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2022/01/24 20:51:19.066521 GMT+1

Desde la nostalgia hacia delante: el primero de doce posts

 

 

Un reto. Un propósito de año nuevo. Una decisión. Lo que se quiera, el caso es que recojo el guante de mi compaterano Pako de escribir, al menos, un post mensual en este espacio durante 2022. Doce meses, doce entradas. O más.

Una vuelta a los orígenes que quiero empezar cultivando aquello que, años atrás, decíamos era el nervio que hilvanaba una cosa que se llamaba blogosfera: la conversación. El pasado 9 de diciembre Nuria (@editora en twitter) escribía en esta red social lo siguiente: “Sé que lo que se lleva ahora son los hilos de twitter y no los posts en un blog, pero bueno, ayer me dio por escribir en el mío sobre la memoria, la no-nostalgia de la infancia y la invención de los recuerdos”.

Yo le contesté, “si saco un rato para escribir lo mío en el blog sobre el tema y recordar cuando hablábamos de que la conversación podía darse entre blogs te hago pingback, o trackback o como fuera aquello. En serio”. Más de un mes después, aquí estamos. Más que una contestación al personalísimo post de Nuria, esto es un turno para hablar de mi relación con la memoria y la nostalgia.

Sucede que soy historiador y podría tirar, no sin titubeos, del hilo teórico de los conceptos de memoria, recuerdo e historia, pero no me apetece nada. Prefiero llevar la contraria un rato y problematizar la caricatura que se ha hecho del concepto de nostalgia. Todo este debate comenzó a cuento de la autora Ana Iris Simón y su exitosa novela Feria, que yo no he leído. El debate se ha quedado viejo y ha vuelto a resurgir varias veces en estas semanas (hasta ha salido un libro que parece tratar el tema). Me lo tomo con calma y sin pasión.

Lo que se ha venido a decir, así, de forma categórica y rotunda, es que la nostalgia es reaccionaria. No es esto nuevo, recuerdo –otra vez la memoria– que mi padre solía llamar nostálgicos a los franquistas. Y tampoco llega vacío de razones: si a la melancolía causada por el recuerdo de aquello que vivimos, o creímos vivir, no le asiste una voluntad de construir solo puede ser paralizante. Por definición, conservadora.

Pero su destilación en tuit es un planteamiento que por vago –en el sentido de perezoso– me resulta plano. Para empezar, todos tenemos nostalgias. La pregunta es, ¿aquello que añoramos nos lastra los pies o los impulsa?

Me resultan igualmente tramposos y torpes dos tipos argumentos muy presentes en el debate de estos días. Por un lado, aquellos que prescinden del presente como tiempo histórico, con sus propias particularidades y se instalan en el todo tiempo pasado fue mejor; por otro, los que, como reacción a los anteriores, se apuntan sin enunciarlo a una especie de teoría lineal del progreso. He leído varias argumentaciones según los cuales no se puede añorar, por ejemplo, el vigor de la organización sindical previa a los procesos de desindustrialización en España porque entonces ciertos indicadores materiales eran peores que hoy. ¿En serio? Menuda mierda de argumento.

No hay utopías sin memorias hiladas por genealogías valientes, sin miradas emocionadas hacia atrás. Esto tiene muchas formas y se nombra de distintas maneras, pero nunca me atrevería a decir que no media nunca la nostalgia.

Este post, aunque es cortito, lo he escrito en distintos arreones. El de hoy –por el día que escribí este párrafo– es chungo. Es un día duro porque alguien que me importa, un gran amigo, lo está pasando muy mal. Con la cabeza más para allá que para acá y los cascos en las orejas, he escuchado decenas de veces, una tras otra, la canción Lo que nos queda, del grupo Maniática.

Hace tantos años que no escuchaba esta canción…No sé por qué se me ocurrió encender la chispa de esos primeros versos que tanto canté en su día: “Me gustaría, que la razón y el corazón / estuvieran siempre juntos”. Pero el verso que de verdad me gusta de la canción es “Me gustaría que estuviéramos siempre juntos. / Luchar del mismo lado, hace duradera la amistad” y es el que me lleva directamente a una atmósfera de camaradería compartida con esa persona que hoy me duele. La vuelvo a escuchar compulsivamente y sé que quedarme colgado en la canción es tener congelada la vida. Es conservador, sí.

Pero también sé que en armazón de solidaridad que sostiene nuestros abrazos hoy y el conjurarse de los chicos del parque de este día, la nostalgia entra en una pequeña porción. Está menos presente que el sabor fuerte que la amistad o que el aroma penetrante de la fraternidad, pero esa añoranza cariñosa que podríamos identificar con algún tipo de nostalgia de nuestros juegos adolescentes es parte indisoluble de lo que somos juntos y cómo nos proyectamos hacia el futuro. De resistir, de revolvernos, de escalar si llegan las fuerzas. Porque podemos emocionarnos con una misma melodía estamos en disposición de construir algo bello y duradero, y no voy a renunciar a ello porque no sea el único camino posible hacia adelante.

P.S.: Mi primer post de 2022 se publica el día que hubiera sido el 74 cumpleaños de Javier Ortiz, el anfitrión de este blog. Le añoramos mucho.

