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2019/12/18 20:57:34.762740 GMT+1

Hojas de cuaderno que van cayendo

Hoy me ha impresionado el texto de Iturri sobre el homenaje que la familia extensa de Íñigo Muguruza le hizo en Bilbao ayer, 17 de diciembre, el día de su cumpleaños. La crónica de Mikel es precisa, sentida y bella. El pasado viernes, en una fiesta llena de periodistas una compañera de Euskadi me dijo que le había gustado el texto que hice el día siguiente de morir Íñigo, que se publicó en Somos Malasaña y Eldiario.es (por la asociación de ambos medios). Me he acordado de dos cosas. La primera: me llamó Iturri por teléfono para matizarme algo. Se le notaba triste. La segunda: el día antes, más impresionado que consternado, que supongo que es como recibimos estas noticias quienes sentimos la muerte de quien ha formado parte de nuestra vida a través de su arte, pero sin haber llegado a sentir el calor de su aliento, escribí algo en el metro. Lo hice a mano, de forma apresurada y automática, en un cuaderno. Y allí se quedó. Al leer el jirón del día anterior volcado por Iturri en su blog he echado mano a la mochilita que siempre llevo. Sabía que había allí un cuaderno, pero siempre llevo uno u otro, y no sabía en cuál lo había escrito.

Pero sí. Después de la séptima u octava hoja, he encontrado un puñado de líneas derramadas en tres caras, con mi mala caligrafía, justo debajo de un garabato que, vete a saber por qué, esboza torpemente a un futbolista. No tiene especial valor ni calidad, pero he decidido transcribirlo sin corregirlo porque lo que el pasado 5 de septiembre tenía la única utilidad de ser y serme, hoy aquí, simplemente viene para recoradar y recordarme. Y no sería honesto mejorarlo:

El día que murió Íñigo Muguruza

entró un músico callejero en el vagón, me quité los cascos en señal de respeto, pero apoyó la funda de la guitarra sobre sus pies cansados y se desplomó ligeramente sobre su columna. Vuelta a casa.

El día que murió Íñigo Muguruza

todos los rostros en el metro me parecían tristes. Su bajo en los cascos reverberaba en mi pecho. Debajo de cualquier adoquín está la primera línea. Y busco una mirada cómplice para rasgar el telón del tiempo muerto.

El día que murió Íñigo Muguruza

las hogueras de mi juventud más rabiosa ahumaron las ventanas rotas de mi ruina provisional.

El día que murió Íñigo, que no era un familiar y ni siquiera una cara presente en mis ensoñaciones, derramadas de mi realidad las babas de cantar juntos a voz en cuello, fueron lava que soldó la carne de un nosotros; que tatuó consignas en el aire, al cabo de una vieja explosión hecha piedra, surcada de cicatrices. No es otra cosa que lo que seguimos siendo juntos después de las letanías de rigor.

El día que murió Íñigo Muguruza

como todos los días, llegué a mi estación, Alvarado. Salí, ¡A la calle!, moviendo la cintura nerviosa, camino de casa.

 

Escrito por: eltransito.2019/12/18 20:57:34.762740 GMT+1
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