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2020/02/20 11:22:40.658973 GMT+1

Juegos de guerra en el Ártico

Durante el próximo mes de marzo se van a realizar unas importantes maniobras militares en el entorno del cabo Norte, el extremo más septentrional del continente europeo. Cerca de 7500 soldados estadounidenses se unirán a otro contingente similar de fuerzas de la OTAN para rechazar un supuesto ataque ruso en el norte de Laponia, donde Noruega y Rusia comparten unos kilómetros de frontera.

            Bajo el nombre codificado Cold Response 2020, los ejércitos otánicos prevén "realizar unos ejercicios conjuntos multinacionales en un teatro de operaciones de gran intensidad bajo las exigentes condiciones invernales", según se lee en un documento noruego.

            Aunque pudiera parecer un ejercicio más de los que la Alianza realiza periódicamente, ahora se trata de jugar a la guerra en una zona que Rusia considera vital para sus intereses, lo que eleva el grado de peligrosidad.

            Se prevé efectuar desembarcos navales en las costas de Noruega para poner en servicio el armamento y material "preposicionado" en varias cuevas de este país, en previsión de ser utilizado en caso de conflicto. Desde la 2ª Guerra Mundial no se habían visto operaciones de tanta envergadura en las duras condiciones del invierno ártico.

            Pero es motivo de preocupación el hecho de que a poca distancia de la zona donde tendrán lugar estas maniobras se halla el gran puerto ruso de Murmansk, situado en la península de Kola, en la que está instalada gran parte de la capacidad de respuesta nuclear de las fuerzas armadas rusas. Constituye, además, la única salida de su flota de guerra hacia las aguas abiertas del Atlántico, pues otras salidas marítimas de Rusia (al mar Báltico o al mar Negro) están controladas por países de la OTAN.

            Y así como el estrecho de Ormuz es bien conocido por ser la ruta obligada para los productos petrolíferos de los países del golfo Pérsico, las aguas internacionales que bordean por el Norte la península escandinava son camino forzoso, no solo para la flota comercial rusa que exporta los hidrocarburos del norte del país sino también para su flota de combate y para los submarinos nucleares, la ultima ratio regis del Kremlin en caso de un conflicto total.

            Lo que sería una tercera guerra mundial, que nadie desea evocar pero cuyo espectro planea sobre la humanidad cuando juegan a la guerra ejércitos provistos de gran potencial nuclear, como es el caso actual.

            Según la estrategia oficial rusa, en una guerra contra EE.UU. sus misiles intercontinentales y su aviación podrían destruir las fuerzas nucleares rusas con base terrestre pero no los submarinos nucleares, que se abrirían camino hacia el Atlántico bordeando la península escandinava.

            Por eso, una posible derrota de las tropas terrestres rusas en esta zona, que es lo que las maniobras citadas pretenden ensayar y mostrar al mundo, pondría en peligro gran parte del arsenal nuclear ruso, por lo que el recurso a la guerra total se aproximaría muy peligrosamente.

            Desde que Moscú se hizo con armas nucleares en 1949, el temor a una guerra total se ha vislumbrado en algunas ocasiones y ha influido en la vida de muchos pueblos, distorsionando a menudo la percepción de la realidad y generando psicosis bélicas en algunos momentos. Desde la descomposición de la Unión Soviética en 1991, el temor se fue alejando progresivamente, pero algunos de estos nuevos juegos de guerra, tan descaradamente ejecutados cerca de la frontera rusa, pueden crear situaciones que superen el límite de lo razonable.

 

Publicado en República de las ideas el 13 de febrero de 2019

Escrito por: alberto_piris.2020/02/20 11:22:40.658973 GMT+1
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2020/01/30 18:47:20.194626 GMT+1

Un plan sin esperanzas para los palestinos

Una de las reacciones del presidente palestino Mahmud Abbas ante el llamado "acuerdo del siglo", presentado el pasado martes en la Casa Blanca en presencia de Netanyahu, fue íntima y personal: "Ningún niño palestino, árabe, musulmán o cristiano puede aceptar un Estado palestino que no tenga la capital en Jerusalén".

Era otro modo de declarar que el plan propuesto por Trump y recibido con alborozo por Netanyahu (a quien muchos comentaristas atribuyen su preparación) satisface los deseos israelíes en los aspectos básicos de este centenario conflicto e ignora a su pueblo.

En él se establecen las fronteras que separarán a ambos Estados; se decide el destino de los asentamientos ilegales israelíes en territorios ocupados; el estatus de Jerusalén y el futuro de los emigrados palestinos. Son los aspectos que deberían haber sido solucionados, sin intermediarios, entre la Autoridad Palestina y el Gobierno de Israel. Pero no ha sido así porque, cuando Trump reconoció en 2017 a Jerusalén como capital de Israel, la Autoridad Palestina rompió el contacto con EE.UU., que replicó cancelando toda ayuda directa o indirecta a Palestina y rechazando la ilegalidad de los asentamientos.

En realidad, este plan es una especie de ultimátum: o se acepta la propuesta de Trump o no hay nada que esperar. El mismo Trump afirmó que "podía ser la última oportunidad para los palestinos".

