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2005/10/02 06:00:00 GMT+2

Macedonia a la americana

Me suelen gustar las películas llamadas «históricas», hechas con grandes presupuestos, decorados fastuosos y miles de extras. Soy consciente de que casi nunca reflejan ni medianamente bien la Historia, pero me da igual: las veo como películas de aventuras, de pura ficción, y ya está.

Sólo hay un subgénero de las grandes superproducciones seudohistóricas que se me atraganta por principio, que es el de las películas con mucho rollo religioso-milagrero. El ejemplo más acabado de ese subgénero tal vez sea Quo Vadis?, aunque hay algunas otras que recuerdo vagamente (La túnica sagrada, Barrabás) que algo me debieron de hacer, porque ni siquiera he sentido el deseo de verlas de nuevo.

Ahora debo añadir otro título a la lista de mis fobias: Alejandro Magno, de Oliver Stone.

Traté de verla ayer, pero no pude culminar el intento. A algo así como 15 minutos del final, tiré la toalla. Consiguió hastiarme la ampulosidad y la torpeza con las que Stone malgastó kilómetros de celuloide y decenas de millones de dólares, desaprovechando una de las biografías más singulares de la Historia para centrarse con delectación de papanatas en un aspecto que debería haber integrado como parte del paisaje: que Alexandros, el rey macedonio, tuvo amigos muy íntimos, como Nearco, con los que compartió batallas y lecho. Se ve que Stone no lo sabía, que se enteró de ello y que creyó que podía resultar muy provocador y muy rupturista hacer una película en la que esa faceta de Alejandro -tan común y tan asumida socialmente en su tiempo, todavía no echado a perder por las fijaciones paulinas- estuviera todo el rato en primer plano.

Estoy dispuesto a aceptar que, según la película, los macedonios, los persas y todo pichichi de la época hablara en inglés moderno. Transijo con que vistieran y se maquillaran -muchísimo, además- al gusto norteamericano de los tiempos actuales. Me avengo a que el Alejandro de la película se parezca un pijo al Alejandro Azara de mármol que se exhibe en el Louvre, considerado réplica fiel del personaje original. No me importa que el Alejandro de Stone, que se supone que vivió algo así como tres siglos antes de nuestra era, utilice citas literarias de Virgilio, que nació cuando él ya llevaba más de doscientos años bajo tierra.

Paso por todo eso y por más. Por lo que no paso es porque Stone muestre su desprecio por los espectadores poniendo en danza elementos biográficos de los que luego se desinteresa, porque sea incapaz de describir de manera mínimamente inteligible batallas que son hitos de la Historia, porque no consiga que nos enteremos de casi nada de lo que ocurre y menos todavía de por qué ocurre, porque utilice con tanta profusión un artificio tan burdo y tan manido como el del narrador (al que, por cierto, yo al menos no conseguí situar en los hechos que relataba)... O sea, y por decirlo resumidamente: lo que me enfadó hasta llevarme a la dimisión es el dispendio que se montó ese hombre para acabar mostrándose incapaz de utilizar de manera competente la magia del cine.

No hay mayor fracaso para un cuentacuentos que llamar tanto la atención sobre lo mal que lo cuenta que vuelva imposible enterarse de lo que cuenta.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (2 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de septiembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/02 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2005 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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