2016/01/21 22:58:35.462069 GMT+1
Un analista político neoyorquino ha denunciado recientemente el miedo al terrorismo que domina a gran parte de lo que él llama "reaterrorizada" población estadounidense. (Aterrorizada primero el 11-S y después tras los posteriores atentados de extremistas islámicos en EE.UU.). Miedo que, en su opinión, es lo que con más fuerza impulsa la carrera electoral del exaltado candidato republicano a la presidencia Donald J. Trump, según los sondeos de opinión.
Se preguntaba si es realmente el terrorismo islámico el mayor peligro que amenaza al pueblo de EE.UU. y aducía algunas cifras. Tras los atentados del 11-S, solo 38 ciudadanos estadounidenses han muerto en EE.UU. por acciones de terroristas afiliados a distintas lealtades islamistas: Al Qaeda, el Estado Islámico, los llamados lobos solitarios y los individuos que manifestaron su adhesión a tal o cual grupo terrorista o simplemente a las enseñanzas apocalípticas del profeta.
Admitía, incluso, que el lector duplicase o triplicase esa cifra, si dudaba de su exactitud. Pero en cualquier caso, y a pesar de la tragedia que una sola muerte significa, ese número de victimas del terrorismo apenas es un simple grano de arena en el enorme conglomerado de muertes violentas que padece la nación americana en su propio suelo. En el mismo periodo de tiempo más de 400.000 personas han muerto por disparos de armas de fuego. Otro dato: solo en el año 2012, más de 10.000 ciudadanos fueron víctimas de conductores bebidos.
Aconsejaba, también, desconfiar de las declaraciones oficiales sobre las medidas de seguridad que logran abortar atentados muy dañinos, práctica habitual de los Gobiernos para aumentar la confianza de la población en los órganos de seguridad y para mantener vivo el miedo. Reveló que una prueba efectuada por las autoridades había mostrado que el 95% del contrabando -incluyendo armas y explosivos- había atravesado sin ser detectado los rígidos controles de los aeropuertos.
Cierto es que en España y en la mayor parte de Europa no se aprecia similar desequilibrio entre el peligro artificial inducido en la población por los medios al servicio del poder y el peligro realmente existente, a pesar de haber sufrido más atentados sangrientos que EE.UU. después del 11-S. Pero son muchas las voces que propugnan que en la guerra emprendida contra el Estado Islámico (y grupos afines) se sigan los mismos pasos que durante los más de catorce años de "guerra contra el terror" declarada por Washington no solo no han alcanzado el éxito sino que, por el contrario, han contribuido a alimentar y propagar el terrorismo islámico.
El problema es que el combate contra el EI es una lucha con fuerte componente ideológico. Éste se basa en el odio a Occidente y al imperialismo que sus potencias ejercieron sin miramientos sobre los pueblos musulmanes y está embebido de sentimiento religioso. Ni las ideas ni la religión pueden ser derrotadas en el campo de batalla, aunque en él mueran todos los que en una época dada las hayan defendido. Otros tomarán pronto el relevo.
Nos guste o no, hay que admitir que gran parte de la comunidad islámica, sobre todo en el Medio Oriente, está derivando progresivamente hacia sistemas de gobierno de base religiosa; tiende a dar de lado a los monarcas y dictadores que, apoyados por las expotencias coloniales, pretendían conservar el sistema político creado tras la 1ª Guerra Mundial; e irá remodelando las artificiales fronteras trazadas por los vencedores (como ya ocurre en Siria e Irak) para que reflejen mejor las realidades de los pueblos que allí habitan y no los intereses ya caducados de las viejas potencias imperialistas.
No merece la pena cuestionarse si eso está bien o mal, porque poco puede hacer Occidente para evitarlo y menos todavía si pretende hacerlo por la fuerza de las armas, como se ha demostrado desde la primera intervención militar en Afganistán después del 11-S. Aparte de ahogar las vías de financiación del EI, lo que implica ejercer presiones diplomáticas y de otro tipo sobre varios aliados de EE.UU. (Arabia Saudí, Turquía y los Estados del Golfo, entre otros), convendría pensar si lo más adecuado no sería cesar toda intervención militar extranjera en la zona y abandonarla. Dejar que sus pueblos busquen por sí mismos el modo de reajustar sus diferencias.
¿Habría más terrorismo en el mundo? Quizá menos, pues el cese de los bombardeos y ataques indiscriminados contra la población civil acallaría sus deseos de venganza. ¿Estaría en peligro el suministro de hidrocarburos? Sea quien sea el que gobierne los territorios donde se extraen deberá seguir vendiéndolos a Occidente, porque solo con petróleo no viven los pueblos. ¿Surgirían odiosos dictadores en el vacío de poder creado por el abandono? Quizá algunos, pero Occidente supo convivir con el Sah iraní o con Sadam Husein mientras fueron útiles. Sabrá volverlo a hacer.
En fin, si la estrategia de abandono de Oriente Medio por las fuerzas militares de Occidente se considera poco adecuada, la pregunta a plantear, tras más de 14 años de fracaso de la "guerra contra el terror", es muy sencilla: ¿existe la fórmula mágica que resuelva el problema? ¿Es razonable seguir avanzando a cañonazos por un camino que claramente va contra el rumbo de la Historia?
República de las ideas, 21 de enero de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/01/21 22:58:35.462069 GMT+1
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2016/01/14 22:23:59.658376 GMT+1
El pasado 2 de enero, el diario británico The Independent publicaba un demoledor artículo sobre Arabia Saudí titulado "Las ejecuciones de Arabia Saudí fueron dignas de Isis: ¿Dejarán, por tanto, David Cameron y Occidente de postrarse ante sus monarcas enriquecidos por el petróleo?" (Saudi Arabia's executions were worthy of Isis – so will David Cameron and the West now stop their grovelling to its oil-rich monarchs?).
Aludía a la decapitación masiva, bárbara y publicitada, de 47 personas acusadas de poner en peligro la seguridad del Estado. El informe del ministerio del Interior que justificaba la brutal ejecución de los presuntos culpables citaba unos versículos del Corán que exigen a los musulmanes que luchan contra los infieles que "golpeen sus cabezas hasta aplastarlas del todo".
Robert Fisk, el experto corresponsal del citado diario en Oriente Medio y autor del artículo, señalaba que la decapitación colectiva incluía al relevante clérigo chií Nimr Baqir al Nimr, lo que ha reavivado hasta peligrosos extremos la confrontación entre los suníes y chiíes de la región.
