2016/03/31 20:43:22.597690 GMT+2
Adam Hochschild es un intelectual estadounidense, profesor de periodismo en la universidad de Berkeley y autor de varios libros ya publicados en España, como "El fantasma del rey Leopoldo", sobre la colonización belga del Congo, "Enterrad las cadenas", sobre la lucha contra la esclavitud en el Imperio Británico y "Para acabar con todas las guerras", unas reflexiones sobre la 1ª Guerra Mundial.
Ahora ha publicado "España en nuestros corazones" (Spain in Our Hearts: Americans in the Spanish Civil War, 1936-1939), sobre los ciudadanos estadounidenses que, como parte de una lucha universal contra el fascismo, participaron como voluntarios en la Guerra Civil española.
En la página web de TomDispatch, el autor extracta una parte de su trabajo bajo el título "El petrolero que amaba a los dictadores", para describir cómo la multinacional petrolera Texaco colaboró con las dictaduras europeas.
Para Hochschild, las "grandes empresas multinacionales, a veces con ingresos superiores a la suma de los productos nacionales brutos de varias docenas de países pobres, a menudo son más fuertes que los Gobiernos de los Estados y sus presidentes ejercen más poder político que el que pudieran soñar muchos presidentes de Gobierno o jefes de Estado".
Entre ellas destacan las compañías petrolíferas. Durante la Guerra Civil española es de sobra sabido el amplio apoyo que los militares sublevados contra la República recibieron de Mussolini y de Hitler en forma de unidades combatientes, material de guerra y asesoramiento militar. Pero los lubricantes y el combustible que consumían los aviones, carros de combate y buques de guerra no provenían de Alemania ni de Italia, países que carecían de esos recursos y necesitaban importarlos.
Mantener en marcha los motores de combustión interna sobre los que se apoyaba el esfuerzo bélico era algo que se gestionó desde unos despachos del rascacielos Chrysler en el centro de Nueva York, desde donde Torkild Rieber dirigía la Texas Company, más conocida como Texaco en las gasolineras de todo el mundo.
Rieber no ocultaba sus preferencias políticas. Uno de sus amigos recordaba tiempo después: "Siempre pensó que era mejor tratar con autócratas que con demócratas. A un autócrata basta con sobornarle una vez; con las democracias hay que seguir insistiendo". Así pues, el contrato que Texaco había firmado con la República española en 1935, convirtiéndose en su principal proveedor, se invalidó en 1936. La Texaco puso a disposición del general Franco en el puerto de Burdeos el primer suministro de combustibles y productos derivados en un petrolero de la propia compañía.
"No se preocupen por el pago" tranquilizó Rieber al Gobierno de Burgos, sabedor de que las reservas de oro del Estado estaban en poder del Gobierno de Madrid. Contraviniendo la propia legislación de EE.UU., Rieber se convirtió también en el acreedor principal del régimen de Franco, facilitando extraordinariamente el pago de sus productos.
Además, la red de contactos navales de la Texaco le permitía conocer las rutas de los suministros con destino a la República, información que llegaba a los submarinos italianos que operaban en el Mediterráneo y a la Marina que actuaba a las órdenes de Burgos. En resumen: la Texaco, bajo la dirección de Rieber, participó abiertamente en la guerra española al lado de Franco y en contra del Gobierno de la República.
Aunque en septiembre de 1939 Alemania entró en guerra contra Francia y el Reino Unido, Rieber siguió suministrado petróleo al régimen nazi, construyendo petroleros en Hamburgo e intimando con Goering tras el brutal aplastamiento alemán de Polonia en la guerra relámpago.
Sin embargo, como narra Hochschild, "el amor de Rieber por los dictadores" le puso en apuros. En 1940 se descubrió que algunos de los agentes de la Texaco eran espías al servicio de Berlín. Rieber perdió su trabajo pero un agradecido general Franco, entonces jefe de Estado de un país europeo que se movía en la órbita de las potencias del Eje, le nombró responsable de compras americanas de la CAMPSA, el monopolio estatal español del petróleo.
El resultado final del paso de Torkild Rieber por la historia universal tiene gran interés, aunque su nombre apenas haya dejado rastro significativo. Aparte de confirmar la teoría de Hochschild sobre el poder político de las grandes multinacionales, en especial de las petroleras, es una prueba de la influencia que ciertas personas, situadas en esos altos escalones del poder real, pueden ejercer sobre la humanidad. El petróleo de la Texaco ayudó al triunfo de Franco en la Guerra Civil y favoreció a las potencias del Eje en la guerra mundial que iba a comenzar. Hochschild se lamenta de que "innumerables marinos estadounidenses murieron por efecto de los 21 submarinos alemanes con base en la costa atlántica española" a causa de la influencia ejercida por la industria petrolífera.
También hoy esa industria invierte sustanciales recursos en negar el cambio climático y proteger de la intromisión de los medios a los negativos efectos que algunas de sus explotaciones vienen causando en todo el mundo.
Publicado en República de las ideas el 31 de marzo de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/03/31 20:43:22.597690 GMT+2
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2016/03/24 19:30:41.402831 GMT+1
El subjefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas israelíes, general Yair Golan, es considerado en su país como un militar culto y educado, estudioso y aficionado a la Historia. No es un halcón guerrero ni un fanático sionista. Por eso, sus comentarios sobre política internacional tienen gran interés.
Tras una conferencia que impartió el pasado 17 de marzo en un centro universitario israelí de estudios estratégicos, su sinceridad al responder a varias preguntas de los asistentes le llevó a entrar en terrenos de los que un profesional de la diplomacia se hubiera escabullido. Hago un inciso para recordar aquella humorística comparación de que militares y diplomáticos solo se diferencian en que para perder el tiempo los primeros madrugan mucho y los segundos suelen trasnochar demasiado. Más cierto es que los militares han de expresarse con claridad, para que sus órdenes sean bien entendidas, mientras que los diplomáticos suelen hacerlo de modo enrevesado para que sus declaraciones no comprometan a nada y puedan ser interpretadas del modo más apropiado a las necesidades del momento.
