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2004/07/14 06:00:00 GMT+2

En El Hierro

Ayer vi muchas cosas en El Hierro. Como todo los demás turistas.

Bueno, como todos los demás, no. En El Hierro, por lo que voy comprobando, hay dos categorías básicas de turistas: los que van como centellas viéndolo todo -a los que la tarea les dura un par de días, como mucho, porque la isla es pequeña- y los que nos hemos concedido algo más de tiempo para ir deteniéndonos en cuanto nos llama la atención. Para lo cual nos es imprescindible ver mucho (si no lo ves, ¿cómo sabes si te llama la atención?).

Así que fuimos despacito, entrando en todas las desviaciones que conducían a puntos sobre la que nos proporcionaba datos nuestra abundante información. Con resultados muy satisfactorios. Porque El Hierro está muy poco turistizado. No por «la sabiduría natural de sus gentes», que dicen los cronistas pelotas, sino porque cuenta con dos inconvenientes decisivos. El primero es, sin duda, el de las comunicaciones. Está muy mal comunicado vía aérea: tiene un aeródromo de chichimoco, en el que sólo pueden aterrizar aviones de hélice (y según el viento que haga, ni ésos). Las comunicaciones marítimas, con un ferry que hace el recorrido de tres horas tres veces al día desde Los Cristianos, en Tenerife, no sirven para cubrir el déficit. Al no ser posible la conexión directa con el continente europeo y tener que hacer un enlace problemático en Tenerife Norte, muchísima gente se desanima.

A ese primer inconveniente hay que añadir otro no menor: lo hostil que resulta la orografía herreña para el turista convencional. Toda la costa es muy abrupta. Va de acantilado en acantilado. No hay playas. A menudo, para poder bañarse hay que acercarse hasta la costa por pequeñas carreteras o caminos y luego descender por escaleras de piedra larguísimas y (puedo certificarlo) agotadoras. Llegado al mar, es necesario buscar alguna poza o piscina natural formada por las rocas porque, salvo cuando el Atlántico decide tomarse un respiro, el oleaje es imponente. Diréis: «Pues vaya, qué mal». Y yo responderé: «¡De eso nada! ¡Qué bien!». Porque ese tipo de entorno tiene un encanto muy especial. Ayer bajamos por un auténtico abismo buscando un lugar que habíamos leído que era bonito. ¡Y vaya que sí lo era! Nos topamos con un sitio en el que el mar ha creado una especie de laguna preciosa, de aguas limpísimas. Las rocas mojadas, para mi sorpresa, no resbalaban, por lo que resultaba muy sencillo entrar y salir. Y lo mejor: ¡no había nadie! El agua estaba tan limpia que, aunque cubría de sobra, podía verse el fondo con total nitidez. Estuve nadando un buen raro, fascinado por el lugar.

Ahora bien: ¿quién se lleva a los niños de vacaciones a un sitio así? Pues muy poca gente, y se entiende. Tiene muchas probabilidades de que se le desgracien.

Supongo que no pocos herreños rabiarán viendo cómo florece el negocio turístico en las islas vecinas. Puedo entender su sentimiento -¡puedo entender tantas cosas!-, pero no compartirlo. Creo que el crimen de lesa Naturaleza debería estar tipificado en el Código Penal. Llenar El Hierro de hoteles, bungalows y adosados sería una canallada. Por fortuna, no lo tienen fácil.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (14 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/14 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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