2016/06/02 18:22:50.124708 GMT+2
El malogrado historiador británico Tony Judt (murió en 2010 a los 62 años) estaba convencido de que las importantes lecciones sobre la guerra que el siglo XX había puesto a disposición de la humanidad no habían sido aprendidas en EE.UU. y empezaban a ser olvidadas en Europa, donde las guerras del pasado siglo han dejado huellas más hondas, dolorosas y persistentes que al otro lado del Atlántico.
En mayo de 2008 publicó en The New York Review un brillante ensayo titulado What Have We Learned, If Anything? (¿Es que hemos aprendido algo?) que ocho años después sigue estando vigente, cuando la guerra universal contra el terrorismo que desencadenó Washington en 2001 amenaza con perderse por desviados derroteros. Merece la pena resaltar algunas reflexiones sobre la guerra y su significado, que han quedado relegadas por los que consideran que estamos en una época nueva que apenas tiene nada que ver con el pasado. Idea bastante generalizada, basada en que la acelerada globalización de la información induce a creer que poco queda por aprender.
El siglo XX fue vivido en gran parte de Europa, Asia y África como un ciclo interminable de guerras, que significaron invasiones, ocupaciones, emigraciones, miseria, destrucción, asesinatos masivos y genocidios. Los países derrotados perdieron población (combatientes y ciudadanos), territorio, recursos, seguridad e independencia; pero también los vencedores sufrieron pérdidas irreparables: algunos ganaron la guerra pero "perdieron la paz", como los aliados tras el tratado de Versalles que puso fin a la 1ª G.M. o como Israel después de la guerra de los Seis Días.
Esos negativos efectos fueron padecidos de modo mucho más leve por EE.UU. y Judt deduce que ese es el motivo por el que sus dirigentes alardean de conocer mejor la guerra que los "ilusos europeos con sus fantasías pacifistas". Pero la realidad es la contraria: son los europeos, junto con otros pueblos asiáticos y africanos, los que conocen bien la guerra, mientras en EE.UU. se vive "una bendita ignorancia sobre su verdadero significado".
También el final de la Guerra Fría fue valorado de modo distinto: en ambas partes de la Europa dividida fue percibido como un alivio y el cierre de un largo y desafortunado capítulo, pero en EE.UU. se consideró una victoria más. Para Washington la guerra siguió siendo la primera opción política en caso de conflicto; para el resto del mundo desarrollado es el último recurso. Es fácil suponer que de ahí viene el ciego entusiasmo con el que EE.UU. se lanzó en 2003 a la invasión de Irak, un fracaso estratégico más resonante que el de Vietnam.
Ignorar las lecciones del pasado siglo no solo fomenta la tendencia a resolver los conflictos mediante la guerra: lleva también a identificar mal al enemigo, como en la actual lucha contra el terrorismo. No se trata de un enemigo nuevo, pues a lo largo del tiempo ha habido terrorismo anarquista, ruso, indio, árabe, vasco, malayo, tamil, judío, irlandés, sionista y musulmán. El gran cambio producido tras el 11-S es que ese terrorismo atacó a EE.UU. en su corazón, que se tenía por invulnerable.
También existen hoy distintos terrorismos que solo coinciden en el modo de actuar pero cuyos objetivos son muy dispares. Es como si en la época de las brigadas rojas italianas, la banda Baader-Meinhof alemana, el IRA provisional, la ETA vasca, el frente de liberación de Córcega o los separatistas suizos del Jura se les considerara un solo terrorismo, el "terrorismo europeo", porque ponían bombas y asesinaban del mismo modo, y se le declarara la guerra total.
Separar de su verdadero contexto a los enemigos y sus amenazas, considerar que estamos en guerra con unos "islamofascistas" o "extremistas" de una cultura extraña, que viven en un lejano "Islamistán" y nos odian por lo que somos para destruir nuestro modo de vida es señal evidente de que se han olvidado las lecciones del siglo XX.
Entre ellas, el modo en que la combinación de guerra, miedo y dogmatismo lleva a demonizar a los otros y negarles su pertenencia a una misma humanidad o la protección de las leyes, y actuar contra ellos de forma aberrante, como muestra la indulgencia con que se acepta la práctica reiterada de la tortura, de lo que Guantánamo es un significativo ejemplo. Pero EE.UU. no tiene el monopolio de una tortura que ya fue practicada por los ingleses en sus colonias del África Oriental en los años 50 y por el ejército francés en Argelia durante la "guerra sucia" contra los independentistas. Una tortura que marcó para siempre a los torturadores y a quienes la autorizaron.
El artículo citado concluye así: "En vez de huir del siglo XX creo que necesitamos retroceder y observar[lo] más detenidamente. Debemos volver a aprender -o quizá aprender por primera vez- cómo la guerra brutaliza y degrada por igual a los vencedores y a los vencidos, y lo que nos sucede cuando, habiendo desencadenado despreocupadamente la guerra sin buen motivo, nos vemos obligados a agigantar y demonizar a nuestros enemigos para justificar la continuidad indefinida de la guerra". Es difícil explicar con más claridad algo que nuestros ojos están contemplando día tras día.
Publicado en Republica de las ideas el 2 de junio de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/06/02 18:22:50.124708 GMT+2
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2016/05/26 19:07:33.428605 GMT+2
La abrumadora conclusión de la última "Encuesta de condiciones de vida" del INE es que casi un 30% de la población que reside en España está en riesgo de pobreza o de exclusión social. Para el ciudadano ordinario, el que viaja en metro observando a los que le rodean o el que escucha en alguna barra de bar las conversaciones habituales de los parroquianos, esas cifras estadísticas no hacen más que corroborar la sensación dominante de que si la economía española se está recuperando, como afirman los dirigentes políticos responsables de ella, esa recuperación parece que no llega a los que más la necesitan, los que además con su consumo contribuirían a sostenerla y reforzarla.