El general Golan no se frenó en sus opiniones. Expresó recelo hacia Turquía, país al que considera "un factor muy problemático del que se pueden esperar problemas y desafíos", lo que gustará poco en Bruselas ahora que Europa ha iniciado con Turquía una ignominiosa luna de miel para quitarse de encima, con dinero, el arduo problema de los miles de refugiados que huyen de la guerra y se agolpan ante sus fronteras solicitando auxilio.
En Washington también habrá disgustado su opinión sobre la política de EE.UU. en Oriente Medio: "EE.UU. se ha acostumbrado en los últimos años a utilizar pródigamente su fuerza militar. No estoy seguro de que esto le sea muy beneficioso". Tras calificar de "ejército imponente" al de EE.UU., puntualizó que "en muchos aspectos no es mucho mejor que el nuestro. Hay cosas en las que son muy buenos y otras en las que no lo son tanto".
Quizá la perla más brillante de tan francos comentarios fue la alusión a sus propios contactos con la aviación rusa que operó al norte de Siria, de los que él fue el responsable de coordinar: "Los rusos entendían perfectamente las 'líneas rojas' trazadas por Israel y, en contraste con la imagen [que de ellos se da] en la literatura y las películas, son gente con la que uno se entiende muy bien".
Es muy probable que tan sincera locuacidad no le sea muy positiva para avanzar en su carrera militar, pero le estaremos agradecidos por su ayuda para romper esos estereotipos que tanto perjudican las relaciones internacionales.
Que pueda ser fácil entenderse "con los rusos" choca con la teoría básica sobre la que opera la OTAN, para la que una segunda guerra fría sería un balón de oxígeno para seguir viviendo de las rentas del viejo enfrentamiento con la extinta Unión Soviética.
Durante la Conferencia de Seguridad de Múnich y la reunión de ministros de Defensa de la OTAN, celebradas el pasado mes de febrero, se acordó dejar para la cumbre otánica de Varsovia, prevista para julio, el refuerzo de las fuerzas desplegadas en los flancos de la OTAN.
Es fácil entender que esta acción vulneraría el acuerdo firmado en 1997 con el nombre de "Acta Fundacional sobre las relaciones, cooperación y seguridad mutuas entre la OTAN y Rusia". El entonces Secretario General de la OTAN, Javier Solana, lo calificó como "una ambiciosa asociación que nos ayudará a dejar atrás de una vez por todas las divisiones de Europa". No parece que las cosas vayan por ese camino.
Polonia y los Estados bálticos presionan a la OTAN para eludir algunos aspectos del citado acuerdo, como el de cumplir sus misiones defensivas sin establecer fuerzas en todos los países socios: "[Los Estados firmantes evitarán] que se produzca un incremento de fuerzas, desestabilizador de las distintas regiones de Europa y en el continente europeo en su conjunto".
Cualquier intento de desplazar contingentes con carácter permanente dentro del territorio de la OTAN puede generar serias dificultades en las relaciones entre Europa y Rusia, e incluso discrepancias entre los socios atlánticos. El general checo Petr Pavel, primer militar de un Estado exmiembro del Pacto de Varsovia que ejerce como presidente del Comité Militar de la OTAN, declaró que frente a las "llamadas a la contención de Rusia" desplegar tropas en contacto con la frontera rusa "aumentaría el riesgo de una confrontación militar".
Aunque la Guerra Fría terminó hace ya años, las percepciones hondamente ancladas durante ella y la general incomprensión que muestra Occidente hacia Rusia, junto con el histórico temor de ésta a su forzado confinamiento, nos hacen temer que las relaciones entre ambas partes seguirán en un inestable equilibrio.
Añadido de última hora: Las bombas terroristas en Bruselas, París... ¿son la reacción, el rebote, la respuesta "en diferido" a los triunfales bombardeos de Irak contra las supuestas armas de destrucción masiva; de Libia para deponer a un dictador; de Afganistán para imponer la democracia, etc.? ¿Acierta el general Golan en su negativa opinión sobre el pródigo uso de la guerra por EE.UU. y sus aliados?
Publicado en República de las ideas, el 24 de marzo de 2016.
Escrito por: alberto_piris.2016/03/24 19:30:41.402831 GMT+1
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2016/03/16 10:15:25.730124 GMT+1

Exhibida por vez primera en el Festival de Cine de Toronto en septiembre de 2015, se ha estrenado ahora en EE.UU. Eye in the Sky (El ojo en el cielo), una película anglo-estadounidense que se esfuerza por desentrañar los complejos problemas -técnicos, morales, legales, políticos, internacionales y humanitarios- que lleva consigo la utilización militar de los drones. En España está previsto su estreno el próximo mes de mayo con el título "Espías desde el cielo".
El eje de la acción se centra en una coronel del ejército británico encargada de perseguir a unos terroristas en Nairobi, la capital de Kenia. Se ha localizado allí a dos dirigentes, estadounidense y británico, de Al Shabáb, la organización terrorista africana responsable de los más recientes atentados en Somalia.
La coronel Katherine Powell (interpretada por Helen Mirren) no necesita viajar a África para cumplir su misión: su trabajo se desarrolla en una oficina londinense desde donde dirige un programa secreto de drones. Estrechamente relacionados con ella operan dos pilotos de drone estadounidenses desde una base en Nevada (EE.UU.) y varios agentes secretos en Kenia.
La película se abre presentando crudamente las decisiones éticas y legales que deben adoptar los responsables civiles y militares del Estado para matar a un sospechoso cuando forzosamente al hacerlo se producirán también víctimas inocentes. Sin tomar partido, el argumento del filme muestra cómo la tecnología moderna, incapaz de facilitar las decisiones, solo las hace más complicadas.
