El azar quiso que durante la misma sesión plenaria del Parlamento Europeo coincidieran dos tomas de posiciones: por un lado, la mayoría de los eurodiputados rechazó una enmienda que proponía que como regla general viajasen en turista si querían que se les reembolsase el precio del vuelo; luego, esas mismas señorías guardaron un minuto de silencio por los migrantes africanos ahogados en aguas mediterráneas al huir de la guerra en Libia.
El empecinamiento por volar en clase business desató una fuerte indignación en Espana, que se ha expresado básicamente por internet. El razonamiento dominante coincide con el esgrimido por los eurodiputados de verdes y de izquierda: cómo van a exigirse ajustes o recortes en el gasto público mientras se mantienen semejantes privilegios. Desgraciadamente, la manera en que se ha planteado el problema asume una falacia como dogma de fe: la reducción indiscriminada del gasto público forma parte de la "solución" de la crisis económica. Lo rechazable, en cambio, es la pretensión de los eurodiputados de mostrarse como algo más que los ciudadanos que dicen representar, violentando con ello el principio democrático que les permite ejercer su trabajo.
Quienes rehúsan verse como iguales a la mayoría de sus representados también mostraron sus lágrimas de cocodrilo por las últimas víctimas de nuestras políticas migratorias. A lo más que llegaron algunos fue a proponer la acogida de los migrantes procedentes de Libia como refugiados mediante un "mecanismo de emergencia" y su distribución entre los distintos Estados miembros, algo que los gobiernos europeos rechazan. Una solución excepcional para un "problema" puntual. Sin embargo, las estadísticas de la última década nos indican que los fallecimientos en aguas mediterráneas exceden con creces los centenares de fallecidos de este año. Personas que podrían haber comprado un billete de avión en clase turista pero que nunca obtendrán un visado tienen que pagar pasadores clandestinos para poder salir de su país de manera extremadamente precaria e indigna.
La pregunta que cabe hacerse es por qué a buena parte de los senegaleses, guineanos, marroquíes, saharauis o o argelinos prácticamente se les impide volar a territorio europeo no ya en primera clase sino en turista, incluso aunque puedan pagárselo. Los eurodiputados, con su acto de soberbia, y sus representados, con su indiferencia, nos han dado la respuesta.
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La gestión del movimiento de los indeseables implica una forma específica de gobierno, según el antropólogo Michel Agier, que lleva más de una década estudiando los campos de refugiados, desde los desplazados internos de Colombia a los refugiados somalíes en Kenia. Agier, que llegó a formar parte además del consejo de administración de Médicos Sin Fronteras, este gobierno -que él denomina gobierno humanitario- constituye un dispositivo especial, que se ha desarrollado sobre todo en África, y que se caracteriza por la "permanencia de la catástrofe, la urgencia sin fin, el segregamiento de los indeseables, cuidados médicos condicionados por el control, el filtrado y el confinamiento." Características que incorporan lógicas totalitarias de control. Fuera de África, pienso en un caso extremo: Gaza.
Un refugiado egipcio se aferra a sus documentos de identidad mientras espera en una guagua que se dirige a desde Libia a un campo de refugiados en Túnez (24 de febrero de 2011). Antes trabajaba en la construcción en Zuara (Libia). Foto: Yannis Behrakis/Reuters.
La revista Hommes & Migrations entrevistó a Michel Agier en un número dedicado a África (N° 1279, mayo-junio de 2009). En ella se recogen observaciones interesantes de Michel Agier sobre el gobierno humanitario. Traduzco algunos extractos de la misma (los subrayados son míos):
"H&M: Usted ha estudiado la realidad de los refugiados en dos continentes. ¿Podemos decir que hay particularidades propias de África? ¿A la vez en el tipo de desplazamiento, las razones o las situaciones que estas migraciones generan? (...) Podemos decir que las situaciones de guerra y de persecución crean de manera general el exilio como consecuencia de la imposibilidad de vivir en alguna parte. Las situaciones siempre difieren y sin embargo son siempre iguales, ya se trate del exilio de los armenios durante los años veinte, los españoles a finales de los años treinta o las poblaciones de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. En suma, son todas oleadas de refugiados que, por llegadas masivas, por pequeños grupos o incluso individualmente, abandonan lugares donde la vida se ha vuelto imposible. Todavía hoy el fenómeno es al mismo tiempo diferente y el mismo en el fondo, parecido a lo que conocimos durante el siglo XX e incluso antes. Con la globalización, que, por retomar un concepto de Michel Foucault, puede ser considerada como una globalización de la "sociedad de control", se da un incremento estadístico de la movilidad, pero de manera muy desigual. Sin embargo, yo me inclino por decir las cosas de una manera optimista: constato simplemente que nos encontramos hoy ante un gran proceso de repoblamiento del mundo. Muchas cosas se están transformando por razones políticas, ecológicas, económicas y esto provoca movilidades que a veces son muy fuertes. El planeta se recompone y se estima que habrá centenares de millones de personas desplazadas de aquí a cincuenta años. En este caso, casi tenemos ganas de decir: "acompañemos este movimiento.""
(...) H&M: No todo se juega en una dinámica Norte/Sur, basta con observar las movilidades interregionales, Sur/Sur.
Efectivamente, las personas se desplazan mucho en África; lo vemos principalmente con el fenómeno de los refugiados. Las diásporas barren todos los continentes y no se sitúan en esta dinámica Norte/Sur, sino que la atraviesan. Es importante que situemos esta realidad de las diásporas, sobre todo desde un punto de vista demográfico. Podemos ver en ella a la vez una solución y un problema. Algunos ven en efecto una solución, porque en el exilio mantienen un vínculo, es un poco como un "hogar" que se desplaza en el mundo.
Por ejemplo, en África los comerciantes hausa organizaron redes comerciales en diáspora, que sirven a la vez de marco comercial y geográfico de circulacion de las personas que provienen de una misma región. Con el tiempo, todo esto se transforma bastante, y no podemos hablar únicamente de un estado diaspórico, incluso aunque la diáspora hausa sea muy conocida. Hay miembros muy anclados localmente, con una "hausaizacion" de las redes que se han ampliado enormemente.
(...)
"De este modo, si miramos el detalle de eso que, en los círculos de las ciencias sociales, llamamos una "diáspora", este concepto, que tiene connotaciones tan fuertes, no siempre permite dar cuenta de la realidad de las personas dispersas. Algunas grandes diásporas hacen que sobreestimemos a veces la eficacia de la diáspora en relación con otras formas de migración. Ahora bien, no hay necesariamente una estrategia deliberada en la elección de una localidad de instalación. La idea de la diáspora, definida como "transporto mi lugar", se difumina y se transforma en el mundo, pero coincide con una visión de las elites. H&M: En África, ¿estos movimientos de refugiados adoptan formas diaspóricas?