Escrito por: eltransito.2022/01/24 20:51:19.066521 GMT+1
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2021/12/21 20:08:54.580479 GMT+1

Dejar de ser apologetas de nuestras concesiones

Estimado blog, vengo hoy a hablar contigo, orillando el fin de año, para pedirte que me ayudes a aclarar las ideas y a escribir una carta de propósito colectivo. Cada vez que cae una unidad en el contador de la década, uno acostumbra a hacer una lista de buenos propósitos, que viene siempre después de un inventario mal digerido y superficial. Quiero pensar, al menos, que esa es la razón principal por la que nunca conseguimos desarrollar nuestras buenas intenciones: porque, en realidad, son una letanía de ocurrencias accesorias. Este año, querido amigo, voy a hacer un propósito colectivo (uno solo). Quiero que dejemos de ser apologetas de nuestras concesiones.

En tiempos de comunicación enconada, opera un mecanismo mental que nos arrastra hacia la defensa sin matices de la posición en la que uno encuentra más verdad –o que entiende más urgente–. A veces, incluso, sucede al revés y uno escoge la posición que le pone frente a aquellos con quienes, éticamente, no querría esta nunca. Es esta una manera de actuar que me parece inevitable, no creo que podamos despreciar el hecho de decantar los equilibrios de nuestro tiempo, poniendo el peso en el lado de quienes estimamos buenos. El problema es cuando la dinámica de encasillados nos lleva a convertirnos, además de en aliados del bien mayor, en soldados de la literalidad de un discurso destilado en eslóganes que no contempla las concesiones que hicimos a la hora de apoyarlo.

Una pandemia mundial nos ha hecho ceder parcelas de libertad en aras de un bien común: la vida de quienes están alrededor y la nuestra propia. Hemos transigido con momentos prolongados y severos de excepcionalidad legal, de vigilancia policial extrema o de recolección sistemática de datos personales. Es decir, con algunas de las cosas que más detestamos. Pero lo hemos hecho, claro, bajo el convencimiento de que era la única forma a la que teníamos acceso inmediato para responder colectivamente a una situación en la que nos iba la vida. Algunas de estas renuncias, de hecho, ni siquiera nos parecieron razonables en el contexto del achique de agua (la priorización de la economía antes que la salud o ciertos extremos de control policial, por ejemplo). Pero, habiendo gente encasillada en una posición antagónica que entendíamos criminal, dejamos de lado nuestras reticencias y defendimos con vigor el lado que identificábamos en sentido amplio (y aún lo hacemos) con la defensa solidaria de la vida.

Pero resulta, querido blog, que estas defensas monolíticas que hemos hecho no me parecen ya muy útiles, social ni políticamente, a medio plazo. Por un lado, sospecho que en esas renuncias a enunciar posiciones complejas estamos perdiendo el apoyo de mucha gente dubitativa. Ellos, como nosotros, se ven empujados a elegir un bando porque no encuentran espacios matizados en los que poner a prueba sus dudas. Hablando en plata, algunos se terminan de hacer antivacunas porque el enunciado simplificado de lo que es razonable excluye cualquier subrayado de las cesiones.

Por otro lado, querido blog, sin una conciencia clara de a qué cosas estamos renunciando y la capacidad de advertírselo a las élites, esas dimisiones temporales se incorporarán a nuestro día a día. Sin una actitud de cesión vigilante, nosotros mismos estaremos pronto de acuerdo con ello, como nos acostumbramos tras el 11M a que los policías de Atocha porten armamento militar.

Este mecanismo de caer presos de nuestras propias renuncias, por razonables que estas sean, opera en otras muchas situaciones. Si, por ejemplo, gana las elecciones un candidato del arco local izquierdo, frente a un candidato troglodítico y de extrema derecha, todos nos alegramos y celebramos la victoria, como es natural.

Inmediatamente después, llegarán las exaltaciones con memes fotocopiados del Obama de colorines, los detestables cenizos y las exhortaciones a no serlo. En medio de la refriega, uno se viene arriba y lanza piropos y proclamas que luego, quizá, le obligarán a defender esa imagen creada del liberador cuando lleguen las decepciones y la resaca. Porque, en realidad, uno está defendiendo la imagen que ofreció en ese momento a los demás, supongo.

No podemos renunciar a este tipo de renuncias –me doy permiso para el juego chusco de palabras– ni a celebrar que no ganen los malos. Pero, ¿hasta qué punto no acabamos encerrados en la jaula de nuestras celebraciones?

En la siguiente secuencia, amigo blog, triunfa el discurso de la sensatez chantajista. Un martinete educado pero regañón que señala que cualquier petición radical no es sino una invitación a que sigan sufriendo los más débiles, puesto que son las pequeñas reformas las que los mantienen en pie, tambaleándose, en el alambre oxidado de sus vidas. La amenaza constante de que solo el mundo de lo posible evitará la llegada de la extrema derecha (como si no nos opusiéramos a ella nosotros también). Un discurso que te empuja a olvidar que esa celebración inaplazable estaba llena de renuncias que no conviene mencionar y la convicción profunda de que solo abrazados cada día a ellas podremos bajar a nuestros semejantes del alambre.

