados en una amistosa tertulia los asuntos de actualidad (ébola, tarjetas opacas, derecho a decidir, etc.) se llegó después a una coincidente opinión sobre la ciencia en general, como algo sumamente loable porque extiende las fronteras del conocimiento, ayuda a entender el mundo en que vivimos y abre caminos para el bienestar de los seres humanos. Hubo más discrepancia sobre la tecnología, que a menudo lleva a la especulación, a los negocios turbios, al capitalismo depredador, a la comercialización de productos innecesarios o incluso de las ideas que la ciencia va poniendo a su disposición.
Thomas Midgley era un ingeniero industrial estadounidense de quien un escritor británico de divulgación científica, Bill Bryson, dijo que "el mundo habría sido un lugar más seguro si se hubiera quedado en eso", en simple ingeniero, y no le hubiera dado por investigar aplicaciones industriales para la química. Hizo dos descubrimientos por los que ha pasado a la historia de la tecnología. En palabras de un escritor estadounidense especializado en medio ambiente: "produjo más impacto en la atmósfera que cualquier otro organismo vivo en la historia de la Tierra".
En 1921 descubrió que un compuesto de plomo, añadido a la gasolina, aumentaba la eficacia de los motores de explosión. Ya se sabía que el plomo era neurotóxico y que en grandes cantidades daña el cerebro y el sistema nervioso central de modo irreversible. No le importó mucho. Desarrolló la llamada "gasolina con plomo", con la que antes del año 2000 (en que fue prohibida en la UE) tan inconscientemente llenábamos los depósitos de nuestros automóviles.
El plomo era utilizado sin precaución alguna en aquellos primeros años del siglo XX: enlatado de alimentos, cañerías y depósitos de agua, pesticidas, etc. Todo hubiera seguido igual a no ser por un científico que trabajaba en un campo muy ajeno a todo esto: la datación de rocas geológicas para descubrir, de una vez por todas, la verdadera edad de la Tierra. Utilizaba un isótopo del plomo, midiendo la desintegración del uranio natural, y no lograba entender por qué todas sus muestras se contaminaban por el plomo atmosférico: contenían unas 200 veces más de lo que era de esperar.
Otro científico, Clair Patterson, también de EE.UU., decidió abordar el problema. Empezó a sospechar que el plomo atmosférico procedía de los tubos de escape en un país que se motorizaba aceleradamente. Decidió comprobar los niveles de plomo en la atmósfera en años anteriores a 1923, que fue cuando se adoptó el tetraetilo de plomo añadido a la gasolina.
Unos sondeos en el hielo de Groenlandia, extrayendo testigos de la capa helada, mostraron que antes de la fecha citada apenas había plomo en la atmósfera y que su presencia aumentaba constantemente desde entonces.
Patterson inició una cruzada personal contra el plomo atmosférico y sus peligrosos efectos en la salud, lo que le convirtió en enemigo de la industria. Esto le acarreó innumerables contratiempos: perdió los fondos para sus investigaciones y la empresa Ethyl -fabricante del aditivo de plomo- se ofreció a patrocinar una cátedra en el prestigioso Instituto Tecnológico de California, donde él trabajaba, si "le obligaban a Patterson a hacer sus maletas". (Esta empresa aún insistía en 2001 en que "no se ha demostrado que la gasolina plomada sea un riesgo para la salud humana").
Patterson se mantuvo firme contra las presiones que tuvo que soportar pero, gracias a sus esfuerzos, en 1970 se aprobó en EE.UU. la Clean Air Act (Ley del aire limpio) y para 1986 se había retirado en ese país toda la gasolina con plomo. En poco tiempo se redujo en un 80% el nivel de plomo en la sangre de los estadounidenses, aunque el daño sigue: soportan 625 veces más plomo que sus antepasados del siglo anterior.
El segundo descubrimiento de Midgley, en los años 30 del pasado siglo, fue nada menos que el gas CFC, hoy llamado "de efecto invernadero", utilizado en acondicionadores de aire y pulverizadores, uno de los principales causantes del cambio climático. Un científico lo ha calificado como "el peor invento del siglo XX". Los gases CFC se prohibieron en EE.UU. en 1974, pero seguirán destruyendo la capa de ozono durante muchos años más.
Midgley murió antes de enterarse de esto. Enfermó de polio, ideó un artilugio con poleas para mover su cama y en 1944 murió estrangulado por los cordones que lo accionaban: la tecnología se había cobrado una señalada víctima.
Claro está que no toda la tecnología es tan perversa como los descubrimientos de Midgley; también facilita nuestra vida diaria hasta extremos que a veces pasan inadvertidos: escribo este comentario en mi ordenador casero y llega por email a la redacción. Esto no implica que el comentario sea mejor o peor, sino que el autor trabaja más eficazmente desde que hace ya algunos años se deshizo de la Olivetti, el tipex y el fax. (¡Que en su tiempo también habían reemplazado a la estilográfica y al sobre con su sello postal!)
Es inevitable que la frontera entre ciencia y tecnología siga creando polémica: la física teórica de las partículas subatómicas nos ayuda a avanzar en el conocimiento de la materia de la que estamos hechos, pero también contribuyó a crear los explosivos nucleares con los que podríamos dejar de existir de un día para otro. Es el destino de nuestra especie, que tenemos inscrito en los genes.
República de las ideas, 17 de octubre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/10/17 07:31:5.812042 GMT+2
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2014/10/10 07:00:17.904679 GMT+2
Tras el costoso éxito de la importación a Europa del virus del ébola, a cargo del sector sanitario de la "marca España", operación que ha tenido lugar durante la racha más dura -la de las tarjetas opacas de Caja Madrid- del pertinaz temporal de corrupción en que estamos sumidos, es imposible no advertir la estrecha relación existente en nuestro país entre la chapucería y la corrupción.