El caso de los somalíes es bastante claro a este respecto. Trabajé en los campos de Dadaab, que se encuentran en Kenia, cerca de la frontera somalí. Allí constatamos que se trata de un caso de compromisos y de combinación de factores locales muy importantes con redes más amplias. Se formaron redes triangulares entre las personas que se quedaron en Somalia, las que se asentaron en los campos de Dadaab y finalmente quienes se instalaron en Kenia, en un barrio somalí de Nairobi. Sin embargo, estos últimos no son refugiados, pues se trata de un barrio y no de un campo. En efecto, en África se es refugiado cuando se decide partir hacia un campo. Entonces se es contabilizado y atendido como tal. H&M: Pero ¿estas cifras son fiables? ¿Son producidas por las organizaciones internacionales, los Estados, las ONG?
Para dar cifras, primero hay que producir categorías. Ahora bien, el problema de los controles de población, ya sea en Kenia o entre Guinea, Liberia y Sierra Leona, se plantea cuando las personas se presentan en la frontera. La atribución del estatuto de refugiado prima facies se añadió en 1967 al dispositivo de Ginebra de 1951 para caracterizar estas nuevas situaciones políticas. En 1951, la Convención de Ginebra nace a la salida de la II Guerra Mundial, en plena guerra fría y se refiere a todos los que vienen del Este tras haber escapado a un sistema político opresivo. Todo perseguido se denomina refugiado político, por cualquier razón y en una acepción bastante amplia.
En 1967 se añadió el estatuto prima facies: constatamos en efecto que, en un contexto dado, las poblaciones pasan la frontera y se instalan al otro lado. En este momento, las organizaciones humanitaras crean una primera acogida. En un segundo tiempo, o bien los refugiados son instalados en campos organizados por ACNUR a al menos 50 km de la frontera, o bien parten ellos mismos y, en este caso, consideramos que se las arreglan por sí solos y entonces ya no son contabilizados como refugiados, ni pueden beneficiarse de las ayudas que se otorgan para favorecer la instalación.
En contextos de violencia muy identificados, solo se reconocen como refugiados a los que se instalan en un campo. La prueba es la carta del PAM (Programa Alimentario Mundial), que actúa como una especie de "carnet de identidad" y certifica que la persona es beneficiaria de la ración alimenticia en un campo determinado. Para circular, esta persona necesitará una derogación para poder salir del campo. A veces, los que desean permanecer fuera del campo durante un período más largo da un poco de dinero a los policías para que les dejen circular. Entre Somalia y Kenia se crean formas de organización de las redes familiares y sociales entre las personas instaladas en el barrio somalí de Nairobi (comerciantes que trabajan en el sector informal), los que se quedaron en los campos y pueden salir o recibir dinero proveniente de las comunidades de Kenia y aquellos que se quedaron en Mogadiscio. No hay que olvidar tampoco a aquellos que, instalados en Dadaab, reciben dinero de miembros de la familia que emigraron a Europa o a los Estados Unidos. Dadaab, que era al principio una aldea pequeña, creció considerablemente. Allí nos encontramos incluso con pequeños bancos que actúan de corresponsales de Western Union, donde los refugiados van a buscar el dinero que reciben.
Mujeres somalíes con sus niños esperando una ración alimenticia en un centro gestionado por GTZ en el Campo de Refugiads Ifo en Dadaab, Kenia (4 de noviembre de 2009). Dadaab es el mayor campo de refugiados de África y alberga 250.000 personas que huyeron del conflicto somalí. Fotografía: Kate Holt/AFP/Getty Images.
Encontramos los que se quedan -desplazados internos-, los que emigran a Nairobi con un estatuto incierto, los que serefugian en los campos y los que, instalados en Europa o en otras partes, serán para la mayoría considerado como inmigrantes económicos, porque se les discute la prueba de su situación como refugiados. Hay por tanto tantas situaciones diferentes como tipos de categorías según las organizaciones internacionales o los Estados.
(...)
H&M: ¿Se incita a vivir durante mucho tiempo en los campos aunque, por definición, sean temporales?
He ahí la gran paradoja. Existe una forma de cristalización de los campos. Todo el mundo ha tomado conciencia de la duración de los campos y de lo que ello implica en términos de precariedad. Esta situación se vuelve pronto invivible para estas personas porque se prolonga más allá de la urgencia inmediata a la que puede responder el dispositivo humanitario. Después de algunas semanas de gestión de la urgencia inmediata, debida a un conflicto o a una situación médica que demanda el reagrupamiento de las personas, éstas se instalan en la duración y se establece toda la gran maquinaria humanitaria. Entonces ni los humanitarios ni los refugiados quieren que esta situación termine. El dispositivo tiende a autorreproducirse. En África, muchas ciudades comenzaron por un campamento.
H&M: ¿Puede un campo producir riqueza económica?
Esto depende del período y del campo en cuestión. En el plano histórico, un campo es una forma de creación de una nueva ciudad, por medio de los recién llegados, la creación de comercios, de estructuras de poder y de gestión del espacio. Actualmente, tenemos dispositivos muy artificiales al principio y muy controlados después: este movimiento natural de campamentos puede derivar en una ciudad pero, por razones geopolíticas, económicas y políticas, se propone este tipo de desarrollo al tiempo que se prohíbe. Todo lo que se asemeja a la vida que recomienza se prohíbe. Es el caso de la reventa de las raciones alimenticias. Aunque éticamente discutible, esto forma parte de la reanudación de la vida social y económica. La ración alimenticia no cubre las necesidades reales. Están obligados a revender una parte de fécula para procurarse verduras o proteínas. H&M: ¿Las autoridades locales son capaces de tomar el relevo y proponer otra forma de gobierno de los campos?
Podemos decirlo así, pero habría que ver caso por caso. Siempre es un tema polémico y de debate entre las organizaciones internacionales y los poderes locales. Me asombra ver cómo ACNUR -gran organización que tiene el mandato de la ONU de gestionar todos estos fenómenos- acepta con demasiada facilidad la instalación de campos de refugiados cuando sería posible, teniendo en cuenta su origen onusiano y su poder político y económico, negociar con los gobiernos africanos para pasar a una asistencia individual más que a la instalación en campos. No hay nada peor que insertarse de manera duradera en un campo, en lugares escogidos al margen de la vida real. Se dan situaciones de conflicto muy violentas que conducen a veces a la intervención de la policía. Es lo que sucedió frente a la demanda de los refugiados liberianos en Guinea a los que ACNUR opuso el hecho de que, mientras no aceptaran ir al campo, no tendrían derecho a nada, sabiendo que los campos en cuestión estaban a más de 600 km de la frontera, en plena Guinea selvática.
