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2004/09/01 06:00:00 GMT+2

Llorar

Vengo defendiendo desde hace años que todos los humanos tenemos igual derecho a manifestar nuestras emociones según nos lo pida el cuerpo. Tan lícito es reír como llorar, se sea hombre o mujer, siempre que al hacerlo no importunemos innecesariamente a los demás.

He hecho mía esa posición una y otra vez para mostrar el enfado que me produce que nuestras convenciones sociales acojan con tanto agrado la risa y tan mal el llanto, sobre todo cuando es un hombre el que lo exhibe.

Una vez, de niño, un maestro me espetó: «¡Los hombres no lloran!». Como ya era Javier Ortiz pero aún no era Javier Ortiz (o sea, esto en lo que he acabado degenerando), no le respondí: 1º) Que lo que en realidad parecía que quería decir es que los hombres no deberían llorar, porque llorar, claro que lloran, salvo que tengan mal los lagrimales o arruinada la sensibilidad; 2º) Que, una vez dilucidada la idea que pretendía expresar, debería explicar por qué, según él, no está bien que los hombres lloren, pero en cambio las mujeres sí, o no importa; y 3º) Que convendría que me razonara por qué a la hora del llanto me exigía un comportamiento propio de un hombre «hecho y derecho», pero en todo lo demás me trataba como a un crío de mierda.

Dado que por entonces -ya digo- aún me encontraba en la fase preparatoria para ser Javier Ortiz y no había alcanzado ni de lejos las cotas de verbosidad a las que estaba destinado, me conformé con responderle:

-¿Y por qué no?

Me doy cuenta ahora -irremediablemente tarde- de lo mucho que me habría convenido conservar para siempre aquel espontáneo laconismo. Porque, según oyó mi contestación, el imbécil cerró el pico y no volvió a la carga.

Llorón, pues, por principios -y por querencia, todo sea dicho-, he simpatizado siempre con la gente que no se corta un pelo a la hora de echarse unas lágrimas, o incluso toda una llorera, con hipos incluidos.

Pero esa reiterada reivindicación mía, que yo creía igualitaria y hasta progresista, se ha visto penosamente dañada por culpa de las retransmisiones radiofónicas de los recién clausurados Juegos Olímpicos.

He acabado por odiar el llanto.

Ha habido cadenas de radio que, así que algún deportista español conseguía una medalla, se le echaban encima para obligarlo a llorar fuera como fuera.

-¡Fulano! ¡Tenemos aquí a tu madre! ¡Habla con ella, que quiere felicitarte!

-¡Hijo, pichuquín, que soy mamá!

-¡Mamá! ¡Te quiero!

Y todos a llorar.

A veces el medallista (o la medallista) mostraba cierta resistencia al llanto. Entonces se imponía aumentar la dosis.

-¡Menganita! ¡Tenemos aquí a tu padre, a tu madre, a tu hermano y a tu novio!

(Se sobreentendía: «Como con este despliegue no llores, te forramos a hostias».)

Un amigo me contó una retransmisión gloriosa.

-¡Zutanín! ¿En qué pensabas cuando mirabas al cielo?

-Pues en la vela, supongo. Que estuviera en condiciones.

-Pero tú pensabas en alguien a quien has perdido hace poco... ¿verdad?

-No.

-Tu padre ha fallecido hace unas semanas, ¿no es cierto?

-Sí.

-¿Y no pensabas en dedicarle esta medalla?

-Pues no.

En caso de sequía por falta de lágrimas ajenas, los propios periodistas optaban por echarse a llorar, ellos mismos. Juan Manuel Gozalo, el eterno de RNE, declaró al fin de una competición que no podía terminar el relato porque la emoción le embargaba hasta el mismísimo llanto. Y de hecho sufrió un acceso de congoja perfectamente audible.

En la SER asistí a un diálogo tal que así:

-¡Nosecuantos! ¿Cómo ha sido la prueba?

Silencio momentáneo del otro lado de la línea. Al poco:

-Snif, snif...

El de Madrid:

-Tranquilo, Nosecuantos, tranquilo, que todos entendemos tu emoción. ¡Porque tú eres un hombre de la SER, pero también un hombre de la vela!

El que lloraba era el encargado de hacer la crónica de la regata.

Y, para remate, los resúmenes diarios, en los que la ración de lagrimeo llegaba al paroxismo: lista de medallas, lista de sollozos. Ponías la radio al acostarte y salías nadando de la cama.

Después de semejante comercialización de la lágrima, me he replanteando de arriba a abajo mi posición. Voy a defender que se prohíba el llanto ante los micrófonos. Que se tipifique como un delito de exhibicionismo perverso. O de sadismo.

Por lo menos mientras los presentadores de los noticiarios convencionales sigan sin llorar cuando dan cuenta del horror de cada día.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (1 de septiembre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/09/01 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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