Dejemos a los analistas de las ciencias sociales estudiar esta cuestión, pero no es difícil sospechar que ambas cualidades de eso que algunos llamaron el "meollo de la raza" proceden de un tradicional desprecio por la seriedad y la formalidad, por el trabajo bien hecho y rematado, por la labor concienzuda y cuidadosa. Se une a ello la falta de preocupación por lo que es de todos, por el dinero público, y el sentido patrimonial con que algunos administradores en los distintos niveles del Estado contemplan lo público como si fuese algo familiar y privado. Como colofón añádase el "sostenella y no enmendalla", fórmula que salvaba la honra de nuestros hidalgos del Siglo de Oro y que en muchos casos parece seguir en vigor.
Los que nacimos poco antes de la Guerra Civil hemos tenido tiempo suficiente para conocer la persistencia de la chapuza nacional. Sin embargo, hasta después de la Transición apenas podíamos saber detalles sobre la corrupción, asunto oficialmente suprimido en los medios de comunicación, salvo cuando era atribuible a personas "no adictas" al Régimen, para exponerlas a la vergüenza pública.
Ahora, por el contrario, la información sobre la corrupción está al alcance de todos los españoles y la irritación que causa a medida que se escarba en sus más sucios recovecos parece ocultar a veces la insistente afición nacional por la chapucería. Ésta ha vuelto a asomar su rostro, de modo harto peligroso, en los tres recientes episodios relacionados con el virus del ébola.
Entre los numerosos testimonios de personas implicadas en esta cuestión, merece la pena leer la carta publicada por un enfermero en la página web de la "Asociación Madrileña de Enfermería", donde se describen pormenores relativos a la hospitalización en el Carlos III de Madrid del primero de los misioneros repatriados.
Al narrar la improvisada operación, escribe: "Así, durante toda la tarde del 6 de agosto y a toda prisa, personal de ambos hospitales [La Paz y Carlos III] fueron dotando de medios dicha planta [la que apresuradamente se reabrió en el segundo de ambos hospitales]. Dándose casos curiosos en los que enfermeras del hospital La Paz transportaban en sus propios vehículos material carente en el Carlos III." Carencia debida, hay que recordar, a que este hospital había caído bajo la guadaña de los recortes sanitarios impuestos por la Comunidad de Madrid.
Con bastante más visión de conjunto que algunos de sus superiores, el enfermero acusa: "Ante la carencia de personal en el Hospital Carlos III por los motivos antes citados, las Direcciones de ambos hospitales determinan que personal de la UCI de la Paz sea enviado al Carlos III. Y es aquí donde debido a la improvisación y la falta de criterio se comete otra negligencia más, enviando a un personal sin formación alguna en Riesgos Biológicos a tratar a un paciente afecto de una de las infecciones más peligrosas conocidas declarada por la OMS a nivel mundial como Emergencia en Salud Publica. (Aquí conviene recordar que existe una unidad específica con formación para tratar estos casos: la Unidad NBQ o la Unidad Militar de Emergencias UME)".
El alto nivel de chapucería alcanzado se resume en el último párrafo: "Para finalizar solo queda por recalcar que en todo este asunto hay mucha improvisación y mucha actitud temeraria por parte de los que de verdad, de verdad… NO van a estar delante del virus mirándole a la cara. Escuchemos a los que están en la primera línea de fuego, que algo tendrán que decir".
Chapucería que ya no debería sorprender a casi nadie. Es la misma que conocí en un centro hospitalario de Madrid, hace unos años, cuando ante una avería en el sistema de seguridad de la planta de radioterapia, que activaba la alarma sin causa aparente, el responsable ordenó su desactivación para seguir trabajando sin protección. Solo se activaba cuando llegaba una inspección, que muy poco debía inspeccionar porque era desconectado en cuanto concluía.
Chapucería y corrupción se realimentan mutuamente. Así, no es extraño usar materiales de poca calidad que permiten aumentar los beneficios a costa del deterioro anticipado de la obra, a menudo cobrada con facturas falsas y sobrepreciadas. Lo que no es óbice para que el contratista remunere dadivosamente a los responsables de la adjudicación, en espera de posteriores entendimientos beneficiosos para ambas partes.
Chapucería y corrupción en estado puro, cuya supervivencia solo puede ser achacada a que los diversos organismos y agencias de control y fiscalización están también infectados por el mismo virus, que en este caso es de origen puramente nacional y no importado desde África.
NOTA: La carta del citado enfermero puede leerse en: http://amenfermerianoticias.wordpress.com/2014/08/10/carta-de-un-enfermero-existe-un-riesgo-mayor-que-el-ebola-y-esta-tras-el-cristal/
República de las ideas, 10 de octubre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/10/10 07:00:17.904679 GMT+2
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2014/10/03 08:14:16.479555 GMT+2
El mapa político de Europa es el resultado de innumerables guerras y de los correspondientes acuerdos de paz firmados tras ellas. Han sido las guerras las que han configurado la geografía de los pueblos europeos, como enseña la Historia de modo incuestionable.
Indague el lector, por ejemplo, en la historia de los polacos, pueblo cuyo Estado ha recorrido la gama del ranking político, desde ser una potencia intermedia en la comunidad europea hasta su desaparición durante más de un siglo, cuando a finales del XVIII fueron varias veces repartidos entre sus vecinos: Rusia, Prusia y Austria. Incluso al concluir la 2ª Guerra Mundial sus fronteras sufrieron un notable desplazamiento para satisfacer los intereses de la coalición triunfadora.
Que las fronteras de los Estados varían según se ganen o se pierdan guerras tampoco es ajeno a la moderna Historia de España. En la llamada "Guerra de las Naranjas", cuando en unas semanas el ejército español, aliado con los franceses, derrotó en 1801 al portugués, la frontera hispano-portuguesa avanzó hacia el oeste hasta llegar al Guadiana, y la plaza de Olivenza y su comarca se hicieron españolas. Una pequeña guerra, poco conocida, cambió una frontera europea.