(...)
H&M: De manera muy esquemática, ¿puede dibujarse una especie de cartografía de estos movimientos de refugiados en el contexto africano?
Es una pregunta muy complicada, y la cuestión evoluciona. Durante los años noventa y hasta 2004, una zona muy importante se situaba en África Occidental, a lo largo del río Mano (Guinea, oeste de Costa de Marfil, Liberia, Sierra Leona). Hubo también, incluso desde los años setenta, un foco en Angola, en Congo y en Zambia, con campos de angoleños que subsisten todavía en Zambia. Muchos campos acogían desplazados que no habían atravesado la frontera y que no dependen por tanto de una organización internacional.
Sin embargo, desde 2006 ACNUR tiene el mandato no de la gestión de los desplazados sino de los campos de desplazados. Lo cual muestra bien su especialización en el ámbito de la gestión. Hubo discusiones internas en la ONU, entre el OCHA - la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios- y el ACNUR y es finalmente esta última quien obtuvo el mandato para los 'refugios de urgencia' y los campos. Se concluyó que esto incluía los campos de desplazados.
Hoy nos encontramos con desplazados internos en Darfur y con refugiados en la zona que hay entre Sudán, Chad, Uganda o incluso Kenia, que acoge sudaneses o somalíes, así como al este de la República Democrática de Congo, con numerosos desplazados. Sin embargo, en las zonas fronterizas siempre es difícil saber si las personas han atravesado realmente las fronteras. Recientemente los episodios de violencia que se han producido en Sudáfrica contra zimbabuenses crearon una situación particular.
Por seguir en África, hay muchos más desplazamientos de población por causa de conflicto de un país a otro, y con frecuencia entre países vecinos simplemente. Los más pobres no parten o permanecen como desplazados internos; los que pueden partir al país vecino o a otros desarrollan estrategias diferentes para ir más lejos.
La tesis que defiendo es que para África se trata de una manera bien extraña de entrar en la globalización. Las personas descubren el mundo con las organizaciones internacionales, el personal humanitario, los ejércitos onusianos, la cultura de lo humanitario, la realización de proyectos, los cambios del modo de vida, de hábitat; todo ello entraña en el fondo un fuerte cambio cultural. En gran parte, en la actualidad África entra en la globalización "por debajo" y en contextos de violencia."
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Entre cinco y quince mil personas -según las fuentes-, procedentes principalmente de Túnez pero también de Libia, llegaron a la isla italiana de Lampedusa en las últimas semanas, huyendo en unos casos del hundimiento de las economía norteafricanas, y en otros del conflicto armado y la violencia racista. En estos momentos los refugiados superarían en número a la población que reside en la isla, por la simple razón de que nuestros gobiernos les impiden viajar a Europa. La supuesta solidaridad internacional no se traduce en hospitalidad, y la libre circulación se limita a la de los F-18.
Al gobierno de Silvio Berlusconi, como al resto de los gobiernos europeos, sólo les preocupa evitar que los migrantes -y con ellos tal vez los vientos de cambio- lleguen al continente. Ha dejado, conscientemente, que la situación se degrade y que Lampedusa se convierta en una isla prisión, lo que está generando tensiones entre la población local. Berlusconi había firmado con la Libia de Gadafi un tratado de amistad que preveía la repatriación forzosa de los migrantes africanos. En fecha tan reciente como octubre de 2010 la comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, y el comisario europeo de Vecindad, Štefan Füle, firmaron un acuerdo migratorio con el Estado libio, representado entonces por Abdel Fatah Yunis al Obeidi, secretario del comité general popular de seguridad pública y hoy miembro del insurgente Consejo Nacional de Transición Libio*. El acuerdo firmado el año pasado constituía un primer paso hacia la consecución de un acuerdo marco, más amplio, entre la Unión Europea y Libia, pero terminó suspendiéndose con el inicio de la guerra. El comité de exteriores del Parlamento Europeo aprobó un comunicado por el que se exige la reactivación del acuerdo desde que se instaure un gobierno de transición con control efectivo sobre todo el territorio.
Lo mismo sucede con Túnez. La Unión Europea reaccionó rápido para renovar los compromisos sobre migración con el nuevo gobierno surgido de las revueltas de enero. La comisaria Malmström aseguró en febrero que la mayoría de los tunecinos que habían llegado a Lampedusa serían repatriados, o lo que es lo mismo, expulsados contra su voluntad. Los inmigrantes tunecinos no parecen estar muy de acuerdo y hace unos días protestaron contra el trato vejatorio que están recibiendo por parte de las autoridades italianas. El propio alcalde de Lampedusa, Bernardino de Rubeis, había organizado previamente la visita de la ultraderechista Marine Le Pen, en plena campaña para las elecciones regionales francesas. Ella sí que puede ir y venir cuando le plazca.
Resulta notable comprobar cómo los tunecinos destacan entre sus libertades recobradas, la de movimiento. En otro vídeo Khaled Harobi, un inmigrante tunecino que perdió su trabajo en la hostelería y que desea llegar a Francia, compara la acogida que le han dado con la que sus compatriotas tunecinos ofrecieron a los refugiados libios.
Los primeros refugiados que salieron de Libia, y que hoy se agolpan en campos de refugiados como el de Choucha, en Túnez, o que comienzan a cruzar el Mediterráneo, forman parte del contingente de los aproximadamente dos millones de migrantes (oriundos de Bangla Desh, de Eritrea, de Liberia, etc.) que trabajaban en Libia en la construcción o en la industria petrolera hasta el comienzo de la rebelión, con frecuencia en condiciones de alta explotación por las deudas contraídas (una variante de trabajo semi-forzado que se asemeja al de los llamados indentured servants). En estos días las milicias insurgentes atacan y encierran sin contemplaciones a migrantes negroafricanos y libios de tez oscura como los tubus, a quienes acusan de estar a sueldo de Gadafi. Gadafi -como, de manera más hipócrita, Europa- siempre manipuló la cuestión racial. Si por un lado acogió y entrenó guerrilleros sanguinarios como Charles Taylor (Liberia) o Foday Sankoh (Sierra Leona), también contrapuso a libios frente a los extranjeros, concretamente trabajadores subsaharianos cuya situación empeoró notablemente conforme Gadafi fue rehabilitando su imagen ante las cancillerías europeas. La concepción unitaria y arabista del Estado libio la expuso muy bien uno de sus representantes a Human Rights Watch: "Libia no tiene minorías. Ni minorías raciales ni religiosas. Damos gracias a Dios por esta ventaja". Los líderes del opositor Consejo Nacional libio continúan en esta línea con las declaraciones incendiarias de su portavoz Ghoga -para quien el pueblo libio está "unido" frente a la familia Gadafi y sus "fuerzas extranjeras"- y las detenciones arbitrarias. Como apunta Richard Seymour en su blog, estas apelaciones a la unidad, la deriva racista y su alianza con las potencias occidentales "probablemente se dirijan a superar su falta de autoridad sobre el movimiento, y su incapacidad para actuar como un elemento coherente y hegemónico en la revuelta."
