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2014/12/26 08:28:54.714871 GMT+1

Esa persistente afición a la tortura

La tortura que recientemente ha avergonzado al mundo, como consecuencia de la difusión de un informe del Senado de EE.UU., no nació en los oscuros sótanos donde algunos sicarios de la CIA desahogaban sus instintos, sino en los atildados y pulcros despachos de los más refinados políticos con sede oficial en Washington.

Fue un presidente de esta civilizada, avanzada y ejemplar nación el que autorizó expresamente tres abominables actividades:

1) Lo que en EE.UU. se llaman "agujeros negros", donde sin control alguno se encierra, en cualquier parte del mundo, a los sospechosos de terrorismo;
2) las operaciones de secuestro y transporte necesarias para rellenar esos agujeros con presuntos terroristas, oficialmente llamadas "rendiciones extraordinarias";
y 3) los procedimientos de "interrogatorio reforzado", brutal y eficazmente aplicados a las víctimas para extraer de ellas alguna información.

Fueron unos escogidos órganos de asesoramiento judicial (y probablemente también lingüístico) los que idearon las justificaciones legales que, entre otras cosas, borraron del diccionario la palabra "tortura" con unos sutiles sofismas, dignos de los retorcidos personajes ideados por Orwell o Kafka.

El informe en cuestión está al alcance de cualquier lector en internet: Committee Study of the Central Intelligence Agency's Detention and Interrogation Program ("Estudio del Comité [de inteligencia del Senado] sobre el programa de detención e interrogatorio de la CIA"), un texto de unas 500 páginas, parcialmente censurado.

De su lectura no es difícil extraer conclusiones sobre la terrible realidad que apenas se oculta tras sus páginas. Sin embargo, como opina Rebecca Gordon, profesora de Filosofía en la Universidad de San Francisco y persona bien informada sobre este asunto, lo primero que hay que deducir es que, tras esta contrita confesión de barbaridades ocurridas en el pasado, de las que existen responsables definidos y concretos (personas y organizaciones), no se puede pasar página y olvidarlo todo, como si fuera una pesadilla que se desvanece. Ella sabe de esto porque es la autora de Mainstreaming Torture: Ethical Approaches in the Post-9/11 United States, publicado el pasado mes de mayo, cuyo título podría traducirse como "La tortura dominante: aproximaciones éticas en EE.UU. tras el 11-S".

El informe debería ser el inicio de una discusión compleja y exhaustiva, y no el cerrojazo que ponga fin a la cuestión. Una cuestión que se aduce a menudo, sobre la que se suele centrar la polémica sobre la tortura, es la de saber si la tortura "funciona": si tiene efectos positivos, si previene contra futuros riesgos, si aborta actos terroristas y si realmente contribuye a mejorar la tan encarecida seguridad de los Estados.

Según Gordon, el informe muestra que la tortura "produce una enrevesada mezcla de verdades, medias verdades, mentiras, invenciones y confabulaciones enloquecidas, desvaríos psicóticos e intentos desesperados de decir lo que la víctima cree que los torturadores desean escuchar". ¿Es razonable apoyar sobre este galimatías la política de seguridad de un Estado?

Esto nos lleva obligadamente a otro plano: la tortura puede "funcionar" unas veces y fracasar otras, pero siempre es ilegal, en los Estados y en la comunidad internacional. Así pues, la razón básica para rechazar radicalmente la tortura en un país civilizado es simplemente legal. El artículo 2 de la Convención de la ONU contra la tortura declara: " En ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o de cualquier otra emergencia pública como justificación de la tortura".

Pero tanto o más importante que el aspecto legal es el moral. En una reunión de la Asociación española contra la tortura, el periodista Javier Ortiz dijo: "La tortura es un viaje moral sin retorno. No cabe atravesar esa frontera con pretensiones de excepcionalidad. Avalar la tortura en algún caso equivale a avalarla en cualquiera".

¿Quién decide cuándo se debe torturar y cuándo no? ¿Los mismos torturadores? ¿Los que incluyen la tortura entre los instrumentos habituales para garantizar la supuesta seguridad de una sociedad, que ya solo por este motivo entra en el túnel de la degradación moral? Quien justifica la tortura una vez está abriendo una puerta que no podrá cerrar e inicia ese "viaje moral sin retorno" antes citado.

No cabe vacilación alguna: hay que seguir denunciando sin tregua la persistente afición a la tortura que se detecta entre los que se consideran responsables de la seguridad de los ciudadanos y de los Estados, a los que sumen en la más indigna miseria moral al practicarla sistemáticamente en aras de su acendrado patriotismo.

República de las ideas, 26 de diciembre de 2014

Escrito por: alberto_piris.2014/12/26 08:28:54.714871 GMT+1
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2014/12/20 09:37:54.734331 GMT+1

Un patético monumento al soldado

Estimados (¿e improbables?) lectores desconocidos de mi blog "El viejo cañón":

En el último comentario aquí publicado ("Paz en la guerra") hago una alusión incidental a los diversos monumentos bélicos erigidos por el mundo.

De los que he visitado en varios países, tiene para mí especial relevancia el erigido en Ekaterimburgo a los muertos en la guerra de la Unión Soviética en Afganistán entre 1980 y 1989.

Conviene olvidar cualquier significado político previo para valorar en su justa medida el poder evocativo de este monumento, del que en Youtube he añadido una imagen parcial.

Diez columnas con los nombres de los muertos en cada uno de los diez años de ocupación soviética de Afganistan rodean a una sola figura humana.

Esta no es un aguerrido general sobre un soberbio caballo, con el sable desenvainado que señala el futuro de la patria. Tampoco es un ilustre prócer en arrogante postura, ni un emperador, rey o mariscal.

Es.... simplemente un soldado. El soldado de esta guerra, pero también el de todas la guerras. Abatido, sentado, cansado, cabizbajo, agotado... Apenas le quedan fuerzas para sostener su kalashnikov.

