La Celda de Jean Valjean

Casi aparezco por mi propio blog con sonrojo infinito  y mis inseparables ojeras,  que forman parte ya del escenario y de mis luces y  sombras. Cada día tengo menos luces, mientras que las sombras me crecen al estilo de la inoperancia del Gobierno y de la oposición con que nos han castigado el destino, los dioses del Olimpo o la madre naturaleza, que para ser madre ya le vale…

Confieso que me tragué lo del Wyoming durante al menos cuarenta segundos. Luego le di a eso de la razón, que, aunque me chirría, aún funciona y me obedece al grito de ar. Sabía que era una trampa para las plantas carnívoras que juegan a ser periodistas. Pero más gracia que la coña marinera del Wyoming me ha hecho leer la indignación que ha despertado  entre los periodistas de postín y en las asociaciones de prensa la jugarreta del gran Monzón. Vaya por delante –y ya lo trataré un siglo de estos- que la prensa está en mínimos históricos, en peligro de extinción, en horas bajas, en un réquiem continuo, aletargado, con un Dies Irae tenebroso  y  un Confutatis que hace que se me salten las lágrimas y se me oxiden las ganas de reconocerme como uno del gremio, el oficio o como quiera cada uno llamarlo. ¿Por qué se rasga las vestiduras Urbaneja? ¿Qué critican quienes callan con la boca llena de canapés y los bolsillos repletos de descaro? ¿Qué critican quienes callan y pasan por alto  las puñaladas traperas que se dan cada día a la verdad en los medios de comunicación?  El periodismo se está convirtiendo en la ciencia de resucitar al muerto para volver a darle muerte y volver a cobrar por el asesinato.