Para mayor desconcierto, se decide que los territorios que en el "mapa de Trump" son palestinos "permanecerán abiertos y sin desarrollar durante cuatro años". Es el plazo que se da a los palestinos para estudiar el acuerdo, negociar con Israel y "definir los criterios de la estatalidad".

En resumen: el Estado que se ofrece al pueblo palestino está mutilado. La capital palestina podrá estar en los suburbios orientales de Jerusalén, pero no en el Jerusalén Oriental, ocupado por Israel en 1967, como era el deseo histórico palestino. El centenar y medio de asentamientos ilegales construidos desde entonces, donde residen 600.000 judíos israelíes, han quedado legalizados automáticamente, contraviniendo los acuerdos de la ONU. Es también la ONU la que sostiene más de 5,5 millones de refugiados palestinos expulsados de sus tierras durante la guerra de 1948-49, que jamás podrán regresar.

El presunto "acuerdo del siglo" es más un objetivo electoral para la campaña de Trump que un plan de paz en Palestina que tenga presentes los intereses de los pueblos implicados.

En mayo de 2019 escribí en estas páginas un comentario ("Israel: el explosivo de acción retardada") que concluía así:

"En la actual situación, Israel sigue aparentando ser una democracia, aunque sea un Estado donde gran parte de la población carece de muchos derechos políticos. No merece la pena discutir sobre la anexión de Cisjordania, se comenta en Palestina: 'Lo que hay que discutir es por qué la actual situación se ha ido desarrollando y profundizando a plena luz desde hace muchos años, sin que la comunidad internacional haya hecho nada por impedirlo'. La mecha sigue encendida y no puede anticiparse cuándo estallará otra vez ese barril de pólvora".

No se ven razones que hagan pensar que el plan propuesto por Trump vaya a modificar esta inquietante perspectiva.

Publicado en Republica de las ideas el 30 de enero de 2020

Escrito por: alberto_piris.2020/01/30 18:47:20.194626 GMT+1
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2020/01/23 18:34:45.889501 GMT+1

Las redes sociales y el deterioro democrático

La proximidad del nuevo enfrentamiento electoral para la presidencia de EE.UU. ha llevado a bastantes analistas de ese país a estudiar las circunstancias que facilitaron el triunfo de Trump en 2016 y extrapolar lo que pueda ocurrir en 2020.

Si por un lado, para muchos de ellos la influencia de la prensa habitual fue parecida a la de "un predicador durante el rezo diario en una iglesia vacía" (en palabras de Emily Bell, directora de la Escuela de periodismo digital de la Universidad de Columbia), el peso que basculó la balanza del apoyo popular en favor del multimillonario neoyorquino estuvo en Facebook.

A pesar de las repetidas elecciones a las que los españoles hemos estado sometidos recientemente, no se han visto en España estudios similares sobre el peso de los medios de comunicación en los resultados alcanzados. Y como todo lo que nace al otro lado del Atlántico acaba enraizado entre nosotros, no parece inútil comentarlo aquí.

Un directivo de Facebook declaró hace poco que el triunfo de Trump fue debido a que "desarrolló la mejor campaña publicitaria digital que jamás haya organizado publicista alguno". Dijo que su empresa no apoyará a ningún candidato y solo intervendrá en la campaña como "un vehículo de publicidad específicamente orientada, cuando se le pague para que lo haga".

Comentó que Facebook no comprobará la veracidad de los hechos publicados ni rechazará afirmaciones falsas, para desolación de los que velan por la transparencia electoral. Atribuyó esto a dos razones: 1) carece de medios y personal para hacerlo, y 2) algunos de sus principales clientes (Gobiernos y partidos políticos) no lo desean.

Durante la campaña de 2016, mientras Clinton propagó unos 66.000 anuncios electorales, el equipo de Trump publicó casi seis (5,9) millones; todos eran distintas variantes que se creaban para objetivos específicos y cuyos efectos se comprobaban. Persuadir a las personas, tanto para que voten como para que compren un producto, solo se logra mediante mensajes bien puestos a prueba. Nada implica que deban ser ciertos y verdaderos, sino que encuentren una vasta aceptación.

Se ha estudiado bien cómo la información y la desinformación jugaron un importante papel en la citada campaña. En los cuatro años transcurridos desde entonces, según Bell, se ha aprendido "que los políticos puede ser elegidos sin aparecer en los medios de comunicación. Presidentes y primeros ministros pueden alcanzar el éxito mintiendo y rehuyendo el escrutinio público". Esto parece ya un fenómeno de alcance universal.

Así pues, muchos políticos advierten que no ganan nada con someterse a ruedas de prensa o entrevistas, aunque sean realizadas con buena fe y sin mala intención. Les resulta más eficaz manifestarse en las redes sociales donde, como en Facebook, saben que no van a ser desmentidos ni puestos en evidencia.

Trump es el verdadero experto en esta cuestión, que viene gobernando EE.UU. a través de sus tuites, con los que se comunica con la población y, a veces, hasta con miembros de su propio Gobierno. Además, considera a los principales medios de comunicación "enemigos del pueblo" cuando no le apoyan directamente y los ataca sin compasión.