En fin, amigo, esparrin, confidente, yo este año voy a intentar que todos seamos militantes de defender nuestras renuncias como tales, cuidando de que no se conviertan en parte de nuestro yo más razonable y cínico. Un propósito colectivo hecho desde la individualidad porque uno solo no importa una mierda.

Nota: no sé prácticamente nada de la realidad chilena ni de Gabriel Boric, así que, aunque el comentario puede tener trazas del enésimo reflujo de ola tras su celebrada victoria del otro día, no puedo sino referirme a la orografía de su espuma. Nada, en ningún sentido, opino sobre el candidato en cuestión.

 

Escrito por: eltransito.2021/12/21 20:08:54.580479 GMT+1
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2021/05/05 20:13:49.428377 GMT+2

En todos los sitios, todos los días, siendo hogar

En los últimos tiempos me he encontrado dos veces al alcalde de Madrid, Rodríguez Almeida, cerca de casa. No era campaña electoral pero como si lo fuera. La primera vez estaba dando un paseo, rodeado de un séquito asesores y fotógrafos, por el mercado; la segunda, reunido en una plaza muy visible del barrio con una asociación de moteros. Esto lo descubrí después, porque en el momento mis habilidades de fisgón no consiguieron sortear el muro de cámaras de prensa y televisión (el asunto salió, al menos, donde Ana Rosa). Es un lugar común en la opinología política dar por hecho que los alcaldes suelen renovar su mandato al menos una vez porque es relativamente fácil dejarse ver aquí y contentar a grupos allá. Lo de Carmena en Madrid fue una extrañeza estadística, por ejemplo.

El poder genera resortes para la reproducción del propio poder y la propaganda diaria es parte del quehacer de los alcaldes en España (y más allá) desde siempre, pero el atributo se ha extendido en los últimos años a muchos otros cargos políticos y, aunque es un resorte que manejan todos los partidos que tocan pelo, a poco maleados que estén, el PP lo hace de forma primorosa. Ayuso, que no ha aprobado ley ni presupuesto alguno, es un buen ejemplo de ello y encima lo practica a escala nacional.

La caracterización de las mayorías electorales requiere de análisis muy finos, que contemplen múltiples factores y particularidades, para no caer en la caricatura. Si lo hiciera yo, no pasaría de garabato así que me limitaré a emborronar unas líneas sobre la idea que subyace en los párrafos de arriba: la capacidad para darse a conocer –parece poca cosa, pero no– y hacer llegar el mensaje político en el día a día.

Podemos nació sobre la senda de esta idea y para ello no dudó en utilizar las estructuras del enemigo (las tertulias de Intereconomía), del status quo (La Sexta) y sus propios medios de comunicación (La Tuerka). Y le fue bien, inéditamente bien, diría. Pero Saturno devora a sus hijos y, si bien el perro no come carne de perro, le sirve los despojos del resto de criaturas al punto a sus jefes. Los mismo programas que habían servido de lanzadera al partido se convirtieron en su picota y los nuevos medios de extrema derecha, mellizos malos de La Tuerka, en una infantería cuyas malas artes, dirigidas al partido, encontraban altavoz en los mass media

Para una fuerza política a la izquierda del status quo esta aventura tiene que encerrar algunas enseñanzas, sean cuales sean. A bote pronto, se me ocurre que a cierto nivel no se puede renunciar a estar en el prime time pero hay que cuidarse mucho de él porque es una parrilla incandescente sobre la que necesitas dar saltitos constantes sin que lo note el espectador; y que los medios alternativos propios son importantes pero aún no suficientes para llegar a mayorías amplias.

En un segundo momento, la enseñanza remite a la práctica propagandística y cercana del día a día de los cargos electos de la que hablaba al principio. Si ellos, a pesar de tener muchos menos problemas con los medios de comunicación de masas, siguen picando piedra cada día a través de sus agendas, es que es una fórmula probada. Claro está que no es lo mismo llevarlo a cabo desde los mecanismos económicos y clientelares del poder que desde fuera de este, pero creo que estar todos los días, en todos lados y siendo útiles a la gente debe ser una prioridad que hasta ahora no ha sido la primera por el permanente estado de campaña electoral en el que vivimos.

La necesidad de salir de la lógica de la campaña continua también obliga a, abrazados a la realidad, plantear proyectos más allá de la legislatura y de los partidos políticos. Esto no le gustará a ningún asesor político, me temo. Es más: este texto no interpela (solo) a los partidos de izquierda. Aunque hay, por supuesto, tejido asociativo, sindical o activista en casi todos los barrios y municipios de Madrid, diría que profundizar en el deber de abrirse a las calles, día a día, tiene que ser el horizonte permanente de estos. Más si cabe. 

No hay política sin organización, así sea sobre bases horizontales o no, cada cual a su gusto y según sus tradiciones. Idealmente cada colectivo debería, de forma independiente y sin supeditaciones, ensayar mecanismos de relación con otros colectivos para permitir la extensión de un bloque transformador diverso y arraigado en el territorio.