La coronel observa en sus pantallas (véase la figura) el interior de una casa de Nairobi, gracias un drone miniaturizado no mayor que un abejorro, y comprueba que los dos terroristas buscados, junto con otros presuntos miembros de Al Shabáb, están aparejando a un joven suicida con el chaleco explosivo y grabando las imágenes del futuro mártir. El plan previsto para apresar vivos a los dirigentes mediante un comando local es inmediatamente descartado porque Powell sospecha la inminencia de una nueva acción terrorista. Obtenida la autorización superior para el ataque, tras valorar la probabilidad de víctimas inocentes, ordena al operador estadounidense del drone disparar el misil y, justo cuando iba a hacerlo, éste observa que una niña instala enfrente de la casa un puestecillo para la venta de pan. Tras haber estado antes contemplándola cómo jugaba con un hulahula en el descampado contiguo, titubea, vacila en cumplir la orden y solicita una nueva valoración de las víctimas colaterales, dado el cambio de circunstancias.
El dilema está claro: si se ataca al edificio se impedirá el aparente ataque terrorista salvando otras vidas, pero la explosión matará a la niña inocente. Si se retrasa para no dañarla, los terroristas pueden abandonar la casa y quizá sea ya imposible evitar el atentado. Pero ¿y si la niña logra vender su pan y se aleja antes de que salgan los terroristas? Entonces se podría perseguirlos e incluso apresarlos más tarde sin dañar a nadie. ¿Y si el atentado fracasa? Se genera todo un alud de dudas basadas en hipótesis razonables.
El director, Gavin Hood, expresa así su opinión: "Queremos mostrar cómo cambia el modo de hacer la guerra y la forma de oponerse a ella". Cree que su película abrirá un debate sobre el uso de los drones: "Espero que sirva para recordarnos que los asuntos más complicados exigen un diálogo sincero, profundo y no una simple exposición de ideas. Si conseguimos iniciar ese diálogo, estaremos contribuyendo a nuestra democracia porque la democracia gira en torno al debate y al diálogo". Frase, esta última, de aplicación hoy en España ante la confusa situación creada por la formación de un nuevo Gobierno.
Por su parte, la actriz británica Helen Mirren explica su papel: “Mi abuelo era militar y creo que, de alguna manera, un militar debe ser inflexible porque no puede estar preocupado por las implicaciones y las consecuencias de lo que está haciendo. Eso sería molesto y muy inquietante. Un militar dice: 'Este el problema y esto es lo que debemos hacer. Hagámoslo'. Pensé que mi personaje debía tener también esa cualidad".
La película muestra además el agotador y difícil papel de los "pilotos" (mejor, operadores) de drones, que afrontan los mismos dilemas morales que las tropas en combate, aunque sus carreras son menos brillantes y están mal recompensadas. Son el último eslabón de una cadena que incluye coroneles, generales, miembros del Gobierno y hasta jefes de Estado, que a menudo también han de participar en las decisiones finales.
El espectador saldrá del cine repitiéndose el mismo debate que los personajes han desarrollado durante la acción. ¿Qué ventajas tiene utilizar drones en la guerra? No es solo el problema de las víctimas inocentes que mueren injustamente, sino también el de las repercusiones internacionales en la propaganda de guerra: ¿Qué efectos tendrá ese misil en la situación política de la zona? ¿Y en la mente de los que han pulsado el botón que ha convertido el objetivo en un montón de ruinas y cadáveres? ¿Podrán seguir viviendo como antes? Según el director, estas preguntas no respondidas son el verdadero corazón de su película.
Publicado en "República de las ideas" el 17 de marzo de 2016:
Escrito por: alberto_piris.2016/03/16 10:15:25.730124 GMT+1
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2016/03/10 18:39:6.120457 GMT+1
Un think tank (centro de estudios e investigaciones) radicado en Washington ha calificado negativamente la política del Gobierno de Obama en relación con el uso de drones en ataques contra objetivos situados fuera de las zonas de combate. Su falta de transparencia y de rendición de cuentas son graves defectos que deberán corregirse si EE.UU. desea evitar la proliferación de este tipo de armas.
No obstante, habla en favor de EE.UU. el hecho de que un prestigioso centro privado, como es el Stimson Center, se atreva a criticar a su Gobierno en una cuestión tan delicada como el uso de los drones, que junto con las fuerzas de operaciones especiales se han convertido en los instrumentos bélicos favoritos del presidente saliente.
En Europa, donde con tanta admiración se copia lo que nos llega del otro lado del Atlántico, sería aconsejable que hubiera organizaciones similares capaces de criticar, por ejemplo, lo que la OTAN decide desde Bruselas sin apenas control democrático por los pueblos a los que dice proteger.
El comentario completo puede leerse en:
http://www.republica.com/el-viejo-canon/2016/03/10/los-drones-de-obama-suspenden-el-examen/
Escrito por: alberto_piris.2016/03/10 18:39:6.120457 GMT+1
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2016/03/03 20:55:29.643991 GMT+1
La vergüenza que suscitan tantas escenas humillantes y a menudo canallescas, fruto del perverso trato que algunos Estados europeos dan a los inmigrantes orientales y africanos que se agolpan a sus puertas, es hoy quizá el asunto más hiriente del que dan noticia los medios de comunicación.
Contemplamos los europeos, desanimados unos y desesperados otros, cómo la Unión Europea se desbarata por sus débiles costuras, víctima de los egoísmos nacionales, olvida los nobles principios que la hicieron nacer y se hunde en el fango del mercantilismo que en las actividades humanas solo valora los beneficios económicos que pueden producir y donde el tan alabado "humanismo cristiano" muestra su rostro más degradado.
Ni siquiera el torbellino informativo que provoca en España la elección de un nuevo Gobierno, trajinada entre sombras, engaños y zancadillas, o la lluvia sobre mojado de los resonantes casos de corrupción ("inundación" la llamó una personalidad del partido más aquejado por ella) nos hacen olvidar el drama humano de los que sobre la superficie del planeta se desplazan, angustiados, huyendo de la guerra, el hambre o la miseria, buscando una vida mejor.
Aludir a los padecimientos migratorios nos trae instintivamente la imagen de las islas griegas, Turquía, Macedonia... allí donde los medios dirigen su atención porque es un fenómeno que afecta a los europeos. Pero no es el único; incluso llega a hacernos olvidar otras pesadumbres similares de personas que, en este caso, hablan nuestro idioma, huyen de sus países de origen y buscan la soñada dicha de poder comer a diario.