Las revoluciones ciudadanas se toparon con quienes no son reconocidos plenamente como tales. Los migrantes del Mediterráneo y del Golfo Pérsico se están revelando como la prueba de fuego del alcance democrático de los cambios en curso. El caso extremo, ya mencionado por aquí, es el de Baréin, en el que la población migrante, que representa la mayoría de la población de la isla, no sólo se ha situado al margen de las revueltas sino que han sido objeto de ataques xenófobos por vincularlas, como en Libia, con el poder. Las barreras nacionales son el último refugio de los poderosos. Habrá que romperlas. ¡Que vengan a Europa!. Les necesitamos para que todo cambie y nunca vuelva a ser lo mismo.
* A Abdel Fatah Yunis le encomendaron organizar y comandar las tropas
rebeldes, pero estas rechazaron seguirle debido a su papel como
responsable de interior con Gadafi. Finalmente Yunis sería
reemplazado por el exiliado Khalifa Hifter, aunque sigue en el ejército en una posición subordinada.
En octubre de 1956 Francia y el Reino Unido bombardearon Egipto, tras un ataque relámpago israelí. El casus belli lo representó la nacionalización del canal de Suez que acababa de decretar Gamal Abdel Nasser. La guerra de Suez contó entonces con la oposición de Estados Unidos y la Unión Soviética, que presionaron para que las tropas francobritánicas abandonaran Port Said e Israel la península del Sinaí y Gaza, por lo que la operación se saldó con un sonoro fracaso. Los Estados árabes rompieron o revisaron sus relaciones con Francia y el Reino Unido, el Canal de Suez siguió nacionalizado y la insurrección argelina reafirmó su determinación independentista. El fiasco supuso el canto del cisne de los imperialismos francés y británico y consolidó su subordinación a la superpotencia estadounidense. Francia continuaría empecinándose unos años más en preservar Argelia en una guerra que se prolongaría hasta 1962. Precisamente fue el Estado francés el que más se empeñó por volver, cincuenta años después, a bombardear un territorio norteafricano. Y Estados Unidos ya no es tan hegemónico como en 1956.
Esta vez la iniciativa de la operación militar en Libia también fue desde el principio europea, aunque partiera concretamente de las viejas potencias imperialistas que se estrellaron en Suez y no de las estructuras de gestión desarrolladas en el seno de la Unión Europea. Nicolas Sarkozy, que no estaba en su mejor momento, habrá agradecido la intermediación y el arsenal retóricohumanitario proporcionados por Bernard-Henri Lévi. La crisis libia se presentó de este modo como una oportunidad para recuperar el liderazgo francés en el norte de África (y más abajo: Francia ya se enfrentó con la Libia de Gadafi durante la guerra del Chad en los años ochenta), debilitado por las iniciativas sahelianas de EE UU y luego por el apoyo a la represión en Túnez. Por parte británica, aunque David Cameron no pueda convertir esta intervención en su particular guerra de las Malvinas, desde luego que intenta capitalizarla para distraer a la opinión pública de los brutales recortes que está imponiendo en los servicios públicos. Finalmente, Estados Unidos, con fuertes disensiones dentro de la administración, trató de coordinar la operación -primero a través del Africom- y mantener cierto control sobre sus aliados europeos; sólo al cabo de varios días ha podido arrancar un acuerdo sobre el papel de la OTAN, con serias reticencias por parte de países importantes como Alemania y Turquía. Con ello se han frenado las ambiciones de Francia, que por sí sola carece de la capacidad para una operación de envergadura.
Si hasta ahora estos gobiernos han centrado la discusión en torno a protagonismos y métodos, existe en cambio un consenso sobre el objetivo general: el control de unas revueltas que representan todo un desafío para las oligarquías imperiales (estadounidenses, europeas y árabes), tanto en el norte de África y Medio Oriente como en Europa y hasta en Wisconsin. La cita de Tony Blair que incluyo más arriba describe mejor la actuación de nuestros gobernantes que la expresión "doble rasero". Los bombardeos en apoyo de los autoproclamados representantes de los insurrectos libios, aunque coyunturalmente dé un respiro a los rebeldes, se inserta en la misma oleada contrarrevolucionaria que la intervención militar saudí en Baréin, donde la represión de las revueltas por las fuerzas de seguridad fue aplaudida por representantes de la Unión Europea. En Yemen, cuyo gobierno recibió apoyo occidental hasta prácticamente ayer mismo, podríamos estar un inminente cambio de guión forzado por las revueltas y una represión tan violenta como inútil: Arabia Saudí (y, por tanto, Estados Unidos) se apresta a abandonar al presidente Salé a su suerte, lo que explicaría la reciente defección de parte de la cúpula militar.
La memoria del colonialismo, tan poco señalada por los medios de comunicación, que prefieren recordar otras efemérides, es la que está explotando Gadafi entre los suyos mientras cara al exterior intenta -sin éxito- presentar el espantajo de Al Qaeda del Maghreb Islámico, estratagema que traiciona aquélla y que muestra cómo puede aplicarse una forma colonial de poder más allá de la colonización y con ropajes beduinos. La lucha contra Al Qaeda acercó a Gadafi a los poderes imperialistas que ahora denuncia, al igual que la gestión represiva de las migraciones africanas o las licencias petroleras que repartió. Su figura se sitúa, pues, en el mismo plano que quienes ahora despliegan una flota militar frente a las costas libias para, dicen, aplicar un embargo, y, de paso, evitar la llegada a Europa de migrantes libios y de otras partes de África. En este sentido los Sarkozy, Obama o Abdelaziz al Saud se comportan como los Metternich o Alejandro I de hace dos siglos. Invocan la "responsabilidad para proteger", enésimo avatar del intervencionismo "humanitario", pero sólo quieren protegerse a sí mismos.