Otras consideraciones pueden hacerse sobre este asunto: si alguna batalla perdida -como le ocurrió a Castilla en Aljubarrota- se hubiera ganado, o si alguna guerra -como la de Sucesión, de la que ahora se celebra un movido tricentenario- hubiera concluido con otro resultado, el mapa de España sería distinto al actual. No es disparatado imaginar un reino ibérico gobernado desde Lisboa (ciudad más adecuada que Madrid para ser la capital de un imperio ultramarino) y una Cataluña separada del resto de la península, independiente o vinculada a Francia, quizá gobernada desde París.
La ley histórica sobre la guerra y las fronteras viene a cuento ahora que algunas potencias occidentales se han propuesto seguir modelando a su gusto -a cañonazos y bombardeando- las fronteras de los pueblos que se asientan sobre las tierras mesopotámicas. Asunto tanto más grave cuanto que varios de esos Estados fueron artificialmente creados por los vencedores de la 1ª Guerra Mundial, sin contar con la voluntad de los pueblos que habitaban la región. Como ocurrió en África, también en Oriente Medio unas geométricas líneas, trazadas sobre el plano de unos negociadores -en este caso, británicos y franceses-, dividieron religiones, razas, clanes o naciones.
¿No podría Occidente dejar que ese complicado mosaico de pueblos se organizase por sí mismo, por vez primera en su historia moderna?... aunque para ello tengan que sufrir las consecuencias de las inevitables guerras que acompañan a todo reajuste de poder. Además: ¿por qué no habrían de constituirse libremente como reinos, repúblicas, sultanatos o emiratos? ¿O crear un "califato", como parece ser la voluntad de una de las partes implicadas en el actual conflicto?
¡Ah, no! Eso sí que no. Un califato, se nos asegura, es un peligroso instrumento político donde el poder religioso engloba al político y rige fanáticamente los destinos del pueblo. El sueño de democratizar a Oriente Medio, que sigue presente en el imaginario occidental a pesar de los continuos fracasos, obliga a rechazar de plano esa idea y a combatirla con todos los medios a disposición de EE.UU. y la UE.
Conviene huir de las palabras mitificadas, como "califato". Los españoles hemos vivido largos años, no muy lejanos, bajo la llamada "Ley de Principios del Movimiento Nacional", que disponía: "La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación". ¿Hay mucha diferencia entre esto y un califato islámico? Cámbiese Dios por Alá y la Iglesia por el Islam, y el paralelismo salta a la vista.
No obstante, es cierto que no se puede ignorar la violencia brutal de ese Estado Islámico que aspira a crear un califato, la criminal ejecución de rehenes, la imposición de la sharia, el odio religioso entre facciones, etc. Pero nada de esto es nuevo, y la Historia nos ha mostrado la violencia de los cruzados para imponer el cristianismo o las sangrientas guerras de religión que dividieron Europa, sin olvidar la "cruzada" española que llenó de cadáveres las cunetas de nuestras carreteras.
Tómense las medidas necesarias para frenar y castigar la violencia del fanatismo y del terror, si pretende desparramarse sin control fuera de la zona en conflicto. Vigílese cualquier aparición del yihadismo en los Estados democráticos y reprímase según la legislación aplicable.
Pero ¿por qué inmiscuirse por la fuerza en lo que es "su guerra"? La guerra que definirá una redistribución del poder en esa región no debería ser, una vez más, el resultado de las intervenciones militares de los antiguos colonizadores, que llevan años interfiriendo en el destino de esos pueblos. Si por la fuerza Occidente pretende trazar el nuevo mapa de Oriente Medio correrá el peligro de repetir los mismos errores del pasado, en una espiral infernal de caos, muerte y destrucción.
República de las ideas, 3 de octubre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/10/03 08:14:16.479555 GMT+2
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2014/09/26 07:46:57.780420 GMT+2
"Es tan fácil ser israelí... Su delicada conciencia es pura como la más limpia nieve: todo es culpa de Hamás. Hamás es culpable de los cohetes, cosa que se da por sabida. Hamás inició la guerra sin razón alguna; esto también es de sobra conocido. Hamás es una maligna organización terrorista, bestias con forma humana, nacidos para matar, fundamentalistas..."
Así iniciaba el periodista israelí Gideon Levy su columna semanal en el diario Haaretz del pasado 31 de julio, titulada It’s all Hamas’ fault, right Israel? ("Todo es culpa de Hamás ¿verdad, Israel?"). Una vibrante crítica nacida en el seno del pueblo israelí, capaz de mostrar su indignación por el último ataque de Israel contra Gaza.
Continuaba: "Unos 400.000 palestinos han sido desplazados. Más de 1200 han muerto, un 80% civiles y, de ellos, una mitad mujeres y niños. Cerca de 50 familias han sido aniquiladas, sus casas bombardeadas con ellos dentro. Se han alcanzando dimensiones de auténtica masacre. Pero las manos de los israelíes están limpias y sus conciencias tranquilas: tan tranquilas que se podría llorar. Hamás tiene la culpa".
La intensa indignación contra el Gobierno de Netanyahu que enfureció a gran parte de la opinión pública mundial, al conocer el arrasamiento de Gaza por el ejército israelí, pierde sus más irritantes aristas, se suaviza algo, al leer artículos como este, publicado en un diario israelí.
Un pueblo capaz de dar eco a las voces críticas que en él brotan contra las fechorías de su Gobierno no está perdido del todo. Tiene esperanzas de renacer. Aún puede engendrar en sí mismo los gérmenes de su regeneración. Periodistas como Levy, diarios como Haaretz y los grupos sociales que apoyan a unos y otros hacen pensar que alguna vez Israel dejará de ser ese Estado anómalo, al margen de la legislación internacional, generador de odios y violencia.