Este ensañamiento público, que pone a Arabia Saudí al mismo nivel que el Estado Islámico en lo que se refiere a la vengativa brutalidad de sus métodos, va a complicar gravemente la situación en la zona. Se reavivará la guerra civil en Yemen (país invadido por Arabia para eliminar a los chiíes), crecerá la irritación de la mayoría chií en Baréin, donde gobierna una minoría suní, y clavará unas irritantes banderillas de fuego en Irán, donde la jerarquía chií ya profetiza que la masiva decapitación, con la que la casa de Saúd inauguró el año 2016, traerá consigo el fin de la familia real.
Pero donde verdaderamente Fisk pone el dedo en la llaga, el punto cadente de su diatriba contra los medievales monarcas del petróleo, es cuando advierte que el problema que este asunto ha vuelto a remover consiste en el modo servil en que los Gobiernos occidentales han manifestado ahora hipócritamente "su pesar" por lo ocurrido y siguen -y seguirán- acudiendo solícitos a visitar a los reyes y príncipes del anómalo Estado wahabita que conocemos por Arabia Saudí.
La ejecución de Al Nimr ha mostrado uno de los aspectos más críticos del enfrentamiento que Arabia e Irán mantiene por la hegemonía regional, con la ruptura de relaciones diplomáticas, los altercados populares y el intercambio de amenazas entre ambos Gobiernos, sendos abanderados de las dos ramas del islam, suní y chií.
Enfrentamiento que también se materializa en la prolongada guerra civil siria, donde Riad apoya a los rebelados suníes sirios, mientras Teherán lo hace con el presidente El Asad. A nivel global este enfrentamiento es muy desigual, al menos en el aspecto ideológico, pues el islam chií solo supone un 10-13% de los fieles mahometanos mientras que Arabia Saudí ha desarrollado un denodado esfuerzo para difundir su versión wahabita en el seno de la mayoritaria comunidad islámica suní.
No es desacertado atribuir la provocación saudí a la constatación de que en la guerra de Siria están cambiando las tornas y en la coalición dirigida por EE.UU., de la que forma parte Arabia Saudí, se empieza a sospechar que la victoria está muy lejana. El hecho es que tanto Obama como las potencias occidentales que allí despliegan sus fuerzas están modificando las estrategias y armonizándolas con lo que propugna Moscú: una salida negociada del dictador sirio. En tales circunstancias Arabia Saudí, al reavivar el enfrentamiento entre suníes y chiíes, intenta agravar la situación para que fracase el acercamiento entre Rusia y EE.UU., puesto que un aumento del caos en la zona obligaría al poderoso aliado americano a apoyar más estrechamente a su rico y tradicional cliente arábigo.
Sobre la ejecución del clérigo chií también el Secretario General de la ONU acusó a Riad por "unos procesos judiciales que causaron seria preocupación sobre la naturaleza de los cargos imputados y la justicia del procedimiento". A su vez, el dirigente supremo iraní, el ayatolá Jameini, pidió a Occidente que condenara la ejecución de una persona "que nunca pidió al pueblo que se alzara en armas ni se implicó en conspiraciones secretas: solo expuso sus críticas, basadas en ideas religiosas", a la vez que reprochaba el silencio de los que "apoyan la libertad, la democracia y los derechos humanos".
Arabia Saudí sigue siendo un Estado anómalo, cuya incesante exportación a otros países de la puritana versión wahabita del islam allí reinante es, según Thomas Friedman en The New York Times, "algo de lo peor que le ha podido ocurrir al pluralismo musulmán y árabe -pluralismo de pensamiento religioso, de género y de educación- durante todo el siglo pasado", al ahogar las esperanzas que suscitó la primavera árabe.
En la complicada partida de ajedrez que se juega hoy en el Oriente Medio "ampliado" (desde Pakistán a Libia), Arabia Saudí es más un problema que una solución. Su renovado enfrentamiento con Irán anticipa nuevos conflictos. ¿Justifica su riqueza en hidrocarburos las frecuentes y amistosas visitas con las que los dirigentes occidentales, cerrando los ojos y mirando hacia otro lado, complacen a sus anómalos gobernantes?
Escrito por: alberto_piris.2016/01/14 22:23:59.658376 GMT+1
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (1)
| Referencias (0)
2016/01/08 06:52:50.204607 GMT+1
La Historia de la humanidad ha mostrado que la configuración del mundo en tribus, feudos, reinos, imperios, etc., ha sido el resultado de enfrentamientos violentos, guerras, engaños y genocidios. Para atenuar su maligna incidencia sobre la vida de los seres humanos se organizaron tratados o conferencias de paz, alianzas y sociedades de naciones que buscaban la resolución de los conflictos internacionales en mesas de negociación y lejos de los campos de batalla. Esto culminó hace 70 años con la fundación de la Organización de las Naciones Unidas.
Precisamente bajo los auspicios de la ONU se celebró a finales del pasado año la "XXI Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático" que ha venido a poner de relieve la peligrosa relevancia que ha adquirido un nuevo imperio que puede dar al traste con el progreso logrado hasta hoy por la humanidad.
Es un imperio en la sombra, carente de ciudades, sin una capital ni una corte imperial; sin ejércitos, bombarderos, escuadras, bombas atómicas o drones. Utiliza unas poderosas fuerzas que despliegan por tierra, mar y aire: sequías, incendios e inundaciones, olas de frío o de calor, supertormentas y ciclogénesis explosivas arrasan las tierras habitables y siembran la muerte y la miseria por donde pasan. En los casquetes polares se funden los espesos mantos de hielo, elevando el nivel del mar y arrebatando a la humanidad archipiélagos y vastos espacios litorales. Los mares anegarán algunas de las principales ciudades del mundo si no se contraataca a tiempo.
A su lado, el hoy temible Estado Islámico, que concita todos los miedos y recelos de la humanidad, es un enano despreciable, apenas capaz de invadir un par de países del Medio Oriente, mientras que el nuevo imperio amenaza con apoderarse de la totalidad del planeta sin excepción alguna.
Este imperio tiene un nombre oficial: Cambio Climático. Sus designios y naturaleza están basados en las simples leyes de la Física, a las que ningún ejército puede vencer y con las que ningún Gobierno podrá sentarse a negociar. Su fuerza la obtiene de la desmedida ambición de algunos grupos humanos, de la ceguera de otros y de la falta de una acción coordinada, urgente e intensa del resto de la humanidad para derrotarlo mientras sea posible.
La situación en el campo de batalla es esta: desde el comienzo de la revolución industrial la temperatura de la Tierra ha aumentado en 1ºC, y los científicos piensan que un aumento ulterior de 2º producirá transformaciones irreversibles y letales para la vida humana. En París se ha acordado aspirar a un aumento máximo de 1,5ºC, cifra que infunde optimismo en relación con lo poco que se esperaba de esa conferencia pero que es un desastre en términos reales, tras haber perdido dos décadas en infructuosas polémicas desde la primera conferencia de 1995.
