Echo de menos, ahora que tanto se discute sobre los libros de texto, que alguien aborde con franqueza uno de los problemas que más afectan a la materia (o a las materias, en este caso).
Hablo de la corrupción.
Me explico, para los que no estén al corriente.
Cada tanto, los profesores han de elegir el libro de texto o manual en el que van a apoyarse a la hora de impartir la disciplina que les corresponde. Para ayudarles en esa elección, las editoriales les envían folletos, los propios libros... y también a sus promotores, que les cantan las excelencias de su producto. A partir de esa oferta, cada profesor, el departamento, el jefe del departamento o el director del centro educativo -depende de las normas fijadas en cada caso- evalúa las diferentes posibilidades y se decide por una. Lo que supone para las editoriales la venta -o la no venta- de miles de libros. O sea, muchos millones de pesetas. Hay que tener en cuenta, además, que la ley dicta que los libros de texto seleccionados se mantengan al menos durante cuatro años, para favorecer la herencia entre hermanos, la economía de los repetidores, etcétera.
¿En función de qué eligen los profesores, jefes de seminario o directores de centro este o aquel libro de texto? Pues, a menudo, en función de los incentivos que les ofrecen. Incentivos que pueden tomar la forma de ventajas para el centro escolar... o para ellos en persona: viajes de lujo, regalos o dinero contante y sonante. Los enseñantes que se avienen al juego -como los médicos que recetan: es el mismo caso- se dicen: «¿Y qué más da? Si todos los libros de texto son prácticamente iguales y, a fin de cuentas, el que da las clases soy yo... ¿A quién perjudico si me paso una semana en Cancún o me embolso unos cuantos miles?». Pero lo cierto es que si da más: el nivel de los profesores es en muchos casos deplorable, con lo que la calidad del libro de texto -¡qué van a ser todos iguales!- puede resultar determinante de la enseñanza que acaban recibiendo las criaturas.
Las editoriales, por supuesto, niegan que hagan nada parecido. Como mucho, admiten que tal vez alguno de sus promotores pueda tomar alguna iniciativa así a título personal y, por supuesto, sin su conocimiento. Pero el hecho es que no resulta nada raro toparse con la tira de jefes de seminario de una misma asignatura que están todos a la vez de vacaciones en el mismo lugar paradisíaco. Y, oh sorprendente casualidad, sus alumnos utilizan todos el mismo libro de texto.
¿Quieren que dé nombres de editoriales? Para qué. Ustedes ya saben cómo se llaman. Y, si no, les basta con enterarse de cuáles son las que más libros de texto venden.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de agosto de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de septiembre de 2010.
Dos días más tarde, Javier escribió otro El texto y el contexto en su Diario de un resentido social.
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