Bien es verdad que tanto el diario citado como el periodista en cuestión constituyen una rara pero indispensable minoría en el panorama político israelí. El mismo Levy declaró en una entrevista que quizá fuera Haaretz el único diario capaz de publicar los artículos y reportajes que él escribe.
Para Levy, esa negación de la realidad que impide a muchos de sus compatriotas ver la brutalidad del último ataque perpetrado contra Gaza es un fenómeno de represión y negación que deberían analizar los psicólogos. Represión que, según él, ha venido incubándose año tras año para eclosionar ahora: "La conciencia nacional no ha movido un músculo en respuesta a la atrocidad".
Si Hamás es una maligna organización terrorista porque lanza cohetes contra la población civil, se pregunta Levy si acaso el ejército israelí no hace lo mismo y, además, con mucha mayor eficacia. Si Hamás desea la destrucción de Israel ¿cuántos israelíes desean destruir Gaza? Mientras tanto, no es difícil percibir quién destruye a quién.
Levy pone el dedo en la llaga en varios asuntos muy discutidos en Israel para demonizar a Hamás, como este: ¿Por qué los gazatíes votaron a Hamás y no a líderes más moderados? Y responde: "Porque los moderados han intentado durante muchos años conseguir algo, cualquier cosa, y solo han sido humillados y rechazados por Israel". ¿Que Hamás ha despilfarrado el dinero en túneles y cohetes en vez de en escuelas y educación? Respuesta: "Israel también derrocha enormes sumas en superfluos submarinos y explosivos secretos, en vez de en educación, salud y bienestar".
Ante las ruinas de Gaza cree necesario recordar que lo que ha destruido la sociedad y la economía gazatíes ha sido el bloqueo; y frente a la tiranía de Hamás sobre su propio pueblo no olvida la que ha venido ejerciendo Israel en la franja durante 47 años de ocupación y siete de aislamiento.
Hay que ser realista y no engañarse: para muchos palestinos, Hamás logró la liberación de mil prisioneros y ganó un mínimo de autoestima y respeto para la población gazatí, aún a costa del terrible precio que ésta seguirá pagando. No son pocos los que creen que la Autoridad Nacional Palestina no ha logrado nada para su pueblo: "En todo caso, una foto con Obama". Entre el camino violento de Hamás y la vía diplomática de la ANP ¿ha dado Israel a los palestinos motivos para que prefieran a ésta sobre Hamás? ¿Ha acercado la ANP a su pueblo siquiera un milímetro hacia la estatalidad o la libertad? se pregunta Levy.
Gideon Levy, que se tiene a sí mismo por un "israelí patriótico", alerta a sus compatriotas sobre el peligro de creer que en Hamás está toda la culpa por lo ocurrido. Hace a Israel el gran favor -no bien apreciado por todos- de poner ante los ojos de la población la realidad de la situación y permitirle decidir por sí misma, sin seguir ciegamente los dictados del Gobierno. Concluye así: "La comunidad internacional juzgará pronto las atrocidades de esta guerra. Hamás ganará una merecida reprensión pero Israel será condenado y aislado aún más. Y cuando los israelíes digan 'La culpa es de Hamás', el mundo reirá".
Levy muestra que el verdadero patriotismo no es el de "mi patria, con razón o sin ella" sino el de "entre mi patria y la verdad, ayudo mejor a aquella evitando ocultar esta".
Repúblia de las ideas, 26 de septiembre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/09/26 07:46:57.780420 GMT+2
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2014/09/19 07:56:15.981379 GMT+2
El fenómeno social y político de Podemos merece ser observado con especial interés, aunque solo sea por las ásperas reacciones y la proliferación de insultos y calumnias que la presencia de sus figuras más conocidas suscita en los principales medios de comunicación y en la clase política tradicional, esa que nos viene gobernando desde la Transición.
Tanto por su repercusión en el espectro político español -bruscamente trastornado tras las últimas elecciones al Parlamento Europeo- como por el impacto que su aparición ha causado en todos los estratos de la sociedad (desde los más desfavorecidos hasta el famoso banquero que, poco antes de morir, mostró su preocupación por el "auge de Podemos"), se trata de uno de los más destacados acontecimientos de 2014, año que presumiblemente va a batir el récord de eventos políticos reseñables en nuestro país.
Los 1,2 millones de españoles que han apoyado el rápido crecimiento del nuevo partido político no votaron a una ridícula caricatura como la mostrada malévolamente por sus rivales -para unos de carácter chavista, para otros castrista, anarquista, comunista...- sino que lo han hecho movidos por el evidente y grave agotamiento democrático del Estado que nació con la Transición y cuyas consecuencias sufren directamente en el día a día de sus vidas.
Si no hubiera más razones, para conceder un crédito inicial a Podemos debería bastar la insistencia mostrada por sus portavoces en avanzar por el camino de una auténtica regeneración democrática. No como la que retóricamente propugnan en ocasiones -cuando ven las orejas al lobo- los partidos en el poder, que han dispuesto de largos años para mostrar su voluntad de cumplir lo prometido y tan poco han hecho en ese sentido.
Podemos llegó al pelotón de cabeza de la carrera política española sin haber desarrollado todavía un programa concreto. El pueblo que les apoyó buscaba decencia, renovación y fiabilidad, cosas que no ha encontrado en la clase política ya instalada en el poder o en sus cercanías, y que se resiste a cambiar las reglas de un juego que le beneficia en todos los aspectos, incluida la metastásica corrupción institucional.
Podemos anuncia la celebración de un complejo proceso asambleario para debatir la forma en que se articulará como partido político y para tomar postura conjunta ante las cuestiones más acuciantes que penden sobre la política española, como la evolución del conflicto entre el Gobierno español y la Generalitat catalana o el ciclo electoral que se anuncia para 2015.