Veinte años de lucha contra las presiones de la poderosa industria mundial de los combustibles fósiles y contra la debilidad de los Gobiernos incapaces de tomar medidas impopulares que dañaran sus esperanzas electorales. El tiempo perdido solo podría compensarse con una gran rapidez en la adopción de medidas tajantes: alto a las nuevas perforaciones, prohibición del fracking, apoyo ilimitado a las energías limpias y renovables: aerogeneradores, paneles solares, mareas, etc. Revisión total de las políticas carboníferas y extractivas, porque de nada sirve controlar el consumo de los combustibles fósiles si no se frena la producción y si no se adopta la decisión de "dejar en el subsuelo para siempre toda la energía no extraída de origen fósil".
Nadie espera que así suceda, pues los mismos delegados gubernamentales que en París prometían controlar la demanda de combustibles fósiles, de regreso a sus capitales y para fomentar el empleo y la recuperación económica promueven el crecimiento ilimitado y cierran los ojos ante sus consecuencias. La industria mundial de la energía fósil dispone todavía de cinco veces más carbono que el que puede consumirse y no está decidida a prescindir de él. Como reveló el famoso "escándalo de la Exxon" (falseamiento malicioso de datos científicos para minimizar el negativo efecto de los gases de invernadero), los poderosos grupos de presión de las industrias extractivas están decididos a seguir funcionando como hasta ahora, aunque solo sea durante una o dos décadas, en tanto se satisfagan sus expectativas de beneficio.
Los poderes dominantes están contentos: en París han obtenido el resultado de veinte años de negociaciones y se congratulan por ello. La ciencia al servicio de la industria les asegura que las energías renovables no estarán del todo listas hasta mediados del siglo actual, justo lo necesario para seguir obteniendo máximas ganancias durante el intervalo. ¿Por qué apresurarse?
Solo la tenaz voz acusadora de los cada vez más activos movimientos medioambientales seguirá urgiendo a los Gobiernos para que abandonen sus políticas de resultados a corto plazo y reflexionen sobre la perniciosa herencia que dejamos a nuestros descendientes en forma del carbono atmosférico que hará cada vez más difícil su vida sobre el planeta.
Conclusión: En un mundo regido por el más frío capitalismo solo se vencerá al cambio climático cuando invertir en la industria de las energías renovables genere más beneficios que hacerlo en la energía fósil.
Escrito por: alberto_piris.2016/01/08 06:52:50.204607 GMT+1
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2015/12/31 10:31:17.956961 GMT+1
Hace tres semanas recordaba en estas páginas ("El enmarañado conflicto ruso-europeo" 10-12-2015) que uno de los factores que han contribuido a tensar las relaciones entre Europa y Rusia ha sido la continuada expansión hacia el Este de las instituciones europeas, en especial la OTAN, tras la desaparición de la Unión Soviética. Esto ha contribuido a reforzar el tradicional temor de todos los gobernantes rusos a lo largo de la Historia a ser rodeados territorialmente, temor que ha configurado de forma dominante la geopolítica del extenso país euroasiático.
Ocurre ahora que a punto de concluir 2015 se ha producido un nuevo acontecimiento en la dirección arriba apuntada. Calificada por el Secretario General de la OTAN como una "decisión histórica", la OTAN ha invitado a Montenegro a convertirse en el 29º miembro de la Alianza. Fue el último de los Estados independientes que nacieron tras la desintegración de la antigua Federación Yugoslava, a lo que contribuyó la OTAN con sus operaciones de infiltración y hostigamiento.
También conviene recordar que hace 16 años la OTAN bombardeó Montenegro durante la guerra de Kosovo, cuando ese país era todavía una de las repúblicas yugoslavas. Lo injusto y desproporcionado de aquella agresión todavía duele en el corazón de algunos montenegrinos.
Desde 2009 no se había producido ninguna ampliación de la Alianza hacia el Este europeo, cuando se incorporaron Albania y Croacia. Por este motivo, la OTAN ha dado amplia publicidad al nuevo ingreso, que ya se da por hecho, en un esfuerzo por mostrar la renovada vitalidad de una alianza militar que desde que desapareció el enemigo que la hizo nacer buscaba nuevos motivos que la ayudaran a sobrevivir.
Con esa decisión, la OTAN (léase EE.UU. y, en segundo plano, Europa) envía un claro mensaje a Rusia advirtiéndola de que Moscú no puede vetar su expansión hacia el Este, incluso hacia los Estados que fueron miembros del extinto Pacto de Varsovia. Pero el Gobierno ruso no ha permanecido en silencio y un portavoz del Kremlin ha anunciado que "la continua expansión de la OTAN y de sus infraestructuras militares no puede menos que provocar acciones de respuesta desde la parte oriental, Rusia, para garantizar su seguridad y conservar el equilibrio de intereses". De qué tipo de acciones pueda tratarse es algo todavía no definido por Moscú.
La reacción rusa se ha materializado en una petición formal al Gobierno de Podgorica para que convoque un referéndum sobre la unión a la OTAN, aduciendo que menos de la mitad de la población está a favor de la integración. Desde el ministerio ruso de Asuntos Exteriores se alega que la oferta de la OTAN ha creado una honda división en la sociedad montenegrina: "Es el pueblo de Montenegro el que debe hacer oír su voz en un referéndum nacional sobre la cuestión. Sería la verdadera demostración de esa democracia de la que tanto se alardea [en Occidente]".
Pero Milos Yukanovic, que desde hace 25 años es el dueño indiscutible del país incluso a pesar de sus pasados conflictos con la Justicia, no está a favor del ingreso y se niega a atender las peticiones de los partidos de la oposición que solicitan el referéndum, atribuyéndoles ocultas conexiones con el Kremlin.
Desde el punto de vista militar, poco va a aportar a la OTAN el pequeño Estado balcánico, con un número de habitantes parecido al de Navarra y con un reducido ejército, una escueta marina y casi carente de aviación militar.
Sin embargo, su posición geoestratégica le dota de otros valores. Montenegro es fronterizo con dos Estados que ya forman parte de la OTAN, Albania y Croacia, además de limitar con Kosovo, Serbia y Bosnia-Herzegovina (ya asociada a la OTAN). Posee dos puertos en el Mediterráneo, aprovechables con fines militares y además, como resultado de su pasado histórico en la Yugoslavia de Tito, dispone de vastas instalaciones subterráneas para depósitos de material militar y algunos hangares blindados que, aunque fueron bombardeados por la OTAN en 1999, están siendo renovados con ayuda europea y podrán prestar a la Alianza un eficaz servicio.