Teniendo en cuenta que todo proceso democrático comienza con una pugna electoral, el resultado es que si el que desarrolla la mejor campaña digital fraudulenta es el que gana las elecciones, la responsabilidad de tan grave deterioro de la democracia no es solo de quien planifica la campaña mentirosa sino también del vehículo (Facebook, Twitter, Google, etc.) que la hace llegar a los ciudadanos.

Tanto éstos como sus gobernantes habrán de tomar cuenta del peligro que a todos nos acecha y tomar las medidas necesarias para proteger la democracia, tan vulnerable siempre ante los que la utilizan para destruirla.

(Traducción del tuit reproducido en la figura: "A pesar de los más hostiles y corruptos medios de la historia política de EE.UU., el Gobierno Trump ha logrado en sus dos primeros años más que cualquier otro. Judicatura, grandes rebajas en impuestos y controles, seguridad social para los veteranos, una economía mejor, mínimo desempleo... ¡y mucho más!")

Publicado en República de las ideas el 23 de enero de 2020

Escrito por: alberto_piris.2020/01/23 18:34:45.889501 GMT+1
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2020/01/16 17:47:2.777761 GMT+1

Lo que ya se veía venir: asesinatos oficiales a distancia

En junio de 2012, el New York Times publicó un resonante artículo en el que se explicaba cómo el presidente Obama participaba personalmente en la selección de aquellas personas que debían ser eliminadas por los drones de la CIA en cualquier parte del mundo.

Lo de los drones era ciertamente asunto de actualidad y Obama había intensificado su uso, pero que la CIA se encargara de tales menesteres no era nada nuevo. En épocas anteriores había intentado envenenar a Lumumba, posteriormente asesinado con colaboración belga. También planeó asesinar a Fidel Castro. Con su intervención fueron eliminados el dictador dominicano Trujillo, el vietnamita Diem y Osama bin Laden, entre otros.

Pero es interesante advertir que en ese mismo mes y como consecuencia del artículo antes citado, el digital estadounidense tomdispatch.com publicaba lo siguiente: "Esté usted seguro de una cosa: sea quien sea el candidato que usted elija en noviembre [cuando Obama resultó reelegido], usted no está eligiendo al presidente de los EE.UU.: está eligiendo al asesino-en-jefe".

En él se explicaba cómo se estaba abriendo una nueva etapa en la historia de la "presidencia imperial", muy distinta de la anterior, en la que los presidentes no se manchaban las manos con los enredos de esos asesinatos y los desmentían sin dificultad. Ahora, añadía, hay "un presidente (o su equipo electoral) que ha reunido a los asesores, ayudantes y otros asociados para preparar una historia cuyo fin es difundir el orgullo colectivo de ese grupo ante la nueva posición del asesino-en-jefe", que era precisamente lo que narraba el artículo del NYT para apoyar a Obama durante la precampaña electoral.

En los últimos años de la presidencia de Obama, se discutió sobre la precisión de los drones y en 2013 el Secretario de Defensa aseguraba que "los daños colaterales se limitan mejor con drones que con bombardeos, incluso usando bombas de precisión". Nunca se llegó a demostrar esto.

La reciente eliminación de un alto mando militar iraní, que agravó la tensión internacional la pasada semana, es el remate de todo lo anterior, porque Trump alardeó públicamente de que él mismo, en persona, había sido quien tomó la decisión de eliminar al general Soleimaní de la forma en que se hizo.

Desde la llegada de Trump al poder, la escalada ha sido evidente. Los tímidos controles que había establecido Obama para lavar la cara a los asesinatos selectivos enseguida fueron suprimidos. Se dejaron de publicar los datos sobre bajas civiles y se ocultó a los medios lo relacionado con las operaciones de los drones. Esto era lógico en alguien como Trump que, al serle explicada sobre las pantallas una operación de ese tipo, preguntó al oficial de servicio por qué no había aprovechado la ocasión para matar también a la familia del terrorista. Incluso está cambiando el vocabulario utilizado en EE.UU.: lo que antes la prensa solía llamar targeted killing (algo así como "destruir al objetivo seleccionado") se empieza a denominar simplemente assassination.

Los datos verificados muestran que en el primer semestre del pasado año los ataques aéreos y con drones en Afganistán han asesinado a más personas que los talibanes, como se leía en The Wall Street Journal. Ataques contra festejos y bodas, contra granjas y otros lugares habitados, que mataban mujeres embarazadas o niños en las escuelas.

La amenaza de Trump de destruir "bienes culturales" sirios ha sido quizá el ápice de esta fiebre aniquiladora. Preocupa en los sectores menos "trumpófilos" de EE.UU. el peligro que representa para el país y para el mundo un presidente que conscientemente alardea de su autoridad legal para destruir y asesinar sin ningún control exterior. Es muy probable que en 2020 presenciemos acontecimientos inéditos de esta índole y que sepamos de ellos leyendo los triunfales tuites enviados desde el despacho oval de la Casa Blanca.