Un soldado como aquellos a los que se alude en la letra de una famosa marcha militar francesa del siglo XIX: "...iIs étaient sans pain, sans souliers / La nuit, ils couchaient sur la dure / Avec leur sac pour oreiller" (No tenían pan, ni zapatos; dormían de noche sobre el suelo, con la mochila por almohada).

Es el monumento puro y esencial al soldado, el ladrillo básico e imprescindible con el que se construyen todas las guerras. Sobre sus hombros recae la alegría de la victoria o la decepción de la derrota que repercute en sus conciudadanos. Sobre sus hombros prosperan los que escalan altos puestos militares o políticos y los que hacen fructuosos negocios en todas las guerras.

Permitidme agradecer la atención que prestáis a mis comentarios semanales, haciéndoos partícipes de este breve desahogo bélico-sentimental.

¡Felices fiestas!

Alberto Piris

Escrito por: alberto_piris.2014/12/20 09:37:54.734331 GMT+1
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2014/12/19 08:29:57.195009 GMT+1

Paz en la guerra

Ciertos perspicaces comentarios suscitados por mi anterior columna sobre la falsa "tregua" que hace ahora cien años detuvo temporalmente las hostilidades de la 1ª Guerra Mundial ("Aquella Navidad de 1914", 11-12-2014) me mueven a explorar otros aspectos de este asunto. Uno de ellos es el de las razones por las que se conmemora estos días el citado acontecimiento, mientras que desde siempre y sistemáticamente se han venido ignorando sucesos de parecida naturaleza ocurridos durante la misma guerra.

Aquella irrupción de la paz en la guerra (aparte de evocar la novela homónima de mi paisano Unamuno, publicada 17 años antes) es el origen de diversas celebraciones en los países más directamente afectados por el hecho rememorado: Bélgica, Francia, Reino Unido y Alemania.

Se han inaugurado museos y exhibiciones, y hasta se ha organizado en Bélgica un torneo de fútbol entre equipos de los países citados, en recuerdo de un breve simulacro de partido que aquel día jugaron soldados británicos y alemanes en la castigada tierra de nadie.

En las escuelas del Reino Unido se ha repartido un "paquete educativo" con fotos, narraciones, preguntas de test, cuadernos de estudio y hasta frases a practicar en varios idiomas: "¿Cómo es tu trinchera? ¿Nos encontramos a mitad de camino? ¿Puedo hacerte una foto?". También se ha emitido un sello conmemorativo.

Todo esto, al fin y al cabo, no hace sino seguir el camino ya trazado por anteriores libros, poesías, canciones, películas y hasta una ópera estrenada en EE.UU. en 2012, que ganó el premio Pulitzer a la composición musical, en los que a su modo se narra lo ocurrido en aquella Navidad de 1914 en las trincheras europeas.

Durante los cuatro años venideros abundarán las conmemoraciones de otros hechos acaecidos durante la guerra. Pero no es probable que se resalten, pública y oficialmente como ahora sucede con la "tregua", algunos acontecimientos que también supusieron la irrupción del ansia de paz en una atmósfera saturada de guerra, donde el belicismo era adorado y exaltado.

En los primeros meses de 1917, en el frente oriental soldados rusos y alemanes hincaron en tierra sus bayonetas y se reunieron pacíficamente entre las líneas de trincheras, abandonando la lucha. El general ruso Brusilov declaró: "No hay medio alguno que obligue a la tropa a combatir". El agregado militar inglés en Moscú informó de que un millón de combatientes rusos habían desertado, simplemente regresando a sus hogares. El deseo de paz había irrumpido con fuerza en el frente del Este y reprodujo, a una escala mucho mayor, la tregua navideña de 1914.

En las últimas semanas de la guerra se inició la descomposición del ejército alemán. No desertaron las vanguardias, pero en la retaguardia los soldados abandonaron el servicio o se negaron a incorporarse. Al comenzar otoño de 1918, se cree que estaban refugiados en Berlín unos 40.000 desertores.

Tampoco habrá conmemoraciones de los motines que aquejaron al ejército francés, tras varias cruentas e inútiles operaciones que lo diezmaron irracionalmente. En la primavera de 1917, tras un sangriento ataque fracasado, miles de soldados se negaron a combatir. Hubo un grupo de desertores que asaltó un tren y en él huyó a Paris. Ningún general francés se atrevió a ordenar nuevos ataques durante aquel año.

Es por todos sabido que lo que se suele conmemorar en plazas, avenidas, edificios públicos y monumentos es la guerra y sus protagonistas: desde el parisino Arco del Triunfo (con los nombres de las batallas ganadas por Napoleón y los más de 500 generales franceses) hasta las innumerables tumbas al "soldado desconocido", cementerios militares o monumentos a "los caídos", esparcidos por todo el mundo. Como curiosa y rara excepción, cabe recordar que existe un "monumento a la paz" erigido en El Salvador.

¿Cómo se explican, entonces, las actuales celebraciones en torno a aquella breve irrupción navideña de la paz en plena guerra mundial? Porque si solo de la paz se tratara no se podría ignorar al socialista francés Jean Jaurès, asesinado pocos días antes de estallar la guerra por oponerse a ella. Ni a la revolucionaria Rosa Luxemburgo, apresada por lo mismo en Alemania. O al filósofo británico Bertrand Russell, que pasó seis meses en una cárcel londinense por el mismo motivo. O al líder socialista de EE.UU. Eugene Debs, encarcelado por oponerse al reclutamiento y que en 1920, todavía en prisión, obtuvo casi un millón de votos como candidato a la Presidencia.

No es difícil entender la diferencia: la "tregua" de 1914 no puso en entredicho la perdurable hegemonía de la guerra; no rompió la disciplina militar (participaron jefes y oficiales, aunque no generales); tuvo poca duración y en unos días las ametralladoras, los lanzallamas y la artillería habían recuperado la supremacía. Y, sobre todo, nunca más se repitió. Puede ser recordada estos días porque no puso en peligro nada de lo que entonces era esencial y lo sigue siendo ahora. Además -aunque parezca secundario- los actos conmemorativos de estos días producirán algunos ingresos adicionales en los países que los organizan, ahora que las economías europeas andan de capa caída.