 Hablamos de prácticas que son en sí mismas  transformadoras de la realidad y a la izquierda (dicho sea esto en un sentido amplio) se nos da bien llevarlas a cabo. Prácticas que ayudan a prestigiar socialmente las nociones de fraternidad, de igualdad, de apoyo mutuo o de libertad bien entendida. Que posibilitan robustecer las condiciones materiales de supervivencia y superación de sus participantes y ayudan a crear referentes y asideros en una época en la que brotan súbitamente vacíos bajo nuestros pies…

...y crean el sustrato para que, además, esas mayorías sociales impulsen otros planos de la transformación social ocupados por organizaciones formales, como sindicatos y partidos políticos transformadores. Pero para esto, para que nos encontremos con diez colectivos trabajando juntos en la calle por cada político de ronda, tenemos que implicarnos muchos en la labor de estar todos los días, a todas horas, para todo el mundo. No es fácil pero es conveniente para nuestra salud.

Escrito por: eltransito.2021/05/05 20:13:49.428377 GMT+2
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2021/04/25 20:02:0.378103 GMT+2

Acabar con el fascismo después del 4M

*Ya me perdonarán el madrileñocentrismo...pero creo que lo escrito aquí debajo es intercambiable en casi cualquier contexto

 

Siempre he sido muy consciente de que había fascistas ahí fuera. Toda mi vida adulta. Como dice mi amigo Javi, el fascismo es un tipo psicológico. Luego, claro está, cristaliza en formas políticas colectivas totalitarias, que tienen distintos pelajes según el lugar y el momento. Por eso me da pereza la exhortación continua a no usar la palabra fascista o facha. Porque banaliza el fascismo, porque es inexacta, porque si todo es fascismo entonces..., porque bla bla bla. Es posible que se haya abusado de ella y creo que el recuerdo de la carrera de Historia me da aun para convalidar el entendimiento básico del fenómeno, pero, efectivamente, creo que hay muchos fascistas a la espera de ser encuadrados, listos para ponerse a babear odio en pos de un proyecto político en cuanto sus contornos se hacen nítidos. El proyecto fascista es el mapa y el lugar de reunión de los fascistas.

El fascismo no es un fenómeno electoral, sino social, y por lo tanto no se evaporará porque desaparezcan los partidos políticos que lo encuadran. El estudio del fascismo contemporáneo debería comenzar en los comentarios de los periódicos online, los vídeos de YouTube, Forocoches, la barra del bar, el centro de trabajo o los comentarios en el autobús durante el atasco de hora punta.

Es importante, claro, expulsar a los partidos fascistas de las instituciones porque es el terreno donde ganan las cuotas de poder propias del contexto de la democracia parlamentaria y hacen músculo para hacer imposible la vida de los sujetos más desprotegidos de la sociedad: capacidad ejecutiva (que se puede traducir en el control del sistema educativo o de la policía), financiación y publicidad masiva.

Además, y sin necesidad de llegar a gobernar, consiguen que sus ideas totalitarias actúen como un lastre sobre el tono ideológico general de la política de una época. Es algo que viene sucediendo en toda Europa desde hace años, donde la esfera pública se ha derechizado. De esta forma, de igual manera que teníamos en la sociedad fascistas sin encuadrar, podemos encontrar en el día a día político ideas e iniciativas fascistas circulando entre partidos parlamentarios clásicos. Ideas traducidas en leyes abusivas que apelan a la seguridad (como la Ley Mordaza) o a la limitación de derechos básicos (como los topes que todos conocemos sobre los derechos de reunión o expresión).

Se produce así un círculo vicioso que lleva a que, una vez se normalizan estas ideas totalitarias y destilan en disposiciones gubernamentales, la extrema derecha tiene más fácil pasar ante la opinión pública por un partido más dado que, efectivamente, las distancias de la infamia se han acortado. Los distintos gobiernos de las últimas décadas ya llevaban a cabo redadas racistas o cerraban periódicos.

La política parlamentaria es, pues, la boca del volcán, pero el odio fascista bulle bajo la tierra y si solo taponamos ese gran orificio a la vista, podemos estar seguros de que el magma romperá la corteza abruptamente, aquí y allá, causando estragos en los lugares más desprotegidos de la epidermis social.

Votar en contra de la extrema derecha y los partidos que, mayoritariamente, albergan lo que vamos a llamar las pulsiones fachas es importante de cara empezar a marginar socialmente el fascismo, aunque no suficiente. Respeto profundamente el abstencionismo activo –yo mismo lo he practicado– y creo que puede encerrar potencias emancipadoras diferentes a las del voto. Puede ir, también, cosido a biografías intachables en su hacer diario para arrinconar estas pulsiones fachas, que es lo que inspira este texto. Así que nada que reprochar a quienes activamente (esto es, habiéndolo meditado también para la coyuntura actual) deciden sumar a la construcción de una sociedad más justa a través de la crítica histórica que vehicula el abstencionismo. Se atribuye a Ricardo Mella una frase que dice algo así como que no le importaba lo que un obrero hiciera el día de las elecciones sino lo que hiciera los otros 354 días del año. Yo este año, y precisamente este, voy a votar porque considero que el contexto requiere de 365 días mejor que 364, y porque urge apagar la furia en la boca del volcán.

Pero el 5 de mayo, pase lo que pase el día de las elecciones, los fascistas seguirán entre nosotros. Y habrá que empezar a trabajar en arrinconar las pulsiones fachas y a los fachas mismos.