¿Es la creciente austeridad que nos impone Bruselas la que hace que la pobreza se extienda? Porque se trata de una austeridad desigualmente repartida, que "austeriza" más a los pobres que a los ricos al reducir paulatinamente los recursos destinados a lo que queda del antiguo Estado de bienestar, que son los que facilitan la vida a los que menos poseen.
Por otro lado, los dirigentes patronales no se muerden la lengua al expresar su imagen del nuevo Estado austero: hay que prolongar la edad del retiro porque ahora vivimos más que hace un siglo; hay que protegerse para la vejez con planes privados de pensiones y no esperar nada del Estado; hay que "cobrar menos y trabajar más" (palabras textuales de un miembro de la cúpula empresarial), etc.
Si todo esto llega a producir tristeza y desánimo en esa parte de la población que bordea el abismo de la miseria, no parece que les sirva de mucho consuelo conocer la tristeza que también padece la baronesa Thyssen, que se queja públicamente de que los ricos lo tiene muy difícil en España y amenaza con llevarse sus cuadros al extranjero.
Extendiendo la mirada fuera de nuestras fronteras, incluso más allá del Atlántico, la lectura de un libro publicado en EE.UU. tampoco suscita muchas esperanzas en los que menos poseen. Titulado $2.00 a Day: Living on Almost Nothing in America (traducible como "Dos dólares al día: cómo vivir con casi nada en EE.UU."), refleja la situación de muchos estadounidenses que viven en la pobreza, cuyo porcentaje ha aumentado desde finales de los años sesenta. Los autores del libro, profesores universitarios, muestran que el número de los que viven en "extrema pobreza" se ha duplicado entre 1996 y 2012.
Se suma a esto un fenómeno de interés observado en EE.UU.: incluso dentro de los pobres ha crecido la desigualdad. Una mitad de los que hoy son considerados oficialmente pobres vive mejor que en los años sesenta, pero la otra mitad vive peor. No es este el lugar para explicar los parámetros utilizados por los autores al definir los diversos niveles de pobreza o privación que, como es natural, han sido objeto de discusión por sociólogos y analistas demográficos.
Todo lo anterior incide en una misma dirección: uno de los mayores problemas de la humanidad es hoy la creciente desigualdad entre unos y otros seres humanos. El madrileño centro de estudios y análisis FUHEM Ecosocial difunde en su web el estudio titulado "La desigualdad social se dispara en España", donde se dice: "La combinación de la brecha salarial con un sistema fiscal cada vez más regresivo ha propiciado unos niveles de desigualdad que no tienen precedentes recientes. El neoliberalismo ha resultado ser el camino más corto para lograr en el siglo XXI los peores resultados en materia de desigualdad de finales del siglo XIX".
El informe concluye: "La desigualdad en el capitalismo es estructural y no se limita a la renta y a la riqueza. La desigualdad en nuestra sociedad es una desigualdad de recursos y poder, que no se agota en la subordinación de clase, sino que se refuerza con la desigualdad entre géneros, etnias, países, etc."
Hablemos con franqueza: existe una minoría, cada vez más acaudalada y restringida, que se enriquece con el padecimiento y el sufrimiento de la mayoría. A medida que ésta pierde el apoyo que la sustentaba al amparo del Estado de bienestar, la riqueza y los ingresos financieros se concentran cada vez más en un segmento menor de la población.
Segmento que se aprovecha de su estrecha vinculación con el poder político para, además de seguir enriqueciéndose, eludir su contribución al Estado mediante complicadas operaciones de ingeniería fiscal que solo están al alcance de los privilegiados, como los "papeles de Panamá" han revelado recientemente.
Cunde entre la población la sensación de que la democracia representativa ya no ejerce el poder real y que el poder económico reside en ese ente abstracto y amenazador que se ha dado en llamar "el mercado". Entre el poder económico y el político, domina el primero. Como se reconocía en un estudio del CIS de 2011 titulado "El discurso de los españoles sobre la relación entre economía y política", la conclusión salta a la vista: "El verdadero poder está en el dinero". ¿Cuánto tiempo más podrá sostenerse una situación tan injusta y anómala?
Publicado en República de las ideas el 26 de mayo de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/05/26 19:07:33.428605 GMT+2
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2016/05/19 18:23:48.438634 GMT+2
Ahora que en las carteleras españolas se anuncia "Espías desde el cielo" (película a la que aludí en estas páginas el pasado 17 de marzo), bueno es recordar un efecto del uso de los drones en la guerra antiterrorista que desencadenó el alucinado Bush en 2001 y prosiguió con entusiasmo el premio Nobel de la Paz Barack Obama. Gracias a tan versátiles instrumentos los ejércitos occidentales han contribuido brillantemente, con unas espectaculares explosiones de misiles, al éxito de los festejos nupciales en ocho bodas celebradas en Afganistán, Irak y Yemen, en las que unos trescientos invitados no llegaron a disfrutar del fin de la ceremonia por haberse visto convertidos involuntariamente en "víctimas colaterales" de la paranoia antiterrorista.
Tan brutales ejemplos de muerte de personas inocentes apenas suelen tener reflejo en los medios de comunicación occidentales que, por el contrario, sí se hicieron eco multiplicado de las 130 víctimas causadas por los atentados terroristas parisinos o los 32 asesinados poco después en Bruselas.
Pero a eso ya estamos acostumbrados y lo que ahora llama la atención en la citada película es la revelación de los entresijos de un modo de combatir del que una lectora de estas líneas comentaba que "deja muy mal cuerpo ver cómo se mata a la gente desde el sillón de un despacho o desde un contenedor". Mueren o son mutilados o heridos, agredidos desde el aire sin saber de dónde proceden los disparos, tanto los objetivos directos de las acciones antiterroristas como las víctimas inocentes que en ese momento estaban en el lugar equivocado.