República de las ideas, 18 de diciembre de 2014

Escrito por: alberto_piris.2014/12/19 08:29:57.195009 GMT+1
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2014/12/12 07:31:40.864970 GMT+1

Aquella Navidad de 1914

El próximo día de Navidad se conmemorará en varios países europeos el centenario de un fenómeno social y bélico que marcó un hito en la historia de nuestro continente. Fue la llamada "tregua de Navidad", que interrumpió temporalmente la ya iniciada Primera Guerra Mundial, cuando las tropas británicas y alemanas del frente occidental cesaron espontáneamente las hostilidades para celebrar juntos la Navidad.

La iniciativa partió del lado alemán al anochecer del 24 de diciembre. Sus trincheras empezaron a adornarse con motivos navideños y los soldados entonaron a coro el que luego sería famoso villancico "Noche de paz" (Stille Nacht).

Un joven teniente de la Guardia Escocesa lo describió así en el diario de operaciones de su batallón: "Entramos en conversación con los alemanes, que deseaban acordar un armisticio durante las navidades. Uno de nuestros soldados saltó fuera de la trinchera y se encontró con una patrulla alemana que le dio un vaso de güisqui y cigarrillos, además de transmitirnos el mensaje de que si nosotros no abríamos fuego contra ellos, ellos tampoco nos dispararían".

A la mañana siguiente soldados alemanes y británicos salieron de las trincheras y se reunieron en la tierra de nadie. El citado diario continúa así: "Se mostraron muy amistosos y nos intercambiamos recuerdos, chapas, cascos, distintivos, etc." Los ingleses obsequiaron a los alemanes con el famoso plum pudding que éstos "apreciaron en grado sumo".

Aprovechando la ocasión se organizó el entierro de los cadáveres que yacían insepultos entre ambas líneas: "Unos destacamentos británicos y alemanes formaron en línea y los capellanes de ambos ejércitos se alternaron en las oraciones fúnebres. Todo el acto se celebró con gran solemnidad y reverencia".

La tregua se extendió a lo largo de toda la línea de contacto (que desde Suiza se extendía hasta el Canal de la Mancha), incluyendo las zonas francesa y belga. Casi siempre fue iniciada por los alemanes, mediante mensajes conciliadores o cánticos corales. En una carta a su madre, un oficial británico escribió: "Creo que he contemplado una de las escenas más extraordinarias que pueden imaginarse. Hacia las 10 de esta mañana cuando observaba desde el parapeto vi a un alemán agitando sus brazos. Luego, dos más saltaron fuera de la trinchera. Íbamos a dispararles cuando vimos que no llevaban armas, así que uno de nuestros hombres salió a su encuentro. En un par de minutos todo el terreno entre ambas líneas estaba lleno de soldados y oficiales de ambos ejércitos dándose la mano y deseándose una feliz Navidad".

Esta explosión de paz entre los combatientes tuvo lugar cuando apenas una semana antes el boletín del Primer Ejército británico había reproducido la página del diario de un soldado alemán apresado por los franceses: "La visión de las trincheras y la furia, por no decir bestialidad, de nuestros soldados, golpeando hasta la muerte a un inglés herido, me afectó tanto que durante el resto del día no pude hacer nada". El tratamiento de los prisioneros en ambos bandos fue en ocasiones salvaje e inhumano y se publicaba para intensificar la ira de los combatientes.

Justo dos días antes de la tregua, el mando aliado había ordenado abrir fuego contra cualquier enemigo portador de bandera blanca, porque "la experiencia ha mostrado que los alemanes abusan de esta señal de modo habitual y sistemático". Los cinco meses de guerra transcurridos hasta el momento habían sido brutales; como ejemplo basta citar que sólo entre los franceses se habían cobrado más de 300.000 muertos y 600.000 heridos, prisioneros o desaparecidos, más que todos los ingleses muertos en la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de la sangre derramada y del odio acumulado en los meses precedentes, la magia de la Navidad se impuso a la dinámica de la guerra, aunque solo fuese por unas horas. El entonces comandante de la fuerza expedicionaria británica, Sir John French, al conocer lo ocurrido entre las fuerzas bajo su mando dictó órdenes inmediatas para impedir que algo así volviera a producirse. Hubo un joven soldado alemán de 25 años que también consideró que la tregua era "chocante y deshonrosa": se llamaba Adolf Hitler.

Que la paz irrumpiera en los dominios de la guerra fue considerado algo indigno y lamentable. Para que nunca ocurriera de nuevo, en las navidades sucesivas se desencadenaron masivas preparaciones artilleras y se tomaron medidas para hacer imposible cualquier confraternización entre soldados enemigos.

Y la guerra volvió a lo que el padre de Ian Fleming (el creador de James Bond), comandante de húsares muerto en combate poco tiempo después, había descrito ya: "Unas líneas enterradas de hombres en uniforme marrón, gris o azul, envueltos en barro, sucios y sin afeitar, con ojos desencajados bajo una tensión continua, deseosos de enfrentarse a la bayoneta a otros hombres y no soportar el machaqueo continuo de unos proyectiles que les llovían del cielo y convertían la tierra en un infierno de ruinas, cadáveres y desolación".

República de las ideas, 12 de diciembre de 2014

 

Escrito por: alberto_piris.2014/12/12 07:31:40.864970 GMT+1
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2014/12/05 10:28:54.096317 GMT+1

El mundo mítico israelí

Penetrar en los entresijos del interminable conflicto que enfrenta al pueblo palestino con el ocupante Estado de Israel es tarea ardua. Los presupuestos básicos de la lógica política, generalmente útiles para entender otros enfrentamientos hoy activos por el mundo, dejan de ser aplicables en las tierras de la vieja Palestina. Ni siquiera tomando contacto personal con quienes sobre el terreno intentan apuntar soluciones al problema se alcanza a valorar, con un mínimo de certeza, los datos del problema.