El conflicto ruso-europeo sigue, por tanto, vivo. Las insistentes declaraciones de Washington sobre la necesidad de encontrar puntos de acuerdo con Rusia para resolver otras cuestiones (Siria, Estado Islámico, etc.) contrastan con el hecho inocultable de seguir rodeando a Rusia con nuevos Estados miembros de la OTAN. Aproximando a las fronteras de Rusia las instalaciones militares, despliegues de tropa y sistemas de armamento, incluso nuclear, no solo se envía a Moscú el citado mensaje de que ya no existen zonas de influencia reservada ni posibilidades de veto a la expansión otánica, sino que también se le muestra una apenas velada agresividad que en nada contribuirá a mejorar las relaciones entre el Este y el Oeste europeos. Todo ello aumentará la desconfianza mutua y el riesgo de peligrosos incidentes o malentendidos, como ocurrió durante la Guerra Fría. El nuevo año apunta, pues, cargado de incertidumbres en el centro del continente europeo.
República de las ideas, 1 de enero de 2016
Escrito por: alberto_piris.2015/12/31 10:31:17.956961 GMT+1
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2015/12/25 07:40:7.134777 GMT+1
En cualquier enfrentamiento es esencial conocer lo más fielmente posible la naturaleza, medios y propósitos del enemigo, rival o competidor. Esto es de aplicación en una disputa familiar o vecinal o en una pugna comercial, financiera o industrial, así como en la guerra. En cualquier guerra, sea nuclear o la llamada "antiterrorista" como la desencadenada contra el Estado Islámico (EI).
El peor error cometido hasta el presente en esta guerra es la falta de un conocimiento real del enemigo. Todavía es peor disfrazarlo con unos engañosos ropajes conceptuales, que impiden planear las tácticas y estrategias más adaptadas a lo que realmente es.
En esta distorsión influye mucho el pensamiento estratégico dominante en EE.UU., el mismo que indujo a Bush a declarar la guerra contra el terror impulsado por esa peculiaridad, tan anclada en el ADN de la nación americana, que la lleva a observar el mundo como un enfrentamiento eterno entre el bien y el mal. Lucha que solo puede ser dilucidada por la fuerza de las armas y en la que EE.UU. es el pueblo elegido por Dios para defender el bien frente a las asechanzas del mal.
Según ese modo de pensar y actuar, el EI es considerado como el paradigma del mal absoluto, un ente que carece de cualidades humanas, bestial e irracional. Gracias a eso se mantienen ocultas las causas que lo hicieron nacer, en las que EE.UU. tuvo parte decisiva: los yihadistas reclutados y armados contra la ocupación rusa de Afganistán; la invasión aliada de Irak y el consiguiente desmantelamiento del Estado; el apoyo al Gobierno chií contra la población suní, etc. Causas que todavía hoy perduran, como la alianza de EE.UU. con Arabia Saudí, de donde procede parte de la financiación del EI.
Ocultando los orígenes del EI se le puede atribuir una naturaleza de locura congénita, violencia irracional y comportamiento alucinado, de modo que cualquier pretensión de resolver el conflicto que no sea el uso aplastante de la fuerza militar se considera inútil. ¿Qué hacer frente a unos fanáticos extremistas religiosos que aceptan el suicidio como instrumento de guerra?
De ese modo, nos evitamos tener que indagar las razones que mueven al EI y a sus militantes. No es cierto que intentar conocer al enemigo implique participar en sus ideas, algo aborrecible cuando a ese enemigo ni siquiera se le atribuyen condiciones humanas. Comprender no es justificar ni aprobar: es obtener una idea más exacta de la situación.
Se acumulan los interrogantes básicos: ¿Por qué el EI atrae a tantos jóvenes occidentales, en Europa y en EE.UU.? ¿Por qué muchos de ellos encuentran atractiva y fascinante la participación militar a favor del califato? Descubrirlo es una penosa tarea, de la que además no se extraen conclusiones definitivas dada la heterogeneidad de los nuevos yihadistas voluntarios. Y se descubre también que el modo de abordar la guerra de esos combatientes del EI no es nada nuevo ni extraño en la historia bélica del mundo, incluidas las decapitaciones y las sangrientas represalias. En vista de la complejidad a la que conducen estas conclusiones se recurre a la idea más primitiva: si no les entendemos, destruyámoslos.
¿Tan difícil es comprender que la respuesta violenta de los aliados occidentales es precisamente lo que fortalece al EI? Éste construye sus apoyos sobre la idea de que el mundo islámico está siendo sometido y atacado por Occidente. Para los reclutadores del EI, cada bomba descargada sobre Siria o Irak es puro maná que cae del cielo para impulsar a nuevas venganzas y actos de terrorismo como el sufrido en París.
Por una vez, los medios de comunicación deberían utilizar en positivo el verbo "radicalizar" y sus derivados, y no del modo despreciativo u ofensivo con que lo hacen usualmente. En la guerra de Occidente contra el EI hay que "ir a la raíz" del problema y no andarse por las ramas que de ella fueron brotando.
Es evidente que este debería ser siempre el camino para abordar la resolución de cualquier problema, pero en el caso ahora tratado es más necesario porque esa raíz permanece velada para gran parte de la opinión pública occidental, como resultado de la reinante obsesión antiterrorista. Es aun más peligroso el hecho de que cuando sale a la luz lo hace confusamente y suele ser interpretada de modo erróneo.
La perspectiva es hoy bastante negativa. Una guerra que nada resolverá pero que cuanto más se prolongue encontrará más razones para seguir por el mismo camino: la temida "guerra permanente" contra el terror. El círculo se cierra de un modo infernal: a más terrorismo, más temor entre la población; cuanto más atemorizados estén los pueblos, más se aferrarán a la guerra como única solución; y a más guerra, más terrorismo. Se sacrificará la libertad en aras de una imposible seguridad. El terror habrá logrado uno de sus objetivos: herir muestra cultura y civilización.
Ahora parece casi inconcebible, pero ¿no convendría aspirar a que los enemigos de hoy se sentasen en una misma mesa para exponer sus reivindicaciones y hallar puntos de diálogo y confluencia? Quizá sea éste el único camino para una paz a largo plazo en un conflicto que se antoja eterno.
República de las ideas, 25 diciembre 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/12/25 07:40:7.134777 GMT+1
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2015/12/18 07:18:16.410661 GMT+1
Los Gobiernos que más o menos coaligados combaten hoy contra el Estado Islámico (EI) en territorio sirio e iraquí saben que solo con bombardeos e incursiones de fuerzas especiales no podrán destruirlo. También son conscientes de que si por la fuerza bruta lo lograran, arrasándolo en un Gernika infernal y mil veces más extenso, el holocausto causado generaría tan honda y sanguinaria secuela de odios y venganzas que cualquier esperanza de pacificación en esta región quedaría relegada a un futuro muy lejano, aparte de extender un renovado impulso terrorista por todo el planeta.