Publicado en República de las ideas el 16 de enero de 2020

Escrito por: alberto_piris.2020/01/16 17:47:2.777761 GMT+1
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2020/01/09 17:20:0.820181 GMT+1

El desafío entre Irán y EE.UU.

Desde alguna de las bases a las que se refería mi anterior comentario (Los tentáculos del poder: las bases militares) despegó el dron que mató en Bagdad el pasado 3 de enero a uno de los más significativos generales iraníes. Y desde algunas instalaciones del ejército iraní han sido disparados, horas después del entierro del general Soleimaní, varios misiles contra dos bases del ejército estadounidense en Irak.

Con esta acción, el Gobierno iraní parece haber cumplido su amenaza de "una venganza severa", mediante una agresión equiparable a la sufrida. Ni superior, para no crear una espiral de peligroso desarrollo, ni inferior, para no perder prestigio ante su pueblo. La multitudinaria reacción popular durante las exequias del general lo hizo obligado.

Oficialmente, Teherán argumenta que se ha limitado a ejercer lo dispuesto en el Art. 51 de la Carta de NN.UU., relativo a "el derecho inmanente de legítima defensa", y asegura que no pretende escalar la tensión.

Cómo pueda reaccionar ahora EE.UU. depende de muchos factores, pero Trump ya levantó una gran polémica al amenazar con la destrucción de 52 objetivos "de gran importancia para Irán y su cultura". El eco de esa amenaza resonó en la ONU, donde se recuerda que ese tipo de acciones se considera un crimen de guerra en la legislación internacional.

Lo que ahora pueda ocurrir dependerá de la imprevisible correlación entre las decisiones espontáneas de Trump (como matar a Soleimaní) y otras declaraciones anteriores (como la de desentenderse gradualmente del Oriente Medio).

Conviene repasar algunas de sus más recientes afirmaciones a este respecto. Antes de reunirse en julio de 2019 con el primer ministro paquistaní, dijo que tenía planes para Afganistán de tal manera que, si él deseara ganar esa guerra, Afganistán sería borrado de la faz de la Tierra. Precisó: "Si quisiéramos ganar la guerra de Afganistán, yo podría hacerlo en una semana. Pero no quiero matar a 10 millones de personas". Poco después, en septiembre del mismo año, insistió: "Hemos sido muy eficaces en Afganistán. Y si quisiéramos aplicar cierto método de guerra, ganaríamos muy pronto, pero morirían muchos, muchos, en verdad: decenas de millones de personas".

Parecía ignorar que cualquier método de guerra que produjera 10 millones de víctimas luchando contra un enemigo de unos 50.000 talibanes sería una flagrante violación del derecho internacional que le convertiría en un criminal de guerra. Su capacidad para agredir verbalmente anunciando enormes catástrofes (como hizo con Corea del Norte) es habitual en Trump pero no ha creado, felizmente y por el momento, consecuencias irreversibles.

Para Trump, el asesinato del general iraní fue una acción preventiva más en la lucha antiterrorista. Para Teherán, por el contrario, fue una clara declaración de guerra, como pudo ser el ataque japonés a Hawai o el atentado terrorista contra las Torres Gemelas. El prolongado desafío entre EE.UU. e Irán ha avanzado una etapa más: si continuará o se detendrá en este punto es algo que hoy no puede asegurarse.

No atienda el lector a las catastróficas predicciones de algunos agoreros. Nada de lo anterior apunta a lo que podría ser una tercera Guerra Mundial. Se trata de un conflicto regional, muy peligroso, pero que no afecta directamente a Europa, China o Rusia y ni siquiera a la OTAN. La muerte del general Soleimaní no es el equivalente del atentado de Sarajevo en 1914 contra el heredero austrohúngaro.

Pero hay una conclusión inmediata. Tan eficaz modo de asesinar a distancia ha regalado una valiosa publicidad a los fabricantes de los diversos artilugios de ataque en profundidad y seguimiento de objetivos lejanos. Seguramente ellos serán los únicos beneficiarios de esta última trasgresión de las leyes internacionales, gracias a la fuerza bruta de quien mejores medios tiene para ejercerla. Una nefasta lección para el futuro bélico de la humanidad.

Publicado en República de las ideas el 9 de enero de 2020

Escrito por: alberto_piris.2020/01/09 17:20:0.820181 GMT+1
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2020/01/02 17:33:23.024249 GMT+1

Los tentáculos del poder: las bases militares

Han circulado noticias de que EE.UU. desea reforzar su presencia militar en la base de Rota. Aunque el Ministerio de Defensa español ha anunciado que no existe petición oficial alguna al respecto, no es superfluo poner al alcance de los lectores el contexto en que tendría lugar esa operación si se llega a producir.

La base aeronaval de Rota, a pesar de su importancia estratégica y las polémicas que en ocasiones suscita en España, es un eslabón más en una vasta constelación de instalaciones militares que EE.UU. despliega por todo el planeta. Según el inventario oficial de bases del Pentágono, el Departamento de Defensa posee un conjunto de 514 infraestructuras repartidas en 45 países extranjeros. Alemania (con 194 instalaciones) y Japón (121) encabezan la lista, seguidos por Corea del Sur (83).

