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2004/08/28 06:00:00 GMT+2

Por un pelín

Hacía tiempo que no me pasaba por el servicio de urgencias de un hospital, así que anoche, aprovechando la visita de unos amigos, me busqué una excusa y les dije: «Hala, vámonos a urgencias del Hospital de Sant Joan». El pretexto fue que descubrí de repente en cierta parte de mi cuerpo (es decir: no en la totalidad) la presencia de un ganglio del género de los que se forman por culpa de un pelo introvertido, de ésos que les da por crecer hacia dentro y montar una infección curiosona. Es chupi guay, porque crece y crece hasta que te meten un bisturí y te lo sajan, momento en el cual... En fin, dejémoslo (o mejor quitémoslo, pero sin trasladar a este espacio las circunstancias concretas).

El caso es que, como digo, ese pelo pelín díscolo me proporcionó la excusa necesaria para acudir al servicio de urgencias del hospital más cercano, donde pude disfrutar del privilegio impagable de estar sentado durante más de dos horas en una sala de espera.

Es una experiencia sociológica de primera, por la que deberíamos pasar cada tanto -un par de veces al año, como mínimo- quienes nos dedicamos a opinar sobre «el pueblo». Una sala de espera así aporta una muestra aleatoria de gente dispuesta -por el nerviosismo de la situación, supongo- a dar cuenta detallada urbi et orbi de sus circunstancias más íntimas. Lo cual te acerca a la realidad hasta darte de bruces con ella.

No puedo revelar aquí los relatos oídos como quien dice bajo secreto de confesión, pero sí estoy en condiciones de afirmar, a partir de lo observado, que España tiene un gobierno lógico, fruto de un adecuado funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda.

Y no lo digo por Zapatero. Aznar me habría valido lo mismo, a estos efectos.

Los falsos demócratas, los demagogos, hablan con frecuencia de «la sabiduría del pueblo». Para mí que un demócrata de verdad es el que defiende que su voto vale lo mismo que el de quien dice que tuvo el percance en la calle «Ansias March», o que Ponferrada es «de la provincia de Castilla y León», o que a él le da grima que le pongan «eso del pota a pota».

La gente puede ser enternecedora, fascinante, pero también ignorante, cuadriculada y, con deprimente frecuencia, incapaz de distinguir la velocidad del tocino.

Bueno: pues eso es lo que hay.

Para mí que el verdadero aprendizaje de la democracia no pasa por el estudio de la Declaración de los Derechos Humanos, en la que todo el mundo parece estupendo, sino por la escucha detallada de las conversaciones hiperrealistas de las salas de urgencias de los hospitales.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (28 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/28 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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