Como hace unos días declaró Pablo Iglesias, el desafío que afronta Podemos es asumir la necesidad de organizarse y, a la vez, no frenar la capacidad de discusión y la participación democrática de sus afiliados en la toma de decisiones. Todo ello en aras a una mayor eficacia: "Podemos tiene que ser un instrumento fundamental para el cambio en España y no sólo para la deliberación y el debate interno".
Pero cambiar a España requiere un proceso constituyente, y para hacerlo posible hay que modificar la estructura del poder político. El camino más viable, a pesar de sus contradicciones y dificultades, es acabar, por vía electoral, con el sistema político creado en 1978 y con el juego partidario que ha funcionado hasta la irrupción de Podemos.
Es fácil para todos entender que si en España aparece una nueva fuerza política en el Gobierno o en la oposición, capaz de romper con el modelo de la tradicional coalición, se abrirán nuevas y esperanzadoras posibilidades de cambio, aunque no exentas de riesgos y fracasos.
Las propuestas de Podemos son ambiciosas: "Proponemos una reforma fiscal justa que haga que las rentas más altas paguen más, proponemos una auditoría y una quita de la deuda pública, proponemos proteger los servicios públicos, proponemos combatir la corrupción, proponemos una política exterior respetuosa con los derechos humanos". Nada extraordinario, nada que no pudiera formar parte del programa ordinario de una socialdemocracia reformista, muy alejada de las ideas revolucionarias que pretenden endosar a Podemos los que temen su éxito.
De nuevo habla Iglesias: "El desafío de Podemos será conquistar por la vía electoral el poder político para una política de transformaciones. Todo eso plantea enormes dificultades y escenarios muy complejos. Pero, desde luego, del mismo modo que podemos ganar, podríamos no ganar. Así pues, necesitamos prudencia, humildad y seguir trabajando".
Se podrá coincidir o no con la ideología y la práctica del nuevo partido político que apunta en España, pero no se le puede negar su esforzado intento de regeneración política desde nuevas coordenadas, tan benéfico como la entrada de aire limpio en una atmósfera contaminada. Podrá fracasar en el intento, pero el oleaje que ha levantado en el lago político español no se encalmará prontamente y las semillas de su sueño ya están plantadas. ¿Podrá Podemos hacerlas germinar?
República de las ideas, 19 de septiembre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/09/19 07:56:15.981379 GMT+2
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2014/09/12 08:38:31.788640 GMT+2
En la pugna que enfrenta a Rusia con EE.UU. y la Unión Europea, en torno a lo que está ocurriendo en Ucrania, el uso de la mentira y el engaño es ya habitual. Cosa, por otra parte, nada nueva y que tiene precedentes en anteriores conflictos. Recordemos las imágenes fabuladas por la CIA para que el bueno de Colin Powell engañara en febrero de 2003 al Consejo de Seguridad de la ONU mostrando las malignas armas de destrucción masiva que no tenía Sadam Husein.
Esto no solo se refiere a lo que publican los medios de comunicación más prestigiosos, sino también a las declaraciones de políticos y gobernantes. No hace mucho, un alto cargo civil de la OTAN manifestó públicamente su indignado escándalo porque la anexión rusa de Crimea constituía “el primer caso de ruptura violenta de un Estado europeo desde que acabó la Segunda Guerra Mundial”.
Tan tonante grito de alarma revelaba una notable ignorancia o, quizá más acertadamente, una malevolencia culpable destinada a excitar a la opinión pública contra el perverso “dictador del Kremlin”. Porque la reciente historia europea nos dice que en 1999, precisamente con ayuda de los bombarderos de la OTAN, se procedió a desgajar la provincia serbia de Kosovo de la entonces todavía República Yugoslava, en lo que sí fue el primer caso de “ruptura violenta” de un país europeo tras la 2ª G.M.
¿Por qué la OTAN actúa de modo distinto en Serbia y en Ucrania? Convendría explicar a la opinión pública por qué la Alianza colaboró con su fuerza militar a la independencia de los kosovares, que no deseaban ser gobernados desde Belgrado, y ahora se ha alzado contra los ucranianos prorrusos, que sienten análogo rechazo por el Gobierno de Kiev y vuelven sus ojos hacia Moscú. ¿Tan distintas son las razones esgrimidas en ambos casos? No lo son: el factor determinante es la proximidad o lejanía de Moscú de unos y otros y la predisposición antirrusa incrustada en el ADN de la Alianza Atlántica y que determina eso que pudiera llamarse filosofía otánica.
No muy distinta malevolencia mostró el presidente saliente de la Comisión Europea, Durão Barroso, cuando ante los jefes de Estado europeos reunidos en Bruselas declaró que en una conversación privada Putin le había amenazado con tomar Kiev en dos semanas si así lo deseara.
Sacada fuera de su contexto original, la frase resultaba tan amenazadora que el propio Barroso hubo de rectificar poco tiempo después, al advertir su error. Lo que Putin realmente había dicho es: “[Los ucranianos] dicen que hacen la guerra contra Rusia, pero si estuvieran luchando contra Rusia, en dos semanas yo habría invadido Kiev”.
Se ha cerrado también para muchos medios de comunicación la posibilidad de seguir culpando sin pruebas a Rusia del derribo del vuelo MH17 de la Malaysia Airlines, una vez que el resultado de las investigaciones deja en el aire la duda sobre su autoría. Lo que ha inducido al ministro ruso de Asuntos Exteriores a denunciar la súbita “falta de interés occidental” por seguir investigando el hecho, ahora que las sospechas se alejan de Moscú.
