Digo yo que Clinton tiene que estar que echa pestes contra Kofi Annan, que le ha endilgado ese acuerdo de última hora con Sadam Husein. Se había gastado una pasta gansa en plantar buena parte de su potencial militar en las puertas del Golfo con la muy obvia intención de hacer una prueba de fuerza, demostrar quién manda en el mundo y, de paso, deshacerse de un montón de bombas almacenadas, que llevan la inscripción Consumir preferentemente antes de 1999 y que ocupan el sitio de otras que ya están fabricando sus industriosos de la muerte en masa. Ahora se queda sin probar su fuerza, con las bombas a punto de caducar, sin saber dónde meter las nuevas y con un señor que, mano a mano con Francia, anda por ahí dándoselas de pacificador. Un desastre. Sólo le falta que el Tribunal de Justicia de La Haya vote una resolución a favor de que una comisión internacional inspeccione los locales oficiales de los EEUU para ver si hay en ellos armas químicas, bacteriológicas y demás. Que haberlas, haylas, y a montones, seguro.
Menos mal -para Clinton, digo- que Sadam Husein sigue en su puesto, con las mismas ganas de bronca. Ese tipo es un chollo para la Casa Blanca. Porque para jugar al ratón y el gato no se requiere sólo que haya un gato pendenciero: también hace falta un ratón masoca. Aquí, en mi casa, había ratones. Fíjense: en medio de tanta belleza, perdido en las faldas del Cabeçó d`Or, con el Mediterráneo abajo... y con ratones. Un buen día encontré en el monte un gatito blanco abandonado, con su cascabel y todo. Se vino conmigo, le quité el cascabel para que no fuera anunciando su presencia urbi et orbi y, desde entonces, adiós ratones. ¿Por qué? Porque los ratones que hasta entonces me distinguían con su presencia comprendieron rápidamente que no les resultaba nada rentable medir sus fuerzas con las de mi gato adoptivo. Eran unos ratones razonables. Sadam Husein no. Es un ratón bobo, que se empeña en asomar el hocico para provocar al gato.
Si yo fuera Clinton -que no lo soy, ni por el saxo, ni por el sexo, ni por el forro-, tendría muy claro qué hacer. Antes de nada, me las arreglaría para que Kofi Annan siguiera los pasos de su antecesor Dag Hammarskjold, que ascendió a los cielos inmediatamente después de bajar de ellos en picado. Otro pacificador menos. Luego me pondría de acuerdo con algún traficante internacional de armas para resolver el problema de mi stock de bombas pasadas de moda y se las vendería a precio de saldo... a Sadam Husein. A continuación, volvería a denunciar que el dictador iraquí tiene un ejército poderosísimo y le lanzaría un ultimátum: o renuncia a ellas o lo machaco con mis bombas nuevas. ¿Que se pliega y me las devuelve? Pues vuelta a empezar. ¿Que no? ¡Al ataque, que ya era hora!
Andá: lo mismo es eso lo que Clinton está pensando hacer.
Javier Ortiz. El Mundo (25 de febrero de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de febrero de 2012.
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