Durante la campaña electoral se ha debatido mucho acerca de cuán oportuno es referirse las burradas de VOX. De un lado, existe la idea de que los mecanismos mismos de su estrategia de comunicación, tal y como hemos visto en el trumpismo, se transmiten a través de bulos y barbaridades. De otro, algunos opinamos que el momento en el que necesitaban de nosotros para llegar a los potenciales receptores del mensaje ya han pasado. En todo caso, se trata de un difícil equilibrio de posturas, con sus pros y sus contras, pero considero que aquí laten aspectos que rebasan el nivel de la comunicación política, que por cierto se confunde hoy con la política en su totalidad en demasiadas ocasiones.

Partiremos del conocido caso de la estación de Sol como ejemplo. VOX empapeló la estación de tren de Cercanías de Sol con publicidad basada en la idea de seguridad, que incluía en una de las salidas un cartel repugnante que, a la manera de los nazis, equiparaba lo que supuestamente cuesta a la sociedad el mantenimiento de niños extranjeros tutelados con una pensión no contributiva de una mujer española. Quien haya seguido de reojo la campaña electoral de VOX sabrá que la asociación de la inmigración con la delincuencia, el asesinato y la violación está en el centro argumental de su discurso de odio.

Es obvio que el escándalo entraba en sus cálculos, que ellos mismos lo han fomentado y que se regodean en el hecho de situarse como el vector antisistema del sistema de partidos ¿Es cierto entonces que señalando airados su cartel les hacemos el trabajo? Sí, lo es. ¿Debemos dejar de hacerlo entonces? No, en mi opinión.

No debemos dejar de señalar el cartel porque es éticamente inadmisible ignorar, así sea estratégicamente, ese acto de racismo y clasismo. No podemos, escudados en la teoría de la comunicación política, no ponernos entre los matones y las víctimas. Pero tampoco debemos estratégicamente dejar pasar la ocasión de arrinconar en la esfera pública, en la pugna por tensar el sentido común de nuestra época, esas ideas intolerables. Refrenar el asco profundo que debe provocarnos ese cartel hace un flaco favor a la misión de que el odio racial y el odio a los pobres sea considerado asqueroso en sociedad.

El 4 de mayo y el 5 de mayo y todos los días que le siguen deberemos decir con firmeza a todos los portadores de pulsiones fachas que no los queremos cerca y que nos van a tener enfrente si pretenden verter sus babas sobre los más débiles.

Seguro que vosotros también os habéis fijado en que los señores y señoras que hablan en voz alta en el autobús, en el bar o en el mercado, como dirigiéndose a los presentes y buscando asentimiento, suelen ser fachas. Aquel día de huelga de los conductores de autobús, pongamos por caso. En un país que tiene una historia de ganadores y perdedores como el nuestro, el privilegio de la voz toma forma incluso en estas situaciones cotidianas y con agentes burdos, como los son estas personas que, nos consolamos pensando, están solas o tienen menos educación que nosotros.

Yo propongo no volvernos a callar en la oficina nunca más. El conflicto es necesario (he dicho el conflicto, no la violencia) y callarse es ficcionar nuestra biografía colectiva. Confundir, otra vez, la paz con la victoria, obviando que serán los débiles quienes paguen el precio de la ilusiva calma. Propongo decir más: “por favor, cállate, no tolero expresiones racistas-homófobas-clasistas en mi presencia”. Y que lo oigan todos.

Podemos luchar contra el fascismo desencuadrado, en buena medida, desde la responsabilidad individual. Aportar nuestra voz para acallar las bravuconadas de autobús y deslegitimar las pulsiones fachas en la ideología de época. Pero es importante no olvidar que el fascismo es un hecho colectivo y que tendremos que organizarnos para enfrentarlo. En los barrios a través del asociacionismo o los colectivos, en los centros de trabajo de la mano del sindicalismo y, en suma, en todas las instancias de la sociedad para disolver, que no solo contener bajo la corteza, el magma de su odio.

 

 

Escrito por: eltransito.2021/04/25 20:02:0.378103 GMT+2
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2021/02/16 22:09:17.383190 GMT+1

Me gusta Pablo Hasel

 

Me disgusta, mucho, que Hasel haya sido detenido y vaya a entrar en prisión por escribir unos cuantos tuits. Me gusta, aunque preferiría que no hiciera falta, que exista un tipo que, en un momento dado, nos recuerde que lo primero sucede. Que es lo que somos, a la vez que nos levantamos, vamos al trabajo, recogemos a los críos del cole y le damos un beso de buenas noches a nuestra pareja. Aquí es donde estamos.

He perdido la cuenta de los mensajes que he leído estos días que anteponen a la condena por su encarcelación un: no estoy de acuerdo con él, es un pésimo rapero, es un gilipollas, no me gusta, sus canciones son malas, me cae mal, yo nunca escribiría sus tuits…PERO.

Me pregunto qué importancia se piensa la gente tienen sus gustos y simpatías como para situarlas otro lado del fiel de esa conjunción adversativa. Simétricamente, a la altura de una condena por el encarcelamiento ocasionado de escribir unas cuantas frases. Algunas, obviedades, otras burradas que casi todos hemos dicho en alguna reunión de amigos, todo letras, negras sobre el blanco, que a nadie hacen un daño digno de ser reparado con pena de cárcel.