Los analistas especializados estiman, por el contrario, que el número total de establecimientos militares de EE.UU. fuera de sus fronteras es superior a 800. Es difícil asegurarlo porque, aparte del secreto con que el Pentágono trata esta cuestión, las diversas instalaciones reciben nombres variados y la palabra "base" es la menos común.

Algunas se denominan MSS, siglas inglesas de "instalación de apoyo a la misión". Otras son "temporales" o "contingentes" (TCL) o incluso "semipermanentes" (CSL), y también "avanzadas" (FOL). No cansaré al lector: tanto la actual base de Rota como el conjunto de antenas que EE.UU. utilizaba en territorio español durante la Guerra Fría para las emisiones de Radio Free Europe/Radio Liberty son distintos tipos de base al servicio de los intereses de EE.UU.

Pero lo que EE.UU. puede desear para la base aeronaval de Rota está evidentemente orientado hacia África. Es aquí donde más ha crecido el número de instalaciones desde que en 2008 se creara el AFRICOM (Mando de África). Hasta entonces, el corazón de la presencia militar de EE.UU. en África era el conocido Camp Lemonnier, situado en Yibuti. Esta base cobró triste fama con motivo de aquellos viajes de traslado de presuntos terroristas torturados en prisiones secretas de Oriente Medio y recluidos después en Guantánamo. Las escalas y sobrevuelos de esos transportes clandestinos en algunos países europeos causaron un grave escándalo que Washington trató de silenciar bajo la consigna de la "cruzada antiterrorista" de Bush.

En la actualidad, como se observa en la figura adjunta (extraída de tomdispatch.com), existen instalaciones de distinta naturaleza que cubren el territorio africano, con especial densidad en el África Subsahariana y el "cuerno" de África. Esto es consecuencia del mayor número de misiones realizadas, abiertas o secretas, que abarcan desde la formación o instrucción de ejércitos locales hasta los ataques selectivos mediante drones, multiplicados desde la época de Obama.

Un investigador británico del Oxford Research Group afirma que AFRICOM es "un laboratorio para distintos tipos de guerra y distintas formas de desplegar las fuerzas". Y aclara: "Fuera de Yibuti apenas hay grandes acumulaciones de tropas o material y ni siquiera aviación. Existe una infinidad de pequeñas bases avanzadas (conocidas como lily pads) de modo que pueden desplegar fuerzas limitadas en amplios espacios y concentrarlas rápidamente si es necesario". El lector reconocerá aquí la vieja táctica de la guerrilla, dispersa y embebida en terreno propio y bien conocido, la que Mao aprendió de los guerrilleros españoles de 1808, pero llevada a cabo con los más modernos sistemas tecnológicos de combate, observación y comunicaciones.

Conocida como New Normal, esta forma de luchar nació tras el ataque en 2012 contra Bengasi (Libia), donde murió el embajador de EE.UU., y permite que las fuerzas de EE.UU. puedan cubrir casi todos los países del centro y oeste africanos.

Con Rota y Morón en el extremo occidental del Mediterráneo, la base de Sigonella en Sicilia, centrada en este mar, y Camp Lemonnier a la salida oriental del Mar Rojo, tres bases aeronavales de gran entidad y potentes medios, EE.UU. controla una zona de gran interés estratégico. Y lo hace diseminando instalaciones de menor entidad, con menos impacto local, y recurriendo a las fuerzas de Operaciones Especiales para ejecutar las misiones de combate.

Es esta red de bases la que confiere a EE.UU. la categoría única de gran potencia mundial, que tímidamente intentan copiar los aspirantes a serlo en el futuro, como China o Rusia.

Publicado en República de las ideas el 2 de enero de 2020

Escrito por: alberto_piris.2020/01/02 17:33:23.024249 GMT+1
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2019/12/26 18:38:29.707149 GMT+1

Balance de un año inquietante: 2019

A lo largo del año que ahora está concluyendo, en esta página de República de las ideas, orientada hacia cuestiones de política internacional, se han venido tratando asuntos muy diversos. Podrán haber sido desarrollados con mayor o menor acierto pero siempre con una decidida voluntad de informar al lector con claridad y ateniéndose en lo posible a la veracidad de los hechos que en estas columnas se comentan.

Parece costumbre habitual en casi todos los medios de comunicación hacer algún balance anual de resultados, en el que obligadamente se suelen valorar o clasificar los asuntos tratados por su importancia o por la repercusión que, en último término, puedan tener sobre los lectores. Es asunto complejo que depende de circunstancias subjetivas y donde las simplificaciones son siempre arriesgadas pero ayudan a retener los aspectos más señalados de todo un año de actividad. Correré el riesgo.

En estas páginas se han tratado en varias ocasiones los efectos que la llegada de Trump a la Casa Blanca ha producido en varios escenarios de la política internacional: militar, económico, diplomático y geopolítico, sobre todo. Recientemente, el inicio de un proceso interno de destitución ha puesto en entredicho algunas seguridades que parecían asentadas y deja en el aire un final del todo impredecible pero cuyos efectos serán duraderos.