Por ese motivo los coaligados coinciden en la necesidad de desplegar tropas para ocupar el terreno disputado. ¿A quién encargar esta guerra? ¿Qué ejércitos van a pisar las tierras mesopotámicas para derrotar al EI? ¿Qué soldados van a ganar sobre el terreno la guerra en la que EE.UU., Europa y otras potencias solo quieren participar desde el aire?
Es una idea común entre los responsables de esta guerra que sean ejércitos de países próximos, más o menos vinculados al Oriente Medio para no ser considerados invasores neocoloniales. ¿De qué países se trataría?
Empecemos por considerar los más inmediatos: los Estados árabes en torno al Golfo Pérsico, Arabia y los variados emiratos y monarquías de la zona. Enseguida se advierte que para esos Estados, predominantemente suníes, el EI y las otras ramificaciones de Al Qaeda, también suníes, les preocupan mucho menos como enemigo que el temido auge de los chiíes en Irak y, sobre todo, el refuerzo del Irán chií como potencia con aspiraciones a la hegemonía regional.
Es sabido que los grupos terroristas del EI y de Al Qaeda han sido financiados por Estados árabes, como Arabia Saudí, o por donantes privados radicados en ellos, aunque esto sea difícil de probar cuando los fondos transferidos no son estatales sino particulares, a veces canalizados mediante instituciones benéficas y compañías pantalla.
Un telegrama filtrado por WikiLeaks reveló que en 2009 Hillary Clinton, entonces Secretaria de Estado, afirmaba que los donantes de Arabia Saudí eran "la fuente más significativa de financiación de los grupos suníes en todo el mundo". En la última cumbre del G20 en Turquía, Putin declaró que compartía informaciones con otros Estados miembros sobre la financiación del EI por una cuarentena de países (cuyos nombres no reveló), algunos de ellos socios del G20.
Las complejas relaciones entre los Gobiernos del Golfo y el fundamentalismo islámico hacen que, por ejemplo, la familia real saudí no pueda adoptar decisiones que desaprueben los dirigentes religiosos wahabíes. Éstos sostienen y legitiman a la monarquía a cambio de que ésta ayude a promover el fundamentalismo en el extranjero, cosa que hace muy a gusto para mantener lejos a los que podrían promover una revolución islámica que acabaría con sus dorados tronos. La alianza militar islámica contra el terrorismo, creada recientemente en Riad, parece un esfuerzo de lavado de imagen, sin contar con que ahondaría la brecha entre suníes y chiíes, dificultando cualquier arreglo de paz.
Si no van a ser los países árabes del Golfo los que combatan con entusiasmo al EI ¿qué podría decirse de los kurdos? No son árabes pero sí candidatos a poner las botas sobre el terreno -ya las tienen- y destruir al EI, para ganar esa guerra que la coalición anti-EI no quiere rematar por sí misma. Sus milicias -los peshmergas- llevan tiempo combatiendo al EI en Irak y Siria: EE.UU. los arma, los apoya con su aviación y los entrena.
Pero los kurdos no combaten al EI para destruirlo, sino para expulsarlo de los territorios englobados en el soñado Kurdistán futuro. Luchan por su independencia. Además, una vez que hubieran recuperado las zonas kurdas de Siria e Irak, fogueados y listos para el combate ¿olvidarían el Kurdistán turco? Cuando EE.UU. y sus aliados invadieron Irak en 2003 alimentaron unas ambiciones kurdas, todavía no consumadas, que auguran nuevos conflictos.
¿Serían, entonces, ejércitos turcos los que resolverían el problema, dada su proximidad al teatro de operaciones? El Gobierno de Ankara teme más al independentismo kurdo que a las tropelías del EI. Aparte de que el contrabando recíproco de armas y petróleo ha beneficiado tanto a Turquía como al EI. Los ejércitos turcos solo intervendrán en favor de los intereses de Ankara, y de hecho participan ya en el desmembramiento de Irak al ocupar zonas de este país.
Así pues, conviene olvidar fantasías estratégicas irrealizables. Las fronteras creadas artificialmente en Oriente Medio por los vencedores de la 1ª G.M. -en especial Francia e Inglaterra-, ignorando las realidades locales, tribales, religiosas o étnicas, son ahora inviables y solo sirvieron mientras esos países eran gobernados por dictadores aceptables para Occidente. Pero no es solo eso: habría que preguntarse también si el modelo occidental de Estado y la democracia institucional pueden funcionar en ese vasto espacio religioso-cultural que no acepta la separación entre política y religión. He aquí una interesante tarea para politólogos expertos.
Parece una broma de la Historia, pero la destrucción del Califato Otomano tras la 1ª G.M. parece haber rebotado ahora en las exaltadas mentes de los que luchan por revivir un nuevo califato que llene el vacío que aquél dejó.
República de las ideas, 18 de diciembre de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/12/18 07:18:16.410661 GMT+1
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2015/12/11 07:17:1.335367 GMT+1
Aunque la aparición del Estado Islámico como enemigo común de Europa y Rusia ha suavizado algo las tensas relaciones existentes entre ambas, la crisis ruso-europea, agudizada por la guerra civil en Ucrania y la anexión rusa de Crimea, es un fenómeno sociohistórico mal analizado. Esto puede deberse a las pasiones que suscita, estrechamente vinculadas con los prejuicios injertados en el pensamiento de los respectivos pueblos durante los largos años de la Guerra Fría.
No es solo eso. Bastantes políticos y analistas internacionales advirtieron ya hace años, cuando se desintegraba la Unión Soviética, sobre el peligro de futuros conflictos o incluso de guerras, a causa de la expansión hacia el Este de las organizaciones e instituciones occidentales, en especial, la Alianza Atlántica, que fueron englobando Estados que habían sido parte del Pacto de Varsovia. Para muchos sectores rusos de opinión, esto violaba un acuerdo tácito (nunca escrito ni firmado) entre las potencias occidentales y Moscú, que facilitó la reunificación de las dos Alemanias, que hubiera sido mucho más dificultosa con la oposición de Rusia.
Así pues, la crisis ruso-europea no tiene sus raíces en los recientes conflictos de Ucrania o Crimea sino en las consecuencias de la Guerra Fría, cuyas perturbaciones políticas, económicas y sociales siguen pasando factura. A finales de los años 90 del siglo pasado, tanto Europa (en especial la OTAN) como EE.UU. se autoproclamaron victoriosos triunfadores de un largo enfrentamiento que había mostrado definitivamente al mundo cuál era la ideología dominante para el futuro. La nueva Rusia, que entonces se esforzaba por reconstruirse sobre las ruinas de la desaparecida URSS, hizo patente su protesta por el expansionismo europeo desde una posición política y diplomáticamente muy débil.