Nuestra perspectiva tiene que ser otra. No tenemos por qué responder a la pregunta tramposa "¿qué hacer?" cuando la plantean los que niegan la hospitalidad a quienes se supone que quieren ayudar y mientras promueven en Europa o en Israel el racismo, la exclusión y ese robo a mano armada (con armas financieras) que son las políticas de ajuste. En lugar de encauzar los cambios revolucionarios en una dirección antidemocrática (y la militarización de los movimientos no suele ayudar), participemos en ellos, construyámoslos. Acabemos con el sectarismo y los muros que fomenta la colonialidad del poder. Muchos egipcios, iraquíes y libaneses ya lo están haciendo, mientras Obama y Sarkozy se rodean de los gerontócratas de la Liga Árabe para escenificar su farsa bélica. Los momentos intensos de transformación como los que estamos viviendo son procesos colectivos complejos, sin resultados predeterminados como están comprobando en Túnez o en Egipto. Pasó el momento de las manifestaciones del 'No a la guerra'. Ahora todas las plazas deberían ser Tahrir.
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Fotografía perteneciente a la serie "Killing time", deDaniela Edburg.
Existe
una lógica detrás de los argumentos a favor del uso de la energía
nuclear. Cuando sus partidarios insisten en considerar los riesgos que
entraña como asumibles lo hacen porque parten de un marco epistémico
específico, el de la racionalidad económica y tecno-científica asociada
al capitalismo industrial. La acumulación de capital necesita un
suministro estable y creciente
de grandes cantidades de energía: de energía humana, en forma de
trabajo humano, pero también la que proviene de otras fuentes de energía
primaria (combustibles fósiles, la energía nuclear o las llamadas
energías renovables). En este marco pueden asumirse las externalidades
negativas porque no se contabilizan todos los costes en los balances de
las empresas sino que se soslayan o se socializan. Así, el riesgo de
accidentes nucleares se vuelve aceptable desde el momento en que no
supera un determinado nivel, ese a partir del cual se bloquea la
producción social y el crecimiento económico. Poco importa que las
consecuencias sean catastróficas desde cualquier otro punto de vista,
especialmente en ese tiempo largo que no existe para los economistas:
¿que son medio millón o un millón de posibles afectados por fugas radioactivas, si la propia ciencia permite convivir con enfermedades como el cáncer? ¿Qué importa que en las minas haya regularmente vertidos de uranio que contaminan ríos y napas freáticas si, al contrario que los vertidos de petróleo, no se ven o afectan a poblaciones prescindibles?
La
crítica apocalíptica no puede superar la constatación cínica, pero
también científica, irreprochable, de que "la vida sigue". La cuestión
es qué vida, para quién y cómo. Si la economía se supedita al imperativo
ecológico de la preservación de la biosfera -algo que no tiene precio
en términos económicos- o, dicho de otra manera, al 'buen vivir'
del que hablan los indígenas andinos (convertido en principio
constitucional en Ecuador y Bolivia pero un tanto devaluado por la
forma-Estado), entonces los términos de la conversación cambian
radicalmente. La conversación que propone el poder es la de una
modernidad basada en las ideas de progreso y desarrollo, de crecimiento
continuo y de una concepción de la buena vida estrecha y degradada.
Estrecha en tanto que ego-céntrica, con lo que se ignora lo común y la
integración en la llamada naturaleza. Degradada porque se articula en
torno a pasiones tristes como el miedo, porque permite nuestra contaminación cotidiana e inconsciente al tiempo que reprime el consumo voluntario de determinadas sustancias.
Por usar el lenguaje de Walter Mignolo,
es toda una matriz de poder de la que hay que irse desprendiendo, un
proceso de "descolonización epistemológica" lento pero que está en marcha. La irrupción de los movimientos indígenas en América Latina
o de la ecología política marcaron rupturas que
obligan a subvertirla: endogeneizando costes que hasta ahora se
externalizaban; asumiendo el carácter de bienes comunes de los recursos
energéticos, que hoy se traduce en subvenciones inevitables;
descentralizando la producción energética, que no precisa de nuevos
"despotismos hidráulicos" en forma de Estados fuertes u oligopolios privados (privatizados más bien).
Esta
subversión o desprendimiento debe aplicarse no sólo a la lógica de la
acumulación que apuntala la energía nuclear, sino la producción
energética en general. Megaproyectos de energía solar como Desertec
reproducen el mismo esquema con las renovables e implican en realidad
transferencias de recursos del sur al norte y de dinero público a manos
privadas. Es más, esta lógica la comparten tanto los gobiernos liberales
como los socialistas. Los gobiernos de Venezuela, Ecuador o Bolivia
siguen apostando por la extracción intensiva de recursos fósiles. El
gobierno venezolano promovía además un programa de desarrollo de la
energía nuclear que no ha suspendido hasta el accidente de Fukushima. Frente a este grave suceso, el Partido Comunista Francés reaccionó defendiendo
la industria nuclear francesa, limitándose a pedir más transparencia.
En fin, nunca han faltado quienes defienden el derecho de países como
Irán a disponer de energía nuclear si se emplea para usos civiles, algo que sólo puede reivindicarse desde la perspectiva del Estado pero no desde la de quienes buscan un cambio de paradigma. La energía nuclear, y especialmente su uso militar, permite
participar en clubes selectos como el Consejo de Seguridad de la ONU. El
mismo que consideró que había llegado el momento de cortar las alas de cierto antiguo
aliado petrolero.
El Ministro del
Interior español Alfredo Pérez Rubalcaba no correrá la misma suerte que
la ex Ministra francesa de Asuntos Exteriores Michèle Alliot-Marie. Esta
última dimitió por sus estrechas relaciones con el Túnez de Ben Alí y
por
cometer la imprudencia de ofrecerle su cooperación en plena revolución y
ante la Asamblea Nacional. Rubalcaba sabe ser mucho más discreto y
cuenta con el beneplácito de una prensa que, salvo detalles menores, en general es complaciente con él.Y Yemen nos queda muy lejos.