Delitos de enaltecimiento del terrorismo que se crearon en el contexto de la lucha antiterrorista que, en mi opinión, no deberían existir o de injurias, que se dirigen mayoritariamente hacia instituciones del Estado.

Esta mañana escuché decir al alcalde de Madrid, refiriéndose a la detención de Hasel, que “es una buena noticia que un delincuente acabe en la cárcel”. La cárcel es, en principio, el fracaso de una sociedad; el mal menor acordado ante un peligro mayor, si se quiere, pero pocas veces una buena noticia. Puedo pensar en actos tan monstruosos que me hagan contradecir el anterior razonamiento, abrazarme decididamente a la visceralidad y alegrarme de un encarcelamiento sin rastro de remordimiento. Ninguno se comete en twitter o en un escenario, desde luego.

Me gusta Pablo Hasel, entonces, porque en este instante es él quien nos despierta de nuestro paso somnoliento y nos alerta de mirar hacia los lados: para plantar bien las suelas y no ser arrollados por convecinos insensibles, monstruos punitivistas o narcisistas, que valoran más su imagen que el hecho de que alguien pueda decir «los centros penitenciarios son centros de exterminio», sin entrar por ello en prisión.

*Alguien puso el papel de la foto en mi portal. Duró poco.

Escrito por: eltransito.2021/02/16 22:09:17.383190 GMT+1
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2020/04/03 20:33:19.120246 GMT+2

Miedo a la distancia social

Hay razones sobradas para sentir miedos estos días. Tenemos mayores, familiares vulnerables a las arremetidas del virus y muchos sabemos de gente que no ha podido despedirse ­­–qué sadismo psicológico– de algún ser querido. Tenemos trabajos que quizá perdimos, conocemos a mucha gente a punto ser despedida del suyo e imaginamos insostenible la situación de la mujer a la que comprábamos el pan cada mañana.

Son estos miedos que, por lacerantes que sean, podíamos imaginar. Pero en estos días de confinamiento llueven barros traídos desde tierras desconocidas y lo informe se acerca invisible con otros temores que antes no sabíamos nombrar.

Lo que no conocíamos los míos y yo era la dificultad para ponerse la camiseta de arracimarse para enfrentar cualquier situación. Se ha hablado mucho del hostión de los liberales estos días, obligados a abrazar la economía planificada como quien pide la extremaunción tras una vida de abjurar de Dios, pero a los que somos comunitaristas se nos han hundido las plazas de asamblearnos bajo los pies, la adrenalina del sudor compartido se nos ha evaporado y la seguridad de pensar nuestro cuerpo como uno más en un mural mexicano se quedó en una metáfora en este tiempo. Porque lo inevitable, lo responsable y lo cabal es hoy aquello contra lo que peleamos antes juntos: la distancia social.

Todo el párrafo anterior es matizable, ¡menos mal! porque, a la espera de que lleguen las vacunas de las probetas, algunas de las que hemos podido desarrollar socialmente se han moldeado a partir de nuestra idea de apoyo mutuo y, en no pocas ocasiones, se han organizado a través de las estructuras y experiencias vecinales de toda la vida. Lo conocido,  como un candil en la oscuridad, nos permite no pasar esto tiritando y a la sombra.

Como padre, no me da ningún miedo pasar un mes, dos, tres más encerrado en una casa sin balcón con mi familia. Esta es una situación incómoda, que tiene a los niños irritables y a ratos tristones, pero, por más que sea una vivencia nueva e inesperada, no es informe, no es invisible y no da miedo alguno.

Me da miedo, sin embargo, precisamente que crezcan con miedo. Que adopten como normal la anormalidad de este inmenso experimento social al que nos hemos entregado sin remedio. Conocíamos perfectamente los recortes de libertades pero nunca, nunca, habríamos imaginado entregarnos al Estado de Alarma voluntariamente. Qué horrorosa perspectiva la de pensar que se acostumbren a un mundo donde la policía pide peaje en las calles y un tipo vestido de militar habla en prime time; a una cotidianidad en la que papá y mamá te miran censoramente para que no te tires a abrazarlos a la vuelta de la compra, y a las ocho de la tarde se abre una ventana para respirar y soñar que se rompe la dichosa distancia social. Aplaudir como el paseo circular en el patio del presidio.

Sí, es mucha gente en el planeta la que ya vivía con estos miedos, para la que, desgraciadamente, nada de esto era desconocido. Dejadme, aún así, expresar mis temores, aunque a día de hoy vivo los primeros miedos, la muerte y la miseria, más como tristeza e inquietud que como auténtico miedo, seguramente porque las consecuencias más graves del virus no se han clavado en la carne de los míos por ahora. Los segundos, los de un mundo inimaginado en el que todo sigue igual cuando acabe el confinamiento, trato de enfrentarlos mentalmente creyendo que podremos colonizar los huecos de la incertidumbre avivando la proximidad social.