"La bestia" es el nombre genérico que los emigrantes dan a los trenes de mercancías que cruzan México de sur a norte y en los que miles de ciudadanos centroamericanos viajan en penosas condiciones soñando con cruzar la frontera que les separa de EE.UU. Tal es el caso de Juan Orlando, un hondureño de 35 años, que cuenta cómo ha intentado en dos ocasiones alcanzar la meta anhelada.
La primera vez tenía 23 años y emprendió con su mujer el complicado viaje. Tras atravesar a pie Guatemala, por Tapachula entraron en México, donde subieron al tren: "Viajamos en 'La bestia' muchas horas. Caímos rendidos de sueño, interrumpido por pesadillas". En una de las paradas del tren subieron varias personas: eran del cártel de los Zeta, la mafia de la droga que controla las rutas de los emigrantes. Les exigieron un dinero que no tenían y él se vio conminado a abandonar el tren en marcha, esperando que su mujer le siguiera. Pero ella fue brutalmente arrojada fuera del vagón y una estaca de madera perforó su costado al caer. Afortunadamente, un vehículo de una organización benéfica mexicana se hallaba cerca y pudo ser atendida y curada en un hospital. Regresaron a casa maltrechos y derrotados.
Siete años después Orlando decidió repetir el viaje, esta vez solo. Consiguió llegar a la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, en el extremo nororiental mexicano, y allí su destino le enfrentó con otro de los peligros que acechan a los emigrantes: el secuestro. Fue encerrado en una de las casas donde las mafias retienen a los emigrantes hasta que pagan el rescate. Durante 2014 se registraron en México 682 casos de secuestro de emigrantes.
Los secuestradores le pidieron 10.000 $ y para que tuviera claro lo que ocurriría si no pagaba le cortaron la primera falange del meñique de la mano derecha: "Me retuvieron cuatro meses; solo me daban frijoles para comer, así no les salía caro mantenerme vivo". Al final le conectaron con su familia y unos amigos a través de Facebook. Reunió el dinero necesario y fue liberado: "Gracias a Dios, algunos amigos dominicanos respondieron a mi llamada; entre ellos, poco a poco, reunieron lo que pedían los secuestradores".
Al ser entrevistado hace unos días por dos periodistas cubanos del IWPR (Institute for War and Peace Reporting, de donde procede esta información), Juan Orlando estaba a punto de concluir el tercer asalto al "sueño americano". Tras el fracaso al intentarlo por el extremo oriental de la frontera (esa que Donald Trump promete cerrar construyendo un muro que, además, habrá de costear el Gobierno mexicano) ahora se disponía a probar el extremo occidental, en el Estado de Sonora. Lo justifica diciendo que, aunque el trayecto es más largo, allí no operan los Zetas y tiene más probabilidades de pisar suelo estadounidense. La experiencia le ha ido enseñando.
Los emigrantes centroamericanos, sufriendo extorsiones, mutilaciones o secuestros por las mafias mexicanas, son casi unos afortunados en comparación con los sirios, afganos, iraquíes, libios, subsaharianos, etc., que huyen de sus países impulsados por la guerra o la miseria y deslumbrados por el falso "sueño europeo", van muriendo durante su largo peregrinaje, ahogados, enfermos, congelados y hasta gaseados por las fuerzas policiales que fríamente los maltratan, sin contar con las mafias que se aprovechan de su penosa situación.
Europa y el mundo desarrollado en general ya no pueden ignorar la brutal diferencia existente entre los benéficos ideales de nuestras civilizadas democracias y la cruel realidad de las cicateras políticas inmigratorias que aplican cuando de las resonantes palabras hay que pasar a los hechos reales.
República de las ideas, 3 de marzo de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/03/03 20:55:29.643991 GMT+1
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2016/02/25 20:32:41.931880 GMT+1
El 21 de febrero de 1916 se iniciaba en el nordeste de Francia lo que después pasaría a la Historia como la batalla de Verdún, una de las más empecinadas de la 1ª Guerra Mundial. Verdún era ya entonces una ciudad de asentado renombre bélico, debido a su situación geográfica, y en la guerra franco-prusiana de 1870 fue la plaza fuerte que más resistió, cuando Sedán, Metz o Estrasburgo habían caído ya en poder del enemigo.
Dos grandes fortalezas artilladas, un cinturón de fortificaciones defensivas y medio millón de combatientes protegían la ciudad francesa contra la que se desencadenó ese día el aplastante poder del ejército alemán. Empezaba una epopeya bélica que duraría diez trágicos meses, aunque apenas modificó el trazado de los frentes ni acercó la victoria a ninguno de ambos bandos.
El primer disparo lo efectuó un cañón naval Krupp de 381 mm sobre ruedas, desde unos 30 km de distancia, cuyo impacto alcanzó la catedral de Verdún, según se narra en las crónicas de la época. Después, durante más de nueve horas, unas 850 piezas de artillería pesada, en batería a lo largo de un frente de unos 13 km -la "preparación artillera" más intensa hasta entonces conocida- trituraron las posiciones defensivas francesas antes de que un ejército de 140.000 hombres las atacara. Fueron los primeros en entrar en combate del más de un millón de soldados alemanes que se empeñaron en esta batalla. Durante ella, la Artillería iba a ser confirmada como la "reina de las batallas" aunque, como ocurrió en Verdún, esas batallas a nada condujeran sino a unas atroces carnicerías sin finalidad estratégica alguna.
El intenso martilleo de fuego aniquiló gran parte de las defensas francesas, enterrándolas bajo una lluvia de metralla, tierra y cascotes. En las memorias de un cabo francés que lo vivió se lee: "De cada cinco hombres, dos han muerto enterrados vivos en su refugio, dos han sido heridos y el quinto está listo".
Ambos bandos recurrieron a los proyectiles químicos desde el principio, pero el segundo día los alemanes mostraron su arma sorpresa: el lanzallamas, que llenó las trincheras de cadáveres quemados. Además, desde el comienzo de la batalla, más un centenar y medio de aviones alemanes vigilaban desde el aire el desarrollo de las operaciones en tierra y corregían el tiro de la artillería contra los fuertes que cubrían Verdún.