En The New York Review of Books (20 nov. 2014), un profesor de estudios humanísticos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, David Shulman, apunta algunas de las razones de tan difícil entendimiento: “Es preciso tener en cuenta que los israelíes viven en un mundo considerablemente mítico, una versión algo modificada y muy simplificada de la Ilíada. En esta visión de la realidad, descarnadamente polarizada, en la que los israelíes son, por definición, víctimas inocentes de oscuras e irracionales fuerzas que actúan contra ellos, siempre tiene sentido la muerte heroica en combate, y la coerción violenta es la opción fruto de la necesidad y de la elección. Un aforismo hebreo dice: ‘Si la fuerza no funciona, hay que ejercer más fuerza’. Pero el pasado verano el proverbio ha fallado”.

Para destruir los túneles que traspasaban las fronteras gazatíes y para poner fin al lanzamiento de cohetes y morteros que desde Gaza volaban hacia Israel, murieron 67 soldados israelíes y seis civiles. Hamás persistió en sus ataques; la apabullante fuerza aplicada por Israel no frenó su actividad, que prosiguió pese a la enorme destrucción que sufrió Gaza y la muerte de unos 2200 palestinos, incluyendo cerca de medio millar de niños.

Siguiendo una básica lógica política -lo que no se percibe en este conflicto-, parecería llegado el momento en que el pueblo israelí y sus gobernantes se pararan a reflexionar si sigue mereciendo la pena continuar por el mismo camino: guerras encadenadas, muerte y destrucción acumuladas, y una situación que no mejora.

Tras el alto el fuego, Shulman apunta dos significativas consecuencias de la guerra. En primer lugar, dentro de la citada “tradición mítica”, Netanyahu anunció nuevas ocupaciones de territorios palestinos, las más extensas de los últimos 30 años. Indicio suficiente para sospechar, incluso, que el ataque a Gaza pudo haber sido una maniobra de distracción del verdadero objetivo: seguir extendiendo las fronteras de facto israelíes y troceando el ya muy fragmentado territorio palestino.

Otro resultado del asalto a Gaza fue la carta que varios oficiales y soldados de la principal unidad del servicio de inteligencia militar israelí enviaron a Netanyahu, dimitiendo de sus funciones. Al referirse al control israelí sobre los palestinos, recalcaban: “No hay diferencia entre los palestinos implicados en la violencia y los que no lo están. La información que recopilamos perjudica a personas inocentes. Se usa para persecuciones políticas y para dividir a la sociedad palestina, reclutando colaboradores y enfrentándola entre sí. El servicio de inteligencia impide que los acusados sean juzgados imparcialmente en los tribunales militares, pues no se les informa de las pruebas existentes contra ellos. Los servicios de inteligencia facilitan el control permanente de millones de personas, entremetiéndose en la mayor parte de sus actividades vitales”.

Reclutar colaboradores es algo habitual: si un palestino es homosexual, necesita especiales cuidados médicos, padece problemas económicos, desea un permiso para visitar a sus familiares o comete cualquier falta, por leve que sea, es objetivo fácil para ser chantajeado o sobornado. Pero todos los palestinos se ven sometidos habitualmente a humillaciones, registros e incluso abusos físicos por el simple capricho de cualquier soldado armado.

Este cruel tratamiento alcanzó el ápice de inhumanidad con la política de “llamar a la puerta” durante la guerra del pasado verano. Consistía en que, antes de aniquilar una vivienda, sus habitantes recibían un aviso de que iba a ser destruida: una llamada telefónica, un mensaje de texto o incluso un misil “preliminar”. Esto pretendía dejar a salvo la “moral” profesional del ejército. Pero no reducía la angustia del pueblo atacado ni el número de víctimas inocentes. ¿Qué hacer al recibir tal mensaje? ¿Dónde escapar en una ciudad bombardeada sin cesar? ¿Qué objetos llevar? ¿Qué abandonar? ¿Y qué hacer con niños, enfermos, impedidos o ancianos residentes en la vivienda condenada? Era una sentencia de muerte, ni siquiera diferida, pues a veces solo unos minutos separaban el aviso de la explosión estruendosa del misil.

Tan abominable situación es resultado de una ocupación ilegal, brutal y condenada por la ONU, que el pueblo israelí ha asumido tan fácilmente que ya no es consciente de ella. La guerra de Gaza se inserta en ese “mundo mítico” del que habla Shulman. Ni siquiera la posibilidad de haber reforzado con ella a los palestinos moderados (destruyendo a los extremistas de Hamás, por indigna que fuera la maniobra) fue uno de sus objetivos políticos. Fue una guerra, una agresión, sin objetivos inteligibles; una destrucción gratuita y un nuevo incentivo para posteriores violencias, guerras y multiplicación de actos terroristas.

República de las ideas, 5 de diciembre de 20914

Escrito por: alberto_piris.2014/12/05 10:28:54.096317 GMT+1
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2014/11/28 07:58:9.372809 GMT+1

Un héroe y un patriota

El pasado 10 de octubre se estrenó en el Festival de Cine de Nueva York el documental Citizenfour, dirigido por Laura Poitras, productora y directora cinematográfica estadounidense, galardonada con el premio Pulitzer entre otras distinciones. El protagonista es Edward Snowden, el famoso whistleblower que denunció los abusos de espionaje de la National Security Agency (NSA).

Es sabido que en el mundo de habla inglesa los audaces individuos (periodistas, escritores, informáticos, funcionarios, soldados, etc.) que arriesgan su situación personal al desvelar bochornosos secretos de Estado son conocidos como whistleblowers, literalmente: "los que tocan el silbato".

En EE.UU., donde nació el vocablo, un whistleblower se define como "un empleado o funcionario que denuncia a su jefe o superior porque cree razonablemente que éste ha cometido un acto ilegal". No es fácil traducir esta palabra a nuestro idioma: soplones, delatores, chivatos, acusicas añaden un equívoco sentido despectivo. Denunciantes o informadores son términos más exactos, pero no reflejan el coraje y el riesgo implícitos en la acción. Quizá "tirar de la manta" sea la expresión más aproximada recogida por el diccionario de la RAE, en cuyo caso "tiramantas" podría ser el neologismo correspondiente. Dejemos que la Academia resuelva el asunto.