Pero también resultan heridos psicológicamente muchos de los que participan en la cadena de decisiones y acciones que conduce al disparo del misil o la bomba. El estrés postraumático que les afecta, cada vez más común, es el efecto reactivo que genera dolor, como lo hacía el retroceso de los viejos fusiles contra el hombro de quien los disparaba.
Así se expresaba una operadora de drones, analista de imágenes, cuya misión es observar en la pantalla las confusas manchas que transmite el drone para identificar la presencia de los jefes terroristas que habían de ser eliminados: "Estás viendo cómo muere una persona, simplemente porque acabas de confirmar que es el objetivo buscado. Yo estaba siempre temblando; a veces me iba al cuarto de baño y me sentaba en el retrete... me sentaba de uniforme y ¡lloraba!". Como consuelo le intentaban convencer de que ese tipo de guerra es el mejor porque minimiza el número de víctimas.
Pero un grupo de derechos humanos de EE.UU. investigó que, solo en Pakistán, al intentar destruir 41 objetivos murieron 1.147 personas y ni siquiera se logró matar a todos los perseguidos. Una de las deducciones del informe es: "No es una guerra 'contra' el terror sino una guerra 'de terror'". Produce un terror para poner fin a otro y crea más terroristas nuevos que los que aniquila.
Después de estar unos años observando en la pantalla cómo mueren personas desconocidas a miles de kilómetros de distancia, algunos operadores de drone tienen que abandonar el servicio y no es extraño que se les diagnostiquen tendencias suicidas. Se obsesionan con la idea de que "ellos" son también personas corrientes, familias, hermanos, madres, hijas. Uno confesaba: "Me imagino que eso nos pasara a nosotros, que nuestros niños salieran por la puerta de casa una mañana soleada con miedo a que algo cayera del cielo y matara a alguien cerca de ellos. ¿Qué sentiríamos?".
Volviendo a la citada película, ésta se cierra con una categórica frase proferida por el general británico que ha dirigido la operación antiterrorista: "Nunca digas a un soldado que no sabe el precio de la guerra". A pesar de que ocupa un lugar muy destacado, como colofón hablado de la película, la considero una sentencia equívoca que se presta a interpretaciones. Una es la del soldado (sea cabo o general) que sabe que la muerte forma parte de su profesión y que el precio de la guerra puede ser su propia vida; esta parece ser la intención del guionista.
Pero hay otra: ahora hace un siglo, durante la Primera Guerra Mundial, hubo generales y altos mandos, franceses y británicos, que enviaron frívolamente a la muerte a miles de soldados en operaciones absurdas, como ocurrió en varias ocasiones en el frente occidental europeo y en el trágico desembarco de Gallípoli. A la incompetencia del mando se sumaron las ambiciones personales de los que buscaban una gloria ficticia para reforzar su prestigio profesional: desconocían el precio de la guerra.
Quien sí sabía ese precio fue el mítico general Patton, el del desbordante ego e incontrolable temperamento pero dotado de muchas de las condiciones necesarias en un jefe para conducir hombres al combate. A él se atribuye otro rotundo dicho: "Yo no quiero que mis soldados mueran por la patria; pero quiero que logren que el mayor número de enemigos muera por la suya".
Dirigiendo su ejército desde un vehículo de mando por los embarrados caminos del frente de combate, como Patton, o controlando desde un alfombrado despacho el rayo de la muerte a distancia, como los que dirigen las operaciones con los drones, el precio de la guerra, de cualquier guerra, es siempre infinito: es el precio de las vidas humanas.
Publicado en República de las ideas el 19 de mayo de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/05/19 18:23:48.438634 GMT+2
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2016/05/13 19:07:51.834505 GMT+2
1) Ya está en la cartelera de numerosas salas de cine la película "Espías desde el cielo", sobre la guerra utilizando drones, a la que dediqué un comentario el pasado 17 de marzo:
Los drones y sus dilemas en el cine
2) Se anuncia en Madrid para el próximo día 17 de mayo una conferencia de Svetlana Alexievitch, la premio Nobel bielorrusa autora, entre otros libros, de "La guerra no tiene rostro de mujer", objeto de mi comentario del 15 de octubre de 2015:
La Premio Nobel que escribió sobre la querra y las mujeres
Con un saludo cordial,
Alberto Piris
Escrito por: alberto_piris.2016/05/13 19:07:51.834505 GMT+2
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2016/05/12 21:09:34.995569 GMT+2
El infatigable y lúcido intelectual, así como prolífico escritor, Noam Chomsky acaba de publicar su último libro Who rules the world? ("¿Quién domina el mundo?"). Como la mayor parte de su obra no relacionada con la lingüística, es una demoledora denuncia de la situación que afecta hoy a gran parte de la humanidad.
El reclamo de la editorial que lo publica resalta una de las ideas del pensador estadounidense: "Mientras la mayoría de la gente permanece pasiva, apática, volcada hacia el consumismo o al odio a los vulnerables, los poderosos pueden hacer lo que les place, y los que sobreviven se quedarán contemplando el resultado".
Chomsky considera que los que opinan que el dominio del mundo corresponde a los Estados -sobre todo a las grandes potencias- no están del todo equivocados pero esa idea les impide conocer la auténtica realidad, porque no tienen en cuenta a los "amos de la humanidad", como los llamó Adam Smith (masters of mankind). Hoy son las grandes corporaciones multinacionales, las poderosas instituciones financieras y económicas, los vastos imperios comerciales y de venta al público y otras empresas similares.
Estos son los verdaderos agentes del poder en el orden global reinante, no solo en el ámbito internacional sino también en el interior de los Estados. Influyen sobre los Gobiernos no solo para proteger y aumentar su propio poder sino también para ofrecerles la indispensable base económica cuando les es necesaria.