 

Escrito por: eltransito.2020/04/03 20:33:19.120246 GMT+2
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2019/12/18 20:57:34.762740 GMT+1

Hojas de cuaderno que van cayendo

Hoy me ha impresionado el texto de Iturri sobre el homenaje que la familia extensa de Íñigo Muguruza le hizo en Bilbao ayer, 17 de diciembre, el día de su cumpleaños. La crónica de Mikel es precisa, sentida y bella. El pasado viernes, en una fiesta llena de periodistas una compañera de Euskadi me dijo que le había gustado el texto que hice el día siguiente de morir Íñigo, que se publicó en Somos Malasaña y Eldiario.es (por la asociación de ambos medios). Me he acordado de dos cosas. La primera: me llamó Iturri por teléfono para matizarme algo. Se le notaba triste. La segunda: el día antes, más impresionado que consternado, que supongo que es como recibimos estas noticias quienes sentimos la muerte de quien ha formado parte de nuestra vida a través de su arte, pero sin haber llegado a sentir el calor de su aliento, escribí algo en el metro. Lo hice a mano, de forma apresurada y automática, en un cuaderno. Y allí se quedó. Al leer el jirón del día anterior volcado por Iturri en su blog he echado mano a la mochilita que siempre llevo. Sabía que había allí un cuaderno, pero siempre llevo uno u otro, y no sabía en cuál lo había escrito.

Pero sí. Después de la séptima u octava hoja, he encontrado un puñado de líneas derramadas en tres caras, con mi mala caligrafía, justo debajo de un garabato que, vete a saber por qué, esboza torpemente a un futbolista. No tiene especial valor ni calidad, pero he decidido transcribirlo sin corregirlo porque lo que el pasado 5 de septiembre tenía la única utilidad de ser y serme, hoy aquí, simplemente viene para recoradar y recordarme. Y no sería honesto mejorarlo:

El día que murió Íñigo Muguruza

entró un músico callejero en el vagón, me quité los cascos en señal de respeto, pero apoyó la funda de la guitarra sobre sus pies cansados y se desplomó ligeramente sobre su columna. Vuelta a casa.

El día que murió Íñigo Muguruza

todos los rostros en el metro me parecían tristes. Su bajo en los cascos reverberaba en mi pecho. Debajo de cualquier adoquín está la primera línea. Y busco una mirada cómplice para rasgar el telón del tiempo muerto.

El día que murió Íñigo Muguruza

las hogueras de mi juventud más rabiosa ahumaron las ventanas rotas de mi ruina provisional.

El día que murió Íñigo, que no era un familiar y ni siquiera una cara presente en mis ensoñaciones, derramadas de mi realidad las babas de cantar juntos a voz en cuello, fueron lava que soldó la carne de un nosotros; que tatuó consignas en el aire, al cabo de una vieja explosión hecha piedra, surcada de cicatrices. No es otra cosa que lo que seguimos siendo juntos después de las letanías de rigor.

El día que murió Íñigo Muguruza

como todos los días, llegué a mi estación, Alvarado. Salí, ¡A la calle!, moviendo la cintura nerviosa, camino de casa.

 

Escrito por: eltransito.2019/12/18 20:57:34.762740 GMT+1
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2019/11/12 20:13:12.179787 GMT+1

¿Será alegría o alivio? Hoy da igual

La sensación del alivio puede ser tan intensa como la de la alegría. A veces –congelado el momento– indistinguible. No sabemos si ha pesado más en el rápido acuerdo entre PSOE y Podemos para formar gobierno la ingobernabilidad o la lluvia ácida de VOX empapándonos la ropa. Qué más da. No sabemos qué conversaciones ha habido detrás, no conocemos las componendas en las cabezas calientes de la gente que manda, desconocemos el camino hacia los futuros posibles que se abren mañana. Ni siquiera creemos que las condiciones materiales que apuntalan nuestras vidas (escamas, tejas, gasas) dependan de las urnas. Qué más da. Hoy.

No ignoramos que este es el pacto de los funambulistas, balanceándose en medio de vientos furiosos, tentados de empujar al otro para mantenerse sobre el cable; sabemos que hay una crisis por llegar y se la comerán enterita frente a la cámara, y con ellos, mientras les maldecimos, la recibiremos también nosotros como la bofetada de una bestia de ojos venosos.

Los que, con mayor o menor convencimiento, hemos votado a Podemos, tenemos claro que el piernicorto jadea más sobre el tándem. Ha que levantarse al mínimo repecho y su silueta dolorida amenaza comicidad o pena.

Qué más da hoy. Si no podemos, aunque queramos, negar la sonrisa que nos sostiene el cuerpo, ¿para qué vamos a negarnos disfrutar el momento? Y, desde mañana, estaremos donde tengamos que estar.

 

Escrito por: eltransito.2019/11/12 20:13:12.179787 GMT+1
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2019/10/07 19:24:43.195689 GMT+2

Otra vez las elecciones… y me da lo mismo

Hay otra vez elecciones y me da lo mismo. Cada vez tengo que recordármelo menos veces cuando surge la conversación con los amigos o chispean enlaces de actualidad en los grupos de mensajería.

Hay otra vez elecciones: me da lo mismo, tanto, tanto, que probablemente no vuelva a la abstención –donde he pasado temporadas–. Seguramente me levante, vaya al colegio electoral, vote, y ni unas cañas me tome después.