Spencer Ackerman, crítico cinematográfico de The Guardian, escribió el pasado 11 de octubre: "Citizenfour ha debido ser un documental de enloquecedor rodaje. Trata de la dominante vigilancia global, una acción digital omnipresente que se extiende sin visibilidad, por lo que sus escenas tienen lugar en tribunales, salas de audiencia y hoteles. Pero el virtuosismo de Laura Poitras, su directora y arquitecta, hace que esos 114 minutos chisporroteen con la energía nerviosa de una revelación".

Cuando Poitras se reunió con Snowden (al que hasta entonces solo conocía por el nombre clave de Citizenfour) en un hotel de Hong Kong, éste le dijo: "Probablemente me involucrarán enseguida; pero que eso no le impida seguir adelante". Al preguntarle si le compensaba el riesgo que corría, le dijo que él sabía cosas que deberían conocer los ciudadanos de EE.UU.

Puedo probar -afirmó- que el director de la NSA mintió al Congreso cuando, bajo juramento, al ser interrogado por un senador sobre si era verdad que la NSA recopilaba datos de millones o cientos de millones de ciudadanos, respondió: "No deliberadamente". A la luz de lo que luego se ha sabido, la respuesta correcta hubiera sido: "Sí; y deliberadamente".

Pero lo que más movió a Snowden a "tocar el silbato" fue la autorización dada a los funcionarios de la NSA para espiar mediante un plan preconcebido. Los que estábamos autorizados para ello, dice Snowden, "podíamos ver en nuestros ordenadores vídeos de drones de lo que hacían en privado las familias en Yemen, Afganistán o Pakistán". Eso fue lo que me hizo saltar, añadió.

Citizenfour es la última película de una excelente trilogía de la misma directora sobre la guerra contra el terror. En My Country, My Country, un doctor iraquí, cuya familia y pacientes han sufrido los avatares de la guerra, decide presentarse a las elecciones de 2005 para ayudar a su país. Pero el partido suní con el que colaboraba se retiró y él sufrió el desengaño de ser rechazado por el pueblo al que quería servir.

En The Oath, un taxista yemení, cuñado del conductor de Osama Ben Laden, detenido cinco años en Guantánamo, es absuelto y devuelto a Yemen. Como en la película anterior, ésta deja abierto un enigmático final tras narrar las patéticas vivencias de los protagonistas.

Tampoco Citizenfour tiene un final claro. Snowden viajó de Hong Kong a Moscú, desde donde pensaba volar a un país latinoamericano, acogido como refugiado. Pero EE.UU. canceló su pasaporte y Snowden sigue en un limbo legal en Moscú. Desde allí declara con firmeza que sus revelaciones se debieron a que los políticos que debían controlar los abusos de la administración "habían abdicado de sus responsabilidades" para proteger a los ciudadanos frente a un extraordinario abuso de la confianza pública, con el pretexto de la seguridad nacional.

Snowden es tachado de fanático o exaltado por los que él ha desenmascarado, pero la templanza y la penetrante inteligencia que muestra en el documental no permiten sostener tan distorsionada imagen. Se revela como un "objetor a la guerra": a la guerra que algunos sectores del Gobierno de EE.UU. han declarado al derecho a la privacidad personal, que la Constitución del país declara proteger. Esa libertad personal es la que muestra el documental en la habitación del hotel de Hong Kong, donde Snowden, seguro de sí mismo y de sus actos, muestra su sentido del humor y su ironía, despreocupado por lo que haya de venir después.

El triunfo de Snowden consiste en que él ya no es necesario: ha revelado la verdad, se ha sacrificado por sus conciudadanos y serán éstos los que deberán proseguir el camino iniciado. El documental es un testimonio del pasado para mejorar el futuro: Snowden es un héroe y un patriota en el sentido más genuino de ambas palabras.

Escrito por: alberto_piris.2014/11/28 07:58:9.372809 GMT+1
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2014/11/21 08:10:47.814164 GMT+1

Una guerra sin fin

En octubre pasado, un coronel retirado e historiador estadounidense escribía en The Washington Post que lo que se ha venido llamando 3ª guerra de Irak se ha transformado en el 14º teatro de operaciones del Medio Oriente Ampliado, tras la intervención de EE.UU. en Siria para "degradar y finalmente destruir" (en palabras de Obama) a los combatientes del llamado Estado Islámico.

Conviene recordar que el Medio Oriente Ampliado es un seudotérmino geográfico nacido en EE.UU. Desde la lejanía -geográfica ¿y cultural?- con la que Washington contempla a esos países, se considerara como un todo al vasto territorio que de oeste a este se extiende entre Marruecos y Pakistán y, de norte a sur, abarca desde Bosnia hasta Sudán.

Al igual que "Medio Oriente" y otras expresiones similares, es un nombre heredado del colonialismo. Desde una perspectiva puramente geográfica, la citada región está compuesta por el Magreb, el Máshrek (esto es, respectivamente, el poniente y el levante del mundo árabe), más la región del Golfo y parte del subcontinente indio.

El citado artículo recopila la lista, cronológicamente ordenada, de las intervenciones militares de EE.UU. en la zona desde 1980: Irán (1980, 1987-1988), Libia (1981, 1986, 1989, 2011), Líbano (1983), Kuwait (1991), Irak (1991-2011, 2014-), Somalia (1992-1993, 2007-), Bosnia (1995), Arabia Saudí (1991, 1996), Afganistán (1998, 2001-), Sudán (1998), Kosovo (1999), Yemen (2000, 2002-), Pakistán (2004-) y, por último, Siria (2014-) que ocupa el decimocuarto lugar.

Desde 1980 no ha habido ningún presidente de EE.UU. que no haya invadido, ocupado, bombardeado o combatido en algún país de esa región. Pero durante la última Asamblea General de la ONU, en septiembre pasado, Obama aludió a un "ciclo de conflictos en Oriente Medio" y a la violencia entre las comunidades musulmanas "que es la fuente de mucha desgracia humana", atribuyéndola a las guerras y campañas de terror entre suníes y chiíes.