Mientras los
focos se centraban en la entrada y salida de la UCI del
vicepresidente español (y en Libia), el 8 de marzo el embajador de España en Yemen
firmaba, en nombre del gobierno español, diversos acuerdos en materia de
seguridad con el Ministro del Interior yemení Mutahar al-Masri, poco después de que un tribunal yemení condenara en rebeldía a 15 años de prisión al presunto responsable del ataque suicida que mató a
ocho turistas españoles y dos ciudadanos yemeníes el 2 de julio de 2007. Es al menos lo que recoge la
Agencia de Prensa Yemení Sabanet. Los
acuerdos incluirían la apertura de una oficina del Ministerio del
Interior español en la Embajada de España en la capital Saná y la firma de un memorando de entendimiento que refuerza la cooperación policial en formación, antiterrorismo y lucha contra el narcotráfico. Siempre según la nota de agencia, el Embajador español Francisco
Javier Hergueta Garnica "valoró positivamente la buena actuación de las fuerzas de seguridad
yemeníes en el control de las protestas sin usar la violencia." Palabras que, de ser ciertas, serían pronto desmentidas por los hechos: ese mismo día tres presos murieron en un motín carcelario por disparos de la policía, que también abrió fuego contra los manifestantes que protestaban en Saná dejando docenas de heridos.
No
deja de sorprender que el gobierno español haya decidido dar este paso
en medio de las revueltas populares que afectan a la región y a Yemen en
particular. Los acuerdos de seguridad deben haberse ido gestando desde
el atentado de 2007, pero podían haberse retrasado o suspendido. Su
firma supone un apoyo explícito -aunque muy poco publicitado- al
gobierno del presidente Abdulá Salé y a su "lucha contra el terrorismo",
que en Yemen estimuló el autoritarismo presidencial y la compra masiva de armamento occidental, en el país de la península arábiga con los mayores índices de pobreza. Nada de todo ello altera la posición
de un vicepresidente español que tampoco renuncia a la gestión policial de la conflictividad política. De hecho, en España continúa impulsando -fiscalía mediante- la
ilegalización de una fuerza política cuyos miembros ya no saben qué hacer por
cumplir las condiciones de una ley antidemocrática.
En los países árabes las tesis del conflicto civilizacional y la lucha contra el terrorismo o el extremismo ha producido sobre todo presos políticos, torturados y desaparecidos. En la orilla norte del Mediterráneo estos paradigmas producen regímenes de excepción, estatutos ciudadanos diferenciados según el origen de cada uno, torturas (también) y deportaciones arbitrarias de inmigrantes. Entre ambos, los vuelos de la CIA. Los árabes que salieron a la calle desmontaron esas falacias. En Europa nos toca hacer lo mismo.
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Silvia Federici, historiadora estadounidense, sobre mujeres y comunes. Traduzco un extracto de un ensayo más amplio, publicado el pasado 24 de enero en la revista The Commoner.
"Una perspectiva feminista de lo común es importante. Comienza con la comprensión de que, como sujetos primarios del trabajo reproductivo, históricamente y en nuestra época, las mujeres han dependido del acceso a los recursos comunales naturales más que los hombres, han sido más penalizadas por su privación y las más comprometidas en su defensa. Como escribí en Calibán y la bruja (2004), durante la primera fase del desarrollo capitalista las mujeres estuvieron al frente de la lucha contra los cercamientos de las tierras, tanto en Inglaterra como en el “Nuevo Mundo”, y fueron las defensoras más incondicionales de las culturas comunales que la colonización europea intentó destruir. En Perú, cuando los conquistadores españoles se apropiaron de sus ciudades, las mujeres huyeron a las altas montañas donde recrearon formas de vida colectiva que han sobrevivido hasta hoy. No sorprende, pues, que los siglos dieciséis y diecisiete contemplaran el ataque más violento contra las mujeres que se haya producido en la historia de la humanidad: la persecución de las mujeres como brujas. Hoy, en medio de un nuevo proceso de acumulación primitiva, las mujeres son la principal fuerza social que se opone a una completa comercialización de la naturaleza, apoyando el uso no capitalista de la tierra y una agricultura orientada a la subsistencia. Las mujeres son las agricultoras de subsistencia del mundo. En África, producen el 80% de la comida que consume la gente, a pesar de los intentos del Banco Mundial y de otras agencias por convencerlas de que desvíen sus actividades a cultivos comerciales. En los años 1990, en muchos pueblos africanos, frente a los incrementos de los precios de los alimentos, se apropiaron de parcelas en tierras públicas y allí plantaron maíz, judías, mandioca, “junto al borde de las carreteras... en parques, cerca de las líneas de ferrocarril” cambiando el paisaje urbano de las ciudades africanas y acabando en el proceso con la separación entre el campo y la ciudad. En India, en Filipinas y por toda América Latina, las mujeres volvieron a plantar árboles en los bosques degradados, unieron sus fuerzas para echar a los madereros, organizaron bloqueos contra las operaciones mineras y la construcción de presas, y dirigieron la revuelta contra la privatización del agua.
La otra cara de la lucha de las mujeres por el acceso directo a los medios de reproducción ha sido la formación, en el Tercer Mundo, desde Camboya a Senegal, de asociaciones de crédito que funcionan como comunes financieros (Podlashuc, 2009). Con diferentes nombres, las tontinas (como se les suele llamar en algunas partes de África) son sistemas financieros autónomos, autogestionados, y organizados por mujeres que aportan liquidez a los individuos o grupos que no tienen acceso a los bancos, trabajando puramente sobre la base de la confianza. En esto se diferencian completamente de los sistemas de microcrédito que promueve el Banco Mundial, que funcionan sobre la base del control y la deshonra, llegando al extremo (por ejemplo, en Níger) de que se cuelguen en lugares públicos fotografías de mujeres que no pudieron devolver los préstamos, por lo que algunas mujeres acaban por suicidarse.
Las mujeres también lideraron el esfuerzo por colectivizar el trabajo reproductivo tanto como un medio para economizar el coste de la reproducción como para protegerse mutuamente de la pobreza, la violencia de Estado y la violencia de hombres individuales. Un ejemplo destacado es el de las ollas comunes que mujeres de Chile y Perú establecieron en los años ochenta cuando, como consecuencia de la inflación severa, ya no pudieron permitirse comprar por sí solas. Como los reclamos de tierras, o la formación de las tontinas, estas prácticas son la expresión de un mundo en el que los lazos comunales son todavía fuertes. Pero sería un error considerarlos como algo pre-político, “natural”, o simplemente un producto de la “tradición.”
Tras las repetidas fases de la colonización, la naturaleza y las costumbres tradicionales ya no existen en ninguna parte del mundo, salvo donde la gente luchó por preservarlas y reiventarlas. Como Leo Podlashuc observó en “Saving Women: Saving the Commons”, el comunalismo de base de las mujeres conduce en la actualidad a la producción de una nueva realidad, da forma a una identidad colectiva, constituye un contrapoder en el hogar y en la comunidad, y abre un proceso de autovalorización y autodeterminación del cual podemos aprender mucho.
