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2003/11/22 06:00:00 GMT+1

Tu peux quitter l’enfance...

Hoy he publicado en El Mundo el apunte del natural de ayer -el que va justo después de éste-, aunque con algunos retoques, por supuesto (*). La verdad es que la mitad de la columna es una pura gamberrada que dedico a cachondearme de mis desagradables sufrimientos bucales.

-¿Y por qué sacas una broma como ésa en más de 300.000 ejemplares? Desaprovechas la posibilidad de incluir reflexiones de peso real, que puedan resultar influyentes -me dice mi buen amigo Gervasio Guzmán, que me ha telefoneado a primera hora, en cuanto ha visto el periódico.

-Es verdad, Gervasio -le respondo-, que publicar un artículo así tiene algo de travesura infantil. Lo admito. Digo mal: no es que lo admita; es que lo defiendo. Sabes que alguna vez he teorizado sobre la columna como género periodístico. Si conservas en la memoria lo que he escrito sobre eso, recordarás que siempre he dado mucha importancia a la utilización de registros diversos. De modos diferentes de mirar la realidad.

Es verdad que hay columnistas muy meritorios, pero que sólo tienen un registro: el que está siempre de cachondeo, el que aparece perpetuamente abrumado por la vida, el que se diría que jamás desciende del púlpito, por el piñón fijo sentencioso y sermoneante de sus columnas... El que o la que.

Yo soy partidario de que el columnista se muestre tal cual es. Que las columnas reflejen sus diversos estados de ánimo y sus diferentes centros de interés, de modo que no aparezca como un tipo distante que desde la altura de su columna mira desdeñosamente las ridículas miserias humanas, sino como uno más de los que pueblan el entorno social, semejante a todos en todo menos en eso: en que tiene cierta habilidad para contar y analizar lo que ve, mostrando lo que no necesariamente los demás han pensado por sí mismos a la primera. O incluso lo que no pensarán jamás, porque no están de acuerdo, o les parece mal.

Pues bien: si yo quiero aparecer tal cual soy, no puedo prescindir de vez en cuando de ese aire un tanto infantil y gamberro que me sale espontáneamente ante determinadas situaciones. Como me sale el humor negro. No lo reprimo. Lo saco a pasear, y a ver qué pasa.

No sé si a todo el mundo le ocurrirá lo mismo, pero a mí me sucede con cierta frecuencia que veo la vida como si mi envoltura mortal fuera envejeciendo por su cuenta, pero mi espíritu -mi «verdadero yo»- se mantuviera en una edad indefinida, según los casos: entre los 14 y los 20 años. Veo a un cincuentón y me digo: «Un señor mayor». Olvidándome de que, para cincuentón, yo mismo. Hace un par de días se lo escuché a Maxime Le Forestier, cantautor francés de Mayo del 68 que ha mantenido una frescura sorprendente en lo musical y en lo ideológico (no así en lo físico, lamentablemente). Decía en una de las últimas canciones de su espléndido concierto:«Tu peux quitter l'enfance, mais l'enfance ne te quitte pas». Es exactamente eso: puedes abandonar la infancia, pero la infancia no te abandona.

De vez en cuando dejo que sea ese niño el que tome las riendas, y sigo sus bromas como los abuelos con los nietos: consintiéndolo. Echándolo a perder, probablemente.

 

(*) Si alguien lee lo publicado en El Mundo, verá que han desaparecido las referencias explícitas a la hostia, como exclamación. Que no piense que ha habido censura del periódico. Es autocensura. Cuando hicimos el Libro de Estilo del diario, decidimos prohibir los tacos y las blasfemias que no fueran esenciales para la comprensión de los hechos relatados. Yo fui uno de los partidarios de incluir esa prohibición, más que nada para refrenar a los muchos malhablados que pueblan el gremio de los periodistas.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (22 de noviembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/11/22 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: 2003 jor apuntes | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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