No recordó las intervenciones militares de EE.UU., que tanto han contribuido a esa "desgracia humana"; por el contrario, decidió seguir agravándola al anunciar las nuevas operaciones en Siria e Irak, que complican aún más el complejo entramado de rivalidades étnicas y religiosas que ensangrienta la zona.

Tampoco recordó que ese "ciclo de conflictos" tiene raíces en EE.UU., la potencia que ha inundado de armas a los países de la zona. Desde mediados del presente año, entre el Departamento de Estado y el Pentágono se ha promovido la venta a los Emiratos Árabes Unidos de lanzacohetes de artillería y vehículos acorazados; a Líbano, helicópteros de ataque; a Turquía, misiles antiaéreos; y a Israel, misiles aire-aire; más la ayuda concedida a los ejércitos de Egipto, Kuwait y Arabia Saudí. Todavía hace un par de meses, en EE.UU. se han firmado contratos para vender misiles Hellfire a Arabia Saudí, Catar, Irak y Jordania.

No son solo los soldados y las armas lo que contribuye a la "desgracia humana" denunciada por Obama; de poco servirían si no existiera una gran infraestructura que facilita la guerra. Lo explica David Vine, profesor de Antropología de la American University, en un libro de próxima publicación, subtitulado: "Cómo las bases militares de EE.UU. dañan a EE.UU. y al mundo" (Base Nation: How U.S. Military Bases Abroad Harm America and the World).

Desde 1980, el Medio Oriente Ampliado está cubierto por una densa red de bases militares estadounidenses, solo superada por la que se desplegó en Europa durante la Guerra Fría. Es un aspecto que se da por sobreentendido y apenas se cita en los medios de comunicación, pero que ha permitido a los ocupantes de la Casa Blanca, como escribe Vine, "desencadenar nuevas guerras que forzosamente, como todas las anteriores, están abocadas a abrir nuevos ciclos de reacción y provocar aún más guerras".

Muestra también cómo la presencia de las bases "genera radicalismo y sentimientos antiamericanos", excita la militancia terrorista y fomenta los ataques contra ciudadanos e intereses de EE.UU., como ya ocurrió en Líbano en 1983, cuando un atentado suicida asesinó a 240 marines. A menudo sirven de apoyo a regímenes totalitarios y represivos, de los que implícitamente EE.UU. se hace cómplice.

El citado artículo de The Washington Post se titulaba así: "Incluso si derrotamos al Estado Islámico, perderemos la guerra principal". Según el autor, Andrew J. Bacevich, si Obama aprendió de su predecesor que invadir y ocupar países en esa región del mundo no soluciona nada, su sucesor deberá saber que atacar con drones o comandos especiales es igualmente inútil. La razón es que "la fuerza militar de EE.UU. nunca ha sido la respuesta adecuada frente las dolencias del mundo islámico". Bacevich cree que cuando termine esta 14ª campaña, la 15ª estará a punto de empezar: quizá en otro país, como Jordania, o como reiteración de anteriores intervenciones, en Libia, Somalia o Yemen.

En España se dice que "la letra, con sangre entra", como pintó Goya en uno de sus lienzos. Pero no debería ser necesario verter tanta sangre para que EE.UU. y sus más fieles aliados aprendan de los errores anteriores.

República de las ideas, 21 de noviembre de 2014

Escrito por: alberto_piris.2014/11/21 08:10:47.814164 GMT+1
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2014/11/14 10:11:9.854778 GMT+1

Los atinados presentimientos de Galdós

La lista de los problemas serios, acuciantes y de enrevesada sintomatología que hoy aquejan a España es evidente para todos los lectores. No voy a repetirla aquí, pues otras plumas los vienen comentando ampliamente en estas páginas digitales y son materia obligada en los medios de comunicación.

Es todavía más preocupante para los españoles la sensación de que los gobernantes carecen de ideas claras para abordarlos, y mucho menos para darles solución, puesto que algunos son irresolubles en las condiciones actuales de la política nacional.

Parecen sufrir una incapacidad para plantearlos de modo racional, aplicando la lógica aprendida en las clases de matemáticas elementales, que enseña que antes de resolver un problema es necesario plantearlo correctamente. La continua sucesión de medidas y contramedidas, políticas y judiciales (también económicas y de otra índole) que apresuradamente son puestas en vigor, a modo de parches parciales para resolver cuestiones concretas, multiplica la preocupación ciudadana.

Algunos síntomas son tan claros que facilitan el diagnóstico. Un alto cargo municipal de una de las principales ciudades españolas se permitió contestar de este modo a una pregunta que se le hizo en una rueda de prensa que él mismo había convocado: “¡Porque me da la gana! ¿Es suficiente respuesta? ¿O se la tengo que aclarar?”.

No fue inmediatamente cesado en sus funciones por el partido al que pertenece, a pesar de que no hay posible justificación a su desplante. En un par de frases exhibió que la esencia básica de la democracia no había calado en él ni en su partido. Está en el puesto que ocupa por haber sido elegido por los ciudadanos de cuyos impuestos percibe el sueldo. A ellos debe todas las explicaciones que se le soliciten y, por descontado, con ellos está obligado a mostrar atención y el mínimo de educación social exigido para la vida pública; todo lo contrario de su chulesca y extemporánea salida, propia de un insolente mandamás.

La carencia de una auténtica cultura democrática está en el origen de muchos de los problemas que nos aquejan, como es la pérdida de credibilidad que afecta a amplios sectores de la clase política. Pero esto es algo que nos viene de lejos. Cuando ejercía un amplio poder dentro de su partido, un conocido político proclamó: “El que se mueve no sale en la foto”, para mostrar que quien tuviera ideas propias en el seno de su partido, no coincidentes con la postura oficial, tenía pocas posibilidades de hacer carrera en él.

Lo más grave de este caso es que tal opinión procedía de quien, desde su destacada posición en la política española, había contribuido a aprobar una constitución que exige a los partidos políticos poseer “estructura interna y funcionamiento democráticos”. Curioso sentido de la democracia en alguien que, por otra parte, desde junio de 1977 ha venido ejerciendo ininterrumpidamente como diputado.