En marzo de 1999, Hungría, Polonia y la República Checa se acogieron al paraguas militar otánico; en 2004 lo hicieron Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Rumanía y las tres republicas bálticas; y en 2009 la OTAN extendió su responsabilidad territorial a Croacia y Albania. En la práctica, esto significaba que el vacío creado por la disolución del Pacto de Varsovia era llenado con rapidez por la expansión de la OTAN. Esto contribuyó a reforzar el ancestral temor que siempre ha aquejado a los gobernantes rusos de todas las épocas a ser asfixiados territorialmente y les ha impulsado a buscar salidas hacia los mares templados.
Son diversas las causas de la conflictividad ruso-europea. Quizá la más decisiva sea la dificultad que ambas partes han encontrado para elaborar proyectos comunes. En octubre de 2011, el presidente ruso propuso una Unión Euroasiática, rememorando al general De Gaulle cuando planteaba una "Europa desde Lisboa hasta Vladivostok" e incluso citando a Mitterand, quien había sugerido una Confederación Europea que incluyera a Rusia. Para señalar dónde podía estar el mayor obstáculo a este proyecto añadió: "...nosotros [Rusia] no tenemos casi ninguna fuerza militar en el exterior; pero en todo el mundo hay bases militares de EE.UU. Tienen tropas a miles de kilómetros de sus fronteras, en cualquier lugar del mundo". La propuesta de Putin no prosperó ante la oposición de EE.UU. y la OTAN.
Otra causa es la disparidad de los objetivos que Europa y Rusia se propusieron tras la Guerra Fría. La CE ha ido avanzando, aunque con trabajo y serios altibajos, hacia una supranacionalidad que socava en parte las bases de la soberanía nacional de cada Estado miembro. Por el contrario, Rusia ha tendido a reforzar el poder estatal y la soberanía, tan maltrechos en el tránsito desde que desapareció la URSS. Síntomas de esto son el renacer de la Iglesia ortodoxa como instrumento del poder político y la revalorización de los símbolos nacionalistas y patrióticos, lo que la mayoría de los pueblos europeos considera valores reaccionarios y caducos.
Además, en un segundo plano, existe un enfrentamiento entre Europa y Rusia por los espacios que antes dominaba la URSS, de lo que la guerra por Osetia del Sur fue un ejemplo claro, como ahora sucede en Ucrania. Por otro lado, algunos de los países europeos que fueron repúblicas soviéticas y estuvieron sometidos a Moscú no ocultan cierto deseo de vengar las humillaciones y persecuciones del pasado y se muestran intransigentes con todo lo que pueda suponer diálogo o entendimiento con Rusia.
No será fácil superar esta situación de enfrentamiento si en ambos bandos no se emprende una tarea, abordada con sinceridad y sin prejuicios, para reconocer los propios errores y para revalorizar los intereses comunes de Rusia y Europa. Ni Rusia será pronto una democracia de la forma exacta que Occidente le exige, ni Europa abandonará el doble rasero con el que trata a otros Estados, no en función de su pureza democrática sino de los propios intereses económicos.
Es necesario buscar vías de entendimiento entre Rusia y Europa para evitar que, en el previsible reajuste mundial del poder que se empieza a vislumbrar, Lisboa sea otro satélite de EE.UU. y Vladivostok se convierta en el puerto preferido de China, cuando Rusia y Europa sean absorbidas respectivamente por las dos superpotencias que configuren el futuro de la humanidad.
República de las ideas, 11 de diciembre de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/12/11 07:17:1.335367 GMT+1
Etiquetas:
eeuu
rusia
europa
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2015/12/04 07:33:58.489235 GMT+1
La potencias más relevantes, estimuladas por el muy activo e infatigable antiterrorista presidente Hollande (al que se sumaron Obama, Putin y ahora Cameron), han decidido que el principal enemigo a combatir con las armas es el Estado Islámico (EI), también conocido como ISIS, ISIL o Daesh. Por esta razón proliferan en los medios de comunicación informes y opiniones sobre el terrorismo yihadista, sus modos de operar y de reclutar seguidores, sus aspiraciones últimas y las raíces sobre las que nace y se desarrolla.
Es natural que así sea porque antes de entablar cualquier combate la primera preocupación debe ser conocer bien al enemigo, como ya dejó escrito Sun Tzu siglos antes de nuestra era. Para contribuir a ese mejor conocimiento se van a citar aquí tres puntos de vista sobre el yihadismo: el de dos analistas del ámbito atlántico, el de un ruso tártaro y el de un imam barcelonés.
Los investigadores Scott Atran y Nafees Hamid, en su artículo Paris: The War ISIS Wants ("París: la guerra que desea ISIS") publicado en The New York Review, opinan que observar el terrorismo como una acción de horrible violencia y carente de sentido induce a los Gobiernos a valorar mal la situación. Porque los fieles seguidores del EI lo consideran como "parte de una exaltada campaña de purificación basada en el asesinato sacrificial y la autoinmolación", que irá creando un archipiélago yihadista internacional que al fin se fundirá en un nuevo mundo de paz y justicia bajo la bandera del islam, una vez destruido el mundo actual.
Aducen para ello unos fragmentos de la estrategia elaborada y difundida en 2004 por la rama iraquí de Al Qaeda, predecesora del EI:
"Diversificar y extender los ataques vejatorios contra el enemigo 'cruzado-sionista' en cualquier lugar del mundo islámico e incluso fuera de él si es posible, para desperdigar los esfuerzos de la alianza enemiga y agotarla al máximo".
"Si se ataca un lugar turístico frecuentado por los cruzados, tendrán que proteger con fuerzas adicionales los centros turísticos de todo el mundo, lo que implicará un mayor despliegue y costes más elevados".
Esta estrategia cuenta con el ímpetu natural de los jóvenes insatisfechos, rebeldes ante la autoridad, llenos de energía e idealismo, capaces de sacrificio:
"Motivar a mucha gente extraída de las masas para que venga a los territorios que controlamos, en especial a los jóvenes... porque éstos se hallan más próximos a la naturaleza humana gracias a la rebeldía que albergan..."
Todo lo anterior tiene por objeto inducir a Occidente a empeñarse en un conflicto militar:
"Trabajar para poner al descubierto la debilidad del poder centralizado de EE.UU., haciéndole abandonar la guerra psicológica en los medios y la guerra por países interpuestos, hasta que se vea forzado a combatir directamente".
Así pues, la política adoptada por los principales Estados tras los atentados de París parece jugar a favor de lo que el islamismo terrorista había anticipado hace ya once años.
El artículo concluye así: "Aunque el EI sea destruido, su mensaje será capaz de cautivar a las generaciones posteriores. Hasta que no reconozcamos las pasiones que puede despertar entre los jóvenes desafectos en todo el mundo, corremos el peligro de reforzarlas y aumentar el caos que ISIS ansía".