Así no es de extrañar la expansión de los movimientos políticos basados en los que se dicen indignados o irritados y en los que acusan a sus gobernantes democráticamente elegidos de no representarles una vez alcanzado el poder político. Esto es así porque el verdadero poder, el que es capaz de modificar las circunstancias y configurar los hechos y conductas que afectan directamente a la vida de las personas, ya no está en manos de los dirigentes políticos locales sino que ha pasado a los mercados, a las instituciones internacionales (como las de la Unión Europea, el FMI, etc.) y a las grandes corporaciones, siguiendo el patrón que imponen las modernas ideologías neoliberales.
Los programas neoliberales adoptados por la generación anterior han concentrado la riqueza y el poder en un número reducido de personas y han deteriorado el funcionamiento de la democracia para que ese número siga siendo reducido. Son los mismos programas que han hecho brotar movimientos de oposición en muchos países.
Preguntarse quién domina el mundo obliga hoy a considerar el auge de China, la renovada guerra fría que arraiga en Europa oriental, la guerra total contra el terror iniciada por EE.UU. y el aparente declinar de su hegemonía mundial. En tres regiones ha reinado indiscutible el poder de EE.UU.: el Pacífico como "lago americano"; Europa, bajo el paraguas de una OTAN controlada por Washington; y Oriente Medio, donde las bases estadounidenses aseguraban a sus aliados y frenaban a los enemigos. Hoy, no obstante, las tres se han convertido en zonas discutidas por otros poderes.
El crecimiento de China en sus aspectos económico, político y militar y los problemas que Europa tiene sin resolver son cuestiones importantes que hay que considerar, pero de menor peligrosidad que los efectos de la expansiva e sangrienta guerra global contra el terrorismo que Bush declaró en 2001, tras los atentados contra EE.UU. Entonces, el terrorismo estaba recluido en una pequeña zona tribal de Afganistán. Descartadas otras medidas (diplomáticas, policiales, etc.) que pudieron adoptarse para combatir el terror, EE.UU. inició una brutal guerra de aplastamiento para mostrar su fuerza militar, alcanzar una rápida victoria y mostrar al mundo su hegemonía.
La guerra se repitió en Irak. El rincón afgano que alojaba el terrorismo se extendió por el mundo, desde África hasta el sureste asiático. En Irak, Afganistán y Pakistán, como consecuencia de esa guerra universal han muerto unos dos millones de personas. Las guerras de Obama, mediante los drones, crean terroristas a un ritmo mayor que los que eliminan. Las repetidas intervenciones occidentales en África y Oriente Medio han exacerbado las tensiones y los conflictos y han desintegrado las sociedades. Todo ello crea esa crisis de refugiados que Occidente es incapaz de abordar.
En vez de preguntar quién domina el mundo Chomsky sugiere que la cuestión debería ser: ¿Cuáles son los principios y los valores que dominan el mundo? Este es el interrogante que deberían plantearse los habitantes de los países ricos y poderosos, los que gozan de un especial legado de libertades, privilegios y oportunidades gracias a los esfuerzos de las generaciones que les precedieron, y que ahora afrontan decisiones de trascendencia sobre cómo responder a problemas de enorme importancia humana.
Aunque no sea fácil definir con precisión cuál es el verdadero poder que domina el mundo, porque además su centro de gravedad se ha ido desplazando con el transcurso de los acontecimientos (guerras, transformaciones económicas y financieras, nuevas tecnologías, crisis de la política, etc.), un vistazo a la realidad en la que estamos inmersos nos puede inclinar a pensar que el caos tiene todavía mucho que decir en el destino de los seres humanos.
Publicado en Republica de las ideas el 12 de mayo de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/05/12 21:09:34.995569 GMT+2
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2016/05/05 19:58:1.836573 GMT+2
Encerrados los españoles estos meses en el círculo vicioso que supone la reiterada contemplación de nuestros propios problemas políticos y las prolongadas y a menudo estériles polémicas que esto suscita, no está de más extender de vez en cuando la mirada más allá de nuestras fronteras para ver qué es lo que se cuece fuera de nuestro campanario.
La European Leadership Network (ELN, "Red europea de liderazgo") es una organización paneuropea radicada en Londres. Su ámbito de actuación no se limita a la Unión Europea sino que coincide con el de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) que, como es sabido, abarca gran parte del hemisferio boreal, desde el extremo más occidental del continente americano hasta el más oriental del asiático.
En sus documentos básicos la ELN define así su objetivo: "Propugnar la idea de una Europa cooperativa y cohesionada y explotar su capacidad para hacer frente a los urgentes desafíos en la política exterior, de defensa y de seguridad de nuestros tiempos". Para conseguirlo se sirve de una red que incluye a dirigentes políticos, militares y diplomáticos de varios países europeos y mantiene relaciones institucionales en Europa, América y Asia-Pacífico.
Es obligado sospechar que la aspiración a una Europa "cooperativa y cohesionada" parece un objetivo algo irreal y bastante desencaminado, a la vista de las repetidas y variadas crisis que los sufridos habitantes de la Unión estamos padeciendo en estos tiempos: imposición de una destructiva austeridad económica a los Gobiernos, desconfianza creciente de los pueblos hacia sus políticos, disparatadas reacciones nacionales ante el problema de la incontenible inmigración, auge de los fanatismos ultraderechistas de raíz xenófoba y nacionalista, desánimo generalizado hacia "lo europeo", amenaza de un desequilibrado pacto comercial con EE.UU., etc. Crisis, todas ellas, en las que a nivel de los Gobiernos estatales no se advierten muchas muestras de cooperación o cohesión.
Pero, en fin, si la política es también el arte de lo posible, bueno es conceder a la ELN el beneficio de la duda y aceptar su derecho a propugnar unos postulados que, en todo caso, apuntan a un futuro esperanzador para la mayor parte de la humanidad y no solo afectan, como en otros casos, a ese minúsculo porcentaje de personas que concentran en sus manos la mayor parte de la riqueza mundial y pretenden seguir aumentándola sin límite.
