Harto de aguantar que el presidente del Gobierno, solo o en compañía de otros, diga y repita que mentimos y difamamos como bellacos y que acusamos sin pruebas, y a la vista de su pétrea voluntad de no poner el asunto en manos de la Justicia, pensé que podíamos ser nosotros los que apeláramos a los tribunales.
-¡Se van a enterar! ¡Ahora vamos y nos querellamos, hala! -me dije. Excité mi celo fiscal y me lancé a repasar uno a uno todos sus insultos.
Fue entonces cuando descubrí el dato: pese a todo el guirigay que se ha montado, ningún miembro del Gobierno ha hablado jamás de El Mundo. Nunca. Hemos sido muchas cosas: «cierto medio de Prensa», «algunos, muy pocos, que tratan de impedir la recuperación de nuestro país», «determinadas informaciones aparecidas», «esos nuevos inquisidores», «quienes mienten y difaman»... Pero ni el jefe del Ejecutivo ni ninguno de sus ministros ha reconocido en ningún momento que estuviera hablando de nosotros. Se han paseado por la escena como el personaje de Gila, aquel que decía: «Alguien va a matar a alguien». Nosotros somos Alguien inconcreto. O sea, somos Nadie concreto. Como el astuto Odiseo para el plasta de Polifemo.
No sólo se parecen a Gila en eso. También en lo risibles que resultan. ¿Qué me dicen de Serra sugiriendo a Palomino que se querelle contra nosotros? Estoy convencido de que el accidente del «cuñadísimo» -que ojalá se recupere presto cual AVE- se produjo tras oir por la radio al vice poniéndole en ese brete. ¿Y lo de González en Antena 3, tratando de convencernos de que a él lo que realmente le hubiera gustado era impartirnos un cursillo acelerado sobre formación profesional y telecomunicaciones, pero que no tenía más remedio que hacer como Hormaechea y utilizar la publicidad institucional para exorcizar sus demonios personales y familiares? Estuvo genial.
Y, por momentos, hasta sublime. Por ejemplo, cuando afirmó la mar de serio que «llegamos» tarde en el pasado siglo a la cita con el maquinismo (¿quiénes? Si yo hubiera llegado puntual a esa cita, habría llegado prontísimo), y que también «llegamos» después tarde a la cita con el automóvil (?), pero que él puede asegurarnos que a la cita con las telecomunicaciones no llegaremos tarde. ¡Y tanto que no! Ni tarde ni temprano: sencillamente no llegaremos, porque toda la industria del ramo está ya en manos de las grandes multinacionales extranjeras. «Llegaremos» a tiempo de comprar a japoneses, alemanes y gringos los aparatitos que ellos fabriquen, pagando a tocateja lo que nos ordenen. Faltaría más.
Está visto: las dos Españas del bueno de Machado siguen vivas. También la de González combina hoy el horror con la astracanada: unas veces te hiela el corazón; otras te parte de la risa.
(P.S. Ayer fue 11 de noviembre, festividad de San Martín. El maldito refranero no da ni una).
Javier Ortiz. El Mundo (12 de noviembre de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de noviembre de 2010.
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