Rais Suleimanov, ruso tártaro especializado en el estudio del islamismo extremista, desde Kazán (capital de Tartaristán) opina que la idea del califato atrae a gente de todo tipo: "En su mayoría no son personas en situación precaria. Muchos van a combatir a Siria y aportan dinero; no son mercenarios ni están movidos por las ganancias sino por las ideas".
¿Por qué personas cultivadas aceptan el salvajismo del EI, los prisioneros quemados o decapitados, los niños asesinados? Suleimanov responde que siempre hay quienes admiran la violencia o aman el peligro. Pero todos ellos, violentos o no, "están motivados por la idea de crear una sociedad más justa bajo las leyes islámicas". Lo compara perspicazmente con el comunismo que a principios del siglo XX promovía ideales similares, luchando por la justicia y la igualdad entre los seres humanos. En el mundo occidental, recuerda Suleimanov, muchos adoptaron esa ideología (sobre todo estudiantes e intelectuales) a pesar de que la URSS era una tiranía que fríamente eliminaba a muchos ciudadanos.
Por último, y para borrar la idea de que el autoproclamado califato es una inofensiva mascarada, como algunos han opinado en España, oigamos a un imam de Barcelona explicar por qué el califato ha resurgido como una causa atractiva para muchos musulmanes: "Estoy contra la violencia de ISIS y de Al Qaeda, pero han servido para sacar a la luz nuestros problemas en Europa y en el mundo. Antes se nos ignoraba por completo. Soñamos con el califato, igual que los judíos soñaron siempre con Sión. Quizá sea una federación de pueblos musulmanes, como la Unión Europea. Llevamos el califato en nuestros corazones aunque no sabemos todavía la forma que tendrá".
Estamos ante un asunto muy complejo, que requiere análisis razonados y bien fundados más que impulsos bélicos y operaciones militares de represalia. Hay que adoptar una amplia visión del entorno para no repetir los errores del pasado, causantes de la crítica situación actual. De no ser así, podemos entrar en un ciclo de violencia multiplicada de muy incierto final.
República de las ideas, 4 de diciembre de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/12/04 07:33:58.489235 GMT+1
Etiquetas:
yihadismo
ei
isis
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2015/11/27 08:08:12.441201 GMT+1
Quizá algo abochornados por la barbarie turca al derribar sin contemplaciones un caza ruso que volaba sobre la frontera turco-siria, aunque sin mostrarlo ostensiblemente pues Turquía es un viejo aliado que desempeñó un papel fundamental durante la Guerra Fría, los 28 representantes nacionales ante la OTAN se vieron forzados a celebrar una reunión de urgencia a petición del Gobierno de Ankara.
Lo primero que sorprende es que haya sido Turquía la que pidió la reunión del Consejo del Atlántico Norte, como si hubiera sido atacada o estuviera en inminente peligro y requiriera el inmediato apoyo de los socios atlánticos. Una violación del espacio aéreo que solo duró unos segundos ¿equivale a una declaración de guerra y exige la ruptura de hostilidades, como si fuera un nuevo Pearl Harbour? ¿A qué extremos de exaltación se hubiera llegado si el avión abatido hubiera sido turco y el agresor, ruso? Es evidente la sobreactuación del Gobierno de Ankara, que ha puesto en un serio compromiso a la OTAN.
Con la boca pequeña y sin identificarse, algunos de los embajadores ante la OTAN han reconocido que el protocolo normal en estos casos es que los cazas que salen a interceptar un avión incursor, tras la identificación visual, lo escolten fuera del espacio aéreo violado, haciéndole notar la trasgresión en la que ha incurrido. Posteriormente tendrían lugar las oportunas reclamaciones diplomáticas por las vías usuales y las investigaciones para aclarar el motivo de la infracción.
La declaración final del Secretario General de la OTAN, instando a la calma y a rebajar tensiones, dejó también al descubierto la verdadera causa del conflicto cuando dijo: "Lo que hemos visto es que la mayoría de los ataques rusos hasta ahora se han dirigido contra partes de Siria donde no está presente el ISIL [Estado Islámico en argot OTAN]. Nuestro enemigo común es ISIL y, por eso, aceptaría con agrado todos los esfuerzos para incrementar la lucha contra el ISIL".
El asunto se explica mejor al observar que Turquía y Rusia no combaten en Siria contra el mismo enemigo. Más aún: tienen enemigos distintos, enfrentados además entre sí, lo que complica bastante la cuestión. Esto no es nada nuevo, dada la variedad de actores que operan en territorio sirio.
Uno de los grupos rebeldes alzados contra el Gobierno sirio son los turcomanos, un pueblo étnicamente turco que lleva siglos habitando en la región. Algunos se concentran en las montañas cercanas a la frontera con Turquía. Fueron perseguidos por el régimen de Bagdad, que les prohibió el uso de su idioma y combatió sus señas de identidad; se sublevaron en 2011 contra El Asad, contando con el apoyo de Ankara y unidos a otras facciones que también aspiraban a derribar al presidente sirio.
Instruidas y entrenadas por Turquía, las brigadas turcomanas agrupan a unos 10.000 combatientes que luchan a la vez contra el ejército regular sirio y contra el Estado Islámico. Les apoyan otras fuerzas, como el Ejército Libre de Siria, la rama de Al Qaeda en el país (el Frente Nusra) y el grupo islamista Ahrar al-Sham. Es precisamente en esta vinculación con grupos próximos al terrorismo internacional donde se basa la acusación de Putin a Turquía de apoyar al yihadismo.
La aviación rusa atacó a los turcomanos y esto es lo que Ankara parece haber vengado con la destrucción del cazabombardero ruso, en una acción sin precedentes después de la Guerra Fría. Es natural que ambas partes -Rusia y Turquía- presenten versiones distintas del mismo hecho, sobre todo en una zona donde la frontera serpentea entre Siria y Turquía. Se discute también si en el momento del ataque el avión ruso estaba penetrando o abandonando el espacio aéreo turco. Teniendo en cuenta que Rusia y Turquía no están en guerra, el hecho presenta enorme gravedad.
Tras la destrucción de un avión comercial ruso en Egipto, acto terrorista atribuido al Estado Islámico, parecía como si Rusia, Europa y los estados árabes moderados se fueran a unir con un mismo objetivo: derrotar al EI. Pero ocurre que los objetivos finales de los participantes en el conflicto sirio no son los mismos y, por eso, los ataques rusos contra los turcomanos han llevado a un enfrentamiento militar directo entre Turquía y Rusia.
En realidad, sobre territorio sirio se desarrollan varias guerras con distintos participantes. Una de ellas está orientada a la configuración de la Siria de posguerra y a la futura hegemonía en la región; hay otra, para derrotar al Estado Islámico, que es la que abandera el presidente francés. Al conflicto tampoco son ajenos Irán, Arabia Saudí y los Estados del Golfo. Y no olvidemos todavía la continua catástrofe humanitaria de los refugiados que huyen de la guerra, a los que los atentados de París han arrojado a la oscuridad informativa.
