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2005/01/27 06:00:00 GMT+1

Extraterrestres

Me llamó hace unos días un viejo amigo periodista al que le han encargado que haga un trabajo sobre Ibarretxe. Le han contado que yo conozco bien al lehendakari y quiere que le ilustre. Me pregunta: «¿Es tan extraño como parece? Es que todo el mundo lo pinta como un extraterrestre...»

Anteayer me hicieron una larga entrevista para una radiotelevisión local de Gran Canaria. Gente con espíritu crítico, ávida de información diferente. En la conversación salió a relucir, cómo no, Ibarretxe. «Cuéntanos algo sobre él. Porque en todas partes nos lo pintan como un extraterrestre... Ya sabes, que si el Dr. Spock de Star Treck...»

Con éstos empiezo por bromear: «Si no recuerdo mal, el Dr. Spock era el que más conocimientos tenía y el que mejor razonaba dentro de la nave...»

Estoy francamente hasta el gorro de la simpleza ésa del Dr. Spock, basada en los rasgos faciales angulosos y la forma de las orejas de Juan José Ibarretxe. En general, me parecen deplorables las ridiculizaciones que toman pie en el aspecto físico de las personas. Aunque se trate de gente odiosa. Quienes me conocen de antiguo saben lo mal que llevaba que a Franco se le ridiculizara llamándole «enano». Me parecía bien -de perlas, incluso- que se le calificara de asesino, porque lo fue por propia elección. Pero la altura corporal no formaba parte de sus opciones vitales. (Eso sin contar con que es una bobada considerar la baja estatura como una tara.)

Pero cuando llaman «extraterrestre» a Ibarretxe sólo toman el físico como pretexto. Lo que tratan de decir es que es un hombre raro, insólito, distante, como de otro mundo.

Lo curioso es que quienes más insisten en esa idea -y los que más han hecho por difundirla fuera de Euskadi, donde a Ibarretxe se le conoce poco y mal- son los periodistas de rango superior dentro de la prensa matritense. Y, como los conozco bien, sus referencias a lo «extraterrestre» me parecen de coña.

Son tipos que no han convivido con ciudadanos normales desde ni se sabe cuándo. Se levantan por la mañana, desayunan leyendo la prensa y oyendo la radio, se meten en su coche -con chófer, por supuesto: no se van a poner ellos a buscar sitio para aparcar-, acuden a la emisora o la televisión correspondiente para soltar su homilía diaria, van luego a algún «desayuno de trabajo» -a cotillear con algún político, banquero o empresario de campanillas-, recalan después en su despacho durante unas horas, en el transcurso de las cuales sólo ven y sólo hablan con otros del estilo, marchan a las 14:30 a comer en algún restaurante finísimo acompañados de gente finísima con la que siguen conspirando... Y así el resto del día. Y el resto de los días. Forman parte de una elite social que sólo se relaciona -excluyendo al personal subalterno y al servicio, claro está- con los de su ralea. No tienen la menor idea de cómo funciona la vida a ras de suelo. De las preocupaciones de la gente de a pie no conocen más que lo que leen en encuestas y sondeos.

¡Y se atreven a calificar de «extraterrestres» a otros!

Ignoro si Juan José Ibarretxe mantendrá el mismo tipo de vida que llevaba hace tres o cuatro años, cuando lo traté. Imagino que sí, porque sus querencias extraoficiales eran cualquier cosa menos pasajeras. Entre sus más arraigadas costumbres estaba -salvo que se encontrara de viaje oficial o cosa semejante- salir durante el fin de semana a darse una buena panzada de bicicleta con un puñado de amigos y reunir luego en el txoko (*) de su casa de Llodio a un buen grupo de familiares y compadres de toda la vida para hacer una chuletada o cocinar algún buen plato, comer, bromear y charlar de todo un poco. Con algunos de esos viejos compañeros de Ibarretxe, muchos de los cuales lo conocen «de siempre», tuve ocasión de charlar largo y tendido en su propio pueblo y en su propia salsa. Puedo asegurarlo: es gente como cualquiera. Terrestre a más no poder. Como lo es la propia mujer de Ibarretxe, que no abandonó su trabajo de oficinista en una fábrica de Llodio por muy lehendakari que hicieran a su marido y por mucho que se vieran obligados a trasladarse a Ajuria Enea.

¿Extraterrestre, Ibarretxe? Quizá su estilo personal -y su desaliño, su llamativa falta de coquetería- choquen en otras partes. En Euskadi, desde luego, no. Allí los que parecen extraterrestres son los socios del Olimpo político-periodístico capitalino, miembros de un club exclusivo definitivamente alejado de la plebe.

Recuerdo una ocasión, hace ya muchos años, en que me tocó conversar con una tipa que regentaba un club -éste en sentido literal- reservado a la crème de la crème de la Villa y Corte. Le pregunté el precio de la cuota de admisión. «Un millón», me dijo, haciendo un mohín despectivo. «Pero no lo hemos fijado por la cantidad en sí», añadió, «sino sobre todo para ahuyentar a cierta gente».

A la gente terrestre, obviamente.

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(*) Se llama txoko (rincón) a un espacio al aire libre, pero cubierto, que suelen tener anejo en Euskadi los caseríos y bastantes villas. Acostumbra haber en ellos una parrilla para asar, a veces también un horno de chimenea, una mesa grande y bancos largos para sentarse.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (27 de enero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de diciembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/01/27 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: apuntes 2005 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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