El día 24 una oleada de pánico se extendió por las filas francesas, tras un ataque alemán que produjo muchos prisioneros. Se hizo entrar en línea a una división norteafricana, formada por tropas tribales marroquíes y argelinas, pero ante un compacto avance de la infantería alemana huyeron en desbandada sin atender las voces de mando de sus oficiales franceses. Un oficial del Estado Mayor francés escribió: "Una sección de ametralladoras abrió fuego por la espalda contra los que huían, que cayeron como moscas".
El 25 de febrero, justo cien años antes de que en República.com salga a la luz este comentario, cayó Fort Douaumont en poder de los alemanes con sorprendente facilidad. Era el principal de los fuertes que protegían la ciudad y su pérdida hizo que un escalofrío general sacudiera a la nación francesa.
En los más elevados escalones de la dirección política y militar se discutió la posibilidad de retrasar las líneas, abandonar Verdún y establecer una defensa más sólida a retaguardia. Pero en esa tesitura derrotista, un general francés, que años más tarde sería víctima de sus firmes convicciones y de su falta de adaptación a la verdadera situación de Francia en 1940, tomó esa misma noche el mando de la defensa de Verdún. El general Petain ordenó "recuperar a toda costa cualquier terreno perdido" y se anticipó a los defensores de Madrid en 1936, cuando el día 26 de febrero de 1916 firmó su orden: Ils ne passeront pas!
Sobre el origen de esta conocida frase hay dudas. Algunos la atribuyen al general Nivelle, también en Verdún, pero dada la inepcia, arrogancia y pocas dotes de mando de este general (cruelmente representado en la recomendable película de Kubrick "Senderos de gloria"), la autoría de Petain ha quedado confirmada para la historia.
A partir del día 27 empezaron a llegar refuerzos a Verdún. Una anticipada primavera trajo el deshielo y convirtió en un lodazal el campo de batalla, pero la artillería siguió removiéndolo sin descanso y la infantería avanzaba en un mar de barro. Según datos alemanes, durante las primeras cinco semanas de la batalla de Verdún murió un soldado cada 45 segundos. Las bajas francesas no se quedarían muy atrás. Acabada la batalla, un historiador británico escribió: "En resumidas cuentas, en este sector [Verdún] del frente occidental los alemanes sufrieron cerca de un tercio de millón de bajas para ocupar un terreno inútil, sembrado de cráteres de las explosiones, y cuya extensión apenas era la mitad del Berlín metropolitano".
Si muchos defectos pueden atribuirse con razón a esa Unión Europea que hoy controla nuestras vidas y cuyas decisiones a menudo nos sorprenden e irritan, atribuyámosle, al menos, una cualidad: la de haber hecho más difícil que batallas como la de Verdún puedan volver a ensangrentar las tierras de la vieja Europa.
República de las ideas, 25 de febrero de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/02/25 20:32:41.931880 GMT+1
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2016/02/18 19:14:31.638073 GMT+1

En 1912 se celebraba en Moscú el centenario de la derrota de Napoleón, tras su fallido intento de someter por la fuerza a la Rusia de Alejandro I. En los últimos días de 1812, los restos de la Grande Armée -el mayor ejército hasta entonces conocido- exhaustos, diezmados, con solo 9 caballos de los 180.000 que seis meses antes habían penetrado en el territorio de la Santa Rusia, se batían en retirada (a veces, en desbandada) hacia la frontera de Prusia, desvanecidas las esperanzas de dominar Europa y solo soñando con regresar vivos a la douce France.
Cien años después de que Rusia hubiera rechazado otra invasión de las innumerables que ha padecido a la largo de su historia, reinaba en ella Nicolás II Románov, biznieto del vencedor de Napoleón, que había sido coronado en 1896 (aunque empezó a reinar en 1894, al morir su padre Alejandro III) con la acostumbrada pompa del ceremonial de los zares rusos, e investido "por la gracia del Señor, Emperador y Autócrata de todas las Rusias". En 1912 le quedaban cinco años de reinado y seis de vida.
La fotografía muestra a unos altos dignatarios de la sociedad moscovita esperando el paso del zar junto a las murallas del Kremlin, frente a la torre Spaskaya (o de El Salvador) que corona la puerta principal de la fortaleza. (Esta misma puerta fue citada, en otras circunstancias, en mi comentario del 5 de junio de 2015 "Esa Rusia tan extraña")
El historiador mexicano de origen francés Jean Meyer, en "Rusia y sus imperios, 1894-1991" escribe: "'En el Oeste se ve a los reyes con un silencioso respeto. Solo en Rusia los zares son a veces adorados', notaba un experto en asuntos monárquicos después de haber asistido a la coronación de Alejandro I en 1801. Según su testimonio, el pueblo de Moscú, transportado, exaltado, se había prosternado, tirado en el suelo delante de su nuevo zar, besando sus botas y hasta su caballo. La coronación de Nicolás, en 1896, siguió el ritual con un celo casi arqueológico".
Lo explica así: "El mito del zar padre, del zar brazo de Dios en la tierra, seguía vigente para esa fecha. En eso la monarquía rusa se distinguía del absolutismo monárquico europeo. Luis XIV no podía ser un 'autócrata'. El rey occidental pudo delegar su poder a gobiernos y administradores y asumir un papel simbólico, mientras que la condición faraónica del rey dios no se dejó adaptar tan fácilmente, tanto más cuanto que el último zar consideraba que semejante adaptación era una traición, un pecado: antes abdicar, como lo hizo al final. Esa fue toda la tragedia de Nicolás. El juramento pronunciado por él a la hora de su coronación le impedía volverse un monarca constitucional, cuando su temperamento personal, sus gustos, su educación inglesa, lo hubiesen preparado para ser el mejor de los reyes constitucionales".
