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2005/04/06 06:00:00 GMT+2

Insaciable Cuevas

El presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, la CEOE, es un hombre insaciable. No digo «un empresario insaciable» porque Cuevas ni es ni ha sido nunca empresario: es un político curtido en el aparato del franquismo que los empresarios tienen contratado de antiguo para que se gane el sueldo ideando cómo fastidiar más y más a la gente trabajadora.

Siempre me ha tocado las narices esa manía que tienen los políticos centralistas -y muchos ciudadanos que simpatizan con ellos- de criticar a los nacionalistas vascos y catalanes por su actitud «insaciable». «En cuanto les das una cosa, ya están pidiendo otra», dicen. El reproche es absurdo. En primer término, porque se trata de «cosas» que no son de su propiedad, de modo que malamente podrían «darlas». Y en segundo lugar, porque los nacionalistas no ocultan su objetivo estratégico, que es la soberanía (aunque se trate de una soberanía compartida), de modo que no tiene sentido afearles que apunten de manera sistemática en esa dirección. Buscan una meta y trabajan para conseguirla.

No es el caso de la jefatura de la CEOE. Ésta sí es decididamente insaciable: no se pone límites. Según logra una ventaja, ya está pidiendo la siguiente. No para nunca de reclamar leyes que permitan a los empresarios extender la contratación precaria, pagar menos impuestos y recortar las prestaciones sociales. No le basta con que la tasa de precariedad laboral en España sea tres veces superior a la media comunitaria. Quiere más. Ayer, Cuevas pidió que se amplíe -que se generalice, en realidad- el campo de aplicación de los llamados «contratos por obra», pero sin las restricciones que tienen ahora. Se trataría de que todo quisque pueda ser contratado para la realización de una determinada tarea, sin una fecha de finalización prefijada, y despedido cuando la empresa decida dar por concluida la tarea. En la práctica, esa modalidad contractual podría utilizarse como un subterfugio para convertir todos los empleos en temporales: bastaría con que los patronos utilizaran términos vaporosos a la hora de fijar la tarea que es objeto del contrato.

Lo que más me molesta, de todos modos, no es que la CEOE pretenda siempre más y más, sino que encuentre presuntos «expertos» en el campo académico y en los medios de comunicación que inmediatamente le hacen coro, afirmando que, en efecto, «en este mundo de hoy, en el que la competencia es implacable», «estamos obligados» a ser crecientemente competitivos, rebajar los costes, incrementar los rendimientos del trabajo, alcanzar tasas superiores de productividad, etcétera, etcétera. Siempre encuentran justificación para ello. La encuentran cuando la economía pasa por momentos de recesión, porque «hay que apretarse el cinturón», y la encuentran cuando se halla en fase de expansión, porque «hay que emplear el capital para realizar nuevas inversiones». Nunca se reúnen las condiciones necesarias para ampliar el margen de los costes salariales, la contribución empresarial a las arcas públicas y la mejora de los servicios sociales.

Entre tanto tecnicismo, corremos el riesgo de perder de vista -de que nos hagan perder de vista- que el objetivo esencial de la economía no es que se produzca más, se venda mucho o se logre la repera en verso en materia de productividad, sino que la gente viva mejor.

Explicaré lo que quiero decir contando una historieta. Allá por 1985, cuando ejercí de redactor-jefe de la revista Mar, del Instituto Social de la Marina, me tocó viajar a Hondarribia para hacer un reportaje sobre los merluceros de la localidad. Salí a pescar con ellos -yo sólo pesqué un mareo, pero da igual- y charlé con los unos y con los otros, en especial con el patrón mayor de la Cofradía, Esteban Olaizola. En aquellos tiempos estaban muy en boga las doctrinas de Fernando González Laxe, gran preboste del PSOE, que preconizaba la industrialización de las flotas pesqueras, lo que -decía- habría de redundar en una productividad mucho mayor. Esto fue lo que me arguyeron los pescadores: «Aquí nos dedicamos a pescar merluza con pincho y caña. Es un arte con muchas limitaciones, pero que nos permite conseguir una merluza de primera categoría. Salimos a la mar por la mañana y por la tarde estamos en casa. Vendemos la merluza a muy buen precio. Vivimos bien. En el pueblo no hay apenas paro. Nuestra calidad de vida es comparativamente muy alta. ¿Para qué serviría que nos embarcáramos en grandes barcos? Haría falta mucho menos personal. Las capturas sería mucho más importantes, pero la calidad de la merluza, menor. Además, contribuiríamos a agotar los caladeros. Así estamos bien. No queremos industrializarnos.»

Pues eso: vivir bien. No necesariamente producir más y más barato.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (6 de abril de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/04/06 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2005 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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