El acto de guerra que supone abatir un cazabombardero ruso solo por haber violado brevemente el espacio aéreo turco, sin ningún otro indicio de acción agresiva contra Turquía, es un acto hostil y como tal debe ser tratado en los foros internacionales. La OTAN deberá explicar debidamente esta agresión, aunque no haya estado controlada por los órganos militares de la Alianza y sea responsabilidad exclusiva de Ankara. Convendrá que la Alianza ignore esas voces exaltadas que exigen estar "al lado del amigo, con razón o sin ella", porque los ojos del mundo están puestos en una Alianza militar que se quedó sin el enemigo que la hizo nacer y crecer y algunas de cuyas acciones recientes han suscitado razonable desconfianza.
República de las ideas, 27 de noviembre de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/11/27 08:08:12.441201 GMT+1
Etiquetas:
siria
turquía
otan
rusia
| Permalink
| Comentarios (0)
| Referencias (0)
2015/11/17 17:22:37.136237 GMT+1
El presidente francés reaccionó militarmente el pasado domingo a la oleada de atentados sufridos por París, enviando su aviación a bombardear Racca, al Este de Siria, una de las principales ciudades del Estado Islámico. Catorce años antes, y ante otro aluvión de atentados terroristas que se abatió sobre Nueva York y Washington, el presidente de EE.UU. ordenó desencadenar la guerra contra un Estado, Afganistán, en cuyo territorio se había fraguado una parte del complot, ni siquiera la principal.
En ambos casos, uno de los objetivos de la reacción bélica fue levantar la moral de la población, abatida por los terribles atentados sufridos. Pero las circunstancias son muy distintas y el espíritu popular en ambos Estados en nada se parecía ni se parece hoy. Estadounidenses y franceses no pertenecen a la misma cultura político-bélica, aunque Hollande parezca imitar a Bush más que atender a la voz de su propio pueblo.
El alucinado presidente de EE.UU. fue el primer dirigente de la Historia que respondió a unos actos de terrorismo con la guerra (“guerra total contra el terror” la proclamó), en vez de hacerlo con los medios de represión y restablecimiento de la normalidad y el orden público, habituales en las democracias avanzadas. Medios que son bastante ajenos al espíritu embebido en los genes nacionales de EE.UU., heredero de los tiempos de “la frontera” y de la perenne sensación de hegemonía de las armas sobre la razón, que tantos éxitos ha proporcionado a los intereses de la nación americana. Y tantos fracasos morales, desde la voladura del Maine en Cuba hasta la ignominia del penal de Guantánamo, también en Cuba.
Llevado por la obnubilación del momento, Bush la llamó “cruzada”, pero lo imprudente del término y los efectos que podía tener en otros pueblos cuyo apoyo deseaba obtener le obligaron a cambiar de expresión. A partir del error inicial, el espíritu de venganza cegó a los dirigentes de Washington, que entraron en una espiral de arrogancia e ignorancia responsable del estado actual en que se hallan muchos pueblos del Medio Oriente (como acaba de reconocer Tony Blair, uno de los cómplices de la aventura), víctimas de las invasiones militares occidentales capitaneadas por EE.UU.
Hollande, copiando a Bush, no es el mejor ejemplo del camino que debería seguir Europa frente a las brutalidades del Estado Islámico. Porque el pueblo francés, dando muestras de serenidad y patriotismo, entonando espontáneamente su himno nacional (que, dejando aparte alguna ferocidad de su letra, fue, ha sido y será uno de los símbolos del progreso de la humanidad) no ha querido remedar el espíritu del Lejano Oeste tomándose la venganza por su cuenta o erigiéndose en sheriff del mundo, al estilo que propugnó Washington en 2001.
Su larga y profunda cultura y su experiencia en centenares de guerras que han ensangrentado el hexágono durante siglos han dado ejemplo de lo que la vieja Europa podría aportar a los conflictos que aquejan a la humanidad, si supiera sobrepasar sus rencillas internas, su creciente egoísmo y su sumisión al poder económico, como ocurre en esta época de desconcierto y desilusión por lo que Europa pudo haber sido y no fue. O no parece que vaya a ser.
Los atentados de París no son un acto de guerra. En todo caso, para que lo fueran habría que inventar una nueva acepción para este vocablo en todos los idiomas del mundo. Y descalificar, con ello, para siempre a los tratadistas que durante siglos han venido estudiando la evolución del fenómeno guerra; incluso cuando el terrorismo había hecho ya su aparición en el seno de algunas naciones donde las reivindicaciones sociales o políticas utilizaban el terror como instrumento para conseguir sus fines.
El terrorismo nativo, el que ha crecido y se ha educado entremezclado con el pueblo del país al que ataca, como ha ocurrido en París, no puede ser un enemigo de guerra. Guerra y delincuencia, por grave que ésta sea, son términos incompatibles. No se les puede hacer frente con la misma estrategia, con los mismos instrumentos ni con los mismos objetivos o finalidades. Es el error en el que es fácil incurrir estos días.
Aunque estos aspectos han sido sobradamente comentados en todos los medios con motivo de la sangre derramada en París, conviene también preguntarse: ¿Cuánta sangre, también inocente, habrá sido vertida en Racca al retirarse los cazabombarderos franceses? ¿Qué nuevos odios e impulsos de venganza habrán aflorado entre las ruinas de la ciudad? ¿Y qué nuevo terrorismo brotará, en Oriente Medio, en África, en Asia, como consecuencia de las bombas rusas, francesas, inglesas, israelíes, americanas… lloviendo hoy sobre Siria o Irak, o de los drones que acechan por doquier?
Plantearse como una guerra total el conflicto de Siria, que es solo una parte del avispero que ha emergido en Oriente Medio como resultado de los errores anteriores, es cometer un nuevo error. Es plantearse una guerra que no va a ganar nadie. Ni un hipotético ejército mundial invencible y todopoderoso que aniquilase hasta el último reducto del Estado Islámico, podría ganar esa guerra. Un renovado terrorismo, con el mismo u otro nombre, surgiría sobre las cenizas y el caos sembrados por el antiterrorismo bélico. Forzosamente habrá que buscar otras soluciones que no se basen en el poder destructor de las armas.
República de las ideas, 17 de noviembre de 2015
Escrito por: alberto_piris.2015/11/17 17:22:37.136237 GMT+1
Etiquetas:
europa
guerra
siria
eeuu
francia
terrorismo
| Permalink
| Comentarios (2)
| Referencias (0)
Siguientes entradas
Entradas anteriores