En vista de todo lo anterior y dado el interés manifiesto de la OTAN por encontrar un motivo que la resucite y le permita recuperar su viejo papel de bastión occidental ante el peligroso oso ruso (y que a la vez reavive para la sempiterna tecnocracia de la defensa el prestigio perdido en aventuras fracasadas), ha agitado el señuelo de la presencia de vehículos acorazados rusos en Ucrania, exhibiendo unas fotografías de satélite. Se trataría de denunciar un potencial conflicto, como el de los misiles soviéticos en la Cuba de Castro, que puso al mundo al borde de la guerra nuclear. Por asustar, que no falte nada.
Es innegable y fácil de entender que Rusia tenga intereses propios en Ucrania oriental -no compartidos ni por Europa ni por EE.UU.- y que, por eso, apoye a los prorrusos sublevados contra Kiev. Como también EE.UU. y Europa los tienen en Oriente Medio y por ello el presidente francés ha declarado recientemente en Le Monde que Francia envía armas a “la rebelión siria democrática”, de la misma manera como la Unión Europea sugirió a sus miembros armar a los combatientes kurdos contra el Estado Islámico.
Estamos otra vez ante el doble lenguaje que tanto ha confundido a la política internacional: los sirios alzados contra su presidente son “rebeldes demócratas” a los que hay que apoyar, y los ucranianos que no desean ser gobernados desde Kiev son tachados de “separatistas terroristas” a combatir porque, además, son apoyados por el “dictador” Putin.
Como arriba he apuntado, toda “tecnocracia de la defensa”, en tanto que exista como tal, necesita un enemigo para crecer y prosperar: sea la del Pentágono, la de la OTAN o la de Moscú. Dejar en sus manos el desarrollo de los acuerdos o contactos diplomáticos que hayan de conducir a la paz o al entendimiento entre rivales es un error de incalculable estupidez. El viejo Cicerón lo dejó dicho: Cedant arma togae: que las armas dejen paso a la toga, los cañones callen ante la diplomacia y la fuerza se incline ante la razón. Seguiremos esperando a que alguna vez esto se haga realidad.
República de las ideas, 12 de septiembre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/09/12 08:38:31.788640 GMT+2
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2014/09/05 07:57:57.805784 GMT+2
Una muestra de la complicada situación en la que hoy está sumida gran parte de la humanidad han sido las sucesivas decapitaciones de dos periodistas estadounidenses, llevadas a cabo por un yihadista enmascarado, supuestamente ciudadano británico, que fueron grabadas en vídeo y difundidas por las redes sociales.
Esto ha tenido lugar en el contexto de una sangrienta guerra que no oculta sus raíces religiosas, relacionadas con la secular disputa sucesoria del profeta Mahoma, que en los albores de la expansión de la nueva religión la dividió en dos ramas hoy enfrentadas a muerte.
El uso de una avanzada tecnología de las comunicaciones informáticas y una bien desarrollada técnica publicitaria, en paradójica combinación con ancestrales odios religiosos, está creando ante nuestros ojos un combinado altamente explosivo cuyas consecuencias habremos de soportar, ya que no aparece solución viable a corto plazo.
El efecto causado por la contemplación de las imágenes de tan brutales asesinatos no es igual en todas partes, pues depende del ámbito cultural en el que haya nacido o haya sido educado el observador.
Lo que tan vivamente ha escandalizado a la opinión occidental no es considerado igualmente abominable por quienes en las secuencias difundidas solo ven una llamada a intensificar la guerra santa, un modo de aterrorizar a los infieles enemigos para que dejen campo libre al inminente califato y una justa respuesta a los ataques de la aviación estadounidense contra los combatientes del Estado Islámico.
Bastantes de éstos han consagrado su vida al yihadismo tras tomar conciencia del horror de los ataques con drones, que súbitamente arrasan un edificio y exterminan a todos sus moradores, sean ancianos, niños o mujeres, inocentes o terroristas de hecho o en potencia.
Por el contrario, la repetición de esos ataques desde el aire, última y más refinada versión de la estrategia de EE.UU., es contemplada por muchos telespectadores occidentales como algo consustancial con la bien asumida y aceptada "guerra contra el terrorismo". Esas imágenes televisadas llegan a parecer tan inocuas como las de un simple videojuego de guerra. El horror humano (sangre, cadáveres, ruinas...) apenas las ensucia.
Tan distinta percepción de un mismo horror, en un mundo densamente intercomunicado y donde lo que ocurre en un lugar pronto se difunde sin fronteras, es una de las más serias cuestiones que deberán tener en cuenta quienes se esfuerzan por sugerir soluciones (casi siempre militares) a un problema del que se ignoran casi todos los parámetros.
De nada sirve ahora recordar el pasado, aunque solo sea para atribuir la responsabilidad de la actual situación a las potencias occidentales que tan irreflexivamente contribuyeron a crearla desde una posición de prepotencia militar e ignorancia histórica y cultural.
Pero sí conviene tener presente que esas mismas potencias siguen actuando de modo confuso y contradictorio, que poco ayuda a abrir camino a soluciones viables. En algunos países apoyan a los movimientos populares que luchan por la democracia y en otros sostienen a los tiranos que la ahogan: son las que contribuyeron a derribar en Egipto al Gobierno que había ganado las elecciones y apoyaron el golpe de Estado que restableció la vieja dictadura militar con un nuevo dictador.
Son las que arman generosamente al feudal régimen de Arabia Saudí que, además de vulnerar los más elementales derechos humanos de sus ciudadanos, presta apoyo financiero al integrismo islamista en todo el mundo, incluyendo el ejército del Estado Islámico.
Son también las que apoyan ciegamente a Israel, a pesar de su inhumana y desproporcionada reacción ante los ataques de las milicias de Hamás y el rastro de muerte y destrucción que ha dejado en Gaza. Parecen no advertir que el recuerdo de tan extrema violencia ya está sirviendo como eficaz banderín de enganche para los futuros terroristas.
