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1994/06/25 07:00:00 GMT+2

Sermón sobre la muerte

Me despiertan las voces de un hombre que camina por las calles de Madrid, recién amanecido el día, clamando sus penas en medio del silencio de la ciudad dormida. No consigo entender qué le pasa. Llora y lanza alaridos entrecortados. Sólo logro distinguir cuatro palabras de entre sus sollozos: «mi madre» y «Tele 5». Va vestido con calzón corto, camiseta y zapatillas de deporte, como si hubiera salido a la calle a hacer footing. El conjunto resulta entre disparatado y patético. Al poco, lo pierdo de vista.

Dijo César Vallejo en sus Poemas humanos: «Un hombre pasa con un pan al hombro./ ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?». Todos los humanos son nuestro doble. Cuando lloramos por ellos, cuando nos producen pena, cuando nos angustian, lloramos, sentimos pena y nos angustiamos por nosotros mismos. El hombre que ha pasado al alba bajo mi balcón dando voces acerca de su madre y «Tele 5» es un enloquecido. Como cualquiera de nosotros mañana mismo.

La locura es tan sólo una de las formas que adopta la muerte. La última novela de Rafael Chirbes, Los disparos del cazador, escruta con fría lucidez en nuestro común destino mortal. Nos mete en la piel de un hombre con cuya biografía mal podemos identificarnos -un millonario corrupto que ve acercarse el final de sus días en la sola compañía de un mayordomo- para que nos haga doble efecto la cercanía de su frustración y de su angustia ante la muerte. Como en la canción de Brel Los viejos, el péndulo de plata del reloj del salón -«que dice sí, que dice no, que les espera»-, nos impresiona a todos porque no solo espera a los viejos ajenos, como el de Chirbes: nos espera a todos.

Qué extraños especímenes, los humanos: vemos en el espejo de los demás las negras variedades de nuestro propio destino -la locura como muerte del yo consciente, nuestra muerte final, definitiva-, sentimos por un instante el vértigo angustioso del no-ser y, al cabo de nada, retornamos a las mínimas ocupaciones de cada día: a escribir sobre Felipe González, a guisar patatas con almejas, a hablar de Sócrates al médico, a fichar a la entrada del trabajo, a cantar viejas rancheras sentimentales, a leer a André Bretón o a rellenar con mimo reverencial la declaración de la renta. Nos ocupamos de todo negándonos a asumir que el destino de todo es la nada.

Solo el ateísmo proporciona una adecuada explicación a este hondo enigma de la Humanidad. Ningún Dios; solo un extraño e infeliz azar de la Naturaleza pudo permitir la aparición en la Tierra de seres tan absurdos y tan inconscientes.

Pero discúlpenme si abandono aquí este trascendental sermón sobre la muerte. Tengo que irme. Lo del azar me lo ha recordado: van a cerrar el despacho de las apuestas y tengo pendiente de sellar el boleto de la primitiva.

Javier Ortiz. El Mundo (25 de junio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de junio de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1994/06/25 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1994 locura césar_vallejo andré_breton jacques_brel chirbes preantología ateísmo muerte sócrates el_mundo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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