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2005/11/30 06:00:00 GMT+1

El que rompe paga (sigue)

Mi apunte de ayer («El que rompe paga») me ha acarreado una buena cantidad de correspondencia. Una buena cantidad y, lo que es más importante, una buena calidad.

No pocos lectores han afrontado mis argumentos favorables a penalizar económicamente a aquellos que causen un mal colectivo por su gusto morboso por el riesgo y me han escrito para rebatirlos. Cosa que agradezco, y mucho: quienes me conocen saben que pocas cosas me resultan tan estimulantes como un buen debate destinado a establecer los criterios más certeros y más críticos (sobre lo que sea, con tal de que el asunto valga la pena).

Y si mi posición inicial sale mal parada, peor para ella. Y mejor para mí.

Entre las observaciones que se me han hecho en esta ocasión, hay algunas que, con ser pertinentes, cabe clasificar como secundarias. Aclaratorias, por así decirlo. Ejemplo principal: varios lectores me han hecho saber que los gastos producidos por los montañeros federados que se ven en apuros los cubre un seguro ad hoc que tienen suscrito. Me aclaran que esto vale sólo para los montañeros federados, de modo que mi argumentación seguiría siendo válida -de serlo- para quienes se meten a hacer montañismo en condiciones climatológicas adversas sin estar federados. Es algo que conviene saber, y qué no entiendo cómo no salió en el curso de la polémica de la que fui espectador. (Aunque tal vez salió y me pilló distraído.)

La objeción que se supone que apunta más directamente a la línea de flotación de mi posición es la de aquellos que señalan cuán difícil es determinar dónde está la frontera que separa el riesgo «socialmente aceptable» del riesgo «socialmente excesivo».

Me ponen varios ejemplos. Alguno muy ilustrativo. Así, quien bebe alcohol en demasía o fuma tabaco ¿no corre también un riesgo «socialmente excesivo»? En tal caso, y por la misma regla del tres, ¿no habría que privarlo de los beneficios de la Seguridad Social si cae enfermo por culpa de su adicción? (Conste que ésta no es una idea peregrina aportada a la polémica con fines demagógicos: en Gran Bretaña ya se han planteado abandonar a su suerte a los alcohólicos cirróticos y a los que padecen cáncer de pulmón derivado de su tabaquismo, argumentando, básicamente, que «ellos se lo han ganado»).

Hay quienes llevan la cosa todavía más lejos. Incluso muy muy lejos. Dicen: «¿Por qué tiene la sociedad que pagar a los socorristas de la playa? Que quien no quiera correr riesgos no se meta en el agua. O que no tome el sol, no vaya a coger una insolación». Decía Lenin que no hay modo más eficaz de desprestigiar una causa que llevarla a sus últimas consecuencias. De admitir la objeción de los playeros y los socorristas, acabaríamos considerando que todo, salvo lo imprescindible para la supervivencia de la especie -y, ya de paso, del capitalismo-, acarrea riesgos innecesarios y, por lo tanto, excesivos.

Pero el hecho es que en algún lugar hay que situar la línea divisoria. Más allá o más acá, pero en alguno. A no ser que consideremos que hay que abolir no ya el delito, sino incluso la noción de imprudencia temeraria.

¿Tratan de decirme que ésa es una noción cultural, no científica? ¡Por supuesto! Ése es mi punto de partida.

En los parámetros de esta o aquella cultura concreta, tal actuación entraña un riesgo que no se considera «socialmente excesivo» y tal otra, sí.

En el fondo, el debate remite a la cultura que deseamos que predomine en la sociedad de la que formamos parte. No pretendo que la mía sea la única concepción del mundo que vale la pena. Digo que en mi concepción de la vida tienen mal encaje los forofos del «al filo de lo imposible», los que se pirrian por la adrenalina que descargan cuando corren a mil por hora, los nobles y viriles toreros, los corredores de los encierros y los amantes del puenting y otros ings del estilo. Lo digo y trato de explicar por qué. Quien prefiera otro tipo de sociedad, en el que quepan algunas de esas conductas y no otras contra las que yo no tengo nada, o incluso me gustan, que lo argumente.

¿La solución? Pues a votos, digo yo.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (30 de noviembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/11/30 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: apuntes sociedad 2005 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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