La imagen que encabeza este comentario ilumina el texto de Meyer. Obsérvese el grupo igualmente uniformado a la izquierda de la fotografía: el que por los entorchados de la bocamanga parece ser el personaje de mayor graduación, cubierto su pecho de cruces y medallas, ha extendido cuidadosamente algo sobre el suelo para esperar arrodillado el paso del zar, mientras todos permanecen con la cabeza descubierta y gorra en mano, mostrando su reverencia al divinizado soberano.
Ese compacto grupo de privilegiados rusos, nobles, altos funcionarios, propietarios, terratenientes, comerciantes, que a menudo preferían entenderse en alemán o francés, abarcaría con sus familias apenas dos millones de personas entre los 171 millones de pobladores del imperio en esas fechas, en su mayoría campesinos y obreros. Éstos los consideraban casi como extranjeros: dos culturas incomunicadas entre sí. Tras la silueta de los muros del Kremlin que forman el horizonte de la fotografía habría que imaginar la enorme multitud de los muchos millones de rusos para los que esta ceremonia nada suponía en su vivir cotidiano.
Escribe en sus memorias el mariscal Zhúkov, él mismo nacido en una humilde familia: "La mayoría de los campesinos de nuestras aldeas vivían en la miseria. Tenían poca tierra y la que tenían daba mala cosecha. Las faenas del campo las hacían principalmente las mujeres, los viejos y los niños. Los hombres iban a Moscú, Petersburgo y otras ciudades, buscando algún trabajo temporero".
Un país difícil de gobernar por su enorme extensión; unas clases sociales separadas por una gran brecha económica y cultural; una monarquía divinizada incapaz de adaptarse al paso de los tiempos; unos intelectuales que observaban inquietos lo que ocurría fuera de sus fronteras; un pueblo empobrecido, donde hervía el caldo de la insurrección. Así era la Rusia que en menos de 50 años se convertiría en la primera potencia tecnológica capaz de poner en órbita en el espacio a un ser humano.
La historia de tan ingente transición es de sobra conocida, una mezcla de voluntad y violencia, exaltación y fanatismo, sangre y heroísmo. Pero la imagen que encabeza este comentario permite ilustrar dónde estaba la línea de salida de aquella espectacular carrera que asombró al mundo, con sus brillantes luces y sus trágicas y letales sombras, que es ahora parte ineludible de la Historia de la humanidad. Ignorarla es un grave error que a menudo cometen los que de Rusia solo tienen los hondos prejuicios generados durante la Guerra Fría.
República de las ideas, 18 de febrero de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/02/18 19:14:31.638073 GMT+1
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2016/02/11 23:01:19.711323 GMT+1
Las intervenciones foráneas en cualquier guerra civil suelen producir resultados imprevisibles. Un ejemplo evidente fue la muy conocida y estudiada intervención de EE.UU. en Vietnam. Se inició sobre la idea de que un Estado soberano -Vietnam del Sur- estaba siendo invadido por su vecino septentrional y que había que acudir en su ayuda para evitar que, como las fichas alineadas de un dominó, otros Estados del sureste asiático cayeran bajo el dominio comunista.
Tan errónea suposición llevó, en último término, al arrasamiento del país, a la descomposición moral del ejército invasor y a la grave crisis política que el movimiento pacifista generó en la nación americana. Solo se regresó al sendero de la razón cuando la situación se valoró así: "No hay dos Vietnam. Es un solo Estado, artificialmente dividido, que padece una guerra civil. Intervenir en ella agravará el problema. Cuanto antes lo abandonemos, mejor". Y así ocurrió. Se retiraron los invasores extranjeros, la "teoría del dominó" se demostró ser un simple engañabobos y los pueblos que padecieron la guerra dejaron de ser arrasados por el napalm y los letales bombardeos "en alfombra".
¿Están hoy las potencias occidentales, dirigidas también por EE.UU., cometiendo este mismo error en la guerra que han declarado al Estado Islámico? Por lo escuchado durante la campaña electoral en EE.UU., parece que se enfrentan dos estrategias: la de Obama, consistente en aumentar gradualmente la presión militar contra el EI (más bombas, drones y comandos) y la de ciertos exaltados republicanos: arrasar el terreno ocupado por el EI, si es preciso con armas nucleares tácticas.
Por otra parte, en Europa, con timidez para no irritar al poderoso aliado trasatlántico, son pocas las voces que se oyen poniendo en duda la necesidad de seguir combatiendo al EI. Solo se discuten las modalidades de las operaciones y las tácticas a utilizar. Nunca se habla del "después", error común en casi todas las intervenciones occidentales en el Oriente Medio, y por supuesto los que sugieren una retirada total no gozan de buena prensa.
Sin embargo, es necesario aprender de la Historia. Si lo que se está debatiendo con las armas en la mano en Oriente Medio es una guerra civil islámica, la experiencia ha mostrado que las intervenciones extranjeras están condenadas al fracaso.
Muchos indicios apuntan en este sentido. Es evidente que el EI no pretende invadir Occidente, ni posee medios para hacerlo, y tampoco aspira a desencadenar la fantástica guerra apocalíptica que anuncian algunos de sus alucinados predicadores. Pero la intervención militar occidental juega en su favor, porque lo que desean sus dirigentes es ganarse la voluntad de los pueblos musulmanes en todo el mundo, desde Nigeria a Indonesia. Pocas cosas les ayudarán más que los bombardeos indiscriminados, los ataques con drones y la sensación de que siguen siendo humillados y aplastados por las antiguas potencias coloniales.
Esto no quiere decir que el EI (y otras organizaciones con propósitos similares) no lleven a cabo acciones terroristas fuera de la comunidad islámica, como las sufridas en EE.UU. y Europa. Su objetivo es triple: forzar a Occidente a responder con más violencia militar; convertirse en el enemigo principal de EE.UU., lo que aumenta su prestigio y ayuda a crear "sucursales" en otros Estados musulmanes; y radicalizar a los seguidores de Mahoma residentes en Occidente para reclutarlos. Pero conviene insistir en que el principal teatro de operaciones del EI está en el territorio de la comunidad islámica.