Frente a esta compleja situación no existe solución inmediata. Poco podrán hacer los Estados occidentales más allá de aplicar medidas de compromiso, como vigilar el regreso de los ciudadanos que voluntariamente han probado el gusto de la sangre combatiendo en la yihad bajo las negras banderas del profeta.
En todo caso, deberían evitar incurrir en los errores del pasado, como las violentas y mesiánicas irrupciones militares en unas complejas sociedades que se sostenían en difícil equilibrio religioso, cultural, político y económico, construido sobre los residuos del viejo colonialismo europeo.
Aquellas intervenciones dejaron un desolado campo de ruinas, donde lo que ahora vaya creciendo dependerá mucho más de la voluntad de sus pueblos (aun enfrentados y sumidos en el fanatismo religioso) que de lo que se estime conveniente para los intereses de Europa o de EE.UU., como ha venido siendo habitual.
República de las ideas, 5 de septiembre de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/09/05 07:57:57.805784 GMT+2
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2014/08/29 07:51:23.951974 GMT+2
El llamado "califato" islámico, que estos días trae al retortero a gobernantes y analistas políticos además de extender una nueva guerra santa por tierras mesopotámicas, es resultado obligado de aquella aventurera política militar del Pentágono, en los tiempos de Dick Cheney, y de la arrogante ignorancia de quien ocupaba la Casa Blanca: el iluminado George W. Bush.
El paseo militar aliado por Irak en 2003 arrasó Bagdad, desmanteló el ejército iraquí y las estructuras de gobierno del país, que se llenó de bases militares extranjeras, y aceleró los sueños de un largo y duradero dominio político de Occidente sobre Oriente Medio, incluyendo sus recursos petrolíferos. El fracaso final de la aventura creó en Irak un acusado vacío de poder que inevitablemente atrajo a un sinnúmero de grupos extremistas que aspiraban a llenarlo.
Cuando Bush y Cheney desencadenaron la guerra global contra el terrorismo, Al Qaeda tenía unos pocos campos de entrenamiento en Afganistán y ciertos apoyos repartidos por el mundo. Ahora, tras las fracasadas guerras en Irak y Afganistán y el no menos inútil bombardeo de Libia, y tras años de ataques (con drones o sin ellos) contra varios países orientales, los grupos que proclaman la yihad han arraigado en Pakistán y Yemen, se extienden por África y el llamado ejército del Estado Islámico (EI) ocupa ya vastas zonas en Siria e Irak, donde avanza dejando tras de sí un rastro de sangre y violencia y haciendo añicos los restos del colonialismo europeo: las fronteras y los Estados artificialmente creados por Francia e Inglaterra tras la Primera Guerra Mundial.
Obama ordenó ataques aéreos para frenar el avance del EI en el Kurdistán iraquí y evitar la pérdida de su capital, Erbil, y ha mostrado su voluntad de hacer lo mismo si Bagdad es amenazada. Sorprende que la política de Washington en Siria vaya en sentido opuesto a la que aplica en Irak, pues el principal enemigo del EI es allí el Gobierno de El Asad, que EE.UU. también desea derribar. El embrollo se complica al constatar que Europa, con el apoyo (sobre todo financiero) de Arabia Saudí y algunos estados petroleros del Golfo, pretende también derrocar a El Asad, en lo que coincide con el EI y otras fuerzas yihadistas que operan en Siria.
La política de Obama conduce, pues, a combatir al ejército del EI en Irak y luchar a su lado en Siria; o dicho de otro modo, a sostener el Gobierno iraquí y atacar al Gobierno sirio con ayuda del EI. Lo que se consigue en último término es que los combatientes del supuesto califato jueguen con dos barajas y transfieran efectivos entre uno y otro país según les convenga. Algunos misiles antiaéreos entregados por las potencias occidentales a los yihadistas opuestos a El Asad han reaparecido en manos de los invasores de Irak, amenazando a la aviación de EE.UU. que allí actúa.
La causa de esta confusa situación es que EE.UU. y otros países occidentales siguen considerando a Al Qaeda como el principal enemigo a derrotar. Si algún grupo yihadista se declara enemigo de Al Qaeda -como ha sucedido en Siria-, puede llegar a ser apoyado e incluso rearmado por Occidente.
El origen del problema está en que Al Qaeda se ha transformado, pasando de ser una organización, mejor o peor estructurada, a convertirse en una idea, un credo religioso, un banderín de enganche. Lleva consigo la aspiración a un Estado islámico que imponga la sharia, donde la mujer permanezca subyugada y la guerra santa tenga también como enemigo al chiismo, esos herejes cuya destrucción exige el islam. Propugna también el fanatismo religioso que induce al terrorismo suicida.
Pero muchos Gobiernos occidentales prefieren imaginar a Al Qaeda como un "mini-Pentágono" (expresión que tomo prestada a Patrick Cockburn) con su cadena de mando, lo que facilitaría localizarla y destruirla -aunque se reconstruyese después- pero contra la que seguiría siendo razonable hacer la guerra. Sin embargo, un movimiento ideológico que brota espontáneamente en distintos lugares y asume variadas máscaras en cada momento es un enemigo contra el que muy pocos estados mayores desearían planificar una guerra. Obama se colgó las medallas por la muerte de Osama Ben Laden, pero ésta apenas tuvo repercusiones en los grupos yihadistas, que desde entonces se han multiplicado y extendido.