Si las vicisitudes de la política interior de EE.UU. inciden con un efecto multiplicador en la vasta comunidad de Estados, hay también otras cuestiones que lo hacen con igual o mayor repercusión: el terrorismo internacional es la más evidente y, año tras año, viene dejando sus huellas de sangre sobre el planeta.

La quiebra de la vieja bipolaridad, que ya es tripolaridad y amenaza con convertirse en multipolaridad, ha desestabilizado muchos conceptos previos sobre los que se desarrollaba el juego de poder entre las grandes potencias.

La evolución tecnológica, que mantiene en permanente transformación tanto las armas como los demás instrumentos necesarios para el funcionamiento de los Estados, ha sido también objeto de varios comentarios. La robótica y la inteligencia artificial están creando el germen de futuros problemas económicos y sociales que habrá que prever con tiempo. Y esa evolución imparable, fruto obligado del capitalismo actual, está acelerando las ya notables diferencias entre los poseedores y los desposeídos, raíz de conflictos de muy diversa tipología.

Si todo lo anterior, junto o por separado, es ya inquietante, nada de ello sería la respuesta a la pregunta inicial: De todos los asuntos tratados durante 2019 en estas páginas ¿cuál se considera el más decisivo? La respuesta, para quien esto firma, está clara: la emergencia climática, que amenaza a plazo fijo el futuro del planeta y, por tanto, de la humanidad.

Es significativo que este asunto fue comentado ya en febrero de este año, con motivo de la espectacular proyección mundial del "caso Greta Thunberg", y posteriormente en otras ocasiones hasta la pasada semana, con motivo de la Conferencia COP25 celebrada en Madrid.

Si 2019 ha sido un año importante en muchos aspectos internacionales, donde se ha transformado el sistema de vectores de poder entre bloques y Estados de todo el mundo, lo más decisivo que ha aportado a la humanidad ha sido la globalización a todos los niveles de la preocupación que la verdadera ciencia siente por el aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera de la que vivimos.

La supervivencia de la humanidad está en juego. Es de desear que esta misma frase no sea repetida, año tras año, cada vez que en todo el mundo vayan sonando las campanadas que ponen fin a otro Año Viejo. Porque si es así, será ya tarde.

Publicado en República de las ideas el 26 de diciembre de 2019

Escrito por: alberto_piris.2019/12/26 18:38:29.707149 GMT+1
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2019/12/19 17:26:29.930169 GMT+1

COP25: Ciencia, Política y Activismo

Durante el desarrollo de la conferencia COP25 sobre la emergencia climática, celebrada recientemente en Madrid, se ha observado la interacción entre tres amplios grupos participantes: científicos, políticos y activistas. A su vez, estos grupos se repartían entre casi dos centenares de países, cuyos intereses podían coincidir o diferir abiertamente: países desarrollados o emergentes, contaminantes o respetuosos con el medio ambiente, democracias o dictaduras... Lograr un acuerdo entre tan vasta dispersión de sujetos activos era una tarea de gigantes.

Los científicos exponen sus conclusiones objetivas; los políticos se mueven a impulsos de sus propias expectativas en cada país (sobre todo, electorales) y los activistas se empeñan en que los políticos atiendan a los científicos y sigan sus recomendaciones.

La gran mayoría de la comunidad científica está de acuerdo en los parámetros que hay que modificar y en el plazo estimado para hacerlo. Sus exigencias requieren rapidez; si para 2030 no se han reducido las emisiones de gases de efecto invernadero en un 55%, el cambio climático no podrá frenarse y la catástrofe será imparable. Estamos cerca del punto de no retorno.

Pero las grandes corporaciones que más contribuyen a agravar la emergencia climática y los países en los que éstas determinan la política estatal no desean reducir hoy sus beneficios económicos en aras de un futuro mejor para la humanidad. Para ello disponen de sus propios "científicos", cuya misión principal es sembrar la duda: no hay certeza absoluta... se esperan innovaciones tecnológicas revolucionarias que cambiarán la situación... etc. y con eso tranquilizan la conciencia de los "negacionistas" (Es el modo como actúa Trump, por ejemplo).

Por otro lado, no son pocos los gobernantes que anteponen los próximos resultados electorales al mejoramiento de unas condiciones ambientales que, en todo caso, perciben a largo plazo. Y aunque la presidenta chilena de la cumbre derramase algunas lágrimas por la evidente incapacidad negociadora, y aunque algunos políticos mostraron su preocupación por los peligros que la ciencia exponía, la voluntad general de dejarlo todo para la próxima COP26 (en Glasgow en 2020) es muestra de que la angustiosa preocupación de los científicos no caló en los políticos hasta el punto de lograr acuerdos de ejecución inmediata. Todo quedó en "presentar declaraciones nacionales en 2020 más ambiciosas que las actuales". Un simple deseo benevolente.

Ante esta situación, intervinieron intensamente los activistas desplegando todos sus medios para hacerse oír. Desde Ecologistas en Acción se tachó el resultado de "declaración simbólica que no se materializará al no fijar tiempos comunes", es decir, los calendarios para presentar esas medidas reforzadas que frenen el calentamiento.

