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2011/06/15 09:09:42.122000 GMT+2

Siria y la realpolitik

La política, como las altas creaciones gastronómicas, necesita a menudo servirse de refinados condimentos que susciten sensaciones que no sean las meramente utilitarias. Así como en una buena paella es imprescindible un selecto azafrán, y solo las raciones de campaña o los alimentos de subsistencia prescinden de todo lo que no sean elementos nutritivos bien equilibrados, la política exterior de los Estados va siempre acompañada, al menos en su enunciación, de altos ideales y propósitos altruistas que a veces rayan en lo sublime.

Se invaden países y se ocupan territorios para poner al servicio de los pueblos las luces de la civilización y las ventajas del progreso, aunque haya que matar a algunos durante los trámites previos; se eliminan brutales dictadores para liberar a sus pueblos y hacerles avanzar por el camino de la felicidad, aunque a veces éstos deseen otras cosas. Son también innumerables los casos históricos de políticas imperialistas basadas en la propagación de una religión determinada y en los consiguientes beneficios que de ella se derivan, incluidos los sobrenaturales o intangibles.

El "adobo" religioso de la política (en este caso, política interior) tuvo en nuestro país -donde esta práctica parece incrustada en el más profundo tuétano de la presunta "españolidad"- su más alto pináculo en aquel artículo de la Ley de Principios Fundamentales del anterior régimen, que rezaba (nunca mejor empleado este verbo en su 4ª acepción del Diccionario de la RAE) así: "La nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional...". Un texto innegablemente teológico, incrustado en aquella "constitución" del franquismo, era el adobo de lo que aquí se llamó nacionalcatolicismo.

Por el contrario, la política sin adobar ni embellecer, la política real (la realpolitik, por emplear la habitual expresión alemana), es la que ignora cualquier principio teórico o moral para justificar su actividad y atiende, de modo claro, eficaz y descarnado, a los meros intereses nacionales del país que la desarrolla.

Son cada vez más los que se preguntan por qué los nobles principios aireados y tan públicamente gestionados por la ONU, EEUU, la Unión Europea y hasta la OUA (Organización para la Unidad Africana), que se aplican a la Libia del dictador Muamar el Gadafi no tienen contrapartida en la Siria del también dictador Bachar el Asad. Al escribir estas líneas todavía humean las ruinas de la devastada ciudad siria de Jisr al Shughur, se recogen los cadáveres producidos por el violento ataque gubernamental contra los rebeldes y miles de refugiados huyen hacia la frontera con Turquía. En Libia un hecho similar propició la intervención militar, aprobada por Naciones Unidas. ¿Por qué no ocurre algo similar en Siria, aunque solo fuera a título de amenaza?

El concepto de realpolitik ayuda a entender lo que está ocurriendo. El Consejo de Seguridad (CdS) de Naciones Unidas apoyó el ataque a Libia basándose en evidentes principios humanitarios y en la petición de los rebeldes para establecer una zona de exclusión aérea que les protegiera de los ataques aéreos gubernamentales. Ahora, ese mismo CdS está dividido respecto a Siria, y si Francia y el Reino Unido proponen una condena explícita del régimen de El Asad, otros países como Brasil, China y Rusia no la aprueban. Tampoco la Liga Árabe, que a regañadientes refrendó la intervención internacional en Libia, apoya algo similar en Siria.

Lo que ocurre es que Siria, al contrario que Libia, es una potencia regional importante e influyente. Además, el dictador Asad conserva el apoyo de gran parte de los sectores acomodados de la sociedad y su caída hace prever una guerra civil, con temibles efectos en otros países muy sensibles, como Líbano o Israel, donde las organizaciones prosirias Hezbolá y Hamás pueden crear serios problemas. Por otro lado, los vínculos de Siria con Irán agravarían aún más los efectos de una prolongada guerra civil, como la que ahora está padeciendo Libia.

La diplomacia occidental insiste en explicar que, al contrario que en Libia, en Siria no hay todavía una imagen clara de cuál será el régimen que pueda sustituir al depuesto presidente, si éste llega a caer, y entiende que son peligrosamente altas las probabilidades de que los enfrentamientos entre las distintas comunidades étnicas, políticas y religiosas pudieran sumir al país en el caos.

Así que la vida de un sirio, en la política real, vale bastante menos, a los ojos de las grandes potencias mundiales preservadoras del orden internacional, que la vida de un libio, para cuya protección se han movilizado (aunque bastante mal y a destiempo) los recursos militares de Occidente. En el mismo caso, es decir, en el escalón inferior del valor de las personas está la vida de los palestinos, que bastante harán si pueden defenderse solos ante lo que se les avecina. Como puede comprobar el lector, la política real, desnuda de aditamentos, se entiende mejor que la otra, la que se proclama y se publica envuelta en sonoros pronunciamientos y grandilocuentes aspiraciones.

Publicado en CEIPAZ el 14 de junio de 2011

Escrito por: alberto_piris.2011/06/15 09:09:42.122000 GMT+2
Etiquetas: siria libia realpolitik | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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