Veamos algo de lo que la ELN viene sugiriendo. Su último informe se titula Competing Western and Russian narratives on the European order: Is there common ground? (que podría traducirse como: "Descripciones enfrentadas, occidental y rusa, sobre el orden europeo: ¿Hay espacios comunes?"). La importancia y el interés de este asunto son evidentes puesto que el "orden europeo" es un crítico factor de la política internacional que a lo largo de varios siglos ha experimentado notables variaciones que han sembrado de sangre, ruinas y cadáveres las tierras situadas entre el Atlántico y los Urales.
Los expertos europeos y rusos convocados para prepararlo no coincidieron al interpretar cuestiones como la organización de la seguridad en Europa, la expansión de la OTAN, las más recientes intervenciones militares, el derecho de autodeterminación y el de secesión. Por supuesto no hubo coincidencia de pareceres en lo relativo al conflicto de Ucrania y el informe deduce que "las diferencias sobre cómo debería organizarse la seguridad europea son mucho mas profundas que lo que parece".
Esas diferencias son de dos órdenes. El primero se refiere al concepto de soberanía en el siglo XXI y a la legitimación para intervenir en los asuntos internos de otros Estados (Ucrania, Georgia, Kosovo, Irak o Libia son ejemplos típicos). El segundo atañe a las circunstancias en las que se debe respetar la integridad territorial de un Estado y las que legitimarían un movimiento de autodeterminación y secesión.
El informe constata que la discrepancia en estos aspectos es tan honda que la actual frialdad en las relaciones entre ambas partes no se solucionaría con un cambio de dirigentes políticos, sino que además amenaza con durar mucho tiempo. Las grandes transformaciones de la geopolítica europea tras la 2ª G.M. continúan hoy y ni siquiera dentro de la UE hay acuerdo, por ejemplo, en lo relativo a la soberanía de Kosovo. No basta con hacer una llamada a "respetar el derecho internacional", porque su interpretación se presta a distintas soluciones, casi siempre razonables.
Se observa que, cuando se producen hechos peligrosos (como en Ucrania), lo ocurrido se interpreta la mayoría de las veces de modo distinto en EE.UU., en la UE y en Rusia. Y, lo que es peor, no existen hoy mecanismos que traten de elaborar descripciones aceptables por todas las partes. La anexión rusa de Crimea fue para unos una ineludible necesidad histórica y para otros una agresión militar.
La lectura de este informe abre dos nuevos interrogantes: ¿Se reduciría la conflictividad mundial si pudieran elaborarse descripciones objetivas de los hechos conflictivos, que fuesen aceptables para las partes enfrentadas? ¿Podría ser esto un objetivo prioritario de Naciones Unidas, como parte de su finalidad esencial de "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra"?
Publicado en República de las ideas el 5 de mayo de 2016.
Escrito por: alberto_piris.2016/05/05 19:58:1.836573 GMT+2
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2016/04/28 18:20:4.449876 GMT+2
El Gobierno francés ha confirmado su voluntad de convocar una reunión de ministros de Asuntos Exteriores de una veintena de países para reavivar el atascado proceso de paz entre Israel y el pueblo palestino. La reunión está anunciada para el próximo 30 de mayo en París, sin asistencia de las partes implicadas: el Gobierno de Israel y la Autoridad Palestina.
La finalidad de esta reunión es organizar una conferencia, a celebrar en el segundo semestre de este año, a la que sí asistirían los dirigentes israelíes y palestinos y que tendría como resultado hacer recaer sobre la comunidad internacional la grave responsabilidad de alcanzar e imponer un acuerdo que ponga fin al conflicto, una vez comprobado el reiterado fracaso de las negociaciones directas entre ambas partes. Y demostrado también el fracaso de la Unión Europea y del llamado "cuarteto para Oriente Medio" (UE, EE.UU., Rusia y ONU), creado en Madrid en 2002 y cuya ineficacia le ha hecho caer en el olvido.
El ministro francés de Asuntos Exteriores declaró que "ambas partes están más alejadas que nunca" y que "no hay otra solución que la creación de dos Estados que convivan en paz, con Jerusalén como capital compartida". Insistió en que "no se puede seguir sin hacer nada, hay que actuar antes de que sea demasiado tarde".
Añadió que hay que explicar a los israelíes que la expansión de los asentamientos es un proceso peligroso que pone en riesgo su propia seguridad: "El Gobierno israelí es cada vez más ambiguo sobre la solución biestatal, los palestinos están aún más divididos y sus bases muy excitadas. No hay otra alternativa". Es cierto que Israel viene afrontando una ofensiva de atentados palestinos con arma blanca, atropellos motorizados y atentados suicidas en la que han muerto ya una treintena de israelíes y más de 200 palestinos. La tensión es evidente y persistente.
En su visita a París en marzo pasado, también el Secretario de Estado John Kerry expresó un velado apoyo a la propuesta francesa: "Ningún país ni ninguna persona puede resolver [este problema]. Se necesita la comunidad global, el apoyo internacional".
El problema en cuestión radica en que, con el paso del tiempo, la ocupación militar de Cisjordania, el bloqueo de Gaza y la expansión continua de las ilegales colonias que trocean el territorio palestino, al estilo de los bantustanes sudafricanos, han agravado la situación hasta un punto crítico: "Una situación tóxica que asfixia a los palestinos y envenena el modo de vida israelí", como certeramente advierte Jonathan Freedland en The Guardian Weekly.
La propuesta francesa se basa en la iniciativa saudí de paz elaborada en 2002, que fue aceptada por la Liga Árabe pero rechazada por Israel. Requería que Israel se retirase del territorio palestino conquistado en 1967 en la guerra de los Seis Días, incluyendo Jerusalén Oriental, a cambio de normalizar sus relaciones con todos los Estados árabes; trazaba las fronteras de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza y apuntaba a una "solución justa" para la penosa situación de los refugiados.
Pero Israel ha dado muestras suficientes de estar encastillado en su posición. No desea devolver el Golán -que aspira a anexionar-, rechaza la idea de un Estado palestino plenamente soberano y ha ignorado todas las resoluciones de la ONU que le afectan, apoyado a menudo por el derecho de veto que EE.UU. ostenta en el Consejo de Seguridad.