Lo aquí comentado sería imposible sin una financiación abundante y continuada que, según muchos indicios, procede de Arabia Saudí y ciertos Estados del Golfo. Otros Gobiernos, como el de Pakistán, han apoyado el nacimiento y desarrollo del yihadismo. Pero entre ellos hay importantes aliados y socios (políticos y comerciales) de EE.UU., que condicionan su política exterior tanto como Israel. En un telegrama de 2009 revelado por WikiLeaks, la Secretaria de Estado Hillary Clinton señalaba que los donantes saudíes eran la principal fuente de financiación del terrorismo suní en todo el mundo; en otro cable de la misma época se definía la política exterior saudí como "anti-chiismo". No faltaron, pues, avisos anticipados. Pero, como en ocasiones anteriores, para EE.UU. y sus aliados resulta más práctico apoyar al aliado que perderse en los vericuetos de la justicia, la moralidad o los derechos humanos a los que tanta retórica dedican.
República de las ideas, 29 de agosto de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/08/29 07:51:23.951974 GMT+2
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2014/08/22 07:59:24.252375 GMT+2
Un libro especialmente concebido para niños y jóvenes ha suscitado polémica en EE.UU. Para explicar este asunto, conviene empezar recordando que el idioma inglés crea con facilidad nuevos significados mediante la simple yuxtaposición de palabras.
La expresión open carry es algo más que dos vocablos juntos que, respectivamente, significan "abierto" y "portar". En el país donde existe el mayor número de ciudadanos armados, open carry significa llevar consigo un arma no oculta, bien visible por los demás, durante las tareas habituales de la vida cotidiana. Es también el nombre del movimiento popular que apoya y difunde esta costumbre.
Como saben bien los lectores, los Estados "Unidos" están muy unidos en algunas cosas: por ejemplo, todos los senadores (dos por Estado), sin excepción, han apoyado las atrocidades israelíes en Gaza. También son mayoría los ciudadanos que creen que los yacimientos petrolíferos del planeta están al servicio de su país y no son pocos los que se creen el pueblo elegido por Dios para propagar la libertad y la democracia, aunque para ello haya que arrasar algún país, como Vietnam o Irak.
Pero en otros asuntos cada Estado funciona a su aire: tienen sus propias banderas, sus ejércitos (llamados "Guardia Nacional") y un sinfín de leyes que se aplican solo dentro de las fronteras estatales. Seis Estados (más el distrito federal de Columbia) prohíben a los ciudadanos portar abiertamente armas de fuego; doce lo autorizan, aunque el ciudadano carezca de licencia de armas; tres requieren cierto tipo de permiso (que también autoriza a llevar armas ocultas); y otros diecisiete Estados, aunque en general no lo prohíben, establecen algunas limitaciones, como en Illinois, donde solo puede exhibirse un arma de fuego dentro del propio domicilio (incluyendo jardín y patio trasero).
Para explicar todo esto se publicó My Parents Open Carry (traducible como "Papá y mamá muestran sus pistolas") escrito con la esperanza, según sus autores, "de dar una visión básica del derecho a poseer y portar armas, así como de la costumbre, cada vez más popular, de no llevarlas ocultas". El señuelo comercial invita a conocer a Brenna Strong, de 13 años, a su papá Richard y a su mamá Bea, durante las compras y los esparcimientos de un sábado "típico", en el que lo menos típico es que ambos progenitores exhiben en el cinturón sendas pistolas "para su defensa personal" (self-defense).
Entre otras cosas, el libro enseña a los niños cuatro normas básicas:
1) Maneja el arma siempre como si estuviera cargada;
2) Nunca apuntes un arma contra nada que no desees destruir;
3) Comprueba bien tu objetivo y todo lo que haya detrás;
4) No pongas el dedo en el gatillo hasta que hayas apuntado bien y estés listo para disparar.
(Aunque, como enseguida se verá, haya razones para abominar de este ejemplar de literatura infantil, si en abril de 2012 sus papás se lo hubieran leído al pequeño Froilán, la entonces familia real española se hubiera ahorrado un susto: "no hay mal que por bien no venga").
Una conocida crítica literaria estadounidense escribió: "Siempre he propugnado que ningún asunto debería ser tabú en la literatura infantil. Pero al leer este libro me he tenido que tragar mis palabras". Una editora de libros infantiles mostró su pasmo, recordando que en EE.UU. la mitad de las muertes infantiles por arma de fuego se produce en el hogar y 10.000 niños mueren o son hospitalizados anualmente a causa de un disparo. La editorial, por el contrario, lo atribuye a la falta de información sobre el asunto y no al culto a las armas y su proliferación incontrolada.
La portada del libro es significativa (el lector puede encontrarla en http://www.myparentsopencarry.com/): una familia de ojos azules y pelo rubio mira sonriente a la cámara mientras los papás exhiben sendas pistolas en el cinturón. ¡La familia feliz! en la que la niña ya no tendrá problemas -una vez leído el libro- para explicar por qué sus padres van armados: la defensa personal es un derecho de cada persona y las armas individuales son el mejor instrumento para preservarlo.
Pero imaginemos el pasmo de los lectores potenciales si la familia mostrada no fuera típicamente blanca: por ejemplo, si fuera "afroamericana". (Estúpido eufemismo que, en pura lógica, obligaría a llamar "euroamericanos" a los de raza blanca, puesto que los verdaderos americanos, los que ya vivían en el continente antes de que blancos y negros pusieran pie en él, son los nativos que habían poblado América procedentes de Asia). Lo que se propugna es que los que deben ir armados son los blancos, ya que un arma en manos de ciudadanos de otra raza es siempre motivo de desconfianza.
Muy difícil se presenta para Obama resolver el embrollo formado por tres problemas: la persistente discriminación racial, como estos días se comprueba en los barrios de San Luis; la creciente militarización de la policía y, para completar el panorama, la sacralización de las armas personales de la que es muestra el libro comentado. Ni drones ni portaaviones podrán resolverlo, según la fórmula ahora habitual en la Casa Blanca.
República de las ideas, 22 de agosto de 2014
Escrito por: alberto_piris.2014/08/22 07:59:24.252375 GMT+2
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