La primera lección que podemos obtener de estas luchas es que la "comunalización" de los medios materiales de reproducción es el principal mecanismo por el cual se crea un interés colectivo y vínculos mutuos. Es también la primera línea de resistencia a una vida de esclavitud y la condición para la construcción de espacios autónomos que socavan el control que el capitalismo tiene en nuestras vidas. Indudablemente, las experiencias que describo son modelos que no pueden ser transplantados. Para nosotras, en Norteamérica, el reclamo y la comunitarización de los medios de reproducción deben necesariamente adoptar formas diferentes. Pero aquí también, al poner en común nuestros recursos y reapropiarnos la riqueza que hemos producido, podemos empezar a desvincular nuestra reproducción de los flujos de mercancías que, por medio del mercado mundial, son responsables de la desposesión de millones en todo el mundo. Podemos empezar a desenredar nuestros medios de vida no solo del mercado mundial sino también de la maquinaria bélica y el sistema de prisiones de los que depende ahora la economía estadounidense. No menos importante es que podamos movernos más allá de la solidaridad abstracta que caracteriza con tanta frecuencia las relaciones en el movimiento, que limita nuestro compromiso, nuestra capacidad para aguantar y los riesgos que estamos dispuestas a tomar.
En un país en el que la propiedad privada se defiende con el mayor arsenal armamentístico del mundo, y donde tres siglos de esclavitud produjeron profunda divisiones en el cuerpo social, la recreación de lo común aparece como una tarea formidable que solo puede realizarse mediante un largo proceso de experimentación, de construcción de alianzas y reparaciones. Pero aunque esta tarea pueda parecer ahora más dificil que pasar por el ojo de una aguja, es también la única posibilidad que tenemos para aumentar el espacio de nuestra autonomía, y para rechazar la aceptación de que nuestra reproducción se produzca a expensas de otros hombres y mujeres comunes, de otros bienes comunes."
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Egipto sigue sorprendiéndonos con acontecimientos extraordinarios. Desde
el viernes, en Alexandría, El Cairo y la ciudad 6 de octubre, cientos
de ciudadanos se cansaron de esperar que el ejército proporcionara algún
tipo de información sobre torturados y desaparecidos. Renunciaron a
pasarse los próximos años golpeando a las puertas de la administración, a
esperar que la Corte Penal Internacional tome una decisión que nunca
llegará y, ante los rumores de la destrucción de pruebas
incriminatorias, irrumpieron
en las sedes de la Seguridad del Estado. Entre ellas, el principal
centro de torturas situado en Nasr City, pese al cerco desplegado por el
ejército. Los manifestantes, muchos de los cuales habían sido
torturados por las fuerzas de seguridad, pidieron la disolución de estas
instituciones y la liberación de los presos políticos. Algunos de los secuestrados en los llamados "vuelos de la CIA" habían ido a parar a estos centros.
Encontraron
papeles triturados por la policía, pero también pudieron encontrar
algunos documentos de identidad y otros informes. La emoción afloró en
forma de lágrimas y de un orgullo reencontrado: a la entrada del
edificio de Nasr City quitaron la placa de la Seguridad Estatal y en su
lugar escribieron "Nosotros somos la seguridad, somos el Estado."
"Huelga decir que Estados Unidos y Europa
occidental están haciendo todo lo que está en su poder para canalizar,
limitar y desviar el viento del cambio. Pero su poder ya no es lo
que era. Y el viento del cambio está soplando en su propio terreno. Así
es como funciona el viento. Su dirección e intensidad no son constantes y
por lo tanto no son predecibles. Ya no será tan fácil canalizarlo,
limitarlo, y redireccionarlo." Immanuel Wallerstein, "El viento del cambio, en el mundo árabe y más allá" (1 de marzo de 2011)
Termina el primer acto, que sólo podemos
calificarlo así desde una perspectiva de año 0 y si dejamos atrás
primaveras marchitas como la revuelta argelina de octubre de 1988 y
eventos recientes como el griego. Lo que Wallerstein menciona al final
de su último artículo es la reacción de las grandes potencias
ante el terremoto que está transformando el norte de África y el Medio
Oriente e inspirando al mundo entero. Sin embargo, los apóstoles
occidentales del intervencionismo humanitario, que hace tan sólo un par
de años apoyaron la masacre cometida por Israel en Gaza, tampoco acaban
de ponerse de acuerdo entre ellos. Francia, afectada por la onda
expansiva tunecina, propuso al principio, de manera unilateral, una acción masiva
de la mano del "nuevo" ministro de Asuntos Exteriores Alain Juppé, que
podría intentar repetir el fiasco de la Operación Turquesa en Ruanda, de
la que fue responsable. Por su parte, David Cameron ve en Libia la
oportunidad de tener su particular guerra de las Malvinas, con la
que reforzar el maltrecho frente interior. Francia, alarmada por el
belicismo británico, se apresuró a reclamar que toda intervención se
realice con mandato del Consejo de Seguridad, del que forma parte. Finalmente Cameron, ante la presión de Francia y de Estados Unidos, tuvo que echarse atrás. Estados Unidos, por su parte, no descarta una acción aérea mientras que Alemania la rechaza categóricamente. En lo que coinciden es en dar por concluida la era Gadafi.
Todos
intentan contactar de manera encubierta con los líderes de determinados
grupos opositores (como Mustafá Mohamed Abud Jalil, ex ministro de
justicia, que proclamó el 26 de febrero la creación de un gobierno
interino, aseveración contestada al día siguiente por el recién formado Consejo Nacional Libio),
en un intento de cooptar, controlar y "canalizar" el vendaval. A
Estados Unidos y a la Unión Europea les interesa preservar el castillo
de naipes que habían construido en la región. El último Gadafi, al igual
que Ben Ali o Mubarak, representaba un inestimable aliado que permitió
el establecimiento de compañías
como Eni, StatoilHydro, Occidental Petroleum, OMV, ConocoPhillips, Hess
Corp, Marathon, Shell, BP, ExxonMobil y Wintershall. Pero si los
intereses petroleros pesan, especialmente en la agenda estadounidense, a Europa
le preocupa sobre todo la contaminación política de la agitación, de la
mano de un incontrolable movimiento migratorio. Curiosa solidaridad la
que ofrece bombardeos y campos de refugiados en la orilla sur del
Mediterráneo mientras cierra las puertas a una genuina hospitalidad en
la orilla norte.