En estas circunstancias ¿cómo puede la comunidad internacional imponer una paz forzada? Los sectores más conservadores israelíes temen la idea de un futuro Estado palestino, que quizá caería en poder del Estado Islámico y lo acercaría a las fronteras de Israel: "Si los árabes entre ellos se destrozan violentamente como vemos en Siria e Irak ¿que nos esperaría a los israelíes?".
Por su parte, la dirección política palestina puntualiza que las negociaciones han sido hasta ahora una estafa, pues a la vez que retrasaban cualquier solución viable, han dejado a Israel las manos libres para ocupar progresivamente las tierras palestinas y desintegrar así la base territorial de un futuro Estado.
¿Se puede forzar a un Gobierno que dispone de armas nucleares a aceptar decisiones impuestas desde el exterior, que considera incompatibles con su supervivencia? La proyectada conferencia internacional ¿qué poder va a ejercer para torcer el brazo de un Israel que ha despreciado sistemáticamente las resoluciones de la ONU que consideraba perjudiciales? ¿Se hallan EE.UU. y la UE en condiciones de imponerle su voluntad?
Si hasta ahora las propuestas campañas de boicot comercial, retirada de inversiones y sanciones no han hecho moverse un milímetro a la política expansionista del Gobierno de Netanyahu, y desde los sectores más progresistas incluso se teme que esas campañas solo sirvan para reforzar al ala más exaltada del ultranacionalismo judío, no parece que en la anunciada conferencia (si llega a realizarse) quede espacio suficiente para negociar la solución sugerida por el Gobierno francés. De todos modos, mejor es sentarse a negociar en una misma mesa que destruirse recíprocamente con drones y cinturones explosivos. Aunque solo exista una exigua probabilidad de éxito, el esfuerzo por lograrlo siempre merecerá la pena.
Publicado en República de las ideas el 28 de abril de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/04/28 18:20:4.449876 GMT+2
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2016/04/21 18:06:8.288339 GMT+2
1ª) El colonialismo: de aquellos polvos...
El 26 de abril de 1916, cuando la 1ª Guerra Mundial se acercaba a su segundo cumpleaños -hace ahora un siglo- se firmaba en París un tratado secreto entre Francia y el Reino Unido, comúnmente conocido como Tratado Sykes-Picot, aunque su denominación oficial fue "Acuerdo sobre Asia Menor de 1916". Su finalidad era repartirse los despojos del Imperio Otomano si la guerra terminaba favorablemente para las potencias de la Triple Entente (Francia, Reino Unido y Rusia).
Según los términos acordados, Francia controlaría la franja litoral libanesa, con capital en Beirut, y ejercería el protectorado sobre un Estado árabe con capital en Damasco que llegaría hasta Mosul. El Reino Unido tendría plena soberanía sobre los puertos de Haifa y Acre (la bahía por la que salen al Mediterráneo los oleoductos procedentes de Mesopotamia), y sobre la parte meridional de Mesopotamia (de Bagdad a Kuwait). Palestina quedaría sometida al triple protectorado de Reino Unido, Francia y Rusia. Por último, otro Estado árabe se extendería desde el Mediterráneo al golfo Pérsico, bajo protección británica.

Le sonarán familiarmente al lector estas referencias geográficas, propias de una zona en conflicto bélico casi permanente, donde todavía hoy la guerra esparce muerte y devastación. Pues bien, cuando los diplomáticos Mark Sykes, por el Reino Unido, y François Georges-Picot, en representación de la República Francesa, trazaron las fronteras que configurarían los nuevos Estados, atendiendo sobre todo a los intereses nacionales de sus propios Gobiernos, estaban repitiendo la abominables fórmula colonialista que ya había troceado irracionalmente África en las últimas décadas del siglo anterior (solo se salvó Etiopía), a menudo pasando por alto las peculiaridades de los pueblos afectados.
Los que hoy rechazan indignados ("no nos echemos nosotros mismos la culpa de su fracaso, del que ellos solos son responsables") cualquier alusión al pasado colonial de algunos de los pueblos citados, para entender mejor las raíces de los terrorismos que hoy nos afectan, deberían admitir que son "aquellos polvos los que trajeron estos lodos" y que, para hacerles frente con éxito, no se puede ignorar el pasado histórico del que surgieron.
2ª) ¿Se repite la Historia?
Aquella guerra de hace cien años no fue una Guerra Europea, como la llamaban en EE.UU., pues se desarrolló sobre diez frentes independientes, en Europa, Asia y África. Uno de ellos fue el de Mesopotamia.
En España se vivió de espaldas a la guerra -salvo los que con ella se enriquecieron rápidamente- y nuestros recuerdos históricos suelen limitarse a los frentes y mares europeos. De ahí que sorprenda saber que, tres días después de firmado el acuerdo Sykes-Picot, en la ciudad de Kut, al sur de Bagdad y sobre el mismo río Tigris que baña la capital, se rindió al ejército turco toda la guarnición británica e india que la defendía, en una de las mayores catástrofes padecidas por el Reino Unido en esa guerra.
El 29 de abril de 1916, tras largo asedio, unos 12.000 soldados y su jefe, el general Townshend, fueron hechos prisioneros. La derrota cayó como un rayo sobre Inglaterra. Los despreciados turcos habían abatido el orgullo del ejército británico. Algo parecido ocurriría en Alemania, 26 años después, cuando la invencible Wehrmacht se rindió ante los untermensch, los "infrahumanos" eslavos que defendieron con éxito Stalingrado.
Y como los derrotados alemanes del general Paulus, que hubieron de marchar a pie hasta Moscú en 1943 para ser allí exhibidos como trofeo de guerra ante los moscovitas, para los prisioneros vencidos en Kut comenzó el 6 de mayo de 1916 otra marcha de la muerte. Durante ella y después, en los campos de prisioneros de Anatolia donde fueron confinados, murieron 1750 soldados británicos y 2500 indios.