Nunca hubo barras bravas tan fofas y a la vez tan fanatizadas, que viviendo huérfanas de mapas avancen con tanta determinación de saqueo. Griterío que es puro ruido blanco bajo la cháchara de la emisión televisiva (y de las redes sociales). Cuánta mala baba que achicar de la barca, total, para nada.

Otra vez elecciones para aplazar la política. Dijo Ricardo Mella que le daba igual lo que votaran los obreros o si lo hacían (cito de memoria, vete a saber lo que dijo realmente, pero yo-así-lo- creo), le importaba lo que hicieran los otros 365 días del año. Otra vez elecciones para otra vez aplazar la política.

La campaña electoral perpetua es el tiempo de la atonía y el priapismo discursivo, un estado paradójico que, en el fondo, no es sino la inflamación de todo nuestro tiempo, la contemplación de los vaivenes de un tentetieso. Una revolución constante de vuelta a la línea de salida.

Te lo juro. Me da lo mismo.

 

Escrito por: eltransito.2019/10/07 19:24:43.195689 GMT+2
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2019/05/28 20:25:21.024446 GMT+2

Una pequeña anomalía histórica

Muchos análisis se están haciendo de las elecciones municipales de Madrid en las que Más Madrid y Manuela Carmena han perdido la alcaldía pese a ser la lista más votada de la ciudad, seguramente con poca perspectiva todavía y mucho que hilar en lo cualitativo (y su relación con lo cuantitativo). Tantos que, probablemente, sumar esa idea medio informe que todos tenemos en la cabeza sobre lo sucedido solo agregaría ruido en estos momentos. En cambio, lo que voy a hacer es señalar un asunto más bien descriptivo, pero con cierta perspectiva histórica, sobre el apoyo recibido por la candidatura de la alcaldesa, una pequeña anomalía que en sí misma no explica nada pero que, creo, señala un punto importante: la incapacidad que se ha tenido para crecer electoralmente ostentando las herramientas ejecutivas de su parte.

Tras una legislatura, el bloque heredero de Ahora Madrid, Más Madrid y Madrid En Pie, no han conseguido ensanchar la base de apoyos de 2015 en porcentaje de votos. ¿Es normal y viene dado por el desgaste de gobernar? Al menos mirando la corta historia de nuestros Ayuntamientos, desde 1979, la respuesta es no, más bien es al revés. Echemos un vistazo rápido a los porcentajes.

En las elecciones municipales del 79 el PSOE saca un 39,49% (UCD 40,29) pero Enrique Tierno Galván gobernará con el PCE, que tenía un nada desdeñable 14,69. En el 83 el PSOE sacó 48,65, por encima de AP y el propio PCE, que bajó a 6,85.

En las del 87 de Juan Barranco (que era alcalde por haber sustituido a Tierno a su muerte) saca un 40,47%. AP y CDS, sin embargo, le echaron en 1989 a través de una moción de censura, siendo alcalde Rodríguez Sahagún (CDS) el resto de la legislatura.

En el 91 Álvarez del Manzano (PP) saca un 47,24 % y en las del 95 un 52,71, bajando ya al 49,48 en la tercera legislatura, iniciada en 1999.

En 2003 entra en escena Gallardón, que sube hasta el 51,30% su apoyo y vuelve a subir hasta 55,65 en las de 2007. En esta época solo en Puente y Villa de Vallecas el PP no era el partido más votado (lo era el PSOE).

En 2011, Gallardón acusa ya un cierto desgaste y saca un 49,69%. Por hacernos una idea del panorama, el PSOE tenía un 23,93, IU 10,75 y UPyD 7,85. A mitad de la legislatura llegaría Ana Botella, a raíz del nombramiento como ministro de Gallardón.

En 2015 el PP de Esperanza Aguirre sería el más votado con un 34,57% pero el 31,84 de AM le serviría para gobernar con el apoyo del PSOE.

En 2019 Más Madrid obtuvo un 30,94% y Madrid En Pie un 2,63, de manera que entre ambos sumaron un porcentaje de apoyo mayor que en las anteriores elecciones. Por lo tanto, si consideramos solo a Más Madrid por ser el partido por el que se presenta Carmena se rompe la regla de subir, pero no así si tomamos a los dos. En todo caso, la subida es muy pequeña en relación a las de sus antecesores.

La rotundidad de los porcentajes no es muy significativa porque tiene que ver con la cantidad de partidos en liza en cada momento, cada legislatura tiene intrahistoria como para escribir una tesis doctoral y un contexto estatal que las determina, pero me parece de interés comprobar cómo todos los alcaldes electos han sido reelegidos al menos en una ocasión y han crecido en apoyo popular en su segunda legislatura –excepto Juan Barranco, que fue expulsado por la vía de la moción de censura– hasta este año (y relativamente). Entre su primera y su segunda vez, Tierno subió en torno a 9 puntos, Álvarez del Manzano casi 5 y Gallardón unos 4. Estamos, pues, ante una cierta anomalía histórica.

 

Escrito por: eltransito.2019/05/28 20:25:21.024446 GMT+2
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