La mayoría de los libios se opone a una
intervención militar extranjera. Lo cual no encaja con la hipótesis de
que la revuelta no es más que una maquinación urdida por las potencias
occidentales. Una hipótesis que desprecia las multitudes libias que se han jugado la vida. Manlio Dinucci escribió esto en Il Manifesto (los
subrayados son míos):
"Este marco ahora revienta como resultado de lo que se puede caracterizar no como una revuelta de masas empobrecidas,
como las rebeliones en Egipto y Túnez, sino como una verdadera guerra
civil, debida a una división del grupo gobernante. Quienquiera que diese
el primer paso ha explotado el descontento contra el clan de Gadafi,
que prevalece sobre todo entre las poblaciones de Cirenaica y los
jóvenes en las ciudades, en un momento en el cual todo el norte de
África ha tomado el camino de la rebelión. A diferencia de Egipto y
Túnez, sin embargo, el levantamiento libio se planificó y organizó con anterioridad."
No presenta ninguna prueba para apoyar esa supuesta planificación,
pero qué mas da si ya tenemos a los portavoces estadounidenses
amenazando con entrar en Libia. De lo que se trata es de descartar que
la revuelta libia tenga un carácter popular y endógeno que la inserte en
el marco más amplio de las revoluciones árabes, con afirmaciones tan
absurdas como que los libios no tenían motivos para quejarse o que la participación de profesiones liberales desvirtúan el carácter revolucionario de la revuelta. En este
país los indicadores macroeconómicos
se situaban entre los mejores de la región (sus reservas de divisas
superaban, como en Argelia, los cien mil millones de dólares), pero como
sucede con otros países árabes petroleros, ocultaban fuertes
desequilibrios sociales, con elevadas tasas de desempleo entre los
jóvenes y la discriminación institucional de una importante población
extranjera. A lo que se unía la falta de libertades o el empleo
sistemático de la tortura. Ya en enero, mucho antes de que llegara la
prensa internacional (22 de febrero), se habían producido incidentes en
Cirenaica.
En esta nueva fase se juega la continuidad de las insurrecciones y
la institucionalización democrática de las mismas en aquellos
países que, como Túnez o Egipto -con agitados procesos constituyentes en
curso-, han cruzado un umbral sin retorno. Por lo que a Libia se
refiere, además de los riesgos externos se unen las complejas
interrelaciones que existen entre los comités populares que se han ido
formando en las ciudades, las diversas fuerzas políticas -ahora
agrupadas en torno al Consejo Nacional libio- que irrumpieron en el
momento álgido de la represión, y las estructuras clánicas subyacentes. Quienes opten por ignorar estos procesos comprobarán cómo la ventolera acabará barriendo también sus prejuicios.
Existe una continuidad policial entre la intensa represión que disparó las revoluciones árabes y la gestión relativamente más suave que se aplica en Europa, que a su vez financia aquélla. Ambas son modalidades de la "lucha contra el terrorismo" y la "gestión de los flujos migratorios", políticas que con frecuencia se confunden. La ministra dimisionaria francesa de Asuntos Exteriores Mariot Alliot-Marie lo expresó muy bien en la Asamblea Francesa en un arrebato de sinceridad, cuando ofreció su apoyo a Ben Ali. Como recuerdan los diez encausados por el caso Tarnac, "las doctrinas contrainsurgentes – el arte de aplastar los levantamientos – constituyen hoy la doctrina oficial de los ejércitos occidentales, se apliquen en los suburbios o en los centros de las ciudades, en Afganistán o en la plaza Bellecour en Lyon."
En este desdibujamiento de los comportamientos que teóricamente deberían distinguir nuestras "democracias" de las "dictaduras", el Estado de Israel se sitúa en una intersección especial. Sus formas liberales de estilo europeo incorporan los métodos policiales de las peores dictaduras árabes y los métodos militares de los ejércitos coloniales cuando se trata del otro árabe-palestino.
El periodista Joseph Dana comprobó en los últimos dos meses cómo el ejército israelí cataloga y detiene niños palestinos para romper la resistencia popular a la ocupación en aldeas cisjordanas como Nabi Saleh. "El método específico de represión que se ha desarrollado durante los últimos ocho años no sólo está diseñado para romper las manifestaciones sino para dejar daños psicológicos permanentes en la próxima generación de vecinos de Nabi Saleh. En resumen, los niños se usan para inculpar a los líderes del Comité Popular por incitarles a manifestarse, proporcionando pruebas que permiten su prolongada encarcelación." En su sitio web ha colgado varios vídeos en los que se muestra cómo el ejército irrumpió en los hogares de familias palestinas una madrugada de enero (hacia las tres de la mañana), para tomar fotografías y datos de los niños. Todas las casas de la aldea fueron registradas de la misma manera a lo largo de la noche. No hay espectacularidad alguna en las imágenes, tampoco violencia física directa. Sólo una humillante rutina cotidiana.
El chico de 14 años que aparece arriba se llama Islam Tamimi: lo detuvieron esa noche, lo trasladaron a un lugar desconocido y en torno a las nueve de la mañana del día siguiente lo llevaron ante agentes del Shin Bet. Ese día sus abogados no pudieron contactarle durante cinco horas, tiempo en el que los agentes obtuvieron, mediante coerción, la confesión de que había lanzado piedras a los soldados durante una manifestación. El 14 de febrero compareció ante un tribunal militar y hasta que no se resuelva el proceso, de aquí a un par de meses quizás, continuará encerrado en una prisión para adultos, una estancia habitual para los palestinos mayores de doce años. Para presionarle, dos días después de aquella incursión nocturna la policía detuvo a su hermano Karim, de once años, liberado poco después.
Esta brutal instrumentalización que comenta Dana indica otra cosa: cuánto teme el Estado israelí a los niños palestinos. Como los gobiernos árabes temen a los jóvenes de sus países. Saben perfectamente que la ocupación produce eso que en Europa llaman "radicalización", que no es otra cosa que resistencia. Por eso necesitan fotografiarlos, ficharlos, clasificarlos y seguir su evolución. Como explicaba el capo Don Ciccio al principio de la película El Padrino II:
"Don Ciccio: No son sus palabras las que temo.
Madre de Vito: Es débil, no puede herir a nadie.
Don Ciccio: Pero cuando crezca, se hará fuerte.
Madre de Vito: No se preocupe, este niño pequeño no puede hacerle nada.
Don Ciccio [se yergue]: Cuando sea un hombre volverá para vengarse. "
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