El general Townshend tuvo más suerte que Paulus. Mientras sus soldados perecían en la marcha de la muerte, él viajó en tren desde Mosul a Constantinopla y quedó alojado en la isla de Prinkipo, en el Bósforo, hasta el fin de la guerra; la misma isla donde pocos años después residiría Trotski tras ser deportado de Rusia.
De la universalidad de la 1º Guerra Mundial es muestra la participación en ella de tropas de la India, que sufrieron más de 7000 bajas en el frente occidental europeo. De los 850.000 soldados indios que intervinieron en la guerra, unos 50.000 murieron en combate. Cien mil gurkas intervinieron también en ella dando muestras de indómito valor y pereciendo como verdaderos "novios de la muerte".
Varias colonias de las potencias europeas contribuyeron con soldados a esta guerra, fenómeno que se reprodujo en la 2ª Guerra Mundial y que actuó como catalizador de los movimientos independentistas, con el argumento básico de que los que sabían luchar en defensa de la metrópoli con más honor y entusiasmo lo harían por la independencia de su patria. Y el colonialismo a la antigua usanza fue desapareciendo a partir de 1945, aunque surgieron otros modos de avasallamiento de los pueblos, algo más presentables pero no menos nocivos. Pero esa es otra historia.
Publicado en República de las ideas el 21 de abril de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/04/21 18:06:8.288339 GMT+2
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2016/04/14 18:23:22.815294 GMT+2
Renee Rabinowitz es una ciudadana israelí de 82 años que, tras haber sobrevivido en su infancia al fanatismo de la persecución nazi contra el pueblo judío, está ahora padeciendo en Israel las imposiciones de los también fanáticos judíos ultraortodoxos, cuyas exigencias ponen en tela de juicio la calidad democrática del Estado y su respeto por los derechos humanos.
Según informaba en febrero pasado The New York Times, esta abogada jubilada, especializada en psicología educativa, nació en Bélgica, de donde tuvo que huir en 1941, tras la ocupación alemana del país que amenazó la supervivencia de su familia. Se trasladó después a EE.UU. y desde hace diez años reside en Jerusalén.
Tras una visita a EE.UU., antes de iniciar el 2 de diciembre pasado el vuelo de regreso a Tel Aviv con la compañía israelí El Al, se encontraba instalada en un asiento de pasillo de la clase preferente cuando se le aproximó "un señor de aspecto distinguido, vestido al uso de los ultraortodoxos, como de unos 50 años", según ella explicó al citado diario. Tenía asignado el asiento de ventanilla en la misma fila que ella pero no deseaba sentarse cerca de una mujer, ya que hasta el contacto involuntario con una persona del sexo opuesto está prohibido según las interpretaciones más estrictas de la ley judaica.
Enseguida un auxiliar de vuelo, tras hablar en hebreo con el nuevo pasajero, se acercó a ella para ofrecerle "un asiento mejor", más adelantado y próximo a la zona de primera clase. Algo molesta, la Sra. Rabinowitz ("una elegante abuela que utiliza un bastón debido a sus rodillas enfermas", según el diario) aceptó la sugerencia.
Tras cambiar de asiento, al regresar al anterior para recoger sus objetos personales, preguntó a la azafata si el cambio se debía a una petición del vecino de viaje, a lo que ella respondió afirmativamente: "Sin duda alguna". Entonces se dirigió a él directamente: "¿Qué le importa? Tengo 81 años" a lo que el ultraortodoxo respondió "Lo dice la Torá", y tras una breve discusión sobre el asunto regresó a su nuevo asiento. "El auxiliar de vuelo me trató como si fuera estúpida, pero esto es un problema común en Israel si no hablas hebreo. Imaginan cosas, te enredan". Cuando concluido el vuelo se quejó al comandante, éste le dijo que en El Al era costumbre atender las peticiones de los pasajeros ultraortodoxos.
En una entrevista posterior, aludiendo a lo ocurrido dijo: "A pesar de mis méritos -y mi edad es uno de ellos- me sentí despreciada". Y añadió: "No es algo personal. Es intelectual, ideológico y legal. Me veo a mí misma, una mujer mayor, educada, que ha viajado por el mundo, y cualquier tipo puede decidir que yo no debo sentarme junto a él. ¿Por qué?". Manifestó que no tiene nada contra los ultraortodoxos -alguno de sus nietos lo es- "pero no acepto que ellos me digan lo que yo tengo que hacer".
Una asociación de abogados (Israel Religious Action Center) encontró en el caso descrito la prueba que necesitaba para emprender acciones legales contra la compañía aérea, acusándola de "asumir el mandamiento 'no te sentarás junto a una mujer'", puesto que un auxiliar de vuelo había acatado la validez de esta regla.
Esta asociación ya había actuado anteriormente contra la segregación de género en los autobuses que sirven a los barrios ultraortodoxos, y en 2011 el Tribunal Supremo se vio obligado a declarar ilegal que las mujeres tuvieran que sentarse en la parte trasera, salvo que lo hicieran voluntariamente.
Ahora un abogado de la asociación ha entablado una demanda contra El Al argumentando que solicitar un cambio de asiento para no viajar junto a una mujer no es lo mismo que pedirlo para ir junto a familiares o amigos, ya que se trata de una acción degradante.
La ofendida, sin embargo, también ha argumentado en el plano religioso, citando a un rabino ortodoxo que considera aceptable "que un hombre judío se siente junto a una mujer en el metro o en un autobús, siempre que no exista intención de obtener placer sexual mediante algún contacto incidental". Ella se preguntaba: "¿Cuándo ha sido la modestia el summum de la mujer judía?", y recordaba a la profetisa Débora, la matriarca Sara o a la reina Ester: "Los héroes de nuestra Historia no eran unas mujercitas apocadas".