El organizador de la conferencia, el Secretario General de la ONU, se mostró "decepcionado con los resultados" de la cumbre y la consideró una "oportunidad perdida" para afrontar la emergencia climática.

El activismo se apoderó de los medios de comunicación, que sirvieron de altavoz para las indignadas protestas juveniles y las reclamaciones de los pueblos indígenas, y que se hicieron eco de la voz de los científicos. Desde Greenpeace se denunció a los "bloqueadores climáticos que se han llevado por delante las advertencias científicas y los gritos de la sociedad". Desde España, la voz de la ministra Ribera tampoco calló: "El clamor social pide más acción, más rápida y más profunda".

La decepción invadió el ambiente. También quedó en el aire la peligrosa realidad de que la emergencia climática está agravando ya la conflictividad en los países que sufren grandes desigualdades socioeconómicas, deteriorando la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes y exacerbando las tendencias autoritarias y dictatoriales: es decir, socavando la democracia. Habrá que esperar a la COP26 en 2020 para seguir alimentando la tenue esperanza que aún conservamos.

Publicado en República de las ideas el 19 de diciembre de 2019

Escrito por: alberto_piris.2019/12/19 17:26:29.930169 GMT+1
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2019/12/12 18:14:31.145501 GMT+1

Las nuevas revueltas populares

Las agitaciones populares que se están produciendo en muchos países -desde Hong Kong hasta Chile, pasando por Bagdad, Beirut o París- tienen unos rasgos peculiares que las diferencian de todo lo que venía siendo usual.

Así lo era la existencia de unos líderes carismáticos que alzaban a los pueblos contra los regímenes opresores, como ocurrió en Cuba o Sudáfrica. Supieron sacar a la luz la sensación de injusticia que el pueblo sentía y, cuando el número de sus seguidores fue suficiente, ni las dictaduras armadas pudieron resistirse.

Años después, la "primavera árabe" permitió entender cómo las redes sociales ayudaban a movilizarse a las masas que, sin dirigentes aparentes, se revolvieron contra los dictadores militares. Sin embargo, en algunos casos, aunque las movilizaciones populares fueron masivas, los militares resistieron y luego se vengaron. Las redes sociales pusieron en evidencia a los cabecillas de la insurrección y éstos fueron identificados y anulados. Es la situación que se vivió en Egipto.

Pero las nuevas revueltas presentan una peculiaridad: no están dirigidas por líderes carismáticos y ni siquiera los enviados especiales de los medios extranjeros pueden entrevistar a los portavoces oficiales de esos movimientos o a los dirigentes políticos que surgirían como próximos gobernantes. No existen.

Para los dictadores de siempre o para los neo-dictadores modernos esto es un problema grave: no pueden detener o neutralizar a individuos inidentificables o inexistentes. ¿Qué hacer con una multitud acéfala que se resiste a abandonar la calle? Sobre todo, cuando en ésta abundan los teléfonos móviles grabando cualquier actividad represora y los reporteros se mueven inmersos entre la muchedumbre.

El impulso que la mueve no es la voz de un dirigente carismático sino una idea común: cambiar algo rechazable que es compartido por todos a través de las redes sociales. Al tradicional enfrentamiento binario entre Gobierno y Oposición se suma ahora una tercera fuerza sin cabezas visibles y difícil de identificar para los órganos de seguridad de los Estados.

Los rebeldes callejeros se informan a través de esas mismas redes y desdeñan a los grandes medios de comunicación que estiman estar al servicio de los poderes que quieren transformar o derribar. Es con ellas como siguen el desarrollo de los acontecimientos y se solidarizan entre sí personas que antes no se conocían de nada. Se vinculan estrechamente, prescindiendo de los partidos políticos y de cualquier lazo de otro tipo. Entre ellos abundan los jóvenes que han vivido y crecido entre esas redes.

Incluso para los Gobiernos bienintencionados resulta difícil resolver el conflicto por la inexistencia de líderes significativos con los que dialogar. De ese modo, la conflictividad se encona al no hallar un modo eficaz de ponerle fin.

Este es el nuevo problema a resolver por los gobernantes: ¿Cómo desactivar los conflictos basados en unas redes que les son extrañas? Suprimirlas o censurarlas no es aceptable y mostraría tendencias antidemocráticas. Además, cuando -como sucede en España- el diálogo habitual entre políticos profesionales conduce a menudo al insulto y a la descalificación grosera, y cierra las vías al necesario entendimiento que es parte obligada de su profesión, el ejemplo que con ello los políticos dan a la población solo puede conducir a una escalada de la tensión.

Los medios tradicionales tampoco contribuyen positivamente a resolver el problema. En ellos se suele buscar el titular, se separan las frases del contexto para utilizarlas como arma y a menudo carecen de tiempo o de espacio para un diálogo reposado y racional, único que podría abocar a algún acuerdo.