El EI es parte importante, pero no única, de la guerra civil que padece el mundo islámico. No es una guerra entre dos bandos ni una guerra religiosa entre suníes y chiíes. Así lo explica Ira Chernus (escritora y profesora en la Universidad de Colorado Boulder): "Los suníes tradicionalistas luchan contra otros que también lo son (Al Qaeda contra el EI). Los modernizadores se unen a los tradicionalistas para luchar contra otros tradicionalistas (Turquía y Arabia, aliados dudosos, contra el EI). Kurdos suníes e iraquíes chiíes luchan juntos contra el EI. EE.UU. apoya a la vez a los chiíes de Irak y a los Estados suníes del Golfo, mientras frena el auge de los chiíes iraníes y de los suníes del EI." ¿Cómo intervenir con acierto en tan complejo conflicto?
Todo indica que Europa y EE.UU. son piezas excéntricas en esta guerra civil de la comunidad islámica, cuyo objetivo es ganar la voluntad de sus pueblos. Si así fuese, quizá lo mejor sería iniciar un debate trasatlántico sobre la continuidad de esta "guerra contra el terror" en las tierras del Oriente Medio ampliado y sobre la conveniencia de no contribuir más al auge del terrorismo, resultado de la insistente agresión militar occidental.
Es probable que aquella "teoría de la contención" (evitar la expansión ideológica y territorial del bando opuesto), que rigió la política exterior de EE.UU. durante parte de la Guerra Fría, adaptada a las circunstancias actuales, fuese más apropiada que los bombardeos de la coalición internacional frente a la guerra civil islámica. En todo caso, mejor sería abrir un foro internacional sobre este asunto que seguir ciegamente los mismos pasos que llevaron a EE.UU. al fracaso en Vietnam.
República de las ideas, 11 de febrero de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/02/11 23:01:19.711323 GMT+1
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2016/02/04 22:07:28.606570 GMT+1
De un modo sencillo y sin entrar en el ámbito académico de la ciencia política o las ciencias sociales, cualquier aficionado a la Historia advierte que las relaciones entre fuerza, poder y riqueza han ido variando a lo largo del tiempo, según se iban conformando las sociedades humanas y adoptaban los varios patrones de articulación política que hoy conocemos bien.
Parece indiscutible que en el origen de todo ello estuvo la fuerza y el modo de ejercerla. Desde los primeros homínidos, que luchaban en una naturaleza hostil por la supervivencia del grupo, gradualmente se llegó a las modernas democracias que la revistieron con elaborados conceptos políticos que, entre otras cosas, servían para disimular la violencia primigenia de las relaciones humanas que tanto preocupó a Hobbes.
La fuerza fue, pues, el sustrato en el que despuntaron los primeros brotes del poder, que a medida que crecía era monopolizado por un reducido número de personas o grupos sociales. Al ejercerlo, conseguían que los demás miembros de la sociedad les obedecieran y actuaran según su voluntad. Los poderosos -guerreros, sacerdotes, magos, chamanes...- ejercían el poder en los distintos aspectos de la vida (espiritual, material, económico, bélico, jerárquico, educativo, religioso y demás) y ascendían por los escalones de la pirámide social en cuya base perduraría sempiternamente la gran mayoría de los seres humanos sobre cuyo esfuerzo y trabajo descansa toda estructura social.
La riqueza ha sido siempre producto necesario del ejercicio del poder. Saqueos y botines de guerra, tributos, expolios, diezmos, primicias, arbitrios, pechos y gabelas... todo tipo de poder extrae de aquellos sobre los que se ejerce la mayor cantidad posible de recursos para mantener o mejorar la situación alcanzada, estabilizarla y, naturalmente, para enriquecer personalmente a las minorías que de él disfrutan.
Ciertas alteraciones de este aparente orden natural (fuerza->poder->riqueza) se producían cuando solo la riqueza, por sí misma, permitía alcanzar directamente el poder. Algunos romanos adquirieron la calidad de senadores simplemente por ser ricos (riqueza->poder). Otros se hicieron ricos siendo senadores (poder->riqueza): "yo he venido a la política para forrarme" puede ser una frase repetida en muchas lenguas desde tiempo inmemorial.
Un ejemplo claro de acceso directo al poder desde la riqueza se muestra en EE.UU., con la espectacular irrupción del magnate Donald Trump en la carrera presidencial. La "democracia de los multimillonarios" podría denominarse el régimen político de EE.UU., pues son los miembros de esta clase social los que con sus recursos apoyan a uno u otro candidato que, además, por lo general posee también una no despreciable fortuna personal.
No se trata solo de los multimillonarios famosos como el excéntrico y conocido republicano antes citado. Hillary Clinton, aspirante a la candidatura demócrata, con doce conferencias pronunciadas en los dos últimos años en varias entidades financieras se embolsó unos tres millones de dólares. Y el matrimonio Clinton, con libros y charlas, ganó 239 millones entre 2007 y 2014, según explica Nomi Prins, escritora y analista de Demos. Al contrario de las aportaciones dinerarias recibidas por Trump, de las que el 70% procede de pequeños donantes, el 81% de lo recibido por Hillary Clinton proviene de importantes bancos de Wall Street, como Goldman Sachs, o de altos financieros, como el magnate George Soros.
Según Donald Trump, Ted Cruz, su rival en la candidatura republicana es el "hijo de Goldman Sachs", el banco especulador que contribuyó a desatar la crisis de 2008. Solo Jeb Bush (el último de la saga Bush, también candidato republicano) tiene más financiación que Cruz, que hasta hoy ha invertido más de 65 millones de dólares en la campaña y es apoyado por un grupo de multimillonarios evangélicos.
En la actual carrera presidencial, solo el rival de Clinton, Bernie Sanders, decidió montar su campaña "sin multimillonarios" y se atuvo a ello. Ningún banquero de Wall Street contribuye a ella. El 77% de las aportaciones recibidas corresponde a donantes particulares; con más de un millón de pequeños donativos superó al récord establecido por Obama en 2011 y, cómo éste, goza del apoyo de amplios sectores de la juventud.
No hay que olvidar que Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York, cuya fortuna es once veces superior a la de Trump, podría irrumpir con un millardo de dólares como candidato independiente en la lucha entre los dos grandes partidos. De ser elegido, sería el primer presidente judío de EE.UU. lo que crea polémicas expectativas.