El asunto ha terminado, por el momento, con una demanda contra El Al por practicar la discriminación de género en la prestación de un servicio público, causando la humillación de un pasajero al atender la petición de otro por motivos religiosos. Se solicita una indemnización de 17.000 $, aunque lo más relevante del caso es que se ha vuelto a poner de relieve la nefasta influencia que en la vida cotidiana del pueblo israelí tiene una secta religiosa que impone en ocasiones al resto de la sociedad sus peculiares exigencias, que en muchos casos vulneran los más elementales derechos humanos. En un Estado que se considera la única democracia de la región, pero cuyas extrañas anomalías en muchos aspectos son motivo de preocupación en el resto del mundo.
Publicado en Repúiblica de las ideas el 14 de abril de 2016
Escrito por: alberto_piris.2016/04/14 18:23:22.815294 GMT+2
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2016/04/07 18:49:46.166628 GMT+2
Ahora que la solidaridad ha pasado a ser una palabra casi carente de sentido en esta Europa -antes cordialmente calificada solo de "vieja" y hoy vergonzosamente expuesta ante los ojos del mundo simplemente como "decrépita"-, no está de más reforzar la decaída moral de los europeos trayendo a la luz los últimos vestigios perceptibles de esa virtud que formó parte del "humanismo europeo".
Olvidemos por unos momentos esas humillantes imágenes de las que se han hecho eco los medios de comunicación, donde los fracasados inmigrantes asiáticos son devueltos a Turquía, escoltados uno a uno por policías europeos protegidos con mascarillas, y abandonados de nuevo a su suerte tras los padecimientos del viaje de ida.
En España esto no debería asombrarnos mucho ya que análogo problema se resolvió de un modo similar en julio de 1996, devolviendo a su país de origen en aviones militares a 103 inmigrantes subsaharianos previamente sedados, de lo que el entonces presidente del Gobierno se congratuló exclamando: "Teníamos un problema y lo hemos solucionado". El mismo problema que ahora está solucionando (?) la Unión Europea.
Para nuestro consuelo conviene hacer constar que todavía, sobre suelo europeo, nacen y sobreviven instituciones y organizaciones para las que la palabra "solidaridad" sigue teniendo valor. Voluntarios españoles han estado colaborando altruistamente en las islas griegas para aliviar los padecimientos de los emigrantes y tendiendo una mano amiga a los que arribaban a sus playas en vez de recibirlos con disparos de pelotas de goma.
En la vecina Francia también hay valiosos residuos de solidaridad. Solidarités International es una ONG humanitaria fundada en 1980 por Alain Boinet, con el objeto de proporcionar ayuda de urgencia a las poblaciones más vulnerables en los conflictos y desastres naturales, atendiendo al suministro de agua potable y cuidados sanitarios, a la alimentación básica, el alojamiento y la reconstrucción de lo destruido. Aunque en la actualidad está presente en 17 países de Asia y África, en ocasiones anteriores también trabajó en Europa, el Caribe y Oceanía.
En una reciente entrevista Boinet ha narrado sus experiencias tras treinta años en la vanguardia de la acción humanitaria y ha opinado también sobre la situación europea. En 1980 era director de comunicación de una multinacional parisina y en su deseo por convertirse en "un gran reportero" viajó a varios países en conflicto.
Ese mismo año, con un grupo de amigos, entró clandestinamente en Afganistán, sin visados ni autorizaciones, para visitar los pueblos bombardeados y distribuir dinero a las familias más afectadas, junto con algunos miembros de Médicos sin fronteras: "Nos tachaban de idealistas o aventureros, porque entonces la ayuda internacional solo llegaba con el beneplácito de los Estados o de las fuerzas que controlaban los territorios".
Hoy la situación ha cambiado y la acción humanitaria puede alcanzar a todos los países, como Corea del Norte o Sudán; la necesidad ha hecho que se sistematice y se diversifique. Para Boinet, los que trabajan en ella necesitan las mismas cualidades de siempre: sentir empatía y vinculación con los seres humanos en peligro, estar próximos a los pueblos y a sus gobernantes, pero "manteniéndose lúcidos e independientes".
Cree que la ayuda humanitaria ha de ser imparcial, es decir, una respuesta a las necesidades vitales sin tener en cuenta cuestiones políticas, étnicas o religiosas de ningún tipo: "Para alcanzar a todas las personas hemos de ser considerados como totalmente ajenos a cualquier conflicto".
Esto no significa que no se tome partido. Hay que estar siempre al lado de las víctimas, de las personas en peligro, y esto es una lucha sin fin: "Cuando se está bajo las bombas que matan inocentes, la tendencia natural es sentirse solidario. En Afganistán me parecía estar otra vez en la Resistencia francesa durante la 2ª Guerra Mundial, pero jamás sentí odio hacia los soldados soviéticos".
Las urgencias humanitarias no son solo producto de la guerra: el agua no potable y las enfermedades que transmite matan cada año casi tres millones de personas, en su mayoría niños; hacen más víctimas que las guerras, el sida y el cáncer juntos.
Sobre la actual crisis europea declara que la UE "no está a la altura de las circunstancias. Actúa como si el Oriente Medio estuviera en la otra punta del globo: "Los Estados de la UE carecen de estrategia conjunta y no asumen sus responsabilidades históricas, políticas o humanitarias. Este continente, próspero y en paz, no se da cuenta de que el resto del mundo no vive como aquí y que hay que preocuparse por sus problemas, que nos están alcanzando y podrían sumirnos en el caos".
No perdamos la esperanza. Aunque vivamos en un mundo regido por los poderes financieros y bancarios (donde cualquier mención a la solidaridad chirría como absurda) la Historia de la humanidad muestra que la solidaridad fue la base de la evolución humana, sin la cual el género "homo" no hubiera salido de sus cavernas.
Publicado en República de las ideas el 7 de abril de 2016.
Escrito por: alberto_piris.2016/04/07 18:49:46.166628 GMT+2
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