No hace falta buscar más ejemplos, aunque éstos son abundantes y están repartidos en el abanico político español, para sospechar que uno de los más graves defectos que aquejan a nuestro país es la asimilación imperfecta de la democracia. Esto no es de extrañar porque desde tiempo inmemorial las oligarquías han venido gobernando España bajo uno u otro disfraz.

En 1912, Benito Pérez Galdós escribía: “Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto”. Añadía: “No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica…”.

Deseando que el régimen político en el que vivía, “atacado de tuberculosis ética”, fuese sustituido por otro “que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental”, y mirando a un futuro que es ya nuestro presente, el escritor grancanario dejó dicho: “Tendremos que esperar como mínimo 100 años más para que en ese tiempo ‘si hay mucha suerte’ nazcan personas más sabias y menos chorizos de los que tenemos actualmente…”.

Hay que reconocer, pues, que uno de los principales defectos estructurales españoles, que incide directamente en los problemas ya citados, solo puede solucionarse en el campo de la educación ciudadana. El atraso con el que en 1978 salimos a codearnos con otras democracias más asentadas no es algo que se resuelva solo con un puñado de leyes ni recurriendo a los tribunales de justicia o a las fuerzas del orden.

Es un problema de cultura nacional, de solución a largo plazo, donde personas “más sabias y menos chorizos”, es decir, educadas y formadas en la democracia, vayan reemplazando lo existente. Más de un siglo después de la denuncia galdosiana, parecidos fantasmas nos amenazan. Son los que han hecho nacer a Podemos, han amalgamado la irritación popular y han desestabilizado un edificio apoyado sobre cimientos corroídos. Plantear correctamente el problema es condición indispensable para abordar su resolución.

República de las ideas, 14 de noviembre de 2014

Escrito por: alberto_piris.2014/11/14 10:11:9.854778 GMT+1
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2014/11/07 07:14:37.311651 GMT+1

Un veterano de guerra critica a Obama

El pasado 5 de octubre Obama inauguró en Washington un monumento dedicado a los veteranos con invalidez permanente (American Veterans Disabled for Life Memorial), acto durante el que exhibió su persuasiva oratoria habitual, encomiando a los que habían sufrido las consecuencias de las diversas guerras en que EE.UU. ha participado: "Son los hijos y las hijas de América que sobrellevarán las cicatrices de la guerra el resto de sus vidas".

En un ejercicio de altisonante retórica proclamó: "¡América! [Entiéndase: EE.UU.] Si deseas conocer lo que es el auténtico coraje, si quieres ver el carácter de nuestro país, un país que nunca se rinde, ¡contempla a estos hombres y a estas mujeres!".

No todos asumieron convencidos tan subyugante mensaje. Cuando en el discurso repitió lo que viene siendo su mantra personal -"EE.UU. nunca debe precipitarse a la guerra"- un ranger retirado que asistía al acto reflexionaba así:

"Mientras nos hablaba Obama, miembros de la Fuerza Aérea, de la Marina y de las Fuerzas especiales (cuyas botas sí pisan el terreno, incluso en Iraq), así como destacamentos del Cuartel General de la 1ª División de Infantería, la famosa Big Red One [así llamada por su distintivo, un número 1 de gran tamaño en color rojo], estaban ya implicados en la última guerra que Obama ha iniciado personalmente en Iraq y Siria, soslayando al Congreso".

En un artículo publicado después escribió: "¡Gracias, gracias, gracias! ¡Maldita sea! Yo voté a Obama porque dijo que acabaría con todas nuestras guerras en el extranjero. Al menos no sería como Bush, mandando allí aviones, drones, misiles y soldados, porque si lo fuera yo me volvería loco".

El autor de estos comentarios, Rory Fanning, acababa de publicar un libro titulado Worth Fighting For: An Army Ranger’s Journey Out of the Military and Across America ("Merece la pena luchar: el viaje de un ranger retirado del ejército a través de EE.UU.). Estuvo dos veces desplegado en Afganistán en el 2º Batallón de rangers. Se trata de una unidad de élite del Ejército de EE.UU., encuadrada en el Mando de Operaciones Especiales, cuyos combatientes son capaces de realizar las más arriesgadas y complejas acciones de infiltración y combate clandestino.

Tras sus años de servicio activo abandonó el ejército, se hizo objetor de conciencia a la guerra y se dedicó a recorrer el país bajo los auspicios de la fundación "Pat Tillman", una organización benéfica privada que apoya a los veteranos de guerra y a sus familias mediante becas de estudios y otras actividades de ayuda. El objetivo de esta fundación, creada en 2004, es que sus miembros utilicen lo que la vida les ha enseñado, incluyendo su vida militar, para "crear un cambio positivo en los campos de la medicina, la abogacía, los negocios, la educación y el arte".

Recorrió EE.UU. durante dos años, casi 5000 km entre ambas costas, en cumplimiento de una promesa que hizo a un camarada caído en combate. En tan prolongado viaje buscaba encontrarse a sí mismo y se imaginaba un país mejor, capaz de acoger a todas las buenas gentes que fue encontrando en los más diversos lugares y a todos los magníficos soldados que desaparecieron.

Fanning se pregunta si se debe recordar solo a los soldados estadounidenses muertos o inválidos en acción de guerra y si no habría que conmemorar también a los que han padecido "ayudando" a EE.UU.: los muyahidines reclutados por la CIA para combatir a la URSS en Afganistán, que ahora luchan al lado de Al Qaeda o de los talibanes; los combatientes entrenados por EE.UU. para luchar a su lado en Vietnam, en Iraq o en Afganistán. O incluso a los soldados indonesios que fueron armados por EE.UU. para arrasar Timor Oriental en 1975. ¿Dónde está el límite de lo que es conmemorable?

Reprocha a Obama que muchos de los soldados estadounidenses hoy desplegados por todo el mundo "perciben el hecho de que las acciones militares de la América Imperial [sic] contribuyen a crear los mismos enemigos a los que deben combatir". Son conscientes de que los enormes recursos económicos derrochados en las guerras no serán invertidos en educación, sanidad o desarrollo de energías no contaminantes.