En este baile de millones no hay que olvidar a los grandes beneficiados: las cadenas de televisión que, multiplicando debates y encuentros, esperan repartirse seis millardos de dólares sólo en propaganda electoral hasta el 8 de noviembre, sin contar con los anunciantes que aprovecharán los acontecimientos electorales.
Los multimillonarios enzarzados en la contienda por la Presidencia son una nueva degradación de la política convertida en espectáculo para los medios y en exhibición de las fortunas personales. ¿Será éste el final que el capitalismo extremo tiene asignado a lo que un día se llamó política?
República de las ideas, 4 de febrero de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/02/04 22:07:28.606570 GMT+1
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2016/01/28 22:57:58.802648 GMT+1
Los militares profesionales que al comienzo de la transición política española propugnábamos la supresión del servicio militar obligatorio, dentro de un nuevo concepto de defensa que superara los esquemas del franquismo (donde los ejércitos actuaban como sostén del régimen), observábamos con atención a los ejércitos de otros países.
Muy lejos de nuestras capacidades, por recursos y magnitud, estaban las fuerzas armadas de EE.UU., donde algunos oficiales aprendimos cómo funcionaba un ejército bastante más eficaz que el nuestro. En él, por ejemplo, un sargento podía dar clase a capitanes sin que temblaran las estructuras jerárquicas y para beneficio de los cuadros de mando.
Los sistemas de defensa en Suiza y Yugoslavia, donde ciudadanos y ejército vivían una peculiar simbiosis, eran objeto de especial interés. Pero lo que más nos llamaba la atención era el ejército israelí. Era un país nuevo, todavía laico; el de los kibutz comunitarios donde la juventud era educada sin privilegios y de modo igualitario, que poseía un ejército eficaz, al servicio de su pueblo, y que -lo que más valorábamos- sabía cómo hacer la guerra y ganarla.
Justo lo contrario de lo nuestro. Allí los soldados no perdían el tiempo ensayando desfiles en interminables formaciones, revistas o misas de campaña donde el cornetín de órdenes sustituía a la campanilla del monaguillo, ni su principal preocupación era que les faltara un botón o tener sucio el calzado, lo que les privaría del paseo diario.
Además, en Madrid por ejemplo, nuestros soldados se convertían en figuras decorativas "cubriendo carrera", alineados a ambos lados del paseo de la Castellana (entonces "Avenida del Generalísimo") para "presentar armas" al paso de los personajes que visitaban España, la emperatriz Soraya o el presidente Eisenhower. Éramos los que, sin saberlo aún, constituíamos "El gigante descalzo", como muy acertadamente denominó el historiador militar Gabriel Cardona (Ed. Aguilar 2003) al viejo ejército del franquismo. Nada parecido ocurría en Israel, cuyos ejércitos, para nuestra envidia, solo estaban dedicados a la defensa del país.
Lamentablemente, todo eso pertenece al pasado, cuando Israel era un Estado (artificialmente creado por las potencias occidentales tras la 2ª G.M.) que necesitaba defender con las armas su incipiente democracia, acosado militarmente por los países árabes. Pero otro tipo de acoso interno, a la larga más peligroso, era el del fanatismo religioso que el sionismo albergaba en su seno y ahora está en plena eclosión.
El peso de la ortodoxia judía se ha desplomado sobre lo que fueron aquellas fuerzas armadas laicas que, ingenuamente y por comparación con lo que aquí existía, llegamos a tener por ejemplares. El caso es que la legislación israelí sobre el reclutamiento militar es hoy muy discriminatoria. A la vez que se aplica con dureza la ley contra los evasores del servicio obligatorio, se ponen dificultades al alistamiento voluntario de los que no son "auténticos" judíos. No me refiero a los israelíes de origen árabe (eternos ciudadanos de segunda en un Estado que se dice democrático), sino a los que los rabinos consideran de dudosa ascendencia racial.
El diario Haaretz relató la historia de dos amigas israelíes que tuvieron a la vez sendas hijas. El abuelo paterno de una de ellas estaba casado con una judía, por lo que sus descendientes son "auténticos" judíos. La otra es de madre cristiana y padre judío, por lo que legalmente es cristiana, aunque ella se dice atea. Las dos hijas obtuvieron excelentes notas en la enseñanza pública y en su momento recibieron invitaciones del ejército para ocupar en él puestos de alta cualificación.
Ahí surgió el problema. La primera, la "auténtica", prefería cambiar el servicio militar por el servicio civil en el área de educación. El ejército rechazó inicialmente la propuesta y el certificado médico que aseguraba que su salud correría peligro si se alistaba. Tras un largo forcejeo legal logró por fin su deseo y entró en el servicio educativo.
La otra, la de origen "cristiano", también recibió la invitación, decidió alistarse y pasó con éxito los cursos y exámenes previos. De pronto, fue informada de que no encajaba en lo que deseaba. Se le hizo saber que si aspiraba a una buena carrera profesional debería convertirse al judaísmo a través del rabinato militar (el "clero castrense" israelí).
El absurdo consiste en que mientras el Estado obliga por la fuerza a formar en las filas militares a muchos jóvenes de ambos sexos que no lo desean (y tienen que optar entre la complicada objeción de conciencia o la emigración), a la vez rechaza por motivos raciales a quienes aspiran a incorporarse a los ejércitos como servicio altruista a la comunidad. Se mezcla en un irracional conglomerado el racismo de base religiosa y la desigualdad social, hasta el punto de que los ultraortodoxos estudiantes de judaísmo de ambos sexos están exentos del servicio militar.
Sea bajo la influencia de los ayatolás iraníes, de los talibanes afganos o de los rabinos israelíes, la mezcla de ideología religiosa y conducción de la fuerza militar de los Estados suele crear arduos problemas, porque su solución depende de inefables seres celestiales poco propensos al diálogo e inmunes a la democracia o a los derechos humanos.
República de las ideas, 28 de enero de 2015
Escrito por: alberto_piris.2016/01/28 22:57:58.802648 GMT+1
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