Habrá que aprender a usar las redes sociales. No al modo anárquico e impulsivo de un Trump que con sus tuites desconcierta al mundo, a su Gobierno y a su pueblo, sino creando un nuevo idioma y una nueva sintaxis política. Las redes no tienen fronteras, ni físicas ni mentales. Son el idioma de los jóvenes y, como está mostrando la movilización mundial contra la emergencia climática, ellos saben estar en la vanguardia cuando es necesario.

Publicado en República de las ideas el 12 de diciembre de 2019

Escrito por: alberto_piris.2019/12/12 18:14:31.145501 GMT+1
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2019/12/05 18:16:23.854644 GMT+1

Una semana de reuniones internacionales

El futuro de la OTAN por un lado y la emergencia climática por otro, en sendas conferencias internacionales celebradas respectivamente en Londres y Madrid, llenan estos días amplios espacios de nuestros medios de comunicación.

La OTAN y sus problemas ocuparon dos días londinenses al principio de la semana, dedicados a conmemorar el 70º aniversario de la fundación de la Alianza. Aunque ésta se creó en abril de 1949, la incertidumbre que Trump produce en todo lo que le rodea obligó a rebajar el nivel de la celebración en la misma fecha de su cumpleaños y a demorar hasta ahora el encuentro de sus dirigentes al máximo nivel.

La defensa europea, las amenazas previsibles, el funcionamiento interno de la Alianza y su capacidad para hacerlas frente, la disposición de EE.UU. para asumir sus compromisos, las relaciones con Rusia o China, la permanencia en ella de un Reino Unido que abandona Europa y algunos otros asuntos más, como la invasión de Siria por Turquía, mantienen en tensión a los aliados y el ambiente no está para celebraciones. Trump, Macron y Erdogan se miran con desconfianza y solo faltaba la amenaza de Trump de atacar comercialmente a Francia para comprobar que el deseable entendimiento no está a la vuelta de la esquina.

Pues bien, los muy acuciantes problemas de la OTAN, que tanto preocupan, podrían asemejarse a una riña en una comunidad de vecinos, donde éstos se estarían peleando por cómo recoger las basuras mientras la ciudad entera ardía en salvajes incendios descontrolados que los bomberos no lograban extinguir, si se compara lo discutido en Londres con los muy graves problemas abordados en la COP25 que ahora se está desarrollando en Madrid.

Hacer frente a la emergencia climática dentro de los parámetros establecidos en el llamado "Acuerdo de París" es algo donde se juega el futuro de la humanidad y del planeta. Frente a esto, el futuro de la OTAN deja de ser relevante.

Desde que en 1992 la ONU dio los primeros pasos para hacer frente a este problema y en 1995 se celebró la primera Conferencia (COP 1), las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado sin interrupción. El punto de "no retorno", a partir del cual el deterioro sería irreversible y las consecuencias imprevisibles, está muy cerca.

La comunidad científica asegura que si para 2030 no se han reducido las emisiones en un 50%, el cambio climático no podrá frenarse y la catástrofe será imparable. Se trata, pues, de un problema urgente que requiere la atención de todos.

Pero el problema no es solo una cuestión de "Ciencias Naturales", sino que también afecta a las "Humanidades". El deterioro que ya estamos observando a causa del calentamiento global incide sobre todo en los países más pobres y, dentro de estos, afectará con más intensidad a las personas más vulnerables. Según un informe de Oxfam, el empeoramiento del clima ha expulsado de sus hogares a más de 20 millones de personas, en su mayoría necesitadas y desvalidas.

La emergencia climática va a aumentar el ya peligroso desequilibrio entre ricos y pobres. Y esto afectará a la vida política de los pueblos: ¿cuánta desigualdad socioeconómica puede aguantar la democracia y seguir funcionando como tal?

A partir del próximo sábado (tras la manifestación pública convocada para mañana, 6 de diciembre) se iniciará, en paralelo con la COP25, la llamada Cumbre Social, con más de un centenar de actos programados que abordarán los temas que afectan a la emergencia climática. Sus organizadores tachan a la COP25 de eurocéntrica y pretenden "articular protestas y críticas" a su desarrollo. Bueno es que puedan escucharse las voces más diversas si contribuyen al mismo fin.

A estas alturas es obligado preguntarse ¿sirven para algo estas conferencias?, recordando otros foros que tras la catástrofe financiera de 2008 prometían "reformar el capitalismo" y no volvió a saberse nada de ellos. La respuesta es obligatoriamente afirmativa. Lo poco que se ha avanzado en sentido positivo se debe a aquellas, aunque sea con retraso y quizá el tiempo perdido ya no pueda recuperarse.

Además, esas reuniones internacionales fuerzan a reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer para colaborar en este esfuerzo. ¿Ir en coche hasta el centro de la capital y aparcar delante del cine o recurrir al transporte público? ¿Salvar la Amazonia o reconstruir la catedral de París? Las decisiones a tomar son de todos pero el impulso, si llega a tener éxito, habrá de surgir desde abajo. Como el de los innumerables jóvenes movilizados por la estudiante sueca que ha puesto en pie un movimiento mundial.

Publicado en República de las ideas el 5 de diciembre de 2019

Escrito por: alberto_piris.2019/12/05 18:16:23.854644 GMT+1
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