Fanning votó a Obama, asegura. No lo volvería a hacer. Ha combatido en la primera línea de fuego en lejanos territorios hostiles y ha visto morir a sus compañeros. Pero ya no cree en la necesidad de la guerra y su conciencia la repudia.

Obama despertó muchas expectativas que no ha sido capaz de cumplir. El reproche de un veterano de guerra es un claro indicativo de la derrota moral de un presidente que soñó con rozar el cielo de la política y acabó enfangado en los cenagales de la guerra. Que el Dios a quien tan a menudo ruega que bendiga a América le ayude durante el tiempo que le queda al timón del viejo imperio, porque lo va a necesitar mucho.

República de las ideas, 7 de noviembre de 2014

Escrito por: alberto_piris.2014/11/07 07:14:37.311651 GMT+1
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2014/10/31 07:56:37.243695 GMT+1

Europa: entre Rusia y EE.UU.

Ni Europa puede ignorar a Rusia ni Rusia puede pasar por alto a Europa. Son dos importantes entidades políticas separadas por una larga e históricamente fluctuante frontera; comparten muchos problemas y no menos intereses, y a lo largo de los siglos han contribuido a configurar conjuntamente el mundo de hoy.

Pero se observa claramente que Europa está experimentando dificultades para establecer unas relaciones mutuamente beneficiosas con su vecino oriental. No es difícil identificar lo que parece ser el principal obstáculo para ello: la política exterior de EE.UU., como consecuencia de su incontenible expansión imperial, acelerada desde mediados del pasado siglo.

En el marco de esa expansión, Europa ha ido entregando paulatinamente a la potencia norteamericana las claves de su defensa, depositándolas en la OTAN, alianza político-militar que confirma a EE.UU. en su calidad de imperio destinado a la hegemonía global. Aspiración siempre presente en la filosofía política, en los documentos y en las proclamas de los líderes estadounidenses, como cuando el pasado mes de mayo Obama -el presidente que prometió que siempre actuaría multilateralmente dentro de la comunidad de naciones- arengó a los cadetes de West Point. Les dijo que "hasta en la fibra más intima de su ser creía en el excepcionalismo americano", esa indefinible condición por la que EE.UU. no se rige por las mismas normas que los demás Estados, y para cuyo sostenimiento "debía poseer las mejores fuerzas de combate jamás conocidas". Peligroso modo de entender un mundo cada vez más multipolar.

La guerra fría contribuyó además a imbuir en algunos sectores del pensamiento europeo -y sobre todo en el español- el hábito de un enfrentamiento continuado y peligroso, olvidando las largas etapas históricas de cooperación entre el Oriente y el Occidente europeos; ahondando la desconfianza mutua y la obsesiva percepción de riesgos, engaños y trampas "maquinadas en Moscú".

El machacón anticomunismo oficial del anterior régimen español hizo mella incluso en nuestras bases culturales, incapaces de entender que Rusia era algo más que el extinto Imperio de los zares o la odiada Unión Soviética. Tan notable falta de perspectiva dificulta entender los motivos que impulsan la actual política rusa y hace más difícil alcanzar puntos de encuentro.

Tras una reunión con su homólogo estadounidense en París a mediados de octubre, el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Sergéi Lavrov, fue entrevistado para una cadena de televisión. No está de más reflexionar sobre algunos de sus comentarios, no siempre bien reproducidos por los medios españoles y con frecuencia malinterpretados.

En su opinión, durante la Guerra Fría existía una "estabilidad negativa"; los conflictos armados se orientaban hacia las regiones periféricas del mundo. Esa estabilidad permitía abrir negociaciones sobre la base de un conocimiento recíproco entre ambos bandos y de una cierta seguridad sobre quiénes eran los aliados y quiénes los adversarios.

Ahora, la situación ha cambiado: han aparecido nuevos actores en la escena internacional como China, India, Brasil y también la Unión Europea, que a pesar de que hoy está manejada desde Washington, podría orientarse en el futuro hacia una mayor independencia. Además, han surgido varias organizaciones terroristas que se han propagado por el mundo tras la agresión occidental a Irak en 2003. La desintegración iraquí ha tenido paralelismos en Libia y en Siria. Por último, ha surgido el Estado Islámico (EI), una amenaza general para todos.

Lavrov resalta la paradoja de que Washington por un lado busca el aislamiento de Rusia y fuerza a otros países a secundarlo, pero por otro lado pide a Rusia que intervenga apoyando a EE.UU. en Irak, en Siria, contra el EI, etc. Esto "es una característica típica de EE.UU.: su planteamiento 'consumista' de las relaciones internacionales". Es decir, se reserva el derecho de castigar a los países que no actúan según su criterio, mientras les exige cooperar en lo que considera vital para la política de Washington.

Y puntualizó: "Si hay que combatir el terrorismo, hay que hacerlo siempre y en todas partes. No se puede ayudar a los terroristas 'buenos' porque sirven para derribar un régimen que no gusta, aun elegido democráticamente y aceptado por la ONU. No se puede considerar solo como enemigos a los terroristas que asesinan norteamericanos".
Como en anteriores comentarios he sugerido, es probable que aquel "fin de la Historia", enfáticamente anunciado desde EE.UU. cuando desapareció la URSS y que auspiciaba un nuevo mundo, no fuera sino un fracasado ensayo de relaciones públicas a nivel internacional. Que la Rusia de hoy esté levantando cabeza como si nada hubiera ocurrido es algo que rompe muchos esquemas elaborados al otro lado del Atlántico. La Guerra Fría y sus modos de actuar y de pensar han caducado: Europa necesita nuevas ideas y nuevos planteamientos en sus relaciones con Rusia, y deberá ser ella, y no EE.UU., la que trabaje en ese sentido.

República de las ideas, 31 de octubre de 2014

Escrito por: alberto_piris.2014/10/31 07:56:37.243695 GMT+1
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